Columnas de Javier Ortiz aparecidas en

            

durante el mes de diciembre de 2004

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Verdades que no interesan

JAVIER ORTIZ

         
En el mucho tiempo que llevo dedicado al problemático oficio de opinar, la realidad me ha obligado a escribir una y otra vez sobre algunos problemas que tienen solución, pero que no se solucionan.

Acabamos de ver otro terrible desastre de ésos que llaman «naturales».Cuando hace unos pocos años viajé por Indonesia, vi muchos núcleos de frágiles barracones situados a la orilla misma del agua. «El más ligero embate y se les va todo al guano», pensé.

Lo que sobrevino el sábado no tuvo nada de ligero. Y se fue todo al guano.

Cada vez que sucede un desastre de ese género, muchos insistimos en la misma idea: allí donde hay edificaciones de buena calidad, dotadas de las medidas antisísmicas adecuadas, las catástrofes se minimizan; cuando las casas o sus remedos son una porquería y han sido levantadas en terrenos inestables, las víctimas se cuentan por miles.

A las 4/5 partes de las víctimas no las mata el terremoto. Las mata la pobreza.

¿Hay alguna autoridad que ignore eso? Desde luego que no. Pero nuestros próceres prefieren mirar para otro lado, para no tener que maldecir a los gobiernos y a quienes detentan el poder económico en esos países, que no mueven un dedo para cambiar la realidad.

Hay muchas verdades como ésta, que son de cajón, pero que no son tenidas en cuenta por quienes podrían corregirlas. Un enésimo informe acaba de repetir lo que muchos venimos diciendo desde siempre: que en el mundo hay suficientes alimentos para todos, que las hambrunas son resultado de las desigualdades sociales a escala internacional y que, incluso considerando el problema del modo más egoísta -pero no a corto, sino a medio y largo plazo-, al Primer Mundo le convendría favorecer un reparto más equitativo, porque el hambre sale cara y porque está dando origen a flujos migratorios incontrolables. Sin embargo, los gobiernos de la mayoría de los países se llaman andana. Ni siquiera cumplen los compromisos adquiridos, como el del 0,7%.

Pasa lo mismo con la protección de la capa de ozono: saben muy bien que el beneficio desaforado de hoy representa una hipoteca terrible para el mañana. Pero ahí está George W. Bush, que no sólo no propicia la reducción de las actividades contaminantes de la industria de su país, sino que la ayuda a incrementarlas.

A su pequeña escala, pasa lo mismo en España con las grandes nevadas y los tremendos atascos que propician. Se planifican mal, no se dispone de las maquinaria que haría falta... Pero da igual apuntar las soluciones. Las conocen de sobra. Cuando el PSOE estaba en la oposición, denunció la situación de manera muy certera. Igual que hace ahora el PP.

La cuestión no es que quienes ocupan el poder, aquí o en donde sea, no sepan qué hay que hacer para resolver los problemas. Lo saben. Pero prefieren gastarse el dinero en otras cosas. En otros negocios.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 29 de diciembre de 2004]

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Aviso.– El 25 de diciembre no se publicó columna porque en Madrid no hay periódicos el día de Navidad.

 

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Los enemigos de mis enemigos

JAVIER ORTIZ

         
Sozialista Abertzaleak -el grupo parlamentario que nació de los sufragios obtenidos por la ilegalizada Batasuna- se abstuvo el pasado lunes en la votación que realizó la Comisión de Instituciones e Interior del Parlamento vasco acerca del llamado plan Ibarretxe.

La abstención de SA permitió que el proyecto de reforma estatutaria del tripartito llegue al orden del día del Pleno del Parlamento. Nada más. Al Pleno corresponderá decidir si accede a que se proceda a su discusión pormenorizada o si se lo devuelve a sus autores para que le den mejor destino, por lo menos hasta que se compruebe qué nuevas mayorías y minorías salen de las próximas elecciones autonómicas.

