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2008/09/02 06:30:00 GMT+2

Se vende, se alquila

Vi hace un par de semanas en un pueblo veraniego de la Costa Blanca un anuncio que me llamó la atención. Estaba en el escaparate de un importante establecimiento de venta y alquiler de residencias costeras. Decía: “Se vende o traspasa este local”. Me pareció una parábola de los tiempos actuales que una empresa dedicada a las transacciones inmobiliarias, ramo hasta hace nada próspero como pocos, hubiera decidido tirar la toalla y estuviera intentado salvar por lo menos sus propios (in)muebles.

Me entraron ganas de fotografiar el escaparate pero, como no llevaba en ese momento ninguna cámara, me lo apunté para hacerlo en otra ocasión. Lo cual me acarreó dos sorpresas. La primera fue que, cuando regresé con mi artilugio fotográfico pocos días más tarde, el local estaba ya cerrado a cal y canto. Nada de anuncios, ni privados ni ajenos: un par de mesas vacías y algunos papeles tirados por el suelo. La segunda vino acto seguido. Descubrí que no tenía motivo para sentirme frustrado como fotógrafo, porque la misma imagen se podía captar en varios escaparates más de los alrededores.

Los dos anuncios más populares de este verano en la Costa Blanca –y supongo que también en muchas otras zonas turísticas– son “Se vende” y “Se alquila”. Se los topa uno constantemente en decenas de verjas y ventanas, alternándose con obras y más obras de construcción que tienen todo el aspecto de estar paralizadas hasta nueva orden.

Ignoro si asistimos al fracaso de un modelo de desarrollo económico, tal vez fruto de la saturación –en España hay viviendas suficientes para alojar a todos sus habitantes: otra cosa es que mucha gente no gane para pagar el dinero que piden por ellas–, o si estamos ante un mero alto circunstancial en el camino y la enloquecida carrera inmobiliaria se retomará con el mismo furor dentro de algunos meses, dispuesta a que no haya cien metros de suelo patrio sin su quintal de cemento.

Sea lo uno o lo otro, lo que no puedo ocultar –ni falta que hace– es la morbosa satisfacción que me produce ver cómo pasan serios apuros los especuladores que durante tantos años tanto se han aprovechado de la falta de techo de los demás.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (2 de septiembre de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/09/02 06:30:00 GMT+2
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2008/09/01 06:00:00 GMT+2

Obama no es negro

Les voy a revelar un secreto, que es del mismo género que el de El traje nuevo del emperador: Barack Obama no es negro. Tiene la tez más oscura que la mía, eso sí, pero no mucho más que la de Rafael Nadal y desde luego nada que se parezca a la de un amigo mío senegalés, que tampoco es realmente negro sensu stricto (ni yo blanco), pero cuya piel es muchísimo más oscura que la del candidato demócrata a la Presidencia de los EE.UU.

Obama no es negro (café con leche, como mucho), pero tampoco afroamericano. Los cursis estadounidenses amantes de lo políticamente correcto, que huyen de llamar a nadie “negro” (denominación francamente imprecisa, de acuerdo), recurren de manera sistemática al uso del término “afroamericano”. Afirman que Obama es “el primer aspirante afroamericano a la Presidencia de los EE.UU.” ¿Y de dónde se han sacado eso? Obama nació en Hawai y su familia materna es de allí. Se dice que su padre procedía de Kenia, y no seré yo quien lo ponga en duda, pero no veo nada que justifique priorizar la ascendencia paterna sobre la materna. Por las mismas, podrían decir que es el primer hawaiano que se presenta como candidato a la Casa Blanca.

Esto de enfatizar las ascendencias tiene su aquel. En Estados Unidos, si alguien tiene aire más o menos europeo, nadie cree necesario referirse a los orígenes de su familia. ¿Irlandés, alemán, austriaco, polaco, escandinavo, ruso? Es anecdótico. Pero como el color de su piel no sea demasiado sonrosado, el asunto pasa a primer plano.

Puestos a fijarse en la ascendencia de los políticos, parece bastante más resaltable que los Bush (padre, hijo y hermano) procedan de una estirpe que respaldó a Adolf Hitler cuando ascendió al poder en Alemania y que nunca hayan abominado de ello.

