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2008/01/06 06:30:00 GMT+1

Entre Navidad y Reyes

En materia de regalos navideños, hay dos escuelas principales. Una es la de quienes prefieren que la entrega de los obsequios se produzca en los primeros días de las fiestas y toman como referentes míticos a San Nicolás, a Papa Noel, a Santa Claus… o al modesto Olentzero, en tierras de tradición vasca. La otra es la de quienes defienden que los presentes deben venir de la mano de los Reyes Magos, tal día como hoy.

Algunos se toman esta opción como una batalla en la que se dirimiría nuestra capacidad para defender las costumbres locales frente a los intentos extranjeros de colonizarnos culturalmente. Triple error. Primero, porque entre nosotros hay costumbres locales navideñas para todos los gustos: los Magos de Oriente no tienen el monopolio de los regalos. Segundo, porque, puestos a resistirse a la colonización cultural, hay frentes infinitamente más importantes que éste, que es tan insulso e intrascendente como el de la eñe de los teclados y el del toro de Osborne de las carreteras. Y tercero, porque la colonización cultural de España está consumada desde hace ya muchos decenios.

Cuando fui crío –cosa que puedo demostrar que se produjo, aunque ciertamente hace mucho–, envidiaba a los niños franceses vecinos nuestros, a los que les ponían los juguetes el día de Navidad, lo que les daba la posibilidad de romperlos antes de volver al cole. No tenía nada en contra de que hubiera regalos también el día de Reyes, e incluso varios días más, pero, de tener que elegir una sola fecha, prefería una que pillara al comienzo de las vacaciones.

En los últimos años, alcanzada mi edad provecta, he cambiado de costumbres. Ya no me apunto ni a la Navidad ni a los Reyes. No regalo nada en estas “tan señaladas fechas”, que diría Su Majestad, el otro Rey. Me parece mucho más divertido hacer regalos cualquier otro día del año. Estás paseando, ves en un escaparate algo que piensas que podría venirle bien a alguna persona querida y se lo compras. Precisamente porque no tienes ninguna obligación de hacerlo. No sé si la receptora del regalo imprevisto lo agradecerá más o menos, pero de lo que no podrá dudar es de que es espontáneo y sincero.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (6 de enero de 2008). También publicó apunte ese día: 2008.

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2008/01/05 05:30:00 GMT+1

Los deseos y la realidad

Son las 6:00 de la mañana. Me dispongo a afeitarme.

Enciendo la radio. Hago un barrido del dial. Casi todas las emisoras emiten programas rituales, propios de estas fechas blandengues. A falta de noticias, recalo en un coloquio religioso que por lo menos es en directo.

Uno de los participantes, que se confiesa periodista, afirma que está muy enfadado con los medios de comunicación porque –dice– sólo se ocupan de los aspectos lúdicos de la Navidad: de las fiestas, los regalos, las diversiones, las comilonas, los viajes, etcétera, olvidándose de lo que la Navidad es «en realidad». «Porque la Navidad, en realidad, es una conmemoración hondamente religiosa», proclama.

Despierta mi fervor de polemista infatigable. «No», le respondo mentalmente, mientras me embadurno el cuello con espuma de afeitar. «En realidad, la Navidad actualmente es eso: los regalos, el consumismo y todo lo demás. Otra cosa es que a ti te parezca mal. Pero tus deseos no son más realidad que la realidad».

Es una querencia típica también en el terreno de la política. «¿Socialista el PSOE? ¡El socialismo es otra cosa!», suelta el uno. «¡La Unión Soviética nunca fue realmente comunista!», clama el otro. «¡Los liberales de hoy en día no tienen nada que ver con el liberalismo de verdad!», sentencia el de más allá. El ejercicio es el mismo: se decide que lo verdadero, lo realmente real, es lo proclamado en el plano de las ideas, de los ideales, y que, en la medida en que lo que sucede en la práctica no coincide con esos ideales, lo existente es falso, irreal, meramente aparente. Se invierten los términos: las ideas toman el lugar de lo real, y los hechos, el espacio de lo imaginario.

Pero la Historia no funciona así. Hay ideas que ayudan a poner en marcha determinados movimientos sociales, pero luego éstos siguen su propio rumbo, sin contar con el guión inicial.

La Historia carece de moral. Se limita a ser.

No tengo nada en contra de quienes se esfuerzan porque la realidad tome el rumbo de sus deseos. Yo también lo pretendo. Pero hemos de aceptar el limitado papel que juegan nuestros deseos. Incluso los más nobles.

