2007/12/07 07:20:00 GMT+1
Mi buen amigo Gervasio Guzmán, que viaja con frecuencia a Cataluña, está impresionado por la fuerza de lo que él llama “la corriente de fondo independentista”.
“Lo de menos es la manifestación del domingo pasado”, me dice. “Eso cabe considerarlo hasta anecdótico. Tiene muchas interpretaciones, no todas coincidentes. Lo que me impresiona más es el cabreo ‘contra España’ que está tomando cuerpo en el conjunto social de Cataluña. Hay muchos catalanes que se confiesan hartos del trato que reciben no sólo del poder central, sino de la ciudadanía española, en general. Te señalan, con las cifras en la mano, lo mucho que aportan al conjunto del Estado y se indignan de que sean los mismos a los que ellos subvencionan quienes luego los tachan de egoístas y de tacaños”.
Aunque las relaciones personales de Gervasio no tengan por qué constituir un universo estadístico representativo, sí parece cierto que está creciendo en Cataluña un estado de opinión que cabría definir como de “independentismo funcional”. Se nutre de gente que no se mete en grandes polémicas ideológicas y políticas. No tiene mayor interés en discutir qué es una nación y qué una región. Tampoco le apasiona polemizar sobre si lo que hablan muchos valencianos y baleares son variantes dialectales del catalán o lenguas distintas. Se limita a hacer cuentas.
Pero, ojo: sus cuentas no son sólo económicas. También sentimentales. “Tiene narices que se dediquen a morder la mano que les da de comer”, se quejan. Y ponen como ejemplo a Rodríguez Ibarra, que presidió durante muchos años una comunidad eminentemente subvencionada y que se especializó en echar pestes de los catalanes, incluidos los de su propio partido.
Con el tiempo me he acostumbrado a comparar las relaciones entre los pueblos con las relaciones de pareja. No por capricho, sino porque he comprobado que, por extraña que la comparación resulte a primera vista, son extremadamente parecidas. Y todos los veteranos observadores de la vida sabemos que, cuando las parejas empiezan a echarse en cara sus respectivas aportaciones económicas a la causa común, es que la causa empieza a ser cada vez menos común.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (7 de diciembre de 2007). También publicó apunte ese día: Contra el subjetivismo.
Escrito por: ortiz.2007/12/07 07:20:00 GMT+1
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2007/12/06 07:10:00 GMT+1
En el muchas veces ocurrente semanario satírico La Codorniz, cuya historia corrió casi a la par con la del régimen franquista (estuvo en los quioscos entre 1941 y 1978), había una sección llamada “El bonito juego del titular cambiado” que hacía irrisión con lo que su propio nombre anunciaba: ponía el titular de una noticia aparecida en cualquier diario con la fotografía, el subtítulo o el texto de otra.
Me acordé ayer de ella según pasaba revista a la actualidad política española. Pensé que podría inaugurarse una sección titulada “El bonito juego del dirigente cambiado”.
La impericia de los políticos españoles –su incapacidad oratoria, lo ramplón de sus ideas, la zafiedad de sus invectivas, lo abstruso de sus análisis– es tan llamativa que ellos mismos parecen ideados por sus enemigos.
A mí, al menos, me parece evidente que no hay nada que favorezca más los intereses electorales del PSOE que las peroratas angustiosamente asmáticas de Ángel Acebes, o que los inigualables sarcasmos de Eduardo Zaplana (que él masculla con ese aire tan suyo de jugador de póquer de la escuela de Chicago), o que las irrepetibles muestras del singular gracejo de Esperanza Aguirre. Estoy seguro de que, si el PSOE dedicara la totalidad de su pre-pre-precampaña electoral a difundir urbi et orbi las estrafalarias patas de banco de los máximos dirigentes del PP, se aseguraba la victoria por goleada en las urnas del marzo que viene. No digamos si las amenizara, a mayor abundamiento, con el pase de unas cuantas aportaciones manifestantes de la base militante popular, de ésas en las que sus forofos gritan “¡Maricón!” y “¡Canalla!” a cualquiera que les parezca algo de izquierdas.
