2007/11/17 05:55:00 GMT+1
Siguen los teóricos de la equidistancia: “Lo de los neonazis navajeros está muy mal, pero tampoco son de recibo esos chavales que gritan ¡A por ellos, como en Paracuellos!”.
Primer punto: una cosa es gritar y otra, radicalmente distinta, matar. Yo oí a la excelsa Édith Piaf cantar con los ojos encendidos de cólera vindicativa el Ça ira!, vibrante himno de la Revolución Francesa, en el que se incluye aquello de “¡A los aristócratas, los colgaremos!” (y que sigue, por cierto, muy poéticamente: “¡Y si no los colgamos, los descuartizaremos! ¡Y si no los descuartizamos, los quemaremos!”), pero jamás se me pasó por la imaginación que Édith Piaf tuviera la más mínima intención de hacer nada de todo eso. Como tampoco me he tomado jamás en serio la agresividad impostada de algunas consignas que se oyen en muchas manifestaciones.
No simpatizo con los desahogos verbales, pero me parece de una bajeza moral incalificable (miento: perfectamente calificable) situar en el mismo plano una pata de banco de unos cuantos manifestantes, por zafia que resulte, y una navajada mortal en el pecho.
Según datos publicados recientemente, en el último año se han producido en España del orden de 2.000 agresiones ultraderechistas, xenófobas y racistas, no pocas de ellas protagonizadas por bandas organizadas. Éste no es un asunto que tenga que ver con la libertad de expresión. Por mí, que opinen y clamen a los cuatro vientos lo que les pete. Hasta puede que su verborrea resulte de alguna utilidad para los profesionales de la antropología y de las psicopatologías sociales.
El asunto no es lo que dicen, sino lo que hacen. El problema es que se están organizando bajo cien máscaras distintas para provocar, para insultar y para agredir.
La Delegación del Gobierno en Madrid polemiza con la Audiencia Provincial sobre si conviene autorizar o no las provocaciones ultraderechistas del 20-N. Homenajear a responsables de cientos de miles de asesinatos políticos, ¿no es hacer apología del terrorismo? Y, si lo es, ¿no correspondería a la Audiencia Nacional tomar cartas en el asunto?
Claro que quizá esas cartas estén también marcadas.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (17 de noviembre de 2007).
Escrito por: ortiz.2007/11/17 05:55:00 GMT+1
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2007/11/16 05:30:00 GMT+1
Pongamos (por un momento nada más, y a meros efectos polémicos) que el Rey tuviera razón y que el número que le montó el sábado pasado en la Cumbre de Chile a Hugo Chávez estuviera justificado.
Bien: aun así, seguiría pendiente de análisis el incidente que protagonizó algo después, al abandonar con gesto desabrido el salón de actos de la XVII Cumbre Iberoamericana en el momento en el que intervenía el presidente de la República de Nicaragua.
Daniel Ortega no llamó “fascista” a ningún expresidente español. Es cierto que recordó que los aviones de la Fuerza Aérea de Ronald Reagan encargados de bombardear la residencia personal de Muammar al-Gaddafi en abril de 1986 –un acto de guerra ilícito que causó la muerte de diversos civiles, entre ellos una hija del presidente libio– despegaron de España, autorizados por el Gobierno español de entonces. Pero eso no es un insulto, sino un dato histórico.
A lo que parece, lo que más molestó al Rey no fue ese apunte (total, un bombardeo más o menos), sino que Ortega subrayara las prácticas abusivas, de auténtico expolio, que está utilizando en Nicaragua una compañía eléctrica española, Unión Fenosa. (Que es, dicho sea de paso, la única sociedad anónima del mundo que forma parte de la nobleza, porque Franco concedió en 1955 a su presidente el título de “conde de Fenosa”, o sea, “conde de Fuerzas Eléctricas del Noroeste, S.A.”, materializando una innovadora síntesis de feudalismo y capitalismo).
