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2017/10/20 20:40:6.595767 GMT+2

¿Qué hacemos con las bandera de España?

¿Qué hacemos con las banderas que han nacido en nuestro aire? Vivo en Madrid, donde el problema de España en Cataluña ha hecho explotar el gas nacionalista -que ya estaba ahí y de repente es denso- y lo que sea que ha pasado en la casa de muchos de nuestros vecinos ha rebosado por los balcones en forma de borbotones rojos, amarillos y de nuevo rojos.


La urticaria es claramente contagiosa. Pared en la que supura una bandera, muro al que pronto se le llenan de legañas las ventanas. En los barrios pijos el acceso febril es tremendo, en los barrios obreros las pústulas aparecen más localizadas. Están por todos lados.


En algunos edificios han brotado banderas piratas, republicanas, LGTBI o sábanas con el lema Parlem! Como sucede con la homeopatía, la dosis de estas telas está tan diluida en la inmensidad de la ciudad que cabe dudar que alberguen principio activo sanador, aunque dan ganas de echar cuentas de los pisos y llamar al telefonillo para lanzar un beso a estos vecinos.


Recuerdo que un compañero, en primero de BUP, pasó el verano en algún lugar de Estados Unidos. Vino contando que en las casas unifamiliares del pueblo, esas en las que el padre siempre anda subido al tejado, tenían izada la bandera nacional. Nos reíamos, lo pensábamos marciano. Hoy he visto un banderón con mástil en mi calle.


No es broma. Yo estos días salgo a la calle y siento opresión refulgiendo en una bandera que no me molesta en el DNI porque es meramente descriptiva: soy español, vivo en España. Pero esas banderas, siendo iguales son otras, son las de aquí están mis cojones, las de no llegó la paz, llegó la victoria. No todos mis vecinos infectados de banderiosis tienen dicción falangista y muertos en su genealogía, no. Esto es lo más jodido: el autoritarismo español era un gas que vivía en esa atmósfera de colores pastel llamada democracia española. Lo llamaban consenso y no lo es oe oe, tendríamos que cantar en las manis.


J. ya me ha preguntado un par de veces por la repentina floración textil y no me he gustado en mis respuestas. Me he escuchado explicarle que las banderas acaban por ocasionar peleas entre quienes las portan y que en casa no nos gustan mucho. Ahora trato de pensar cómo explicarle que los vecinos de la puerta de al lado -los únicos que la han sacado en mi edificio tenían que ser los que la dan caramelos y la sonríen-, han colgado de la ventana la advertencia de un matón. Tendré que confesarle también que, en realidad, no pienso que todas las banderas sean igualas, ni por supuesto todos los portadores de banderas, por más que en casa no tengamos ni la del Atleti.


En fin, que un montón de gente acatarrada del patriotismo del que tiene el poder (que lo convierte en el más peligroso de los patriotas), amenaza con hacer de los balcones engalanados cual palco de autoridades la normalidad diaria para el aire de J. Una atmosfera más densa, gas  expandiéndose por todo el espacio que le dejemos con nuestras miradas esquivas.


Ojalá una lluvia de lodo que arruine las coladas y deje las banderas de España señaladas del odio con el que se han colgado.

Escrito por: eltransito.2017/10/20 20:40:6.595767 GMT+2
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2017/09/27 18:44:30.031673 GMT+2

La sacralización de la legalidad como vía al totalitarismo

Estos días asistimos al acto más arrebatado del problema de España (que no de Cataluña). De uno de los problemas de España y de Cataluña, sería más preciso decir. No soy yo quién para dar mis opiniones respecto de la independencia de un lugar que no habito, pero entre el murmullo de soliloquios se escurren ideas que me parecen preocupantes y que son transversales a todos los problemas de España.

El argumento más utilizado por la gente que se piensa a sí misma moderada, de orden –probablemente progresista- es que, más allá de la pertinencia del derecho de autodeterminación, la consulta es ilegal y está fuera de la Constitución.

Amparados por la razón jurídica, dan carpetazo a un problema social complejo y que afecta a millones de personas. "Ya lo siento, pero es que es ilegal, vivimos en una democracia, con sus reglas y unos procedimientos precisos para cambiar las cosas".

Aquí subyacen varias ideas perversas. Nuestra democracia se configura como el contrato social perfecto (un fin de la Historia) y las leyes son redacciones neutras, ajenas a las relaciones de subordinación de la sociedad que las crea. Las normas jurídicas son, incluso, fines en sí mismas, y no instrumentos con los que articular nuestras relaciones sociales.

