Columnas de Javier Ortiz aparecidas en

            

durante el mes de mayo de 2004

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Mayor hace campaña

JAVIER ORTIZ

         
Esperanza Aguirre se declaró feliz anteayer porque el último pulsómetro de la Cadena Ser ha indicado que Mayor Oreja es el cabeza de lista a las elecciones europeas mejor valorado por los presuntos votantes. «¡Hasta ellos lo reconocen!», clamó en un mitin, sin darse cuenta -supongo- de lo raro que quedaba ese «ellos» aplicado a las personas consultadas en un sondeo de opinión.

Digo yo que doña Esperanza no habrá olvidado que otros «ellos» de idéntica procedencia se mostraron persuadidos hace algo más de dos meses de que Mariano Rajoy ganaría las elecciones generales.Y que, tres años atrás, otros «ellos» muy similares daban por hecho que Mayor Oreja vencería en las elecciones autonómicas vascas. Seguro que recuerda lo mucho que todos esos «ellos» acertaron.

A lo largo de su ya dilatada carrera política, Jaime Mayor ha evidenciado que tiene un serio problema con las urnas. Los sondeos se le dan bien pero, cuando llega la hora de la votación, se atasca. No es que fracase en la movilización de sus partidarios; es que, según todas las trazas, resulta todavía más eficaz movilizando a los electores contrarios.

Las listas al Parlamento Europeo están siempre bajo sospecha.La ciudadanía se barrunta que los partidos envían allí a tres tipos de dirigentes: a los fracasados, a los que incordian y, muy en especial, a los fracasados que incordian. No creo que haya muchos electores que duden de que, si el PP ha optado por mandar a Mayor Oreja a Estrasburgo, es para ofrecerle una salida más o menos honorable, pero sobre todo lejana.

No son circunstancias que ayuden a suscitar un entusiasmo loco en los votantes.

El ex aspirante a presidente de la Comunidad Autónoma Vasca ha trazado las grandes líneas de su campaña electoral para el 13-J acusando al PSOE de pretender una Europa «socialdemócrata, laica y enfrentada a los EEUU». Se ve que ignora que la mayoría sociológica de este país responde punto por punto a ese preciso patrón: simpatiza con las medidas políticas que suelen identificarse con el Estado de Bienestar y la socialdemocracia, es partidaria de la plena separación de la Iglesia (de las Iglesias) y el Estado y, después de lo sucedido en los últimos meses, ha renovado su tradicional animadversión hacia los gobernantes de Washington. Tratar de asustar al electorado diciéndole que como vote al PSOE va a contribuir a una Europa social, laica y con fuerte personalidad en el escenario internacional es, lisa y llanamente, hacer campaña a favor del adversario.

He oído en las últimas horas un par de intervenciones públicas del cabeza de lista del PSOE, Josep Borrell. Bastante flojas.No creo que el ex ministro de González vaya a dar la victoria a su partido. Para mí que, tal como están las cosas, el activo electoral más importante que tienen los socialistas de cara a las próximas elecciones es Mayor Oreja.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 29 de mayo de 2004]

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Elogio del disenso

JAVIER ORTIZ

         
He pasado la mitad de mi vida discutiendo las tópicas virtudes esenciales de la Transición española: que si «el papel providencial» de la Corona, que si «la ejemplar contención» de las Fuerzas Armadas, que si «el realismo y la mesura» de la oposición democrática... Renuncio a seguir debatiendo sobre ello: quede la tarea para los historiadores. Espero a cambio que se me admita por lo menos la posibilidad de que determinadas convenciones políticas que tal vez pudieron ser necesarias hace años -yo sigo pensando que no, pero da igual- merezcan hoy en día una menor veneración.

El consenso, por ejemplo.

Venimos arrastrando desde 1976 el lugar común de que el consenso es lo mejor. Que no hay nada como que los partidos se pongan de acuerdo. En todo, a poder ser.

Es un criterio peligrosamente antidemocrático.

En toda sociedad libre y plural conviven diferentes realidades sociales, de las que se derivan intereses contrapuestos e ideologías divergentes, que expresan el modo en el que cada tendencia considera que debería organizarse el conjunto. Nadie tiene por qué renunciar a sus ideas para hacerlas más parecidas a las del resto. Al contrario, cada cual debe defender su propia concepción de la vida colectiva y contraponerla -de manera pacífica, por supuesto- a las otras.

