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2006/11/07 05:00:00 GMT+1

Hamlet y la vigilia

Todos los hombres y mujeres de mi edad –58 años, pero digamos que 60, para redondear–, y de mis aproximados parámetros ideológico-políticos, compartimos, de creer lo que sale a relucir en las conversaciones de grupo, el mismo convencimiento de que se nos está yendo la olla a marchas forzadas. Más o menos forzadas, según los casos.

Por lo que constato en los demás, el diagnóstico es bastante certero. Por lo que me tengo observado a mí mismo, es científico a más no poder.

Sólo que a mí se me dispara por derroteros raros.

Me da por pensar extraños disparates.

Anteayer me levanté de buena mañana, como suelo hacerlo, y me puse a trabajar. Reinaba un perfecto silencio en nuestra casa de Aigües, al pie del Cabeçó d’Or, en el Alacantí mediterráneo. El silencio era un silencio de verdad, de esos que no conocen los ciudadanos (los habitantes de ciudad, quiero decir); de esos que te obligan a oír el silencio, sólo interrumpido por el canto ocasional de los grajos o el mullido pisar en el jardín de alguna de las gatas –porque son gatas– que tienen a bien distinguirnos con su compañía. Charo, mi mujer, dormía como una bendita –cada cual duerme como lo que es–, mi hija hacía lo propio en su refugio exterior, fuera de control, y a lo mismo se dedicaba una pareja de amigos que nos suele acompañar con frecuencia en nuestro relajante exilio alicantino.

Aproveché el momento para pensar una excentricidad completa. Me dije: «Partiendo del hecho constatable de que yo duermo del orden de tres o cuatro horas diarias menos que el resto de los que me rodean, ¿cómo cabrá calcular el día en que me muera cuántos años de tiempo real he vivido? Porque se supone que de los años de vida más o menos consciente y despierta de cada persona hay que descontar el tiempo que  esa persona pasa dormida, que a los efectos es como si no estuviera, salvo si ronca. De modo que podría ser que, en la práctica, un alguien que muere con 70 años haya estado efectivamente activo tanto como un dormilón que fallezca a los 90.»

En estas estaba cuando me vino a la cabeza la frase de Hamlet: «Morir, dormir, dormir... tal vez soñar». Qué melancolía, qué tristeza, qué hermosura. No recordé (otro signo evidente de decrepitud) que hubo un tiempo en el que yo estudié y conocí bien la obra de Guillermo Shakespeare. Pero, gracias al Maligno, inventor de internet, buscando la cita de Hamlet, me topé con un texto mío del que había perdido noción. Así que, como no hay mal que por bien no venga, lo he rescatado de la red y aquí lo reproduzco. Lo publiqué el 10 de diciembre de 1995 en una sección del periódico que me inventé a medias con mi amigo mexicano Ulises Culebro. La llamamos «El Zooilógico» y consistía en que yo me inventaba un texto disparatado sobre un personaje de la vida, trasmutándolo en algo o alguien traído por los pelos, y Ulises le ponía un dibujo ad hoc. Aquel día la víctima fue el entonces todavía gobernante Felipe González, y el personaje-excusa, Hamlet.

Por si pudiera resultaros curiosa esta muestra de Alzheimer columnístico (no recordaba ni una sola línea de lo que escribí hace once años), reproduzco el texto:

 EL ZOOILOGICO

Gonzámlet, príncipe de Galamarca

ULISES / JAVIER ORTIZ
Tragediología: Como es bien sabido, el argumento del Hamlet de William Shakespeare (La trágica historia de Hamlet, príncipe de Dinamarca) no es original. Las Historiæ Danicæ de Saxo Grammaticus ya ofrecieron, allá por el año 1200, una primera versión de la leyenda de Amlet (sic). Su historia fue retomada casi tres siglos después por François de Belleforest, y luego por un tal Thomas Kyd, del que se sabe que escribió un Hamlet anterior en unos años al de Shakespeare. Este puso a punto su tragedia poco antes de 1600. Ha sido necesario esperar otros tres siglos para que aparezca una nueva versión: es La trágica historia de Gonzámlet, príncipe de Galamarca, que se representa en estos momentos en el escenario patrio con gran éxito de público y crítica.