En mi opinión, una sociedad no es más totalitaria cuantas más voces de feroz fanatismo albergue (cuantos más grupos nazis haya, por ejemplo). No, será más totalitaria cuanto más inhumanos sean los usos cotidianos de la mayoría de sus habitantes.

Esta idea de una ley neutra e inalterable, paradójicamente por encima de la idea de justicia, parece fijada en el cortex de una gran parte de la población. Se la he escuchado varias veces a gente que, encogida de hombros, se la repite a sí misma para censurar la okupación de la vivienda vacía de un banco por parte de una familia sin recursos. Busquen sus propios ejemplos.

Una sociedad retrógrada es, por definición, la que retrocede, pero una de las maneras que tiene de ir hacia atrás es quedarse inmóvil. Si no se adapta a los retos y problemas que emerjan, estará retrocediendo en los ámbitos de los derechos y las libertades, sin mover los pies del sitio. De permanecer inmóvil se pasa a presenciar impávido cualquier situación injusta, utilizando legalismos como excusa para no mirar a los ojos en busca de la necesaria empatía.

Esa comunidad que no mueve los pies del sitio, que se queda plantada, será una que, antes o después, se tambalee, se hunda un poco y tronche las raíces entre los temblores de la tierra. Una sociedad en la que una gran parte de su población no se plantea lo justo porque ya existe lo legislado es, sin duda, una sociedad totalitaria, y la fuente de su intolerancia habrá que buscarla en nuestra democracia, que la genera.

Coda:  Decía al principio que no soy yo quién para dar mi opinión…lo he pensado mejor. No soy, desde luego, quién para lanzarme a hacer un análisis de la independencia de Cataluña, pero dado que considero un blog una casa voy a dejar aquí mi posición respecto a un proceso que me parece lo suficientemente importante como para posicionarme (con todas las incertidumbres y dudas que uno está obligado a abrazar).

Nunca me he sentido de ninguna nación, ni he considerado un hecho diferencial haber nacido en el Estado en el que vivo. Mucha gente hace apreciaciones similares estas para mostrarse en contra de "la creación de un nuevo Estado", "una frontera" o "una bandera más". Sin embargo, a mí ese (no) sentimiento me lleva a apoyar el derecho de autodeterminación. Un nacionalismo no desaparece por no tener un Estado y tiene ya su bandera nacional. En un mundo con fronteras, una división más no es necesariamente un mundo menos libre (de lo contrario, sería preferible un mundo de imperios).

De esta forma, uno puede ser independentista sin ser nacionalista, y pese a tener muchas dudas de que las correlaciones de fuerzas vayan a permitir construir una Cataluña socialmente transformadora, entiendo la ilusión de jugársela en un proceso constituyente. Hay una brecha, hay una posibilidad de hacer y hay una realidad digna de intentar ser anulada.

 

Escrito por: eltransito.2017/09/27 18:44:30.031673 GMT+2
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2017/09/12 20:36:27.361293 GMT+2

En mi calle hay

En mi calle hay casas más bien feas, gente más bien fea, vistas interiores y diferentes tiempos alineados. Algunos no somos tan guapos. En mi calle hay un tabernero de River que me saluda sonriente cada noche al volver del trabajo, tras el cristal de su trocito de pampa. Un polaco bigotón, un enterao de todos los bares -hay cinco o seis-, un matrimonio de los de barra que trata al chico de la tienda de chinos -hay un par de ellas- como si fuera un hijo.

En mi calle hay senderos de huellas invisibles, recorridos que hice charlando con mis críos camino de la guarde. Huellas que iban creciendo a medida que su perspectiva se alejaba de los tubos de escape y de los hocicos de los perros. A medida que veían más allá de la maleza del descampado de la acera derecha y las palabras se repartían. A medida que crecíamos.

En mi calle hay unos chavales que echan horas a la salida del gimnasio con unas cervezas y unos porros. En ocasiones marcan golpes secos en el aire, las más de las veces sólo carcajean, relajados. A veces les acompaña un señor mayor de origen oriental (he querido imaginar que es su maestro), también yonkilata en mano. Juraría que entre un chico y una chica ha surgido algo especial. Miro de reojo al pasar.

En mi calle hay una mujer mayor, le tiemblan mucho el cuerpo y la voz. Ahí sigue: apoyadas en una muleta, sus piernas congestionadas recorren, poquito a poco, la calle tras un perrillo viejo. Siempre hay mujeres (y una chiquilla) que vienen a verla y la acompañan en sus paseos. Gente que no sé de dónde sale. Vive en una corrala muy vieja, de líneas panzonas, que habría sido pasto de la piqueta de no ser por una extraña situación administrativa.