Luego va y se vota. Y el que gana, tira para adelante con su proyecto, respetando al máximo las posiciones minoritarias, pero sin amoldarse a ellas.

Aquí no funcionamos así. Aquí se parte de que lo bueno es que los dos grandes partidos se pongan de acuerdo, para que no haya una verdadera alternativa entre opciones contrapuestas, sino una receta única de aplicación obligatoria. Y al que defienda otra cosa, que le den viento fresco.

Tómese el caso de la actual polémica sobre la reforma de los estatutos de autonomía. Por las razones que sea -y con todas las vacilaciones que sea-, Zapatero se ha inclinado por un modelo de reformas a la carta, que aporte soluciones concretas a los problemas específicos de cada comunidad autónoma. No tiene nada de inconstitucional. Al contrario: la Constitución consagra la existencia de diferentes colectividades territoriales («nacionalidades y regiones») y prevé que unas y otras puedan disfrutar de diversos grados de autonomía. Al PP eso le parece mal y prefiere que el poder central fije de antemano los límites («el techo competencial») y que sólo luego se desarrolle el debate en cada comunidad autónoma. Pues vale: es su planteamiento.

Pero no: ya está el patio resonante de voces que exigen a ambos que alcancen un consenso. El maldito consenso. ¿Cómo puede haber consenso, si se trata de dos modelos contradictorios?

Fácilmente: renunciando el PSOE al suyo.

Que es en lo que acaban siempre los consensos en España: haciendo todos lo que impone la derecha.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 26 de mayo de 2004]

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Lo obvio de la boda

JAVIER ORTIZ

         
Admito mi falta de entusiasmo ante la ceremonia de hoy, no ya como suceso histórico -que desde luego- sino incluso como asunto del que opinar. Tenía la sospecha de que cuanto pudiera decir sobre ella resultaría demasiado obvio.

Y es que imagino que casi todo quisque se habrá planteado el disparate que supone que las autoridades hayan decidido poner el dinero de los contribuyentes a disposición de un ejercicio de boato tan aparatoso y tan frívolo.

El gasto presupuestado para esta boda es como para quitar el hipo. ¿Qué pasa, que el erario rebosa y podemos permitirnos subordinar alegremente las necesidades reales a las ceremonias reales?

Alegan algunos -a media voz y sin demasiado entusiasmo- que la repercusión internacional del suceso puede que compense la inversión. Pero, ¿qué clase de publicidad va a ser ésa? Todos cuantos vean la ceremonia, en Texas o en la Cochinchina, serán convenientemente informados de que Madrid no es así. Que ése es un Madrid de atrezo, como la calle central de Bienvenido Mr. Marshall.

Recuerdo dos precedentes muy sonados. En mi infancia, la retransmisión de la boda de Balduino de Bélgica y Fabiola de Mora y Aragón.Y luego, la de Carlos de Inglaterra y lady Diana Spencer. Que yo haya oído, ninguna de esas dos ceremonias expandió por los siete mares el deseo irresistible de ir de vacaciones a Bruselas o a Londres.

La crítica al dispendio principesco realizado para celebrar este matrimonio resulta tan de cajón que lo llamativo es lo poco presente que está en los medios de comunicación españoles. Parecen haberse hundido en un mar de merengue. Apenas queda cronista que no se sume al coro y cante qué buenos son los padres escolapios, qué buenos son que nos llevan de excursión.

Pero mentiría si dijera que me extraña. Sé de sobra -todos sabemos- que esto no es más que la enésima manifestación de una pantomima que arrastramos desde la Transición y que obliga a mantener a la Monarquía española (¡sólo a la española!) fuera del campo de la crítica pública. En las barras de los bares se cuenta lo que sea -y no necesariamente cierto-, pero de cara al público lo obligado es decir que todos son guapísimos, elegantísimos, amantísimos del pueblo y muy pero que muy ejemplares.

Los habrá que vivan tan dentro de esa ficción que no se enteren de lo que sucede fuera de ella, pero otros sabemos muy bien que hay una parte sustancial de la población española que está francamente cabreada con lo que va a suceder hoy en Madrid. En todos los sentidos. Incluyendo el hecho de que un acto de Estado se someta a los ritos de una confesión religiosa.

Mucha gente se pregunta: «¿Y qué méritos han acumulado estos contrayentes para que debamos agasajarlos de semejante modo y a semejante precio?».