Pese a la escasa relevancia práctica de la decisión de SA, que el grupo de Otegi podrá convertir en nada el próximo día 30 negando sus votos al plan (o no: ya se verá), la mayoría de los políticos y de los comentaristas políticos capitalinos han decidido por unanimidad que ese episodio ha dejado en evidencia que existe una total complicidad entre el Gobierno vasco y Batasuna.

¿Negoció el Gobierno vasco con SA su abstención? ¿Se comprometió a algo a cambio? Por lo que llevo visto y oído, nadie pretende que haya sucedido nada semejante. Todos optan por denunciar la convergencia fáctica de intereses. SA beneficia a Ibarretxe, ergo Ibarretxe es cómplice de SA, o sea de Batasuna, o sea de ETA.

Es curioso comprobar qué pocos han recordado que el pasado lunes se produjo en otra comisión del Parlamento vasco otra votación de no menor importancia, si es que no de mayor, vistas las cosas desde el punto de vista práctico. Afectó al proyecto de Presupuestos del Gobierno vasco para 2005, que será rechazado gracias al voto conjunto de los grupos parlamentarios del PP, del PSE-PSOE...y de Sozialista Abertzaleak.

En este caso no se trató de una abstención que acabara repercutiendo indirectamente en beneficio de otro, sino de una suma directa y franca de votos: PSOE, PP y Sozialista Abertzaleak en comandita.

¿Se lo reprocho a los unos o los otros? En absoluto. Jamás he pensado que porque mi enemigo político diga que son las 15.30 yo deba sostener que son las 18.00, si realmente son las 15.30. Me importa un bledo coincidir con quien sea, si admite -por sus propias razones, en nada coincidentes con las mías- que lo que defiendo yo es correcto, o al menos conveniente.

Pero el principio no puede valer sólo para un caso. Si es un principio, ha de aplicarse a todos. No puede ser que beneficiarse de la abstención de Batasuna constituya un crimen imperdonable si el beneficiario es Ibarretxe, pero que hacer bloque con Batasuna a la hora del voto -en decenas de votaciones, en lo que va de legislatura- carezca de importancia si quien se pringa en ello es el PSOE o el PP.

Otegi sabe lo que hace. Y tengan ustedes por seguro que no lo hace para beneficiar a Ibarretxe.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 22 de diciembre de 2004]

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Lágrimas, sin más

JAVIER ORTIZ

         
Mucho se ha hablado sobre las lágrimas que se le escaparon el miércoles pasado a la portavoz de la Asociación de Afectados, Pilar Manjón, cuando intervino ante la Comisión Parlamentaria de Investigación sobre el 11-M. Ella misma sacó a relucir el asunto, cuando dijo que se disculpó ante sus compañeros una vez finalizado el acto, porque les había prometido que no lloraría y fue incapaz de cumplir su promesa.

No han sido las lágrimas de la señora Manjón las únicas que han brotado ante esa Comisión. Fueron también muy comentadas hace escasas semanas las que se le escaparon a un general de la Guardia Civil con mando en Asturias.

Es curiosa la fijación que tiene nuestra sociedad con las lágrimas, y lo mal que las lleva. No sabe cómo administrarlas.

En realidad, llorar no es más que un modo de exteriorizar una emoción. Una vez que la emoción existe y es de dominio público, ¿por qué quien la siente no va a poder manifestarla mediante unas cuantas lágrimas liberadoras? Una llantina larga, abundante y cargada de hipos puede resultar problemática, no digo yo que no, sobre todo si quien la experimenta se halla en una tribuna pública o en una reunión y los demás tienen que esperar a que se calme para seguir con el orden del día previsto, pero un ataque de risa incontrolada e histérica puede acabar teniendo efectos prácticos igual de enojosos. En todo caso, las lágrimas de doña Pilar Manjón fueron pocas, comedidas y dignas. Orgullosas, incluso.

