Columnas de Javier Ortiz aparecidas en

            

durante el mes de noviembre de 2005

[Se incluyen en orden inverso al de su publicación.

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Calatrava y la arquitectura

JAVIER ORTIZ

          
Radio Nacional de España ha concedido su premio Especial El Ojo Crítico al arquitecto Santiago Calatrava.

El presentador a quien oí anunciar la noticia afirmó que Calatrava es «sin duda el mejor arquitecto español actual». Concluí que los conoce a todos y los ha estudiado a fondo. Me siento orgulloso de que RNE cuente en su nómina con expertos de tanta categoría.

Yo no la tengo y, probablemente por eso, me permito disentir. A mí la arquitectura de Calatrava no me gusta. Y no porque las formas estéticas que elige me desagraden (que también, pero ya se sabe que sobre gustos no hay nada escrito, salvo que hay gustos que merecen palos), sino porque creo que incumple el primer mandamiento al que debería atenerse toda construcción arquitectónica: ser útil a quien debe servirse de ella.

Me toca convivir con cierta frecuencia con dos obras de Calatrava, ambas en Bilbao. Una es el puente de Zubi-Zuri, sobre la ría. Su peculiaridad más interesante es que, en cuanto caen dos gotas de lluvia -cosa no del todo infrecuente en Bilbao- se convierte en una estupenda pista de patinaje, gracias a su suelo de vidrio. Calatrava debió de creer que ese inconveniente se solventaba dando al vidrio una pintura antideslizante transparente. Pero la pintura en cuestión, que ignoro si recién dada es antideslizante, deja de serlo echando mixtos. Admito que el arquitecto tuvo la prudencia, digna de loa, de poner barandilla a su puente, de modo que puedes recorrerlo bien agarrado, con lo cual no te caes muchas veces y, caso de caerte, no te precipitas a la ría. Pero ese detalle, con ser importante, no sé si justifica un premio de tanto ringorrango.

El otro engendro de Calatrava con el que convivo casi todas las semanas es el aeropuerto de Loiu. No me entretendré quejándome de minucias tales como que el techo presente goteras (¿qué culpa tiene él de la fijación de Bilbao por la lluvia?) y me concentraré en lo esencial: a don Santiago no se le ocurrió la posibilidad de que los aviones con salida y llegada en Bilbao sufrieran atrasos, por lo que diseñó unos asientos para las salas de espera que es imposible utilizar durante más de diez minutos sin que el culo del usuario/a empiece a cobrar una coloración amoratada característica de los potros de tortura. Por supuesto carecen de nada en lo que apoyar los brazos y el respaldo es de una rigidez que compite ventajosamente con las opiniones de Angel Acebes. Todo eso cobra relevancia muy especial en un recinto en el que hace un frío que para sí quisieran las más altas cumbres pirenaicas. Lógico: ¿cómo va a pensar un arquitecto valenciano en las cosas propias de las orillas del Cantábrico?

Lo que más me llama la atención es que el premio que le han concedido se llame El Ojo Crítico. No me imagino qué habría podido ocurrir si en vez de crítico el ojo en cuestión hubiera sido papanatas.

 Es copia de la columna publicada en El Mundo el 28 de noviembre de 2005

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Sin tregua, pero con ley

 

 

JAVIER ORTIZ

         
Se enrarece por momentos el clima político local. El navajeo se adueña de la escena. Los jefes de los partidos fingen comedimiento, pero su disimulo -mínimo, en realidad- apenas oculta su sistemático recurso a las maniobras más arteras, en las que todo vale. Junto a ellos, los hipócritas se fingen escandalizados y reclaman un poco más de tolerancia, de fair play.

Siempre me ha molestado que se hable de «las reglas del juego democrático». Cuando se emprende con rigor y con principios, la lucha política no tiene nada de juego. Del mismo modo que, según la clásica definición de Klaus von Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios, la política es una guerra que se libra sin armas. Su finalidad es, en último término, la misma que la de las guerras cruentas: convertir al enemigo en inofensivo.

Así las cosas, no veo por qué deba nadie ser tolerante con el enemigo. Yo, al menos, nunca he preconizado tal cosa. Más bien todo lo contrario: al enemigo hay que hostigarlo sin tregua. Por eso mismo, nunca he pedido a mis enemigos que no disparen contra mí, ni me he quejado de que lo hagan. Lo propio del combatiente es ir a por el enemigo. Y si le ve angustiosamente apurado, razón de más para insistir en el ataque con todas las energías concentrables. ¿Que ya está contra las cuerdas? Pues a seguir pegando. Hasta el KO.

