2007/11/27 05:30:00 GMT+1
Vengo cachondeándome desde 1983 de las cifras de asistencia a las manifestaciones que difunden los convocantes. Se instauró por entonces una técnica de cálculo que prescindía de la cantidad de gente que se hubiera manifestado realmente para tomar como única referencia la comparación con anteriores acontecimientos del mismo género. Ejemplo: “Si los sindicatos han dicho que en la mani del último 1º de Mayo hubo 250.000, en la nuestra de ayer debió de haber por lo menos 300.000, porque éramos más”. A continuación llegaba otro que seguía rizando alegremente el rizo: “Si se dijo que en la Marcha a Torrejón de hace un mes participaron 300.000, en la de anoche tuvo que haber por lo menos medio millón, porque fuimos casi el doble”.
Lo que nos fue abocando poco a poco a la unidad de medida político-madrileña del millón de manifestantes, de tan generalizado uso en los últimos años.
Según los servicios de Prensa de Aguirre, la cólera de Dios, el sábado acudieron 550.000 individuos a la manifestación madrileña de la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Un estudio serio, basado en el espacio ocupado por los concentrados, ha revelado que no hubo más de 62.000 personas.
De todos modos, la experiencia acumulada en estos menesteres enseña que, en todas las series estadísticas referentes a asuntos políticos, las cifras concretas son secundarias. En lo que hay que fijarse es en su evolución. En la curva que siguen.
Las manifestaciones de la AVT van de capa caída. Si quien calcula la cantidad de asistentes es la Comunidad de Madrid, el descenso va de un millón y medio a un millón, y luego de un millón a medio millón. Y si quien hace la estimación es la Delegación del Gobierno, la bajada es proporcionalmente similar, aunque con cifras muy inferiores. Y si quien realiza el cómputo es la gente de Manifestómetro, que lo hace con demostrado rigor, el resultado es aún más magro, pero la curva es la misma.
¿Conclusión? El rollo de la AVT, santo y seña de la secta Acebes-Zaplana-Aguirre, cada vez atrae menos. Lo confirman todas las estadísticas, vengan de donde vengan.
Tiempo habrá de teorizarlo. De momento, constatémoslo.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (27 de noviembre de 2007). También publicó apunte ese día: Un caso.
Escrito por: ortiz.2007/11/27 05:30:00 GMT+1
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2007/11/26 05:30:00 GMT+1
Afirma la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, que “la violencia no puede convertirse en espectáculo”. Lo dijo en general, aunque entrando en la polémica suscitada por un programa en el que Antena 3 dio cancha a un tipo que pretendía reconciliarse con su expareja y que finalmente, al no lograr su propósito, optó por asesinarla.
Empezaré por las precisiones terminológicas, que casi siempre tienen mucha más miga ideológica de lo que aparentan.
¿La vicepresidenta quiso decir “la violencia no puede convertirse”, o más bien “no debería convertirse”? Porque poder, lo que se dice poder, vaya que sí puede, y la prueba está a la vista.
Supongamos que el terreno en el que quería situarnos Fernández de la Vega no fuera el del poder, sino el del deber. Pero ¿de qué deber se trataría? Los ejecutivos de Antena 3 tienen el deber imperativo y categórico de conseguir audiencia, para que el negocio no se les vaya al garete y, si propiciando programas como El diario de Patricia logran audiencia, habrán cumplido con su deber, y si no, se las tendrán tiesas con los dueños de la empresa. Sin el espectáculo de la violencia, fingida o real, no habría programaciones de televisión.
¿Reprueba la vicepresidenta que en las sociedades occidentales las cosas funcionen así? Lo ignoro, pero lo que sí estoy en condiciones de asegurar es que la política que hace su Gobierno no se rige por criterios muy diferentes. También se inclina ante las exigencias del guion y ante los índices de audiencia que se materializan cada cuatro años en las urnas. ¡Cuántas veces no habré oído a políticos de alto copete decir: “Vale, de acuerdo, eso sería lo justo, pero si lo hiciéramos nos crucificarían”!
