2008/03/16 07:20:00 GMT+1
No sé si es que lo han contado mal, o que lo han contado bien y yo no me he enterado, o que es tal cual. En cuyo caso, discrepo.
Dicen que se están fabricando unos cigarrillos que funcionan a pilas y que, cuando se aspira su contenido, el fumador va recibiendo una cierta cantidad de nicotina que anula el síndrome de abstinencia. Los cigarrillos en cuestión, que no liberan ni humo ni olores y son inocuos para los circundantes, permiten a su usuario sobrellevar sin mayores problemas situaciones de larga duración en las que no pueden echar mano del tabaco convencional: vuelos de muchas horas, kilométricos viajes en tren o autobús, visitas prolongadas a hospitales u otros centros públicos, convivencia con personas a la que incomoda o perjudica el humo del tabaco ajeno…
A mí, como no fumador que lo fue, y mucho, y que en la actualidad lleva bastante mal el humo del tabaco, esto de los cigarrillos eléctricos me ha parecido todo un hallazgo. Ofrece una salida práctica a no pocos problemas sociales que padecemos todos, fumadores y no fumadores. Ya me imagino que para el fumador no será lo mismo, ni por el forro, pero seguro que le sirve de sucedáneo mucho más familiar y amistoso que los chicles y parches de nicotina. Y para mí, en tanto que no fumador, todo son ventajas: ni aguanto el humo ni me interrumpen cada dos por tres la partida de mus para salir a fumar al balcón.
Pues bien: he oído que las autoridades sanitarias españolas son partidarias de prohibir los cigarrillos en cuestión. Según un médico que ha hablado en la radio, esos cigarrillos son inaceptables “porque el objetivo es que no se fume, no que se fume sin estorbar”. Falso. Son dos objetivos distintos. Es como el consumo del alcohol. ¿Que es insano beber mucho? Ya lo sabemos. Pero, mientras nadie plantee instaurar la Ley Seca en España (espero no estar dando ideas), de lo que se trata es de conseguir que quienes se toman alguna copa en exceso no pongan en peligro ni incordien a los demás.
Con el tabaco ocurre lo mismo.
Un conocido mío, gran bebedor, solía decir: “El vino es un veneno lento, y yo no tengo prisa”. Murió hace tiempo, pero de otra cosa.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (16 de marzo de 2008).
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2008/03/15 05:30:00 GMT+1
Un amigo mío acuñó esa expresión en los tiempos en que trascendieron con pelos y señales los crímenes de los GAL, es decir, las vilezas del terrorismo que emergió de las entrañas mismas del Estado –de sus cloacas– con la pretensión de luchar más eficazmente contra ETA.
In illo tempore, cada dos por tres te topabas con alguien que decía, en resumen: “No, si yo estoy totalmente en contra de la ‘guerra sucia’, por supuesto. Pero…”.
Era a esta segunda parte (que siempre venía precedida de la correspondiente conjunción o locución adversativa: “pero”, “aunque”, “no obstante”, etc.) a la que había que prestar particular atención, porque era la que concentraba la parte práctica del discurso. Sí; a ellos, lo de los GAL les parecía mal, pero… “pero tampoco vas a pedirle al Estado que se quede cruzado de brazos”, “pero si es la guerra, es la guerra”, etc.
Torcían el gesto, cariacontecidos, cuando se enteraban de que los GAL habían secuestrado a un pobre viejo confundiéndolo con quien no era, o cuando les llegaba que habían asesinado a un insumiso tomándolo por un miembro de ETA, o cuando les contaban que habían ametrallado a la clientela de un bar, disparando a bulto. ¡Pena de “daños colaterales”!
Nunca logré que aquellos usuarios de la moral adversativa entendieran que no hay iniquidad del adversario, por espantosa que sea, que permita disculpar la iniquidad de tu propio bando.
