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2007/08/30 07:00:00 GMT+2

Últimas voluntades

Se va a publicar un libro en el que, sacando partido de diversos escritos personales de Teresa de Calcuta, se revela que la afamada monja tuvo dudas sobre la existencia de Dios durante buena parte de su vida.

Cuentan que la religiosa dejó dicho que los papeles en cuestión fueran destruidos. Pero no le obedecieron. Lo cual replantea una vieja polémica: ¿es lícito desatender la última voluntad de una persona?

Es bien conocido lo que sucedió con Franz Kafka, que rogó a su amigo Max Brod y a su novia, Doria Diamant, que destruyeran todos sus manuscritos cuando él muriera. Ella le hizo algo de caso –no mucho–, pero Brod en absoluto, gracias a lo cual conocemos la mayor parte de la creación del genial novelista checo.

¿Hicieron bien o mal? Cabría decir que hicieron bien y mal. Que hicieron bien para la historia de la literatura, pero que se portaron mal con Kafka. Claro que, una vez que estás muerto, es difícil que se porten mal contigo, y el respeto por la memoria depende de la memoria que te guarden. En el caso de Kafka, sus deudos consideraron que era un grandísimo escritor, pero que a veces tenía ocurrencias absurdas, y decidieron dar prioridad al genio sobre el agonizante, amargado y rencoroso.

Durante un tiempo sostuve que sólo hay que fiarse de los muertos, porque son los únicos que ya tienen definitivamente cerrada su biografía y no están en condiciones de dejarte con un palmo de narices cambiando de chaqueta. Llegué a esa conclusión tras sufrir algunas decepciones y quemarme la mano después de haberla puesto en el fuego por gente en la que habría hecho mucho mejor en no confiar. Pero la experiencia me ha demostrado que incluso ese criterio, por estricto que parezca, es demasiado laxo, porque tampoco resulta tan raro que, pasado el tiempo, nos enteremos de aspectos de la vida del difunto (curiosa paradoja) que habían estado ocultos y cuyo conocimiento nos fuerza a variar la consideración de su persona, o a matizarla, al menos.

Lo que no entiendo es por qué hay gente que se empeña en encargar a otros que cumplan su voluntad post mortem cuando podrían haberse asegurado de cumplirla en vida. Hay ocasiones en las que no queda otro remedio que esperar a morir para que se haga lo que quieres, y para eso están los testamentos, pero hay otras, como las que comento aquí, que podrían haberse resuelto cuando los interesados deambulaban todavía por este valle de lágrimas. Si Teresa de Calcuta tenía el firme deseo de que fueran destruidos los papeles que recogían todas esas confesiones íntimas suyas, ¿por qué no los destruyó ella? Del mismo modo: si Franz Kafka deseaba que su obra no publicada desapareciera, ¿por qué no la tiró él misma a la chimenea?

Tal vez yo sea muy retorcido, pero para mí que ninguno de los dos tenía muy clara su última voluntad.

Javier Ortiz. El Mundo (30 de agosto de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Últimas voluntades. Subido a "Desde Jamaica" el 27 de junio de 2018.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/08/30 07:00:00 GMT+2
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2007/08/27 07:00:00 GMT+2

Texas is different

Pocas horas antes de dar su visto bueno a la ejecución de John Ray Conner, que hacía la número 400 de las aplicadas en Texas desde que en 1976 se restableció la pena de muerte en los Estados Unidos James Richard Perry, el gobernador del llamado «Estado de la estrella solitaria», rechazó con altanería la petición de clemencia que le había hecho llegar la Unión Europea alegando que «hace 230 años los fundadores de nuestro país lucharon en una guerra para deshacerse del yugo de un monarca europeo y conseguir el derecho de autodeterminación». Según él, la pena de muerte es un fruto de la autodeterminación de los estadounidenses.

No creo que Perry ignore que hace 230 años Texas ni siquiera pertenecía a los Estados Unidos. Tiene que saber por fuerza igualmente que Texas declaró su independencia en 1836 y que en 1861 se unió a los Estados Confederados, hostiles al proyecto de los Estados Unidos de América. Y que fue sometida por las armas, y luego sujeta a la ley marcial por su resistencia a aceptar los preceptos constitucionales, incluyendo la abolición del esclavismo.

