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2007/08/13 03:00:00 GMT+2

La dádiva navarra

Uno de los reproches más severos pero, a la vez, más atinados que he oído dirigir a los socialistas críticos de Navarra contra sus dirigentes presuntamente federales es el que gritaron en Pamplona el pasado sábado en forma de consigna: «¡Navarra no se vende: Navarra se regala!»

Hace dos meses, Mariano Rajoy hizo al PSOE una propuesta de trueque indisimulada: Canarias por Navarra. Si los socialistas facilitaban la reelección de Miguel Sanz para el Gobierno foral, el PP correspondería posibilitando la designación de Juan Fernando López Aguilar como presidente de Canarias. Lo hizo formulando un sedicente principio del que pronto renegaría en la práctica: según él, los partidos democráticos están obligados a favorecer el nombramiento del representante de la lista más votada. Dios sabe por qué. Ferraz rechazó la oferta y el PP respondió llegando a un acuerdo con Coalición Canaria para repartirse con ella el Ejecutivo insular. Ni la lista más votada ni Cristo que lo fundó.

A la vista de lo cual, Rodríguez Zapatero se metió, Blanco mediante, en una serie de largas y confusas maniobras de las que finalmente ha resultado que la derecha se ha hecho con los dos gobiernos, el de Canarias y el de Navarra.

Zapatero ha quedado aún peor que el célebre Joto, del que decían que vendió la moto para comprar gasolina. Él ha regalado la moto, sin más.

Tanto más trata la dirección central socialista de explicar lo acertado de su decisión, tanto más frondoso se vuelve el jardín de sus excusas. Ahora afirma que el discurso de investidura de Sanz demuestra que ha conseguido que el presidente navarro reelecto cambie de línea política en relación a la lucha antiterrorista, distanciándose del PP. No sólo no es verdad sino que, además, como dirían Les Luthiers, es falso. Sanz, lejos de admitir que haya utilizado en el pasado la lucha antiterrorista como arma partidista, lo negó explícitamente. Lo que no iba a hacer, obviamente, era dedicarse a insultar a aquellos de los que dependía para salir reelegido, y menos cuando el asunto de la negociación con ETA ha desaparecido del orden del día.

Sanz hará tales o cuales concesiones limitadas a los socialistas para evitar la moción de censura, pero no cambiará de línea política. No podría. Él es así. Está en su naturaleza. Eso sin contar con que cuenta en este momento con otra arma más para tener atado en corto al PSOE: la amenaza de convocar nuevas elecciones forales. Todo el mundo es consciente –hasta el propio José Blanco, supongo– de que, de ir otra vez la población navarra a las urnas, el batacazo que se llevaría el PSN sería de los que hacen época.

Excusas aparte, todos sabemos que lo único que ha pretendido Ferraz con su comportamiento errático en este asunto es hacer ver al conjunto de España, de cara a las elecciones generales del año próximo, que no es cómplice de ningún devaneo vasco-navarro. ¿Y era eso tan importante? ¿De dónde se ha sacado esa idea obsesiva, monotemática? ¿No repara en que buena parte de la rebelión interna que ha provocado en el PSN con su estrafalaria táctica pro-Sanz ha salido de la Ribera, que no es precisamente la zona de Navarra más propicia a la unión con la Comunidad Autónoma Vasca? ¿No se da cuenta de que la contradicción izquierda-derecha puede pesar más, en Navarra y en España entera, que la historieta del PP sobre los afanes anexionistas vascos, que a estas alturas carece del más mínimo sustento material?

La militancia y la base social del socialismo navarro no están obsesionadas por ese rollo, sino por la política práctica de UPN, legítima heredera del más rancio ultramontanismo local. Y por eso eran decididas partidarias de un acuerdo con Na-Bai y con Izquierda Unida. No para hermanar Fitero con Donibane Lohizune (cosa que tampoco creo que les importara demasiado, dicho sea de paso), sino para afrontar problemas muy concretos: de derechos de las mujeres –incluidos los recogidos en la legislación sobre el aborto, que en Navarra siguen siendo teóricos–, de lucha contra el empleo ilegal, de educación, de protección del medio ambiente, de ordenación territorial, de comunicaciones…

Lo que el elector o la electora de base espera de los políticos que dicen que son de izquierdas es que se opongan a los que son de derechas. Si en vez de oponerse a ellos les extienden una mullida alfombra para que accedan al poder, entonces ya está montado el lío. Y cuando se monta el lío, hay mucho elector o electora subjetivamente de izquierdas que opta por decir «¡Que los zurzan!» y renuncia a acudir a las urnas.

Es una reacción muy elemental y muy objetable, ya lo sé. Pero estadísticamente contrastada. Y de efectos devastadores.

Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: La dádiva navarra.

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Una observación…

Si alguien tiene la paciencia de comparar este Apunte de hoy con el Zoom que publico también hoy en El Mundo verá que tienen mucho en común, pero que el Apunte es considerablemente más extenso, lo que permite desarrollar la tesis del artículo de manera más matizada y más completa.

El tamaño limitado y rígido de las columnas del diario (lo que yo suelo llamar en broma «la dictadura del maquetariado») no siempre es una desventaja. A veces, cuando me veo en la obligación de jibarizar mis anotaciones iniciales para ajustarlas a los 2.800 caracteres de los zoom de El Mundo, las someto a un proceso de síntesis y de economía de medios expresivos que las vuelve más unívocas y contundentes, cosa que puede ser preferible a ciertos efectos. Pero hay otras ocasiones en las que, por más que me esfuerzo, no logro que el razonamiento entero quepa en ese espacio. Y tengo que sacrificar demasiado de lo que había incluido en el borrador. Hoy es uno de esos días.

…y una falta de observación

Parece que todo el mundo (de por esta parte del mundo) habla del terremoto de ayer. Yo no. Primero, porque no tendría con quién hablarlo. Y segundo, porque no noté nada.

Dicen que la zona en la que se encuentra mi casa, en la montaña mediterránea, entró en el radio de acción del seísmo, pero aquí no se movió nada. De lo cual me alegro, no sólo por razones materiales, sino también por motivos psicológicos.

Hubo una ocasión en la que sí sentí los efectos de un terremoto y lo recuerdo como uno de los sucesos más extraños e inquietantes de mi vida. Debió de ser, si los cálculos no me fallan, en 1971. Estaba escribiendo en el estudio de mi casa, en Burdeos, cuando de repente sentí como un mareo: todo se movía. Tardé unos segundos en hacerme cargo de que la inestabilidad no procedía de mí, sino de la realidad exterior, objetiva. Salí disparado a la habitación de mi hija Ane, que estaba durmiendo. Tuve que cargar contra la puerta para abrirla, porque había quedado desencajada. Envolví a la niña en una manta y corrí escaleras abajo con ella en brazos hasta llegar a la calle, que al poco se llenó de vecinos en condiciones parejas.

Abrazado a la pobre Ane, en pijama, y yo con lo puesto, sin saber si todo se iba a derrumbar acto seguido, me hice consciente, como en un relámpago, de la rareza y el desamparo de la existencia.

Escrito por: ortiz.2007/08/13 03:00:00 GMT+2
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