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2008/05/25 06:00:00 GMT+2

Buenos días nos dé Dios

Es una metáfora de cómo va España a la altura de 2008.

En tiempos, Radio Nacional tenía dos espacios católicos fijos en su programación diaria. En los minutos anteriores a las 6 de la mañana, sacaba a un cura para que se echara un sermón de pretensiones amables, y a eso lo llamaba “Buenos días nos dé Dios”; luego, a las 12 en punto, nos metía el ángelus, oración dedicada al llamado misterio de la Encarnación: “...Y el ángel del Señor anunció a María, y concibió por obra del Espíritu Santo”, etc.

El esfuerzo secularizador de la democracia española ha logrado la hazaña de que la radio pública prescinda del ángelus del mediodía, pero no (¡después de 30 años!) que acabe con el “Buenos días nos dé Dios”, con el que nos castiga todas las mañanas antes del amanecer.

Madrugador empedernido, me trago casi a diario los sermones vaticanos de la radio pública mientras espero el noticiario informativo con el que se supone que arranca la jornada. Y cuando no me toca tragarme un petardo de José María Gil Tamayo, que parece que es algo así como el secretario de propaganda de la Conferencia Episcopal, me someten al tercer grado de Juan Díaz Bernardo Navarro, fundador de la revista Padre Nuestro, de Toledo, que trata de convencer a la audiencia (o sea, a mí también) de que “el trato personal con Dios es fundamental”. ¡El trato personal con Dios! ¡Y a las 6 de la mañana! ¡Un poco de caridad, por favor!

Pero me da igual de qué vaya la prédica. Aunque me echaran mítines a favor de la revolución socialista o de la emancipación del Tercer Mundo. No veo por qué esa confesión religiosa debe gozar de un espacio de propaganda diario en un medio de comunicación que sufragamos todos los contribuyentes, militemos en otras iglesias o en causas todavía más absurdas e improbables, como la defensa de los Derechos Humanos, cual es mi caso.

He escrito que no lo veo, pero es falso. Claro que sí lo veo. De hecho, es como todo lo demás. Ese espacio radiofónico diario es otra prueba más, entre cientos, de que en 1976 en España triunfó la reforma del régimen franquista, y no la neta ruptura con él.

Es todo lo mismo: retocan y mantienen.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (25 de mayo de 2008). También publicó apunte ese día: Eurovisión.

Escrito por: ortiz.2008/05/25 06:00:00 GMT+2
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2008/05/24 06:00:00 GMT+2

Los nuevos titiriteros

Es posible que sea verdad que muchos dirigentes del PP se estén dando de baja porque no comparten la supuesta nueva deriva de Mariano Rajoy, pero me malicio que bastantes de ellos (y de ellas) están haciendo las maletas y yéndose con viento fresco porque la política profesional ya es de por sí lo suficientemente aburrida, arriesgada y poco rentable como para encima dedicarse a ella sin mandar nada de nada.

Ya sé que la gran mayoría de ellos llegaron a la política con una mano delante y otra detrás, sin tener dónde caerse muertos –ahí el ejemplo prototípico es Eduardo Zaplana–, pero de eso hace muchos años y, gracias a su hábil y previsora gestión de la cosa pública, casi todos consiguieron tejer las relaciones empresariales y financieras necesarias para medrar. ¿Para qué ser “diputado de base” si la asistencia a unos cuantos consejos de administración te puede dar cinco o diez veces más ingresos y muchos menos sofocos?

El fenómeno está relacionado también con el creciente desprestigio que padece hoy en día la política, en tanto que ocupación profesional. Si un fantasma recorre ahora Europa, es ése. Aumenta la proporción de los ciudadanos que miran a la llamada “clase política” con franca desconfianza. Antes, ser diputado, o incluso concejal, fardaba un montón, y tu abuela se pavoneaba cuando te veía en la tele, pero las cosas han cambiado mucho, y ahora la familia tiene que intervenir ante el vecindario para decir: “Vale, sí: es político, pero honrado”.

