Columnas de Javier Ortiz aparecidas en

  

durante el mes de diciembre de 2003

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Un terremoto llamado Miseria

JAVIER ORTIZ

        
¿Desastre natural? Cabría decir con propiedad que las víctimas del terremoto de Irán han perecido por culpa de un desastre natural si la tierra se hubiese abierto súbitamente generando una gran sima y toda esa gente se hubiera precipitado en el vacío, arrastrada hacia el centro de la tierra. Pero, según muestran los noticiarios, casi todos los cadáveres están siendo extraídos de escombros situados en la superficie de la tierra. Y los escombros proceden de casas. Y las casas no constituyen ningún fenómeno de la Naturaleza.

Leo un muy interesante escrito en el que un técnico en la materia cuenta que, horas antes de que se produjera el terremoto iraní, Los Angeles sufrió otro que, pese a ser más intenso, causó tan sólo dos muertos. Según él, es harto probable que si en Tokio se produjera un temblor sísmico de la intensidad del de Irán, la mayoría de los habitantes de la capital japonesa encajarían el susto sin demasiados aspavientos y proseguirían sus tareas habituales. Porque las construcciones japonesas, al igual que las californianas, están pensadas para resistir -dentro de ciertos límites, por supuesto- los movimientos de la tierra, habituales en sus respectivos pagos.

En Irán también saben que pisan tierras mal asentadas, pero no tienen dinero para costearse edificios modernos de ese tipo, bien separados entre sí, y dejar para el turismo las viejas villas medievales, abigarradas, de calles estrechas y casonas construidas en su día pensando mucho en la defensa militar y poco o nada en los movimientos del suelo.

El mayor peligro de los terremotos, con gran diferencia, está en las casas. Pero, como no parece que vivir a la intemperie sea una buena alternativa, las soluciones pasan obligatoriamente por la buena planificación urbanística y el recurso a técnicas de edificación adecuadas. Que existen. Pero hay que pagarlas. Y son caras.

Lo que vale para los terremotos vale también para todos los demás fenómenos naturales que pueden provocar catástrofes: inundaciones, riadas, huracanes, tifones, erupciones volcánicas... Todos esos excesos de la Naturaleza han sido ampliamente estudiados, lo que ha permitido establecer técnicas para precaverse y defenderse de ellos. Técnicas que no son perfectas, desde luego, pero sí muy eficaces, que reducen al mínimo la pérdida de vidas. Sin embargo, su materialización requiere de fuertes inversiones. ¿Accesibles sólo para los países comparativamente ricos? No: también cabe ver sus benéficos efectos en las zonas donde viven los ricos de los países pobres.

En todo caso, hay algo que ni siquiera Bush, Blair y Aznar juntos podrían negar: que la miseria mata muchísimo más que el terrorismo. ¿Por qué invierten entonces tan pocos medios y tan escasos esfuerzos para combatirla? ¿Tal vez porque la miseria causa sólo muertos de tercera?

 

[Es copia del artículo publicado en El Mundo el 31 de diciembre de 2003]

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EN LA RED / PREGUNTA: SI SE LLEVARA A CABO EL PLAN IBARRETXE, ¿DEJARÍA ETA DE COMETER ATENTADOS?

ÉSTA FUE LA RESPUESTA ESCRITA DE JAVIER ORTIZ

Dejar a ETA sin terreno

JAVIER ORTIZ

 

El Gobierno vasco jamás ha pretendido que su proyecto de reforma del Estatuto de Autonomía, en el caso de que pudiera abrirse paso, fuera a lograr per se el fin de los atentados de ETA. Sabe de sobra que el término de la violencia de ETA depende pura y exclusivamente de ETA. Como sabe que ETA puede decidir su abandono de las armas antes, durante o después de cualquier iniciativa política concreta. O nunca. Y al margen de todas.

