Columnas de Javier Ortiz aparecidas en

            

durante el mes de abril de 2004

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Democracia planetaria

JAVIER ORTIZ

         
El balance de la misión militar española en Irak, a expensas del recuento final de bajas propias y ajenas -si es que alguna baja merece ser llamada ajena-, resulta desolador.

Se dijo que el objetivo perseguido con el envío de tropas era contribuir a la pacificación y democratización de Irak. Lo cierto es que no han dado ni un solo paso efectivo en esa dirección. Han ayudado a sustituir una dictadura local por una dominación extranjera; una mala utilización interna de los recursos petroleros por su explotación directa por firmas foráneas; un sistema político de partido único muy ramificado, el Baaz, por un mando artificial de políticos títeres que no mandan ni sobre sí mismos. Ni siquiera han abierto el paso a las inversiones españolas, como algún cínico desaprensivo aseguró que ocurriría.

La situación sobre el terreno es descarada. Aunque se siga representando el paripé del traspaso de poderes, ni los EEUU van a ceder su control a la ONU ni la soberanía del país va a retornar a manos iraquíes. Washington ya ha anunciado que cuenta con mantener el mando no sólo sobre sus propias tropas, sino también sobre las del resto de la coalición y, ya de paso, también sobre la policía iraquí. Colin Powell ha rematado la faena asegurando que el próximo Gobierno iraquí, comience a funcionar el 30 de junio o cuando sea, tendrá una «soberanía limitada». (Es curioso que recurra a la terminología empleada por Brézhnev para justificar la ocupación rusa de Checoslovaquia en 1968).

Dos posibles reflexiones a partir de todo esto.

Una es la más común en España. Según ella, constituyó un grave error mandar tropas; la intervención militar, a falta de un mandato expreso de la ONU, no fue ni legal ni legítima; los argumentos manejados para justificar el ataque fueron auténticas patrañas, etc., etc.

Todo lo cual es verdad y conviene decirlo, pero resulta insuficiente. Examina lo que está sucediendo en Irak como si fuera el resultado de algo así como un ataque de megalomanía de George Bush o, todo lo más, como una maniobra para quedarse con los pozos de petróleo iraquí. No lo inscribe dentro del conjunto de iniciativas puestas en marcha por los EEUU para hacerse con el control de toda la inmensa zona que se extiende desde China hasta la costa del Mediterráneo. Desde Afganistán hasta Palestina, se extiende una enorme franja de decisiva importancia geoestratégica, crucial para el equilibrio de fuerzas a escala mundial. En ese sentido, Afganistán no es sólo Afganistán, ni Irak es sólo Irak, ni Palestina es sólo Palestina.

No se trata de criticar únicamente una guerra torpemente planeada y mal llevada, sino de tomar posición frente a todo un plan de subordinación del mundo a los designios de un solo Estado. Es, en suma, una cuestión de democracia a escala planetaria.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 28 de abril de 2004]

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Uno que no cumple

JAVIER ORTIZ

        
«Si mis adversarios supieran todos los defectos que yo sé que tengo, sería muy tormentosa mi existencia política. Gracias a Dios, se han fijado en otros menos relevantes», dijo anteayer José Bono.

Ignoro si el nuevo ministro de Defensa dice lo que piensa. A cambio, me parece obvio que no piensa lo que dice. Si ustedes se toman el trabajo de reparar en la literalidad de sus palabras, verán que lo que afirma es que le iría fatal si lo conociéramos mejor.

¿Qué clase de autoestima es ésa? Si él mismo se pone a caldo, ¿qué trabajo nos dejará a sus críticos? ¿Habremos de denunciarlo por intrusismo?

Humoradas aparte, conviene dejar sentado que el ex presidente de Castilla-La Mancha se equivoca. Primero, porque no tiene en cuenta que algunos lo conocemos relativamente bien y desde hace bastante. En mi caso, si la memoria no me falla -y no suele fallarme para estas cosas-, desde 1976, cuando él trabajaba en el despacho de Raúl Morodo, militaba en el PSP de Tierno Galván y decía pestes del PSOE.