Una de las razones por las que muchos llevan mal que alguien llore en su presencia es que consideran que las lágrimas someten a los demás a un chantaje emocional que impide hablar serenamente de las cosas. Dan por hecho que quien llora no acepta que se le diga nada que pueda molestarle. Y también que no cabe criticar -y aún menos echar un chorreo- a alguien que está llorando. No es así. Yo no creo ni que las lágrimas nublen obligatoriamente las entendederas ni tampoco que quien llore merezca necesariamente lástima. Las lágrimas pueden expresar muchos tipos de pena, incluyendo algunas penas muy poco merecedoras de solidaridad. Recuerdo a un ministro de Franco al que se le saltaron las lágrimas porque unas gentes a las que había hecho polvo con sus tropelías no le quisieron saludar y le dieron la espalda. Sintió su ego herido. Puedo asegurar que su congoja me conmovió bien poco. Tampoco me afligen nada las lágrimas de Fraga, que últimamente es incapaz ni de dar la hora sin que se le quiebre la voz. Más bien me resulta irritante.

En cambio, el alegato que lanzó el pasado miércoles Pilar Manjón me conmovió de verdad. Pero no porque ella estuviera emocionada, sino porque sus argumentos fueron directa, radical y profundamente emocionantes. Me conmovió su razón.

Sus lágrimas ni me estorbaron ni me convencieron. Las tomé como manifestación de un estado de ánimo comprensible. Sin más.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 18 de diciembre de 2004]

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El PP malvive con los hechos

JAVIER ORTIZ

         La tesis fundamental a la que se aferran los representantes del extinto Gobierno del PP en relación a lo sucedido entre el 11-M y el 14-M –Eduardo Zaplana nos lo recordó hasta el aburrimiento el pasado lunes– es que su derrota fue resultado de las maniobras engañosas y difamatorias que el PSOE puso en marcha con el concurso de los medios de comunicación que le son afines. Eso tuvo por efecto, en palabras del que fue portavoz del Gobierno de Aznar, «que tres millones de personas cambiaran el sentido de su voto».

Zaplana es libre de opinar lo que quiera; faltaría más. Pero debería respetar la realidad de los hechos.

No hay dato objetivo alguno que permita afirmar que entre el 11 y el 14 de marzo tres millones de personas cambiaron el sentido de su voto.

Recordémoslo una vez más.

En las elecciones de marzo de 2000, el PP obtuvo 10.321.178 votos. En las celebradas el pasado mes de marzo, 9.763.144. La diferencia es de poco más de medio millón. Esa es la cantidad de electores que cabría suponer que cambió el sentido de su voto. No tres millones.

En las elecciones de 2000, el PSOE logró 7.918.752 votos. En las últimas, 11.026.163. Ahí sí que la diferencia es de más de tres millones. Pero no hay nada que permita suponer que se trate de personas que tuvieran previsto votar al PP y al final optaran por respaldar al PSOE. Todo indica que fueron, en su gran mayoría, ciudadanos que en las anteriores elecciones se abstuvieron o no tenían derecho a votar y que esta vez lo hicieron. El dato clave de las pasadas elecciones generales fue la participación, que en 2000 alcanzó el 68,71% y que en 2004 se incrementó al 75,66%. Casi un 7%.

Así las cosas, lo que el PP no puede negar, por mucho que le fastidie, es que sus quejas apuntan contra la evidencia de que las elecciones del 14-M fueron más democráticas que las anteriores, porque acudieron a votar muchísimos más ciudadanos.

La causa de sus males reside en la mayor representatividad del resultado.

«Pero votaron manipulados», responden los de Aznar.

Eso plantea un debate complicado y sinuoso. ¿Cómo cabe determinar cuándo un voto es libre y consciente y cuándo no? ¿Hay algún voto que sea realmente libre? O, visto por el ángulo contrario: ¿hay alguno que, en último término, no lo sea?

