Columnas de Javier Ortiz aparecidas en

            

durante el mes de julio de 2005

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El fuero y el huevo

JAVIER ORTIZ

        
No logro entender a los partidos centralistas españoles. No sé a cuento de qué se declaran tan satisfechos tras el anuncio del IRA de que abandona las armas para proseguir su lucha a través de métodos pacíficos y democráticos. Cuando ETA se proclamó en tregua tras el acuerdo de Estella, el PP, seguido entonces por el PSOE, se mostró alarmadísimo. Dijo, por boca de Mayor Oreja: «Los nacionalistas vascos quieren conseguir por la vía pacífica lo que no han logrado con la lucha armada». Les pareció que la posibilidad de que el campo abertzale pudiera prevalecer por la vía democrática era una perspectiva nefanda; un peligro que había que conjurar a cualquier precio. Lo de la úlcera y el cáncer, que decía el otro.

Si así pensaban en relación a Euskadi, ¿por qué ven tan bien que el IRA y el Sinn Fein intenten hacer algo de ese mismo género en Irlanda? ¿Sólo porque les pilla lejos?

Todos hemos subrayado una y mil veces que las realidades de Irlanda y Euskadi son muy diferentes. A decir verdad, no sé por qué hemos insistido tanto en ello, habida cuenta de que nadie ha pretendido jamás lo contrario. Pero, puestos a resaltar las diferencias, una que no cabe pasar por alto es que allí se llegó a un acuerdo entre todas las partes en conflicto para que sea el pueblo irlandés -y no el británico en su conjunto- el que decida el futuro del Eire.

Eso se llama autodeterminación.

El reconocimiento general del derecho de autodeterminación de la ciudadanía irlandesa ha sido un factor clave para el triunfo final -esperemos que final- de las vías democráticas.

También en España hay quien afirma que cualquier objetivo es defendible, siempre que se persiga por métodos pacíficos, sin recurso a la violencia. Aun en el supuesto de que así fuera -cosa que no parece que esté avalada por los hechos-, tanto daría, porque la cuestión no estriba en lo que cabe defender, sino en lo que se puede conseguir. A los ciudadanos de Irlanda del Norte les han asegurado que todo depende de sus propias urnas: si los partidarios de la reunificación política de las dos Irlandas vencen en su día en el referéndum que se realice al efecto, verán sus deseos convertidos en realidad. Y si no, pues no.

¿Alguien ha asegurado que la voluntad mayoritaria de la población vasca vaya a ser la que determine el futuro de Euskadi? No, ¿verdad? Pues eso. Esa es la diferencia.

La autonomía que ha tenido de manera intermitente la provincia británica de Irlanda del Norte es una nadería, comparada con la que tiene Euskadi. Qué duda cabe. Pero las poblaciones de España deberían ser las primeras en entender, aprendiendo de su propia Historia, que hay veces que la gente no se pelea por el huevo, sino por el fuero.

Ese es un aspecto esencial: a los republicanos irlandeses les han reconocido el fuero. Aunque les haya costado un huevo.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 30 de julio de 2005

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Muertos de tercera

JAVIER ORTIZ

         
El mundillo del periodismo atesora un auténtico almacén de patas de banco, pifias y estupideces afirmadas en público que bien pueden calificarse de míticas. Algunas son de hecho tan míticas que encajan de perlas con la segunda acepción que los diccionarios suelen dar al término: ficticias. Tengo archivada una larga colección de afirmaciones ridículas atribuidas a tal o cual político de postín o a tal o cual medio informativo que, a nada que uno las investiga, descubre que o no las soltó quien se pretende, o no las soltó nadie, porque son pura invención. De George W. Bush a Esperanza Aguirre, pasando por Carmen Sevilla, los ejemplos menudean.

Un caso casi histórico: se cuenta que hace muchísimos años, en la época en la que los vagones de los trenes se dividían en tres categorías (primera, para los ricos; segunda, para las clases medias; tercera, para los pobres), se produjo en España un grave accidente de ferrocarril y un periódico publicó: «Afortunadamente, todos los muertos eran de tercera».

Ni sé las veces que habré oído relatar esa anécdota. Pero jamás me he encontrado con nadie que diga: «Es verdad: eso lo publicó el periódico Tal en tal fecha». De haberlo oído, me habría pasado por la Hemeroteca Nacional para comprobarlo. Porque no me creo que haya nadie tan tonto como para escribir algo así.

