2008/01/16 06:00:00 GMT+1
Se habla mucho de la necesidad de reformar la legislación electoral española para que refleje mejor el verdadero sentir de la ciudadanía. He llegado a participar en algún seminario académico sobre la cuestión, flanqueado por varios plastas como yo.
Con independencia de que otras reformas de la Ley Electoral sean deseables y posibles, la que yo vería con más simpatía es una que determinara que el Congreso de los Diputados asignara sus escaños en proporción a los votos obtenidos. O sea, y por explicarlo gráficamente: ¿que, realizada la votación, se constata que la participación electoral ha sido del 60%? Pues se deja vacío el 40% del hemiciclo, se reparte el resto entre los que han salido electos y asunto concluido.
Eso no sólo tendría inmediatos beneficios económicos para el erario (que no se por qué tanta gente se empeña en llamar “público”: el erario es público por definición) sino que, además y sobre todo, se encargaría de poner de manifiesto, día a día, durante toda la legislatura, el vergonzoso hecho de que el 40% de la ciudadanía no está representado en esa institución. Cosa que los políticos profesionales prefieren que se olvide así que toman posesión de sus actas de diputados.
El 40% o el 35% vacío. ¿Por qué un porcentaje tan alto del electorado no ha votado? A saber. Porque las candidaturas no han acertado a interesar, porque una parte del personal se apunta a eso tan imbécil de que “Es que yo no me meto en política”, porque otra parte del personal se adhiere a eso tan comprensible de que “Anda y que os den viento fresco”… Imposible determinar las causas. ¿Y qué? También son imposibles de esclarecer los motivos reales por los que éste vota al PP, el otro al PSOE y el de más allá a IU, CiU, el PNV o BNG.
A mí me gustaría que algo así se hiciera –ya sé que es imposible: la clase política defiende a muerte sus intereses corporativos– porque, de ponerse eso en práctica, los que tenemos vocación de abstencionistas, más que nada porque no nos va jugar partidas en las que sabemos que las cartas están marcadas, podríamos sentirnos representados en el Congreso.
Nos representarían todos esos escaños vacíos.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (16 de enero de 2008). También publicó apunte ese día: Patentes y marcas.
Escrito por: ortiz.2008/01/16 06:00:00 GMT+1
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2008/01/15 05:30:00 GMT+1
Rosa Díez ha declarado que el nuevo partido que ha fundado aspira a obtener el voto de “los españoles sin complejos”.
Si uno se toma esa proclama en su literalidad, se siente inevitablemente perplejo. ¿Qué es un español sin complejos? ¿Sin complejos de qué?
Sucede con Rosa Díez lo mismo que con bastantes otros políticos: hay que imaginar lo que quiere decir y no dice.
La expresión “sin complejos” tiene ya una cierta tradición dentro de la política española. Es desafiante. Empezaron a emplearla allá por los ochenta algunos servidores públicos del PSOE que no se cortaban ni un pelo a la hora de defender medidas o actuaciones tirando a impresentables. ¿Que se denunciaban las reconversiones industriales salvajes? Pues salía Carlos Solchaga y decía que no cabe hacer tortillas sin romper huevos. Sin complejos. ¿Que salían a relucir las hazañas de los GAL? Felipe González sentenciaba que al Estado también se le defiende en las alcantarillas. Sin complejos.
Luego fue el turno del PP, muchos de cuyos dirigentes también se apuntaron a lo mismo. Empezando por quien fue (¿es?) su dirigente máximo, José María Aznar: “Teníamos un problema y lo hemos resuelto”, dijo para justificar una expulsión de inmigrantes irregular por los cuatro costados. Sin complejos.
Si al hablar de “españoles sin complejos” se tratara de designar a los españoles que no padecen ningún complejo especial por ser españoles, estaríamos refiriéndonos a aquellos que se toman su ciudadanía legal como una realidad de hecho, sin más. Sin darle mayor importancia. Como quien constata que mide 1,67 o 1,75, o que calza un 38 o un 43. Vale: uno ha nacido en tal lado y ya está. ¿Qué inclinaciones electorales podrían deducirse de tal hecho?
