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2016/07/05 18:26:7.799132 GMT+2

Una sugerencia para Unidos Podemos y las confluencias

Aclaración: lo que sigue es una sugerencia pequeñita para Unidos Podemos y las confluencias, en la línea de intentar recuperar el viejo papel de los partidos de masas como un espacio más dentro de un cuerpo político que articule una cultura política amplia y en diversos frentes. Una propuesta pensada a nivel de partido político, aunque personalmente estoy más interesado en la creación de instituciones sociales ajenas a estos. En cualquier caso, creo firmemente en la necesidad de crear instituciones sociales propias, beligerantes y, en muchos sentidos, opuestas a las mediadas por las élites. En ese punto ambas propuestas se pueden encontrar, sin rehuir conflictos en el camino. En el campo de la sociabilidad consciente, luchando contra el apoliticismo, el prestigio de lo individual y la falta de referentes cercanos de la izquierda social en los barrios y pueblos.


Hubo un tiempo, allá en los remotos años de la primera mitad del siglo XX, en los que UGT y la Casa del Pueblo (si me apuran, El Socialista) tenían, al menos, tanto peso social como el PSOE. No se trata de una casualidad ni de una rareza histórica: los partidos de masas fueron una pieza más del entramado sociopolítico que permitió que en algunas zonas el movimiento obrero pudiera construir una cultura alternativa a la cultura entonces "oficial".


Un participante del movimiento obrero en Barcelona (no todo obrero, pero sí muchos obreros) podía en los años veinte poner en marcha sus representaciones del Juan José de Dicenta, aprender las cuatro reglas en escuelas racionalistas, articular su vida cultural en ateneos, leer sólo prensa obrera, comprar en cooperativas de consumo...


El propio movimiento se dotó de instituciones y, con ello, también de partidos (en ocasiones, no es el caso de los anarquistas). Pero el partido pertenecía a una red más o menos densa de sociabilidad, solidaridad y encuadramiento político. Una referencia territorial -el partido estaba en el barrio, no se desplazaba al barrio- que ayudaba a dar cuerpo a los intereses de clase. Como el sindicato, en todo caso.


La idea de un partido que forme parte de un continuo mayor, imbricado socialmente, reapareció en las nuevas periferias urbanas a partir de los sesenta con el movimiento vecinal y, quizá, ha tenido en Euskadi un peso mayor que en el resto del Estado (aunque reconozco mi desconocimiento sobre este punto: mejor no abundo). No podemos obviar las diversas tensiones ocurridas entonces, también, entre movimientos de base y élites partidarias, pero en todo caso se trataba de fricciones sobre el mismo territorio.


La idea fue palideciendo después de que el PCE decidiera abandonar, durante la Transición, la lucha en la calle. Los partidos de la izquierda radical y los sindicatos minoritarios fueron debilitándose hasta convertirse en socialmente irrelevantes (electoralmente nunca dejaron de serlo). Los sindicatos mayoritarios se convirtieron en un estamento funcionarial que, si bien pudo mantener algo de presencia en los ambientes profesionales más tradicionales, renunció al territorio y a toda práctica social ajena al conflicto laboral.


A partir de este momento, el partido no tuvo en España más contenido que el de su propia meta: obtener los mejores resultados electorales posibles. Ya no obedecía a una función orgánica dentro de un proyecto alternativo de sociedad sino que, en el mejor de los casos, se convirtió en candidato a ser el gestor que más se acercaba a nuestras preferencias. La militancia se entendía ya al revés: los del partido ya no eran "uno de los nuestros" sino que, en una suerte de encuadramiento cultural, "nosotros éramos del partido x"


Los partidos políticos de izquierda, imbuidos de las prisas marcadas por los plazos electorales, se embarcaron en una carrera que mezclaba clientelismos y marketing político. En los barrios algunos militantes trataban de llegar a donde podían con lo poco de lo que disponían: algún local que servía más de almacén que de otra cosa y una situación que les abocaba a la desubicación.


El No nos representan de 2011 tiene distintas lecturas y, por qué no decirlo, diferentes voces. Es posible que algunos de quienes lo coreaban se conformaran con una práctica partidista nueva, quizá libre de corrupción. Sin embargo, en el 15M estaba muy presente la idea de alcanzar una democracia más directa, una que no se sabía dibujar pero que tanteaba sus contornos en el viejo asamblearismo.


Hacia 2014 el ciclo de movilización social -el mayor desde principios de los ochenta- palidecía, y diferentes grupos sociales empezaron a abrazar la idea de establecer un frente electoral que quebrara el techo de cristal que impedía que las demandas de la movilización se convirtieran en avances sociales: el famoso asalto institucional.


Desde un primer momento la estrategia se concibió en el marco de la movilización social (hablándose de partidos movimiento), si bien el intenso ciclo electoral (elecciones europeas, municipales, autonómicas y generales) acabó por privilegiar las vías transitadas por los partidos políticos del Régimen de la Transición cuya esencia tanto habíamos repudiado.