En tiempos, cuando en un partido había divergencias, se constituían facciones, tendencias o, como decían los más cursis, “sensibilidades”, que pugnaban por ganarse el favor de la mayoría y se dedicaban a ello en cuerpo y alma. Ahora, en cuanto a alguien no lo hacen capitán con mando en plaza, se mosquea y se larga a Tabacalera, a Telefónica, al Santander o a Sogecable.

La razón no es un misterio: el Poder político, antaño tan de postín, cada vez tiene menos poder y luce menos. Hogaño mandan los poderes en la sombra, cuyos beneficiarios viven mucho mejor, tienen muchas más horas libres y no dependen para nada de las urnas. Ganancia neta.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (24 de mayo de 2008). También publicó apunte ese día: «La vida de Brian», versión PP.

Escrito por: ortiz.2008/05/24 06:00:00 GMT+2
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2008/05/23 05:30:00 GMT+2

Nacionalismo inconsciente

Oí el martes al presentador de uno de los principales informativos de la radio pública: “Mañana, la final de la Liga de Campeones. A los españoles no nos va nada en ello.” Diablos: ¿tampoco a los españoles a los que nos gusta el fútbol? ¿Hay que dar por supuesto que no debe interesarnos un espectáculo deportivo si no lo protagoniza ningún español? ¿Es obligatorio ser nacionalista hasta en los gustos? (Por cierto: el partido resultó apasionante.)

El último fin de semana escuché a otro comentarista, igualmente empleado del ente público, en la retransmisión de la final de un campeonato de tenis (que también estuvo muy animado): “¡Todos estamos con Nadal!” Me pregunté de inmediato: “Ah, ¿sí? ¿Todos? Y eso ¿por qué? ¿Porque ese chico es de Manacor y no suizo? ¿Y a mí qué más me da dónde hayan nacido los que juegan a un lado u otro de la red? Lo que quiero es que jueguen bien y me entretengan.” Todos teníamos que estar con Nadal, por narices.

El peor nacionalismo es el nacionalismo inconsciente. El que se vive como si fuera la más natural de las cosas. El que hace que la piratería en el Índico sólo interese cuando el barco pirateado lleva matrícula española. El que decide que las carreras sólo son de gran interés si las puede ganar un chaval de Soria, de Coria o de Asturias. El que se empeña en hacernos forofos del golf si hay uno de la parroquia que puede vencer, pero pasa olímpicamente de esa plácida práctica deportiva cuando ningún español puede hacerse con la copa correspondiente. El que convierte en lo más lógico del mundo que, si se produce un terremoto con 30.000 víctimas, lo verdaderamente esencial no sea la crudeza de la tragedia, sino averiguar si algún compatriota ha sufrido una rozadura.

Es fantástico: los que se comportan así se declaran permanentemente “ciudadanos del mundo” y hostiles a “todos los nacionalismos”.

Sé que las pulsiones tribales (de todas las tribus: familiares, locales, nacionales) están profundamente enraizadas en el alma humana. Lo que me irrita es que algunos no paren de hablar de la paja que ven en los ojos de los demás y no se den cuenta de la viga que llevan en el propio.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (23 de mayo de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/05/23 05:30:00 GMT+2
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2008/05/22 06:00:00 GMT+2

Subvenciones e inspecciones

Gran polémica entre las comunidades autónomas (las presida el partido que las presida) a propósito de los fondos de compensación interterritorial, o sea, de los dineros que las zonas más pudientes del territorio estatal deben transferir a aquellas que en tiempos del franquismo se llamaba “menesterosas”.

Aquí hay dos criterios contradictorios, pero ambos razonables, que hay que cohonestar: quien tiene menos pide ayuda a quien tiene más y quien tiene más reclama que no haya aprovechados que se le cuelguen de la chepa.

Cuando uno acude a un banco a solicitar un préstamo, ya sabe que la entidad financiera correspondiente le va a reclamar garantías. No digamos las que exigiría si se tratara de una donación. Así solemos administrar casi todos nuestra economía doméstica.