¿En qué consiste el deber? ¿En hacer lo decente, lo que anima a la igualdad entre las personas, lo que cultiva la solidaridad entre los pueblos? ¿Cree la vicepresidenta que vender armas a regímenes opresores, como lo hace España con Turquía y con Marruecos, es ético? ¿Y estar a partir un piñón con el Gobierno chino, a lo que ella tanto ha contribuido?
¡El negocio de la violencia!
La que no viva de él, que tire la primera piedra.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (26 de noviembre de 2007). También publicó apunte ese día: Augurios.
Escrito por: ortiz.2007/11/26 05:30:00 GMT+1
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2007/11/25 05:30:00 GMT+1
A Patxi López le parece fatal que el lehendakari convoque como testigo a Rodríguez Zapatero y a un par de sus antecesores para que admitan ante el tribunal que va a juzgarlo por haberse entrevistado con algunos dirigentes de la izquierda abertzale que ellos también hablaron no sólo con Otegi y los suyos, sino incluso con los mandamases de ETA.
El jefe del PSOE vasco sostiene que Ibarretxe “juega a la víctima” (supongo que quiere decir “a hacerse la víctima”) y que llama a declarar a esos testigos porque no sabe defenderse solo.
Da la sensación de que es López el que no sabe defenderse solo.
He oído argumentos peregrinos en mi vida, pero los suyos son de marca mayor.
El ministro español de Justicia ha comentado la demanda del lehendakari diciendo, con mucho sentido común, que todo aquel que es juzgado por un tribunal de Justicia tiene derecho a elegir la línea de defensa que entiende más adecuada. Si a uno lo sientan en el banquillo de los acusados por haber hecho algo que otros han hecho antes sin que nadie les haya acusado de nada, como es el caso, resulta de una lógica abrumadora que subraye esa circunstancia con los trazos más visibles.
Lo más disparatado del ataque de López a Ibarretxe es que encima, para más inri… ¡está de acuerdo con él! Porque López va a ser juzgado junto al lehendakari por idéntico motivo, y su defensa también tiene previsto apelar a los mismos precedentes. ¿Que él no piensa llamar a Rodríguez Zapatero y Pérez Rubalcaba para que testifiquen en persona, para no importunar a gente tan principal? Pues allá él. Es su problema.
Cuando López sostiene que Ibarretxe “juega a la víctima” me acuerdo de los muchos que decían, allá por los primeros noventa, que el entonces presidente del Gobierno español, Felipe González, padecía de “manía persecutoria”. Lo escribí en aquellos momentos: “Es verdad que González sufre manía persecutoria. Pero también es cierto que no le cuesta nada, considerando que somos legión los que le perseguimos”.
Salvando las distancias éticas y políticas, GAL mediante, a Ibarretxe le sucede algo similar. Le resulta muy fácil “jugar a la víctima”. La realidad se lo pone a huevo.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (25 de noviembre de 2007). También publicó un apunte que tiene relación con esta columna: Voilà!
Escrito por: ortiz.2007/11/25 05:30:00 GMT+1
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2007/11/24 07:30:00 GMT+1
Hace mucho, cuando ejercía de editor de revistas, solía recurrir a los servicios de un excelente pintor que, como apenas vendía cuadros, aceptaba encargos como ilustrador. Era un lujo contar con él. Le encargaba cuatro trazos rápidos sobre cualquier asuntillo de actualidad y me mandaba auténticas obras de arte, dignas de enmarcarse.
Aquel pintor nunca tuvo el éxito que habría merecido –quizá algún día lo obtenga post mortem– porque era sólo un gran pintor. Las implacables reglas de la mercadotecnia, de las relaciones públicas y de la coba al poder le venían muy grandes.
No es que las despreciara. Ni siquiera las entendía.