Lo que el Gobierno de Vitoria pretende es diferente. Apunta al establecimiento de un régimen de relación entre Euskadi y el Estado que resulte más confortable para la mayoría de la población vasca, la cual, según todos los estudios sociológicos, está a disgusto con las reglas de juego fijadas por el actual Estatuto, que, por paradójico que resulte, permiten al Gobierno central no cumplir siquiera lo prescrito en el propio texto estatutario.

Supone el lehendakari que, si se lograra establecer un engarce más fluido y relajado de Euskadi con el conjunto de España -porque de eso va su proyecto, impropiamente tildado de «independentista»-, ETA y sus valedores políticos irían quedándose sin caldo de cultivo. Sin frustraciones sociales de las que echar mano. Sin cabreos que retroalimentar. Pero ésa sería una consecuencia lateral. Todo lo importante que se quiera, pero lateral. El plan Ibarretxe no está pensado para aplacar a ETA, y menos todavía para atender sus demandas políticas. Lo que pretende, en lo fundamental, es dar satisfacción a las aspiraciones populares que otorgaron al autodeterminismo el respaldo ampliamente mayoritario que logró en las últimas elecciones autonómicas.

Conviene no engañarse -y no engañar- sobre los fines del plan Ibarretxe. Porque hay quienes están contando a la opinión pública española que están en liza dos planes para acabar con ETA: el del Gobierno de Aznar, basado en la eficacia represiva, y el del plan Ibarretxe, basado en la renuncia política. Cuando lo cierto es que la eficacia de Aznar se va a concretar en que prometió que acabaría con ETA en seis años, y se va dejando el embolado a su sucesor, y que el llamado plan Ibarretxe no está concebido para acabar con ETA, con lo cual malamente podría competir con nadie en ese terreno. Para luchar contra ETA, el Gobierno vasco cuenta con la Ertzaintza, que dista de estarse mano sobre mano, como bien saben las autoridades centrales... y la propia ETA.

Si se normalizara y se descrispara la vida política vasca, ETA perdería buena parte de los apoyos que le quedan. Sin duda. Lo que no cabe es determinar en qué medida el plan Ibarretxe, en concreto, podría tener efectos sobre el terrorismo de ETA. Primero, porque no se sabe si las autoridades del Estado van a permitir que ese plan sea siquiera debatido en sede parlamentaria. Segundo, porque tampoco se sabe si, en caso de ser debatido, se mantendría en sus líneas actuales o tomaría otros derroteros, parcial o totalmente diferentes. Y tercero, porque tampoco hay que descartar que ETA, aún contando con gente, dinero y armas para seguir actuando, decida de aquí a no mucho retirarse del escenario, cediendo el protagonismo a las fuerzas políticas, sin esperar a que el plan Ibarretxe llegue o deje de llegar a ningún puerto.

Lo que le hace más mella a ETA es que la política pacífica revele que puede dar cauce a las aspiraciones más sentidas por la mayoría de la población vasca. Lo cual también puede formularse a la inversa: tanto más se impone el inmovilismo político, tanto más se anima ETA.

 

Javier Ortiz es periodista y autor de una biografía sobre Juan José Ibarretxe.

 

[Es copia del artículo publicado en El Mundo el 28 de diciembre de 2003]

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No es responsable

JAVIER ORTIZ

         
Casi unánime satisfacción con el mensaje navideño del Rey. Ha gustado al PP, ha hecho las delicias del PSOE, ha encantado a CiU y a su líder carismático, Artur Mas, y ha dejado en estado de virtual éxtasis ideológico al coordinador general de IU, Gaspar Llamazares, para quien el monarca estuvo «laico» e incluso «republicano». Sólo Iñaki Anasagasti ha roto el salmo del coro para decir que el mensaje no le gustó nada, y ha reprochado a Juan Carlos de Borbón haberse atenido al guión marcado por el Gobierno.