Pero, en vez de limitarse a aplicar esa táctica de efectos abrumadores, el PSOE se empeña en sacar a relucir a sus propios dirigentes, tanto centrales como periféricos.
Es el juego del dirigente cambiado: sus portavoces se encargan de arruinar todo lo logrado por el PP. Son su antídoto más eficaz. Una sola irrupción mediática de José Blanco, en particular, puede contrapesar toda la esforzada labor prosocialista de Acebes y Zaplana juntos.
Se neutralizan mutuamente.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (6 de diciembre de 2007). También publicó apunte ese día: Rollos de abuelito (part one).
Escrito por: ortiz.2007/12/06 07:10:00 GMT+1
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2007/12/05 07:10:00 GMT+1
ETA es muchas cosas. Entre ellas, un estorbo para la izquierda. Incluida la abertzale.
Primer ejemplo, muy actual: ha arruinado el movimiento de protesta por la sentencia del sumario 18/98. Fuera de Euskal Herria y después de lo de Capbreton, sólo cuatro kamikazes se atreverán a denunciar la amalgama que ha hecho la Audiencia Nacional al condenar como cómplices o integrantes de ETA a título de agentes políticos (sea eso lo que sea) a muchas personas que nunca han tenido nada que ver con las armas, ni ganas.
Ahora la organización de marras ha anunciado que quiere enriquecer una de sus obras más propias, generadora de la variedad (no por surrealista menos real) del terrorismo ecologista.
Algo que no cabe negar al terrorismo vasco es su vocación histórica por la originalidad. La autodenominada “ETA político-militar”, con el tiempo reconvertida y elevada a los altares, inventó lo que algunos bautizamos en su momento como terrorismo reformista. Los “poli-milis” ponían bombas y mataban para que el Estado concediera más transferencias a la comunidad autónoma.
Sus sucesores, “los milis”, inauguraron el terrorismo ecologista dando tiros para impedir que se pusiera en marcha la central nuclear de Lemoiz. Siguieron en las mismas años después dinamitando el plan inicial de la autovía de Leitzaran.
Su última gracia consiste en emprenderla contra la llamada Y vasca, que es como se viene llamando el proyecto de unir las tres capitales vascongadas por líneas de ferrocarril de alta velocidad.
La oposición a la Y vasca no tiene nada de criminal, ni mucho menos. Hay gente muy sensata y reflexiva que está en contra de ese plan de infraestructuras. Como hubo mucha gente sensata y reflexiva que se opuso a la construcción de la central nuclear de Lemoiz, y al plan primero de la autovía de Leitzaran, y a la presa de Itoiz, y a tantos otros supuestos avances de la modernidad económica desmelenada.
El problema aparece cuando ETA asume una causa que los ecologistas han hecho suya previamente y empieza a defenderla a tiros.
Con lo cual la contamina. Y es difícil imaginar algo más contradictorio que una causa ecologista contaminada.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (5 de diciembre de 2007). También publicó apunte ese día: Cocidito madrileño.
Escrito por: ortiz.2007/12/05 07:10:00 GMT+1
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2007/12/04 07:00:00 GMT+1
Las preclaras mentes pensantes del PP, incluidos sus más postineros estrategas mediáticos, daban por hecho que ETA no iba a realizar ningún atentado mortal antes de las elecciones generales venideras, para no dificultar la reelección de Zapatero.
Parece mentira que, después de tantos años, sigan sin conocer cómo funciona ETA. (¿O será que fingen que no lo saben?)
Casi todos los analistas mediáticos capitalinos tienden a relacionar los atentados de ETA con tales o cuales vueltas o revueltas de la política española: que si el uno es respuesta a esta detención, que si el otro pretende incidir en el debate parlamentario en curso, que si el de más allá busca dinamitar la reunión de Mengano con Zutano… Se equivocan. A los dirigentes de ETA (a las sucesivas hornadas de direcciones de ETA), las coyunturas políticas les dan igual. No se interesan por ellas. Además, serían incapaces de captar sus matices, aunque lo pretendieran. Ellos sólo se enteran de lo suyo.