Han pasado los años, pero el mundo –no este pequeño rincón del mundo: el mundo entero–continúa dando vueltas a la misma noria. Siguen muy bien situados en todos los poderes quienes no se detienen ante nada para lograr sus objetivos, y siguen haciendo legión los que miran para otro lado, sin decir ni mu.
George Bush acaba de elogiar la utilidad práctica de la tortura “en ciertas condiciones”. Lo ha hecho para explicar por qué ha vetado un proyecto de ley que pretendía prohibirla.
Enterado, nuestro Gobierno ha callado. Se sobreentiende: “Ya sabemos que es terrible, pero ¡no pretenderéis que pongamos a caldo al líder máximo de la primera potencia mundial!”.
No; no lo pretendáis. Conformaos con tomar nota de estas lecciones de ética aplicada.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (15 de marzo de 2008).
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2008/03/14 05:30:00 GMT+1
Desconfío de los que acostumbran a sentenciar que “lo óptimo es enemigo de lo bueno”. Por lo común, no lo hacen para salir en defensa de lo bueno sino, como mucho, de lo que es malo, aunque menos malo que lo que podría ser todavía peor.
Tampoco juegan limpio, de todos modos, los que se oponen a lo bueno en nombre de un óptimo meramente imaginario.
Un filósofo español escribió en 1999 un artículo para oponerse a que Augusto Pinochet, que por entonces se encontraba en una clínica de Londres, fuera extraditado a España. Según él, ni extradiciones ni paparruchas. Lo que había que hacer era dar al exdictador chileno una buena dosis de su propia medicina: pegarle cuatro tiros y se acabó.
No me pareció que valiera la pena responder a aquella diatriba argumentando que somos bastantes los que estamos en contra de la pena de muerte, incluso cuando el reo es un criminal de tomo y lomo y cuando la sentencia la dictan tribunales legalmente constituidos (no digamos si son unos particulares los que la aplican arrogándose el papel de ejecutores de la justicia divina). El articulista en cuestión sabía de sobra que su propuesta resultaba totalmente irrealizable. Era sólo una forma muy particular y aparentemente muy radical de oponerse a que Pinochet fuera extraditado, criterio que compartía con el fiscal Eduardo Fungairiño, sobre cuyas inclinaciones políticas tampoco vale la pena extenderse demasiado.
No siempre es sencillo escapar a las trampas intelectuales. ¿Menos malo, bueno, imposible? Hay alternativas que se presentan como las menos malas de las accesibles cuando en realidad están más allá de lo éticamente aceptable (aunque haya posibilidades aún peores: casi siempre las hay, en casi todo). Y hay alternativas netamente mejores que parecen utópicas o irrealizables tan sólo porque quienes aseguran asumirlas no tienen el coraje de defenderlas.
“El mundo se aletarga por falta de imprudencia”, cantó Jacques Brel en 1977, viéndoselas venir.
Exigir lo imposible equivale a aceptar lo existente. Yo no aspiro a ningún imposible. Ni siquiera reclamo imprudencia. Me conformaría con unas cuantas toneladas menos de resignación.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (14 de marzo de 2008).
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2008/03/13 05:30:00 GMT+1
No me resulta fácil ponerme en la piel de Mariano Rajoy –seré sincero: me es por completo imposible– pero su decisión de mantenerse al frente del PP me parece bastante sensata.
En primer lugar, si dimitiera vendría a aceptar que su partido ha perdido las elecciones porque él lo ha hecho mal, y que otro candidato podría obtener un resultado mejor. Lo cual, aparte de que no le apetezca nada, por razones obvias, es francamente dudoso.
Para mí que Rajoy ha recolectado casi todos los votos que moviliza hoy por hoy la derecha española. Toda ella, desde la más contenida a la más extrema. Un candidato más “centrista” tocaría las narices a los ultras a machamartillo, pero le votarían igual (¿a quién, si no?). Y al revés: un candidato más ultra disgustaría a la derecha menos desmesurada, pero ésta no le negaría su respaldo en las urnas. Viven en régimen de partido único y se comportan de acuerdo con ello.