O no: sobre todo los más nobles.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (5 de enero de 2008). También publicó apunte ese día: Gente para todo.

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2008/01/04 06:30:00 GMT+1

A por el pobre diablo

El Gobierno español ha obtenido en 2007 dos éxitos parciales a los que atribuye particular importancia, según hemos podido oír una y otra vez a sus voceros: se han reducido las víctimas mortales producidas por accidentes de tránsito sucedidos en vías interurbanas y ha disminuido el número de personas que fuman tabaco. En ambos casos, los avances se deben –eso es lo que dicen– al endurecimiento de las medidas represivas.

Estoy convencido de que, si el Gobierno ahondara en esa línea de actuación, obtendría aún mejores resultados. Por ejemplo, si sacara adelante una ley que dictamine que quienes infrinjan el Código de la Circulación serán recluidos durante cinco años en un penal de máxima seguridad, y otra por la que aquel que fume en un espacio no habilitado al efecto vea confiscados todos sus ingresos por un periodo mínimo de dos años.

No me afectan personalmente esos supuestos, puesto que no fumo y, ya desde hace algunos años, conduzco mi coche con una prudencia que hasta a mí mismo me sorprende. Pero no acabo de entender –o entiendo, pero me cabrea– por qué las autoridades se ceban en cierto tipo de infracciones, como los que acabo de citar, y se muestran de una benevolencia insondable con otros. ¿Es un crimen que un particular atufe a los cercanos con el humo de un cigarrillo pero, a cambio, resulta aceptable que un ayuntamiento cuente con una flota de autobuses urbanos que van sembrando el terror atmosférico a su paso?  O bien: ¿qué clase de burla es ésa que tanto repiten ahora de que “el que contamina paga”? No, señor: al que contamina se le suspende el negocio hasta que resuelva el problema, y además va a juicio y, si el delito lo merece, se le encarcela. No basta con que pague: a casi todos los que contaminan a lo bestia les sale más barato pagar multas que someterse a la legalidad.

La gracia está en darle caña al pobre capullo que va con su cochecito a 140 o que se fuma un pitillo en los lavabos del hospital, porque a fin de cuentas no es nadie (un voto, como mucho), pero respetar reverencialmente a las grandes empresas, que son, en último término, las que controlan el cotarro. Todos los cotarros.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (4 de enero de 2008). También publicó apunte ese día: Vivir del poema.

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2008/01/03 05:30:00 GMT+1

Milagros de quita y pon

Me cuentan que el Vaticano, que está en plena fiebre santificadora, hace acopio de todos los presuntos milagros que arropan las biografías de los muchos candidatos que tiene en la lista de espera del santoral y que ya no duda en certificar como portentoso casi cualquier suceso que le relaten, a nada que resulte un poco chocante.

No tengo nada en contra de que la Iglesia Católica canonice a tanta gente como quiera. Cada club privado cuenta con sus propias normas de admisión. Pero tengo un par de dudas sobre los milagros que quisiera exponer a vuestra consideración, por si os resultaran de algún interés.

La primera afecta a la extraña temporalidad que manifiestan casi todos los milagros de los que se tiene noticia.

Pongamos, por citar un caso bien conocido, el de la resurrección de Lázaro, el de Betania, que protagonizó Jesucristo, según se cuenta en el Evangelio de San Juan.

Pregunta: ¿dónde está hoy en día ese buen hombre? Porque lo lógico sería que, si el Hijo de Dios decidió que viviera, siguiera vivo, ¿no? ¿O es que lo resucitó un día para dejarlo morir a la vuelta de la esquina, como si nada?

Lo mismo cabe decir de las curaciones milagrosas. Le desaparece por ensalmo hoy la lepra a uno, oh maravilla, gracias a la intercesión de San Pito Pato, pero al ex leproso le da un infarto el año que viene, y San Pito Pato no mueve ni un dedo. Así que al hoyo con él. No sé. Es raro.

La segunda perplejidad que me producen los sucesos milagrosos se refiere a su mosqueante falta de creatividad. Por respeto a los derechos de autor –espero que la SGAE lo tenga en cuenta–, he de dejar constancia de que esta observación se la debo al difunto Massimo Troisi, quien se refería a la frecuencia con la que los milagros sirven para que un hombre con las piernas inmovilizadas vuelva a caminar, por ejemplo, pero cómo apenas se tiene noticia de que a alguien a quien le hubieran amputado ambas piernas le brotaran las dos enteras a partir de sus muñones, con sus pelos y todo, y echara a andar.