Quien más quien menos, casi todos los portavoces políticos han resaltado el «hondo contenido social» de las palabras regias. Como en mi familia acostumbramos a tener la tele apagada cuando el jefe del Estado emite su anual alocución, me he visto obligado a buscar la trascripción escrita del discurso para acceder a esos pasajes tan celebrados. Y lo que me he encontrado es una colección de buenos deseos abstractos, del tipo: «Pongamos remedio al drama de la inmigración ilegal». Estupendo. También habló, según veo, de la necesidad de reforzar la protección social y la educación, y expresó su deseo de que la gente tenga casa, y se declaró en contra de que maltraten a los niños y a las mujeres.Muy píos deseos, qué duda cabe. Pero no apuntó en ningún momento a las causas de los problemas, y menos todavía a sus culpables. ¿Fue ése el «hondo contenido» que celebran? ¿Y qué tendría que haber dicho para que lo consideraran superficial?

Por lo demás, no sé qué les maravilla tanto. ¿Dudaban de que opinara eso?

Las palabras del Rey siguieron fielmente las líneas maestras de la política gubernamental. Sostuvo -oblicuamente, por supuesto- la participación española en la guerra de Irak, el papelón de Aznar en la Unión Europea, la cruzada internacional de Bush, la deificación pepera del texto constitucional en su versión original (con subtítulos de Jiménez de Parga)... No se apartó ni por un momento de la pauta. Juro que he buscado con denodado interés los pasajes laicos del texto, y con lupa de filatélico las aportaciones republicanas que tanto le gustaron a Llamazares. Admito mi fracaso. Sólo veo una versión light del programa del Ejecutivo.

«¿Y qué esperabas que hiciera?», me reprochará más de uno.

¿Yo? Nada. Sé que los discursos que pronuncia el Rey no son cosa suya. Que se los escriben. Y que se pactan. El borrador sale casi siempre de La Moncloa y los retoca -o ni eso- el personal de la Casa Real. Se da por hecho que al Rey le cumple refrendar -discretamente, pero sin ambigüedades- la orientación del Gobierno de turno. En consecuencia, es absurdo criticarle por no ejercer de oposición. Pero, por las mismas, tampoco tiene ningún sentido aplaudir sus palabras.

Como precisa el artículo 56 de la Constitución, es irresponsable. Yo creo que con eso está todo dicho.

 

[Es copia del artículo publicado en El Mundo el 27 de diciembre de 2003]

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El voto del miedo

JAVIER ORTIZ

         
Es significativa la frecuencia con la que los premiados en la lotería de Navidad reconocen que van a dedicar el dinero «a pagar cosas que se deben» y «a tapar agujeros», como declararon anteayer, con esas mismas palabras, varios de los entrevistados copa de cava en mano (todos ellos premiados con cantidades menores, porque los más agraciados nunca aparecen en público: se vuelven discretísimos en cosa de minutos).

No hacían falta esas declaraciones, de todos modos, para constatar que el común de los españoles está entrampado. Casi siempre es la consabida hipoteca del piso la que pende sobre su cabeza de mes en mes. Pero con frecuencia no se conforma con el préstamo hipotecario y añade a eso el plazo del coche, o el del mobiliario, o el de los electrodomésticos... O varios a la vez. Y el de la tarjeta de crédito, por supuesto.

La mayoría llama suyo lo que sabe bien que es sólo relativamente suyo, porque su propiedad real sigue siendo cosa del Banco Tal o de la Caja de Ahorros Cual que, como deje de recibir los plazos acordados -así sean los últimos-, puede reclamar la posesión de los bienes adquiridos con el dinero que prestó o, si hace al caso, llevar al deudor ante la justicia.

