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2008/07/04 05:30:00 GMT+2

El impuesto impuesto

Va usted de noche por la calle, camino de su casa, y de súbito surge de la oscuridad un individuo que le apunta con una pistola. Pongamos que al asaltante le va lo clásico y que le espeta: “¡La bolsa o la vida!”. Usted, que prefiere la vida a la bolsa (es como lo de “¡Patria o muerte!”; no hay color) se saca la billetera del bolsillo y se la entrega.

El tipo se escapa con ella y usted, todavía con tembleque en las piernas, se dirige apesadumbrado a la comisaría más cercana para presentar la preceptiva denuncia. Y resulta que el comisario, cuando oye su relato de los hechos, le dice que no tiene más remedio que denunciar su comportamiento ante el juez de guardia, porque bien podría ser que lo que usted ha hecho constituya un delito de colaboración con la delincuencia. “¡No me negará que ha contribuido a financiar a un ladrón! ¡Gracias al dinero que le ha dado, ese individuo podrá subsistir y seguir cometiendo delitos!”, le reprocha. Y ordena que, de momento, lo recluyan en una celda. Con lo cual queda usted convertido en víctima por partida doble.

El absurdo kafkiano que acabo de caricaturizar lo practican cada tanto algunos jueces de la Audiencia Nacional. Se empeñan en que es delito pagar el pésimamente llamado impuesto revolucionario de ETA (que es impuesto, y vaya que sí, y por las armas, pero no tiene nada de revolucionario). Y procesan a quienes lo abonan. ¡Qué más quisieran sus víctimas que no pagarlo! Pero si la opción es “la bolsa o la vida”, prefieren la vida.

Recuerdo el caso, hace no muchos años, de varios chefs de la alta cocina vasca (Arzak y Berasategui entre ellos, si la memoria no me falla) a los que acusaron de haberse resignado a la extorsión de ETA. ¡Qué felones! Se supone que deberían haberse plantado en la barandilla de la playa de la Concha y haber clamado: “¡Disparad! ¡He aquí mi pecho heroico! ¡Deseo fenecer por Dios y por la Patria!”

Los jueces de la Audiencia Nacional que, a diferencia de los chefs y de la mayoría de los empresarios, no están la mayor parte del día indefensos y a tiro de cualquiera, pueden permitirse juzgar severamente la falta de heroísmo de los demás. Vaya personajes.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (4 de julio de 2008). También publicó apunte ese día: La sensatez de la crisis.

Escrito por: ortiz.2008/07/04 05:30:00 GMT+2
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2008/07/03 05:30:00 GMT+2

La imprudencia es cara

Comienza la primera oleada de vacaciones y, con ella, la pesadilla de los accidentes de tráfico. Siempre se subraya que los más mortíferos no se producen en las llamadas “operación salida” y “operación llegada”, sino en los recorridos cortos que realizan los veraneantes durante las propias vacaciones: ida y vuelta a fiestas populares, bailongos, etcétera. Eso no nos consuela gran cosa a quienes vivimos buena parte del año en áreas turísticas –nos obliga a estar en guardia a diario–, pero tampoco arregla nada a la muchísima gente que no se ve involucrada en trágicos accidentes mortales, sino en lo que se suele llamar “accidentes de chapa”, en los que las víctimas pasivas no resultan heridas pero, sin comerlo ni beberlo, se ven con el coche en el taller, lo que parte sus planes estivales por el eje.