Ortega afirmó que esa empresa no está proporcionando a Nicaragua un servicio público digno de tal nombre. Alegó que, sirviéndose de sobornos, consiguió hacerse con la parte de la red eléctrica de su país que ya antes era rentable, desdeñando el resto, gracias a lo cual va a recuperar en un tiempo record todo el dinero invertido. Unión Fenosa forma parte de lo que en América Latina llaman, muy gráficamente, “los nuevos conquistadores”.
Ortega habla de eso y entonces va el Rey de España, se cabrea, se levanta y se marcha. ¿En función de qué? ¿Del honor mancillado de una sociedad anónima?
Ya que estamos hablando de una eléctrica, estaría bien que se hiciera la luz sobre ese otro regio desplante.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (16 de noviembre de 2007). También publicó apunte: Como chinches.
Escrito por: ortiz.2007/11/16 05:30:00 GMT+1
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2007/11/15 06:20:00 GMT+1
Me telefonea mi buen amigo Gervasio Guzmán. “Quiero pedirte consejo”, me dice.
La experiencia me ha demostrado que Gervasio no suele buscar consejos, sino ratificaciones. Cuando ha tomado una determinación importante, le reconforta que la gente que aprecia le diga que ha obrado bien.
No se lo reprocho. Hasta cierto punto me halaga. Mucho peor es lo de su prima Ethel –natural de Cuenca, como su nombre indica–, que tiene la fea costumbre de consultarme sus decisiones para ratificar que ha hecho bien… optando por lo opuesto. Si yo le digo que lo peor que podría hacer como periodista regional, una vez descartada la posibilidad de trabajar para el agreste PP de su tierra, es servir a los seudosociatas manchegos meapilas, ella se les ofrece de inmediato (por más que, previsora, se postule también como agente regional de Rosa Díez, por si acaso).
El consejo que esta vez me ha pedido Gervasio me ha entristecido. En realidad no es su consulta lo que me ha entristecido, sino mi respuesta.
“Me ofrecen ir de candidato en las próximas elecciones como independiente dentro de la lista Tal, bastante honrada, que puede hacer un buen trabajo, si sale elegida… ¡No sé qué hacer!”, me ha dejado caer.
Gervasio es catedrático. En su ciudad de residencia goza de un notable prestigio en tanto que hombre de principios, insobornable, que se ha metido en un montón de líos en defensa de causas tan justas como conflictivas.
“¿Sabes lo que pasa, Gervasio?”, le respondo. “Que todo el mundo considera que tus opiniones actuales son fruto de tu propia reflexión independiente, y se te valoran como tales. Pero, si te metes en una candidatura de partido, van a tomarlas como actos de disciplina rutinaria, burocrática. Eres social y políticamente más útil no adhiriéndote a ninguna candidatura.”
Se queda un rato en silencio.
“Vale, Javier. Sí, es lo que yo también había pensado. Pero, ¿no te parece patético que, si pretendemos ser mínimamente eficaces en política, tengamos que movernos al margen de los partidos políticos?”
“Por supuesto, Gervasio”, musito.
¿Qué otra cosa podría responderle?
Es tremendamente triste. Pero no lo hemos elegido. Nos han abocado.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (15 de noviembre de 2007). También publicó apunte: Sublime Romeu.
Escrito por: ortiz.2007/11/15 06:20:00 GMT+1
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2007/11/14 05:30:00 GMT+1
Si alguien quiere merecer atención y respeto aquí y ahora, lo mejor que puede hacer es procurar que todas sus eventuales desgracias queden grabadas en vídeo.
El factor vídeo se ha convertido en la clave.
En primer lugar, claro está, por lo que tiene de probatorio. Si te pasa algo, queda registrado. ¿Que un chulo racista te da de patadas en un tren catalán? Zas: la cinta magnetoscópica inmortaliza la bellaquería y el energúmeno es localizado a las pocas horas.