Hay una diferencia clave entre quien no tiene para vivir y quien tiene para vivir comparativamente bien, pero a crédito. Quien no gana para cubrir sus gastos más elementales pese a romperse el espinazo trabajando no es imposible que acabe soñando con un cambio sustancial de las condiciones sociales y que haga lo que esté en su mano para provocarlo. En cambio, quien consigue sacar adelante a los suyos entrampándose hasta las cejas vive con el pánico de que alguien o algo mueva las frágiles piezas de su precario apaño. Se vuelve conservador, particularmente a la hora del voto, aunque con frecuencia reconozca que el régimen político, económico y social que él contribuye a mantener se basa en la usura y la injusticia.

En España hay mucho conservador funcional: gente que es crítica a la hora de la charla de amigos o del sondeo de opinión, pero rematadamente reaccionaria a la hora de las urnas.

En tiempos, allá por la vecindad de la Transición, se hablaba del «voto del miedo» con referencia al Ejército: había que tener cuidado con lo que se votaba, no fueran a enfadarse los militares y dieran un (otro) golpe de Estado sangriento. Si Felipe González ganó las elecciones de 1982 fue también -estoy persuadido- porque mucha gente pensó que el PSOE podía aportar más estabilidad política y social que la UCD, por entonces en proceso de avanzada descomposición. Por paradójico que parezca, el voto socialista fue también, en parte, un voto conservador.

Y en ésas seguimos. El voto del miedo continúa funcionando. Sólo que ya no es el temor a los militares. Ahora es el voto del miedo... al Banco.

 

[Es copia del artículo publicado en El Mundo el 24 de diciembre de 2003]

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Esa gente

JAVIER ORTIZ

         
Rodrigo Rato se equivocó al evaluar en la tribuna del Congreso de los Diputados qué parte de su salario debe invertir un joven para hacerse con una vivienda.

Cualquiera puede equivocarse, sin duda. Si tus asesores te pasan unos datos con las cifras bailadas, tú vas y te fías, los das por buenos y los difundes. Y metes el cuezo.

Es algo que a mí, personalmente, sería difícil que me ocurriera, porque no tengo asesores -digamos, por abreviar, que soy yo y mi circunstancia, todo en la misma lamentable pieza-, pero que a gente tan principal le puede suceder. Pero no en cualquier cosa. Porque algunas materias son evaluables a simple vista.Sin necesidad de ser experto.

Si yo, por un mal casual, llegara a ministro y mis asesores me pasaran un informe en el que se afirmara que los jóvenes españoles pueden conseguir un piso con la gorra, pues no me lo creería, porque conozco a un puñado de jóvenes y sé lo mal que lo tienen para hacerse con una vivienda. Así que contestaría a mis asesores que hicieran el favor de repasar las cifras, y que no trataran de colarme una patraña.

Lo que explica la diferencia, supongo, es que yo todavía trato con jóvenes normales y sé cómo les va la vida. A diferencia de Rodrigo Rato, que me da que hace muchísimo que no habla con jóvenes normales. De ésos que no tienen un duro, quiero decir. De ésos a los que contratan el lunes y los despiden el viernes para contratarlos de nuevo al lunes siguiente y así no tener que pagarles el fin de semana. O de ésos que van a alquilar el piso exhibiendo como aval su contrato de trabajo fijo y el propietario les replica que lo que ahora se llama contrato fijo no es garantía de nada -y además tiene razón- y les exige un aval bancario por el equivalente a un año de alquiler. O que ni eso.

Cito a Rodrigo Rato, pero podría señalar a cualquier otro. Un problema grave que tiene la vida política española (¿un problema? ¿el problema?) es que está protagonizada a todos los niveles por gente que no tiene ni pajolera idea de cómo es, de cómo vive y de cómo se las arregla -cuando se las arregla- la gente normal.

Anteayer leí que Rodolfo Martín Villa va a ser nombrado no-sé-que -algo muy importante y con un sueldazo- en chez Polanco. Ese menda, desde que llegó a jefecillo del sindicato de estudiantes franquistas allá por el año de la Tarara, no ha dejado de viajar en coche prestado y con chófer. Para él y para la gente como él, los ciudadanos son -somos- sólo un dato estadístico, una abstracción. Un tema. Son tipos que no saben en qué consiste eso de ganarse los garbanzos. Y que, en consecuencia, hablan de ello a ojo. La única vez que vi a Martín Villa emocionarse fue en cierta ocasión en que hablaba de su tema favorito: él mismo.

