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2008/08/23 06:00:00 GMT+2

Ni salvajes ni inocentes

En un delirante diálogo de una comedia de Enrique Jardiel Poncela, alguien acusa a una señora peripuesta y enjoyada de ser una salvaje. A lo cual ella responde: “¿Yo salvaje? ¡Pero si soy de Mallorca!”. El hijo de la dama, que asiste desolado a la escena, dice a su progenitora con gesto abatido: “¡Mamá! ¡Que te han llamado salvaje, no indígena!”.

El pasado miércoles la prensa informó de que se había producido en Argelia “un atentado salvaje". Recordando a Jardiel, me pregunté: “¿Salvaje? ¿No querrán decir indígena?”

Todos los atentados son brutales: no hay atentados salvajes y otros que no. Si no son salvajes, ¿de qué tipo son? ¿Civilizados? ¿Cultos? ¿Corteses, tal vez?

Recordarán ustedes los tiempos en los que los medios de comunicación pusieron de moda hablar de las “víctimas inocentes” de los atentados. Otro tópico irritante. ¿”Víctimas inocentes”? ¿Y por qué calificarlas así? ¿Para distinguirlas de las víctimas culpables? ¿Y qué es una víctima culpable?

No estoy haciendo ninguna reducción al absurdo. Con más o menos claridad, con mayor o menor conciencia de ello, hay gente que considera que algunas víctimas de acciones armadas ilegales o clandestinas son realmente culpables; que han sido tiroteadas o les han puesto una bomba porque “se lo estaban buscado”. He oído expresiones de ese tenor procedentes de los más diversos bandos y en las más variadas latitudes. Ha habido incluso gobernantes que no han tenido empacho en justificar esas barbaridades, defendiendo que hay causas que merecen ser defendidas “hasta en las alcantarillas”. ¡En las alcantarillas! Es inevitable pensar en El tercer hombre y en la penicilina adulterada de Harry Lime.

En situaciones de guerra declarada (aunque ya nadie declara la guerra, al viejo estilo), los militares se tirotean, se bombardean y se apiolan entre sí sin mayores miramientos. Es una cosa que tienen acordada entre ellos. Pero, fuera de esas situaciones especiales, se supone que nadie está autorizado a cargarse a otro, y menos sin juicio previo.

De modo que ni “atentados salvajes” ni “víctimas inocentes”. Atentados. Víctimas. Sin adjetivos. Con lo sustantivo basta y sobra.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (23 de agosto de 2008).

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2008/08/22 06:30:00 GMT+2

Mejor por la brava

Para mí que una de las razones fundamentales de la actual crisis económica es que la clase empresarial ha perdido el orgullo de serlo, no sólo en Manchester, en Sabadell y en la margen izquierda del Nervión, sino en general, urbi et orbi.

Antes, en aplicación de los peculiares principios morales de la Reforma, los empresarios se dedicaban a explotar el trabajo ajeno, sí, pero con la cabeza bien alta: decían que eso contribuía a impulsar la riqueza de las naciones, porque así lo había demostrado en 1776 un docto escocés que se hacía llamar Adam Smith. Los empresarios perseguían ganar más y más, pero no se avergonzaban de ello, porque estaban convencidos de que Dios, con la ayuda de Lutero y Calvino, les había traído al mundo para realizar esa trascendental misión social.

Ya no es el caso. A buena parte de los empresarios de ahora, sobre todo a los más adinerados, les avergüenza reconocer que siguen promoviendo sus negocios para forrarse, aunque el dinero se les salga escandalosamente por las orejas. Basta con oír sus declaraciones o, mejor todavía, contemplar sus reclamos publicitarios: según ellos, su única preocupación es nuestra felicidad. De creerles, habría que suponer que están obsesionados por lograr que todo nos salga casi gratis, por servirnos desinteresadamente (¡y con qué sonrisas!), por no contaminar ni de coña y por facilitarnos tanto la vida que es que no nos lo merecemos.