Pero eso no es lo más importante. Lo principal es que, si lo que te sucede queda grabado, puedes convertirte en protagonista de un espectáculo de televisión susceptible de emocionar a las grandes masas. En un producto de consumo emocional colectivo. Te entrevistan, te compadecen, te apoyan, se preocupan por lo tuyo. Ya no eres un desgraciado más, otro de tantos: eres “el de la tele”. Has ascendido a otra categoría. Hasta es posible que haya estudiosos que analicen tu caso.
Hace pocos días, un chaval ecuatoriano estaba realizando encuestas a domicilio en un barrio de Alicante. Encuestas de ésas que encargan a las empresas demoscópicas y que se realizan mediante entrevistas puerta a puerta (“Hola, buenos días. Me llamo Fulano de Tal y trabajo para la empresa Cual. Ésta es mi acreditación”, etc.). Bien, pues un energúmeno se le echó encima al grito de “¡Estoy hasta los huevos de estos payoponis de la mierda!” y lo expulsó del edificio a bofetadas y empellones. Para su desgracia, ninguna cámara registró la agresión. La contempló un conocido mío, que me la ha contado, pero su testimonio no pintaría demasiado ni en YouTube ni en los telediarios. Así que como si nada. El asunto ha pasado desapercibido. Como tantos otros de los que se producen cada dos por tres.
Nada muy diferente a lo que sufrió Jaime F.R., un colombiano de 56 años vecino de Las Rozas (Madrid) al que unos chavales dieron en la madrugada del pasado día 6 una enorme paliza al grito de “¡Viva España!”, después de haberlo atropellado con su coche.
Tampoco hubo ninguna cámara que captara la escena. La contempló su mujer, sí, pero dónde va a parar.
Hoy en día, o te enfoca una cámara o no eres nadie.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (14 de noviembre de 2007). También publicó apunte: Cried For No One.
Escrito por: ortiz.2007/11/14 05:30:00 GMT+1
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2007/11/13 05:30:00 GMT+1
“Enfrentamiento en Madrid entre bandas juveniles de diverso signo ideológico”. ¡Fascinante planteamiento! Voy a pedir a los historiadores que asuman esta nueva tendencia, tan aséptica y tan equidistante. ¿Qué tal si se deciden ya a describir la II Guerra Mundial como un “enfrentamiento entre bandas adultas de diverso signo ideológico”?
Lo mismo para las víctimas. “Se produjo un muerto”, leo en un titular. No me digáis que no es fantástico ese “se”. ¡Se produjo! ¿Él solo, por su cuenta?
Tomemos ejemplo y escribamos, a partir de ahora: “En el enfrentamiento entre bandas adultas de diverso signo ideológico que tuvo lugar en el mundo entre 1939 y 1945 se produjeron varios millones de muertos. Muchos de ellos se produjeron en cámaras de gas y hornos crematorios”.
Incluso ha habido un periódico, que se pretende lo más de lo más, que ha considerado que no estaba lo suficientemente claro que el chaval asesinado el domingo en el metro de Legazpi fuera realmente antifascista (se ve que luchar contra el fascismo no es prueba bastante), razón por la cual aludió a él en su portada de ayer calificándolo de “antifascista”... ¡entre comillas!
¡Cuánta ideología babosa condensada en unas solas comillas!
Pero vayamos al meollo. El punto clave es que las autoridades de Madrid, olvidándose de que el Código Penal español prohíbe la provocación a la discriminación, al odio y a la violencia por motivos de etnia, raza u origen nacional, autorizan actos públicos xenófobos, netamente fascistas, como el que se iba a celebrar con su beneplácito el domingo en Usera. Una vergüenza pública que movió a unos cuantos centenares de jóvenes, dotados del sentido de la dignidad y de la memoria histórica del que tantos mayores carecen, a plantar cara en el sitio de autos para decir… pues eso: que ya está bien.
Me piden que compare lo que se prohíbe en Euskadi y lo que se permite en Madrid. Para qué. Que vea quien tenga ojos para ver.
Los que tenemos ojos para ver vemos que en la España de hoy reina un patético desarme ideológico. Y que a quienes tratan de mantener alta la guardia los ponen entre comillas.