Establecido lo cual, lo que no debe olvidarse jamás es que incluso las guerras están sometidas a leyes y reglas que es obligado respetar. Por ejemplo: no es lícito someter a los prisioneros a vejaciones ni darles un trato degradante. No se puede atacar a la población civil de la zona enemiga. Debe renunciarse por entero al uso de armas prohibidas. Etcétera.

Ese género de leyes, recogidas en varios acuerdos internacionales, el más conocido de los cuales es la Convención de Ginebra, tienen también sus correspondientes equivalencias en la lucha política. Por ejemplo: no es lícito inmiscuirse en la vida privada de nuestros oponentes. Tampoco cabe convertirlos en víctimas de rumores objetivamente difamantes. Es asimismo inaceptable el uso de la mentira.

Dicho de otro modo: armas, todas, y cuantas más mejor, pero siempre que sean legales.

En España, sin embargo, todo funciona al revés. La pelea política tiene, de hecho, una trascendencia más bien escasa, dados los muchos criterios comunes que mantienen los dos principales partidos en liza. Pero, a cambio, ambos se sirven de las peores artes, incluyendo algunas que producen auténtica vergüenza ajena (véanse los argumentos que han venido utilizando el PP y la jerarquía católica para ir en contra de la Ley Orgánica de Educación, muchos de ellos basados en puros inventos).

En donde debería regir la intransigencia con ley, ellos han instaurado el pasteleo envenenado.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 24 de noviembre de 2005

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30 años de Transición

JAVIER ORTIZ

          Afirmar que no conviene insistir en la abominación neta y sin paliativos del franquismo arguyendo que eso crea problemas a la actual convivencia entre los españoles tiene tanto sentido como el que tendría sostener que mejor harían los alemanes en prescindir de la condena del nazismo, no vayan a sangrar otra vez por sus viejas heridas.

Las sociedades acceden a la categoría de libres cuando sus ciudadanos aprenden a distinguir claramente la libertad de la tiranía, cuando saben apreciar tanto la primera como repudiar la segunda y cuando son capaces de examinar desde esa perspectiva, sin complacencias ni paños calientes, su propio pasado.

En la Alemania de hoy se puede denostar abiertamente el nazismo porque, salvo un puñado de nostálgicos de Hitler, todo el mundo está de acuerdo en que el III Reich fue un horror, y bien que lo lamentan.

No cabe decir lo mismo de España. Aquí quedan todavía sectores sociales de importancia a los que les incomoda que se coloque al régimen franquista en la larga y sangrienta relación de las tiranías que enlutaron la Historia del siglo XX.

No hay más que echar un simple vistazo a la actualidad para comprobar que incluso algunos órganos del propio Estado son incapaces de trazar la necesaria línea divisoria entre las arbitrariedades de la dictadura y las leyes del régimen parlamentario.

Tómese el ejemplo que acaba de proporcionarnos la Fiscalía de la Audiencia Nacional, que ha considerado, a instancias de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, que la manifestación en recuerdo de los cinco últimos fusilados por la dictadura que se celebró el sábado podía ser constitutiva de un delito de «enaltecimiento del terrorismo». El fiscal en cuestión, con el respaldo del titular del Juzgado Central de Instrucción número 2, partió del sobreentendido de que levantarse en armas contra un régimen tiránico es terrorismo, y a correr. (Hay otra posibilidad: que piense que el franquismo no fue un régimen tiránico. Cualquiera sabe.)

Con todo, lo que más me ha llamado la atención en este asunto es que a ninguno de los implicados en la iniciativa (AVT, fiscal y magistrado) se le pasara siquiera por la cabeza la posibilidad de medir con su particular rasero la otra marcha que ha tenido lugar este pasado fin de semana, y que fue desde Moncloa al Valle de los Caídos para homenajear a Francisco Franco. Ni se les ocurrió pensar que ese acto sí que estaba explícitamente dedicado a enaltecer a un criminal de tomo y lomo. Así que ni lo denunciaron ni lo catalogaron ni nada: vía libre para los fascistas.

Curiosa situación: los antifranquistas bajo vigilancia y los franquistas a su aire.

Dicen algunos que nuestra realidad no lleva la impronta del franquismo. Descartado que se lo crean -no son tan obtusos-, imagino que lo dicen para disimular. Pero algunos parecidos son indisimulables.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 21 de noviembre de 2005

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Chávez, el malo malísimo

 

JAVIER ORTIZ

         
En contra de lo que podrían indicar algunas aparatosas apariencias más o menos coyunturales, los más caracterizados propagandistas del PSOE y el PP coinciden en muchas de sus opciones clave, incluyendo bastantes de las que son fundamentales a la hora de decidir qué tipo de orden social debe regir entre nosotros.