Zaplana atribuye un poder omnímodo a los medios de comunicación afines al PSOE. Otra vía sin salida. Los amigos de Zapatero se pasaron tres días contando lo que les petó, sin duda, pero había muchas más cadenas de televisión, radios y periódicos que daban exquisito trato a los mensajes del Gobierno. Cada cual oyó, vio y leyó lo que le dio la gana.

Lo que sucedió es que muchísima gente vio, oyó y leyó lo que contaban ellos y no sólo no les creyó, sino que se sintió provocada por sus cuentos. Y votó. Tal vez más contra ellos que a favor del otro.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 15 de diciembre de 2004]

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Las angulas del hambre

JAVIER ORTIZ

        
Hay una publicidad de una ONG que pide dinero a la ciudadanía prometiendo que lo utilizará «sin intereses políticos».

Pues qué mal.

Qué mal, para empezar, que los dirigentes de esa ONG -y los de algunas más- alimenten implícitamente la idea de que en el mundo de la política priman los intereses sectarios, si es que no los particulares.

¿Qué concepción de la política tienen? Todos hacemos política, si por tal entendemos lo que la política es realmente. Todos aportamos algo al desarrollo de la vida colectiva. También los que se quedan al margen: ellos aportan su aceptación más o menos consciente de lo establecido. Muchos asumimos intereses políticos que identificamos con los intereses de la mayoría de los habitantes de esta polis global que es hoy en día la Humanidad. ¿Qué tienen de malo esos intereses políticos?

Los dirigentes de la aludida ONG -y los de algunas más- lo que hacen es apuntarse a la idea ramplona que se hace de la política buena parte de la ciudadanía, que la ve, en primer lugar, como una actividad que permite a algunos desenvueltos vivir a lo grande a costa del contribuyente y, en segundo lugar, como una profesión especialmente dada a la corrupción y al chalaneo sin principios.

Políticos de ésos hay no pocos -sabido es que la nave del Estado es la única embarcación que hace más fácilmente agua por arriba que por abajo-, pero individuos de ese tipo, en sociedades como la nuestra, se los encuentra uno en todos los gremios: entre los periodistas, entre los ingenieros, entre los arquitectos, entre los obispos... y entre los dirigentes de más de una ONG, algunas de las cuales reciben subvenciones oficiales de tal monto que resulta una humorada que se pretendan «no gubernamentales» y que finjan pudoroso rechazo hacia quienes viven a cuenta -o a cuento- del erario.

Cualquier ONG importante posee un sólido aparato burocrático, cuyos integrantes se sustentan gracias a lo que reciben de los poderes públicos y a las aportaciones de gente bienintencionada deseosa de acallar su mala conciencia. Me sé de algunos que llevan viviendo desde hace sus buenas dos décadas de lo que ellos siguen presentando como si fuera un voluntariado desinteresado.

¿Que hay muchos trabajadores fijos de organizaciones no gubernamentales que son perfectamente honorables? Doy por hecho que sí. Pero viven de eso, igual que los políticos profesionales.

Conviene que lo admitan y que no traten de hacernos creer que cada euro que reciben llega impoluto a sus pobres destinatarios. Porque la verdad es que una parte sustancial de ese dinero se va en sueldos, en viajes, en vehículos, en alquileres, en publicaciones y en comidas.

Y es que -dicho sea remedando un tópica broma de la profesión periodística- es increíble la cantidad de angulas que tienen que comer algunos para conseguir solidaridad con los que pasan hambre.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 11 de diciembre de 2004]

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La Constitución y la Historia

JAVIER ORTIZ

         
¡La que se les ha venido encima a los partidos nacionalistas de la vieja Galeusca por no haber asistido a los actos de rememoranza del voto de la Constitución! ¡Pero si hasta los han comparado con ETA, recurriendo al argumento demagógico según el cual «pretenden lo mismo por diferentes métodos»! Primero, que no pretenden lo mismo: los modelos sociales que figuran en sus respectivos programas son muy divergentes y, en no pocos aspectos, antagónicos. Y segundo, que lo esencial del problema está precisamente en la cosa de «los diferentes métodos».