Aunque den su vida en el intento.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (13 de noviembre de 2007). También publicó apunte: Zapatero, un Proudhon de última generación.
Nota de edición: Javier critica en esta columna el tratamiento dado por algunos medios al asesinato de Carlos Palomino.
Escrito por: ortiz.2007/11/13 05:30:00 GMT+1
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2007/11/12 07:40:00 GMT+1
Por más que repaso las funciones que el art. 62 de la Constitución atribuye al Rey, no veo en cuál de ellas podría encajar que el titular de la Corona de España se dirija públicamente a un jefe de Estado extranjero y le reclame de malos modos que se calle, como hizo nuestro Borbón en la Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile.
El conminado, Hugo Chávez, respondió al monarca español que, por muy Rey que sea, no es quién para cerrar la boca al presidente electo de un Estado soberano. Lo cual, desplantes pendencieros al margen, es jurídicamente exacto. La Constitución Española (art. 64) fija en qué condiciones debe actuar el Rey en política: siempre con el previo refrendo del Ejecutivo, puesto que su persona está exenta de responsabilidad (art. 56.3).
Tratan ahora de convencernos de que los aspavientos de Juan Carlos de Borbón, incluido su posterior abandono airado del salón donde se celebraba la Cumbre, habían sido acordados de antemano con el Gobierno. Es absurdo. Primero, porque lo que sucedió no podía estar previsto (¿o es que lo habían acordado también con Chávez y con Ortega?). Segundo, porque no tendría sentido que el Gobierno español utilizara como ariete pendenciero a un Jefe de Estado cuyo papel político está legalmente limitado a la mera representación institucional.
En resumen: es obvio que el Rey perdió los papeles. Tiene poco que hacer y lo hace mal.
Todo lo cual es por completo independiente de la desabrida discusión que mantuvieron Zapatero y Chávez, aunque ésa también se las trajo.
Para empezar, el presidente del Ejecutivo español podría haberse ahorrado sus paternales lecciones de economía neoliberal. Alguien debería haberle dicho que serían interpretadas como una defensa de los desmanes de las multinacionales españolas, que se están cubriendo de gloria en América Latina.
Por su parte, el presidente de Venezuela debería saber que no es una prioridad determinar qué (des)calificativo cuadra mejor al anterior presidente del Gobierno de España.
Un día antes, Zapatero había dicho que en esta Cumbre se iba a pasar de los discursos a los actos. La verdad: yo pensé que se refería a otra cosa.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (12 de noviembre de 2007). También publicó apunte: Más sobre lo de Chávez.
Escrito por: ortiz.2007/11/12 07:40:00 GMT+1
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2007/11/11 07:00:00 GMT+1
Detesto las tertulias agresivas de televisión. Me refiero a ésas en las que se supone que los participantes deben zurrarse la badana a base de bien, lanzándose improperios a voz en cuello y soltando sus opiniones como latigazos.
Tampoco me postulo como experto en la materia, porque lo cierto es que sólo he visto alguna vez algún retazo de alguna. Huyo de ellas porque me ponen de mal humor por partida cuádruple: no me gusta que la gente se falte al respeto, detesto las acusaciones ad hominem, me revienta que la gente se chille y, en fin, los argumentos que cruzan el aire a la velocidad del rayo me recuerdan demasiado a los fuegos fatuos.
No voy a referirme a ninguna tertulia en concreto, haya sido o no noticia reciente. Hablo en general.
Cuando acepto participar en tertulias de televisión –lo que suele ocurrirme–, me aseguro de que rigen en ellas normas de otro género. Normas elementales como, por ejemplo, comportarse con cierta urbanidad, no recurrir al insulto, dejar hablar a los demás y no pegar voces.
Pero incluso esas tertulias, siendo netamente distintas –no circenses, para empezar–, también tienen lo suyo de insatisfactorias. No por culpa de sus promotores, sino porque los debates en televisión tienen algo de intrínsecamente perverso.