En mi calle el del taller y el de la tienda de marcos siempre están fuera de sus tiendas. Juan y Ana -los chinos de la tienda de chinos- sacan su silla a la fresca. Hay un señor con gafas que, algunas noches, vacía los contenedores con orden de bibliotecario. Va clasificando en montoncitos los materiales, mete en distintas bolsas lo que le sirve y, después, vuelve a dejarlo todo en orden. Mucho mejor que lo encontró. Hay mucha gente, también, que revuelve y lo deja todo hecho una mierda. No osaría juzgarles.

En mi calle hay un viejo que se dedica a gritar a los vecinos extranjeros a la salida de la guardería. En sus formas desquiciadas, en el fondo, se hacen carne todos los viejos cabrones y racistas que -de todas las edades- habitan también en mi calle.

En mi calle hay otro viejo, chaparro, con cara de haber tenido sabañones y carrillos enrojecidos por los chatos de vino. Vigila, siempre, desde una azotea baja. Dan muchas ganas de saludarle al pasar, aunque creo que su gesto no variaría jamás. Con su barbilla acomodada, el cuello subsumido sobre los brazos, relajados en el poyete.

De las ventanas abiertas de mi calle, esto es, las de pisos de mierda calurosos, salen volando notas calientes de bachata, hip hop, risas, gritos, esquirlas...En las ventanas cerradas de mi calle, esto es, en las que, como en mi edificio, combinan aire acondicionado y temor a la vida, se condensan los prejuicios blancos de aquellos a quienes perturba que el suelo se mueva.

En mi calle hay una familia bastante ruidosa. Los hombres tienen silueta de suspiro y las mujeres pinta de hundir un poco el suelo con su paso firme. De andares arrogantes y presencia ineludible. Los sábados por la mañana ponen a punto su coche y cantan flamenco a voz en cuello. Conocen tanto a la policía como a los vecinos y hablan moviendo mucho las manos y poco los ojos.

En mi calle había hasta hace unos días un ebanista jubilado. Trabajando. Tenía un local desnudo que le dieron por su taller, creo, cuando la administración decidió "sanear" la zona (otros tuvieron peor suerte y perdieron sus casas: ese es el origen del descampado).

Los meses de buen tiempo colgaba de la pared de la calle, con clavitos, jaulitas de gorrión. La puerta siempre estaba abierta y a través de ella se le escuchaba silbar, con el cepillo de carpintero agitándose de aquí para allá. Otras veces le he visto sentado, con un botijo de Mahou, pensativo. Había esparcido migas a su alrededor y las palomas, que normalmente vigilan mi calle desde un cable eléctrico que la cruza, picoteaban el firme grumoso del local. El viejo carpintero, inmenso, de mirada traspasadora y gestos rotundos, solía charlar con los vecinos. Las más de las veces un señor bajito escuchaba y asentía con las manos en la espalda, como equilibrando un cuerpo leve, que flotara sin gravedad.

Hace unas semanas vi las viejas jaulitas, herrumbrosas, junto a los contenedores de reciclaje, donde dejamos en mi calle las cosas por si le sirven a alguien (el parque de mis niños está ahora en una peluquería a dos portales del mío). El cartel de Se vende ya no cuelga de la pared gris de los pajaritos. Me alegro mucho por el viejo ebanista, que ha encallecido de sobra sus manos, como para poder disfrutar una buena jubilación. Lo siento por el señor bajito.

En un bajo de mi calle vive Omar, un trotamundos que ha viajado con su peculiar bicicleta con dos avances por todo el mundo. Muchas veces le veo poniendo a punto la bici en mi acera, con las manos manchadas de grasa. Ahora anda por Santiago de Compostela pero siempre vuelve, y va por ahí pedaleando, vendiendo pulseras por las terrazas de Madrid.

En mi calle hay una tahona moderna, de esas en las que puedes ver al panadero amasar masa madre tras un cristal. Tenía todas las papeletas para ser el forastero que irrumpe en la plaza del pueblo y todos miran, pero se ha convertido en un lugar bullicioso, que resuena algo confuso y es perfecto para mi calle. Hacen buen pan y preguntan por la familia.

En mi calle se divisa, al fondo, la silueta de un rascacielos. Torre Picasso. Por las noches, iluminado en azul, se aparece como un sable de luz, un gigantesco objeto imantado que acabará por atraer mi calle hacia una realidad de líneas rectas y rostros escrutables a primera vista. Los desconchones de mi calle, el descampado, el chico alcohólico que se deja calvas de tiñoso al afeitarse la cabeza, irán desprendiéndose violentamente cuando, finalmente, la calle vuele a adherirse al gran imán con forma de falo luminoso.