O, si no, que acepten que los demás, en justa correspondencia, afirmemos que ellos, los entusiastas propagandistas de la unidad indisoluble de la nación española, pretenden lo mismo que los secuestradores de Marey, los asesinos de García Gonea y los enterradores en cal viva de Lasa y Zabala... «sólo» que por diferentes métodos.

La actitud de los partidos nacionalistas vascos, ERC y BNG es tan antigua como la propia Constitución. Algunos parecen haber olvidado que incluso, en el caso de Euskadi, la mayoría de la población no dio respaldo al texto constitucional, de modo que se ve mal qué podrían celebrar sus representantes.

Hacen trampa. Cuando elogian la Constitución con encendidos ditirambos, se fijan en exclusiva en el reconocimiento que esa ley fundamental hace de los derechos y libertades de la ciudadanía. Tal como presentan la cuestión, se diría que quien no aplaude todos y cada uno de los artículos que componen la llamada Carta Magna es enemigo de los derechos civiles y de las libertades democráticas. Olvidan que la Constitución no sólo sanciona esos derechos y esas libertades; también coloca en los altares otros derechos, incluyendo el de las Fuerzas Armadas a intervenir para garantizar opciones políticas que deberían considerarse, como todas, sujetas a la libre determinación de las gentes.

Quienes tienen conocimiento y memoria saben que ese extremo no se decidió tras arduo debate entre los parlamentarios constituyentes, sino que llegó a las Cortes ya escrito. Y que el portador del texto ajeno se limitó a decir: «Esto es lo que hay», dando a entender que, si no se aceptaba, en alguna Brunete nada mediática podían empezar a oírse los motores de los tanques.

Así que menos cuento.

La más chirriante de las paradojas surge cuando se recuerda -yo lo recuerdo, al menos- que esos partidos que no acuden a celebrar la Constitución y que son mirados con desconfianza por el actual establishment fueron de los que más hicieron -y más pagaron- por defender las libertades en tiempos de la dictadura franquista, mientras que muchos de los que ahora los anatematizan no movieron un dedo en pro de los derechos civiles o, incluso, militaron en las filas de quienes los aplastaban.

Así se escribe la Historia. Que, como es bien sabido, siempre la escriben los vencedores.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 8 de diciembre de 2004]

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EL HORNO (*)

Otegi y ETA

JAVIER ORTIZ

         
Arnaldo Otegi perdió anteayer la oportunidad de desmarcarse de la violencia de ETA y de demostrar que, cuando afirma que la política debe ocupar el puesto de mando dentro de la izquierda abertzale, lo sostiene en serio y que él y los suyos están dispuestos a hacer lo necesario para que así sea.

De manera oblicua y entre líneas, lo que Otegi vino a decir es que ETA actúa para demostrar que posee capacidad operativa y para tener más bazas a la hora de la negociación. Pero eso, que hubiera tenido algún sentido antes del discurso del velódromo de Anoeta -ese significado di yo a la colocación de dos bombas poco antes del acto de presentación de la nueva estrategia de Batasuna-, aguanta poco y mal después de eso. Arruina los intentos que hace su organización ilegalizada para mejorar las malas relaciones que tiene con las otras fuerzas parlamentarias para facilitar la distensión y, si es caso, abrir las puertas a su vuelta a la legalidad electoral. A la vista de lo sucedido, el PSOE -que es el partido que más cuenta a tales efectos- no va a aceptarle que se haya inaugurado ninguna nueva etapa.

Los petardos del viernes tampoco envían ningún mensaje particular al Gobierno de Zapatero, que sabe bien que ETA cuenta con la gente y el material bélico necesarios para atentar. Las exhibiciones de ese género pueden valer para la ciudadanía de a pie o para cerrar la boca a algunos comentaristas políticos despistados -o despistantes-, de ésos que dan a ETA por muerta para hacerse los ocurrentes, pero no para el Gobierno, que sabe a qué atenerse.