Rosa Díez no habla de eso. Ella apela –véase el conjunto de su perorata– a una españolidad desafiante, porque la siente agredida y la enarbola con espíritu vindicativo.
De “sin complejos”, nada. No todos los complejos son de inferioridad.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (15 de enero de 2008). También publicó apunte ese día: Asuntos de herriko tabernas.
Escrito por: ortiz.2008/01/15 05:30:00 GMT+1
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2008/01/14 05:55:00 GMT+1
El PSOE ha decidido que se dispone a cerrar el ciclo de las reformas estatutarias con siete llaves, como Costa quería clausurar el sepulcro del Cid.
Según anuncia a sus confidentes, también quiere propiciar a breve plazo la ilegalización de ANV y el PCTV, astuta medida destinada a que una parte considerable de la población vasca (minoritaria, pero considerable) se quede sin representación democrática, de modo que la olla a presión carezca de válvula.
A la vez, ha rescatado de su fingido ostracismo a José Bono, que no ha perdido un segundo en hacer profesión de fe de su fe y en mostrar que a él lo que le va es el “¡Santiago y cierra España!”. Parece que quieren ponerlo como presidente del Congreso de los Diputados. Qué gran idea.
Para completar el sofrito, Zapatero ha tenido a bien anunciar que, si gana en las próximas elecciones, su política económica será cosa de Solbes, no sé si con Rato o con Cuevas como consejeros áulicos (aunque Antonio Gutiérrez tampoco desentonaría).
En materia internacional también está que se sale: últimamente, las estrellas invitadas de su Gobierno son Sarkozy y Mohamed VI. Modélicos ambos, cada cual en su especialidad.
No hago este inventario para quejarme (que también) sino, sobre todo, para llamar la atención sobre los emblemas que el PSOE está enarbolando de cara a las elecciones inminentes. Cada vez se acerca más a los del PP. Sus motivos de fricción son de entidad muy menor. ¿La Conferencia Episcopal? Sólo porque la propia Conferencia Episcopal se empeña en ello. ¿Educación para la ciudadanía? ¡Pero si han dejado la asignatura en nada! ¿El aborto? Ya han descartado la reforma racional de la ley. ¿La defensa del pueblo saharaui? ¿El 0,7%? ¿La oposición a los planes imperiales de Washington? Nada de nada.
El programa que los dirigentes socialistas presentan a las elecciones es como el del PP, sólo que algo menos brutal: algo menos clerical (con permiso de Bono), algo menos hostil a “la periferia”, algo menos entregado al diktat de Washington…. Su plan es pedirnos que les votemos sólo por eso: porque ellos son algo menos.
Pero el asunto no consiste en ser algo menos, sino otra cosa.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (14 de enero de 2008). También publicó apunte ese día: El sopor real.
Escrito por: ortiz.2008/01/14 05:55:00 GMT+1
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2008/01/13 05:30:01 GMT+1
Estaba George W. Bush el pasado jueves haciendo el ganso en una reunión con dirigentes israelíes, diciéndoles a quién deben y a quién no deben elegir como jefe de Gobierno (es decir, metiéndose descaradamente en asuntos internos de un país teóricamente ajeno), cuando su secretaria de Estado, Condoleezza Rice, consciente del jardín en el que se había metido su jefe, le pasó discretamente una nota en la que le conminaba: “Cállate”. Para acabar de arreglar las cosas, a Bush no se le ocurrió nada mejor que comentarlo en voz alta: “Me dicen que cierre el pico”. Grandes risas.
George Bush es un hombre tosco, de cultura y de entendederas limitadas. Pero, precisamente porque es así, me parece doblemente fascinante que ocupe la cúspide del Estado más poderoso del mundo.