La consideración de que con Rajoy la derecha española se ha acercado –si es que no ha tocado– su actual techo electoral, y de que no por cambiar de líder iba a mejorar sus expectativas a corto plazo, se vuelve casi evidente cuando esta última hipótesis se plantea como posibilidad concreta, práctica. Abierta la puerta a la sucesión, el navajeo dentro del PP se volvería inevitable. Y, total, ¿para qué? ¿Qué podría ganar con ello? ¿Que al final saliera Esperanza Aguirre como gran jefa? ¿Que se impusiera Acebes tras una aparatosa purga inquisitorial? ¿Que Gallardón gastara sus energías chocando contra la fortaleza de Génova y dejando al partido con el trasero al aire? Un pan con unas hostias.
Rajoy ve que ya ha reducido en 385.000 votos la distancia que Zapatero le sacó en 2004, pese a que su rival se ha beneficiado de los “trasvases” procedentes de IU, ERC y el tripartito vasco. A la vista de ello, hace cábalas y se pregunta por qué no podría vencer a la próxima.
¿A la tercera, como González y como Aznar? Puf. Cualquiera sabe. Hay demasiado tiempo de por medio. Demasiadas variables.
De momento, mira al futuro inmediato ateniéndose a la máxima ignaciana: nada de grandes cambios en tiempos de tribulación. Y en eso no patina.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (13 de marzo de 2008).
Escrito por: ortiz.2008/03/13 05:30:00 GMT+1
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2008/03/12 05:30:00 GMT+1
Es un error creer que el electorado lleva las cuentas de lo que hacen o dejan de hacer los políticos con mando en plaza. Es un fallo del que yo mismo he participado más de una vez: como recuerdo lo que prometen y no hacen, y recuerdo aún mejor lo que hacen en contra de lo que tenían prometido, tiendo a dar por hecho que muchísimos otros ciudadanos estarán en las mismas. Y qué va.
Hace meses pensé que Zapatero iba a pasar por serios apuros en estas elecciones tanto por culpa de sus cortes y recortes al Estatut catalán (“Apoyaré lo que el Parlamento de Cataluña decida”, había asegurado) como por su insólito intento de afrontar la maraña vasca haciendo de don Tancredo en el centro del ruedo ibérico.
Él mismo había presentado ambos asuntos como las claves de su gobernanza para la pasada legislatura, y como tales me los había tomado yo, en mi cartesiana ingenuidad. Al final y muy lejos de todo eso, es más que probable que haya revalidado su éxito gracias, sobre todo, al rechazo visceral que suscita el PP en los sectores menos carpetovetónicos de la sociedad española. Muchos han votado a Zapatero como mal menor.
Cuestión de enfoques ideológicos personales: para mí, entre el PP y el PSOE, el mal menor era IU.
La política oficial se pinta con brocha gorda y pintura al agua, bien deleble. Es eso lo que permite que lo sucedido hace pocos años apenas nadie lo tenga en cuenta en la actualidad, por grave que fuese. O que se pueda hacer afirmaciones sin sustento real (por ejemplo, que CiU está levantando cabeza, cuando lo cierto es que ha perdido votos en las cuatro circunscripciones catalanas, aunque se haya beneficiado de que otros han perdido todavía más para sacar ventaja).
Admito que el resultado de las elecciones me ha irritado. Lo aceptaría, por poco que me gustara –estoy acostumbrado a perder–, si el nuevo Parlamento ofreciera un retrato relativamente fiel de nuestra sociedad. Pero no. Lo falsea.
Hay aquí una izquierda menos acomodaticia que tiene bastante más peso que el que la Ley Electoral le admite.
No es un error. La hicieron así a propósito, desde el principio. Y para esto, precisamente.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (12 de marzo de 2008).