En todo caso, que te puedan clasificar con más o menos fundamento como integrante de una minoría tradicionalmente preterida no dice nada en tu favor. Puedes ser mujer, puedes ser afroamericano, puedes ser gitana, puedes ser chicano, puedes ser lo que sea (es decir, lo que te haya tocado ser) y puedes ser un perfecto asco. Y no doy nombres, porque para qué.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (1 de septiembre de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/09/01 06:00:00 GMT+2
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2008/08/31 06:30:00 GMT+2

El síndrome postvacacional

Si te toca reincorporarte mañana a tu puesto de trabajo, empezaré por manifestarte mi solidaridad. Te acompaño en el sentimiento.

Pero ésa es la cosa: el sentimiento. Porque puede ser de muy diverso género.

A lo largo de mi larga vida laboral, he experimentado muy diversos sentimientos al llegarme la hora de poner fin a las vacaciones estivales.

La variedad de estados de ánimo ha sido tanta que me creo autorizado a cuestionar el famoso síndrome postvacacional. Ha habido veces en que he vuelto deseando reincorporarme a la faena, porque le tenía muchísimas ganas, y otras en que he regresado a rastras, con el alma en los pies.

Tengo clarísimo que el problema no es uno mismo, sino la tarea y las condiciones en las que la realiza.

Recuerdo el verano en el que empezó el follón entre Irak y Kuwait. Estaba en una playa del Cantábrico tomando el sol y escuchando las noticias, que es lo que hace un buen periodista en vacaciones. Cuando oí la que se había armado, me precipité al primer teléfono que encontré para ofrecerme a regresar a la redacción ipso facto. Me frustró que me dijeran que se arreglaban muy bien sin mi. En otras ocasiones, en cambio, cuando ha sucedido algo importante durante mis vacaciones, he suspirado con alivio por estar lejos de mi banco de galeote.

¿La diferencia? Elemental. La implicación. A veces me he sentido un peón con un papel divertido dentro de un tablero apasionante (aunque no fuera así). En otras, como un mero empleado a la espera de cobrar a fin de mes, y sanseacabó.

Yo ya no vuelvo en septiembre de vacaciones –de hecho no tengo vacaciones, como habréis comprobado durante todo el verano–, pero estoy rodeado de personas que sí. Mi mujer, que es maestra, acudirá mañana a su colegio para prepararse a acoger a los niños y las niñas que habrá de contribuir a desasnar este curso. Ella no tiene ningún síndrome postvacacional: le encanta educar.

La culpa, por lo general, no está en la persona que trabaja, sino en la alienación del trabajo.

Si mañana os sentís deprimidos, no os creáis enfermos. Animaos: vuestro abatimiento puede ser una muestra de salud mental.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (31 de agosto de 2008).

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2008/08/30 06:30:00 GMT+2

Sólo sé que no sé nada

Me preguntan en un programa de radio sobre lo que opino acerca de una resolución judicial. “Nada”, respondo. Y trato de explicarme: “No conozco los fundamentos del auto. Visto así, desde fuera, parece bastante raro, pero quizá sabiendo más de sus entretelas cabría entenderlo. O no”.

Ayer escribí aquí sobre el empeño que muestra mucha gente en opinar muy decididamente sobre asuntos de los que ignora casi todo.

Es un mal muy extenso, que afecta también gravemente a los medios de comunicación.

En España, lo de las tertulias radiofónicas, en particular, es de aurora boreal. El miércoles oí a un contertulio radiofónico que se largó un farragoso discurso sobre Euskadi y lo clausuró reconociendo... ¡que en realidad estaba especulando, porque no tenía ni idea! ¿Es tan difícil decir: “De eso es mejor que no hable, porque no sé”?

Hace algo así como diez siglos se me escamó el muy veterano locutor Luis del Olmo porque en una de sus tertulias itinerantes dije que no podía responder a una pregunta que me hizo (“¿Ha beneficiado el PSOE fiscalmente a sus amigos?”) porque carecía de la información necesaria para pronunciarme. “¡No quieres mojarte!”, sentenció. ¡Como si opinar fuera sólo una cuestión de audacia y el conocimiento no tuviera nada que ver! 

Mi amigo Gervasio Guzmán me telefonea para preguntarme qué sistema de alta definición de televisión es mejor, porque está pensando en mercarse uno. “Ah, ¿pero es que hay varios?”, le respondo. “Venga, no me tomes el pelo, que yo sé que tú estás rodeado de aparatos de todo tipo”, dice. Pues sí, pero no. Vivo rodeado de ordenadores, de amplificadores, de televisores, de receptores de radio, de antenas parabólicas, de conexiones ADSL y RDSI... Pero sé muy poco de todo ello. Ignoro cómo y por qué funcionan; qué tienen por dentro.