Es una pregunta retórica, obviamente. Todo el mundo conoce la respuesta.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 22 de mayo de 2004]

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Cosas que no entiendo

JAVIER ORTIZ

         
Entiendo muy bien que el PSOE no esté de acuerdo con las ideas que defiende José María Aznar en relación a la guerra de Irak. Vaya que sí lo entiendo.

Entiendo igualmente que al PSOE le disguste que el ex presidente se vaya a EEUU a hacer propaganda de esas ideas y que se entreviste con Bush y con Rumsfeld para mostrarles su entusiástica solidaridad (aunque en realidad esto lo entiendo ya algo menos, porque el viaje en cuestión beneficia más al PSOE que al PP. Pero da igual.)

En todo caso, lo que no entiendo ni poco ni mucho es que el PSOE acuse a Aznar de «deslealtad» por haber realizado ese viaje.

Sostienen los dirigentes socialistas que el anterior inquilino de La Moncloa se ha comportado con deslealtad hacia el Gobierno, hacia el Parlamento y ante la mayoría de la ciudadanía de España, que están en contra de la presencia de tropas locales en aquel país. Y lo ponen verde por eso.

Admito que ahí me cogen fuera de juego. ¿Qué ley, positiva o moral, proclama que los ex presidentes no pueden criticar con perfecta libertad la política de sus sucesores, aquí o en Lima? ¿Qué norma restringe su libertad de expresión? ¿A qué clase de lealtad apelan? ¿Será necesario recordar que, en las contiendas políticas que se desarrollan en los regímenes de libertades democráticas, los crímenes de lesa patria encuentran escaso acomodo?

Aznar tiene todo el derecho del mundo a expresar sus opiniones políticas con plena libertad, aquí, en Washington o en donde se le ponga. Igual que los demás tenemos todo el derecho del mundo a ponerlo de vuelta y media por defender esas opiniones.Y a decir que se cubre de gloria con ellas.

Voy ahora a otra historia que no entiendo, pero ésta del otro bando.

Jaime Mayor Oreja, principal candidato del PP a la derrota en las elecciones europeas (está en su salsa: él es especialista en perder elecciones), reprocha a José Borrell que hable de las torturas norteamericanas a prisioneros iraquíes, y le dice que, como insista en referirse a ellas, él hablará de los GAL.

No lo entiendo. Si Mayor tiene algo que aportar sobre la implicación del PSOE en la actividad de los GAL, ¿no debería sacarlo a relucir, con independencia de lo que Borrell diga o deje de decir? Amenazar con hablar de ello sólo si el candidato socialista no se comporta como él quiere, ¿no es un chantaje?

Imaginemos que Borrell respondiera que, si Mayor Oreja no condena el comportamiento de las tropas estadounidenses en Irak, él sacará a relucir los casos de tortura que diversos organismos internacionales denunciaron en España cuando su rival era ministro del Interior. O que amenazara con denunciar lo que hizo el ex ministro cuando era delegado del Gobierno en el País Vasco en tiempos de la UCD y el Batallón Vasco-Español mataba con total impunidad.

«¿Y qué hizo?», se preguntarán ustedes.

Esa es la cosa: nada.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 19 de mayo de 2004]

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Tales para cuales

JAVIER ORTIZ

         
Lo más preocupante del rápido viaje que realizó anteayer el secretario de Defensa de EEUU a Irak es que tuviera intenciones electoralistas, como se ha dicho. Porque si lo que hizo y dijo le añade prestigio, vamos buenos.

Para empezar, Donald Rumsfeld no movió ni un dedo para enterarse de lo sucedido realmente en la prisión de Abu Ghraib. No se entrevistó con ningún iraquí, ni siquiera de los que colaboran con las fuerzas de ocupación a su mando. No tuvo contacto con nadie que pudiera aportarle información imparcial sobre las denuncias de torturas a los prisioneros. No pidió perdón al pueblo de Irak, a quien de hecho no se dirigió en ningún momento, ni directa ni indirectamente. Sin contar con ni un solo dato más de los que ya tenía antes de emprender vuelo hacia Bagdad, acusó a los medios de comunicación de haber exagerado lo ocurrido e incluso de haberse «servido de mentiras», aunque se cuidó muy mucho de señalar cuáles.

En defensa de sus posiciones, Rumsfeld empleó argumentos que obligan a preguntarse si es él quien no da los mínimos o si se expresa así porque piensa que es la audiencia la que no se merece nada mejor. Por ejemplo, llegó a decir que no es verdad que las denuncias de torturas hayan debilitado gravemente el prestigio de su país en el mundo y aportó como prueba... que cada vez hay más extranjeros que quieren hacerse ciudadanos de los Estados Unidos.