Para ser un pintor de éxito no basta con ser un buen pintor. Ni siquiera es imprescindible ser un buen pintor. Hay que contar, eso sí, con los padrinos adecuados –o las madrinas adecuadas–, tener los contactos mediáticos pertinentes y pasear solícito por los salones que frecuenta la gente que conviene. Si sabes venderte, te compran.
Esto que digo sobre el gremio de la pintura podría aplicarse a cualquier otro escenario artístico. A los platós, por ejemplo.
Fernando Fernán-Gómez, cuya talla multifacética ahora todo el mundo pondera, también se vio muchas veces abocado a aceptar trabajos que le venían pequeños, o raros. Si se hubiera amoldado sin chistar a las exigencias del show business, repartiendo sonrisas y abrazos a diestro y siniestro, según la norma, otro gallo le habría cantado. Pero el genio tenía genio. Había demasiadas bobadas que le tocaban las narices, y lo decía. Lo cual se paga. (O no se ingresa, que viene a ser lo mismo.)
Hay gente que cree que los grandes artistas hacen gala de su integridad no aceptando sino encargos a la altura de su mucho talento. Qué va. La integridad, cuando es real, impregna la vida entera. Rara vez se ve en los escaparates. Puede demostrarse incluso luciendo menos, renunciando a triunfar más, resignándose a trabajar en lo que sale. Es un precio que hay que pagar en ocasiones para no perder la libertad de mandar a los plastas a la mierda.
Para mí que Fernán-Gómez les ha resultado incómodo incluso muerto. ¡Y no digamos con esa bandera por encima!
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (24 de noviembre de 2007). También publicó un apunte que tiene relación con esta columna: Una autocrítica.
Escrito por: ortiz.2007/11/24 07:30:00 GMT+1
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2007/11/23 05:30:00 GMT+1
Los últimos conflictos sociales que se han vivido en Francia dan para más de una reflexión.
En mi caso, el primer pensamiento que me viene es de cochina envidia.
Viví en Francia unos cuantos años, trabajé y estudié allí, y sé de sobra que las direcciones sindicales de nuestro vecino –que para mí no es vecino, porque siento aquella tierra también como mía– están tan burocratizadas como en cualquier otro estado europeo. O más.
Pero una cosa es burocratizadas y otra domesticadas. Los sindicalistas franceses se ganan los garbanzos haciendo como que defienden a los trabajadores. Pegando voces al Gobierno y a las patronales, así sea sólo para que no se diga.
Nicolas Sarkozy está de los nervios: “En una democracia madura”, dice, “la mayoría debe imponerse sobre la minoría, por violenta que sea”. Sarkozy es carca –es el gran jefe de los carcas franceses, de hecho–, pero no es bobo. Él sabe que La Bastilla no se tomó por votación democrática. A él le consta que todos los cambios importantes que ha registrado la Historia de Francia han sido protagonizados por masas decididas, pero no necesariamente mayoritarias. Las mayorías que compran su baguette y su queso, se toman su pastis en el bistrot de la esquina, se hacen su ensalada de remolacha y se quedan viendo la tele en casa, son estupendas a la hora de votar, porque se portan como Dios manda, pero no determinan el rumbo de la vida política. No a diario, por lo menos.
En Francia hay una cosa que se llama sociedad civil. Es en parte autóctona y en parte de importación, pero está conjuntamente viva y tiene la sana costumbre de montar el pollo en cuanto los gobernantes y sus amigos del dinero se empeñan en tocarle las narices en exceso.
Hay quienes dicen que Francia necesita modernizarse. Son los que piensan que una sociedad sólo es moderna cuando se aviene a inclinar la cabeza y a aceptar lo que sea, con tal de que se lo ordenen los de arriba. Y si se le dice en inglés, mejor que mejor. La sociedad francesa está también en ello –no me hago demasiadas ilusiones–, pero hay algo en su ser que se ve que se resiste.
Quizá tenga fechas.
1789 puede ser una. 1871, otra.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (23 de noviembre de 2007). También publicó apunte: Josemari.