Si los gobiernos de las regiones que exigen ayuda quieren evidenciar que la merecen, deberían demostrar: primero, que están haciendo esfuerzos serios para expandir su propia economía y para autoabastecerse (o sea, que no se dedican a sestear), y segundo, que no utilizan los fondos que reciben del exterior para realizar gastos suntuarios, dárselas de próceres y lucir el palmito, sino para impulsar con tesón la riqueza local.

Mi experiencia viajera me indica que no siempre está muy claro que en España se obre así. Hay gobiernos de comunidades autónomas que se funden auténticos pastones en lavados de fachada, con catedrales pulquérrimas y centros urbanos acicalados al máximo, porque saben que eso les va a aportar un montón de votos, pero que desdeñan el impulso de la economía productiva, porque dan por hecho que para esos avíos ya están las arcas del Estado. Lo cual no pone de muy buen humor a quienes llenan las arcas del Estado.

Digo yo que habría un modo sencillo de resolver este espinoso conflicto: que se inspeccione al detalle y se discuta en público (¿no debería servir el Senado para eso?) cómo administra cada gobierno autónomo los posibles que recibe del erario central. Y que se les abra el grifo cuando lo hacen con prudencia y con criterio social, y que se les cierre en la medida en que pretendan ir de zánganos.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (22 de mayo de 2008). También publicó apunte ese día: Un breve cuestionario.

Escrito por: ortiz.2008/05/22 06:00:00 GMT+2
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2008/05/21 06:00:00 GMT+2

La tortura y la ficción

Son ganas (y muchas) de enredar. El Parlamento vasco no ha apoyado ninguna denuncia falsa de torturas. Lo que el Parlamento vasco ha constatado, porque es así, y no tiene vuelta de hoja, es que ningún gobierno español, ni éste, ni el anterior, ni ninguno de sus antepasados, ha aceptado jamás que en algunas comisarías y cuartelillos de España se producen torturas. Y no lo ha aceptado no ya cuando lo han señalado taxativamente los informes anuales de Amnistía Internacional, poco sospechosa de connivencia con ETA, ni cuando lo ha constatado el relator de la ONU, sino ni siquiera cuando los propios tribunales españoles han pronunciado sentencias firmes contra tales o cuales policías torturadores.

No sólo los agentes condenados han sido mantenidos en su empleo y se las han arreglado para no ingresar en prisión, sino que, en algunas ocasiones y para más recochineo, han sido condecorados. O ascendidos, como Rodríguez Galindo (astuta idea de Belloch). Pasó un corto periodo entre rejas, pero ya está también en la calle.

Claman con aire ofendido nuestros gobernantes y sus acólitos que hablar de torturas es hacer el juego a ETA. En primer lugar: las denuncias de torturas no se refieren sólo a miembros de ETA. Según los informes existentes, la mayoría de los malos tratos afectan a detenidos por presuntos delitos de derecho común. En segundo término: es el encubrimiento de las torturas lo que más beneficia a ETA, porque la rabia resultante nutre sus filas.

¿Quieren acabar de raíz con estas polémicas? Lo tienen fácil. Legislen que todos los interrogatorios sean grabados en vídeo y que sólo lo grabado y firmado por el detenido pueda ser remitido al juez correspondiente.

¿No les dice nada que haya habido detenidos que se han confesado autores de crímenes que luego se ha sabido que habían sido cometidos por otros? A lo peor fueron sutilmente animados a ello. En tiempos del franquismo se decía: “Tras un hábil interrogatorio…”. Pregunten en la Audiencia Nacional: allí sí que lo saben, aunque no les guste hablar de ello.

Es todo un juego de imposturas y ficciones. Aquí hay mucha gente que engaña, pero nadie se engaña.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (21 de mayo de 2008). También publicó apunte ese día: De ETA y de fogones.

Escrito por: ortiz.2008/05/21 06:00:00 GMT+2
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2008/05/20 06:00:00 GMT+2

Navarra sí, Nafarroa bai

No hay una sola Navarra. Hay, por lo menos, dos.