Y es que una cosa es sentirlo, y otra, reconocerlo.

Porque no nos engañemos: es de ese modo como se ve la realidad en todos los periódicos, en todas las televisiones y en todas las radios del mundo occidental. Nadie lo dice, y hasta es posible que haya algunos que ni siquiera sepan que lo piensan. Pero lo piensan.

Ejemplo. De acuerdo con los cálculos más estrictos y rigurosos, la actual Guerra de Irak ha causado del orden de 25.000 víctimas mortales. Son estadísticas referentes a la población civil: no contabilizan los soldados muertos (aunque eso tampoco sea decisivo, porque en las guerras de ahora apenas mueren militares).

Pues bien: si se considera la valoración informativa, cuantitativa y cualitativa, que los medios de comunicación occidentales han concedido a esas 25.000 víctimas, y si se compara con la que han otorgado a las víctimas de los recientes atentados de Londres, por un lado, y a las de los aún más recientes de Egipto, por otro, se comprobará de inmediato que la cosa no tiene vuelta de hoja: ¡por supuesto que hay muertos de primera, de segunda y de tercera! Diga lo que diga la Declaración Universal de Derechos Humanos sobre la igualdad de todas las personas.

Sé que no descubro ningún secreto denunciando que las cosas son así. Pero es eso precisamente lo que me resulta más escandaloso: que seamos tantos los que sabemos que hay muertos valorados como de tercera, y lo demos por bueno, y demostremos que nos importa un bledo, y no se nos caiga la cara de vergüenza.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 27 de julio de 2005

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La ropa sospechosa

JAVIER ORTIZ

        
Scotland Yard ha declarado que la muerte del ciudadano brasileño Jean Charles de Menezes, abatido a tiros en el metro de Londres el pasado viernes, «fue un error».

Expresado así, tal se diría que el error lo cometió la muerte. O el propio De Menezes, alternativamente.

Sostenía Mao Zedong, recurriendo a una inteligente boutade que él mismo desconsideró demasiadas veces, que lo peor que tiene cortar la cabeza a una persona es que luego, en caso de descubrir que no lo merecía, ya no hay manera de volver a colocarla en su sitio.

Pasa lo mismo con la decisión de disparar a matar.

Pero eso, por desgracia, es lo de menos en este caso. Aunque los jefes de Scotland Yard dijeran por la brava que el error no fue cosa de la muerte, sino de sus agentes, seguirían sin reflejar la realidad de los hechos. Porque la decisión de disparar cinco tiros a quemarropa a una persona que está caída en el suelo y que no empuña ningún arma sólo se entiende en gente que ha recibido la orden, gráficamente denunciada por la prensa británica, de «disparar primero y preguntar después».

No se trata de una aplicación errónea de las normas, sino de unas normas erróneas. Y no se trata de la trágica barbarie de unos policías nerviosos, sino del resultado lógico de una orientación política de conjunto, toda ella gravemente nociva. De una orientación que incluye, además de la licencia para matar, el permiso para mentir, como demostró el jefe de la Policía Metropolitana, Ian Blair, que se apresuró a declarar que «el tiroteo» (¡extraño modo de describir una ejecución sumaria!) tenía relación con «la operación antiterrorista en marcha».

Estamos ante una orientación que persigue dos objetivos igual de cínicos.

De un lado, trata de transmitir a los sectores más influyentes de la opinión pública británica que sus gobernantes «han tomado las riendas de la situación» y van a actuar «con toda energía» para poner coto al terrorismo, aunque esos gobernantes sepan de sobra que es imposible acabar con el terrorismo mientras haya suficientes terroristas decididos a atentar sin consideración hacia sus propias vidas.

De otro lado, utilizan aviesamente la situación crítica para sumar prerrogativas a las fuerzas coercitivas del Estado, es decir, para recortar las libertades públicas y privadas.

El resultado es patético. En este momento, en Gran Bretaña, la seguridad ciudadana no ha mejorado ni un ápice pero, a cambio, tener «rasgos asiáticos» (¿brasileños, por ejemplo?) se ha vuelto peligroso, lo mismo que llevar determinada vestimenta (según el comunicado policial, a los agentes de Scotland Yard les resultó «sospechosa» la ropa que vestía De Menezes.)