Una de las muchas cosas en las que coinciden es en su modo de distinguir a los gobernantes que merecen ser tratados con deferencia de los que no. Así, dan por supuesto que George W. Bush es un gobernante que, aunque tenga sus cosas, es digno de la más alta consideración. No así el presidente venezolano, Hugo Chávez, al que descalifican sin remisión. Creen que el presidente estadounidense puede cometer errores, pero rectificables. A lo que no ven remedio, en cambio, es a lo de Chávez, al que no dudan en calificar de «personaje intolerable», «atrabiliario», «soez», «demagogo» y «bufón». Para mí que critican de vez en cuando a Bush nada más que para prevenirle del peligro que corre de deslizarse por la peligrosa senda de Chávez: ya se sabe que se empieza invadiendo ilegalmente estados soberanos, quitando y poniendo gobiernos, montando cárceles clandestinas y lanzando bombas de fósforo sobre la población civil y se puede llegar a la abominación de recitar coplas sarcásticas en televisión y llamar «lacayo» al presidente de México, Vicente Fox.

Tan ocupados han estado en descalificar los «malos modos» de Chávez que ni siquiera se han tomado el trabajo de examinar el conflicto concreto que ha enfrentado al venezolano con Fox. Hubieran tenido que dar cuenta de que, en la reciente Cumbre de las Américas, Bush, pasándose el orden del día por el arco del triunfo, se puso a hacer proselitismo en favor del Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), que patrocina él mismo. Los presidentes de Argentina y Brasil le señalaron que ese debate no figuraba en las previsiones de la Cumbre, lo cual no impidió al mexicano Vicente Fox salir en defensa del inquilino de la Casa Blanca.

Fox tiene muchas deudas de gratitud con Bush, pero lo cierto es que la iniciativa del ALCA parte de un principio de patente desigualdad: reclama de los países de América Latina que no pongan ninguna traba al libre comercio, pero autoriza a los EEUU a mantener una política claramente proteccionista sobre su producción agrícola. Es el apoyo del mexicano a esa versión neoliberal de la doctrina Monroe lo que ha motivado el choque.

No retener de todo este asunto más que la anécdota de la coplilla que Chávez le dedicó a Fox es algo peor que una perfecta superficialidad. Es una superficialidad destinada a preparar a la opinión pública española para encajar cualquier iniciativa normalizadora que Washington pueda promover en Venezuela. Cualquier nueva iniciativa, quiero decir.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 17 de noviembre de 2005

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La relación de fuerzas

 

JAVIER ORTIZ

         
En Francia, la Iglesia vaticana no pinta nada en las escuelas. Está autorizada a tener sus propios centros educativos, pero la enseñanza que imparte en ellos ha de amoldarse a las normas dictadas por el Estado y debe costearlos por su cuenta, al margen de las arcas públicas. Recibe las mismas ayudas -modestas, por lo demás- que los representantes de las otras iglesias que cuentan con un mando unificado. Y ya está.

Los obispos católicos franceses son tan propensos a la restauración de lo superado por la Historia -tan reaccionarios, en sentido estricto- como los españoles. Pero saben a qué atenerse. Saben cuál es la relación de fuerzas.

Entre los muchos problemas que se crea el Gobierno de Rodríguez Zapatero él solo, uno, y no el menor, es que no sabe ni movilizar las fuerzas que le respaldan ni utilizar los recursos del poder que el electorado ha puesto en sus manos. Es algo que afecta a muy diversos planos de la vida política. Resulta increíble, por ejemplo, que el teórico pluralismo de los medios de comunicación de titularidad pública siga expresándose, aún a estas alturas, juntando a unos cuantos opinantes más o menos pro gubernamentales -no mucho, si de lo que se habla es del Estatut- con bastantes más situados en la órbita del PP. Como si ésa fuera toda la variedad política reflejada en el Parlamento. (De serlo, ¡bueno iría el Gobierno!)

Le llevan a uno el alma los diablos, y digo bien, cuando ve las respuestas apocadas y pusilánimes que da el Gobierno a la ofensiva coordinada de las derechas. Le bastaría con comunicar lacónicamente a la Conferencia Episcopal que considera que el Estado español ya le ha indemnizado más que de sobra por las desamortizaciones del XIX y que va a ajustar la ayuda económica que le proporciona a las labores de estricto interés social que desarrolla. Y ya de paso, y puesto que las derechas han elegido la calle como teatro para su pulso político, propiciar que las fuerzas laicas hagan lo propio, sólo que más.