Hay una Navarra que es íntegramente vasca; hasta la caricatura. Cuando me toca enseñar a algún foráneo la imagen más típica y más tópica de Euskadi, le monto una excursión que parte de Oiartzun, en Guipúzcoa, sigue por las curvas verdes y escarpadas de Aritxulegi, se detiene en la cumbre para ver los cromlechs que circundan el monumento al padre Donosti, obra de Jorge Oteiza, y desciende luego suavemente hasta llegar a Lesaka, que es un pueblo vasco como de postal, por paisaje, por arquitectura, por población y por idioma.

Sólo que Lesaka es Navarra.

Pero hay otra Navarra. U otras. Abajo, en la Ribera, hay momentos en los que uno se siente en Álava. En otros crees estar en La Rioja. Y pegando al este, en Aragón. También por paisaje, por arquitectura, por población y por idioma.

¿Qué habría que hacer con Navarra? ¿Dividirla en trozos y repartirla?

Cuando se habla de estas cosas, recuerdo el juicio de Salomón con las dos madres que reclaman al mismo niño. La madre más amorosa es que la que pide que el bebé siga vivo y entero, aunque se lo entreguen a la otra.

Querer a Navarra es quererla como es: diversa, compleja; incluso contradictoria.

Los fanáticos, en esto como en todo, convierten en irresolubles los asuntos más simples. Navarra no es menos vasca que Álava, si de rasgos históricos y antropológicos se trata. Pero Álava, que es otro rompecabezas, está entroncada sin demasiada discusión en la Comunidad Autónoma Vasca, y Navarra no. Es ilógico, pero es lo que hay.

En los tiempos de Ardanza y Alli, se alcanzó un acuerdo para formar un organismo conjunto que se encargara de las buenas relaciones de cooperación y vecindad vasco-navarras. Era una idea sensata, pero no tardaron en llegar los desaforados (¡en tierra de fueros!) que la hicieron imposible. Habiendo tantos lazos comunes, ¿por qué no asegurarse de que unen, en lugar de estrangular?

Es patético que, tantos años después, una iniciativa tan razonable siga constituyendo una reivindicación poco menos que utópica, que haya que ir a Madrid a negociar. Da cuenta de la ínfima calidad de nuestra vida política.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (20 de mayo de 2008). También publicó apunte ese día: Entre San Benito y Martín Medem.

Escrito por: ortiz.2008/05/20 06:00:00 GMT+2
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2008/05/19 06:00:00 GMT+2

Miedo a pensar, miedo a hablar

En España, el habla pública va por modas. Y también buena parte de la escritura de los medios.

Cuando regresé de Francia, descubrí que todo lo que ocurría por aquí era “a nivel de” algo: “a nivel político”, “a nivel económico”… Poco después, me tocó comprobar que en nuestra prolija realidad ya no había ni asuntos, ni materias, ni quehaceres, sino sólo temas. “En cuanto al tema de…”, se puso a decir sin parar la parroquia político-periodística, aunque estuviera más que claro que no estaba formulando el enunciado de ningún discurso. A la par, cualquier hecho de mero detalle o fortuito pasó a convertirse en “puntual”, como si se caracterizara por llegar a la hora exacta.

Se nos vino encima a continuación una catarata de “filosofías”. Hasta las ocupaciones más corrientes y molientes encontraron su particular filosofía. Se lo oí a un dirigente sindical agrario: “Este año, la filosofía del cultivo de la patata…” Enternecedor.

Acto seguido vino la manía de las oraciones sin verbo principal (“Finalmente, decir que…”) y los inicios de respuesta fijos, siempre haciendo la pelota al entrevistador: “Así es” y “La verdad es que…”

Ahora mismo, los latiguillos más en boga son “entre comillas” y “un poco”. Se dice “entre comillas” y “un poco” cada dos por tres, como método –casi siempre inconsciente, me temo– de mostrar al universo mundo cuanta moderación y templanza caracterizan a quien habla.

