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2020/04/08 08:15:00 GMT+2

Por jamaicanas

Tras subir el otro día el perfil elaborado por Garbiñe Biurrun («Javier Ortiz: radical libre») para el libro «Javier Ortiz, talento y oficio de un periodista», hoy toca publicar el escrito por David Fernàndez. Recordad que es un texto escrito en enero de 2019.

Moltes graciès, David.

En la parte inferior, hemos pegado un audio que contiene la música de Jesús Cutillas y la voz de Javier Ortiz. Esta última proviene de una entrevista que no recuerdo quién o quiénes hicieron. Todo ello se pudo escuchar en el homenaje a Ortiz de abril de 2010 en el KM donostiarra.

David Fernández

"Vendrán más tiempos malos y nos harán más ciegos,
vendrán más tiempos ciegos y nos harán más malos
"
Rafael Sánchez Ferlosio

Repasar, releer y revisitar las palabras andantes de Javier Ortiz en este invierno aciago da para mucho. Lo llena casi todo y es altísimamente recomendable y necesariamente prescriptible para nuestra salud mental colectiva. También contra las inclemencias. Javier abriga. Y abriga mucho. Como espejo del tiempo, es como revivir el bucle -Kafka reloaded- y constatar un déjà vu impertérrito de sinvivires acumulados. Como si poco o nada, a pesar de las falsas apariencias del escaparate, hubiera cambiado en los sistemas de poder, en las relaciones sociales desiguales y en la ambigua y ambivalente condición humana, capaz de lo terrible y de lo sublime todavía. La nómina de farsantes se va agigantando. Definitivamente -algo ya sabido, pero olvidado demasiado a menudo- siempre se puede ir a peor -también a mejor, sólo si nos implicamos, claro está. Pero corren tiempos de canallas al alza y vísceras en boga y concurre la sensación compartida de que cada día damos un pasito más hacia el abismo, como escribe Jorge Riechmann, y algunos días nos da por dar hasta una gran zancada. Y así nos va.

Pero volver, subrayar otra vez y quedarse quieto de nuevo repensando a Javier, da la medida del valor de la palabra alzada, la capacidad liberadora de su puño y letra y esa mochila imprescindible -bagaje y legado, herencia y recorrido- de todo lo que nos ha dejado pensado y escrito. Es extraño: una mezcla insondable y un equilibrio impracticable de nostalgia y celebración, de ausencia y agradecimiento. La añoranza -herrimina donostiarra- siempre es un país exiliado de doble filo. Pero habrá que empezar por ahí, por un principio sin final: que se le echa mucho de menos, en demasía, en cada contradicción presente y ante un futuro algo más que inquietante. Lucidez e inteligencia, compromiso y honestidad, escaseaban y escasean todavía. Y para escribir con claridad, matizaba Joseba Sarrionandia, hay que aprender a descifrar la oscuridad.

Memoria de un futuro anterior, tuve la breve y buena suerte -brevísima y buenísima- de conocer a Javier, fugaz pero intensamente, una fría tarde, con noche incluida, en Lavapiés. Era febrero de 2009 en la librería La Malatesta. Tuvo a bien, de manera generosa, animarse a presentarnos un libro, Crónicas del 6, que era un viaje ingrato hurgando y escudriñando las aristas tristes y grises de la razón de Estado, pesadilla de los justos. Entre ellos, Javier, cabe recordarlo: a él también le entraron a revolverle los cajones, en su casa alicantina y con higiénica depuración de rastros, los agentes de Interior, los Smith de turno. En aquella charla, que todavía resuena, lo dejó bien claro y parece que nos hable desde el más inmediato presente: "por supuesto que es una guerra contra la disidencia, pero su intensidad es más baja o más alta, en unos u otros periodos de la Historia, según sea la intensidad de la propia disidencia; ellos están siempre dispuestos a todo".

Frases que podían haber sido escritas ayer por la noche. Febrero de 2009 para recordar y agradecer que Javier era de los pocos que, en el Madrid del momento, estaban dispuestos a dar la cara por los movimientos sociales que sufrían la lógica autoritaria y ya enloquecida de las mil caras de la represión. Mención obligada, el enlace de aquel acto -"Esto es cosa para él"- fue otra persona que, como Javier, se deja aún todas las horas, las noches y las madrugadas en la pista de la vida y las libertades: Jorge del Cura, la persona más comprometida que conozco en la lucha por la erradicación de la tortura, ese tabú permanente en el Estado español. José K, torturado bien lo sabe en su propia piel. Fue el primer día -el único- que conocí a Javier en vivo y en directo. Y desde entonces es como si siempre estuviera y como si siempre hubiera estado. A su manera. Y libre como el viento.