Suelo recordar algo que le leí hace años al crítico de televisión del semanario satírico francés Le Canard Enchaîné. Según él –un tipo brillante, acerado, sin pelos en la pluma–, los debates de televisión son “esencialmente imbéciles” porque –escribía– “en televisión, toda exposición argumental que dure más de tres minutos resulta insoportablemente pesada. Pero toda exposición argumental sobre algo mínimamente complejo que dure menos de tres minutos resulta insoportablemente superficial”.
De lo que él deducía que la televisión, sencillamente, no tiene remedio.
Él era un revolucionario. Yo, en cambio, soy un pobre reformista. No reclamo que la televisión sea un medio inteligente. Ni siquiera le exijo que no sea imbécil. Me conformo con que no me tome a mí por imbécil. Y que no me presente como discusiones de principios las pendencias entre gente que sólo discute de sus negocios.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (11 de noviembre de 2007).
Escrito por: ortiz.2007/11/11 07:00:00 GMT+1
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2007/11/10 07:50:00 GMT+1
Otra agresión contra un taxista, esta vez en Vitoria, ha puesto nuevamente de actualidad las medidas de protección que reclaman muchos miembros del gremio. Quieren que la Administración les facilite la instalación de mamparas de seguridad, cámaras de vídeo que graben lo que sucede en el interior de sus vehículos, sistemas de aviso y localización que los potenciales agresores no puedan captar...
Hay un serio debate al respecto. Algunos sostienen que la actividad de los taxistas supone un servicio público y que, en consecuencia, las administraciones están obligadas a velar por él. Si la sociedad quiere que haya taxis –dicen–, está obligada a ofrecer a los profesionales del ramo unas condiciones de trabajo seguras. Pero otros replican que los sistemas de seguridad para los que se reclama financiación pública son muy caros y que, tratándose de una actividad de utilidad colectiva pero de beneficio privado, han de ser los empresarios del gremio (que a menudo no son los que conducen el vehículo, por cierto) los que decidan si les compensa dedicarse a eso o si deberían emplearse en otros asuntos.
No veo mal que los poderes públicos ayuden a los propietarios de taxis para que se costeen algunas medidas de seguridad –facilitándoles créditos blandos, por ejemplo–, pero los empresarios del taxi habrán de asumir que son muchas las profesiones socialmente necesarias que comportan bastantes riesgos aleatorios. Pondré un solo ejemplo: cada vez son más frecuentes las agresiones sufridas en centros de estudios por enseñantes y alumnos. ¿A unos sí y a otros no?
Más allá de lo que buenamente puedan hacer para respaldar a tales o cuales profesionales que sufren asaltos y agresiones, convendría que los poderes públicos vieran más lejos. O más abajo, quizá. Para apuntar a la raíz del problema. Que estudiaran a fondo con qué insistencia se está enalteciendo la chulería y promocionando el matonismo como modelos de comportamiento. Y que obraran en consecuencia. Y si tienen que meter mano a unas cuantas cadenas de televisión, adelante. Quizá multando a unas cuantas por exaltar la violencia se sacara algún dinero para pagar mamparas.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (10 de noviembre de 2007). También publicó apunte: Los gobernantes merecidos.
Escrito por: ortiz.2007/11/10 07:50:00 GMT+1
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2007/11/09 05:00:00 GMT+1
¿Es realmente así de simplón el pensamiento de José María Aznar o finge él que lo es porque cree que eso le acerca más al pensamiento simplón del público al que trata de atraer? No lo sé y, a decir verdad, tampoco creo que importe demasiado: un simplón se caracteriza por comportarse como un simplón, y que le salga del alma o lo simule no altera demasiado los efectos prácticos de su rollo, uniformemente simplón. Lo que Aznar pueda encerrar en el fondo de su alma –empleados sean los anteriores términos con todas las lógicas prevenciones– resulta secundario. Lo conocemos por sus actos, y con eso nos basta y sobra.