Con referencia a su desdén hacia Europa, me conformaré con tres breves réplicas: 1ª) Texas, inicialmente poblada por amerindios y criollos mexicanos, se hizo anglosajona porque fue colonizada por inmigrantes llegados en su mayoría de Europa; 2ª) Los EE.UU. alcanzaron su independencia con la ayuda de Francia, como sabe muy bien cualquier conocedor de la peripecia vital del marqués de La Fayette… y cualquier turista visitante de la Estatua de la Libertad, que Francia regaló a los EE.UU. para festejar su independencia; 3º) De quien se independizaron los EE.UU. fue del Reino Unido, que es precisamente el Estado de Europa que menos protesta en la actualidad por los sangrientos usos del derecho de autodeterminación que practica su excolonia.

Es significativa la similitud que presenta la desabrida defensa que hace el gobernador de Texas de la pena de muerte, que considera una muestra de la idiosincrasia de su pueblo, con la apología que hacían los franquistas de su dictadura allá por los años sesenta, cuando se inventaron el eslogan turístico Spain is different, patrocinado por Manuel Fraga. Su rollo es del mismo estilo: «Nosotros somos así, especiales. No se metan en nuestros asuntos».

El problema estriba en que ellos son también diferentes entre sí: unos ejecutan, los otros mueren.

James Richard Perry –al que llaman Rick, porque allí son muy campechanos– es el heredero político e ideológico de George W. Bush. Texas se ha convertido en cantera presidencial y él mantiene el nivel. Ahora se dispone a avalar la ejecución de un hombre acusado de haber sido testigo de un crimen y no haber hecho nada por evitarlo. Va para el Guiness de las aberraciones legales.

Así funciona el país que aquí muchos toman como modelo.

Javier Ortiz. El Mundo (27 de agosto de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Texas is different. Subido a "Desde Jamaica" el 27 de junio de 2018.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/08/27 07:00:00 GMT+2
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2007/08/25 07:00:00 GMT+2

Las calles de Pinto

Leo que el Ayuntamiento de Pinto ha decidido que las calles de la ciudad no lleven nombres de políticos. Varias, que habían sido bautizadas en homenaje a los expresidentes del Gobierno de España y a los diputados que llaman «padres de la Constitución», van a pasar, o han pasado ya, a recibir nombres de artistas renombrados.

Es un criterio discutible.

Me resulta francamente encomiable la decisión de no poner a las calles nombres de políticos. Los vecinos de Pinto –como cualquier hijo de vecino, en general– tienen derecho a que no les obliguen a vivir bajo la advocación de individuos cuyo mero recuerdo lo mismo les repatea.

Alguna vez he comentado el caso llamativo de Santander, ciudad que es posible recorrer de norte a sur y de este a oeste sin pisar ni una sola calle que no lleve un nombre con referencias franquistas o, al menos, militantemente derechistas. Pero es que también pueden plantearse otras muchas hipótesis: que el vecino sea de derechas y le toque vivir en la calle Carlos Marx, o que sea nacionalista vasco y le restrieguen por las narices a diario el nombre de Indalecio Prieto, o que sea nacionalista español y le fuercen a difundir con sus tarjetas el nombre de Sabino de Arana Goiri.

En lo que no estoy de acuerdo con la decisión del Ayuntamiento de Pinto es en su idea implícita de que los nombres de otros personajes famosos, no políticos profesionales, están exentos per se de conflictividad político-ideológica. Por ejemplo: ha decidido mantener el nombre de la calle que lleva el nombre de Juan Pablo II, que fue jefe del Estado vaticano y por ello tan político como el que más. Su figura fue y sigue siendo muy polémica. En mi círculo de amistades, por lo menos, no goza de demasiada popularidad. Lo mismo podría decirse de muchos artistas, escritores, compositores, músicos, etc. A mí no me haría nada feliz vivir en una calle que llevara el nombre de Gerardo Diego, pongamos por caso. ¿A cuento de qué he de contribuir a homenajear a un señor que escribía sonetos alabando a la Falange y a la División Azul?

Puesto que lo de los nombres de las calles y los números de los portales no es, en realidad, sino un sistema para permitir la localización de las viviendas, ¿por qué no adoptar métodos asépticos, sin más historias? En muchas ciudades de los EE.UU. aplican un recurso muy socorrido: las llaman por números. Tiene la ventaja adicional de que así sabes mucho mejor dónde te encuentras: si vas a la 5 y estás en la 2, te faltan tres para llegar. Y si vives en la 5 y hay un golpe de Estado fascista, tu calle sigue siendo la 5 (si es que no te mandan a un campo de concentración, claro).