Escrito por: ortiz.2007/11/23 05:30:00 GMT+1
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2007/11/22 05:30:00 GMT+1
El día que sienta deseos de polemizar con monseñor Blázquez, prometo que os lo confesaré con toda franqueza. Pero no es el caso. Sus declaraciones sobre la Guerra Civil española, el papel de la Iglesia Católica entre 1931 y 1976 y demás asuntos conexos no me han producido ni frío ni calor. Cada cual trata de salir de sus embrollos como puede y como le dejan. ¿Qué se puede esperar del presidente de la Conferencia Episcopal celtibérica, por muy pastelero que sea? Pues algo así, como mucho.
Lo que me ha enfurecido es que una cierta izquierda española (¿o será eso toda la izquierda española, y yo sigo sin enterarme?) cante albricias, llore de emoción y celebre que por fin un representante de la Iglesia Católica haya pedido perdón por lo que sus majestades sotánicas hicieron no ya durante la Guerra Civil –tela–, sino también cuando terminó la Guerra y ya no había dos bandos, sino una sola banda, que era la de los suyos: ésos que alzaban el brazo haciendo el saludo romano y cantaban el Cara el Sol, mayormente porque ellos no estaban a la sombra, como los otros.
¿De dónde se ha sacado nuestra progresía que Blázquez ha pedido perdón? El presidente del episcopado local ha enunciado un puñado de consideraciones melifluas (en plan digo y no digo, sugiero y me callo) que cada cual es muy libre de interpretar como le salga: valen lo mismo para un roto que para un descosido. Pero pedir perdón, lo que se dice pedir perdón, no le ha pedido perdón a nadie, y menos en nombre de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
¿Qué clase de izquierda es ésta nuestra de ahora, que se conforma con que los cómplices de decenas de miles de asesinatos se salgan por peteneras, diciendo cosas como que “todos hicimos cosas feas”, y así?
Ayer circulé por una carretera guipuzcoana allanada con los trabajos forzados de presos republicanos. Muchos dejaron allí su vida.
Que les pidan perdón a ellos y a sus deudos. Directamente.
El resto son milongas.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (22 de noviembre de 2007). También publicó apunte: De paso por Aritxulegi.
Escrito por: ortiz.2007/11/22 05:30:00 GMT+1
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2007/11/21 05:00:00 GMT+1
Pocas proposiciones programáticas del PP retratan tan bien su ideología –su concepción del mundo subconsciente, soterrada– como ésa que no paran de repetir últimamente en todos sus congresos, convenciones, conferencias o como quiera que llamen a los actos de afirmación patriótica que no paran de montar: “Exigimos la igualdad de todos los españoles” –dicen– “vivan en la región de España en la que vivan”.
No se dan cuenta de la ingenua candidez con la que se autodenuncian. Porque, con ese rollo monocorde, lo que demuestran es que las únicas desigualdades que les interesan son las que vienen dadas por las diferencias geográficas, es decir, aquellas que excitan su obsesión enfermiza por “la unidad de España”.
La pregunta elemental es: si tanto les apasiona la igualdad, ¿por qué no exigen con idéntico énfasis la igualdad de todos los españoles pertenezcan a la clase social que pertenezcan?
¿Por qué la situación geográfica ha de tener una importancia total y la situación social, en cambio, ninguna?
Por supuesto que hay ciertas áreas de España que disfrutan de un mejor nivel de vida que otras. Existen circunstancias históricas, geográficas, de recursos naturales, de facilidades de comunicación, de dinámicas sociales y muchas otras que explican que eso sea así. Que lo explican: no que lo justifican. Pero, en todo caso, de lo que no cabe duda alguna es de que las diferencias de renta per capita que se registran entre unas y otras comunidades autónomas españolas son porcentualmente insignificantes, incluso en los casos más extremos, comparadas con la distancia kilométrica que separa los ingresos de las minorías adineradas de cada comunidad con los de las mayorías económicamente agobiadas de las que se aprovechan.