Un tópico muy al uso cuando se habla de estas cosas es el que sostiene que “si esos locos quieren matarse, que se maten, pero que dejen a los demás en paz”. Más de una vez he respondido que esa propuesta, aparentemente sensata, es pura y simplemente irrealizable. Los automovilistas agresivos y temerarios no pueden matarse dejando a los demás en paz. Por muchas razones. Para empezar, y aunque consigan estrellarse sin chocar con nadie ni romper ningún bien público o privado (cosa altamente improbable), obligan a que se desplacen al lugar del accidente una ambulancia y una grúa, lo que supone un gasto para la comunidad y un entorpecimiento de la circulación. En segundo término, y aunque hayan tenido a bien hacerse papilla, es obligatorio llevar sus despojos a un hospital, para que un médico certifique que están cadáveres, y eso también supone un dispendio de dinero público. No hablemos ya de quienes no se matan, sino que se quedan inválidos y se convierten en una carga –en una carga enorme, una vez sumados– para la colectividad.

Nadie es imprudente por su cuenta y riesgo, sin más. Lo subrayo para contribuir a que la próxima vez que un descerebrado de ésos se os pegue detrás, a 160 kilómetros por hora, como si tuviera ganas de meterse en el maletero de vuestro coche o pasaros por encima, lo miréis con todavía peor cara.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (3 de julio de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/07/03 05:30:00 GMT+2
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2008/07/02 06:00:00 GMT+2

De todos, nada

En la película Muerde la bala (Bite the Bullet”, Richard Brooks, 1975), Sam Clayton, el jinete ecologista cuyo papel interpreta y borda Gene Hackman, confiesa desde la bañera a su amigo Luke Matthews (James Coburn), mientras se cepilla pensativo las uñas: “¿Sabías que soy un mal americano?”. “¿Y eso?”, se interesa el otro, intrigado. “Parece que si no eres el mejor, el primero, el más grande, si no ganas, eres un mal americano”, le responde.

Tengo un empacho de orgullo nacional victorioso que no puedo con él. Y eso que sus larguísimas y concurridísimas expresiones públicas me han pillado alejado de eso que suele llamarse, con involuntario sarcasmo, civilización. Por más que lo he intentado, no he encontrado el modo de escaparme de ellas por completo. Me ha bastado con encender la radio para escuchar los boletines informativos horarios con la comprensible (y profesional) intención de saber qué pasa en Zimbabwe, qué incremento va a experimentar el precio de la electricidad, cómo va la “operación salida” o cuántos alcaldes corruptos han sido encarcelados en las últimas dos horas, para que me haya arrollado un constante aluvión de patriotismo futbolístico.

Lo que más me molesta es que los agitadores me incluyan en sus excesos. “Todos estamos orgullosos...” “Todos sentimos...” “Todos vibramos...” ¿Todos? ¿Yo también? ¿Y dónde han obtenido el derecho a hablar en mi nombre? De todos, nada. Yo vi el domingo un partido de fútbol que me divirtió y que, por razones exclusivas de gusto futbolístico, me pareció bien que ganara la selección de la Federación Española, porque el estilo de la alemana nunca me ha convencido y sigue sin convencerme, y el de la española me pareció imaginativo y técnicamente superior. Y adiós, muy buenas; eso es todo. Yo no jugué. No gané nada. No soy campeón.

¿Soy un mal español? Supongo que sí. También parece que soy un mal vasco: siempre he temido los triunfos de los equipos de fútbol de mi tierra, porque el gentío local se pone inaguantable. Talmente como si fueran madrileños. O italianos. O alemanes.

Es curioso cómo se enfrentan entre sí los nacionalistas, sin darse cuenta de que todos son iguales.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (2 de julio de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/07/02 06:00:00 GMT+2
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2008/07/01 06:00:00 GMT+2

Los otros inmigrantes

La Comunidad Valenciana ha decidido no seguir prestando atención médica gratuita a los prejubilados británicos. Cuando caduquen sus tarjetas sanitarias, tendrán que elegir entre pagarse un seguro médico o abonar directamente el precio de las prestaciones que reciban.

Así dicho, suena feo. Pero, visto el asunto más de cerca, bien podría decirse que es lo menos que cabía hacer.

El CIS pregunta sistemáticamente a la ciudadanía autóctona por “el problema de la inmigración”. Pero los datos demuestran que la inmigración extranjera en edad laboral aporta a nuestra colectividad bastante más de lo que recibe de ella. Incluso recurre menos a los servicios de la Sanidad pública que la población aborigen.