De modo que mi punto de vista no coincide realmente con el aplicado por el Ayuntamiento de Pinto. Mi opinión está, como quien dice, entre Pinto y Valdemoro.

Javier Ortiz. El Mundo (25 de agosto de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Las calles de Pinto. Subido a "Desde Jamaica" el 27 de junio de 2018.

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2007/08/20 07:00:00 GMT+2

China y Hitler, olímpicos

Lo de China es un escándalo. No; dos escándalos.

El primer escándalo lo proporcionan las autoridades políticas de la mal llamada República Popular, que son una especie de antología viviente del desprecio por los derechos y las libertades ciudadanas, empezando por el derecho a la vida, que trasgreden a diario aplicando la pena de muerte a mansalva.

El segundo escándalo lo encarnan las potencias occidentales, que saben cómo se maltratan en China las libertades civiles, pero que no dicen nada ni protestan por nada porque China es, mucho más que un Estado, una fantástica cifra de negocios, y nadie quiere indisponerse con sus gobernantes.

La última desvergüenza de ese género la ha protagonizado el Comité Olímpico Internacional, que ha respondido a varias organizaciones de defensa de los derechos humanos, que le habían informado con cifras y datos concretos de las intolerables violaciones de derechos fundamentales que se están produciendo en los propios trabajos preparatorios de los Juegos Olímpicos, diciéndoles que no puede hacer nada al respecto, porque ésos no son asuntos de su competencia.

En los últimos años he leído decenas de artículos de prensa empeñados en recordarnos el gran error que cometieron los adalides de las principales democracias occidentales cuando hicieron la vista gorda ante los desmanes iniciales de Hitler. Han esgrimido una y otra vez «el error de Munich» para alertarnos sobre fenómenos tan variopintos como el peligrosísimo régimen de Sadam Husein –que se disponía a dominar el mundo, nos decían– o el terrorismo de ETA, con el que no se podía negociar nada de nada porque seguro que en cuanto nos descuidáramos invadía algo (Polonia, Navarra o el Condado de Treviño, cualquiera sabe).

Pasaban todos ellos de puntillas por dos puntos esenciales para explicar la tolerancia de Gran Bretaña y Francia ante los primeros desafíos internacionales del III Reich. Primero: no tenían ganas de enfrentarse a Hitler porque, en buena medida, simpatizaban con su discurso anticomunista. Segundo: no querían enemistarse con Alemania, porque era una primerísima potencia económica con la que o bien tenían importantes negocios o bien esperaban tenerlos.

La ceguera y la desvergüenza de la que hicieron gala los firmantes del Tratado de Munich de 1938 habían tenido un precedente inequívoco: los Juegos Olímpicos de 1936, que se celebraron en la Alemania nazi y a los que todos los estados sedicentemente democráticos acudieron con la sonrisa en los labios, pese a que para entonces estaba ya más que clara la naturaleza dictatorial del Estado organizador, que había convertido el acontecimiento en un gigantesco acto de propaganda del Nacional-Socialismo.

Ahora se disponen a acudir a los Juegos Olímpicos de China, todos en tropel y sin decir esta boca es mía.

Ahí sí que hay semejanzas.

Javier Ortiz. El Mundo (20 de agosto de 2007). Subido a "Desde Jamaica" el 27 de junio de 2018.

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2007/08/18 07:00:00 GMT+2

A la venta de emociones

La truculencia se está haciendo dueña y señora de los telediarios. En espacio ocupado, para empezar. Hoy en día es normal que la mitad del tiempo disponible de un informativo de televisión esté ocupado por noticias de desgracias, crímenes y accidentes.

Obviamente, si se produce un terremoto como el que sacudió Perú en la madrugada del pasado jueves, la noticia hay que darla, y hay que darla con toda la extensión que requiere un caso tan doloroso y excepcional. Pero es que hay muchos días en los que los sucesos acumulados en tropel son de una trascendencia francamente menor, cuando no casi anecdóticos, y da igual: la ración sigue siendo como para atragantarse. Quizá tenga yo un problema de sensibilidad, pero para mí que –por poner un ejemplo– tiene difícil justificación, desde criterios ortodoxamente periodísticos, el tiempo que han dedicado en las últimas semanas a especular sobre el caso de la niña Madeleine McCann, desaparecida en Portugal. Un suceso ciertamente penoso, pero de una trascendencia social limitada.