No es el primer personaje con carencias intelectuales llamativas que se ve en las mismas. Por citar sólo casos recientes, convengamos en que ni Ronald Reagan ni Gerald Ford llamaban la atención por la agudeza de su pensamiento.
Lo que distinguió a sus antecesores más o menos zotes y lo que le distingue a él es su demostrada capacidad para actuar disciplinadamente al servicio del aparato del Estado. Del aparato de los Estados Unidos de América.
No me refiero sólo a la Administración de Washington. Hablo, mucho más en general, de la red complejísima que une en aquel inmenso país a las instituciones del más variado signo, político y militar, a los centros financieros, a las superindustrias privadas y a las agrupaciones de influencia colosal –algunas de ellos conformadas como tales: los famosos lobbies– que destilan entre todos, a veces no de modo consciente, una voluntad colectiva, promediada. (Añádase también a ese tinglado la industria del entretenimiento, televisión, cine y música incluidos.)
Cuando la maquinaria funciona bien por sí sola, lo único que se precisa de quien la representa de cara al público es que sea disciplinado y haga lo que conviene al conjunto.
La conciencia de que las cosas son así obliga a contemplar con escepticismo, incluso con cierta guasa, los procesos electorales estadounidenses. Salga quien salga, acabará haciendo lo que haga falta.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (13 de enero de 2008). También publicó apunte ese día: Ángel González.
Escrito por: ortiz.2008/01/13 05:30:01 GMT+1
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2008/01/12 05:30:00 GMT+1
Hace algo así como diez años, un ministro del PP prometió enviar unos documentos confidenciales al diario para el que yo trabajaba. Como quiera que el motorista encargado de la tarea tuvo algunas dificultades de tránsito, el hombre estuvo colgado del teléfono hasta confirmar que se había realizado su encargo. “¿Ya está? ¿Sí? ¡Ah, bueno!”
A la mañana siguiente, el ministro en cuestión no perdió ni un minuto en comparecer ante los medios para deplorar, muy compungido, que aquellos documentos hubieran visto la luz.
En otra ocasión, un secretario de Estado nos trajo las pruebas de la corrupción que reinaba en su Ministerio, de la que acabó por demostrarse que participaba como el que más. Cuando salió publicada la noticia, nuestro confidente se dijo escandalizado, afirmó que se trataba de una infamia y nos puso a caldo.
Son sólo un par de ejemplos a los que aludo sin dar nombres (por discreción profesional, no por falta de ganas), pero podría mencionar bastantes más. Hacen legión los responsables políticos, los altos funcionarios, los jueces, los fiscales, los policías, etc., dispuestos a saltarse a la torera su deber de guardar secreto, si creen que les conviene por lo que sea: para zancadillear al uno, para promocionarse ellos mismos, para que se les deba el favor...
La opinión pública mayoritaria prefiere no hacerse preguntas que son de cajón. ¿Cómo cree que la Prensa da cuenta todos los días de papeles oficiales supuestamente reservados, o de documentos que son secreto de sumario, o de conversaciones privadas intervenidas confidencialmente por la Policía por orden judicial y guardadas en teoría bajo siete llaves?
No se lo pregunta. Como tampoco se pregunta –y si se pregunta, no parece que se responda– cómo puede ser que haya tantos detenidos que se declaran culpables de montones de delitos de los que nadie les había acusado hasta entonces.
Los papeles vuelan solos, los secretos se trasmiten por ósmosis, los detenidos confiesan porque les da por ahí… Y la gente no sospecha que haya nada raro en todo ello.
Con sociedades tan crédulas, los masters en manipulación informativa podrían muy bien concederse en la escuela primaria.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (12 de enero de 2008). También publicó apunte ese día: La Audiencia Nacional.
Escrito por: ortiz.2008/01/12 05:30:00 GMT+1
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2008/01/11 05:30:00 GMT+1
Nicolas Sarkozy es un caradura. Listo, pero caradura.