Pero en España no hay una sola inmigración. Está la pobre, procedente del Tercer Mundo, pero también está la rica. Ésta se compone, casi en su totalidad, de jubilados que vienen de la Europa fría escapando de las malas condiciones climatológicas de sus países de origen para pasar en nuestras costas cálidas lo que les queda de vida. (Una decisión muy inteligente porque, según me comentó uno de ellos, sólo con lo que se ahorran en calefacción pueden vivir varios meses aquí.)

Los cálculos más modestos dicen que son ya más de un millón. Apenas aportan nada –casi todo lo que consumen, paellas aparte, es de importación– pero absorben una pasta gansa en toda suerte de servicios, incluyendo, muy especialmente, los sanitarios. Id de visita a cualquier hospital de la costa mediterránea, de Baleares o de Canarias, y preguntad cuántas camas están ocupadas por ancianos de la Europa del Norte. Y qué proporción de intervenciones quirúrgicas los tienen por destinatarios.

Ya sé que sus gobiernos –salvo casos excepcionales, como el de los prejubilados británicos– pagan un tanto por tales servicios, pero eso tal vez compense al Estado español; no, desde luego, a la ciudadanía costera que soporta las consecuencias de la saturación de los servicios sanitarios, la sobrecarga del conjunto de las infraestructuras, el enloquecido consumo de agua... y todo el etcétera restante.

Ahí sí que tenemos un problema real de inmigración.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (1 de julio de 2008). 

Escrito por: ortiz.2008/07/01 06:00:00 GMT+2
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2008/06/30 06:00:00 GMT+2

La opción de Solbes

¿En qué nos parecemos el ministro de Economía y yo? Aparte de la barba blanca y el aspecto de aburridos, en que ninguno de los dos tenemos ni pajolera idea de lo que va a suceder en la economía española durante los próximos meses.

¿En qué nos diferenciamos? En la tira de cosas, pero algunas muy obvias. Una: en que yo no hago como si lo supiera, razón por la que me abstengo de formular previsiones, con lo que me ahorro el ridículo subsiguiente. Dos: en que no adopto un aire profesoral, como si la Ciencia fluyera de mis labios con la misma naturalidad que el Ebro nace en Fontibre, y admito que la realidad presenta tantas indeterminaciones que ya las quisiera para sí el famoso aleteo de la mariposa. Tres: en que él pretende que tiene a toda la ciudadanía en el corazón y que tanto le da el banquero que el inmigrante, en tanto que yo admito que no simpatizo nada con los banqueros –sobre todo con ésos que anuncian con una sonrisa de oreja a oreja que tienen previsto seguir forrándose en medio de la crisis– y, en cambio, me siento muy del lado de los inmigrantes. Lo cual tal vez se explique porque yo no milito en el PSOE, con lo cual no tengo ninguna obligación de ser ni socialista ni obrero.

Pedro Solbes no es un ignorante, ni mucho menos. Lo que le sucede es que ha asumido una política que limita al extremo la capacidad de los poderes públicos para influir en la marcha de la economía, lo que lo convierte, en muy buena medida, en espectador pasmado de lo que los especuladores de toda suerte se dedican a hacer, sin apenas capacidad para intervenir en ello, como estamos comprobando con el alza continua y desbocada de los productos energéticos. Por razones de imagen, está obligado a hacer como si supiera y como si pintara, pero sabe poco y pinta menos. Se mueve a tientas.

Los estados europeos han decidido abstenerse de censurar los movimientos de las oligarquías económicas y reservan sus poderes para reprimir a los humildes y a los rebeldes: Schengen, directivas contra la inmigración... Libre circulación de capitales; control refractario de las personas.

Es una opción. De acuerdo. La mía es exactamente la contraria.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (30 de junio de 2008). También publicó apunte ese día: ¿Todos con España?