De todos modos, lo principal no es el qué, ni siquiera el cuánto, sino el cómo. Porque sobre un terremoto se puede informar aportando los datos clave de lo sucedido, mostrando sus efectos, dando cuenta del modo en que se están afrontando los trabajos de rescate y de asistencia a la población damnificada, explicando a qué fenómenos sísmicos se ha debido, ilustrando sobre las razones por las cuales las viviendas resisten mejor o peor los movimientos telúricos según dónde y cómo estén hechas… Pero se puede también informar –o como se llame eso– dedicando interminables minutos a mostrar cuerpos destrozados, brazos inertes que salen de entre las ruinas y declaraciones tan desgarradoras como reiterativas de quienes han perdido a sus más allegados y se han quedado sin nada. Por desgracia, es este segundo género el que va ganando terreno. A mal Cristo, mucha sangre.

Las presuntas noticias televisivas ponen cada vez menos interés en el incremento del bagaje de información de la ciudadanía y apuntan con más descaro a provocar sus emociones. Emociones que se pretende que sean de usar y tirar. El objetivo es que el espectador, aturdido por la avalancha de desgracias que le son proporcionadas en tropel y sin jerarquizar, llore rápido cada desastre y lo olvide a escape, de modo que pueda tener el llanto disponible para el siguiente. Miles y miles de asiáticos dejados de la mano de Dios tras una inundación tremebunda dejan paso a los apesadumbrados amigos de tres jóvenes que se han estrellado con su coche a la salida de una discoteca, y éstos a  una nueva e inexplicable –cuanto más inexplicable, mejor– enfermedad.

Y que mañana todo eso pase al olvido. Para que los almacenes mentales puedan acoger una nueva entrega de emociones prefabricadas.

Javier Ortiz. El Mundo (18 de agosto de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: A la venta de emociones. Subido a "Desde Jamaica" el 27 de junio de 2018.

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2007/08/13 07:00:00 GMT+2

La dádiva navarra

La dirección central socialista, empeñada en justificar su decisión sobre Navarra, afirma ahora que el discurso de investidura de Sanz demuestra que ha conseguido que el presidente reelecto cambie de línea política, distanciándose del PP. No sólo no es verdad sino que, además, como dirían Les Luthiers, es falso. Sanz, lejos de admitir que haya utilizado en el pasado la lucha antiterrorista como arma partidista, lo negó explícitamente. Lo que no iba a hacer, obviamente, era dedicarse a insultar a aquellos de los que dependía para salir reelegido, y menos cuando el asunto de la negociación con ETA ha desaparecido del orden del día.

Sanz hará algunas concesiones limitadas a los socialistas, pero no cambiará de línea política. No podría. Está en su naturaleza. Sobre todo porque ahora cuenta con otra arma más para tener atado en corto al PSOE: puede convocar nuevas elecciones forales, lo que sería un desastre para el PSN.

Lo único que ha pretendido Ferraz con su comportamiento errático en este asunto es hacer ver al conjunto de España, de cara a las elecciones generales de 2008, que no es cómplice de ningún devaneo vasco-navarro. ¿Y era eso tan importante? ¿No repara en que buena parte de la rebelión interna que ha provocado en el PSN con su estrafalaria táctica pro-Sanz ha salido de la Ribera, que no es precisamente la zona de Navarra más propicia a la unión con la Comunidad Autónoma Vasca? ¿No se da cuenta de que la contradicción izquierda-derecha puede pesar más, en Navarra y en España entera, que la aburrida historieta del PP sobre los afanes anexionistas vascos?

La militancia y la base social del socialismo navarro no están obsesionadas por ese rollo, sino por la política práctica de UPN, esencia del ultramontanismo local. Y por eso eran decididas partidarias de un acuerdo con Na-Bai y con IU. No para hermanar Fitero con Donibane Lohizune (cosa que tampoco creo que les importara demasiado, dicho sea de paso), sino para afrontar problemas muy concretos: de derechos de las mujeres –incluidos los recogidos en la legislación sobre el aborto, que en Navarra siguen siendo teóricos–, de lucha contra el empleo ilegal, de educación, de protección del medio ambiente, de ordenación territorial, de comunicaciones…

Lo que el elector o la electora de base espera de los políticos que dicen que son de izquierdas es que se opongan a los que son de derechas. Si en vez de oponerse a ellos les extienden una mullida alfombra para que accedan al poder, entonces ya está montado el lío. Y cuando se monta el lío, hay mucho elector o electora subjetivamente de izquierdas que opta por decir «¡Que los zurzan!» y renuncia a acudir a las urnas.