Bajan las expectativas de voto del PSOE, según las encuestas, y suben las del PP. Pero no es porque ahora haya menos gente opuesta a la derecha que en marzo de 2004, sino porque buena parte del electorado que se movilizó entonces ha vuelto a sus cuarteles de invierno, desalentada por la blandenguería del Gobierno de Zapatero, siempre temeroso de responder con hechos -con hechos, Montilla, no con desahogos verbales- a la insólita belicosidad de los aznaristas de civil, de uniforme o de sotana.

Zapatero tiene el poder del Ejecutivo y puede contar para algunos de sus litigios -para éste de la Conferencia episcopal, sin ir más lejos- con el apoyo de muchos millones de ciudadanos. ¿A qué espera para actuar? Si quiere imponer una relación de fuerzas favorable, deberá empezar por dejar claro el peso real de sus propias fuerzas.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 14 de noviembre de 2005

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Gernika en Faluya

 

 

JAVIER ORTIZ

        
Sólo la obnubilación que acarrea el fanatismo permite explicar que personas inteligentes, que se pretenden amantes de la libertad y defensoras de los derechos humanos, sigan dando la cara por el Gobierno de George W. Bush.

Las más recientes revelaciones sobre los métodos a los que la Casa Blanca está recurriendo en su presunta guerra contra el terrorismo internacional son anonadantes. De lo penúltimo que hemos tenido noticia es del funcionamiento de prisiones secretas diseminadas por medio mundo, en las que los gobernantes estadounidenses tienen encerrados -sin ninguna garantía jurídica, obviamente- a varios cientos de supuestos activistas de Al Qaeda. Ayer se supo que la CIA ha iniciado una investigación para determinar quién ha filtrado a la prensa la existencia de tales cárceles clandestinas. De modo que la noticia es cierta.

Al poco, nos hemos enterado de que el Ejército de los EEUU utilizó a finales de 2004, durante las operaciones destinadas a la ocupación de la ciudad de Faluya, bombas de fósforo blanco, al igual que MK77, un agente incendiario similar al napalm. El Pentágono admite que sus tropas utilizaron proyectiles de fósforo blanco, pero alega que lo hicieron «para iluminar las posiciones enemigas». Sin embargo, existen vídeos, fotografías y testimonios de periodistas y cooperantes que señalan que las bombas de fósforo fueron arrojadas sobre el casco urbano de Faluya.

Conviene recordar a los más olvidadizos que muchas de las bombas que los aviones de la Luftwaffe nazi dejaron caer sobre Gernika el 26 de abril de 1937 y que provocaron la práctica destrucción de la histórica villa y la muerte de la mayoría de sus pobladores iban cargadas precisamente con fósforo blanco, como las lanzadas por la U. S. Air Force sobre Faluya. El Pentágono ha aducido que se trata de un arma legal, pero miente, para variar: el portavoz del Comité de la ONU para la Prohibición de las Armas Químicas, Peter Kaiser, ha dejado claro que las bombas de fósforo blanco figuran entre las armas no autorizadas. Con razón, dada su tremenda crueldad: el fósforo se adhiere a la piel de cuantos se encuentran en un radio de 150 metros del lugar de la explosión y los asa vivos, sin dejarles posibilidad alguna de escapatoria.

Según los testigos, no menos de 800 civiles murieron en el ataque estadounidense contra Faluya.

Ahora resulta que en Irak sí había armas prohibidas: las que llevó el Ejército de los Estados Unidos.

Algunos tratan de justificar la inhumanidad apelando a la lucha contra la inhumanidad. Es inútil.

Tras la II Guerra Mundial, muchos alemanes excusaron su apoyo a Hitler diciendo: «De haber sabido...». El día de mañana nadie podrá alegar ignorancia cuando se recuerden los crímenes de Bush. Porque los hechos -los suficientes, al menos- están ya bien a la vista.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 10 de noviembre de 2005

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El PP, contra la Constitución

JAVIER ORTIZ

          
Mariano Rajoy ha aprovechado la XI Reunión Interparlamentaria del PP para comunicar al mundo en general y a la plana mayor de su partido en particular qué táctica van a aplicar durante la tramitación parlamentaria del Estatut catalán.

No me interesa tanto -a los efectos de esta columna, quiero decir- la decisión que ha tomado como el modus operandi que ha seguido para adoptarla. Es típico del Partido Popular. Cada vez que ese partido ha de tomar una determinación de importancia, su jefe supremo se lo piensa, sondea las opiniones de quienes tiene a bien -de manera informal, a su aire- y finalmente comunica su resolución a los órganos colegiados correspondientes, para que la pongan en práctica, y a los medios de prensa, para que la difundan. Todo a la vez.