Para mí que todos ganaríamos bastante si dejáramos de presumir de lo que sabemos y empezáramos por reconocer lo muchísimo que ignoramos.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (30 de agosto de 2008).

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2008/08/29 05:00:00 GMT+2

Extraños demócratas

Según un estudio elaborado no hace mucho con un montón de avales académicos, siete de cada diez españoles no tienen ni el más mínimo interés por la política. Admiten sin rubor que no le prestan ninguna atención. (Por los comentarios que tengo oídos yo en las barras de algunos bares, me da que hay otro diez por ciento suplementario que cabría sumar a ese setenta: el integrado por quienes hablan como si supieran, cuando es obvio que no tienen ni pajolera idea.)

Pongo el dato en relación con otro que procede del mismo trabajo demoscópico: casi nueve de cada diez españoles consideran que la democracia es preferible a cualquier otro sistema de gobierno.

Lo que me sugiere tres reflexiones básicas.

Primera.– Considerando el ínfimo conocimiento de la materia que reconocen tener esos siete de cada diez, ¿cómo tomarse en serio sus opiniones sobre los sistemas de gobierno? Es como si alguien empezara diciéndonos que no sabe nada de fútbol y acto seguido afirmara que el sistema táctico de Luis Aragonés, alias El sabio de Hortaleza, alias Zapatones, es el mejor que se ha conocido en España en los últimos 50 años. Una vez  que alguien admite que no sabe de algo, ¿por qué opina?

Me  consta que es una costumbre generalizada, muy parecida a la de ésos que te dicen de tal novela o de tal otra que es “muy buena” cuando ellos mismos no saben ni redactar el texto de una postal. Pero no por ser un vicio muy común resulta menos disparatado.

Segunda.– Si siete de cada diez ciudadanos españoles admiten con total naturalidad que no tienen interés alguno en participar en la res publica –ni siquiera en saber de qué va–, ¿a cuento de qué defienden un sistema que se basa teóricamente en la participación de los ciudadanos? ¡Están a favor de la democracia, pero hacen lo posible para que funcione la oligarquía (o sea, el gobierno de unos pocos)!

Tercera.– Y, si no les interesa la política y proclaman impúdicamente que su ignorancia sobre lo que se decide en ese terreno es abrumadora, ¿por qué y para qué diablos votan? ¿En función de qué lo hacen?

Con una aplastante mayoría como ésa, parece razonable que nuestra vida política esté como está.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (29 de agosto de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/08/29 05:00:00 GMT+2
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2008/08/28 06:00:00 GMT+2

Las circunstancias particulares

Los Libros de Estilo que elaboran los medios de comunicación suelen advertir a los periodistas de que, cuando redacten una noticia en la que mencionen a alguien que ha sido acusado de un acto inadecuado o delictivo, eviten aludir a circunstancias personales que sean innecesarias para comprender el hecho relatado.

Así enunciada, la norma puede parecer complicada, pero es sencilla. Se trata de no animar a los lectores a pensar que hay circunstancias (casi siempre de origen geográfico y étnicas) que propician la delincuencia. Ejemplo: un titular que dice “Detenido un inmigrante por la violación de una menor” es inaceptable, porque contribuye a que la opinión pública asocie las ideas de inmigración y violencia sexual. (Dicho sea de paso, esta advertencia sería superflua si no hubiera periodistas que ya tienen asociadas ambas ideas en su subconsciente. Jamás me he topado con ningún titular que diga, pongamos por caso, “Detenido un presunto violador de 1,73 de altura y oriundo de Albacete”.)

Lo peor de los Libros de Estilo no es que casi ningún periodista los consulte nunca sino que sean un instrumento constrictivo destinado en exclusiva a los redactores de base; no a los jefes, que están autorizados a hacer lo que les viene en gana, porque para eso son jefes. Lo ratifiqué hace pocos días leyendo en un periódico una noticia de primera página en la que se contaba que el Gobierno de Rabat ha retirado a su embajador en Italia para protestar por la condena que le ha sido impuesta a un senador marroquí, conocido –se decía– porque es “uno de los que más reivindican Ceuta y Melilla para su país”. Ya. ¿Y cuál es la relación entre lo uno y lo otro? ¿A qué viene citar esa posición política suya, en concreto? ¿Por qué no escribieron que es conocido también por su entusiasmo por la Monarquía española?