A ese punto hemos llegado: siguen estallando las bombas, en Londres o en Egipto, pero a cambio debes andarte con mucho ojo al elegir la ropa que te pones.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 25 de julio de 2005

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Algo es algo

JAVIER ORTIZ

         
Hace muchos, muchos años, recién llegado Felipe González a La Moncloa, una amiga me presentó a su novio, recién elegido para un alto cargo del Gobierno socialista. Ex militante de la izquierda radical, mi amiga trató de tomarnos el pelo a los dos. Me dijo: «Aquí donde lo tienes, es un reformista».

Le respondí con mucha seriedad: «Pues me alegro. A ver si reforma algo».

A lo que él, con una sonrisa, contestó: «Lo intentaré».

No mentía. Lo intentó. Y acabó expulsado del PSOE por oponerse a la primera Guerra del Golfo (y por decirlo en voz muy alta). Lo laminó Jorge Semprún, que ya había salido del PCE muy entrenado en materia de purgas, por activa y por pasiva.

Quince años después de aquel episodio (*), yo sigo en las mismas. No espero de los políticos que hagan revoluciones. Con tal de que emprendan reformas que mejoren las condiciones de vida del pueblo, los doy por aceptables.

Pero qué va.

La experiencia me ha demostrado que las diferencias entre los dos principales partidos del Parlamento español -PP y PSOE, PSOE y PP, que tanto me da el orden- son más de estética que de ética. Así que pasan un cierto tiempo en el ejercicio del poder, el uno y el otro acaban por asemejarse como una boñiga a otra boñiga. Cada cual con sus particulares olores, pero siempre haciendo el juego, el uno y el otro, a los fuertes, para desgracia de los (¡y las!) débiles.

¿Pretendo decir con esto que me da igual quien gobierne, puesto que ha de ser el uno o el otro? Pues no.

He conversado muchas veces en los últimos años con amigos de Galicia quejosos de lo mismo: «¡Es que no hay modo humano de librarse del infierno de Fraga sin pasar por el purgatorio de Pérez Touriño!». En Valencia he oído hablar en términos muy similares. Recuerdo que no poca gente de izquierda pasaba por las mismas angustias, sólo que al revés, a comienzos de los noventa, con referencia a los gobiernos de Felipe González: «¿Cómo sacar de La Moncloa a estos de los GAL y de Filesa sin contribuir a que sea la gente de Aznar la que los sustituya?».

Quizá la culpa la tenga la edad, pero lo cierto es que con el tiempo han ido abandonándome ese tipo de angustias existenciales. Sigo sin creerme en la obligación de elegir entre dos males -nunca votaré ni al PP ni al PSOE, aunque me aspen-, pero me parece buena cosa que ninguno de los dos se eternice en ningún poder.

Lo malo que tiene un Gobierno que se perpetúa es que poco a poco deja de ser un Gobierno para transformarse en un régimen. Crea un entramado demasiado denso de intereses, de pautas, de hábitos consolidados.

Cuando eso sucede, el cambio de gobernantes se convierte en una cuestión de mera higiene.

Se lo decía el otro día a un amigo gallego: «Puede que abras la ventana y no entre aire fresco, pero por lo menos entrará otro aire».

En fin, que algo es algo.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 23 de julio de 2005

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(*) El original del artículo decía: «Veintitantos años después de aquel episodio...». Los correctores de El Mundo han variado la fecha, no dándose cuenta de que yo hacía referencia a algo sucedido "recién llegado Felipe González a La Moncloa". No a la primera Guerra del Golfo.

 

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El humo ciega sus ojos

JAVIER ORTIZ

         
El anuncio oficial del anuncio oficial (sic) contra el consumo de tabaco que va a decir: «¿Fumar? Pues va a ser que no», con ese vaaserquenó que sale ya hasta en la sopa, ha conseguido reducir a escombros lo que me quedaba de paciencia.

La cosa tiene delito: las famosas «autoridades sanitarias» que aparecen en todas las labores de tabaco con mensajes amenazantes escritos en un malísimo castellano, han llegado a un acuerdo con las empresas de telefonía móvil para que envíen a sus usuarios mensajes dándoles la vara con anuncios topiqueros en contra del fumeque.

