2008/10/21 06:00:00 GMT+2
Comentaba el otro día con sorna que la fobia que me produce la candidata republicana a la Vicepresidencia de los EE.UU., Sarah Palin, es tan intensa que empezaba a sospechar que eso podía predecir su victoria, dada mi inveterada tendencia a oponerme siempre a la gente que acaba llevándose el gato al agua. Pero anteayer las noticias provenientes de la otra orilla del Océano neutralizaron mis temores más pesimistas. Supe que Colin Powell ha proclamado que apoya a Barack Obama, lo cual me sitúa ante el viejo dilema, teóricamente irresoluble, sobre qué sucede cuando una fuerza irresistible se opone a un obstáculo infranqueable. Porque siento por Powell una antipatía que no le va a la zaga a la que me suscita la impresentable exgobernadora de Alaska.
Como mandamás de las Fuerzas Armadas de los EE.UU., brazo armado de Bush padre, y luego como secretario de Estado del Gobierno de Bush hijo, Powell se ganó la aversión supina de millones de ciudadanos de todo el mundo. Es difícil olvidar con qué repulido cinismo mintió para justificar la invasión de Irak. Se presentó en las Naciones Unidas armado de una multitud de pruebas trucadas que, según afirmó, demostraban que Sadam Husein contaba con un montón de armas de destrucción masiva, lo que convertía en imperiosa la ocupación militar de su país. Ahora pretende que el engañado fue él y que esa parte de su biografía le produce sonrojo. Asegura, pudibundo, que la considera “una mancha”. Como si en el inmenso y sanguinario atropello que lideró como gran patrón, y que se sigue saldando con miles de muertos, la víctima fuera él. Y como si el resto de su historial político-militar fuera pulquérrimo.
Ya sé que hay muchísimos europeos que están esperanzados con la victoria electoral de Obama. Otros, en cambio, no nos fiamos de él ni un pelo y, una vez sabido que es el favorito de Colin Powell, todavía menos. “Dime con quién andas y te diré quién eres”, decían en el pueblo de mi abuela.
Sólo pido a quienes alientan esperanzas en la candidatura de Obama que, si el hawaiano sale electo, no olviden que lo apoyaron. Seguro que tendremos motivos para hablar de ello en el futuro.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (21 de octubre de 2008). También publicó apunte ese día: Do you speak spanglish?
Escrito por: ortiz.2008/10/21 06:00:00 GMT+2
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2008/10/20 06:00:00 GMT+2
Reproché hace años a un afamado editor que hubiera forzado la concesión de un premio literario a un novelista más que mediocre, cuando la obra que había quedado finalista era muchísimo mejor que la vencedora. Me respondió: “Sí, tienes razón, pero era un compromiso. Ya le he prometido al otro autor que el año que viene el premio será suyo”.
Acaba de concederse el Planeta. No sé cómo funcionará en estos tiempos, pero supongo que no habrá cambiado mucho desde la época en la que yo vivía en la redacción de un diario. Entonces la editorial nos comunicaba el nombre del ganador horas antes de que se reuniera el jurado, para que tuviéramos tiempo de preparar el reportaje correspondiente. ¿De dónde sacaba el editor esa destreza de augur? ¿Cómo sabía qué resultado iban a tener las deliberaciones de los muy imparciales miembros del jurado? Imaginadlo.
Me ha tocado algunas veces en la vida –pocas, por fortuna– ser miembro de un jurado literario. Recuerdo una, memorable, en las que tuve la fortuna de estar junto al difunto Claudio Rodríguez, tan excelente poeta como buen tipo. Con él y otros compañeros y compañeras de mesa (Ana Moix, José Batlló, Jesús Munárriz) supe que un jurado literario puede incluso ser honrado. Una mañana se nos presentó Claudio Rodríguez y, con su habla resbalosa, inconfundible, nos pidió que excluyéramos fulminantemente del concurso un libro. Nos contó que la autora, a la que identificó, había ido la tarde anterior a su casa para llevar una valiosa cerámica, que entregó a su mujer, a la que dejó constancia del nombre de la obra con la que aspiraba al premio. Todos respaldamos la petición del zamorano y la tramposa se quedó con un palmo de narices. Rodríguez tuvo un incidente similar, sólo que al revés, sufriendo la presión de los organizadores, cuando contribuyó a conceder el Adonais a Blanca Andreu.