Escrito por: ortiz.2008/03/12 05:30:00 GMT+1
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2008/03/11 05:30:00 GMT+1
Gaspar Llamazares señala dos factores clave para entender que IU sólo haya logrado dos escaños.
Habla, en primer lugar, del “tsunami bipartidista”. Hay quien afirma que las divisiones internas han hecho mucho daño a IU en estas elecciones. No lo creo. Para división interna, la que padeció en el periodo 1993-1996, y en aquellas elecciones logró sus mejores resultados (2.640.000 votos). El electorado, cuando quiere, olvida las crisis internas. Ahí está el Partido Socialista de Navarra para demostrarlo. Y el PP valenciano, al que ni el incordio de los zaplanistas ni los escándalos judiciales han acarreado merma alguna.
El auge del bipartidismo explica más. Y afecta también a más: a los nacionalistas vascos (fuerte descenso del PNV y desaparición de EA) y a los catalanes (batacazo de ERC y pérdida de votos de CiU, por mucho que haya logrado un escaño más que en 2004).
Pero el bipartidismo pasa triple factura a IU, dada la legislación electoral española, que establece unas circunscripciones desiguales hasta la caricatura y penaliza muy injustamente el voto disperso. Sólo un tercio (!) de los 962.834 votos logrados por IU se han traducido en escaños. ¡Los 645.000 restantes han ido a la basura, sin más! (Con 773.993 ha logrado CiU 11 escaños.)
Son factores de peso, pero hay otros, que Llamazares no cita porque tal vez ni siquiera los percibe. Está el hecho de que, durante la pasada legislatura, ha ejercido una oposición al Gobierno del PSOE que en la práctica ha resultado casi retórica. Lo ha apoyado en todo lo esencial y se ha distanciado de él en asuntos en los que su respaldo era innecesario. Haber insistido durante la reciente campaña electoral en que Zapatero debería concederles un Ministerio no ha sido un error, sino un ejemplo. A la vez, ha sido incapaz de fundirse con los movimientos sociales reales, casi todos juveniles, que han cobrado algún auge.
Y está también –lo sé de sobra– el signo de los tiempos. En toda la Europa pudiente tiende a imponerse un bipartidismo cada vez más derechizado y apoltronado. No sólo es difícil expresar posiciones realmente críticas. También encontrar quien quiera escucharlas.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (11 de marzo de 2008).
Escrito por: ortiz.2008/03/11 05:30:00 GMT+1
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2008/03/10 05:30:00 GMT+1
No se han cumplido mis peores previsiones, aunque tampoco se han disipado. Para nada.
Lo peor, para alguien con mi visión de la política y de la vida en general, habría sido que venciera el PP, sin duda, pero hace semanas que dejé de tomar en consideración esa posibilidad. Llegué a la conclusión de que la eventualidad de una victoria del PP la manejaban, aparte de los forofos del propio PP, inasequibles al desaliento, aquellos que querían concentrar en el PSOE el voto de la parte de la ciudadanía que se considera a sí misma progresista, o de izquierda, y los que querían esgrimir una razón para votar a Zapatero amparándose en un miedo que, en mi criterio, no tenía fundamento.
Mis peores previsiones eran que el PSOE alcanzara la mayoría absoluta o algo que en la práctica viniera a ser lo mismo, es decir, que obtuviera los escaños suficientes para gobernar apoyado en sus solas fuerzas o recurriendo aleatoriamente, según los casos, en tal o cual grupo minoritario, entre los que tendría para elegir. Y eso ha estado más cerca que hace cuatro años, pero no ha sucedido.
Ya lo he explicado en otras ocasiones: no temo la mayoría absoluta de Zapatero; temo las mayorías absolutas, en general. Y las temo apoyándome en la experiencia que hemos acumulado desde 1977. Todos los gobiernos españoles que han contado con mayoría parlamentaria absoluta se han servido hasta hoy del tristemente célebre “rodillo” para imponer sus opciones, olvidándose de consensos, templanzas y demás equilibrios propios de quien está obligado a pactar constantemente.