Con suerte, quedaremos aquellos cuyas rarezas se esconden más al fondo. Detrás de una piel menos curtida.

Escrito por: eltransito.2017/09/12 20:36:27.361293 GMT+2
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2017/07/17 19:40:25.176163 GMT+2

No se mide con un compás: cuando la periferia está también dentro del círculo

 

Está de moda hablar de las periferias. Artísticas, políticas, urbanas. Contorno de cualquier figura curvilínea. Límite externo o exterior. La mayoría de las veces las periferias urbanas, a las que me refiero ahora, se definen por su posición geométrica respecto del centro de la ciudad.


Dejaba por escrito Rafael Cansino Assens en un artículo sobre el arrabal en la literatura (1924) que el arrabal  "es de naturaleza análoga al mar", afirmación lírica que explicaba inmediatamente después:


En él, en sus vagos campos sin urbanizar, se sumen y se desfiguran, se hacen imprecisos e incoherentes todos los lineamentos arquitectónicos y mentales de la ciudad. Las ideologías urbanas, las artes y conceptos urbanos, terminan y se enmarañan en la arbitraria libertad del arrabal. No todas las ciudades tienen a su término un mar en que la dura tierra se haga ola y las perspectivas se rasguen indefinidamente.


La cuerda que vibra en su descripción es antes la de la falta de disciplina urbanística y el afuera de la ciudad como construcción sociopolítica que la situación geográfica puertas afuera. De hecho, el ser periférico (arrabalero) geográficamente se cura con el crecimiento urbano, pero el ser periférico tiene que ver más con la experiencia compartida del territorio abandonado y popular que lleva a sus vecinos a pensarse fuera, a imaginarse entrando.


En un territorio periférico que ha quedado dentro de las murallas hoy simbólicas de la ciudad moderna (o muy reales, sean carreteras de circunvalación o vías ferroviarias), los esquemas mentales y físicos asociados a la ciudad, tal y como es merecedora de ser contada en cualquier espacio que no sea la sección de sucesos, "se sumen y se desfiguran, se hacen imprecisos e incoherentes todos los lineamentos arquitectónicos y mentales de la ciudad"


En el territorio periférico urbanísticamente densificado (es decir, viejito ya) los "vagos campos sin urbanizar" siempre vuelven a crecer en forma de descampado o cascarones de vivienda vacía, y el hecho de no ser pústulas, sino naturaleza misma del territorio periférico, es lo que reafirma a la periferia como tal: se derriban casas humildes y los descampados viven lo suficiente como para que las pintadas de la medianera se vean desgastadas, nazcan amapolas silvestres a sus pies y los gritos -sin boca, con acentos cargados de estigma- se ahoguen en la noche.


Las periferias interiores - ¿encerradas? - se siguen definiendo por contener, aunque sea en ciertas partes y a veces, la "arbitraria libertad del arrabal". Lo que es lo mismo: por haber sido abandonadas un tanto a su suerte por el relato experto del planificador urbano. Lo que es lo mismo: la posibilidad de la paradoja de que el periférico (arrabalero) quiera a la vez "salir del barrio" y "llevar el barrio" siempre con él.


Lo periférico es diverso, puesto que el centro intenta acercarse, casi por definición, a la caracterización espacial del centro político de una sociedad. Lo que queda fuera o fuera-dentro sólo puede aparecerse como imaginativas versiones chuscas de la ficisidad oficial y contener resistencias, a veces muy a su pesar. Sin embargo, lo periférico es también una misma manera de mirar, estar y mirarse. Lo periférico son dos bancos desatornillados del suelo para ser enfrentados o un desconchón como agarre de la memoria en el espacio.


Por eso lo periférico puede resistir en el centro de una ciudad y nunca se le vio en las urbanizaciones de clase media aspiracional que algunos llaman periféricas.


Por eso la periferias residen en las experiencias vitales y no se miden con un compás sobre un mapa. Toman forma en los conflictos y se adhieren, como el salitre del mar de Cansino Assens, a las partes exteriores e interiores de la frontera urbana.

Escrito por: eltransito.2017/07/17 19:40:25.176163 GMT+2
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2017/04/07 16:46:55.877644 GMT+2

El progre de extremo centro

No sé quién acuño la expresión extremo centro. Se la he leído al periodista Íñigo Lomana, sé que Tariq Ali la utilizó en un libro (que no he leído) y que, en general, ha pasado a ser últimamente parte del acervo cultural. Al no ser un concepto demasiado definido, cada cual lo aplica un poco a su manera, aunque suele tener un aroma reconocible que nos hace asentir con la cabeza: "sí, esto es extremo centro".