Escrito por: ortiz.2008/06/30 06:00:00 GMT+2
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2008/06/29 06:00:00 GMT+2

Universidades de verano

No he realizado ningún estudio científico sobre las universidades de verano. La idea que tengo sobre ellas se basa en algunas vivencias personales y en varias más que me han relatado.

Mi experiencia propia es francamente penosa.

En tiempos me desplacé a algunas para soltar mis rollos. En una descubrí que había clases, pero no alumnos. Acudí a una charla en la que, aparte de mí, sólo había una periodista a la que su diario había enviado para entrevistar al conferenciante. En otra, no apareció ni siquiera el conferenciante, al que hubo que buscar en la piscina del hotel, porque había dado por hecho que no habría nadie en el salón de actos.

Participé en otro curso en el que el único conferenciante del ciclo que llevó su trabajo por escrito fui yo. Los otros dos, políticos de pro, acudieron con las manos en los bolsillos, lo que frustró por completo el deseo de los organizadores de publicar un opúsculo con nuestras intervenciones. Uno de ellos, lo primero que hizo cuando llegó fue preguntar dónde se cobraba. (Debo reconocer que los pocos estudiantes asistentes, a los que sólo les importaban los créditos, apreciaron mucho más las charlas de los otros, llenas de anécdotas y chascarrillos, que la mía, más bien sesuda y plasta.)

Hace años me llamó un preboste político para invitarme a participar en un curso de la Menéndez Pelayo, en Santander. Lo primero que me contó era lo bien que me pagarían, lo estupenda y prolongada que podría ser mi estancia en el Palacio de la Magdalena y la cantidad de familiares que podrían acompañarme durante esos días. Cuando logré que parara el carro y me informara de qué pretendía que hablara yo, resultó que se trataba de un tema del que no tengo ni idea. Se lo dije, y me respondió: “¿Y qué importa? ¡Seguro que sales airoso!” Excuso decir que decliné la invitación.

He estado en algún curso de verano más. Incluso dignos. Son raros, pero los hay. Lo malo es que los dignos están mal pagados y te parten las vacaciones por la mitad.

Visto lo visto, decidí no volver a acudir a ninguna universidad de verano. Una decisión tan radical como innecesaria, porque no han vuelto a invitarme a ninguna.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (29 de junio de 2008). También publicó apunte ese día: Balones fuera.

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2008/06/28 06:00:00 GMT+2

La consulta de Ibarretxe

Cada cual es dueño de pensar lo que le dé la gana sobre la consulta que Ibarretxe quiere hacer a la ciudadanía de la Comunidad Autónoma Vasca, propuesta que el Parlamento de Vitoria hizo suya ayer por mayoría, pero hay un par de opiniones sobre ella que se vierten sin parar y que, dicho sea con total franqueza, me parecen perfectas memeces.

La primera es que se trata de una propuesta ilegal. En la España de hoy en día sólo es ilegal lo que las leyes tipifican como tal. No hay ninguna ley que prohíba a una comunidad autónoma (o a cualquier otra institución) sondear la opinión del vecindario. Lo único que la ley establece es que sólo se pueden realizar referendos vinculantes si el poder del Estado los autoriza, pero éste no es el caso, porque lo promovido por el lehendakari vasco no es un referéndum vinculante, sino un mero test.

La segunda objeción que se reitera hasta el aburrimiento es que las dos preguntas que plantea la consulta de Ibarretxe “sólo sirven para dividir a los vascos”. No hay dirigente socialista que no haya repetido varias veces este remedo de idea en las últimas horas. Cabría responder a todos ellos con una humorada: “Sí, claro. Del mismo modo que la existencia del Partido Socialista de Euskadi sólo pretende dividir a los vascos”. ¡Vaya hallazgo! Cada vez que se plantea una opción a los ciudadanos, sea del tipo que sea –incluyendo la de respaldar a un partido político o no hacerlo–, se suscita una división entre los que ven bien una de las posibilidades y los que están a favor de la contraria. De hecho, esa es la esencia misma de la democracia: dividir, es decir, establecer cuántos apoyan esto, cuántos lo otro y cuántos lo de más allá.