Una cosa es que no hablemos demasiado de aquellos lejanos tiempos y de las andanzas peripatéticas a que dieron lugar y otra que no recordemos quién es quién. Y a costa de qué y de quién cada cual ha llegado a ser lo que es.

Pero tampoco hace falta buscar individuos que atesoren una memoria de elefante sobre los albores de la democracia. En el caso de Bono -como en los de casi toda la gente pública, dicho sea de paso-, nos basta y nos sobra a todos con echar mano de un arma tan accesible como infalible: las hemerotecas. Y no para desempolvar hechos lejanos, prestos a perderse en la noche de los tiempos, sino para rescatar lo sucedido a la vuelta de la esquina, como quien dice. Porque ahora se habla de tanto durante tan poco tiempo que lo ocurrido anteayer enseguida se convierte en prehistoria.

Estoy refiriéndome al pasado enero. Leo: «EFE. Madrid, 09-01-2004.El presidente de Castilla-La Mancha, José Bono, ha asegurado que “en ningún caso sería ministro” si el PSOE ganara las próximas elecciones. (...) Bono ha insistido en que su partido y el propio Zapatero saben que su prioridad es ser presidente de Castilla-La Mancha y ha asegurado que “en ningún caso será ministro de ningún gobierno”». Fueron declaraciones realizadas viva voce a una cadena de radio y reproducidas al día siguiente por todos los grandes diarios.

Me pregunto si será ese mal hábito -el de prometer que no hará algo para hacerlo a continuación (es decir, y por evitarnos innecesarias perífrasis: el de mentir)- uno de los defectos que Bono sabe que tiene y que tanto festeja que sus adversarios no le afeen, porque así su existencia política es menos tormentosa.

Y me pregunto también si cuando Zapatero dice que hay que cumplir lo que se promete se refiere exclusivamente a su persona o si abarca a alguien más.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 24 de abril de 2004]

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Bono al ataque

JAVIER ORTIZ

         
Por un momento temí que fuera a aprovechar el acto de toma de posesión del cargo de ministro de Defensa para hablarnos también de sus gustos musicales. Sentí esa desazonante inquietud cuando el hombre, tan campechano y verborrágico como su antecesor, la emprendió contra un cantante que, según nos contó, ha declarado que va a actuar «en el Estado español». El nuevo titular de Defensa ironizó entonces preguntándose si será que el músico en cuestión va a hacer una gira por los ministerios (porque se ve que don José Bono considera que el territorio del Estado español empieza y termina en las puertas de las dependencias ministeriales).

No digo yo que no quepa criticar ese uso de la expresión «Estado español» que el ministro zahirió anteayer con su tan jimenezdeparguiano gracejo, aunque no faltará quien haya echado de menos que se cachondeara en justa correspondencia también de quienes hablan de «la canción española» para referirse en exclusiva a una modalidad musical de acentos regionales o de aquéllos que califican de «españolísimas» a algunas intérpretes sureñas, como si la españolidad no fuera una mera cuestión de hecho y además admitiera grados.

Pero todo es discutible, sí. Incluidos sus neoministeriales puntos de vista sobre los falsos patriotismos, que se abstuvo de definir (supongo que no en aras de la brevedad del discurso, porque diez minutos arriba o abajo, metido en gastos, hubieran dado ya igual).

Todo es discutible, por supuesto: también su identificación de la sindicación con la indisciplina, su obsesión por el Rh sanguíneo (no hay perorata en que no lo cite) y hasta su gusto por la igualdad «rabiosa» (¿por qué «rabiosa», en concreto?) de los ciudadanos.

Mis dudas no se refieren tanto a lo lícito de la exhibición de esos o de cualesquiera otros puntos de vista, por ultras que me puedan parecer -y sean-, sino a la hipótesis de que un acto oficial como el referido pudiera no constituir el escenario y el momento más adecuados para que el nuevo ministro sacara a pasear sus muchos fantasmas ideológicos «de rancio sabor añejo», según atinada definición del Sindicato Unificado de Policía.