Es el mismo sistema que aplicó Aznar a la hora de nombrar sucesor al propio Rajoy: rumió la cosa por su cuenta, habló con quien le vino en gana y, llegada la víspera del día en el que debía reunirse la dirección del PP para ver quién habría de ser el candidato, dio a conocer públicamente que su elegido era Rajoy. Con lo cual abortó cualquier posibilidad de debate interno. Igual que ha hecho en esta ocasión su sucesor, que ha impuesto su criterio sin confrontarlo con los de quienes defendían otros (Piqué, por ejemplo, que se había declarado favorable a la presentación de enmiendas concretas al articulado, y no sólo de una enmienda a la totalidad).

El artículo 6º de la Constitución Española, que trata de los partidos políticos, establece taxativamente: «Su estructura y funcionamiento interno deberán ser democráticos».

Hay pruebas públicas y notorias -he mencionado dos, pero podría poner muchas más- de que el funcionamiento interno del PP no responde ni de lejos a criterios democráticos. Algunas de sus opciones principales no se adoptan tras el preceptivo debate en los órganos colegiados electos. Se las reserva el jefe, que no deja a sus vasallos otro remedio que aceptarlas, salvo que quieran colocarse en el disparadero.

No es una cuestión formal, ni mucho menos. La democracia interna de los partidos debe expresarse tanto en la designación de sus órganos dirigentes, que ha de ser libre y sin coacciones, como en la existencia de canales que hagan valer las opiniones de los militantes en la determinación de la línea política. Lo que hace el PP es justo lo contrario: el presidente reparte los cargos, dejando a los demás en la obligación práctica de ratificarlos, y decide los puntos esenciales de la línea política, sirviéndose del partido como mera correa de transmisión.

Quiere decirse que el funcionamiento interno del PP es anticonstitucional, grave hecho que podría servir de base para promover su ilegalización. O, por lo menos, para exigirle que practique el caudillismo sin tanto descaro.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 7 de noviembre de 2005

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El signo de los tiempos

JAVIER ORTIZ

         
Aprueba el Príncipe Felipe que se reforme la Constitución para que el varón no prevalezca sobre la hembra en el orden sucesorio -en concordancia con «el signo de los tiempos», dice- y todo el mundo se felicita por su buena sintonía con los aires de igualdad que se tienen por propios de este siglo XXI. (Me sorprende que nadie se pregunte por qué considera que el «signo de los tiempos» debe regir los destinos de su hija, pero no los suyos propios. De ser coherente, debería aplicarse el criterio que aplaude, renunciando a la sucesión en beneficio de su hermana mayor. Pero de casta le viene al galgo: la generosidad dinástica nunca ha sido un rasgo característico de la familia.)

Aplauden no pocos reputados juristas la actitud de Felipe de Borbón, quien, según ellos, viene a reconocer el valor superior de lo proclamado en el artículo 14 de la Constitución, según el cual «los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social». Dejando a un lado que en la Constitución no hay artículos a los que quepa atribuir un rango jurídico -jurídico, digo- superior a los demás, de modo que tanto vale el artículo 14 como los incluidos en el Título II (y tanto el artículo 2 como la Disposición Adicional Primera, por poner otro ejemplo), se ve mal por qué todos, del Rey abajo, hayamos de inclinarnos ante la parte del artículo 14 que habla de la no discriminación por razón de sexo y, en cambio, debamos dar por no oída la parte que habla de la no discriminación por razón de nacimiento. ¿Tal vez porque, si no se aceptara la discriminación por razón de nacimiento, no sólo la recién nacida Leonor, sino toda la institución monárquica, quedaría en una situación extremadamente inconfortable? En efecto, la piedra angular misma de la Monarquía es el privilegio de cuna: ellos nacen superiores, con derechos y privilegios exclusivos, inalcanzables para los demás.

Apoyándose en ello, no faltan los aguafiestas que hacen chanza de la adecuación de la Monarquía española al «signo de los tiempos».«Si tan partidarios son del «signo de los tiempos», que acepten el derecho igual de todos los ciudadanos a ser elegidos para el puesto de Jefe del Estado», argumentan.

Pero se equivocan. Cometen el error de dar por hecho que el signo de estos tiempos que corren empuja hacia la igualdad universal de derechos. No sé de dónde habrán podido sacar tan absurda idea. Lo característico del actual momento histórico -el signo de estos tiempos- es la combinación de las más hermosas proclamas igualitarias con el mantenimiento, o incluso el acrecentamiento, de las desigualdades más lacerantes.

La Monarquía española se atiene estrictamente al signo de los tiempos.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 3 de noviembre de 2005

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