Antes, cabe aclararlo, nuestra generación baby boom ya había topado con él en papel prensa. Nacimos -lo supimos después- bajo la democracia de la amnesia y en la precariedad vital como forma ininterrumpida de vida bajo el capitalismo neoliberal. Pero aún llegamos a la universidad y allí, entre asamblea y asamblea -que si la insumisión, que si Chiapas, que si las ETT- comprábamos El País y El Mundo. Que no se emocionen en el Grupo Prisa o en Unidad Editorial: comprábamos sólo El País para leer la columna en la contra y a la contra de Vázquez Montalbán. Y comprábamos exclusivamente El Mundo para poder leer el faldón de Javier Ortiz. Fotocopia y pa'lante, al tablón de la asamblea de estudiantes. La búsqueda de aquellos precarios a la deriva era incesante y aquellas columnas libres de Javier operaron entonces como flotador, patera y salvavidas. Como un refugio a la intemperie. Nos moldearon también: sin gastar salvas en pólvora, la mirada y el estilo de Javier iban de la mano. Barroquismo cero, escasos circunloquios, brevedad contundente y concisión cartesiana, iba al grano y al nudo gordiano. Hoy seguimos agradeciéndoselo.

Uno tendría, ahora y aquí, la tentación incontinente de spoiler, de anticiparse indebidamente y de pedir solícito que por favor se fijen, sobre todo, en el artículo que desmonta los cuentos reales, en los pliegues de los dolores -el Javier cronista- de una visita a Durango, en el humor con dardo de los 100 años de PSOE -y 25 de maletines y la mejor disección biopolítica de Felipe González- o en décadas dedicadas a estudiar el enorme fiasco que supuso la Transición española, ahora que celebran 40 años de unas cuantas impunidades y otras tantas frustraciones. Palabra de Javier Ortiz: "mitologías al margen aquello no fue la conquista de la libertad política por un pueblo ansioso de ella, un estallido de abajo arriba, sino la remodelación superficial de un régimen que se vio urgido por imperiosas necesidades de adaptación político-económica a los parámetros imperantes en la Europa Occidental". Punto y seguido: "Ni sé el tiempo que he invertido en poner de manifiesto que es eso precisamente lo que explica que los grandes vencedores de la Transición hayan sido, alternativamente, los herederos de la dictadura y los que jamás hicieron nada ni arriesgaron nada en contra de ella". Amén.

Hoy aquellas columnas siguen firmes y continúan desplegando aquella misma función crítica y emancipada, pero con carácter ampliado. Dudo que haya mayor ni mejor loa: vigencia y actualidad y espejo. Precursor anticipado, bisturí analítico de la realidad desnudada y hemeroteca resistente. La selección, con cuidados y estimas, de Mikel Iturria es de nuevo aire fresco y viento sur, con la buena compañía de Isaac y Garbiñe. Pero aún hay más: en estos tiempos digitales, autopistas de big data y metadatos, y sobresaturación de relatos ficcionados, la web de los artículos de Javier, que con tanto cariño preservan, se ha convertido ya en una auténtica fuente documental para los que sospechamos que hay muchos pasados en este presente y en las posibilidades, siempre frágiles, de otro futuro. Aprendida ya la lección ortiziana que la democracia es algo más, bastante más, que votar cada 1.500 días mientras la plutocracia campa a sus anchas y por sus respetos. Espejo retrovisor, la memoria en donde ardía y las broncas de siempre.

Guindilla final con gilda. No hay rebelión más noble que la que nada espera del combate. Algo similar se lee cuanto se entra en la librería Documenta de Barcelona: la millor lluita és la que es fa sense esperança. Antes del después, mucho antes de estas palabras, había quedado callado y absorto, dudándolo todo, tras leer repetidamente el artículo de Javier Sueño con Jamaica, una especie de manual básico para sobrevivir con dignidad en las aguas pantanosas y emponzoñadas del periodismo. Debe de ser el artículo que más he leído nunca. A ello ha contribuido, sin duda alguna, que ya han transcurrido muchos madrugones desde que ese artículo cuelga en el tablón de corcho de casa, a mano izquierda del ordenador. Porque con Javier aprendimos que a la vida y a los compromisos hay que ir a cante jondo y siempre por jamaicanas. Sin esperar nada a cambio, huyendo de la jaula y reconstruyendo desde márgenes y tangentes.

Obsesionado con llegar a Ítaca contra los rituales cantos de sirenas, la dialéctica ortiziana para la libertad, siempre entre el fraude y la esperanza, se condensa en que siempre hay que seguir intentándolo. Y que a pesar de todos los pesares, que no son pocos, hay que dejar el pesimismo para tiempos mejores. Eso es lo que hizo siempre Javier: intentarlo. Una vez tras otra. No hacerlo es autoderrota anticipada. Su victoria cotidiana fue no desistir nunca de probarlo. Y ese es el regalo que nos deja: que nunca sea por nosotros, que nunca tengamos que decir que no fue porque no lo intentamos. Jamaica siempre. Que demasiada muerte nos programan cada día. Gràcies, amic.

Escrito por: iturri.2020/04/08 08:15:00 GMT+2
Etiquetas: jorperiodista foca_ediciones jor david_fernàndez libro | Permalink | Comentarios (1) | Referencias (0)

Comentarios

Hoy, 14 de abril, es un día de recuerdo vivo, de lucha, de compromiso por una democracia verdadera. Y esa memoria viene acompañada por !Viva la República!, de Javier Ortiz

¡Por todos aquellos que lucharon por la República y por todos esos que a día de hoy quieren hacer realidad esa herencia!

¡SALUD, VIVA LA REPÚBLICA, A POR LA TERCERA!

Escrito por: José.2020/04/14 15:54:17.210439 GMT+2

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