En mi percepción, el extremo centro alude al pensamiento único -término pasado de moda pese a su objetiva vigencia ¡hay que ver con qué celeridad caducan hoy los conceptos! -, y lo hace caracterizado en la figura del progre.


El progre es un sociata, independientemente del partido al que vote hoy en día. Es un abanderado equidistante de la democracia (y casi su dueño), un tipo de modales serenos, monopolizador del sentido común y amante del buen vino.


El personaje de extremo centro es aquel que, antes de condenar la detención de los titiriteros, tiene que aclarar que lo hace "aunque la obra es muy mala", o a pesar de que es "totalmente inadecuada"; que está dispuesto a morir (mentira) porque yo, kilómetros por debajo de su saber estar y su altura moral, pueda decir mis mierdas; el progre es un esteta burocrático, un bon vivant grisáceo de libro (de estilo de El País).


El problema geográfico del extremocentrista es que, sin saberlo, se va escorando más y más profundamente hacia la derecha porque, claro, el mundo se hace más mezquino y totalitario y...él siempre está en el centro.


El de extremo centro es un comunicador compulsivo, ya sea periodista o enteradillo de verbo fácil y en cualquier ámbito. Es el que detenta el centro de la esfera pública. El progre de extremo centro odiaría saber que, en el fondo, ese estereotipo del cuñao -muchas veces clasista-, es la versión zafia y desenfadada de su propia presencia pública.


En el discurso de extremo centro cabe, por ejemplo, firmar un manifiesto contra la reciente condena a un año de cárcel de Cassandra por unos chistes sobre Carrero Blanco en twitter (ponga aquí, de nuevo, la coletilla de que los chistes son malos o desafortunados, pero). El caso de la tuitera no hay por dónde cogerlo, es una barbaridad jurídica, democrática y social. A pesar de ello, el mundo ha derrapado con tanta violencia hacia la salida de la derecha que habrán leído en las muy justificadas protestas sobre el caso el epíteto desproporcionado ¿Cómo que desproporcionado? No me jodas.


En el discurso de extremo centro no cabe, sin embargo, condenar firmemente la condena de unas personas de Alsasua como si fueran terroristas por lo que, a todas luces, fue una pelea de bar. Aquí sencillamente el tipo de extremo centro ejercerá un disimulado silencio, no vaya a ser que su ropa impecable se manche de ETA. Aunque el caso no haya por dónde cogerlo, sea una barbaridad jurídica, democrática y social.


Pero claro, nos habíamos olvidado por un momento que el tipo de extremo centro es un progre, un sociata (aunque no vote al PSOE), y en consonancia con su sensibilidad liberal barnizada de socialdemocracia lo suyo son los derechos civiles, como la libertad de expresión. De ahí que la barbaridad de Cassandra sea suficientemente normal como para que salga a ocupar el centro del escenario a ensayar su voz engolada, matizando, poniéndolo todo en su sitio.


El problema es cuando hay que ocupar la posición central de un mundo que considera que tener en casa un libro llamado Contra la democracia o querer subvertir el orden establecido es motivo para que entren en tu casa de noche, te detengan y te mantengan meses en un régimen de reclusión especial. En este caso, nunca, jamás, he escuchado a nadie de extremo centro entonar una condena, pese a tratarse también de un caso flagrante contra las libertades de expresión y pensamiento.


Es por esto por lo que el extremo centro apesta aunque algunas veces coincidamos en una causa justa.

Escrito por: eltransito.2017/04/07 16:46:55.877644 GMT+2
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2017/03/08 19:32:40.042345 GMT+1

¿Dónde están los relatos colectivos?

 

1. La semana pasada escribía en Somos Malasaña acerca de la historia de María Lejárrega, escritora cuya memoria se ha reivindicado mucho después de que fueran escritas sus obras de teatro y novelas. No es de extrañar: las firmó con el nombre de su marido. El Ayuntamiento de Madrid ha decidido colocar el nombre de mujeres, más o menos olvidadas, de la Generación del 27 en algunas fachadas que vienen a cuento por ser espacio de sus vidas o sus obras.

2. Desde hace unos meses, cada vez que entro en mi estación de metro veo la cara de Pedro de Alvarado conquistador de Guatemala, que da nombre a la misma. La imagen, y su leyenda, pertenecen a un proyecto de Metro de Madrid y la Real Academia de la Historia, que les sonará de grandes hitos de la producción de moho como su diccionario biográfico.

Echo un vistazo a los protagonistas del proyecto de recuperación de la memoria histórica de la nomenclatura del suburbano: 4 mujeres y media (por los Reyes Católicos), de las cuales sólo una, Manuela Malasaña, no es de origen noble. De 53. Casi todos los representados pertenecen a las  élites sociales de su momento.