Por lo que ha trascendido del tiroteo de Capbreton, deduzco que los integrantes del grupo de ETA detectaron la operación de vigilancia policial y decidieron invertir los papeles de cazados y cazadores. En ese momento, no pensaron ni por un segundo ni en las elecciones de marzo de 2008, ni en la sentencia del sumario 18/98, ni siquiera en los presos de su propia organización. Se vieron acosados, sabían que la tregua está rota y que tenían licencia para matar. Así que la usaron. A ellos les importan un bledo las repercusiones que pueda tener su acción. Están demasiado acostumbrados a apuntarse a la lógica de la “socialización del dolor” y a la del “cuanto peor, mejor”.
Pero que a ellos no les importe qué consecuencias políticas puedan derivarse de lo sucedido en Capbreton no quiere decir que no las tenga.
Aunque probablemente no tan importantes como las que los gurús del PP predecían. Incluso puede que acabe teniendo el efecto contrario. Cabe que muchos electores concluyan que esto demuestra que no hay ninguna “confluencia táctica” entre el Gobierno de Zapatero y ETA, en contra de lo tantas veces repetido por los Acebes, Zaplanas y demás Losantos.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (4 de diciembre de 2007). Ese día no publicó apunte, pero unos días antes trató el tema aquí: Con licencia para matar.
Escrito por: ortiz.2007/12/04 07:00:00 GMT+1
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2007/12/03 05:25:00 GMT+1
George W. Bush reunió la pasada semana cerca de Washington al israelí Ehud Olmert y al palestino Mahmud Abbas y les animó a firmar una declaración en la que se comprometen a que el año que viene serán estupendos.
¿Alguien lleva la cuenta de la cantidad de veces que un presidente estadounidense en apuros ha incitado a un gobernante israelí y a otro palestino a declarar que en el futuro van a llevarse bien? Supongo que sí. Yo no, desde luego. Sólo sé que han sido muchas, y todas igual de retóricas y de inútiles.
Quizá la única diferencia sea que en esta ocasión el gobernante palestino que ha firmado el compromiso ni siquiera está claro que sea gobernante.
También es novedoso que el acuerdo haya sido de inmediato repudiado en la calle por buena parte de la población palestina.
En realidad, todo el mundo sabe que nadie ha acordado nada en Maryland, sede de la Academia Naval de los USA. (Qué gran escenario para un acuerdo de paz, por cierto.)
Dicen que pondrán en práctica dentro de un año lo que han pactado ahora. ¿Y por qué no ya? ¡Un año! ¡Si en Oriente Medio ni siquiera está claro quién va a tener capacidad decisoria dentro de un mes!
Seamos claros y aceptemos que lo que está en cuestión no es la habilidad negociadora de éste o aquel –menos todavía la de George Bush– sino el problema de fondo.
Mientras la clase dirigente israelí no acepte que ya le vale, que bastante tiene con el territorio que le han asignado los acuerdos internacionales anteriores, realmente generosos, y que debe reconocer al pueblo palestino el derecho a contar con un Estado que goce de todas las prerrogativas propias de cualquier miembro de las Naciones Unidas, incluyendo el trazado de fronteras definidas y seguras, no habrá nada que hacer.
Y mientras Washington no asuma que debe renunciar a seguir financiando de manera ilimitada las arbitrariedades agresivas de Israel, por disparatadas y crueles que sean, igual.
Pero como ni lo uno ni lo otro parece que estén a tiro de piedra –dicho sea en recuerdo de las intifadas–, más nos vale hacernos a la idea de que vamos a seguir en las mismas durante bastante tiempo. Si es que no siempre.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (3 de diciembre de 2007). También publicó apunte ese día: El mínimo común.
Escrito por: ortiz.2007/12/03 05:25:00 GMT+1
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2007/12/02 06:22:00 GMT+1
“Una sola chispa puede incendiar toda la pradera”, dice un aforismo ruso muy viejo, muy histórico y muy certero.