Añoro los años en los que España contaba con un Ministerio que se llamaba, directamente y sin cortarse ni un pelo, “de la Guerra”. ¡Ah, aquellos tiempos en los que te maltrataban de lo lindo, como ahora, pero por lo menos no te llamaban imbécil; en los que los poderosos admitían que los ejércitos no están para emprender misiones de paz armados hasta los dientes; en los que los capitalistas reconocían que ellos se dedican a promover la explotación capitalista, porque es lo suyo! ¡Qué tiempos “de bárbara, de brusco y bruto”, que escribió mi hermano Carlos, en los que los capitalistas ejercían de tales, sin complejos, y los socialistas aún luchaban contra los capitalistas, como si fueran partidarios de otro sistema, y no del mismo!

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (22 de agosto de 2008).

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2008/08/21 07:00:00 GMT+2

Idos en un reactor

Quizá no sea el día más adecuado para decirlo, pero yo, puesto a ir de aquí para allá y tratándose de largas distancias, prefiero viajar en avión. No es un capricho arbitrario. Las estadísticas establecen con claridad que el transporte aéreo es comparativamente mucho más seguro que el realizado por medios automóviles, privados o colectivos. Los ferrocarriles están muy bien desde muchos puntos de vista, pero no son demasiado prácticos cuando hay que desplazarse a otros continentes y recorrer miles y miles de kilómetros. La objeción que me pone una amiga (“Sí, pero si vas en coche, por lo menos tú controlas la situación”) me parece objetable por los cuatro costados: ni todos los que viajan en el coche controlan lo que sucede, ni está nada claro que el propio conductor se controle a sí mismo. Un buen amigo mío que es piloto de Iberia, cuyo nombre no daré para no ponerlo en el compromiso de reconocer que en una ocasión me permitió ir con él en la cabina durante un viaje (y de admitir que es amigo mío), me mostró que en los grandes aviones comerciales de hoy en día casi todo está regulado, previsto, estudiado, milimetrado.

He dicho casi todo. Casi. Es imposible eliminar el azar. Todo, por mucho que se revise, puede fallar por razones inesperadas, impensables. Así funciona el aprendizaje humano: los errores nos aleccionan.

Lo sucedido ayer en Barajas fue un desastre. Pero a nadie se le oculta tampoco que a lo largo de un solo mes, si es que no en un par de semanas, las carreteras españolas registran un número de víctimas mortales muy superior al contabilizado hace escasas horas en el aeropuerto de Madrid.  ¿Cuál es el problema? ¿Que, como los del tránsito rodado fallecen en orden disperso, solos, o de dos en dos, o de tres en tres, sus familiares son menos merecedores de solidaridad, de lástima, de apoyo psicológico, de atención del presidente del Gobierno, de la conmiseración de la Casa Real? ¿Hay que hacer bulto para salir en la foto?

Dicho lo cual, tengo demasiados amigos y amigas que vuelan cada dos por tres entre Las Palmas y la península como para no haber sentido un escalofrío al conocer la noticia.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (21 de agosto de 2008).

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2008/08/20 06:00:00 GMT+2

Un ejemplo de degradación

En los Juegos Olímpicos se competirá para ver quién es capaz de hacer esto o aquello más alto, más fuerte y más rápido que los demás, pero desde luego no para comprobar quién tiene la sesera más aseada. No voy a meterme con los deportistas y comentaristas patrios, entre otras cosas porque hace días que no oigo lo que dicen (he inventado la televisión muda: ¡es apasionante!), pero reconozco que sigo con cierto morbo las genialidades que largan más allá de nuestras fronteras. Dudo si lo hago para afirmarme en el ideal democrático de la humana igualdad o para confirmar el refrán castellano que habla del mal de muchos y el consuelo de tontos.

Sea como sea, y ya que he estado en ello, les regalaré un par de perlas, sin pretensiones de Guinness.