  Los días que voy a casa de mis padres tengo el gusto de toparme con el careto de Ángel Herrera Oria, obispo franquista. Si, en cambio, bajo las escaleras de la siguiente estación más cercana a mi casa, Estrecho, no encuentro ninguna explicación acerca del nombre. Nunca es fácil ponerle rúbrica la memoria popular, pero se dice que el barrio era así conocido porque  “ había que cruzar el Estrecho para ir desde Tetuán (hoy un barrio de Madrid, antaño parte de otro pueblo) hasta Madrid”. Una suerte de patera de la memoria que a nadie importa, por lo visto, como el resto de historias protagonizadas por las clases populares y por sujetos colectivos que jalonan la toponimia de nuestras ciudades.

3. Con motivo del 8 de marzo, ocupé un buen rato en recopilar distintos artículos sobre mujeres trabajadoras, pioneras o feministas, que he escrito en Somos Malasaña durante los últimos siete años. Hay varios – probablemente he olvidado unos cuantos-, y sin duda los mejores son los que tienen que ver con sujetos colectivos: verduleras, brujas, putas o telefonistas.

4. Hoy no he podido ir con J. y  D. a ninguna de las manifestaciones por el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. El jueves, en cambio, haremos huelga (hay convocado un paro general en Educación), e iremos a la manifestación. J. ha estado en unas cuantas, pero era más bien pequeña. Entonces, era fácil para ella captar la parte festiva de la multitud, pero creo que nunca le expliqué suficientemente bien la potencia que palpita en la rabia de la multitud.

Ella, a sus seis años, tiene ya a mano relatos héroes y heroínas –pongan un rato Clan TV si no saben a qué me refiero-. J. tiene que entender hoy que es nieta de las brujas que no pudieron quemar y el jueves que será la nieta de los obreros que no pudieron matar.

¿Quién me presta relatos populares y colectivos para explicar a J. la energía que intuirá? ¡Los necesito!

* La imagen que ilustra el post es un detalle de Las Brujas de Goya | http://museolazarogaldiano.files.wordpress.com

 

Escrito por: eltransito.2017/03/08 19:32:40.042345 GMT+1
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2017/01/18 20:32:6.660877 GMT+1

La turistificación y la pérdida de la vecindad

Hace pocas fechas conversaba con una librera de Lavapiés acerca de lo divino y lo humano, que es lo que habita en los libros, cuando salió el tema de los pisos turísticos. El vecino de arriba, un viejecito encantador, solía atenderles amablemente cuando, con más frecuencia de lo deseable, aquel piso del viejo Madrid meaba una humedad en el local. El señor, sin embargo, murió hace pocas fechas y, vete tú a saber qué herederos o nuevos propietarios habían reconvertido el piso en uno de los tan de moda apartamentos para alquiler ocasional. El resultado es que el misterioso nuevo vecino, al que los libreros no habían podido acceder (y que probablemente sea una personalidad jurídica), se les aparece en forma de vaporosa sucesión de siluetas arrastrando sus maletas.


En los últimos meses el tema de la turistificación se ha convertido, merecidamente, en asunto central. Normalmente, se explica que la proliferación de apartamentos turísticos reduce drásticamente la oferta de vivienda disponible en los barrios que se han puesto de moda, lo que hace subir los precios de los alquileres y acaba expulsando a sus residentes (se produce un proceso de gentrificación, en el que nuevos vecinos más arriba en la escala social repueblan lo que de habitable quede en el barrio).


Esto es así, os lo aseguro,  trabajo en un medio local en el que estamos haciendo especial seguimiento del proceso. Como muestra: desde 2014 hasta cinco edificios enteros de viviendas se han reconvertido en inmuebles de apartamentos turísticos en el barrio del que se ocupa el medio, la oferta total de apartamentos turísticos supera allí el millar y conozco personalmente vecinas que no han podido afrontar las subidas del alquiler.


Sin embargo, hay un factor que no se está poniendo de manifiesto en el debate, y que es el que conecta con mi conversación inicial con la librera de Lavapiés: la pérdida de la vecindad.


La turistificación de un área conlleva, irremediablemente, la pérdida de densidad social en los barrios. En un lugar con un porcentaje amplio de población flotante, las interacciones serán inevitablemente puntuales. Lo peor, probablemente, no será la banalidad de los encuentros en la escalera, o que estos sean más bien encontronazos, sino los encuentros que no se darán más.


Podríamos recurrir al tópico de pedir la sal, pero hablamos también subir la compra a la vecina que uno sabe tiene mala salud, de la capacidad de organizarse de una comunidad de vecinos o, incluso, de la potencia de un barrio para generar tejido asociativo.