Bueno, sólo quería hacer este par de observaciones marginales, sin ninguna pretensión teológica. Para ilustrar que la falta de fe mueve montañas.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (3 de enero de 2008). También publicó apunte ese día: La calle vacía.

Escrito por: ortiz.2008/01/03 05:30:00 GMT+1
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2008/01/02 10:00:00 GMT+1

Muchas felicidades

Muchas felicidades.

Casi todos los años, por estas fechas, se las deseo a las personas que me leen.

Me gusta esta costumbre, tan hispánica, de desearnos felicidades, en plural. Y muchas, por añadidura.

Los hay que piensan que nos pasamos. “¿Muchas? ¡Con tener una sola felicidad, vas que chutas!”, dicen. No se dan cuenta de que el trasfondo de nuestro pensamiento apunta en la dirección diametralmente opuesta.

Quienes deseamos “muchas felicidades” partimos –aunque sea en nuestro inconsciente– de la convicción de que la felicidad, como estado permanente, es imposible. De que sólo cabe sentir felicidad en contraste con estados de infelicidad, sea mayor o menor: tristeza, aburrimiento, hastío, abatimiento, enfado, ira.

De la misma manera que sólo apreciamos los contornos de los objetos por la combinación de las luces y las sombras, sólo sentimos que somos felices porque nos acordamos de cuando somos infelices. “En la claridad absoluta no se ve nada”, decía Hegel. El razonamiento es impecable: si todo es luz, ¿cómo percibir los perfiles? Pero yo, más hegeliano que Hegel, sospecho que la claridad absoluta, sencillamente, no existe. Si fuéramos permanentemente felices no sabríamos que somos felices.

De hecho, cometemos un error cuando decimos que somos felices. Deberíamos moderar nuestro entusiasmo y conformarnos con constatar que estamos felices. Circunstancialmente felices. La vida nos proporciona –a quienes nos proporciona– instantes, momentos de felicidad. Algunas felicidades.

Hay horas en los que nos sentimos pletóricos, gozosos, encantados. Felices. Pero eso se pasa. Por fortuna. Porque, de no ser así, la felicidad sería también un aburrimiento, una rutina. Es la idea que tengo del Paraíso que prometen los Rouco Varela y consortes: un beatífico peñazo. Todo el día disfrutando de cosas tan estupendas como la contemplación de Dios. Y encima para toda la eternidad, sin posibilidad de escaparse.

Yo, que no tengo nada de sádico, os deseo a vosotros, amigos y amigas que leéis, disfrutáis y criticáis Público, que 2008 os proporcione muchas pequeñas parcelas de felicidad. O sea, y por volver al origen: muchas felicidades.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (2 de enero de 2008).

Hoy no hay Apunte del Natural, por culpa del apoteósico desastre catarral del apuntador, que ni siquiera ha estado en condiciones de participar en la tertulia de Radio Euskadi, como le correspondía.

Escrito por: ortiz.2008/01/02 10:00:00 GMT+1
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2008/01/01 07:45:00 GMT+1

Otro día vacante... pero menos

Hoy es otro de esos días que no hay prensa, de modo que tampoco columna mía en "Público". A cambio, sí he escrito un "Apunte del Natural" (Mensajes de fin de año). A ver si os compensa haber venido a pasearos por aquí.

Escrito por: ortiz.2008/01/01 07:45:00 GMT+1
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2007/12/31 06:50:00 GMT+1

Mentiras solemnes

El político de turno dice: “Todo el pueblo de Balmaseda se ha manifestado en contra del atentado”. Y uno ve la imagen de la concentración que se realizó, realmente desangelada (había casi más organizaciones convocantes que asistentes), y comenta: “Andá, ¿y ése es todo el pueblo de Balmaseda? No sabía que tuviera tan pocos habitantes”.

El otro dice: “Euskal Herria ha demostrado en la calle que está en contra de la acción represiva del Estado español”. Y uno ve la escasa asistencia a las pocas manifestaciones que se han producido en contra de la sentencia del sumario 18/98 y piensa, inevitablemente: “¿Que Euskal Herria ha demostrado su rechazo en la calle? ¿En qué calle?”

Los tramposos de toda suerte y nacionalidad se han acostumbrado a hacer afirmaciones tajantes que ellos mismos saben que son falsas, cuando no directas estupideces.