Pero ya no, ahora toca reorganizarse pensando en el plazo medio. La idea de que el frente electoral es una lucha más, una okupación del campo institucional que coexiste con otras prácticas sociales en busca del cambio político, debería sugerir con naturalidad que los frentes electorales, en forma de partido o de agrupaciones más coyunturales, ejercieran una devolución al resto del cuerpo político. Una devolución en forma de participación democrática dentro del propio partido, de rendición de cuentas, pero también, por qué no, en forma de infraestructura y medios materiales para reforzar al escuálido cuerpo político.


La televisión seguirá ahí, y seguirá siendo un medio de transmisión masiva de ideas sólo en la medida que dejen las empresas de comunicación dominadas por las élites sociales. El mensaje llegará simplificado, manipulado y, lo que es peor, distorsionado: es más difícil de desmentir la propia imagen pasada por el espejo deformante que la falsedad.


Pero desde los partidos sí pueden controlar una presencia de Unidos Podemos y de las confluencias en los barrios, con personas pagadas con el dinero que corresponde a los 71 diputados obtenidos, que ayuden a reconstruir lo que sea que toque hoy y que se pueda parecer a las viejas Casas del Pueblo, a los Ateneos, a las escuelas populares o a los sindicatos de base. Que se involucren directamente, sin pisar a otras instancias del sindicalismo social, en la gestión de los conflictos sociales y necesidades de la población. Instituciones que vengan a sumar, desde otra perspectiva pero en una dirección que se me antoja en el mismo sector de la brújula, a Centros Sociales Autogestionados, Asociaciones de Vecinos, Asambleas de Barrio y demás instituciones ya hoy presentes. Nuevas instituciones en el territorio que sean, en la medida de lo posible, independientes de los partidos. A poder ser, una parte igual de importante en el todo que el frente electoral.


De lo que hablo, por si no queda claro, es de dar prioridad política no ya a estar dentro de la sociedad, sino a constituir sociedad antagonista; de asegurar una dotación económica para reconstruir un cuerpo político, si no hegemónico, sí suficientemente fuerte para disputar los resortes que accionan los necesarios cambios sociales, algunos en el Parlamento y otros fuera de éste.


En un momento en el que los movimientos sociales, desde antes del 15M, se han venido presentando más por su carácter de movimiento efervescente y febril (¿la multitud negriniana frente al viejo concepto de política de masas?), reclamo un poco más de institucionalización extraparlamentaria, de voluntad para llevar la política al territorio cercano y de urdir una cultura política propia, basada en el apoyo mutuo y capaz de incidir en las condiciones materiales de nuestras vidas.


En una larga entrevista publicada por el periodista Jacobo Rivero en forma de libro tras las elecciones europeas (Ediciones Turpial, 2014, pp. 47-48) Pablo Iglesias afirmaba que "hacen falta organizaciones de la sociedad civil que articulen esas demandas para que sean atendidas desde los órganos de gestión. Hacen falta movimientos sociales, hace falta poder en los barrios, en los centros de trabajo, en los pueblos, en las ciudades, que articule el poder democrático, y después la representación política puede ser un instrumento más de eso..."Ayer, en el marco de un curso de verano, decía : "Nosotros aprendimos en Madrid y Valencia que las cosas se cambian desde las instituciones, esa idiotez que decíamos cuando éramos de extrema izquierda de que las cosas se cambian en la calle y no en las instituciones es mentira". Preocupa pensar que la medida de un cambio real pueda ser el escaso margen operado aún en Madrid y Valencia. Por otro lado, y aunque el salto parezca largo, no es más que la concepción política imperante la que media entre ambas aseveraciones. Nosotros proponemos disolver el partido, el ejército regular del que ha hablado Iglesias, no para seguir siendo partisanos sino para sumar a la hora de crear instituciones desde abajo que ayuden en la difícil tarea de cambiar las cosas sustancialmente en Valencia, Madrid y el resto del Estado.


A los que nos situamos fuera de los partidos nos correspondería la valentía de colaborar más en espacios mixtos con organizaciones de las que habitualmente recelamos. A los partidos apelados, la valentía de dejar de ser sólo partidos políticos. Es sólo una sugerencia.

ACTUALIZACIÓN: corre raudo mi amigo Rodri a advertirme que la frase de PI en el curso de verano está sacado de contexto, y que se estaba refiriendo a como el PP fue capaz de construir una mayoría social en Madrid o Valencia desde las instituciones. Me alegra mucho saberlo y quiero dejar aquí constancia de ello. De hecho, viene a sumar a lo que quería decir en el artículo: sin instituciones propias la disputa de de la hegemonía social a las élites sociales es, digámoslo en plata, jodida.

 

Escrito por: eltransito.2016/07/05 18:26:7.799132 GMT+2
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