Me gustan más las mayorías relativas, que obligan a tener en cuenta la pluralidad real de la ciudadanía.
De todos modos, no me engaño. La tendencia sociológica es nítida: el bipartidismo avanza entre nosotros a buen paso, y hoy hemos tenido una prueba. El PSOE y el PP, mano a mano. El resto es cada vez más reducido.
Muchos españoles ridiculizan los modos que priman en los EEUU. Pero el caso es que basta con mirar lo que sucede allí para saber qué tendremos aquí en diez años: qué vestimenta juvenil, qué tipo de comida… y –ay, también– qué estilo de política.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (10 de marzo de 2008).
Escrito por: ortiz.2008/03/10 05:30:00 GMT+1
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2008/03/09 05:30:00 GMT+1
Uno es muy dueño de sentirse culpable de lo que le venga en gana. “Nunca me perdonaré haber votado a Fulano en las elecciones de tal año”, dice el uno. Oye, pues si no te perdonas, allá tú. Yo tampoco te lo perdono, pero tan sólo porque no veo que tenga que perdonarte nada.
Hace años era bastante más intransigente. Me dedicaba a martirizar a algunos amigos advirtiéndoles de que, si votaban a tal partido y contribuían a su victoria, se harían responsables de la parte alícuota de los crímenes que cometieran sus electos una vez instalados en el Gobierno: tendrían su tanto de culpa en las víctimas de los bombardeos sobre Irak y en las demás decisiones prepotentes y sangrientas que tomara la OTAN, serían cómplices (pequeñitos, ínfimos, pero cómplices) de la superexplotación del Tercer Mundo, habrían de sentirse concernidos por las acusaciones que figuran cada año en los informes de Amnistía Internacional… Y así.
La mayoría se quedaba tan ancha después de oír mis admoniciones, pero me temo que a más de uno le amargué el voto.
Ahora sé algo más sobre los muchos factores de todo tipo, incluidos los personales y psicológicos, que pueden influir en lo que cada cual decide cuando es convocado a las urnas. Ya no juzgo las opciones ajenas, ni en voz alta ni para mis adentros. Hay votos (y abstenciones, según los casos) que me resultan poco o nada comprensibles, pero acepto que la culpa pueda ser mía, porque no conozco lo suficiente a quienes han tomado esas decisiones. Además, la experiencia me ha bajado los humos, demostrándome que mis propias opciones ante las elecciones, pese a haberlas meditado con cuidado, a veces me han resultado tirando a churros. Ahora mismo, lo que me carga más es precisamente lo contrario: el rollo que se traen los que no paran de señalar qué es lo único que podemos hacer si no queremos convertirnos en puros detritus sociales.
En tal día como hoy, me voy a permitir dar a mis lectores o lectoras un consejo que es electoral, pero no propagandístico: que cada cual haga lo que le deje más a gusto con la vida. O menos a disgusto, si prefiere verlo así.
Y a otra cosa, que todo esto son habas contadas.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (9 de marzo de 2008).
Escrito por: ortiz.2008/03/09 05:30:00 GMT+1
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2008/03/08 05:30:00 GMT+1
Acababa de confeccionar ayer mi comentario diario para este espacio de opinión cuando me llegó la noticia del asesinato en Arrasate de Isaías Carrasco, exconcejal del PSE-PSOE.
Había escrito sobre la llamada “jornada de reflexión” preguntándome por su sentido. Y me respondía que, más que para reflexionar –porque es poco probable que muchos electores con criterio se guarden esa tarea para la víspera–, la jornada de hoy podía servir para rebajar tonos y templar ánimos, de cara a que mañana cada cual pueda hacer lo que tenga a bien, pero sin ofuscarse. Un tanto al modo de la gente sensata que, cuando ve que alguien va a responder en caliente a algo que le ha ofendido muy en especial, le aconsejan que “cuente hasta 10” antes de hablar.
