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2008/01/16 06:00:00 GMT+1

Patentes y marcas

Acabo de escribir una columna para Público sobre las diversas pendencias que hay hoy en día sobre el uso de determinadas marcas comerciales. He citado sólo dos casos, pero sonados: el de una sociedad financiera francesa que exige la exclusiva del nombre “Leonardo”, que utilizan también una asociación cultural y una fábrica textil, por lo menos (además del señor Di Caprio), y el de la empresa española de fabricación y venta de ropa Zara, que se queja de que los oriundos de la histórica localidad turca del mismo nombre pongan el nombre de su ciudad a productos y establecimientos, aunque no tengan la menor relación con el gremio de la multinacional del leonés Amancio Ortega.

Según escribía la columna y pensaba en estas historias de marcas registradas, recordaba los apuros que pasé para registrar un nombre que pudiera servirnos para una revista. Y eso que mi pretensión no era encontrar una denominación de uso general, utilizable para todo y en todos los lugares del globo, sino tan sólo una cabecera de revista, que por entonces, 1977 (no sé si se seguirá manteniendo esa clasificación), se llamaba “un registro de la clase 16”.

Acudí al Registro de Patentes y Marcas creyendo, ingenuo de mí, que había tomado las debidas precauciones, porque llevaba una lista de algo así como 40 nombres posibles. ¡Alguno serviría!

Primera sorpresa: había una cola que no tenía nada que envidiar a las que se forman ahora ante las taquillas de los conciertos de Bruce Springsteen. En cuanto hice el cálculo de la velocidad a la que se movía aquello, me di cuenta de que tenía para no menos de seis horas. Me dio para leerme una novela entera.

Pero lo peor no fue eso, sino que, cuando ya por fin pude acceder al funcionario encargado de la cosa, él hombre cotejó cachazudamente los nombres de mi lista con los que figuraban en los librotes de registro correspondientes, tras de lo cual me informó… ¡de que todos, absolutamente todos, estaban ya registrados!

Tuve una sensación de vértigo total. Decidí que yo no volvía a hacerme esa cola ni aunque me asparan. De modo que, apelando a la benevolencia del buen hombre, le pedí que me prestara un voluminoso atlas que tenía sobre la mesa.

Lo abrí al azar. Me encontré con un mapa del Magreb. Me puse a mirar a toda velocidad nombres de poblaciones. Encontré un pueblo cuyo nombre me pareció bonito. Le dije: “Mire, por favor, si está registrado Saida”.  Sacó el tomo correspondiente y lo repasó.  “No, mira, ése no”. Di un bote de alegría: “¡Pues regístrelo a mi nombre, por favor!”

Y así fue como tomó nombre aquella revista.

Quien no haya pasado por una experiencia como aquella no puede hacerse cargo de la impresionante actividad diaria que tiene el Registro de Patentes y Marcas. Seguro que hoy en día todo está informatizado, pero la actividad real, aunque no se vea físicamente, apuesto a que es aún mayor.

Hay toneladas de gente empeñada en hacerse con la propiedad del nombre de casi todo lo imaginable. Es lo mismo que ahora con los dominios de internet. Los hay que se dedican a comprobar si algunas marcas de reciente aparición y económicamente pujantes se han olvidado o no han tenido aún tiempo de registrar su nombre. Como sea ese el caso, ellos compran los derechos del título de la marca. Discretamente. Dejan que se vaya haciendo más y más popular y, cuando la cosa está ya madura, acuden a los propietarios a decirles que o les dan una pasta gansa o los llevan a los tribunales.

Alguna vez he contado,  creo, que también allá por 1977 me pidieron unos amigos de Bilbao que les evitara tener que viajar a Madrid para un trámite tan chorra y que registrara yo la marca “Euskadiko Ezkerra”. Les hice el favor, pero hube de ponerla a mi nombre, lógicamente. Al cabo de los años, aquella coalición se rompió. Quienes se quedaron con el uso del nombre no eran, a decir verdad, ni santos ni de mi devoción, y algún conocido malévolo me sugirió: “¿Por qué no ejerces tus derechos y les metes en un lío?”. Supongo que, en efecto, se habría montado un lío completo, porque habrían entrado en conflicto diversos registros: yo era propietario del nombre, pero doy por hecho que el partido acabó formalizándose ante el Ministerio del Interior.  ¿Cómo atender los derechos de las dos partes?