Ignoro los méritos que puedan tener (o de los que puedan carecer) las obras de los galardonados este año con el Planeta. Cuento estas cosas tan sólo para que el personal sepa cómo funcionan en España algunos grandes premios literarios. Hay autores que se saben ganadores antes incluso de empezar a escribir.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (20 de octubre de 2008).
Escrito por: ortiz.2008/10/20 06:00:00 GMT+2
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2008/10/19 06:00:00 GMT+2
Si Víctor Laszlo, el ultracorrecto y planchadísimo marido de la fascinante Elsa Lund en Casablanca, se enterara de que ahora mismo hay miles de espectadores de fútbol en Francia que abuchean La Marsellesa, en lugar de cantarla con los ojos lacrimosos para castigar a los nazis prepotentes, asesinos y antipáticos, como la bella Yvonne, lo mismo renuncia a tomar el avión de Lisboa y se exilia en Victoria, capital de las Seychelles.
Otro tanto habría decidido probablemente John Huston, que también se inventó una inverosímil Victoria futbolera, con Marsellesa incluida y Silvester Stallone de portero.
Tanto el presidente franco-húngaro Nicolas Sarkozy como su responsable de Deportes, Bernard Laporte, han declarado que no van a tolerar que el himno de la República Francesa sea abroncado en los estadios, y que no vacilarán en ordenar la suspensión de los partidos y el cierre de los recintos donde tal afrenta se produzca. ¿Ah, sí? ¿Y eso, en nombre de qué? Los espectadores son libres de silbar lo que les viene en gana. Si no les gusta el himno nacional o están de uñas con su presunta patria, tienen derecho a hacerse oír. ¿O es que sólo se puede aplaudir o abroncar lo que el Gobierno autorice? ¿No sería mejor idea que reflexionaran sobre los motivos por los que miles de ciudadanos franceses, preferentemente de piel no muy sonrosada, silban cuando oyen eso de que “Ha llegado el día de gloria”?
A mí los himnos me van más bien poco, como los patriotismos. Admito que La Marsellesa tiene cierta calidad musical, al igual que La Internacional (sin traducción al castellano, a poder ser). Nada comparable a la Marcha Real española, ese insufrible chumpachumpachún que los forofos futboleros ni siquiera consiguen memorizar y que tararean como les da la gana, ayudados por Manolo el del bombo. Pero, si uno es inmigrante y está hasta el gorro del trato que le da su teórico país de adopción, entiendo perfectamente que tenga ganas de vengarse y abuchee su solemne himno, que encima, para más inri, le llama a las armas.
Si las autoridades francesas no quieren que la gente se mofe del himno, tienen una solución fácil: no lo toquen.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (19 de octubre de 2008). También publicó apunte ese día: La angustia cómica.
Escrito por: ortiz.2008/10/19 06:00:00 GMT+2
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2008/10/18 06:00:00 GMT+2
El presidente del Banco Santander Central Hispano, Emilio Botín, ha dicho en una conferencia internacional organizada por él mismo que la crisis económico-financiera actual se debe en buena medida a los excesos que cometieron los banqueros avariciosos y desaprensivos durante los tiempos de las vacas gordas, cuando todo les iba viento en popa.
¿Qué es eso? ¿Una crítica o una autocrítica? Puestos a hablar de excesos, él comete uno hasta en el nombre de su empresa: la llama “Santander”, como puede verse en los anuncios de sus sucursales, sin ni siquiera avisar de que se trata de un banco, como si fuera el dueño de la capital de Cantabria (cosa que, por otra parte, tampoco me atrevería yo a discutir: lo mismo lo es).