Es una reacción muy elemental y muy objetable, ya lo sé. Pero estadísticamente contrastada. Y de efectos devastadores.

Javier Ortiz. El Mundo (13 de agosto de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: La dádiva navarra. Subido a "Desde Jamaica" el 27 de junio de 2018.

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2007/08/11 07:00:00 GMT+2

Construcciones nacionales

El PSOE quiere que se apruebe una ley que ordene a RTVE que contribuya «a la construcción e identidad de España».

«¡Fascinante!», que diría el doctor Spock de mis tiempos de crío.

O sea que el PSOE cree que, a estas alturas de la película, España sigue necesitada de «construcción» y de «identidad».

Lo de la construcción se presta al chiste fácil, sobre todo en esta costa mediterránea en la que me hallo, que es una pura grúa. Más parece que España esté ahíta de construcción.

Bromas aparte, deberían pensárselo dos veces. Todos.

En Euskadi tenemos un montón de políticos que hablan también sin parar de «construcción nacional». Si una nación no está construida, es que no hay nación. Todo un problema: ¿cómo se puede ser nacionalista de una nación que está pendiente de construcción?

Otro tanto digo sobre la identidad. Las identidades no se defienden, ni se construyen, ni se preservan: son. Y cambian. Como muy bien reflexionó Ángel González en un precioso poema de amor («Si yo fuera Dios y tuviera el secreto, haría un ser exacto a ti…»), la constante renovación de nuestras células hace que en cosa de pocos años nuestro yo se vuelva otro yo, «siempre el mismo y siempre diferente». Sólo desde posiciones esencialistas e irracionales se puede definir una identidad nacional (española, vasca, catalana… danesa, me da igual) que haya que blindar para preservarla de los cambios.

Leí hace algunos días una referencia (indirecta y por ello puede que injusta) a unas declaraciones de Jordi Pujol en las que lamentaba los daños causados por la inmigración a la identidad catalana. Cataluña no es menos Cataluña porque haya recibido muchos inmigrantes, andaluces o africanos. Es, lisa y llanamente, otra Cataluña. 

Como la Euskadi de hoy no es menos Euskadi que la del siglo XVIII porque se haya nutrido de foráneos, como mis propios antepasados, y se siga reconformando ahora mismo cada día con nuevos vascos venidos de Badajoz, de Senegal, de China o de Pakistán.

Quien sienta aprecio verdadero por Euskadi, debe sentirlo por la Euskadi que existe –por la que vive, late y trabaja día a día–; no por la que conserva en un recuerdo momificado o por la que imagina en sus ensoñaciones mejor o peor intencionadas.

Tal vez los Estados Unidos deberían estar gobernados por los sioux y los apaches, pero me da que eso ya no tiene remedio, John Wayne y John Ford mediantes.

Y para qué hablar de Palestina. Y de Israel. Y de Al Andalus.

¡Construir España! ¡A buenas horas, mangas verdes!

Lo que vosotros llamáis España ya está construido.

Es eso que tenemos delante de las narices: un desastre. Como casi todas las autodenominadas naciones.

Pero ¿qué importan las naciones? ¿Quién sabe qué son? Importan las personas, las culturas, las lenguas… La vida. No los mitos.

Javier Ortiz. El Mundo (11 de agosto de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Construcciones nacionales. Subido a "Desde Jamaica" el 26 de junio de 2018.

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2007/08/06 07:00:00 GMT+2

Lenguaje masculino

El pasado jueves me tocó presentar en Santa Cruz de Tenerife una charla pública sobre relaciones entre el deporte y la cultura en la que contaba con tres personas invitadas: dos mujeres deportistas (las hermanas Ruano, reiteradas campeonas del mundo de windsurf) y un director de cine, Juan Carlos Fresnadillo, que también está actualmente en la cresta de la ola, gracias al éxito mundial que está obteniendo su película 28 Semanas Después.

A la hora de referirme al terceto dije: «Nuestras invitadas…».