Parecidos y diferencias: El punto esencial de la obra de Shakespeare, ausente en todas las versiones anteriores, es la terrible duda que atormenta al protagonista, fruto de su incapacidad para traducir en un simple acto la totalidad de sus muy complejas y encontradas reflexiones. Este aspecto se conserva en Gonzámlet. A cambio, la obra española varía en un punto clave: Gonzámlet no sufre por ninguna villanía que hayan hecho otros. En realidad tampoco sufre por las que ha cometido él. Su angustiosa duda es si debe continuar en Palacio o huir hasta que el recuerdo de sus desmanes se desvanezca.

Deudas literarias: Gonzámlet toma prestados numerosas situaciones y diálogos de la obra de Shakespeare. Así, la aparición de un espectro (en este caso, el de Pablo Iglesias), que pide venganza por los crímenes cometidos. También se conservan dos ideas clave, latentes en todo la obra de Shakespeare: que allí donde hay Poder hay conspiración, y que donde hay sed de Justicia hay fracaso.

En cuanto a los diálogos plagiados, he reparado en los siguientes, tomados tal cual de la obra de don Guillermo Shakespeare:

Dice Barnardo, personaje que en la versión española corresponde al juez Garzón: «¡Oh, háblame! Si es que conoces el destino de nuestro pueblo y puedes llegar a evitarlo, ¡háblame! Si escondiste riquezas de usura en el seno de la tierra... ¡háblame! ¡Detente!». (Parece que el autor español quería poner «¡Detente... o te detengo!», pero le hicieron ver que para eso necesitaba un suplicatorio).

Anota Horacio (Julio Anguita en la obra española): «Salió huyendo como alma culpable que teme comparecer». Pero no queda claro a quién se refiere.

Acto II, escena 3ª. Gonzámlet lee el Programa 2000. Entra Pérez Rubalcaba (Polonio) y le pregunta: «¿Qué estás leyendo, señor?». Gonzámlet contesta: «¡Palabras, palabras, palabras!».

En la obra de Shakespeare, Hamlet inquiere a Rosencrantz: «¿Qué noticias traes?». Y éste le contesta: «Ninguna, señor, excepto que el mundo es cada vez más honesto». A lo que Hamlet replica: «Entonces es que se acerca el Juicio Final».

En la obra española hay ligeras variaciones. Lo que Solana-Rosencrantz contesta es: «...Excepto que EL MUNDO es cada vez más molesto». De ese modo se explica mejor que Gonzámlet se ponga a hablar del Juicio Final.

Curiosamente, en Gonzámlet no figura el inicio del celebérrimo monólogo «Ser o no ser...». A cambio sí lo que dice Hamlet algo después: «¡Ven, consumación, yo te deseo! ¡Morir, dormir, dormir, tal vez soñar...! ¡Ay, qué difícil!».

A Carmen Romero le toca recitar el lamento de Ofelia: «¡Flor y esperanza del Reino, espejo de la elegancia, modelo de gallardía, blanco de todas las miradas...! ¡Y todo arruinado!».

Pero el pasaje más importante que Gonzámlet plagia de Hamlet es el que da fin a la obra de Shakespeare. Anguita-Horacio recita: «Dejadme decir, a todos cuantos lo ignoren todavía, la forma en que todo esto acaeció. Tendréis así conocimiento de los actos de sangre, de infamia y contra natura, de las sospechas sin fundamento, de muertes fortuitas, de otras acaecidas por fuerza o consumadas con la astucia; y, como consecuencia de todo ello, de otras que por error se volvieron contra sus autores...».

Telón. El final de la obra española es, de todos modos, muy diferente al de la tragedia de Shakespeare. Gonzámlet se libra del castigo. Con la complicidad de cómicos y pregoneros, previamente sobornados, hace ver que sus felonías fueron meras travesuras, cuando no desinteresados servicios a la colectividad. Entonces corta tranquilamente la cabeza de Aznar-Laertes, la mete en una urna y cae, lentamente, el T E L Ó N.

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Eso es lo que escribí. Probablemente estaba despierto, como lo estoy en este momento, pero mi vigilia de entonces no ha mantenido ningún contacto activo con la de ahora. Me ha sonado como si fuera cosa de otro.

Tendré que leer de nuevo Hamlet. Parece interesante.

Escrito por: ortiz.2006/11/07 05:00:00 GMT+1
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