Pero luego aparece un criminal y asesina a un exconcejal delante de sus más allegados: su mujer y su hija. Tras de lo cual, ¿quién templa qué ánimos? ¿Y quién rebaja qué, y cómo?
Hoy es día de luto, pero es también víspera de elecciones generales, y cualquier cosa que diga quien sea desde un medio de comunicación puede ser interpretada como un intento de utilizar el crimen en beneficio de su propia causa partidista. Cualquier cosa. Aunque no lo pretenda. Aunque ni se le haya pasado por la cabeza esa interpretación.
Hay quienes, imagino que sin segundas intenciones, han dicho que la mejor respuesta que cabe dar a los terroristas de ETA es acudir mañana en masa a votar. Pues bien: incluso esa recomendación genérica puede tomarse como una maniobra de quienes consideran que saldrían beneficiados en el caso de que se registrara una participación muy elevada.
Todo intento de analizar el atentado de Arrasate y sus posibles repercusiones, a cortísimo plazo –mañana mismo– y en las semanas y meses próximos, choca en la jornada de hoy con el mismo obstáculo insuperable: no hay manera de evaluar ningún factor de peso sin que el razonamiento pueda interpretarse como una justificación del uno o como una descalificación del otro.
Ésta va a tener que ser –ésta sí, literalmente– una jornada de reflexión. De una reflexión tan honda como se quiera, pero privada.
A partir del lunes volveremos al ruido.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (8 de marzo de 2008).
Escrito por: ortiz.2008/03/08 05:30:00 GMT+1
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2008/03/07 05:30:00 GMT+1
El término “nación” no sólo ha recibido desde antaño usos muy diversos, sino que cada día que pasa cobra sentidos más imprecisos y subjetivos. Eso les repatea a quienes identifican “nación” con “Estado” o no ven a la idea de “nación” más dimensión posible que la jurídico-política. Para ellos, hablar de “la nación árabe” –expresión muy común entre los concernidos– es un sinsentido. Les excede tanto lo muy grande como lo muy pequeño: tampoco entienden que haya amerindios que hablen de “la nación sioux”, por ejemplo. En los Estados Unidos, muchos afroamericanos se definen como “nación”. Y lo mismo no pocos latinos.
Los poderes occidentales han fraguado su imagen, tanto ante los demás como ante sí mismos, amparándose en las identidades que les proporcionaban los estados-nación. Pero ese recurso ha entrado en crisis. Primero, por los efectos de la globalización uniformizadora, que hace que en el Primer Mundo cada vez todo se parezca más a todo. Y segundo, por las nuevas contradicciones y hostilidades que generan nuestras sociedades supuestamente avanzadas, que incitan a la aparición de colectividades de autodefensa más próximas y tangibles. A muchos, los problemas de identidad no se los resuelve ninguna documentación: más decisivo, a la hora del vivir de cada día, puede ser el color de su piel, su acento, sus creencias, el barrio en el que viven, su grado de marginalización o de integración en la sociedad del bienestar… e incluso su edad (por defecto o por exceso).
No hablo ahora de las reivindicaciones vascas o catalanas, ni de la peculiar “idea de España” que alientan nuestros más rancios españolistas, sino de un fenómeno más extenso y multiforme. Lo que está corroyendo el fundamento ideológico de los viejos nacionalismos estatales es el hecho de que, salvo para el fútbol y otras representaciones tribales esporádicas, las viejas grandes identidades nacionales tienen una función social cada vez menos operativa.
Da lo mismo lo mucho que se igualen las apariencias trasnacionales. Cada vez es más la gente que se siente de la nación que forman quienes comparten sus mismas angustias. Su misma deslocalización.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (7 de marzo de 2008).
Escrito por: ortiz.2008/03/07 05:30:00 GMT+1
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