Muchos consideran que Bono se equivocó, porque el discurso de arranque de un ministro de Defensa debería ceñirse a las cuestiones de su incumbencia, marcando las grandes líneas de la actuación que espera seguir, y nada más. Pero ¿quién nos dice que no fue eso lo que hizo? Tal vez sí. Puede que él haya decidido que su papel en el auto sacramental de la nueva política es el de paladín de la España eterna -«vieja y justa», enfatizó- y que sea eso lo que tuvo a bien anunciarnos en su no muy convencional discurso de toma de posesión de la cartera.

Lo único que cabría reprocharle, en ese caso, es que haya mantenido el nombre de su Departamento. ¿No le cuadraría más llamarse «Ministerio de Ataque»?

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 21 de abril de 2004]

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Estamos mal acostumbrados

JAVIER ORTIZ

         
Estamos mal acostumbrados. Es la única explicación que encuentro a la tromba de piropos que le ha llovido a Rodríguez Zapatero tras su discurso de investidura.

Fue la suya una intervención amable, sin duda, abundante en buenos deseos, aderezada con algunas promesas dignas de mención -y salpicada por otras bastante decepcionantes, también es cierto-, no muy dada a las intemperancias... Iba a escribir «Nada del otro jueves», pero supongo que precisamente ésa es la cosa: que hacía muchos jueves que no se veía en la tribuna del Congreso de los Diputados a alguien que defendiera con gesto más o menos apacible su derecho a vivir en La Moncloa, como si no le perdieran las ganas de clavar al resto del universo los colmillos en la yugular. Zapatero se ha beneficiado mucho de la reciente memoria de Aznar y de la ya lejana de González, ambos crispados por norma, aunque cada cual a su modo.

Es falso que todas las comparaciones sean odiosas. Algunos no sólo ganan cuando se les compara, sino que ganan sólo cuando se les compara. Si no flotara en el aire del Congreso el agobio sofocante producido por los últimos años de mayoría absoluta reaccionaria y pretenciosa del PP, serían inconcebibles algunos de los votos favorables que ayer recolectó la mano tendida de Rodríguez Zapatero. ¿Realmente cree Llamazares que el PSOE merece su respaldo? ¿Entiende que puede dárselo en nombre de quienes votaron a IU sin hacer caso de las invitaciones socialistas al «voto útil» precisamente porque decidieron que votar a Zapatero no era útil para lo que consideraban -y siguen considerando- que debería hacerse? ¿Lo cree Carod-Rovira? ¿Le parece política y éticamente aceptable dar su aval a un partido que cierra filas detrás del artículo 8 de la Constitución, que ha respaldado y respalda las grandes opciones de la política exterior de los EEUU (con la parcial y matizada excepción de la actual Guerra del Golfo), que sostiene la orientación de la política económica internacional definida por el FMI (esto es, la globalización mal llamada «neoliberal») y que respaldó algunas de las principales líneas de actuación del Gobierno de Aznar?

Podría entender ese voto si cupiera que Rodríguez Zapatero no saliera elegido en segunda vuelta. En plan «todos contra el PP», que diría Piqué. Pero, ausente ese peligro -pudiendo conjurarlo por la tercera vía de la abstención-, no veo que quepa explicar su comportamiento sino en función de cambalaches y chalaneos de ésos que se traducen en privilegios de libre designación: que si te dejo que formes grupo parlamentario propio, que si facilito tu presencia en esta o la otra comisión, que si el CGPJ, que si RTVE, etcétera. Politiquerías, en suma, que quedarán para siempre como chantajes: saben que Rubalcaba podrá quitárselos en cuanto crea que se están portando mal.

Pero para qué acelerarnos. Tiempo habrá de plantearse si contra Aznar estábamos mejor.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 17 de abril de 2004]

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Los mil días

JAVIER ORTIZ

         
José Blanco ha dicho que el nuevo Gobierno no se apartará ni un milímetro del pacto sobre Euskadi que su partido firmó con el PP. Que lo que hará es tratar de ampliar ese consenso al conjunto de las fuerzas parlamentarias. Es una pretensión absurda, y el secretario de Organización de los socialistas lo sabe. Sabe de sobra que aquel no fue un pacto que apuntara exclusivamente contra el terrorismo (entre otras cosas porque, de pretender eso y sólo eso, no les habría hecho falta). Que lo que tuvo de específico fue que estableció un nexo de culpabilidad entre el terrorismo y el nacionalismo vasco, razón por la cual no sólo los partidos nacionalistas vascos sino todas las organizaciones nacionalistas periféricas -CiU incluida- le negaron su respaldo.