Durante la campaña de las presidenciales francesas, que tan bien le fue, dedicó muchísimos esfuerzos a reprochar a la prensa rosa que metiera las narices en su vida privada.
En aquel momento toda Francia sabía que quien era entonces su mujer y él estaban a la greña, y hablaba de ello, pero el candidato reclamaba su derecho a la privacidad. Su maquinaria propagandística puso el máximo esfuerzo en subrayar el argumento: “Sarkozy, víctima de la voracidad y la impertinencia de los medios. No respetan su intimidad.”
Me dejó mosca desde el principio que entrara al trapo y hablara de esos asuntos, pretendiendo que él y su señora eran uña y carne, que ella era lo más importante para él, etc., etc. Quien no quiere que nadie se meta en sus cosas privadas se limita a informar de que están fuera del temario y que no va a discutir sobre ellas, se calla y ya está.
Todo el tinglado que está montando ahora a costa de su romance con la exmodelo y cantante Carla Bruni, atrayendo a la prensa para que refleje sus éxitos amorosos, es un bochorno. O quieres tener intimidad o quieres tener espectáculo.
Lo que Sarkozy quiere, evidentemente, es tener espectáculo.
Primero (aunque supongo que no principal), para desquitarse. Así deja de ser a efectos mediáticos un abandonado, y se convierte en un conquistador, con lo cual le da en los morros a su ex.
Segundo, para contribuir a sus maniobras de distracción, en las que es especialista. Lo que le importa es que los medios de comunicación no pongan el foco en los problemas sociales de Francia, que son muchos y peliagudos, y se entretengan con naderías. Que si ha estado en Egipto (no se sabe si para imitar a Napoleón y robar otro obelisco), que si lleva gafas tal, reloj cual y pantalones color no sé qué, que si la cantante guapita que le coge de la manita va vestida con un modelo de este o del otro…
De todos modos, no es que Sarkozy (o Berlusconi o cualquiera de estos políticos mediáticos) tenga una técnica extraordinaria para manejar a los medios. Es que los medios les están diciendo día a día a todos ellos: “¡Manéjanos!”. Tales para cuales.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (11 de enero de 2008). También publicó apunte ese día: Debatir racionalmente.
Escrito por: ortiz.2008/01/11 05:30:00 GMT+1
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2008/01/10 05:30:00 GMT+1
El ministro del Interior dice que él “quiere creer” la versión de la Guardia Civil sobre la detención en Arrasate de dos presuntos miembros de ETA, que obligó a internar en la UCI de un hospital donostiarra a uno de ellos.
“Quiero creer”. Es una expresión tópica, pero intranquilizadora. Quien quiere creer suele creer, aunque su creencia no tenga mayor fundamento. El que desea creer no se muestra muy estricto en la verificación de los hechos. Blaise Pascal ya dijo que para creer (él se refería a la existencia de Dios, pero tanto da) lo más importante es comportarse como si uno fuera creyente: a fuerza de hacer como que se cree, se acaba creyendo.
Sin embargo, en el caso de la existencia o inexistencia de torturas policiales, la cuestión no es lo que a Alfredo Pérez Rubalcaba le apetezca creer o prefiera no creer. Lo que debe dilucidarse es si el Gobierno se toma como cuestión de principios que no se produzcan torturas, por muy delincuentes y éticamente repugnantes que puedan ser los detenidos. Porque quien se opone a la tortura lo hace con independencia de la calidad moral del arrestado. Es su propia escala de valores la que está en juego; no la del otro.
Si se desea evitar la tortura, hay ya suficientes dictámenes técnicos sobre los medios materiales y las garantías legales que se requieren. Organizaciones de reconocida solvencia, tanto no estatales (caso de Amnistía Internacional), como oficiales (el Consejo de Europa, el Relator ad hoc de las Naciones Unidas), han indicado al Gobierno español cómo debería actuar para dificultar que se produzcan tales sevicias, de las que han registrado suficientes pruebas.