El pasado jueves, George W. Bush dijo que el atentado que causó la muerte de la señora Bhutto fue “un acto cobarde”. ¿Cobarde, en concreto? Pues no sé qué habría tenido que hacer el asesino para demostrar su valor. Se lió a tiros contra todos y luego hizo estallar una bomba que llevaba adosada al cuerpo, sucumbiendo también él mismo. Un kamikaze. Si decidimos que quienes atacan al enemigo sacrificando sus propias vidas son unos cobardes, ya podemos empezar a retirar estatuas honoríficas en todas las ciudades de todas las naciones del mundo. A no ser que establezcamos que sólo es héroe el que muere por nuestra causa (sea la que sea), y que todos los que dan su vida en defensa de otras ideologías son unos gallinas.

La política profesional de estos tiempos de ahora exige a sus practicantes que muestren su desparpajo con creciente insolencia. A ellos les corresponde decir lo que les dicen que conviene, porque así se lo indican los expertos en mercadotecnia, aunque la realidad esté clamando a gritos todo lo contrario.

Para mí que esos expertos se piensan que los ciudadanos no salimos a la calle nunca, o que cuando salimos vamos con las anteojeras que ellos nos han puesto y somos incapaces de ver lo que tenemos delante de nuestras narices.

Lo peor de todo es que puede que tengan razón.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (31 de diciembre de 2007). También publicó apunte ese día: Rosebud.

Escrito por: ortiz.2007/12/31 06:50:00 GMT+1
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2007/12/30 07:07:23.743000 GMT+1

Euskadi, 2008

Decía Antonio Machado en su Juan de Mairena que no hay nada que sea absolutamente inempeorable, y seguro que tenía razón. Pero muy mal tienen que venirnos dadas en 2008 para descender por debajo de la cota marcada durante el bienio negro 2006-2007.

Como vasco, para mí la imagen más representativa del pasado reciente ha sido la de esa joven camarera gallega, tan entrevistada en los últimos días, a la que le tocó el pasado 22 el primer premio de la lotería y que, cuando fue a recoger su décimo de la suerte, que había metido en la lata de las propinas, se encontró con que alguien se lo había robado.

La mayoría de los vascos hemos pasado por idéntico trauma. Creímos que nos había tocado la lotería con la tregua de ETA y el anuncio de conversaciones de paz pero, cuando nos preparamos a cobrar el premio una vez concluidos los actos de festejo, descubrimos que alguien nos había robado la participación.

Habré de decir en mi descargo que alerté varias veces sobre la imprudencia que suponía dejar el décimo en la lata de las propinas, o sea, que no era verdad que la tregua fuera un hecho irreversible, en contra de lo que estaban diciendo muchos políticos, tanto de la Villa y Corte como de Euskadi. Pero mi descargo no sirve para nada, fuera del clásico dixi et salvavi animam meam.

Hace mucho tiempo que tengo asumido que a algunos nos persigue la maldición de Casandra, condenada a hacer profecías que nadie tomaba en consideración. Lo que no me lleva a confundir el objetivo principal: sé que, por imprudentes que fueran quienes dejaron el décimo al alcance de cualquiera en vez de sellarlo con siete llaves, la culpa principal recae en quienes lo robaron.

Ahora todo es volver a empezar. Desde el principio.

Antes he mencionado a Casandra. Sigamos con la guerra de Troya y sus avatares: éste es el momento de Penélope, tejiendo y destejiendo todos los días, ganando tiempo. Perdiéndolo, en realidad.

Nunca nada es lo mismo. Otro griego lo dejó bien sentado: nadie se baña dos veces en el mismo río. Ahora las gentes, vascas y españolas, no tienen las mismas ganas de entusiasmarse. Ni a favor ni en contra.

No me atrevería a decir si eso es mejor o peor.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (30 de diciembre de 2007). También publicó apunte ese día: La felicidad absoluta.

Escrito por: ortiz.2007/12/30 07:07:23.743000 GMT+1
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2007/12/29 02:51:31.903000 GMT+1

¿Y quién los mata?

Hay una variedad de canciones dentro de la música folk anglosajona que ha dado y sigue dando espléndidos frutos. Me refiero a las llamadas topic songs, compuestas por el cantautor de turno a partir de una noticia leída en un periódico, oída en la radio o vista en la televisión.