Otra joya de no menos quilates: informó de que sus soldados tienen el expreso encargo del presidente Bush de tratar a los prisioneros «humanamente y de acuerdo con la Convención de Ginebra» salvo si se trata «de talibanes o de personas vinculadas a Al Qaeda». Como quiera que los encargados de hacer esa catalogación son ellos mismos, lo que Rumsfeld dijo en realidad es que tienen el encargo de tratar humanamente a los prisioneros que les venga en gana, y a los que no, no. (Por cierto: ¿alguien sabe de algún artículo de la Convención de Ginebra que autorice a los ejércitos a no «tratar humanamente» a los prisioneros -es decir, a tratarlos inhumanamente- en tales o cuales casos especiales?)

Human Rights Watch acaba de denunciar que agentes de los servicios secretos y del Ejército de los EEUU en Afganistán maltratan «de forma sistemática» a los detenidos y que los abusos que vienen registrándose allí son «similares» a los constatados en Irak. Según HRW, el Gobierno de Washington cuenta desde hace meses con informes detallados al respecto, pero no ha hecho nada.

«Ustedes han ayudado a liberar a 25 millones de seres humanos», clamó Rumsfeld en su arenga a la tropa estadounidense en Bagdad. Casi de forma simultánea, The Washington Post publicaba los datos de un sondeo realizado en Irak bajo los auspicios de la ONU según el cual el 82% de esos «seres humanos» quiere que sus liberadores se vayan con viento fresco cuanto antes. ¡Ingratos!

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 15 de mayo de 2004]

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Ojos que ven

JAVIER ORTIZ

         
La fotografía la ha publicado The New Yorker y es una de las que más conmoción han causado en EEUU. Se ve a una joven soldado norteamericana con gesto burlón, el cigarrillo displicente en los labios, con los dedos simulando pistolas, apuntando a los genitales de un grupo de presos iraquíes, desnudos, con las cabezas encapuchadas.

La foto -todas esas fotos, todos esos vídeos- ha provocado un gran escándalo.

Me pregunto por qué.

Descarto que la opinión pública estadounidense creyera hasta ahora que sus soldados estaban proporcionando un trato educado y cortés a los prisioneros iraquíes. En los últimos meses, sus medios de comunicación han recogido el debate jurídico provocado por la instalación en Guantánamo de un campo de internamiento de prisioneros, llevados allí tras la Guerra de Afganistán con la exclusiva finalidad de privarlos de todo tipo de derechos. Supongo que los ciudadanos norteamericanos no pensarían que se les privó de derechos para tratarlos con más consideración.

Quienes de entre ellos se hayan tomado luego el trabajo de informarse algo más se habrán enterado de que los militares encargados de interrogar a los detenidos en Guantánamo -y fuera de territorio estadounidense, en general- utilizan un manual que instruye sobre la aplicación de hasta veinte técnicas de tortura autorizadas de forma expresa por el Pentágono (aunque totalmente contrarias a las leyes internacionales, por supuesto).

A decir verdad, las Fuerzas Armadas de EEUU no se han distinguido nunca por la limpieza de los medios de los que se sirven, y sus ciudadanos lo saben de sobra, aunque no hayan indagado demasiado en la trastienda de su Historia. Su poderosa industria cinematográfica les proporciona todos los años una abundante dosis de exaltación de los métodos más expeditivos, tanto militares como policiales, utilizados por tipos estupendos que consideran la Ley como un estorbo para la consecución de sus fines, supuestamente muy nobles y patrióticos.

Los estadounidenses no necesitan mucha imaginación para suponer que, si ésa es la ideología dominante en su país, la práctica dominante no puede irle demasiado a la zaga.

Entonces, ¿qué es lo que les está escandalizando tanto ahora mismo?

Habrá de todo, claro está -son muchísimos millones, de sensibilidades muy diversas-, pero me temo que lo que más moleste a muchos sea... verlo. Que les hayan colocado físicamente ante la realidad de aquello a lo que nunca se opondrían si pasara a oscuras. Si no se lo pusieran delante de las narices.

Tampoco me extrañaría que otra parte de la reacción de desagrado provenga de personas que se sienten mal viendo a mujeres haciendo cosas tan «de hombres».