Va de primera esta afirmación de la nadadora francesa Camille Muffat, realizada justo tras clasificarse el pasado día 11 para una semifinal. Dijo: “Sabía que hay que nadar rápido”.  Según lo leí –porque quedó escrito–, me quedé sumido en una honda meditación. ¿Cuándo supo Muffat  que en una competición de ese género se trata de nadar rápido? ¿Antes o después de empezar a entrenarse?

Quizá algo menos lineal, pero también asombrosa, se ha mostrado la corredora griega Ekaterini Thanou, a la que han prohibido participar en los Juegos de Pekín porque en 2004, según reza la sanción legal correspondiente, fingió un accidente de moto para eludir un control antidopaje. Ha dicho E. T.: “¡Abajo las máscaras! Ahora nos topamos con esta decisión, arbitraria e ilegal, odiosamente contraria a cualquier sentido de la igualdad y del derecho en el mundo civilizado”.

Lo que sí hay que reconocer a los Juegos Olímpicos es su afán de superación: cada vez están más degradados. En esta ocasión ha habido competiciones amañadas hasta extremos de pura impudicia, como han admitido todos, incluidos los tramposos. Unas trampas se han hecho por razones estrictamente políticas; otras, por mor del espectáculo (es decir, de la cuota de audiencia, es decir, del precio de los anuncios).

Y todo ello con el Dalai Lama (así lo ha escrito Le Canard enchaîné) en el papel de “el evitado de honor”.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (20 de agosto de 2008).

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2008/08/19 06:00:00 GMT+2

¿Solución? ¡La reacción!

Existen diversos modos de hacerse pasar por experto economista.

Uno, bastante socorrido, consiste en guardar silencio contemplando con una sonrisa condescendiente a los que hablan. El silencio altivo es un arma demoledora. Mucha gente lo interpreta automáticamente como muestra evidente de superioridad. Piensa que el experto en asuntos económicos ha decidido que el debate (el que sea) no está a su altura y que polemizar con ignorantes es una lastimosa pérdida de tiempo. Que los oye, más que los escucha, porque es una persona educada, pero que renuncia a echar margaritas a los cerdos.

Otro método que cabe utilizar para que la opinión pública tome a alguien por muy sabio y experto en los arcanos de la economía es que el postulante (siempre sin alterarse y hablando en voz baja, como si pusiera un especial empeño en no apabullar a los demás con el peso abrumador de su sapiencia) desconsidere por sistema los argumentos de sus oponentes y no responda jamás a ninguna objeción. Ésta es una variedad retorcida de la táctica del silencio, que suele ser utilizada combinadamente con otra de mero atrezzo: el aspirante a experto va mal peinado, lleva la corbata floja y viste con desaliño, para que todo el mundo comprenda que a él las cosas materiales le dan igual, enfrascado como está en resolver los problemas clave de la Humanidad.

Tengo catalogado otro sistema más de dar el pego, al que se adhieren como lapas los líderes empresariales y políticos de derechas. Consiste en responder siempre lo mismo, sean tiempos de bonanza o de crisis, llueva o escampe, suba o baje el petróleo: la solución es siempre abaratar el despido, recortar los derechos de la gente trabajadora, dulcificar los impuestos de las rentas más altas, moderar los salarios, favorecer la expulsión de la población inmigrante, aminorar el gasto social y la inversión pública...

Son el negativo cutre de los rebeldes de los 60, a los que daba igual qué problema se planteara, porque su receta era siempre la misma: “¡La solución, la revolución!”. Éstos llevan décadas clamando siempre lo mismo: “¡La solución, la reacción!” Admitámosles un mérito: son más constantes.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (19 de agosto de 2008).

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2008/08/18 06:00:00 GMT+2

La prensa «amarilla»

La mayoría no sabe en qué consiste el amarillismo periodístico. Habla de “prensa amarilla” a ojo. Ha oído campanas y no sabe dónde.