A mi buen amigo Gervasio Guzmán le pareció mal. «Ya te me has puesto feminista», me reprochó. «No, Gervasio», le respondí. «Me he puesto demócrata, sin más. Ellas son dos y él es uno. Si la mayoría es femenina, hay que partir de ese hecho».

Hace más de veinte años, cuando sacamos el diario Liberación, tuve una polémica del mismo estilo. Había que titular la acción de un grupo huelguista. Era una fábrica que contaba con algo así como 140 trabajadoras manuales y con tres trabajadores de oficina. Yo escribí: «Las trabajadoras de…» (no recuerdo cómo se llamaba la fábrica). Un compañero me dijo: «Debes poner ‘los trabajadores’. Hay tres hombres». ¡Tres contra 140! Le respondí lo mismo que el pasado jueves: «Lo siento, pero soy demócrata. Acato el predominio de la mayoría».

Al acabar el acto del jueves, Gervasio volvió a la carga. «El español tiene sus reglas, y no puedes desconocerlas. Por muchas mujeres que haya, si hay un hombre, el plural es ‘los’», insistió.

Traté de explicarle que no desconozco nada; que la cuestión es que no estoy de acuerdo, y que a veces adopto determinadas actitudes para llamar la atención sobre aquello que pasa por ser natural sin serlo, y a lo que me opongo. «El lenguaje es reflejo de las relaciones de dominación: de poderosos sobre débiles, de ricos sobre pobres, de hombres sobre mujeres… Si no lo denuncias, si no te rebelas, ayudas a perpetuarlo», le dije.

Gervasio argumentó que no tengo la más mínima posibilidad de cambiar eso. ¡Y a mí qué! ¡Como si yo creyera que estoy en condiciones de cambiar todas las cosas contra las que me rebelo!

Uno no emprende el viaje a Itaca porque confíe en el puerto de destino: la meta es el  propio camino.

Allá por los inicios de la década de los setenta del pasado siglo, una escritora americana  inició un texto escribiendo: «En los orígenes de la Historia de la mujer (y cuando digo “la mujer” incluyo, por supuesto, a los hombres)…»  Provocador, sí. Pero certero.

Gervasio es muy sensible a algunas injusticias: Primer Mundo contra Tercer Mundo, oligarcas contra trabajadores… En cambio, no parece que las relaciones de dominación sexista, de las que el lenguaje da muestra, le incomoden gran cosa.

Creo que nunca se ha interrogado sobre los privilegios que le confiere la circunstancia aleatoria de ser hombre, y no mujer.

Javier Ortiz. El Mundo (6 de agosto de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Lenguaje masculino. Subido a "Desde Jamaica" el 26 de junio de 2018.

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2007/08/04 07:00:00 GMT+2

Turismo y plaga

Estoy en Tenerife coordinando unas Jornadas muy interesantes, de las que quizá hable algún día de éstos. El caso es que el miércoles pasado, en medio de una chicharrera de aquí te espero y aprovechando un hueco en el trabajo, decidí ir con un grupo de familiares y amigos a la zona de Garachico, donde aún quedan pequeñas terrazas a la orilla del mar en las que es posible comer pescado fresco a precio razonable tras haber nadado un rato.

Tras una muy agradable y festiva comida, durante la cual la brisa del mar nos alivió de los terribles calores, hube de buscar unos aseos en condiciones para realizar determinadas tareas naturales que no es preciso detallar. Al final, y no sin esfuerzo, hallé un excusado limpio en el que completar mis propósitos en condiciones de higiene bastante aceptables. Pero, claro, para justificar la maniobra, hube de pedir una consumición y hacerme pasar por cliente.

La señora que atendía la barra mostraba una amabilidad generosa, tal vez un pelín excesiva, que le llevaba a proporcionar constante conversación a la parroquia. Al poco de llegar yo, derivó su monólogo hacia el más reciente y persistente de los incendios que asolaban la zona. El de referencia afectaba a una zona próxima en la que, por lo visto –por lo oído, más bien–, hay una ermita que los nativos tienen en gran estima.

–Está quedando todo aquello destrozado –dijo–, pero, bueno, a fin de cuentas, nosotros podemos soportarlo mejor, porque estamos aquí todo el año. Pero es una pena la impresión que pueden llevarse los turistas…

Me quedé perplejo. Para mí, el comentario lógico habría sido el contrario: “Al turista se le puede chamuscar la excursión del día, pero eso no es tan grave; lo peor es el desastre que nos queda a nosotros para todo el año”.