El PP dice: “Un catalán obtiene esto y un andaluz esto otro”. Falsea la realidad. Pero, en todo caso, y aunque tal fuera, ¿por qué no dice nunca: “Las oligarquías de Cataluña y Andalucía se forran así y asao, mientras que la gente trabajadora de Cataluña y Andalucía se las tiene que arreglar con cuatro o cinco cuartos, subsistiendo como puede”?
Al PP le da igual la igualdad. Sólo le interesa su rollo.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (21 de noviembre de 2007). También publicó apunte: La amistad.
Escrito por: ortiz.2007/11/21 05:00:00 GMT+1
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2007/11/20 07:50:00 GMT+1
Cuando yo tenía 8 años, los chavales de 13 o 14 me parecían muy mayores. A los 14 me enteré de que, en el colegio, los de mi edad solían llamar así, “los mayores”, a los que estudiaban el curso preuniversitario (17 años, más o menos). Tenía sentido, entre otras cosas porque ya dejaban ver una pelusa sobre sus labios superiores que presagiaba su pronta conversión en adultos hechos y derechos.
Cuando yo mismo llegué a los 20, los de 30 me resultaban mayorcísimos, casi decrépitos. A los treinta y pocos llegué súbitamente a la conciencia de que yo mismo era mayor. Sucedió eso una mala mañana en la que me di cuenta de que ya no tenía sentido seguir preguntándome: “Y yo, de mayor ¿qué seré?”, porque lo que iba a ser de mayor era exactamente eso que tenía allí, delante del espejo. Me explicaron que ese disgusto, típico, es conocido como “la crisis de los 40”, sólo que a mí se me anticipó. En todo caso fue una bobada, porque algunos años después mi vida se empeñó en tomar derroteros que jamás había imaginado.
Ahora que voy a cumplir los 60, sonrío cuando recuerdo que mi madre, estando ya cerca de los 90, se refería a veces a algunas de sus amigas de siempre diciendo: “Pues sí, esa chica…”
Mi madre murió. Como tiene que ser. Los nuevos ancianos necesitamos que nos vayan haciendo hueco.
“¿Y qué será de nosotros cuando muramos?”, me preguntó hace poco un amigo. “Pues nada”, le respondí. “No me resigno a desaparecer. Algo tiene que haber después de la muerte”, replicó. Le pregunté: “¿Y dónde estabas tú en el siglo XII, o en el XIX, cuando tus padres ni siquiera habían nacido?” “En ningún lado”, apuntó, extrañado. “Y eso, ¿no te angustia, verdad?”, proseguí. “No, claro que no. No lo había pensando nunca”, aceptó. “Pues cuando desaparezcas del todo”, le dije, “te pasará lo mismo. Que no lo habrás pensado nunca”.
Más angustioso sería que los espíritus de los muertos –por no hablar de los espíritus de los aún no nacidos–, pudieran andar rondándonos sin parar.
Sé de una mujer que no se atreve a tener relaciones sexuales desinhibidas porque teme que el espíritu de su padre esté contemplando sus marranadas. Qué horror.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (20 de noviembre de 2007). También publicó apunte: Día de luto.
Escrito por: ortiz.2007/11/20 07:50:00 GMT+1
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2007/11/19 08:30:00 GMT+1
Me llaman la atención sobre una frase que se ha oído bastante en los últimos días a propósito del ya archisobado incidente de la Cumbre de Santiago: “Aznar será lo que sea, pero es nuestro Aznar”.
Hay quien la juzga como si se tratara de una afirmación unívoca. Yo no la veo así. Le encuentro interpretaciones no sólo diversas, sino incluso políticamente contradictorias.
La primera y más evidente –la más socorrida– conecta con una célebre sentencia que, aunque de discutida paternidad, suele atribuirse al presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, que la habría dicho a cuento de cierto dictador centroamericano cuya política convenía a los intereses de Washington: “Sí; es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
Así vista, estamos ante una reflexión meramente cínica: se soporta a alguien porque, aunque dé asco, resulta útil, rentable. En la línea de “el fin justifica los medios”. Aplicada a Aznar y en relación con América Latina, podría entenderse en boca de los representantes de determinadas multinacionales, o del anticastrismo de Miami, e incluso de algún consorcio multimedia. Pero tampoco mucho, porque no parece que en ese campo existan grandes diferencias de tipo ético.