Muchos creen que lo distintivo de la prensa amarilla es que utiliza titulares efectistas (y muy gordos), que mete muchas fotos (y muy grandes) y que emplea textos que son como las comidas infantiles, con todos sus componentes muy troceados y fáciles de digerir. Bobadas. Con esas mismas técnicas cabe hacer un periodismo certero y honrado –aunque sencillote, destinado a gente que tiene poco tiempo o pocas ganas de leer–, al igual que con presentaciones sobrias, plomizas y sesudas cabe hacer amarillismo camuflado de la peor especie.

Lo que distingue al periodismo amarillo es su afán constante por conectar con las pulsiones mas primitivas, viscerales e irreflexivas de la opinión pública; por no contrariarlas ni aunque lo aspen. El amarillismo hace un doble ejercicio constante: ora azuza a la fiera, ora la adula. ¿Que para ello suelen ser más útiles los instrumentos del sensacionalismo que los propios de la prensa sobria? Sí, por lo general, pero no como dogma: a veces un envoltorio elegante es preferible si se trata de hacer engullir la bazofia como si se tratara de un manjar exquisito.

El caso más llamativo de atribución falsaria de amarillismo que me ha tocado vivir fue el que padecimos quienes denunciamos en su día las tropelías de los GAL: medio centenar de crímenes de Estado, entre asesinatos, torturas, desapariciones, secuestros y expolio de las arcas públicas para beneficio personal. Nos decían: “¡Hacéis amarillismo!”. Todo lo contrario: la mayor parte de la opinión pública española estaba en contra de que sacáramos a relucir aquella apestosa inmundicia. Prefería taparse la nariz y mirar para otro lado.

El periodismo que va contra corriente nunca es amarillo. El periodismo amarillo persigue el éxito fácil, el aplauso cómplice, la adoración simplona de los acríticos y los genuflexos vocacionales.

Poner en solfa aquello que la gran mayoría ha sido inducida a considerar inexcusable es –lo certifico– incomodísimo. Aunque tampoco falten los que pretendan sacar tajada incluso de eso.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (18 de agosto de 2008).

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2008/08/17 06:00:00 GMT+2

Si vives no conduzcas

Sentencia el anuncio del Gobierno vasco: “Conducir bajo los efectos del alcohol es una apuesta muy peligrosa”.

Cada vez que lo oigo, me quedo meditabundo.

Primer capítulo de dudas que me asaltan: ¿”Los efectos”? ¿Son fijos, con independencia de la cantidad de alcohol ingerida y al margen del grado de tolerancia, la corpulencia y la propensión a la prudencia de quien conduce? Conozco personas que con una sola copa de vino se ponen ya imposibles, y gente como Carlos C., un conocido mío de Donosti que cuantas más ginebras se toma más considerado y cortés se vuelve, hasta el punto de cantar delicadamente lieder de Mozart a la luz de la luna sin quebrar ni una sola nota.

Segundo capítulo de dudas: ¿conducir automóviles no es siempre, en todo caso, un grave riesgo para uno mismo y para los demás?

De veras que no trato de ridiculizar la advertencia. Me parece muy sensata. Está bien recordar a la gente (porque saberlo, lo sabe de sobra) que es una imprudencia de tomo y lomo ponerse al volante cuando uno está pirí. No pretendo quitar hierro al aviso, sino sumarle más.

Quiero añadir que también es una apuesta muy peligrosa conducir cuando uno tiene sueño, aunque no se dé demasiada cuenta. O cuando uno se ha peleado con su jefe, o con su novia, o con su hijo. O cuando no ha lavado bien el parabrisas. O cuando no ha revisado a conciencia la presión de los neumáticos. O cuando va oyendo por la radio a un cretino exasperante. O cuando le hierve la sangre pensando que el pijo del coche de adelante, que destila petulancia, no se ha ganado ese trasto reluciente con el sudor de su frente, sino porque papá es papá, o porque el PP es el PP, o porque el PSOE es el PSOE.