Esa gente es así. Y no se lo reprocho. Reservo los reproches para quienes les ayudan -a veces con sus votos- a que sigan en lo mismo, erre que erre, de por vida.

 

[Es copia del artículo publicado en El Mundo el 20 de diciembre de 2003]

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No está en condiciones

JAVIER ORTIZ

         
Preguntan a Angel Acebes por la reforma legal que pretende el Gobierno, de acuerdo con la cual un agente de Policía, guardia civil o municipal, podrá retirar el carné a los automovilistas que él considere que no reúnen condiciones o que carecen de los conocimientos necesarios para conducir. Y el ministro contesta, literalmente: «En el último año no son pocos los que se han visto involucrados en accidentes de circulación en el que (sic) personas escayoladas en una pierna... precisamente en la pierna que acciona el acelerador y el freno... lo hacían con una escayola, creyendo que no iba a pasar nada... y eso ha producido un (sic) accidente, en algún caso accidentes (sic) con consecuencias graves. Si eso lo aprecia un guardia civil, ¿qué es lo que tiene que hacer? ¿Dejar que cambie de coche y coja otro si es el que ha intervenido en el accidente (sic), como realmente ha ocurrido, después de intervenirle el coche que ha ocurrido (sic!) el accidente, o porque en el accidente el coche estaba... había tenido daños como que no le permitían ocurrir (resic!)... ha montado en otro y ha seguido conduciendo? ¿Esto es lo que tenemos que hacer?».

De lo que deduzco la conveniencia de adoptar dos medidas.

Primera: habría que retirar ipso facto al ministro los títulos oficiales que tenga y obligarle a estudiar y a examinarse de nuevo, hasta que pruebe que ha adquirido los conocimientos de lógica y de gramática necesarios para conducir asuntos públicos.

Segundo: en los exámenes de referencia debería ponerse especialmente a prueba su capacidad para responder a las preguntas con explicaciones que no tomen a la audiencia por idiota. Porque el ejemplo que puso para justificar la innovación legislativa no justifica ninguna innovación legislativa: el comportamiento al que alude -en la medida en la que ese galimatías verbal permite entrever alguno- ya está castigado en los artículos 381 y siguientes del vigente Código Penal, que se refieren a «el que condujere un vehículo a motor o ciclomotor con temeridad manifiesta y pusiera en concreto peligro la vida o la integridad de las personas».

El agente de la autoridad que constate un comportamiento así lo que debe hacer es llevar al conductor temerario ante un juez, que ya se encargará de retirarle lo que proceda. Pero con las debidas garantías legales.

Quizá sea por los malos hábitos que ha adquirido ejercitándose en el relato de la captura de células durmientes de Al Qaeda que atesoraban poderosos explosivos detergentes y vídeos de edificios emblemáticos, asuntos que luego, Garzón mediante, se han ido quedando en nada uno tras otro, pero el caso es que este hombre cada vez se pasa más, y con más desenvoltura.

Ahora, que si la mayoría le aplaude, ¿a cuento de qué tendría que corregirse?

 

[Es copia del artículo publicado en El Mundo el 17 de diciembre de 2003]

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El dominó español

JAVIER ORTIZ

         
El portavoz del Gobierno, Eduardo Zaplana, ha pedido a los medios de comunicación que adopten «una posición beligerante» ante el tripartito que se dispone a asumir el mando de la Generalitat.

Me consta que la práctica totalidad de los lectores de EL MUNDO tiene un conocimiento exhaustivo de la lengua castellana pero, en atención a los extranjeros que se ejercitan en el uso de nuestro idioma mediante la lectura de este diario, aclararé que el adjetivo «beligerante» equivale a «contendiente» y se aplica, según precisa muy bien doña María Moliner, «a quien está en guerra con otro».