Yo no fumo. Hace ya tiempo que dejé de hacerlo, y la prueba de que no lo echo en falta es que he perdido la cuenta de cuánto hace de ello. No sólo no soy fumador activo, sino que soy un pésimo fumador pasivo. El domingo llegué a abandonar mi asiento en un concierto que se celebraba al mal llamado aire libre porque no paraba de venirme a las narices el humo de los cigarrillos que consumía una pareja sentada justo delante de mí.

Luego fuimos a tomar una copa en un local muy simpático pero, como quiera que la abrumadora mayoría de los componentes de nuestro grupo fumaba sin parar, el lunes me levanté con una carraspera de mil pares. Siempre hay alguien que dice: «Es que los ex fumadores os ponéis de un fundamentalista...». Como si la irritación de mis vías respiratorias fuera una opción ideológica.

Pero soy consciente de que durante mis muchos años de fumador tuve que hacer la cusqui muchas veces a muchos otros, de modo que tampoco tengo derecho a ejercer ahora de intransigente absoluto. Me quejo amargamente cuando me atufan, pero tampoco lo convierto en un casus belli.

De todos modos, me he prometido a mí mismo corregirme. Desde ahora voy a ser más tolerante. Me propongo hacerlo como muestra de mi rechazo a esa campaña ilícita (no puede ser legal el envío masivo de mensajes de correo no solicitados) y, sobre todo, hipócrita. ¿Por qué no obligan a colocar en la parte trasera de los coches letreros que digan, por ejemplo, «La emisión de CO2 perjudica gravemente la salud», o bien: «El uso abusivo de vehículos de motor contribuye poderosamente al cambio climático», o bien: «La falta de concienciación de las autoridades españolas hace que nuestro país no cumpla con las disposiciones del acuerdo de Kyoto»?

Los políticos de la sanidad se quejan de que el tabaco en España es demasiado barato, lo que lo hace «muy accesible a los jóvenes». Sólo les falta añadir: «...y a los pobres». Déjense de mandangas. No lo encarezcan; no sermoneen. Si lo tienen tan claro, prohíbanlo. ¡Total, una prohibición más o menos!

Y prívense de paso de la tajada que se llevan gracias a los impuestos que gravan las ventas de ese producto. Y asuman también el coste político que tendrá enviar al paro a quienes lo cultivan y a todos los muchos que lo convierten en mercancía.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 20 de julio de 2005

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No hay lágrimas bastantes

JAVIER ORTIZ

           
Ha cundido el estupor en los círculos pensantes occidentales tras saberse que los terroristas suicidas de Londres eran jóvenes de origen pakistaní pero nacidos ya en Gran Bretaña, pertenecientes a familias acomodadas, con estudios y sin problemas de arraigo social.

Se desmorona el retrato-robot que habían asignado a los terroristas islámicos. Se suponía que tenían que ser inmigrantes mal instalados, con escasas expectativas de progreso personal,  encerrados en su gueto de fanatismo ideológico-religioso. Gente, en suma, sin apenas nada que perder, impelida a la violencia por un rencor primario, fruto de la ignorancia y de la pobreza.

Es curioso que se planteen ese fallo de su esquema mental ahora. Las pruebas de su simplismo son muy anteriores.

Ben Laden y algunos de los suyos son hijos de familias multimillonarias, que han realizado estudios superiores en Occidente y han vivido durante muchos años en la opulencia.

Por lo que se dijo en su momento, los secuestradores de los aviones del 11-S tampoco eran analfabetos muertos de hambre.

Es un dato histórico. Los dirigentes del FLN que combatieron por la independencia de Argelia y que recurrieron a atentados terroristas de tremenda brutalidad –en el Metro de París, por ejemplo– eran hombres que habían cursado estudios universitarios en la metrópoli.

En Gran Bretaña deberían acordarse de los muchos vástagos de las elites africanas que se graduaron en sus universidades y que regresaron a sus países para encabezar revueltas anticoloniales que llenaron de horror las páginas de los periódicos de la city.