El alcohol es de lo más problemático, sin duda. Como lo son los tranquilizantes. Como lo es casi todo. Lo que trato de decir es que los humanos somos impredecibles, irritables, hipersensibles, indisciplinados, demasiado jóvenes, demasiado viejos, demasiado machos, demasiado hembras... O sea, perfectos desastres autorizados por ley a conducir unas máquinas de matar y de suicidarse llamadas coches.

¿De quién es la culpa? O mejor: ¿de quién no es la culpa?

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (17 de agosto de 2008). También publicó apunte ese día: Un consejo.

Escrito por: ortiz.2008/08/17 06:00:00 GMT+2
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2008/08/16 06:00:00 GMT+2

¿Sí a la vida?

El PP de la Comunidad Valenciana prepara su Congreso regional. En él se aprobarán varias ponencias, entre ellas una titulada “Sí a la vida”, cuyo texto ha sido encargado a la portavoz popular en la alcaldía de Elche, Mercedes Alonso.

He oído en una radio a la señora Alonso defender la idea rectora de su ponencia. Me he quedado sorprendido por el arrollador esquematismo del que da prueba. Al parecer, según ella, hay que estar a favor de la vida siempre, en todo caso y en cualquiera de sus formas. Deja tan escaso resquicio a las ideas opuestas al título de su ponencia que es como para sospechar si no estará financiada por algún lobby de mosquitos, tábanos y avispas.

¿“Sí a la vida”? Depende. Como todos los absolutos, ése también hay que relativizarlo. Y no sólo porque haya formas de vida la mar de detestables (sin ir más lejos, las células cancerígenas están vivas, lo mismo que los virus), sino también porque hasta las expresiones más nobles de vida es bueno que recorran su ciclo de origen, evolución y muerte. Cuidado que yo he llorado la desaparición de personas muy próximas y estimables –algunas realmente excepcionales–, pero no veo dónde podríamos meternos todos si la gente valiosa se quedara entre nosotros per in sæculam sæculorum. Hasta en las tumbas hay que ir dejando sitio a los más jóvenes, como bien apuntó Georges Brassens.

Somos rehenes del fetiche judeocristiano de la vida eterna. ¿A cuento de qué nuestra vida ha de ser eterna hacia el futuro pero no hacia el pasado? ¿Por qué parajes andaría mi alma inmortal allá por el siglo 200 antes de Cristo? Pues por el mismo lugar, supongo, por el que deambulará dentro de 200 siglos: por la nada. Gracias a Dios. Si no, qué cansancio.

Quienes convivimos con el agro lo vemos estación tras estación: todo nace, crece, madura, marchita y muere. Con mayor o menor esplendor, con distinta belleza, con una u otra utilidad. O estorbando, incluso. La vida no tiene más sentido que el que le damos quienes la sobrellevamos.

Por cierto: va a hacer 40 años del día en que Ramón Sampedro se estrelló contra unas rocas y quedó tetrapléjico.

¿”Sí a la vida”, señora Alonso? ¿A qué vida?

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (16 de agosto de 2008). También publicó apunte ese día: Los desagües de la mente.

Escrito por: ortiz.2008/08/16 06:00:00 GMT+2
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2008/08/15 06:00:00 GMT+2

Hostias para celíacos

Me limito a copiar:

«Eminencia: Desde hace muchos años la Congregación para la Doctrina de la Fe estudia cómo resolver las dificultades que tienen algunas personas en la recepción de la comunión eucarística cuando, por diferentes y graves motivos, no pueden asumir pan preparado normalmente o vino normalmente fermentado. (...) Ahora se estima oportuno volver sobre el asunto (...) retomando y aclarando [los documentos existentes].

»A) DEL USO DEL PAN SIN GLUTEN Y DEL MOSTO. 1º) Las hostias sin nada de gluten son materia inválida para la Eucaristía. 2º) Son materia válida las hostias con la mínima cantidad de gluten necesaria para obtener la panificación sin añadir sustancias extrañas ni recurrir a procedimientos que desnaturalicen el pan. 3º) Es materia válida para la Eucaristía el mosto, esto es, el zumo de uva fresco o conservado, cuya fermentación haya sido suspendida por medio de procedimientos que no alteren su naturaleza (por ejemplo el congelamiento).