La cuestión no está en que estemos divididos, sino en cómo organizamos nuestra convivencia plural. Y en eso hay dos reglas democráticas que nadie debería olvidar. En primer término: hay que tomar la vía que decide la mayoría. En segundo lugar: hay que asegurar el derecho de la minoría (de las minorías) a subsistir sin mayores angustias.

Tanto más veo nuestra realidad, tanto menos claro tengo que estas dos reglas básicas sean de aceptación general.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (28 de junio de 2008).

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2008/06/27 06:00:00 GMT+2

La moral del suicidio

Lo escribió César Vallejo: “En fin, no tengo para expresar mi vida sino mi muerte”. No siempre puede uno elegir su muerte, pero a veces sí, y se expresa en ella.

A lo largo de los años ha habido en mis cercanías un buen puñado de suicidas. A varios de ellos los considero ejemplares. Decidieron que no les traía cuenta seguir viviendo y se las arreglaron para marcharse al otro barrio discretamente, sin armar bulla y dejando sus asuntos en buen orden. Es lo que hizo un familiar mío, excelente persona, cuando confirmó que tenía un cáncer incurable (incurable entonces; ahora vete a saber) y que le esperaba una agonía lenta, dolorosa y muy incordiante para su familia. Hizo cuanto estuvo en su mano para ahorrar discusiones ulteriores entre sus deudos y se quitó de en medio del modo menos llamativo que pudo. Con la dignidad de su muerte expresó la dignidad de su vida. Como Cesare Pavese (“Verrà la morte e avrà i tuoi ochi”). Otro delicado suicida.

Pero también he conocido suicidas de otros tipos. Hay suicidas narcisistas, como el protocolumnista Mariano José de Larra, que se pegó un tiro delante del espejo. Y también suicidas odiosos, de los que se quitan la vida igual que la vivieron: pensando sólo en ellos mismos y sin ninguna consideración hacia el resto de la Humanidad.

Por haberlos, los hay incluso que conciben su suicidio como una venganza (un gesto típicamente adolescente, como ya ilustró Emile Durkheim en su brillante y celebérrimo estudio). Hace algo así como treinta años, hubo un joven de mi entorno al que dejó su novia y que, con el evidente interés de amargarle el resto de su existencia, se ahorcó con un pañuelo de seda que ella le había regalado. Me invitaron a su entierro. No fui. ¿Cómo homenajear a un imbécil así?

No hace mucho me hablaron de otro que se pegó un tiro delante de sus hijos. Desconozco las circunstancias exactas del caso, pero no consigo imaginar qué podría justificar una decisión tan cruel. ¿Tanto los odiaba? ¿Qué clase de vida expresas con una muerte como ésa?

En mi criterio, todo lo que merece ser hecho merece ser bien hecho. No sólo en la vida. También a la hora de la muerte.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (27 de junio de 2008).

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2008/06/26 05:30:00 GMT+2

El castellano amenazado

Parece un chiste, pero sucedió. Fue en Puerto Rico, en 1989, en un acto político a favor de la independencia total del llamado “estado libre asociado”. Uno de los oradores, bastante exaltado, reclamó a la multitud que asumiera con hidalguía la defensa del idioma español. Y bramó: “¡No permitamos que el inglés lo invada todo! Okey?

Como quiera que el castellano no sólo es mi útil de trabajo, sino también el prisma a través del cual lo percibo todo (no hay pensamiento sin idioma), me lo tomo muy a pecho. Me gusta, lo cultivo cuanto puedo y hasta trato de mimarlo. Sin embargo, nunca habría suscrito el manifiesto en su presunta defensa que acaba de presentar un grupo de escritores, encabezados por Fernando Savater. Porque lo suyo no es un acto de defensa del castellano, sino un mero exabrupto ideológico-político.