Lo que habría que considerar en paralelo, para que la evaluación de los hechos no resulte totalmente unilateral –e inútil, por tanto–, es la brutalidad y el espanto que los gobiernos y los ejércitos de Occidente han venido protagonizando desde hace demasiado tiempo en lejanos países que ellos han convertido, por razones casi nunca trasparentes, en teatros de operaciones, en los que los ataques a las poblaciones civiles se han sucedido día tras día. Que la prensa occidental no considere noticia una represalia anglo-norteamericana en Afganistán o Irak que causa la muerte de cien civiles no quiere decir que esos cien civiles no sean noticia para nadie. ¿Cuántos no habrán inscrito esas víctimas o tantas otras en la lista de sus odios y de sus afanes de venganza?

El pasado lunes, doce obreros iraquíes, detenidos por error como sospechosos de colaborar con la resistencia, fueron recluidos en un contenedor. Cuando fueron a sacarlos horas después, nueve habían fallecido por asfixia.

En Níger casi cuatro millones de personas viven en situación de hambruna crítica. Entre ellas, 800.000 niños y niñas. Se mueren de hambre.

De verdad que quisiera llorar por todas las víctimas. Por todas. Pero me faltan las lágrimas.

 

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 16 de julio de 2005

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11-M, 7-J, Aznar y Blair

JAVIER ORTIZ

        
Muchos interesados de las dos partes -la del PSOE, la del PP- se están empeñando desde el pasado jueves en subrayar cuán diferente ha sido el comportamiento del Gobierno y de la oposición de Gran Bretaña del que tuvieron en España tras el 11-M el PP gobernante y el PSOE opositor. «La oposición británica no se ha lanzado a hablar de imprevisión», dicen los de Rajoy. «Blair no se ha dedicado a mentir sistemáticamente para eludir sus responsabilidades», responden los de Zapatero.

Examinadas las cosas sin pasión por ninguna de las dos partes -pasión favorable, quiero decir-, no veo yo que haya grandes diferencias en el comportamiento de los unos y los otros, más allá de las impuestas por las diferentes circunstancias de lugar y tiempo. Blair ha mentido todo lo que le ha hecho falta, igual que hizo Aznar, sólo que a Blair le ha hecho falta mentir menos, porque no estaba a pocas horas de unas elecciones parlamentarias. Se ha limitado a asegurar, con perfecto desparpajo, que la matanza del día de San Fermín no tiene nada que ver con la participación británica en la Guerra de Irak. Sabe que eso es tan mentira como lo de la posible implicación de ETA en los atentados del 11-M en Madrid, pero lo sostiene con el mismo descaro que exhibieron Aznar y los suyos para tratar de colar esa mercancía antes de que las urnas se les vinieran encima. (Por supuesto que Blair no ha pretendido que los atentados de Londres pudieran ser cosa del IRA. Mi tesis es que carece de escrúpulos, no de neuronas.)

El premier británico se ha opuesto a que se forme una comisión parlamentaria de investigación sobre lo sucedido en Londres el 7 de Julio. «En este momento las prioridades son otras», afirma. Nueva muestra de su falsedad. Las prioridades serán otras para el Gobierno, para la policía, para los servicios secretos, para los bomberos, para los centros sanitarios y asistenciales...En fin, para mucha gente, pero no para los parlamentarios británicos, que no tienen nada más urgente que hacer que analizar qué se hizo mal, qué se hubiera podido hacer mejor y, sobre todo, en qué medida las reformas legislativas que está preparando Blair van a dificultar la comisión de nuevos atentados terroristas o van a recortar las libertades civiles de la ciudadanía británica, empeño en el que no ceja el pseudolaborista desde que llegó al poder.

¿Blair, Aznar? Todos mienten en cuanto necesitan protegerse.

Quienes han sido más sinceros, tal vez de modo involuntario, han sido los gobernantes italianos. Varios han coincidido en sus palabras: «La siguiente nos toca a nosotros».

Tiene su lógica, pero lo dicen mal. No les tocará a ellos. En la siguiente -ojalá no la haya-, morirán viandantes, pasajeros de tren, de Metro o de autobús. Como siempre.

Ellos no. Porque ellos están muy protegidos.

Todos ellos.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 13 de julio de 2005

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No es lo mismo

JAVIER ORTIZ

         
Sorprende la enorme cantidad de editorialistas y comentaristas del Primer Mundo que afirman hoy con perfecto aplomo que la terrible serie de atentados que se produjo anteayer en Londres «no tiene ninguna relación con la guerra de Irak». ¿Cómo lo saben?