»B) DE LA COMUNIÓN BAJO UNA SOLA ESPECIE O CON MÍNIMA CANTIDAD DE VINO. 1º) El fiel celíaco que no pueda recibir la comunión bajo la especie del Pan, incluido el pan con una mínima cantidad de gluten, puede comulgar bajo la sola especie del Vino. 2º) El sacerdote que no pueda comulgar bajo la especie del Pan, incluido el pan con una mínima cantidad de gluten, puede, con permiso del Ordinario, comulgar bajo la sola especie del Vino cuando participa en una concelebración. 3º) El sacerdote que no pueda asumir ni siquiera una mínima cantidad de vino, en caso que le fuera difícil procurarse o conservar el mosto, puede, con permiso del Ordinario, comulgar bajo la sola especie del Pan cuando participa en una concelebración. 4º) Si el sacerdote puede asumir el vino sólo en cantidades muy pequeñas, en la celebración individual, la especie del Vino restante será consumida por un fiel que participe en la Eucaristía.»

El documento aquí extractado, fechado en 2003, lleva la firma del hoy papa Joseph Ratzinger.

Háganse cargo: alguien que debe profundizar en asuntos tan hondos y peliagudos no puede perder el tiempo ocupándose de banales problemillas humanos.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (15 de agosto de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/08/15 06:00:00 GMT+2
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2008/08/14 06:00:00 GMT+2

Dos tipos de trampas

Hay un considerable mosqueo internacional porque se ha sabido que el tan festejado espectáculo de inauguración de los Juegos Olímpicos de Beijing encerró un buen puñado de trampas: la niña que parecía que cantaba no cantaba, una parte de los fuegos artificiales que nos mostraron estaban pregrabados...

¿Y qué? Encargaron del montaje a un director de cine, y el director de cine se limitó a hacer lo que uno espera de un experto en ese oficio: cine. O sea, trampa. Porque las trampas –visuales, físicas, sentimentales– son la quintaesencia del cine. Todos sabemos que no fue Natalie Wood quien cantó las ultrarrománticas piezas de Leonard Bernstein en West Side Story, y nos hacemos cargo de que el intérprete de Superman no sabía volar, el pobre, y damos por hecho que Harrison Ford nunca ha pilotado una nave espacial.

El Gobierno de Beijing pensó inicialmente en encargar a Steven Spielberg la puesta en escena de la ceremonia del 8 del 8 del 8. ¡A quién y a Spielberg, uno de los más geniales tramposos de la historia del celuloide! ¿Se pensaba alguien que de montar aquello el director de Jaws iba a lograr que desfilaran tiburones de verdad? Al cine no le pedimos que no nos mienta, sino que nos mienta bien, y Zhan Yimou lo hizo con habilidad y con arte. Si hubo gente que se creyó que todo aquel juego de luz y sonido no era cine, es su problema.

A quien sí podemos poner a caldo por sus malas artes es a la manada de vividores que han concedido la organización de los Juegos Olímpicos a un Estado que, en este punto y hora, no reúne las condiciones necesarias para asumir una tarea de esa envergadura. Y no hablo sólo de las condiciones políticas y sociales, sino incluso de las meteorológicas (¡qué sauna, santo cielo!).

Han hecho trampa. Han cedido a la tentación de los muchos y muy rentables negocios que amagan por allí y de los cientos de millones de consumidores potenciales que atisban. A las ganas que tenían de inclinarse ante ese Gobierno que se disputa con los USA el campeonato mundial de la pena de muerte.

Esas trampas no son como las del cine. No están hechas para divertirnos. Y no tienen maldita la gracia.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (14 de agosto de 2008). También publicó apunte ese día: No hay memorias.

Escrito por: ortiz.2008/08/14 06:00:00 GMT+2
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