Woody Guthrie fue maestro en el género –su Deportee (Plane Wreck at Los Gatos) está en la cumbre–, pero muchos otros, antes y después, han alimentado esa tradición con notable genio creativo. Entre los últimos, Bruce Springsteen. Entre los penúltimos, Bob Dylan, autor no sólo del célebre Hurricane, sino también de varias piezas juveniles impresionantes. ¿Quién mató a Davey Moore?  es una de ellas.

En esa canción demoledora, Dylan disecciona un combate de boxeo que acabó con la muerte de un contendiente. Pregunta quién fue el culpable de su muerte. Uno tras otro, todos los hipotéticos responsables (el árbitro, el público, el entrenador, el corredor de apuestas, el cronista deportivo, el otro boxeador) se van lavando las manos. Dylan tiene la inteligencia de no proporcionar ninguna respuesta final, pero la rabia y el desdén de la letra nos la sirve en bandeja. No hay un culpable específico. Todos son culpables.

El mismo presunto deporte terminó el martes más o menos en las mismas en Corea del Sur. Uno de los púgiles, Cho Yoi-sam, se desplomó nada más acabar un combate, víctima de una lesión cerebral.

La conclusión más sencilla –que comparto, dicho sea de paso– es que el boxeo debería ser prohibido. No sólo por los riesgos que comporta para quienes lo practican, que suelen acabar tronados, sino también porque es una vergüenza que haya gente que disfrute viendo cómo se dan de sopapos dos seres humanos.

Pero, a continuación –yo también practicante del género de las topic songs, a mi modo, leo la espantosa cifra de muertos que ha habido en las carreteras durante estos días, y me digo si no deberíamos tomar ejemplo de la canción sobre Davey Moore y empezar a preguntarnos quiénes los han matado.

La salida más sencilla y más cómoda está ya en la letra de Dylan: ellos sabía qué riesgos corrían; fue el destino, la voluntad de Dios.

A mí no me vale.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (29 de diciembre de 2007). También publicó apunte ese día: Raúl y Fidel.

Escrito por: ortiz.2007/12/29 02:51:31.903000 GMT+1
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2007/12/28 08:30:00 GMT+1

Monárquicos vocacionales

Muchos solemos decir que las monarquías no pintan nada en sociedades como las actuales –que son residuos atávicos, predemocráticos–, pero la observación fría y sincera de la realidad debe hacernos matizar esa afirmación y admitir que no pocas repúblicas de nuestro tiempo denotan lo fuerte que puede ser la añoranza de los hábitos monárquicos entre quienes ejercen el Poder.

Muchos parecen echar de menos el carácter hereditario de la Jefatura del Estado.

En eso hay escuelas distintas.

Están los que no comparten los principios de Felipe de Poitiers y su Ley Sálica, razón por la que promueven que la Presidencia la herede su mujer, un poco antes o un poco después. Ahora mismo tenemos en primer plano los procesos sucesorios de Argentina (ya culminado) y el de los Estados Unidos de América, donde el mal podría manifestarse con cierto retraso, pero no por ello con menos virulencia.

Ya sé que son casos en los que se persigue el objetivo pretendido apelando al designio de las urnas. Pero eso es secundario. Lo llamativo es el hecho singular de que tantos los presidentes vacantes como sus respectivos partidos descubran que, de los muchos millones de conciudadanos con los que cuentan, la persona más capacitada para ocupar el cargo sea precisamente la esposa de quien ya estuvo en él. (Nunca al revés. Es curioso.)

Otra escuela, similar pero distinta, es la que postula que la herencia del poder recaiga en un hermano. Ahí, la referencia inevitable es Cuba.

Más tradicionales son los que, como el dirigente norcoreano Kim Il Sung, delegan la vara de mando en su vástago primogénito, al modo monárquico más clásico entre los clásicos.

Se dice que no hay nada nuevo bajo el sol, lo cual es intrínsecamente falso –cada día que nace es nuevo–, pero sabemos, desde que Roma fue república, de la tendencia de muchos gobernantes a colocar en cargos clave del Poder a sus familiares más directos, sea para procurarse favores, sea para agradecerlos.

Siempre ha habido entusiastas de los privilegios de clan. Incluso muy excéntricos. Calígula llegó a presentar la candidatura a senador de su propio caballo. Aunque he conocido a candidatos peores.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (28 de diciembre de 2007). También publicó apunte ese día: Dime de qué presumes.

Escrito por: ortiz.2007/12/28 08:30:00 GMT+1
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