Aducen que antes del ataque angloamericano contra Bagdad ya se habían registrado atentados de este tipo en sitios muy diversos del mundo.

El argumento no se tiene en pie. Todo depende de qué se entienda por atentados «de este tipo», de en qué fecha se fije el inicio de las hostilidades, del número de gobiernos que cada cual sume al campo tenido por agresor... Nadie -salvo los propios autores de los atentados- conoce sus motivaciones exactas, pero no veo cómo cabría descartar que lo sucedido ayer en Londres esté íntimamente relacionado con el papel que está jugando Blair como primer aliado de la cruzada mundial de Bush.

Algo semejante se debe objetar a quienes afirman que la masacre de anteayer no puede vincularse «de ninguna manera» con la designación de Londres como sede olímpica del 2012. De acuerdo en que una serie de atentados como ésa no se planifica y ejecuta en menos de 24 horas. Pero nadie en su sano juicio puede desdeñar la posibilidad de que la acción hubiera sido preparada hace tiempo y que sus autores estuvieran a la espera del momento en que su ejecución les pudiera proporcionar un mayor rendimiento propagandístico. De atenernos a las normas de lo que se conoce como «propaganda armada» -porque de eso se trata-, lo extraño sería más bien lo contrario.

Las simplificaciones son muy cómodas. Nada más confortable que describir lo sucedido anteayer en Londres como el fruto del desvarío sangriento de un puñado de fanáticos enloquecidos que no soportan lo muy sensato, lo muy demócrata, lo muy libre y lo muy confortable que es el mundo occidental, tan bien representado por el G8.

Más complicado es buscar un punto de equilibrio político y mental que permita a la gente de bien sentir repugnancia por métodos tan inicuos como los empleados por los terroristas de Londres (y de Madrid, y de Nueva York, y de Bali) y, a la vez, no dejarse engañar por las bellas melifluas palabras de gente como Blair, como Bush, como Sharon, como Giscard, como Putin... Es decir, de la gente que defiende a capa y espada un orden universal despiadado y corrupto.

Ya sé que no es lo mismo cortar fríamente el cuello a una niña en un vagón del metro o hacer que salten en pedazos cuatro docenas de viandantes anónimos que firmar una orden de bombardeo en un despacho lujoso, o ratificar una ley solemne que autoriza la tortura, o respaldar un préstamo usurero a gran escala que generará más y más pobreza en más y más pobres.

Ya sé -digo- que no es lo mismo. Pero me pregunto si no será lo mismo sólo porque cada monstruo está especializado en sus propios horrores.

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 9 de julio de 2005

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La anti Europa en Singapur

JAVIER ORTIZ

        
El despliegue ha sido enorme. Han ido en tropel, desde la Reina a Zapatero, desde el presidente del Real Madrid al del Atlético, pasando por Moratinos, Gasol, Esperanza Aguirre, Raúl, Indurain, Gallardón y no sé cuántos más. Nos va a salir por una pasta.

No les envidio nada, de todos modos. Estuve en Singapur y puedo asegurarles que esa ciudad-estado es un sitio inquietante, donde pueden condenar a muerte y ejecutar a un turista por llevar hachís en la maleta o azotar a cualquier quídam en la plaza pública por haber dejado caer una colilla en el asfalto. Está lleno de edificios modernísimos, impersonales y radicalmente aburridos. Me llevaron a cenar a un restaurante afincado en el último piso de un rascacielos. Había un comedor que giraba sin parar y tres chinos que cantaban boleros con acento boliviano. No me lancé al vacío de milagro.

Singapur es un paraíso para los evasores fiscales y un infierno para cualquier persona que sienta apego por las libertades civiles. Me pregunto por las oscuras razones que habrán llevado al Comité Internacional Olímpico a reunirse en un lugar tan fanático del neoliberalismo económico y tan decididamente hostil al liberalismo político.

Llevo días oyendo en todas partes lo muy a favor que estamos «todos los españoles» de la candidatura de Madrid. A mí, lo único que me interesaba del asunto era que obligara a las autoridades a mejorar las infraestructuras capitalinas, y eso ya está en marcha, en forma de socavón universal. Conseguido lo cual, la verdad: me da lo mismo que los señores de los anillos se vayan con su música a donde les pete.