Lo comenté con un compañero de viaje canario y no se mostró sorprendido.

–Es mucha la gente canaria que cree que el turismo nos aporta muchísimo más de lo que en realidad nos trae. No se da cuenta de que los ingresos que producen buena parte de los viajes se los quedan los tour operators foráneos, extranjeros o peninsulares, y que mucho de lo que consumen los turistas cuando están aquí son productos de importación, que apenas dejan margen de beneficio a los comerciantes locales. Descuenta a eso el destrozo que los hoteles y urbanizaciones están haciendo en nuestras costas y los gastos de infraestructuras que nos causan: el agua que nos falta, la sanidad, los desperdicios… De bicoca, nada.

Yo añadiría a ese balance nada animoso el gasto moral que produce el avance del servilismo. El que se deriva de quitar importancia a lo que uno mismo padece todo el año y a sobrevalorar la mala impresión que puede llevarse el turista por esto, por lo otro o por lo de más allá.

No es fácil determinar qué tiene esto de turismo y qué de plaga.

Javier Ortiz. El Mundo (4 de agosto de 2007). Hay también un apunte que trata el mismo asunto: La plaga turística. Subido a "Desde Jamaica" el 26 de junio de 2018.

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2007/07/30 07:00:00 GMT+2

El bosque vasco

Conocí hace muchos años a una periodista danesa residente en Sevilla que necesitaba asesoría en asuntos vascos, porque la radiotelevisión pública de su país, para la que trabajaba, le pedía de vez en cuando alguna crónica sobre cosas de Euskadi y la habían convencido, pobrecilla, de que yo era una fuente fiable.

En mis primeras reuniones con aquella colega danesa me vi obligado a darle un cursillo acelerado sobre «la cuestión vasca», para que se hiciera cargo más o menos de los líos que nos traemos en nuestra tierra.

De entrada, el asunto le pareció interesante.

Le hice un bosquejo histórico sobre el viejo Reino de Navarra, nuestra curiosa cultura, las aventuras de nuestros antepasados, las guerras carlistas, los inicios del capitalismo en España, la revolución industrial en versión vasca, el nacimiento del PNV

Estábamos en éstas cuando se produjo un tremendo atentado de ETA en Sevilla.

Sucedió cerca de su casa y causó varios muertos que le resultaron muy próximos.

Aquel mismo día me telefoneó para comunicarme que había decidido suspender su curso intensivo sobre «la cuestión vasca». Me dijo, con su divertido acento sevillano: «Lo siento, pero el conflicto vasco se me ha atragantado.»   

Por supuesto que entendí su estado de ánimo.

Me acordé de ella ayer porque me sucedió algo muy parecido (aunque muy distinto) a lo de su cursillo acelerado de 1991 sobre la cuestión vasca.

Me puse a estudiar, desde la distancia de mi retiro mediterráneo, las diferencias que se han hecho públicas entre Josu Jon Imaz y Juan José Ibarretxe: lo de «la consulta en condiciones de no violencia», etc. Metido en gastos, quise enterarme también de lo sucedido en las votaciones para la elección de los gobiernos forales de los territorios de Álava y Guipúzcoa... En fin, todo nuestro fregado.

Jó, qué fatiga.

En cosa de una hora, me convencí de que nada de lo que estaba leyendo era en realidad lo que parecía. Y llegué a la conclusión de que, para enterarme de lo que había por debajo de lo que parecía, debería emplear un montonazo de tiempo (hacer un taco de llamadas telefónicas, etc.), lo cual no me apetecía nada, porque además estaba seguro de que son historias que, en el fondo, examinadas con la debida perspectiva y desde el punto de vista del interés general, no van a ningún lado.

De tener que emitir un dictamen, diría: «Parece que hay un montón de tíos que no se han bajado del coche oficial desde 1977 y que no saben qué hacer para seguir subidos en él».

Y, de verme obligado a llevar el dictamen tres metros más allá, añadiría: «Cuando yo tuve trato con Ibarretxe, la conclusión que saqué es que el coche oficial más bien le estorbaba».

Pero eso fue hace mucho. Lo mismo ya no vale.   

Es lo que tienen las distancias: a veces el bosque no te deja ver los árboles.

Javier Ortiz. El Mundo (30 de julio de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: El bosque vasco. Subido a "Desde Jamaica" el 26 de junio de 2018.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2007/07/30 07:00:00 GMT+2
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