¿Y por qué convoca Zaplana a los medios de comunicación a lanzarse al combate contra el nonato Gobierno de Cataluña?

Según él, porque la alianza que le sirve de base «produce inquietud».

Veamos. Sabemos que el ministro portavoz no es libertario (nunca le hemos notado la menor veleidad al respecto); deducimos que, en consecuencia, desea que Cataluña tenga un Gobierno (alguno), y damos también por hecho que conoce el resultado de las elecciones autonómicas. Sobre tales bases, ¿por qué no aclara qué coalición de las posibles no le habría resultado inquietante? Descartada la presencia en el Govern del PP catalán, inhábil a tantos efectos, ¿qué habría deseado? ¿Que se asociaran CiU y el PSC? Se niegan. ¿Entonces?

Daré la respuesta que el ministro calla: los aznaristas habrían preferido que se aliaran CiU y ERC. Obviamente no porque les caigan bien los gobiernos nacionalistas, sino porque un pacto CiU-ERC le habría resultado fácilmente demonizable y reductible al esquema general de su política: ellos como la única fuerza capaz de oponerse a la anti-España, y el PSOE, de cero a la izquierda. Ideal para convertir las próximas elecciones generales en una liza maniquea y asegurarse otros cuatro años de cómodo dominio en el Parlamento central.

Para quienes deseamos que se revitalice y oxigene la política española, esclerotizada y simplificada hasta la caricatura, la formación del Gobierno tripartito catalán se presenta como el posible desencadenante de un efecto dominó.

Antes no he citado completa la frase beligerante de Zaplana. El ministro afirmó que, además de «inquietud», la alianza PSC-ERC-IC produce «inestabilidad en el futuro». Ésa es, sin duda, su verdadera preocupación: que la nueva realidad política catalana mueva las piezas del tablero, que anime al PSOE a seguir un rumbo menos sumiso al PP en los llamados «asuntos de Estado», que le incite a acercarse a IU y a los nacionalistas de progreso, como los llaman ahora, y que demuestre que es posible gobernar de manera mucho más social y solidaria en muy variados terrenos, incluyendo la protección del medio ambiente, la vivienda y la inmigración.

El PP quisiera inmovilizar la realidad. Pero ya lo ve: Eppur si muove!

 

[Es copia del artículo publicado en El Mundo el 13 de diciembre de 2003]

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Contradicción sobre ruedas

JAVIER ORTIZ

          
Se ha hablado mucho de la cifra de víctimas mortales producidas por los accidentes de tráfico durante el pasado puente. «Terrible», dicen. Y lo es, pero no tanto en comparación con otros años. En realidad, una vez descontado el efecto de algunas variables -las meteorológicas, en especial-, puede considerarse que la carretera viene a representar un factor de muerte casi fijo, predecible. Lo es, en todo caso, cuando se evalúa en plazos de cierta amplitud, no sujetos a circunstancias coyunturales.

Eso es precisamente lo que más debería preocupar. No que en un fin de semana concreto se produzcan más muertes de lo normal, sino la regularidad final de la cifra.

Es llamativo el poco interés real que pone nuestra sociedad en el análisis de un problema que es a todas luces gravísimo. El tráfico mata mucho más que la mayor parte de las lacras que la ciudadanía pone en primer plano. Sin embargo, cuando las autoridades se refieren a esa sangría constante, lo hacen de manera casi rutinaria, centrándose siempre en la responsabilidad individual de los conductores.

Por supuesto que esa responsabilidad existe. Quien conduce de manera imprudente se pone en peligro él y pone en peligro tanto a quienes lo acompañan como a los demás usuarios de la carretera.Pero cuando de lo que se trata es de la suma de una cantidad enorme de imprudencias individuales, el asunto deja de ser abordable apelando a la conciencia de cada uno. Pasa a ser un problema social.