Se requiere, claro, que la pradera esté muy seca. Que sea yesca.
He oído las diferentes versiones que se han difundido sobre el accidente mortal que sufrieron dos chavales que iban en motocicleta y que chocaron con un coche policial en un suburbio de París hace ya días. Su muerte fue el desencadenante de los graves disturbios que se han vivido en los barrios periféricos de la capital francesa y en otras ciudades del país vecino.
¿Qué sucedió realmente? ¿Embistió la patrulla policial contra los críos o fueron ellos los verdaderos culpables del choque? No lo sé. Lo que sí sé es que, si miles de jóvenes de familias de origen inmigrante atribuyeron de inmediato la culpa a los policías, no fue por casualidad.
Parten de que la hostilidad mutua es honda y viene de lejos.
Hay en Francia enormes barriadas, pueblos enteros, en los que el ambiente de enfrentamiento entre la juventud de pocos recursos y las fuerzas del orden –del orden imperante– es pura yesca. La más mínima chispa puede incendiarlo todo.
En la Francia actual, si te llamas Ahmed o Yusuf –y no digamos Yasmina o Saida, es decir, si además eres mujer, para ponértelo peor–, o si tienes la piel tirando a oscura, sea de la procedencia que sea, da lo mismo que hayas nacido en la misma confluencia entre el Sena y el Marne y tengas un título universitario más francés que una java tocada al acordeón. Puedes apostar diez a uno a que tu empleo, en el caso de que lo consigas, será precario y estará mal pagado. Y a que te tocará vivir en un barrio pobre, desasistido e insalubre. Lo peor no es que a ti te vaya mal. Lo peor es que ves que a otros les va mucho mejor en la vida sólo porque son de tez blanca y se llaman Armand, o Jean-Paul.
A partir de lo cual, todo dependerá de tu carácter. Si tiendes a que te hierva la sangre, será fácil que el día menos pensado te veas metido hasta el cuello en un fregado de éstos, enfrentándote a los celosos servidores de un orden que detestas.
Momento en el que el Sarkozy de turno te llamará “escoria”.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (2 de diciembre de 2007). También publicó apunte ese día: Con licencia para matar. Unos días antes escribió La chispa.
Escrito por: ortiz.2007/12/02 06:22:00 GMT+1
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2007/12/01 07:24:00 GMT+1
Ya sé que no soy nada original, pero yo también odio la Navidad.
No del todo, claro. Me gusta que la gente que me rodea tenga vacaciones, porque así puedo disfrutar más de su compañía. Tampoco descarto que haya algún ágape amistoso que resulte agradable y divertido (nunca me ha tocado soportar ninguna cena familiar de ésas famosas en las que el personal aprovecha para enfadarse muchísimo y ponerse de vuelta y media).
Pero la Navidad trae consigo más adherencias, muchas de ellas desagradables. Los villancicos, por ejemplo (en particular ése que sostiene el irritante disparate de que los peces beben en el río). Tampoco llevo nada bien los premios rituales de las dos famosas loterías, mayormente porque nunca he ganado gran cosa en ellas, y las pocas veces que me ha tocado algo en la primera todo el mundo se me ha echado encima para que lo perdiera apostando en la segunda.
Por no hablar del mensaje del Rey, que supongo que este año también cantará las virtudes de la familia católica, para mejor resaltar la felicidad de la suya propia.
Dando todo eso por amortizado, acordemos que lo más tremendo de la Navidad es el despilfarro general que supone. Empezando por el de los ayuntamientos, que cualquier año de éstos van a decidir encender las bombillitas en julio.
El año pasado, por estas mismas fechas, me tocó atravesar la península de punta a cabo en avión. ¡España entera parecía un árbol de Navidad, atiborrada de luces de colorines! Se lo debemos a la gentileza de los mismos ayuntamientos que luego llega un día y apagan durante cinco minutos las luces de los edificios públicos y los monumentos para pretender que les preocupan las emisiones de CO2.