Algunos barrios podrían llegar a ser tramoyas vacías, paradójicamente, llenas de gente. Todos conocemos ya en los centros urbanos calles muy tupidas por el tránsito de vecinos ocasionales y vacías de vecindad.

 


La vecindad no es sólo la condición de arraigo que hace más humana nuestra existencia en una ciudad arisca; tampoco sólo su envés, encarnado en el control informal propio de las comunidades densas (el vecino cotilla). La vecindad son nexos profundos y sedimentados que permiten el apoyo mutuo sobre el territorio, esto es, aguantar las de Caín cuando vienen mal dadas, esto es, -dicho cursimente-: aporta resiliencia urbana. La vecindad es la cualidad primera para forjar alianzas que podrán ser políticas (la asociación de vecinos), personales (la relación antes que un rollo ocasional) o de subsistencia (cuando ésta depende de iguales, por ejemplo la PAH).


Y qué queréis que os diga: nos queremos vecinas.

 

Escrito por: eltransito.2017/01/18 20:32:6.660877 GMT+1
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2016/12/02 18:24:25.572655 GMT+1

Sin olvidar la almohadilla: por unas huelgas que nos incumban a todos

Mi amigo A. guarda celosamente la almohadilla de sus auriculares. Empezamos a trabajar juntos en un trabajo de teleoperador (coincidimos en el barrio, en la carrera de Historia y en un par de trabajos de este tipo) ¿Qué almohadilla? Resulta que al entrar en uno de estos trabajos te daban, como única y más preciada posesión, la esponjita que cubre los auriculares, para higienizar el hecho de compartirlos con las distintas personas que, en distintos turnos, pasaban por cubículo. Él lo guarda para no olvidar un trabajo que le resultó -lo era- especialmente duro.


El pasado 28 de noviembre se produjo una huelga de telemarketing (24 h.) convocada por CGT, UGT y CC.OO para mejorar el convenio colectivo, que parece ha obtenido una repercusión y un seguimiento mayor que otras anteriores del sector.


De mis tiempos de teleoperador recuerdo una luz que me avisaba de que tras colgar la llamada en curso me entraría una nueva; recuerdo perder el nombre, pues en cada una de las campañas que realizábamos toda la plantilla adoptaba un mismo apelativo (existían el nombre de chica, tipo María Pérez, y el de chico, Luis Pérez, éste real); recuerdo la amenaza constante de poder estar siendo escuchado por algún superior; recuerdo gente gritando al otro lado del teléfono; recuerdo a gente llorando al otro lado del teléfono...


Recuerdo contratos encadenados, empresas de trabajo temporal, jornadas complicadas y ausencia total de cualquier cosa que rimara con sindicalismo. Para mí fue poca cosa, sumando meses algo más de un año en dos empresas distintas, para muchos compañeros era, sin embargo, el único horizonte laboral.


Una de las muchas zancadillas que el capitalismo posindustrial ha puesto a nuestra organización en el mundo del trabajo es la falta de conexión entre trabajadores de diferentes sectores. De esta manera, sin los camioneros hacen huelga los demás lo leemos en el periódico. Si la hacen los abogados lo mismo, y si deciden parar los conductores del metro, la mayor relación con su lucha laboral será sufrir sus consecuencias y, en algunos casos, insultar a sus ancestros.


Esto no siempre fue así, hubo un tiempo- en los momentos gloriosos de las auténticas Comisiones Obreras, por no hablar de antes- en que unos sectores se solidarizaban y paraban para respaldar las reivindicaciones de otros, consiguiendo una fuerza negociadora que nada tiene que ver con la actual.


El otro día se nos pidió que actuáramos. Además de la habitual petición de no consumir a la que se nos invita en una economía tan tercierizada como la nuestra (no ir al súper, no viajar en transporte público, etc.) se sugirió que podíamos ayudar en la huelga colapsando las centralitas del Banco de Santander, Movistar y Vodafone.


No sé si es un principio, pero estaría muy bien que lo fuera.

Escrito por: eltransito.2016/12/02 18:24:25.572655 GMT+1
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2016/11/10 18:41:9.283069 GMT+1

Reivindicación de la pasión sedimentada en la rutina. Un día cualquiera en el tren de cercanías

 

En el vagón del tren de cercanías, al mediodía, de frente, al fondo del vagón. Él tiene los ojos cerrados, está sentado y reclina su cabeza levemente sobre el aire. Los músculos del cuello conocen sus obligaciones. Ella está de pie, a su lado en el pasillo, y pasea los dedos sobre las sienes de la cabeza hibernante, surcando su pelo abundante cortado a cepillo. Leeeentamente, pero con la firmeza de un masaje.