¿Cómo abordarlo a escala colectiva? Las autoridades de algunos países han optado por incrementar espectacularmente la cuantía de las multas. Se trata de conseguir por la vía del miedo lo que la prudencia y el buen sentido no producen. Pero la fragilidad y la hipocresía del planteamiento quedan de manifiesto cuando se sabe que hace poco la policía de tráfico francesa multó en un solo día por exceso de velocidad... a dos ministros del Gobierno que ha puesto en marcha una política de sanciones de ese tipo.

Mejorar las carreteras, aumentar la vigilancia, castigar con severidad las infracciones... Todo eso puede hacerse, aunque se haga poco y mal, porque cuesta mucho dinero y no aporta gran popularidad. Pero el problema de fondo, lo que dificulta -lo que impide, en realidad- un afrontamiento radical del problema, es lo que el automóvil supone en unas culturas tan fuertemente individualistas, competitivas y apresuradas como las nuestras. El coche es un símbolo de poder. Y de distinción. Y es un medio para ir por cuenta propia, sin tener que someterse a una disciplina colectiva.

¿Se puede exaltar a todas horas el más feroz individualismo y reclamar luego que los así aleccionados tengan un comportamiento consciente y considerado hacia los demás?

Por poderse, se puede. Es lo que se está haciendo.

Pero con los resultados que están a la vista. O bajo tierra.

 

[Es copia del artículo publicado en El Mundo el 10 de diciembre de 2003]

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Aquellos tiempos

JAVIER ORTIZ

          
Recordarán ustedes -supongo- el hilo que siguió hace algunas semanas José María Cuevas hablando del llamado «problema vasco». Venía a ser algo así como: «Cerramos Egin y no pasó nada. Metimos en la cárcel a la dirección de HB y no pasó nada. Ilegalizamos el propio partido y tampoco pasó nada. Clausuramos Egunkaria, y nada. ¿Por qué no suspender la autonomía de Euskadi? Seguro que tampoco pasaría nada».

Hay gente que fía en esa lógica. O en otras parecidas. ¿Que Ibarretxe no cede? ¡A la cárcel con él, y a correr! Y así.

Es gente que, si no ve a las famosas turbas echándose a la calle, en plan marea humana y con teas en la mano, deduce que todo está en orden. Son como aquel del chiste, que se cae de un duodécimo piso y que cuando pasa a la altura del 3º uno le pregunta: «¿Qué tal?». Y él responde sonriente: «¡Por ahora muy bien!».

Habitante a tiempo parcial de Madrid y paciente constatador de los estados de ánimo que son mayoritarios por debajo del Ebro, he tenido también en los últimos tiempos la oportunidad de catar con cierto detenimiento los talantes que predominan tanto en Euskadi como en Cataluña. Y puedo asegurarles que sí pasa algo. Mucho.

Lo primero que me parece obligado admitir es que, con independencia de lo que cada cual piense y de cómo valore lo que está ocurriendo, el hecho indiscutible es que se está abriendo una honda zanja política, ideológica, cultural y hasta sentimental entre las poblaciones de las denominadas nacionalidades históricas y las que residen en la no menos histórica España eterna. Lo de Euskadi no es excepcional. Cataluña está, a su modo, en las mismas. El ascenso espectacular de Esquerra Republicana de Catalunya no da exacta cuenta de la realidad: buena parte de los electores de los demás partidos -PP aparte, como siempre- comparten ese sentimiento.

Hablo en términos generales. Por supuesto que «del Ebro para abajo» hay gente que entiende a «los periféricos». Y al revés. A puñados. Pero el hecho es ése.Y tiene mala vuelta de hoja.

A fuerza de entusiastas movilizaciones de toda suerte para cortar el paso a los separatismos, la separación se está abriendo paso en el terreno más peligroso y más irreversible de todos: en el de los sentimientos.