¿De qué excesos habla este financiero de tan sugestivo y evocador apellido? ¿Pretende que su banco está libre de toda culpa? ¿Puede jurar que ni él ni ninguno de sus directivos tienen sustanciosas cuentas refugiadas en paraísos fiscales? ¿No será un exceso que él mismo presente declaraciones de renta que le permiten pagar a las arcas del Estado menos que yo? A lo que parece, si un millonetis se deja un dineral en la compra de unas cuantas obras de arte –que quedan de su propiedad, por supuesto–, se deduce un pastón en impuestos y se queda tan ancho. Eso, por lo visto, no es un exceso. Sólo el orden natural de las cosas.
Este caballero de tan acendrados y estrictos principios morales no sólo se permite pontificar sobre lo que debe o no debe hacer el mundo financiero. También tiene opinión, y muy sólidamente respaldada, sobre lo que se puede decir y lo que no se puede decir en los medios de comunicación, en varios de los cuales tiene vara muy alta, como accionista, como contratante de publicidad o como ambas cosas a la vez. Sus mandados actúan con sorprendente rapidez (tuve amarga ocasión de comprobarlo en persona hace algunos años) en cuanto atisban la posibilidad de que alguien señale en público alguna de sus múltiples vergüenzas. Descuelgan el teléfono visto y no visto. Y con éxito total.
Bueno, supongo que no estoy contando nada que ustedes no supusieran. Sólo me proponía confirmárselo.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (18 de octubre de 2008).
Escrito por: ortiz.2008/10/18 06:00:00 GMT+2
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2008/10/17 06:00:00 GMT+2
Tengo amigos que no ven bien mi adicción militante al lenguaje no sexista, que ellos llaman “políticamente correcto”, formulación que no acepto, porque me parece políticamente incorrecta. Consideran que tener en cuenta constantemente que en el mundo habitamos tantos hombres como mujeres resulta afectado, forzado.
Recuerdo que, allá por los comienzos de los años ochenta del pasado siglo, salió un muy interesante trabajo académico escrito por una mujer que empezaba diciendo: “En los orígenes de la Historia de la Mujer (y, cuando digo la Mujer, incluyo por supuesto a los hombres)…” Magnífico, ese modo de dar la vuelta al calcetín del lenguaje.
Ya sé que la Academia Española sostiene que “hombre” significa “ser animado racional, varón o mujer”, pero también sé que esa definición está hecha por hombres, algunos de los cuales son de un machismo rijoso que tira de espaldas (aparte de seres muy poco animados). Son los mismos sesudos académicos que hasta hace bien poco sostenían en su diccionario que “alcaldesa” significa “mujer del alcalde”.
Yo me gobierno a este respecto (y a otros muchos) por dos axiomas que considero claves.
Primero: el lenguaje dominante es el lenguaje de la clase dominante. En razón de ello, rechazo los razonamientos indolentes del tipo de: “Bueno, no es más que un modo de hablar”. Respuesta elemental: “Ya, pero ¿cómo hemos llegado a ese modo de hablar?”. Usamos un lenguaje que rezuma machismo, clasismo y racismo por los cuatro costados. Estoy hasta las narices de que me hablen de coñazos, de cabrones, de si Dios quiere, de meriendas de negros, de que este o el otro va hecho un gitano, de que el de más allá es un ladino, o un cafre... El lenguaje refleja el orden social, sus categorías, sus jerarquías. Cuando las reproducimos acríticamente contribuimos a su eternización.
Segundo axioma, cercano del anterior: lo que no se nombra no existe. Si nuestro modo de expresarnos elude a las mujeres, dándolas por sobreentendidas, despreciamos lo mucho de específico que tienen. Aunque no lo hagamos aposta: el subconsciente es muy traidor.
Lo escribo para que se lo piensen. Ellas y ellos.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (17 de octubre de 2008).