Otro hipotético sentido de la frase, más improbable pero no imposible, es el que apela al sentimiento estrictamente nacionalista (que es, por cierto, en el que se amparó Rodríguez Zapatero en un primer momento): “Si a un español se le ataca en el extranjero, hay que defenderlo”. La idea tiene un cierto aire quijotesco, pero es demasiado absurda. Habría que aplicarla también, por ejemplo, a los militantes de ETA que están en el exilio. A efectos legales, son tan españoles como el que más.
En fin, hay un tercer uso posible de la frase que es bastante más interesante. Cabe formularlo así: “Aznar habrá hecho en América Latina muchas tropelías, pero no olvidemos que las hizo respaldado por una mayoría parlamentaria. Sus culpas, sean las que sean, recaen también sobre cuantos aquí le dieron su apoyo y sobre el conjunto de mediaciones económicas, sociales y legales que facilitaron su triunfo”.
Aznar como destilado made in Spain. Sugestiva idea.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (19 de noviembre de 2007). También publicó apunte: Formas de vómito.
Escrito por: ortiz.2007/11/19 08:30:00 GMT+1
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2007/11/18 08:10:00 GMT+1
Parece que las grandes compañías eléctricas sostienen que, para dejar de sufrir pérdidas, necesitarían que las tarifas que aplican a los consumidores de baja tensión (o sea, casi todos) subieran entre el 19,6% y el 30,9%.
Así que me he enterado, lo primero que he sentido es una gran indignación hacia el presidente de la República de Nicaragua, Daniel Ortega, que puso la semana pasada a caldo a una de nuestras primeras empresas eléctricas reprochándole estar sobreexplotando las riquezas de su país. Ahora sabemos que no sólo la compañía aludida es inocente del delito del que fue acusada, sino que todo el sector al que pertenece sobrelleva, con dignidad y con estoicismo ejemplares, la pesada carga que supone suministrarnos electricidad a los unos y los otros, a ambos lados del Océano, perdiendo dinero. ¡Loor y gloria no sólo a sus ejecutivos, sino también a los electro-accionistas, que persisten en su participación en tan filantrópica rama productiva, pese al dineral que les cuesta!
La modestia de esta gente es tal que, pudiendo presumir de que venden electricidad, maquillan púdicamente la naturaleza de su mercadería llamándola “luz”. Afirmar que lo que nos pasan al cobro es “el recibo de la luz” viene a ser como si Movistar, Orange o cualquiera de las de su género pretendieran que nos pasan “el recibo de la voz”. Pero ellos, modestos, se disimulan tras un fenómeno natural, más que nada para quitarse importancia.
La última vez que me cortaron en mi casa el suministro de energía eléctrica durante un montón de horas y telefoneé para protestar por el desastre, una amable joven me preguntó: “Ah, pero ¿es que todavía no tienen luz?”. A lo que le respondí: “Mire, luz, lo que se dice luz, la tenemos a raudales, desde que ha amanecido. De lo que carecemos es de electricidad.”
“¡Ay, cómo es usted!”, musitó quejosa la pobre chica.
Si es que ése es el asunto: ¡cómo es Daniel Ortega, cómo son los antinucleares, cómo somos los consumidores! Ellos, en cambio, se pirrian por servirnos perdiendo dinero. Incluso aunque nosotros no asumamos la viejísima broma que nos decía que el chiste de la electricidad… es corriente.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (18 de noviembre de 2007).
Nota.– Estoy de viaje y en condiciones muy poco propicias para la escritura. Hoy tampoco hay Apunte del Natural y puede que otro tanto suceda en días próximos.
Escrito por: ortiz.2007/11/18 08:10:00 GMT+1
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