No se trata de hacer nada ni muy caro ni demasiado complejo. De hecho, ya los gobiernos autónomos de Euskadi y Cataluña han tomado medidas en esa dirección. La grabación en vídeo de todos los interrogatorios, complementada con la nulidad judicial de todo dato que no figure grabado en las condiciones adecuadas, son medidas cautelares muy oportunas. Si hoy en día te graban en vídeo hasta en los sitios más inverosímiles, ¿por qué no en los cuartelillos y comisarías?
No es cuestión de creer, sino de querer.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (10 de enero de 2008). También publicó apunte ese día: El consuelo del tonto.
Escrito por: ortiz.2008/01/10 05:30:00 GMT+1
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2008/01/09 05:30:00 GMT+1
Es muy poco verosímil la versión oficial sobre el modo en que se produjeron los hechos que llevaron al detenido Igor Portu al Hospital Donostia con importantes lesiones por todo el cuerpo.
Se me hace difícil creer que un grupo de policías bien entrenados tenga que dar tantos y tan contundentes golpes a un detenido desarmado para conseguir que no escape. Se le inmoviliza, se le esposa y ya está. Pero me cuesta todavía más creer que el detenido en cuestión siga durante horas sin quejarse de algo tan lacerante como que una costilla rota le ha perforado un pulmón, por citar sólo uno de los desastres que le fueron diagnosticados en el centro médico donostiarra.
¿Por qué hemos de creer que los golpes los recibió en el momento de la detención, y no más tarde, cuando empezó a ser interrogado? ¿Porque lo dicen quienes le pegaron? La Policía asegura que ya ha sacado provecho del interrogatorio y que ha encontrado un escondrijo en el que Portu y su compañero guardaban explosivos. ¿Será que han confesado por arrepentimiento espontáneo?
Afirmó el lunes Pérez Rubalcaba que todo se hizo “de acuerdo con la legislación antiterrorista”. Curioso lapsus, porque donde se establece cómo hay que tratar a los detenidos no es en la legislación antiterrorista, sino en la Ley de Enjuiciamiento Criminal.
No oculto la razón de mis reservas: me mostraría mucho menos suspicaz si no estuviéramos hablando de los servicios especiales de la Guardia Civil que convirtieron en célebres los tétricos calabozos del cuartel de Intxaurrondo y si no recibiéramos las explicaciones de boca de un político que en su día hizo lo imposible para maquillar las complicidades de su partido con los GAL.
Pero el asunto central no es ése. Lo decisivo es que en España a un detenido relacionado con ETA se le puede hacer cualquier cosa porque a la casi totalidad de los políticos, de los medios informativos y de la opinión pública les importa un bledo. Y si se le tortura, pues peor para él. Es la ley del “todo vale”.
Como le dijo un famoso juez de la Audiencia Nacional a una detenida: “Vete a quejarte a tus amigos de Amnistía Internacional”. A ellos me dirijo yo también.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (9 de enero de 2008). También publicó apunte ese día: Torturas kilométricas.
Escrito por: ortiz.2008/01/09 05:30:00 GMT+1
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2008/01/08 04:10:00 GMT+1
El Rey, que ha optado por celebrar con sobriedad su septuagésimo cumpleaños organizando una fiesta para sólo 450 personas, decidió mostrar su humanidad navideña viajando por sorpresa a Afganistán el 31 de diciembre para saludar a los soldados españoles allí destacados, con los que estuvo el tiempo imprescindible para acudir a Kuwait a tomar las uvas y ser agasajado por su amigo el emir jeque Sabah al Ahmad al Sabah, demócrata de toda la vida.
El presidente del Gobierno, dispuesto a no ser menos, voló también por sorpresa el 5 de enero a Líbano para pasar un rato con el contingente militar español y brindar con los soldados a la salud del Rey, como buen socialista.