Escrito por: ortiz.2008/10/17 06:00:00 GMT+2
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2008/10/16 06:00:00 GMT+2
Discusión típica de estos días de ahora: ¿hablamos demasiado de las próximas elecciones presidenciales de los Estados Unidos? Quienes piensan que sí sostienen que resulta humillante, si es que no lacayuno, que pongamos tanto interés en las cosas del imperio trasatlántico y nos detengamos con tanta delectación en el debate televisivo tal o en la encuesta cual, como si en lo de allí nos afectara más que lo que sucede delante de nuestras narices. Los opuestos argumentan que, nos guste más o menos, el resultado de esa votación va a ser determinante para nuestro futuro, tanto o más que si se realizara aquí mismo. Incluso hay quien, añadiendo su tanto de humor a la cosa, defiende que deberíamos tener derecho a votar en esos comicios, a la vista de lo mucho que nos implican. Como si fuéramos el 51º estado de la Unión, en cierto modo.
Estoy de acuerdo con todos. Y con ninguno.
A los del pronto nacionalista les diría que su reacción tendría más sentido si se enfadaran también con la existencia de las mal llamadas bases aéreas hispano-norteamericanas, desde las que trasladan presos a Guantánamo sin ni siquiera pedir permiso al Gobierno de España y en las que repostan los aviones que bombardean medio mundo, y si rechazaran también la colonización cultural y hasta gastronómica a la que nos vienen sometiendo las multinacionales con sede en Hollywood, en Atlanta o en Kentucky. Y a los que se toman el asunto como si nos fuera la vida en ello les recomendaría que pensaran en las razones por las que muy buena parte de la propia población de los EE.UU. ni siquiera se molesta en votar. Puedo aportar una: en mis ya muchos años –demasiados, tal vez– de observador de las sucesivas administraciones de la Casa Blanca, no he conocido ninguna que no diera sobrados motivos para aborrecerla. Al final, la población de los EE.UU. elige entre blanc bonnet et bonnet blanc, que dicen en Francia. O sea, tanto da que da lo mismo.
“¡Ah, pero no me compares a un Bush con un Kennedy!”, replican algunos. Y yo recuerdo a John F. Kennedy a la hora de Vietnam, de la crisis de los misiles y de Bahía de Cochinos. Menuda pieza.
Son los inconvenientes de tener memoria.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (16 de octubre de 2008).
Escrito por: ortiz.2008/10/16 06:00:00 GMT+2
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2008/10/15 06:00:00 GMT+2
Gaspar Llamazares ha anunciado que renuncia a seguir como coordinador general de Izquierda Unida. A decir verdad, no parece que en los últimos tiempos coordinara mucho (no es fácil coordinar a quienes no se dejan), de modo que cabe decir que renuncia más al cargo que a la función.
De las afirmaciones que he leído que Llamazares ha hecho en tiempos recientes hay una que me ha parecido particularmente digna de reflexión. Se queja el político asturiano de que mucha gente de IU se resiste a asumir que los batacazos electorales de la coalición se deben, en no poca medida, a que su representatividad política y social es, de hecho, bastante limitada (él la sitúa en un 5-10%). No creo que la sociedad española actual cuente con mucho más de un 5% de ciudadanos que alienten una ideología de izquierda consecuente. Conforme. Lo que pongo en duda es que IU, con él al frente, haya ofrecido desde el año 2000 una alternativa de izquierda consecuente. Son dos asuntos conexos, pero distintos.
Que Llamazares tire la toalla y abandone la dirección de IU antes de la IX Asamblea Federal me parece comprensible a más no poder. Eso no es un cargo; es una tortura. Los dirigentes de las diferentes tendencias de IU se pelean tanto entre sí que apenas les queda tiempo para hacer nada constructivo, y eso tiene que agotar al más pintado. Lo que no veo cómo asumir, y me resulta hasta desagradable, es que Llamazares renuncie a ser dirigente de IU pero no abandone su escaño en el Parlamento. Él no obtuvo su acta de diputado a título personal, sino porque la coalición lo puso al frente de su lista, en razón de la responsabilidad orgánica que ejercía.