Miro un rato la escena, inadvertida entre el habitual paisaje de cuerpos murmullantes. Parada. Alguien se acerca y ella se aparta para dejarle pasar. No había advertido que el asiento contiguo al de su pareja -son del tipo pareados y enfrentados-, estaba libre. Abro los ojos bien grades, valoro más el vayven cariñoso de sus dedos.


Pienso en hacer una foto disimuladamente, mas me parece que el acto mismo podría romper su trazo sutil. Incluso si nadie advirtiera el click del teléfono. En lugar de la fotografía, he colocado en el post un recuadro velado.


Si abro el campo de la mirada sé que ella, a la vez que masajea el cuero cabelludo de un cuerpo cansado con una mano, mira el teléfono móvil con la otra. La secuencia, así vista, podría parecer futo de la rutina. Desde un primer momento la percibí desexualizada, cuidadora, pero podría pensarse casi un tic moldeado en la inercia.


Me emociona aún más. Un discurrir automático como una sonrisa leve, abonada de otras pasiones, de comisuras elevadas por el éter del compañerismo. La savia de una vida plena que se filtra en un viaje de tren tras una jornada agotadora.

Escrito por: eltransito.2016/11/10 18:41:9.283069 GMT+1
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2016/11/07 19:58:44.018514 GMT+1

Cuatro escenas que no aparecen en Contra el running pero lo ilustran bien

Las últimas semanas me he visto en la obligación de volver a un texto que escribí hace más de un año y revivirlo con una intensidad parecida a cuando lo pensé. Contra al running. Corriendo hasta morir en la ciudad postindustrial es un ensayo breve que ha salido recientemente publicado en Pierda Papel Libros. Para conocer sus contenidos de una forma más descriptiva podéis leer, por ejemplo, esta entrevista del último número de Todo por hacer o este post de mi otro blog. Lo que voy a tratar de hacer ahora, en cambio, es lanzaros algunas imágenes más o menos recientes que ilustran de qué trata Contra el Running.


1. Ayer se celebró el maratón de Nueva York, leo en un artículo de El mundo titulado La élite económica española que compite en el maratón de Nueva York:

 

Central Park explotando en los colores del otoño, amarillos, granates en las hojas tardías. El irresistible encanto de la capital del mundo volcada durante un fin de semana con el espíritu deportivo de los corredores. Las bandas de música tocando en directo, inyectando ritmo en la primera parte del recorrido. El flow de Nueva York. El reto de afrontar una de las carreras más exigentes del mundo, capitana indiscutible de las seis doradas. La camaradería. El ver y dejarse ver. Ingredientes que forman parte de la receta hechizante del Maratón de Nueva York, que se celebra este 6 de noviembre, y que se ha convertido en una especie de cónclave para una élite de políticos, empresarios, directivos y banqueros que peregrinan anualmente a Manhattan.


Por el artículo desfilan directores generales, consejeros delegados y hasta aristócratas, que cuentan entre el millar de españoles que este año se han inscrito a la carrera, con un coste aproximado (estancia más dorsal) de 2.000 euros.
De esto va Contra el running.


2. Entro a twitter y la publicidad (¿contextual?) me lanza a la cara el siguiente anuncio.


De esto también va contra el running


3.Estoy buscando ejemplos para la presentación del ensayo, que hicimos el pasado 28 de octubre [aquí se puede escuchar razonablemente bien el audio]. Manoseo la idea de continuidad en los campos semánticos de los libros de autoayuda, el lenguaje de las escuelas de negocio, la filosofía barata de ciertos memes, todos ámbitos que creo comunes y que recurren a la metáfora del running para hablar de superación personal (léase mejor productividad personal)...y pienso: Risto Mejide, este tío tiene que correr. Hago una sencilla búsqueda en Google, no sé si corre o no, pero la primera noticia a la que llego me parece sugerente: Risto Mejide y Juan Roig, juntos en el Maratón de Valencia. El empresario tiene ya una edad, por lo que corre la carrera 10K. Es benefactor de la carrera.


Comercialización de la ciudad a través de su espectacularización, clase empresarial española y Risto Mejide. Me quedo con el recorte.


De esto va Contra el running.


4.Hoy mismo he leído un tuit que me ha parecido significativo:

 

 


De esto, y a pesar de no aparecer nadie corriendo en escena, también va Contra el running. Y no, no va de demonizar a la gente corriente que sale a correr.

Escrito por: eltransito.2016/11/07 19:58:44.018514 GMT+1
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