¿Está en peligro la lengua castellana? Sencillamente, no. Todos los datos que se publican sobre su estado de salud certifican que es excelente. Pero, de padecer algún problema, no sería por culpa de los avances arrolladores del catalán, el euskara, el gallego, el asturiano o el aranés.

Es significativo que los firmantes del manifiesto –algunos de ellos excelsos escritores, cuya autoridad estoy lejos de negar– no hayan sentido la necesidad de denunciar, en particular, la obsesiva presencia del inglés en todos nuestros principales medios de comunicación, empezando por los machacantes anuncios de las televisiones. No tengo nada en contra de la lengua inglesa, faltaría más, pero sólo puedo interpretar como un síntoma de sumisión que para realzar las virtudes de un producto comercial resulte casi obligatorio decir de él algo en inglés y que los anglicismos se hayan convertido en España en un signo de distinción. Los emplean incluso aquellos que es obvio que no tienen ni pajolera idea de la lengua inglesa.

Hagan ustedes un sencillo ejercicio: cuenten los diarios, las radios y las cadenas de TV presentes en Cataluña, en Euskadi y en Galicia que se expresan en castellano y los que lo hacen en catalán, euskera y gallego. Una vez hechas las cuentas, si quieren podemos seguir hablando de todo esto.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (26 de junio de 2008). También publicó apunte ese día: El buen listín.

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2008/06/25 06:00:00 GMT+2

Rajoy, el niño y el agua sucia

O sea, que Mariano Rajoy ha enterrado el aznarismo y emprendido su propio viaje al centro. Bueno, admitamos pulpo como animal de compañía y demos por hecho que sabemos qué narices son el aznarismo y el centro. Quedará en todo caso por dilucidar si lo que está haciendo Rajoy es beneficioso. Y para quién.

Al presidente del PP le han convencido de que su derrota en las anteriores elecciones se debió a la fuerte antipatía que suscitaba en muy amplios sectores de la sociedad española la imagen ultra encarnada por el trío Acebes-Zaplana-Aguirre. Sus asesores le han dicho que, si quiere triunfar en la próxima convocatoria a las urnas, debe presentar una imagen menos intransigente y crispada, que atraiga a los sectores templados del cuerpo electoral.

Es discutible. Entendámonos: está claro que a muchísimos demócratas nos enferma menos la línea que ahora defiende Rajoy que la que asumió durante la pasada legislatura. Pero, ¿de qué le sirve, si casi ninguno de nosotros tenemos la menor intención de darle nuestro voto? A cambio, parece que su viraje político no cae muy en gracia a las huestes derechistas de toda la vida. De modo que, vistas las cosas en plan meramente técnico, cualquiera sabe si no estará arriesgándose a tirar el niño con el agua sucia y soltar el pájaro en mano soñando con el ciento que vuela. Es decir, si para ganar algo de lo que le falta no estará corriendo el albur de perder buena parte de lo que ya tenía.

La gente con memoria recuerda ahora que en los primeros noventa Aznar hizo un ejercicio de travestismo centrista similar.  Pero parece que olvidan que entonces hacían legión los que se habían hartado del felipismo, los GAL, Filesa, Roldán, el paro galopante, la primera Guerra del Golfo y el suegro de Vera, por lo que urgían un cambio. En realidad, no apoyaban a Aznar: rechazaban a González. Hubo un chiste de Ricardo y Nacho que lo retrató perfectamente. Se veía a González y Aznar como boxeadores antes de empezar un combate. El árbitro decía: “¡Que gane el mejor!”. Y surgía un alarido del público: “¡No, por favor! ¡Que gane el otro!”

Rajoy no cuenta de momento con nada que se parezca a eso.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (25 de junio de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/06/25 06:00:00 GMT+2
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