Tengo el convencimiento de que, si Zapatero no está ya negociando en firme con ETA, es, en lo esencial, porque no ha recibido de ella un mensaje concordante con el que el propio Otegi lanzó en Anoeta, en el que le comunique que quiere pactar su desaparición y que el orden del día de la correspondiente negociación se circunscribirá a las condiciones de su «desmilitarización», con la situación de los presos y los exiliados como asunto central.

El gesto crispado que mostró anteayer Otegi y su negativa a responder a las preguntas de los informadores fueron las mejores pruebas de que, dijera lo que dijera -que supongo que era lo único que podía decir-, sí se sentía desautorizado por los autores de los atentados.

Que en ETA hay mar de fondo es un hecho. Existe un tira y afloja entre quienes creen que ha llegado ya la hora de decir adiós a las armas, y de hacerlo antes de que la cosa se ponga aún peor para ellos, y quienes consideran que hay que seguir dando leña al mono hasta que cante, cualquiera sabe qué.

Que los petardos del viernes, con su estrambote en Almería, sean expresión de esa tensión interna o no es lo que no sé. Lo deduzco, sin más.

 

* Es copia del artículo publicado por El Mundo el 6 de diciembre de 2004. Pese a no ser ni miércoles ni sábado, días en los que salen sus columnas, El Mundo solicitó ayer a Ortiz que escribiera, para cubrir una baja. Como sucede siempre que no publica en la página 2, sino en la 4 o 5, el cintillo de la columna no es Zoom, sino El Horno, nombre que Ortiz dio al billete diario que publicaba en El Mundo, allá por 1989.

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Dos Españas en Bruselas

JAVIER ORTIZ

          
El Gobierno de Rodríguez Zapatero ha aceptado que las comunidades autónomas tengan una representación directa, única y rotatoria, en los consejos de ministros de la UE en los que se aborden materias con más claras repercusiones para la gobernación territorial.

Se avanza así en una dirección hacia la que venían señalando desde hace tiempo los gobiernos de varias comunidades, incluyendo alguno del PP.

En su momento, cuando el Ejecutivo de Ibarretxe presentó esa reclamación, señalé hasta qué punto resultaba peregrina la idea aznariana según la cual acceder a algo así equivaldría a dejar vía libre al separatismo. Todo lo contrario: lo que se pedía es que la comunidad autónoma vasca tuviera un hueco dentro de la representación española ante la UE. Menos separatista, imposible.

La reivindicación vasca tenía un sentido práctico. Dos, mejor dicho.

Uno, y por poner un ejemplo: si se va a debatir en Bruselas sobre la costera de la anchoa, casi mejor que en la reunión esté presente alguien que conozca el asunto bien a fondo. (Lo cual, por supuesto, vale lo mismo para Andalucía y el aceite, para el País Valenciano y los cítricos, para Castilla-La Mancha y el girasol, etcétera.)

Segundo objetivo práctico al que apuntaba la reivindicación vasca (aunque éste de modo algo más oblicuo y con una finalidad más política): suponían sus autores que, en la medida en que la voz de Euskadi se vaya haciendo oír en los foros continentales, mejor podrán combatirse los tópicos existentes sobre «lo vasco» y más se facilitará la extensión de la idea de «la Europa de los pueblos».

Pero hay un punto del acuerdo alcanzado por el Gobierno de Zapatero y la representación de las CCAA que me resulta particularmente chocante. Han convenido que quienes vayan en nombre de las CCAA a las reuniones de la UE no actúen en defensa de su comunidad autónoma en particular, sino del conjunto de todas ellas, en general. Habrán de alcanzar acuerdos previos para acudir a esos encuentros con un punto de vista único.