Saco a colación el asunto del Pacto Antiterrorista no tanto por su importancia particular -que la tiene- como porque resulta representativo de lo que el PSOE parece que se dispone a hacer en bastantes terrenos: cada cosa y su contrario. Quiere llevarse bien con los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos sin salirse del rebufo centralista del PP. Quiere defender la escuela pública laica sin enfadar a la jerarquía católica. Quiere distanciarse del belicismo de Washington sin romper con los halcones de Washington.Y así.

Ya ha redescubierto las virtudes de los viejos métodos del baile en la cuerda floja. El de la constitución de comités, por ejemplo.Sostiene el tópico que no hay nada mejor para conseguir que un asunto se empantane que formar un comité. El PSOE ya ha anunciado que va a crear varios comités «de expertos». Uno habrá de decidir cómo convertir las radiotelevisiones públicas en entes no partidistas.Para quien no sepa cómo funciona esto de los comités, se lo cuento: 1º) Se nombra un comité (cuanto más numeroso, mejor); 2º) Se asigna a sus integrantes ciertas compensaciones de interés; y 3º) Para mantener esas ventajas, los miembros del comité eternizan sus deliberaciones. Resultado: los gobernantes quedan bien y siguen disfrutando del status quo ante.

A veces resulta el truco. Como el de dejar para mañana lo que se podría hacer hoy (por ejemplo: retirar las tropas de Irak).O como el de jugar con las palabras para parecer que se dice lo que no se dice (Zapatero no ha olvidado lo de «OTAN de entrada no»). Pero la acumulación excesiva de esos artificios puede llevar a que el conjunto acabe sonando a hueco.

Durante un tiempo, Rodríguez Zapatero se beneficiará de un factor muy favorable: el recuerdo de José María Aznar. Pero no le durará demasiado. Sobre todo si no se distancia pronto, clara y prácticamente de la línea trazada por su antecesor.

«¡Déjale cien días!», me reclaman algunos.

¿Cien? Si es para cambiar, le dejo mil. Pero para seguir en las mismas, ni uno.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 14 de abril de 2004]

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El debate pendiente

JAVIER ORTIZ

         
El PP no quiso participar en la manifestación del lunes en Leganés porque en la convocatoria figuraba una consigna favorable al regreso de las tropas españolas destacadas en Irak. Comprendo que al PP le disguste esa demanda, pero no negará -supongo- que refleja un sentimiento que es muy mayoritario en nuestra sociedad.

El PP había perdido la costumbre de participar en manifestaciones unitarias convocadas con consignas que no le cuadran. Se había habituado a fijar él las consignas. Es lo que hizo Aznar tras la matanza del 11-M, cuando llamó a la ciudadanía a participar en una gran manifestación no sólo para repudiar el cuádruple atentado, sino también para respaldar la Constitución, pese a saber que hay partidos políticos con representación parlamentaria (ERC, PNV, EA, BNG), radicalmente opuestos a la masacre del 11-M y en desacuerdo con la Constitución en su redacción actual. Quiso ponerles en un brete, pero no entraron al trapo: dejaron sentada su discrepancia y acudieron a la protesta.

De todos modos, da igual. Para lo único que sirven las manifestaciones de este tipo es para que los ciudadanos que sienten la necesidad de exteriorizar su repulsa encuentren un modo de hacerlo. Lo cual no tiene nada de malo, desde luego, pero tampoco mayor trascendencia.A los terroristas -los destinatarios de la protesta-, lejos de molestarles, les satisfacen: consiguen que se hable más de ellos y constatan que sus actos han logrado el efecto pretendido. Tampoco valen para mostrar la unidad popular contra el terrorismo. Primero, porque la oposición de la ciudadanía a los atentados no precisa demostración. Es obvia. De hecho, las manifestaciones no dan cuenta de la verdadera amplitud del rechazo: también lo comparten la práctica totalidad de quienes no se manifiestan. Y segundo, porque la supuesta unidad popular, fuera del enunciado más genérico -contra los asesinatos-, no es tal: basta con ver el rifirrafe político que hay en relación al mantenimiento o al regreso de las tropas españolas en Irak y a su presunta «misión humanitaria».