De todos modos, para mí lo peor de lo peor es la avalancha de buenos deseos que ponen en marcha las multinacionales con tan infausta ocasión. Me indigna que la misma gente que se ha pasado el año esquilmándote te llene el buzón de misivas cursis e hipócritas pretendiendo que te desea toda suerte de venturas.
Me indigna, sobre todo, lo ocioso del gesto. Ellos saben que no les crees y tú sabes que ellos saben que no les crees. ¡Qué gasto más imbécil de papel y de sellos!
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (1 de diciembre de 2007). También publicó apunte ese día: Otra vez Chávez.
Escrito por: ortiz.2007/12/01 07:24:00 GMT+1
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2007/11/30 05:50:00 GMT+1
El estudio que ha dado a conocer el BBVA, y que tanto revuelo está teniendo, no dice en cuánto contribuye «cada madrileño» o «cada catalán» al Estado, sino cuánto dinero del erario procede de Madrid, o de Cataluña, o de la comunidad autónoma que sea, y cuánto acaba por regresar a su territorio de origen.
No es ni mucho menos lo mismo. Por dos razones.
La primera, aplicable a todas las estadísticas de este género, es la consabida: que cien personas hayan comido cien docenas de ostras a lo largo de un año no quiere decir que cada una se haya comido una docena. Es bastante más fácil que diez hayan comido diez docenas, y el resto ninguna.
Pero la segunda razón es, en este caso, más decisiva. A la hora de examinar las balanzas fiscales autonómicas, es obligado tener en cuenta que Madrid sirve de sede fiscal a una gran cantidad de empresas cuya actividad económica se realiza en buena medida fuera de la propia capital del Estado. Es bien sabido que son muchas las multinacionales que tributan en Madrid, aunque tengan sus centros de trabajo repartidos por toda España.
De modo que la cifra resultante no tiene nada que ver con lo que paga «cada madrileño».
Añádase que Madrid, por el hecho de ser la capital del Estado, concentra un alto número de organismos oficiales (y de funcionarios, en consecuencia) que están en Madrid, en efecto, pero que no son de Madrid, porque su labor proviene de (y revierte en) el conjunto estatal.
No reprocho al equipo de estudios del BBVA que haya propalado frivolidades sobre lo que paga «cada madrileño», «cada catalán» o «cada valenciano», pero sí que no haya alertado contra la interpretación demagógica de los datos que ha dado a conocer.
Pienso en mi caso. Este año que acaba he trabajado disperso entre Euskadi, Madrid, Cataluña, Alicante, Canarias... Los estadísticos acabarán situándome en la delegación de la Agencia Tributaria en la que finalmente me retrate, y harán bien, por pura lógica. Pero sería absurdo que haya quien pretenda meter en danza mis impuestos para fabricar agravios comparativos sobre lo que paga «cada madrileño», «cada valenciano»… o «cada vasco».
Será absurdo, pero lo habrá.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (30 de noviembre de 2007). También publicó apunte ese día: Un cascarrabias.
Escrito por: ortiz.2007/11/30 05:50:00 GMT+1
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2007/11/29 05:30:00 GMT+1
Asistí hace algunos días a un debate en el que se hablaba de la vigilancia que deberían ejercer los padres y madres sobre el uso imprudente que sus criaturas pueden hacer de sus teléfonos móviles y ordenadores personales. La mayoría de los intervinientes defendió que los padres sensatos tienen que vigilar las comunicaciones de sus vástagos: con quién se tratan, cómo lo hacen y qué se dicen.
No me gustó nada la idea.
