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2007/05/08 05:30:00 GMT+2

Más sobre las dos Españas

Quiero aclarar lo que escribí ayer a propósito de Pasqual Maragall y de sus declaraciones a la revista L’Avenç. Es cierto que, tal como las reflejé, podría deducirse que hago una valoración positiva de la posición del ex president. No; no es así. Considero que Maragall no tiene derecho a quejarse de cómo encaró Rodríguez Zapatero la tramitación del nuevo Estatut y de cómo lo descafeinó, porque él y su partido fueron piezas clave en la desnaturalización del proyecto. El comportamiento de Maragall fue cómplice y oportunista.

El Código Penal español utiliza un término que me parece muy adecuado al caso: la «cooperación necesaria». Lo hace para definir el tipo de responsabilidad criminal en el que incurren   «los que cooperan a [la] ejecución [del hecho punible] con un acto sin el cual no se habría efectuado» (Título II, art. 28, apartado b). Hablo por analogía, obviamente, dado que la reforma del Estatut sólo puede considerarse delictiva en el sentido coloquial del término (*). Sin la cooperación de Maragall y el PSC, el hecho políticamente punible no se habría podido efectuar. En ese sentido, no pasa de ser una broma de mal gusto que se considere «personalmente traicionado» por Zapatero.

Otra cosa es que el dato al que se refiere sea incierto. Porque no lo es. Tiene razón al señalar  que, allá por los inicios de su mandato, Zapatero insinuó (más que definió) una visión de España que apuntaba por la vía del federalismo, aunque no llegara a emprenderla, y que luego, a la vista de las dificultades –tanto de las provenientes de la política y la sociología españolas, en general, como las nacidas de la realidad interna de su propio partido–, optó por dejarse de veleidades y regresar a la vieja senda del centralismo.

Para entender los pantanos ideológico-políticos por los que deambula Pasqual Maragall hay que tener presentes algunos datos que a veces los no catalanes tendemos a desconsiderar, o a no considerar lo necesario.

Uno es el origen diverso del socialismo catalán. En el PSC confluyen dos corrientes socialistas ideológicamente distintas y, en parte, también distantes. Una entronca con la tradición federalista catalana, no nacionalista, cuyo referente histórico más conocido es el fugaz presidente de la Primera República Española Francesc Pi i Margall (que no fue socialista, pero sí socializante). Es un socialismo autóctono, vinculado con la intelectualidad y, en no poca medida, con las clases medias catalanas. La otra corriente, que se nutre predominantemente de las fuertes corrientes migratorias procedentes de la España pobre, se engarza con el socialismo que fue haciéndose preponderante en el conjunto de España (incluido, a estos efectos, el potente núcleo industrial vasco).  

Esta segunda fuente propulsora del socialismo ibérico suele ser calificada con frecuencia de jacobina. Es una caracterización que considero básicamente errónea. El jacobinismo, el de verdad, es un fenómeno que sólo tiene sentido si se enmarca dentro de la realidad histórica francesa, en la que el centro –el área de París– fue siempre la punta de lanza del conjunto de la sociedad, en todos los sentidos (político, social, económico, cultural, etc.).  El intento de construcción del Estado-Nación en España se encontró desde el principio con una contradicción que nunca ha acabado de superar: tenía un centro preponderante en lo político (y lo militar) y una periferia mucho más dinámica en el plano económico (y social, por vía de consecuencia).

El jacobinismo francés fue injusto y desconsiderado con las diferencias nacionales internas, pero tuvo desde sus comienzos un impulso progresista (dicho sea sin desconocer lo que de negativo hay en el progresismo ingenuo). En cambio, el mal llamado jacobinismo español ha viajado siempre en compañía del centralismo de resonancias castrenses y olor a naftalina imperial.

No se menosprecie el importante trasfondo ideológico de la famosa frase del viejo Calvo Sotelo: «Prefiero una España roja a una España rota».  Calvo Sotelo estaba pensando en muchos de los «rojos» que conocía, a los que tenía por salvajes, pero «españoles». (Me viene a la memoria aquel poema del buenazo de Miguel Hernández, «Vientos del pueblo», suma y compendio de todos los tópicos del nacionalismo español súbitamente comunista. **)

Bueno; no se trata de agotar hoy el asunto, que da para mucho, y más que dará, por desgracia. Valgan estas notas sólo para mostrar algunas facetas más de los líos que nos traemos entre manos.

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 * «Delito. II.  Loc v. 2 tener ~ [una cosa]. (Col) Se usa en constrs como TIENE ~, o NO CREAS QUE NO TIENE ~, para ponderar lo injusto o inadecuado de un hecho.» (Diccionario del español actual, Manuel Seco et alii, tomo I, pág. 1.439).

 ** Siento un cariño muy especial por la figura de Miguel Hernández. Me pasa con él como con Antonio Machado: me produce mucha más admiración personal que artística. Y no porque desdeñe a ninguno de los dos como escritores. En el caso de Hernández, considero que hay un abismo de categoría entre sus poemas de hombre maltratado y derrotado y sus versos de agitador político. De entre los primeros, algunos de los que aún hoy me siguen emocionando más. Hay dos que recuerdo a menudo, mirando los campos del Mediterráneo: «En este campo estuvo el mar. / Alguna vez volverá.» Un hilo de esperanza en la desesperanza.

Escrito por: ortiz.2007/05/08 05:30:00 GMT+2
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