Ya sé que no es nada sencillo reciclarse como particular en la vida civil cuando uno lleva decenios como profesional de la política. El propio Llamazares, licenciado en Medicina, reconoce que está fuera de juego como médico. Tendría que buscarse la vida por otras vías. Pero ejercer en el Parlamento como portavoz de un grupo político de cuya dirección se ha apeado no parece el colmo de la coherencia.
Recuerde a su paisano Gerardo Iglesias. A veces saber salir es más difícil que saber estar.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (15 de octubre de 2008).
Escrito por: ortiz.2008/10/15 06:00:00 GMT+2
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2008/10/14 06:00:00 GMT+2
Nadie merece ser juzgado por las tonterías cometidas antes de alcanzar la edad adulta, como tampoco debería serlo por las patochadas de su edad decrépita. Más difícil es decidir a qué edades se traspasan esas dos fronteras de la vida. Por ejemplo: con 17 años, ¿uno debe ser considerado adulto o no?
Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI, tenía 17 años cuando militó en las Juventudes Hitlerianas y vistió el uniforme del III Reich. “Le obligaron. ¿Qué otra cosa podía hacer?”, alegan sus defensores. Vaya una pregunta. Hubiera podido desertar, por ejemplo, como hicieron otros muchos antes que él y como finalmente hizo él mismo, aunque sólo cuando era ya evidente que los nazis iban a perder la guerra. Lo capturaron las tropas aliadas cuando huía.
En fin, que fue nazi hasta ya talludito, lo cual debería aconsejarle, así fuera sólo por pudor, no pretender erigirse en autoridad en asuntos de antinazismo. Pero el actual Papa no se corta un pelo y, de la misma manera que se las da de experto en relaciones sexuales y en contracepción sin que se le conozca ninguna experiencia en la materia (no digo que no la tenga: digo que no se le conoce), dictamina sobre las relaciones que mantuvieron el Vaticano y el III Reich como si él no fuera juez… y partes, en plural.
Acaba de pontificar –nunca mejor dicho– que el silencio que mantuvo el papa Pío XII ante el Holocausto fue “eficaz”, porque, según él, eso permitió a su antecesor ayudar a muchos judíos a salvarse. Se infiere de ello, en primer lugar, que a Joseph Ratzinger sólo le interesan los crímenes que cometieron los nazis en contra de los judíos. Los millones de víctimas no judías que causó la barbarie nazi (disidentes políticos, homosexuales, gitanos, etc.) ni los menciona. ¿A cuantos de ellos contribuyó a salvar Pío XII con su silencio? En segundo lugar, la argumentación de Ratzinger conduce a deducir que aquellos que se opusieron abiertamente al nazismo, curas incluidos, siguieron una vía menos “eficaz”. Lo más astuto, por lo visto, era callarse.
Sólo le ha faltado decir que más eficaz todavía era formar parte de una unidad de artillería hitleriana, como hizo él.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (14 de octubre de 2008).
Escrito por: ortiz.2008/10/14 06:00:00 GMT+2
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2008/10/13 06:00:00 GMT+2
Lo he leído en tantos medios que sospecho que incluso puede ser verdad: los más altos ejecutivos de la aseguradora AIG, que el Gobierno de Bush rescató con dinero público hace bien poco cuando se ahogaba, fueron a celebrar su salvación financiera pasándose una semana de vacaciones en un lujoso complejo hotelero de Monarch Beach (California), en el que se pulieron, entre unas cosas y otras, 440.000 dólares, cantidad que no traduzco a euros porque cualquiera sabe cómo estará hoy mismo la paridad de las monedas.
Es una perfecta parábola de cómo funciona el alto standing financiero de estos tiempos que corren. No es que esa gente no sepa estar: es que ni siquiera sabe disimular. Son sinvergüenzas, en el sentido más literal de la expresión. Carecen de vergüenza.