En la presentación de su último libro (seguimos en las mismas: poco importa quién lo haya escrito; el caso es que lo firma él), el expresidente del Gobierno del PP y consejero de Murdoch ha tratado de torear el asunto de la “autoría intelectual” de la matanza del 11-M, sobre el que tanto han especulado los de su cuadra, afirmando que los atentados terroristas, ya procedan del independentismo vasco o sean de raíz “islamista” (él empleó ese adjetivo), tienen de común que “alguien [los] planifica y decide cuándo, dónde y cómo [realizarlos para] hacer el mayor daño”.
Pues no. Si lo que el campeón de las Azores pretende es argüir –y así parece– que siempre hay un “alguien” que planifica y decide, pero luego se queda en la sombra, como autor intelectual pero no material, se equivoca.
La historia del activismo armado vasco registra un buen número de atentados, incluidos varios con resultado de muerte, que fueron ideados y ejecutados por la misma gente. Por su cuenta y por su riesgo. Sin nadie por encima. Las acciones de los Comandos Autónomos Anticapitalistas –que siempre son contabilizadas como si hubieran sido cosa de ETA, aunque se llevaban a matar, y nunca mejor dicho– entran de lleno en ese capítulo.
Y no digamos ya las del campo yihadista, con Al Qaeda como referente principal, que hace de la capacidad de decisión y ejecución autónomas, prácticamente espontáneas, un elemento clave de su modus operandi.
De modo que Aznar sólo ha tenido una idea nueva sobre el 11-M, y es una bobada.
Genio y figura.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (9 de noviembre de 2007). También publicó apunte: Más sobre la «autoría intelectual».
Escrito por: ortiz.2007/11/09 05:00:00 GMT+1
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2007/11/08 07:55:00 GMT+1
El trigésimo segundo aniversario de la Marcha Verde que organizó Hassan II para anexionarse el entonces Sáhara Español ha coincidido con la visita que el Rey de España ha realizado a Ceuta y Melilla.
De toda la profusa retórica que políticos y periodistas adictos han desplegado para la ocasión, las frases que más me han conmovido –por así decirlo– han sido las dedicadas a glosar el viaje de Juan Carlos de Borbón como «un gesto tranquilizador para los españoles de Ceuta y Melilla».
Me conduce eso a la enésima constatación de que el personal tiene muy poca y muy mala memoria.
Los antecedentes viajeros de Juan Carlos de Borbón por territorios de soberanía española en África no deberían tranquilizarlos en absoluto. Yo, por lo menos, recuerdo muy bien el 2 de noviembre de 1975, día en el que el entonces Príncipe de España, en funciones de Jefe de Estado por la enfermedad de Franco, viajó a El Aaiún y dijo a la población saharaui en el tono más solemne que su perenne gangosidad le permitió: «¡España cumplirá sus compromisos!».
A continuación, salió pitando, como lo haría el Ejército español pocos días después, dejando al pueblo saharaui en la estacada.
Fue, por cierto, un magnífico antecesor de Felipe González, que prometió a los saharauis en Tinduf en 1976: «¡Estaremos con vosotros hasta la victoria final!». (Digamos en su descargo que no precisó a la victoria de quién se refería.)
Vistos a la luz de la experiencia histórica, los viajes en loor de multitudes de los jefes de Estado europeos a sus posesiones norteafricanas suelen ser augurio de todo lo contrario de lo aparente. Pienso no sólo en lo de nuestro Borbón en El Aaiún, sino, sobre todo, en Charles de Gaulle en Argel, el 4 de junio de 1958, cuando se dirigió a una enorme muchedumbre de colonos franceses (tan arraigados en África, por cierto, como los españoles más veteranos de Ceuta y Melilla). El grand Charles, maestro en grandilocuencias, alzó los brazos y gritó a la multitud: «Je vous ai compris!» («¡Os he entendido!»).
Ni os lo cuento: fue la apoteosis.
Menos de cuatro años después, firmó los acuerdos de Evian y Francia se retiró de Argelia.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (8 de noviembre de 2007). También publicó apunte: Peleas de familia.
Escrito por: ortiz.2007/11/08 07:55:00 GMT+1
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