Tanto más se endurece la realidad, tanto más se ablanda el idioma. Es decir, el pensamiento. Muchos políticos y periodistas huyen de expresarse de manera tajante con respecto a lo que sea (siempre que no esté catalogado como parte del eje del mal, obviamente) por dos razones: porque su propia concepción del mundo es esencialmente acomodaticia, vaporosa y maleable, y porque intuyen que, de pronunciarse sin paliativos sobre lo que acontece, desagradarían a las sacrosantas clases medias, lo que podría comprometer sus fuentes de subsistencia.

Además, en la medida en que hablan y escriben como el resto (aunque sea igual de mal), demuestran que forman parte de la corporación del Poder. Que, a fin de cuentas, es lo que más les importa.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (19 de mayo de 2008). También publicó apunte ese día: Qué rollo.

Escrito por: ortiz.2008/05/19 06:00:00 GMT+2
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2008/05/18 05:30:00 GMT+2

¿No queríais liberalismo?

He defendido más de una vez el liberalismo político –la concepción liberal de las libertades individuales y colectivas–, distinguiéndolo del liberalismo económico, hostil por principio a la intervención del Estado en la regulación de los asuntos económicos y sociales.

Discrepo del clásico laissez faire, laissez passer porque creo que el Estado, en tanto que capitalista colectivo, puede cumplir un papel útil, limitando las ambiciones privadas más desbocadas y promoviendo actividades socialmente necesarias, aunque no resulten rentables a primera vista.

En todo caso, conviene no engañarse con el falso liberalismo de los actuales neoliberales, que menosprecian las libertades democráticas (no paran de pedir que se recorten) y que, en materia económica, sí, se oponen a que el Estado meta baza, pero sólo cuando ven que eso puede redundar en beneficio de otros; a cambio, reclaman la intervención inmediata de los poderes públicos en cuanto sienten peligrar su cartera.

Véase la Unión Europea. La Política Agrícola Común, dedicada a proteger la agricultura continental, se lleva el 50% del presupuesto de la UE. Uno puede estar a favor o en contra de que los estados europeos obren así, pero lo que no puede pretender es que eso sea una muestra de liberalismo. Si la UE fuera liberal, como sostienen sus apologistas, dejaría que los productos agrícolas europeos entraran en libre competencia con los procedentes del Tercer Mundo. Con lo que, claro está, la agricultura europea recibiría un golpe de muerte.

Ahora tenemos por aquí ejerciendo de plañideros a los empresarios de la construcción. Se han hecho de oro durante años, reclamando de todos los poderes públicos (centrales, autonómicos, municipales) que no les pusieran trabas. Pero en este momento, como las cosas se les han torcido, quieren que el Estado acuda presuroso en su ayuda. No por ellos, que son unos ascetas –es lo que vienen a decir en sus plegarias–, sino por los muchos empleos e industrias subsidiarias que movilizan. ¡Qué gente tan solidaria!

¿No reclamaron manos libres a la hora de las maduras? Pues que se apañen también por su cuenta a la hora de las duras.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (18 de mayo de 2008). También publicó apunte ese día: Cuatro apuntes variopintos.

Escrito por: ortiz.2008/05/18 05:30:00 GMT+2
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2008/05/17 05:15:00 GMT+2

Infraestructuras sociales

Está muy bien que el Estado trate de paliar la crisis del gremio de la construcción promoviendo infraestructuras.

En principio, está muy bien todo. Para empezar, es una buena noticia que se modere la elefantiasis del sector de la construcción, aunque haya tenido que ser por su cuenta. Muchos habitantes de las grandes urbes y de las costas la veíamos ya con verdadera angustia, unos por los precios inalcanzables a los que se les ponía encontrar un techo de cobijo, otros por los estragos que estaba sufriendo la escasa Naturaleza aún disponible.

También es buena cosa que el dinero público se dedique a la creación de nuevas infraestructuras de uso común, porque eso genera empleo y porque el resultado puede ser de utilidad social.