Hoy se conmemora la aprobación de la Constitución de 1978. Recuerdo yo que por aquellos tiempos -y algún año antes- creció por estos pagos, desde Irún a Maspalomas, la conciencia colectiva de que lo que hasta entonces habíamos llamado «España» merecía una redefinición solidaria basada en el principio de que constituimos un conjunto de pueblos iguales, a todos los efectos.

Hubo quien dijo por entonces que estábamos disgregando España. Qué error: nunca estuvo tan unida.

 

Es copia del artículo publicado en El Mundo el 6 de diciembre de 2003

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Semáforos republicanos

JAVIER ORTIZ

         
-Parece que Barcelona está llena de semáforos con los colores de la bandera republicana -me dijeron el sábado.

Pasé allí el pasado fin de semana.

-¿Sí? -respondí, incrédulo.

Estaba con un grupo procedente de Madrid. Gente relacionada con el mundo de la Enseñanza. Personas abiertas, librepensadoras. No comentaban lo de los semáforos en mal plan. Sólo como curiosidad.

-¡Caramba con Esquerra Republicana de Catalunya! ¡Qué rápido hace notar su avance!

Horas después se lo comenté a un amigo que es catedrático de la Universidad de Barcelona. Le entró la risa.

Los semáforos republicanos de los que mis compañeros de expedición habían visto «llena» Barcelona -me explicó- son tres, en total. Mis amigos habían acudido a un Congreso cuya sede se encontraba precisamente en el lugar donde están los tres semáforos en cuestión.Que no tienen nada que ver ni con ERC ni con las recientes elecciones, por lo demás. Fueron puestos allí hace más de una década por el Ayuntamiento de Barcelona para acompañar la inauguración del vecino Pabellón de la República, edificio universitario que es copia del que la República Española exhibió en la Exposición Universal de París de 1937.

La anécdota me dejó pensativo. Sin ninguna mala voluntad, gente bienintencionada -doy fe de su ausencia de malicia- había tomado un dato real, del que sólo conocía la apariencia, como exponente de un fenómeno general tan insólito... como inexistente.

¡Qué cuidado hay que poner a la hora de elevar lo particular a la categoría de general! Es tan fácil patinar.

Hablé luego con otros que conocían la historia de los semáforos. Me dijeron que su existencia es un ejemplo de normalidad democrática y de respeto al pasado.

Una explicación bonita. Pero falsa.

Por estos pagos la normalidad rara vez es normal. La réplica barcelonesa del Pabellón de la República fue inaugurada por los Reyes. Para no molestarles, la placa que conmemora el hecho lo describe como «Pabellón del Gobierno de España», eludiendo la referencia a la República y pasando por alto el hecho de que el edificio no representó al Gobierno de España, sino al Estado español. Al de 1937. Es decir, a la República.

Al Ayuntamiento de Maragall el recuerdo histórico se le quedó entre Pinto y Valdemoro.

Es como el homenaje del lunes en Madrid a las víctimas del franquismo.

Me produjo la misma desazón moral e intelectual. Si quienes combatimos el franquismo tuvimos razón, ¿para cuándo los ajustes de todo tipo que corresponden, incluyendo los que afectan a la enseñanza de Historia que reciben los escolares? ¿Para cuándo la prohibición expresa de homenajear a quienes fueron nuestros verdugos? ¿Para cuándo la expulsión de la vida pública de aquellos que participaron personalmente en nuestra represión y siguen en cargos oficiales excelentemente remunerados con nuestros impuestos?

Estoy de acuerdo: ellos no huelen a naftalina. ¿Quieren que les diga a qué huelen?

 

Es copia del artículo publicado en El Mundo el 3 de diciembre de 2003

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Columnas publicadas con anterioridad

[y no incluidas en los archivos del Diario de un resentido social]

 

. Segunda quincena de julio de 2003

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