Fuera como fuere, me negué a hacer nada de ese estilo. “Para bien o para mal, Euskadiko Ezkerra son ellos; no yo”, respondí al maligno.

Al final dio igual, de todos modos. Fueron los propios dirigentes de Euskadiko Ezkerra quienes se encargaron de destruirla, aunque mantuvieran las siglas como mero adorno.

Escrito por: ortiz.2008/01/16 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: 2008 euskadiko_ezkerra apuntes patentes marcas | Permalink | Comentarios (9) | Referencias (0)

Comentarios

Curioso, sí. Hemos registrado una marca en el reino de espaÑa (el de los verdes valles y mares inmensos) y en la república portuguesa, la misma. En el "extranjero" no ha llevado menos de seis meses; en el reino, más de un año. Y era la misma. Y comenzamos los trámites después de comprobar que en el reino esa marca no estaba registrada. Cosas de la unión europea...

Escrito por: Antonio Gil.2008/01/16 10:36:19.316000 GMT+1

Vaya sorpresa me acabo de llevar (con décadas de retraso) con el nombre de la revista Saida.

Cuando salió esa revista yo pensé que era una palabra galego-portuguesa, como cuando preguntamos Onde fica a saída?

 

Escrito por: Xis.2008/01/16 12:48:6.805000 GMT+1

Cuentan que en los albores de Metro Bilbao, (no sé exactamente, 1996-1997) una persona que al parecer tuvo un serio percance con los seguratas del suburbano y fue sancionado económicamente por no llevar billete, (después de demostrar que sí lo había comprado pero efectivamente no lo llevaba encima porque su compañero-a de viaje se había apeado unas paradas antes con el título de viaje en el bolsillo) registró la web metrobilbao.com (o algo parecido) y desde ella explicó a los cuatro vientos las razones de su calvario con la compañía. Al mismo tiempo, utilizó la web para hacer (con el citado nombre o parecido, insisto) un siitio de contactos eróticos y exposición de fotos de alto voltaje, por no decir de carácter pornográfico. Al parecer, los mandamases del "underground" bilbaino, lograron rescatar, (no sé a qué precio) el nombre y el dominio que hacía alusión a su empresa.

Es una bonita forma de resarcirte de ciertos abusos. ¿no?.

Seguro que alguien conoce la historia con más detalles.

Escrito por: Foster-in.2008/01/16 13:21:28.574000 GMT+1

Pues date una vuelta por esta dirección y mira en qué han quedado tus seis horas de cola. http://www.odalisca.com/present.html 

Escrito por: Txema.2008/01/16 14:46:20.288000 GMT+1

Hola, una puntualización: Amancio Ortega no es leonés, sino gallego.

Escrito por: Namasté.2008/01/16 17:10:4.070000 GMT+1

Amancio Ortega nació en León.

Escrito por: G.A.D..2008/01/16 19:13:26.769000 GMT+1

Uno no es de donde nace, sino de donde pace.

Escrito por: Namasté.2008/01/16 20:09:47.824000 GMT+1

El de la historia de metrobilbao.com creo que era Nacho Allende (conocido como Torbe en internet). De hecho, la página que le ha hecho más conocido es de la misma temática sexual, de rarezas, pornográfica y el nombre lo sacó de un momento de desesperación (supongo que similar al de Javier Ortiz con Saida) mientras no encontraba un nombre libre para su dominio. Ya harto dijo: ¡esto es una puta locura! Ponedlo todo junto y añadidle .com

Escrito por: Mara.2008/01/27 16:47:3.873000 GMT+1

Javier, un comentario póstumo, si se puede llamara así. Quiero decir, he llegado hasta aquí leyendo cosas sobre ti tras conocer la noticia de tu fallecimiento. Saida en árabe significa feliz (en femenino). Mayal.la saida: revista feliz. Qué mejor nombre para una revista joven y de izquierdas en aquellos años. Recuerdo haberla comprado en el kiosko para leerla con avidez. Hasta siempre, Javier.

Escrito por: delgado.2009/04/28 10:15:26.523000 GMT+2

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