Aunque bien es cierto que uno no debe desear para otros lo que no desea para sí.

Con lo cual pongo el dedo -al derecho o al revés- en la peor de nuestras llagas. Porque ha sido realmente terrible el despliegue de nacionalismos europeos encontrados que ha suscitado esta designación. Blair, echando porquería contra París para favorecer a Londres. Chirac tal cual, enarbolando todos los tópicos posibles contra los británicos para arrimar la sardina al ascua de París. Zapatero asegurando que «hemos hecho bien los deberes» (¿cuándo dejará esta gente de tratarnos como a colegiales?) para acabar haciendo su particular patriotería.

¿Cómo se va a tomar nadie en serio el proyecto unitario europeo si, en cada ocasión que se les presenta, los estados del Viejo Continente se despedazan entre ellos con el mayor de los entusiasmos?

¿Alguien ha oído a algún dirigente francés, británico o español decir que da lo mismo que los Juegos Olímpicos de 2012 se celebren finalmente en París, en Londres o en Madrid, con tal de que se desarrollen en una de las capitales de nuestra patria común europea?

No, ¿verdad? Pues entonces, ¿de qué camelo de Constitución Europea y de qué camelo de Unión Europea nos están hablando?

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 6 de julio de 2005

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La ruptura vegetativa

JAVIER ORTIZ

        
Ahora que algunos tanto peroran, a propósito del hipotético «final dialogado» a la violencia de ETA, sobre lo horrible que les parecería que algunos crímenes políticos quedaran sin completo castigo, no resulta ocioso recordar, una vez más, que el paso del régimen franquista a la democracia parlamentaria -la llamada Transición- se realizó en España sobre la renuncia de los principales partidos a reclamar que fueran debidamente enjuiciados los crímenes cometidos por quienes habían impuesto al pueblo español una sangrienta y humillante dictadura que duró la friolera de cuatro décadas. Con la circunstancia añadida de que no sólo les eximieron de toda responsabilidad penal, sino que incluso les otorgaron bula para ostentar cargos de la más alta responsabilidad política, militar y policial en el nuevo régimen.

Algunos, partidarios de lo que se llamó «la ruptura democrática», defendimos que se llevaran a juicio público los desafueros cometidos por los jerarcas del franquismo, no tanto por viscerales deseos de venganza -eso, allá cada cual- cuanto por interés en que el régimen parlamentario no se

cimentara sobre bases de tan escaso contenido ético.

No tuvimos ningún éxito en nuestra demanda, y ahí han estado durante todos estos años Manuel Fraga y algunos más -bien es cierto que no todos tan persistentes- para recordárnoslo.

Sea como sea, el caso es que los años pasan y pesan, y también a Fraga le toca retirarse ya.

Vale.

Digo que vale, y entiéndaseme. Quiero decir que me parece normal que sus seguidores lo lamenten. Y que no me extraña que se nieguen a examinar su largo y oneroso pasado como yo lo hago. (Los hechos son los hechos, pero es bien conocida la vieja sentencia: «Si los hechos me contradicen, peor para los hechos»). Tampoco me extraña que quieran homenajearlo sin parar. Sacan partido de la ley, que les autoriza a ello.

Lo que no me vale ni de lejos es que Emilio Pérez Touriño, que se proclama socialista y está llamado a sustituir a Fraga en la Presidencia de la Xunta gallega, se apunte al homenaje y quiera obsequiarnos, casi tres décadas después, con otra afrenta a la memoria histórica y a la justicia. Supongo que no pretenderá ahora, como hicieron sus congéneres en 1976, que hay que obrar así para evitar que los militares ultras den un golpe de Estado.

Es lo que se está publicando: que el futuro presidente socialista de la Xunta quiere ofrecer a Fraga un cargo institucional honorífico. ¿Para qué? ¿Qué clase de pedagogía democrática cree que ejercería con ello?

Espero que Pérez Touriño reflexione por sí mismo, o que sus futuros socios del BNG le animen enérgicamente a hacerlo. Porque una cosa es aceptar que la Historia ha sido la que ha sido y asumir que eso ya no tiene remedio, y otra, muy distinta, sentirse en el séptimo cielo y cantar loas a la desgracia.

 

Es copia de la columna publicada en El Mundo el 2 de julio de 2005

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