Y, en fin, tratándose de ese país, hasta puede haber quien haya puesto el grito en el cielo porque el Ejército autorice a fumar mientras se tortura.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 12 de mayo de 2004]

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Espera sin esperanza

JAVIER ORTIZ

         
Aunque mi ignorancia sobre cómo funciona la comunidad islámica en España es enorme, me da que la idea de establecer una especie de control sobre los sermones que se pronuncien en las mezquitas es no sólo dudosamente constitucional sino también, con toda probabilidad, inútil. Dudo de que las vías de reclutamiento de las que se sirven los terroristas tipo Al Qaeda en España pasen por el adoctrinamiento del personal que acude a orar a las mezquitas. Del mismo modo -digo, por poner un ejemplo- que el IRA irlandés no captaba a sus militantes los domingos a la salida de la misa mayor. Una cosa es que algunos curas católicos alimentaran la llama republicana y otra que se encargaran de organizar comandos.

Hay que suponer que también los terroristas islámicos recurren a medios de proselitismo algo más discretos.

¿O no? De creer la versión oficial sobre la matanza de Madrid, esa gente funciona con normas de seguridad interna muy rudimentarias, prácticamente inexistentes. Un grupo como el que ha sido acusado de la autoría de la matanza del 11-M tiene que ser muy fácil de controlar, e incluso de infiltrar (no digamos para unos servicios policiales con amplia experiencia en la introducción de topos en organizaciones avezadas en las técnicas de la clandestinidad, como ETA).

Hay ahí una chirriante contradicción. Es incomprensible que una gente que actuaba de un modo tan imprudente, por no decir transparente, que iba dejando por todas partes rastro de lo que hacía, que integraba a hamponcillos, gente requetefichada y confidentes, pudiera montar semejante tinglado sin que la policía se enterara de nada. Pero aún más difícil de entender es que esa misma policía que ni había olido lo que se preparaba pudiera luego desmontar toda la trama en el plazo de pocas horas, una vez producida la masacre.

-¿Cuál es tu teoría? -me preguntaba anteayer una amiga a la que le hice un somero recuento de las incongruencias que contienen las explicaciones (y las filtraciones) oficiales.

-No tengo ninguna -le respondí.

Y es verdad. Tomo en consideración todas las hipótesis, pero no suscribo ninguna. ¿Con qué fundamento podría hacerlo? Ni siquiera descarto que haya podido ocurrir lo que de entrada parece descartable: que esa banda tan chapucera como heteróclita -en la que, por haber, había hasta fundamentalistas descreídos- fuera capaz de organizar en perfecto secreto y perpetrar coordinadamente el triple atentado del 11-M. ¿Improbable? Mucho. ¿Imposible? En absoluto. La Historia registra hechos bastante más insólitos.Ahora bien: ¿cómo negar que hay demasiadas piezas que no encajan?

Espero que la comisión parlamentaria que va a crearse al efecto se encargue de dar cumplida respuesta a todas las incógnitas. Pero recuerdo que el verbo esperar tiene dos sentidos: yo espero porque aguardo; no porque confíe.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 8 de mayo de 2004.]

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¿Gracias? De nada

JAVIER ORTIZ

         
José María Aznar se empeña en plantear la actitud hacia la política exterior de George W. Bush en el terreno de la consideración histórica. «Hoy muchos aborrecen a aquellos que les liberaron no de una, sino de dos tiranías», dijo el lunes en la presentación del libro Ocho años de Gobierno.

Convendrá empezar por precisar que este Bush no ha liberado a nadie de nada, así sea por meras razones de edad. Del mismo modo que a nadie cabe reprochar los crímenes cometidos por sus mayores -los alemanes de hoy no son culpables de la existencia del III Reich, por ejemplo-, tampoco es lícito atribuirles los eventuales méritos adquiridos por sus ancestros.

Pero es que, además, Aznar reclama unos agradecimientos que no se deducen de los hechos históricos que invoca.

Hablemos de la derrota del nazismo. Hitler se hundió como resultado de dos ofensivas militares combinadas: la del frente occidental, en la que las tropas norteamericanas tuvieron sin duda un papel clave, y la del frente del Este, que corrió en lo esencial a cargo del Ejército Rojo. ¿Deberemos considerar desagradecidos a los europeos del Este por haberse vuelto con el tiempo en contra de sus libertadores soviéticos?

Se me replicará que lo hicieron en función de hechos posteriores.Y así es. De la misma manera que otros han criticado más tarde a EEUU respondiendo también a hechos posteriores.