Esto de viajar por supuesta sorpresa para agasajar a tropas propias desperdigadas por el mundo aprovechando tal o cual fecha señalada se ha convertido en una especie de manía. Ahora lo hacen todos. (Por cierto: Rajoy ha demostrado su falta de reflejos políticos y su vocación de perdedor no yendo a visitar, en plan alternativo, a los españoles que están de misión en la Antártida, lo que hubiera quedado la mar de ecológico.)
La pregunta es: ¿a cuento de qué esos viajes? ¿Por qué nunca el Rey o el jefe del Gobierno aprovechan estas tan entrañables fiestas para ir a tomarse una copa de cava en alegre francachela con, por ejemplo, los obreros de un andamio de la costa de Alicante, o con los sudadores de una plantación plastificada de El Ejido, a 50º bajo el sol, o con las limpiadoras del Metro de Madrid? No me digan que los soldados tienen superior mérito por el riesgo que corren: hay muchos más muertos por accidentes laborales que por misiones militares en el exterior. Tampoco pretendan que es por la importancia de la misión que cumplen: el ejercicio de la globalización militar todavía no ha demostrado que sirva para nada mejor que lo realizado por la gente que trabaja.
La explicación es sencilla, aunque deprimente: poner ladrillos, soportar los rigores de un invernadero o limpiar basura en un andén son tareas que en esta España de hoy no pueden venderse como patrióticas. Es mucho más patriótico hacer el pasmarote en cualquier rincón del mundo al servicio de los intereses de los EE.UU.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (8 de enero de 2008). También publicó apunte ese día: Dos preguntas.
Escrito por: ortiz.2008/01/08 04:10:00 GMT+1
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2008/01/07 05:30:00 GMT+1
Hay organizaciones no gubernamentales que se están volviendo cada vez más gubernamentales, o más estatales. No me refiero a todas (hay tantas que resulta imposible englobarlas en casi nada, y algunas me merecen el mayor respeto), pero sí a bastantes de ellas.
Para empezar, sus estructuras administrativas –sus burocracias particulares– se mantienen en buena medida gracias a lo que reciben de las arcas públicas. En segundo lugar, se ponen de acuerdo con los gobiernos de turno para fijar sus propias prioridades de acción, convirtiéndose en una especie de aparato subsidiario de los estados.
En algunos casos, su dependencia económica y política de las administraciones públicas es tal que parece un sarcasmo que se presenten como “no gubernamentales”. Aunque rara vez se entregan a un gobierno en exclusiva. Me sé de alguna que tiene el cazo puesto en las oficinas de todos los gobiernos: del central, de los autonómicos, de los municipales… Allí donde hay una institución, pública o privada, que concede subvenciones para lo que sea, allí están ellos haciendo cola.
Es comprensible el entusiasmo de los gobiernos occidentales por este género de organizaciones, que se dedican a suplir algunas de las más llamativas carencias asistenciales de los poderes públicos, buscándoles personal voluntario y pidiéndoles a cambio sólo lo necesario para la manutención de sus directivos y el funcionamiento básico de su maquinaria. Pero resulta lastimoso que haya tanta gente que acepte someterse a lo que de hecho funciona como una doble contribución. Porque paga al Estado, vía impuestos, para que éste cubra las funciones sociales que le son propias, y luego vuelve a pagar, con sus aportaciones económicas o en trabajo voluntario, para que el Estado pueda desentenderse de una parte de sus obligaciones.
Conozco a unos cuantos dirigentes de supuestas ONG que llevan ya varios decenios viviendo de su muy cacareado desinterés solidario. Alguno de ellos presenta una particularidad llamativa: según han ido modificándose las modas gubernamentales y mediáticas, ellos ha ido reconvirtiendo su ONG, cambiándole de nombre y de objetivos.
Pero manteniéndose ellos siempre como jefes, claro.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (7 de enero de 2008). También publicó apunte ese día: Piensa en ti mismo.
Escrito por: ortiz.2008/01/07 05:30:00 GMT+1
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