La convocatoria de manifestaciones no tiene demasiada utilidad, ya digo, como tampoco la tiene el aparatoso despliegue de fuerzas de la Policía y el Ejército que se ha puesto en marcha para tener bajo vigilancia determinados «objetivos posibles» de los terroristas.Porque ese despliegue no puede mantenerse indefinidamente y porque cualquier lugar en el que se concentre un gran número de personas -y los hay por cientos- puede convertirse en un objetivo.

Paños calientes aparte, lo que urge es no seguir eludiendo el debate sobre las causas profundas de los incendios que asolan el mundo actual y, más en concreto, sobre la disparatada alianza que mantiene España con ésos que presumen de bomberos pero que no paran de echar más y más leña a todos los fuegos, incluidos los que ellos mismos crean.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 7 de abril de 2004]

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Pongámonos en el caso

JAVIER ORTIZ

         
Pongámonos en el caso de que la dinamita de la bomba que fue localizada ayer en la vía del tren entre los muy históricos sitios de Mocejón y Algodor tuviera la misma procedencia y hubiera pasado por las mismas manos que la utilizada para provocar la matanza del 11-M.

Supongámoslo, sin más. Así sea sólo porque se trataría de la hipótesis más verosímil, de confirmarse que el explosivo es Goma 2 ECO, como dice el ministro.

De ser así, digo, ¿qué habría que deducir? Se inferiría, en primer lugar, que esa gente -sea la que sea- no atentó el 11-M en Madrid para favorecer las oportunidades electorales de Rodríguez Zapatero, como algunos han pretendido. Porque, de haber sido ése su propósito central, no volverían a la carga tras haberlo logrado.

Habría que concluir igualmente, y por la misma razón, que tampoco pretendían lograr que el Estado español se «acobardara» -dicho sea por emplear la terminología de los neopatriotas de Perejil y Chichinabo- y se desolidarizara de la iniciativa bélica norteamericana en Irak. Porque Zapatero ya ha anunciado que va a traer de regreso a las tropas, y eso debería haberles dado por contentos.

¿Entonces, por qué continúan con sus malditas bombas? No lo sé.Pero creo que sería bueno que el personal de otras latitudes vaya haciéndose cargo de ciertas cosas que algunos vascos hemos aprendido y tenemos ya asimiladas, más por viejos que por sabios.

Por ejemplo:

- Puede ser que continúen poniendo bombas porque la dinamita esté a punto de caducar y teman desaprovecharla tontamente.

- Cabe que sigan en las mismas porque la última orden que recibieron fue la de poner bombas y ellos crean -o sepan- que no tienen autoridad suficiente para hacer interpretaciones políticas.

- Es también posible que no perciban ninguna diferencia entre el PP y el PSOE. Que los unos y los otros -y los votantes de los unos y los otros- les parezcan la misma basura imperialista, merecedora de idéntico trato. Que consideren que lo único que importa es dar a los malditos europeos -darnos, quiero decir- en el mismísimo morro, hasta que no tengamos más remedio que tomarles en serio.

En resumen: puede ser cualquier cosa. Ése es el principio del que debemos partir para analizar con alguna posibilidad de éxito estas cosas: hemos de saber que no sabemos nada. En eso reside el punto fuerte del terrorismo, lo que lo define en último término: aterroriza porque nadie sabe exactamente ni por qué ni conforme a qué criterios ataca. Su lógica es de otro mundo.

Yo parto de un principio: no conduce a nada examinar las piezas del puzzle mundial al margen del dibujo que acaban formando entre todas. Cada piececita, vista por separado, resulta absurda. Sólo tiene algún sentido -si lo tiene- como parte de un conjunto.

¡Pero es tan cansado pasarse la vida pensando!

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 3 de abril de 2004]

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Columnas publicadas con anterioridad

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