Oído lo cual, mi pregunta es: entonces, ¿qué pinta la representación del Estado? ¿No se supone que el Gobierno del Estado acude a la UE para defender los intereses conjuntos de todas las comunidades autónomas? ¿O deberemos suponer que el Estado tiene intereses distintos al de la suma de las poblaciones de los territorios que lo integran?

A nada que se reflexiona sobre ello, resulta obvio que seguimos enredados en las viejas contradicciones puestas en marcha durante la Transición. Lo que tenemos aquí no es ni un Estado federal ni un Estado centralista, sino un Estado federal y centralista a la vez.

O sea, un engendro.

Pero de verdad que me alegro de que se entre por esa vía. Cuanto más evidentes se vuelvan las contradicciones, más acuciante se volverá la necesidad de encararlas.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 4 de diciembre de 2004]

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El cristal con que se mira

JAVIER ORTIZ

         
Tras tragarme el discurso inicial y buena parte de las posteriores respuestas que proporcionó José María Aznar durante su asistencia a la Comisión Parlamentaria del 11-M (por cierto: ¿por qué es obligatorio llamar a eso «comparecencia»?), mi resumen final fue que no sólo no había logrado enterarme de nada que no supiera ya sobre lo sucedido entre el 11 y el 14 de marzo, sino que tampoco había conseguido enterarme de nada nuevo sobre Aznar. Llegó incluso a hastiarme, con su inveterada tendencia a presentar sus conjeturas («Tengo la sensación...», «Me pregunto...», «No hay que descartar...», «Cabría imaginar...») como si fueran argumentos de peso. Por mucho que el careo se prolongara -y cuidado que se prolongó-, aquello era todo el rato más de lo mismo.

O eso me pareció.

Pero puede que no fuera así. Porque luego estuve escuchando los comentarios radiofónicos sobre la sesión parlamentaria y descubrí que otros habían visto y oído montones de cosas de las que yo ni me había enterado. Cosas, además, totalmente contradictorias: Aznar había estado brillante, Aznar había estado aburrido, Aznar había dado a sus oponentes una paliza total, Aznar no había acertado a responder a ninguna pregunta clave, Aznar capeó con estoicismo las impertinencias más intolerables, Aznar fue acorralado por algunos parlamentarios que lograron forzarlo a evidenciar su soberbia... Y así todo.

Confirmé de ese modo algo que no por sabido me resulta menos preocupante: la gente no ve sino lo que quiere ver.

Pero eso no es lo peor. Lo peor es que cree que lo que ve es la realidad completa, compacta, perfecta y sin fisuras.

Antes de que se iniciara la sesión parlamentaria, de buena mañana, oí a otro comentarista radiofónico afirmar no sólo muy serio, sino incluso muy crispado, que la tesis de que el atentado del 11-M fue obra de Al Qaeda «ya no se la cree ni el PSOE». Me pareció un caso fascinante de subjetivismo: no sólo confundía sus propias ideas fijas con la realidad, sino que daba por seguro que los demás también participamos de sus ideas fijas, sólo que lo disimulamos. Hay gente que no sabe ni lo que tiene ella misma en la cabeza -no aprecia la importancia de la psiquiatría, y es pena-, pero se cree experta en lo que ocultan las mentes ajenas.

Resulta curioso el juego que se monta entre los comentaristas políticos y el gran público. «Me gusta mucho lo que opina usted», me dijo el otro día una señora muy simpática después de una conferencia. «Eso va a ser porque confirma lo que piensa usted», le respondí bromeando.

Y es que a menudo no buscamos ideas nuevas, sino ratificaciones. Y hacemos mal. Mejor que oír repetido lo que ya hemos pensado por nuestra cuenta es enterarnos de cómo ven otros lo que sucede. Así, haciendo acopio de piezas diferentes, podemos tratar de completar ese endiablado rompecabezas que constituye la vida real.

 

[Es copia del artículo publicado por El Mundo el 1 de diciembre de 2004]

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