Creo que, efectivamente, hay que educar a los hijos e hijas (infantes o adolescentes) en el empleo de su tiempo, para que no lo pierdan en exceso y cumplan con las obligaciones que tienen asignadas, y para que se hagan cargo de que determinados medios (teléfono, internet, etc.) acarrean un gasto multifacético del que no hay que abusar. Entiendo que es aún más imperioso que tratemos de inculcarles –muy en especial por la vía del ejemplo, porque si no el rollo sirve de muy poco– que uno debe andar por la vida ateniéndose a ciertos principios básicos de decencia ética, de sensatez y de respeto no sólo por los demás, sino también por uno mismo. Pero nada de todo eso me impide considerar que cotillear su correspondencia privada o sus conversaciones telefónicas no sólo es de escasa utilidad práctica sino también, y sobre todo, inmoral.
Hace muchos años, hubo un mal día en el que leí a escondidas un par de páginas de un diario privado, de ésos en los que por entonces (¿se seguirá haciendo?) alguna gente dejaba constancia de sus vivencias y sus sensaciones más íntimas. Según lo hice, me repugné a mí mismo. Me sentí culpable de una cierta forma de violación. El respeto por la intimidad de cada cual (por los pequeños espacios de intimidad que esta vida nos permite) tiene que ser total. Aunque se trate de niños o de adolescentes: el trauma que puede producir una agresión no es menor, ni mucho menos, porque la víctima sea menor.
Enseñemos a nuestra gente joven, si es que somos capaces de ello, a pensar como es de rigor (es decir, con rigor) y a sentir como se debe (es decir, con el alma en la mano). Pero no nos empeñemos en infundirle pensamientos y gustos concretos, ya acabados. Y menos todavía vigilados.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (29 de noviembre de 2007). También publicó apunte ese día: Prometeo en Internet. Un par de días antes habló sobre el tema de esta columna: Un caso.
Escrito por: ortiz.2007/11/29 05:30:00 GMT+1
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2007/11/28 06:01:00 GMT+1
Un grupo de jóvenes tirando a inconformistas decidimos boicotear en 1968 el estreno en el Festival de Cine de San Sebastián de una película llamada The Green Berets (Boinas verdes), dirigida por John Wayne, que era una apología descarada y vomitiva de la intervención militar estadounidense en Vietnam.
El número que montamos fue muy chapucero, pero contundente: lanzamos bolas de tinta china contra la pantalla del Palacio del Festival y tiramos al aire cientos de octavillas que incluían banderas vietnamitas enlazadas con ikurriñas y textos muy expresivos y elocuentes en castellano, euskara, francés, inglés y alemán.
Aquellos sí que eran tiempos: el público del patio de butacas, al que pusimos perdido de tinta china, en vez de cagarse en nuestros muertos, empezó a gritar “¡Bravo!” y “Gora Vietnam!”
Aunque yo era por entonces muy joven, ya me sabía cómo funcionan las policías antidisturbios, de modo que acudí al numerito vestido con traje y corbata. En cuanto empezó el follón, la bofia irrumpió en el teatro, momento que aproveché para levantarme, dirigirme al que ejercía de jefe de los de la porra y decirle: “¡Esto es indignante! ¡Uno ya no puede ni venir al cine sin que le asalten los comunistas!”. El tenientillo me miró con simpatía y me dijo: “Tiene razón, pero será mejor que se vaya, porque aquí va a haber muchas bofetadas”. Así que salí del Teatro Victoria Eugenia incólume (y muerto de la risa).
Me he acordado de aquella historia viendo con qué criterios identificaba y marcaba la Policía de Madrid el pasado fin de semana a la gente que se acercaba a la zona en la que estaba prevista una manifestación antifascista.
Siguen siendo igual de intuitivos que en 1968. ¿Chavales o chavalas que les parecían raros, por la pinta? Hala, contra la pared. Y con las manos bien a la vista. Aunque luego resultara que no sabían ni de qué les hablaban.
¿Jóvenes con aspecto de estudiantes aplicados? Vía libre y hasta la cocina.
Tengo entendido que no es muy constitucional discriminar por razones de aspecto, pero ellos son así. Todas las policías antidisturbios del mundo son así. No pueden evitarlo. Está en su naturaleza.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (28 de noviembre de 2007). También publicó apunte ese día: La chispa.
Escrito por: ortiz.2007/11/28 06:01:00 GMT+1
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