Tras la II Guerra Mundial, muchos europeos tuvieron serios motivos para odiar a los gobernantes estadounidenses e ingleses, que se repartieron con Stalin el Viejo Continente a su conveniencia, burlándose de la soberanía de los pueblos. Se atribuyeron los países como si fueran los lotes de una herencia. ¿Merece eso gratitud?

Pongámonos en el caso de España. Hoy en día está de sobra establecido -por documentos desclasificados del propio Pentágono- que EEUU no sólo se negó en los años 40 a provocar la caída del general Franco, sino que le ayudó a mantenerse. Incluso sofocó las disensiones que surgieron dentro del propio Ejército español en contra del Generalísimo. Washington consideró que el papel de la dictadura franquista le resultaba conveniente y, en función de ello, se avino tranquilamente a que nuestro pueblo padeciera casi cuatro décadas de tiranía. ¿De qué necesario agradecimiento habla Aznar? ¿Del de los franquistas?

EEUU no ha ayudado al pueblo español a liberarse ni de dos tiranías, ni de una, ni de media. Pero vuelvo al comienzo: la Historia ni impide nada ni obliga a nada. Las alianzas del tiempo actual deben establecerse con criterios del momento presente.

Y ahí está la cosa: que había que oponerse a la Guerra de Irak por razones de ahora mismo, al margen de los agradecimientos o los agravios históricos que cada cual deba o guarde. Y de los que Aznar parece saber tan poco.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 5 de mayo de 2004.]

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Lo diferente no es igual

JAVIER ORTIZ

          La ministra de Cultura, Carmen Calvo, ha anunciado su intención de rebajar del 16% al 4% el IVA aplicado a la producción musical, discos incluidos.

Hay dudas de que pueda hacerlo, porque la normativa europea sobre el IVA deja escaso margen de libertad a los estados miembros. Pero, con independencia de lo que finalmente pueda hacer, cabe discutir sobre si lo que dice que quiere hacer está bien, mal o regular.

Muchos supuestos amigos de la cultura -muchos que hacen su fortuna gracias a la mal pagada aportación de los demás a la cultura- se han declarado alborozados. No me extraña.

La producción musical es sólo en parte un fenómeno cultural, en sentido estricto. El grueso de la industria del disco -que es con diferencia la que más dinero mueve dentro del sector- está en manos de grandes consorcios multinacionales que trabajan con criterios semejantes a los manejados por los fabricantes de automóviles, de detergentes o de ordenadores. Sus beneficios responden a factores parejos.

Por lo general, ni siquiera son firmas propiamente discográficas. Con frecuencia se trata de divisiones de grandes emporios que trabajan en campos muy variados de la actividad económica, no necesariamente circunscritos a la industria del ocio.

¿Qué tiene de cultural el modo en que reparten sus beneficios? El porcentaje que va a parar a los compositores y los intérpretes es ridículo.

¿Qué tienen de culturales los criterios con los que promocionan o condenan al ostracismo a los artistas? Nada: para ellos sólo vale lo que vende, es decir, lo que ellos creen que puede vender, es decir, lo que ya antes ha vendido.

Lo suyo es un top manta elevado a la enésima potencia y con la Policía a favor.

Quienes necesitan protección en España no son las multinacionales de la producción musical, que se las arreglan a las mil maravillas sin necesidad de más ayuda, sino los artistas -de casa y foráneos- que no se amoldan disciplinadamente a los parámetros del show business. Ellos y las empresas de medio pelo -o peladas del todo- que se rompen los cuernos para llevar al mercado productos de calidad, cuidados, capaces de recoger las tradiciones más dignas y, a la vez, de innovar. Empresas amantes de la música -las hay, lo juro- que se ven obligadas a competir en la feria del chumpachumpachún en condiciones de bochornosa desigualdad.

¿Ayuda? Claro. Pero para los artistas que la necesitan para no ahogarse en la fosa séptica de un mercado en el que sólo emergen a la superficie los detritus más livianos. No para las multinacionales que fabrican discos como quien enlata cervezas.

Ayuda, sí, pero para las empresas locales dignas. Y no por locales, sino por dignas.

Nada hay tan injusto como tratar igual lo desigual. Y eso es exactamente lo que está proponiendo la ministra.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 1 de mayo de 2004. Por un error de cortar y pegar, en la edición digital del periódico aparecen «bailados» los tres primeros párrafos de la columna]

 

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