Pero el verdadero problema no son esos ejecutivos vocacionalmente venales, sino los gobiernos que les están dando dinero público a espuertas para evitar que sus negocios quiebren, pero no controlan qué hacen con las inmensas cantidades que les proporcionan. ¿Son dádivas de libre disposición o persiguen una finalidad concreta? Hay bancos que están ingresando un porrón de millones gracias a las actuales inyecciones estatales de emergencia y, en lugar de dedicarlos a reanimar la economía productiva, los invierten en deuda pública o en la compra de metales preciosos, que es más seguro. Resulta de chiste: reciben dinero del Estado y lo invierten en el Estado. Obtienen beneficio por partida doble.
Dice el ministro Solbes que no nos preocupemos, porque estas cosas no corren a cuenta del contribuyente. Ah, ¿no? ¿Y quién las paga, entonces? ¿Él? Que yo sepa, el erario se alimenta de lo que abonamos año tras año cuantos pagamos nuestros (sus) impuestos. Si se trata de dinero público, es mío, en la parte alícuota que me corresponde, y tengo derecho a exigir que el Gobierno no lo vaya repartiendo alegremente y sin control entre sus amigos ricachos. Lo digo por España, pero extiendo el criterio a EE.UU., a Francia, a Gran Bretaña, a Alemania, a Irlanda... y al resto. ¿Cómo querrán los gobernantes que nos fiemos de ellos, si nos demuestran a diario que no son de fiar?
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (13 de octubre de 2008).
Escrito por: ortiz.2008/10/13 06:00:00 GMT+2
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2008/10/12 06:00:00 GMT+2
Apenas ha habido comentarios sobre la intervención que tuvo el pasado miércoles en el Parlamento Europeo Ingrid Betancourt, exveterana rehén de las FARC, caballero (sic) de la Legión de Honor de la República Francesa y reciente Premio Príncipe de Asturias de la Concordia. La política franco-colombiana sostuvo por activa y por pasiva que es firme partidaria de dialogar con los terroristas para favorecer una salida negociada a su actividad violenta. No lo dijo sólo con respecto al caso concreto de Colombia, sino en general. Es más: terminado su discurso, aclaró, de manera explícita y por si cabían dudas, que su criterio abarca también a España, a Euskadi y a ETA.
Quizá la parte más estrambótica del acto europarlamentario vino cuando los miembros del foro de Estrasburgo subrayaron sus palabras con una cerrada y unánime ovación, porque entre los entusiastas aplaudidores había unos cuantos españoles que desde hace años han dedicado buena parte de sus energías políticas a poner a caldo a cuantos proponen lo que Ingrid Betancourt acababa de defender.
Lo he escrito no pocas veces hablando de las víctimas del terrorismo que preconizan exactamente lo contrario y lo reitero con referencia a Ingrid Betancourt: que haya estado secuestrada por las FARC seis años, cuatro meses y nueve días no añade ni resta un ápice de solidez a sus argumentos políticos. Nadie tiene ni más ni menos razón por el hecho de haber sufrido. De hecho, la implicación visceral de quien formula propuestas sobre un conflicto político debería movernos a tomar doble distancia con respecto a lo que preconiza (aunque en este caso sea de ley recordar que Betancourt ya defendía esas mismas ideas antes de ser secuestrada).
Dejemos de lado su peripecia particular y consideremos las motivaciones que alega para defender el diálogo con las organizaciones catalogadas como terroristas. Expuso dos principales. La primera: salvar vidas. La segunda: no proporcionar a esas organizaciones coartadas que les valgan para perpetuar su actividad. ¿Son razones sólidas? ¿No lo son? ¿En qué medida lo son? Eso es lo que conviene debatir, dígalo quien lo diga.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (12 de octubre de 2008). También publicó apunte ese día: Dos apuntes.
Escrito por: ortiz.2008/10/12 06:00:00 GMT+2
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