Ahí está la cosa: que puede. No es obligatorio que lo sea.

Resulta preocupante la obsesión que muestra el Gobierno por dos objetivos: la construcción de más y más autopistas y los trenes de alta velocidad.

Ni lo uno ni lo otro es intrínsecamente perverso. Pero hay que fijar las debidas proporciones.

El automovilismo es como la burocracia: tiende a ocupar todo el espacio disponible. Tantas más autopistas se construyan, tantos más automóviles las ocuparán. No formulo una teoría: establezco una simple constatación empírica. ¿Es un acierto incitar al uso generalizado del transporte individual, con el coste medioambiental que tiene y la sangría en vidas que supone?

Lo de los trenes de alta velocidad es también harto discutible. No me opongo a que existan, válgame el cielo: me parece estupendo que te lleven al quinto pino en un plisplás mientras vas leyendo una novela. El problema se plantea cuando uno no va al quinto pino, sino a una población intermedia, en la que ya casi ningún tren se detiene, y si te incrementan las tarifas del tren en un 20%, como medida disuasoria.

Si un Gobierno tiene inquietudes sociales efectivas, está obligado a preocuparse por las necesidades del conjunto, centrando su atención preferente en aquello que facilita la vida a la gente de menos posibles. En cambio, si se obsesiona por satisfacer antes que nada las necesidades de  los ejecutivos y pudientes, se retrata.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (17 de mayo de 2008). También publicó apunte ese día: Demasiada doble moral.

Escrito por: ortiz.2008/05/17 05:15:00 GMT+2
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2008/05/16 05:00:00 GMT+2

Grande Marlaska, pequeño Marlaska

El titular del Juzgado Central de Instrucción número 3, Fernando Grande Marlaska, ha procesado a la alcaldesa de Hernani, Marian Beitialarrangoitia, por una cuestión de quítame allá esos nombres de calles. Al juez de la Audiencia Nacional le parece fatal que el pueblo guipuzcoano tenga una vía urbana en honor de los gudaris y otra que recuerda a una persona que él da por hecho que fue integrante de ETA, aunque nunca fuera condenada en firme por serlo. Y empura a la actual alcaldesa, por más que los nombres de esas calles no sean cosa suya, porque los decidieron los munícipes anteriores.

Es evidente que Fernando Grande Marlaska –aparte de demostrar que cuenta con mucho tiempo libre, lo que le permite dedicarse en cuerpo y alma a tamañas pijadas– no tiene ni idea de Historia. Los gudaris fueron los soldados del Ejército vasco integrado en las fuerzas regulares de la II República Española. Rendirles tributo no tiene nada de delictivo.

Si al juez Grande Marlaska le apasionan este tipo de asuntos, podría echar una ojeada, por ejemplo, al callejero de Santander, ciudad que cabe recorrer de norte a sur y de este a oeste sin perder el trazo de las glorias del nazi-fascismo español, todo ello partiendo de la estatua ecuestre del invicto caudillo Franco, frente al Ayuntamiento. No me sería nada complicado colocarle delante de las narices una lista interminable de calles, avenidas y plazas españolas dedicadas a asesinos, torturadores y bestias de toda suerte y condición, que ahí están, y tan campantes. Podría añadirle, como apéndice, otra relación inacabable de iglesias que veneran a personajes de ese estilo en sus muros externos y en sus criptas subterráneas.

No pretendo dármelas de freudiano, pero me malicio que el paso de Grande Marlaska por Euskadi y el trato despectivo y desagradable que algunas gentes zafias de la izquierda abertzale concedieron entonces a sus asuntos personales tienen un peso decisivo en sus querencias, fijaciones y fobias actuales.

No obsta. Una cosa es que uno esté razonablemente resentido y otra que se dedique a juzgar, venga o no a cuento, a partir de sus resentimientos privados.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (16 de mayo de 2008). También publicó apunte ese día: Dos apuntes americanos.

Escrito por: ortiz.2008/05/16 05:00:00 GMT+2
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