Hay muchos partidarios de que Ceuta y Melilla se integren en Marruecos que jamás han violado a nadie. Y hay violadores que defienden con el máximo ardor patrio la españolidad de Ceuta y Melilla.

Del mismo modo que hay algunos que mezclan los culos y las témporas haciendo como si lo suyo fuera periodismo objetivo.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (28 de agosto de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/08/28 06:00:00 GMT+2
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2008/08/27 05:45:00 GMT+2

Dios salve a América

Lo poco que oí sobre el partido de baloncesto olímpico del pasado domingo (y no lo digo con desdén: es, sencillamente y sin más historias, que no me vino bien prestarle atención, y no lo hice) confirmó mi ya arraigada conclusión de que muchos españoles tienen un problema psicopatológico con EE.UU. Por un lado, aceptan todo lo procedente del imperio (cine, televisión, música, moda, lenguaje, fetichismo) con reverencia evidente, patéticamente lacayuna; por otro, sostienen que no lo soportan, e incluso que lo desprecian. “¡Venga, a por esos yanquis!”, clamaba un locutor radiofónico enardecido, al borde del infarto, como si los Gasol y compañía tuvieran el encargo patrio de vengar las afrentas de Cuba y el hundimiento del Maine.

Esa ambivalencia (“ambibalancia”, que dirían Les Luthiers) puede llegar a extremos cómicos: hace años me tocó ver cómo buena parte del nutrido público de un bar madrileño, que había asistido sin pestañear a la actuación musical de un señor de Nashville (en inglés, of course), se mosqueaba al aparecer acto seguido un cantautor catalán. “¡Coño, por lo menos que le pongan subtítulos!”, exclamó un parroquiano.

Imagino que mi desagrado ante esas cosas proviene de que veo el espectáculo justo desde la acera de enfrente. Admiro y respeto las expresiones culturales variadísimas de los muchos pueblos que habitan en los EE.UU. (de hecho colecciono algunas de sus muestras, en la medida en que puedo), pero odio que la maquinaria del star system estadounidense, con la ayuda de sus cómplices locales, se vaya cargando día a día, implacable, las raíces culturales de quienes merodeamos por este rincón del globo.

Ambas actitudes no sólo son compatibles, sino incluso complementarias. Amar a los pueblos no excluye oponerse a quienes los maltratan y malrepresentan. Se puede estar fraternalmente del lado de la buena gente de los EE.UU. y, a la vez, no soportar a los Bush. Por las mismas razones.

En suma: que si a mí me dicen “¡Venga, a por esos yanquis!”, sospecho que están tratando de manipularme. Sobre todo cuando quien nos jalea está a sueldo de una multinacional que tiene infinitos lazos con el imperio.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (27 de agosto de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/08/27 05:45:00 GMT+2
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2008/08/26 06:50:00 GMT+2

¿Nucleares? No, ni gracias

No paran de aparecer artículos de prensa y de emitirse programas de radio y televisión que tratan de convencernos de que estamos llenos de prejuicios bobos sobre la industria nuclear.

No quiero simplificar. Sé que es de justicia distinguir entre aquellos que expresan esa opinión honradamente, porque así lo ven, y los que se sueltan ese rollo porque cobran de las eléctricas para hacerlo.

En todo caso, puedo asegurarles a ustedes que las multinacionales (y nacionales) de la industria nuclear se dejan una pasta gansa año tras año para que ese idea no desaparezca del primer plano de la actualidad.

Y también puedo asegurar que el debate está mal planteado. Deliberadamente mal planteado.

La cuestión no es si la industria nuclear, en general, podría ser de mayor o menor utilidad, bien controlada y puesta al servicio desinteresado de la Humanidad, sino determinar los peligros que tiene esta industria nuclear (la industria nuclear realmente existente), que ni está debidamente controlada ni está puesta a más servicio que el de sus ejecutivos y accionistas.

La producción de energía por vía nuclear, considerada en abstracto, presenta ventajas innegables y desventajas bien conocidas. Sabemos que afecta mucho menos a la atmósfera que el consumo de combustibles fósiles, nos consta también que aún no se ha encontrado un modo inocuo de deshacerse de los residuos que produce la fisión nuclear, etc. Vale. Pero todo eso, que debería ser lo principal, es secundario, porque de lo que estamos hablando no es de qué conviene o no conviene a la colectividad, sino de qué da más o menos beneficios a unos señores con muchísimo dinero y aún más influencias. Influencias también sobre los organismos estatales encargados de vigilarlos.

Bastantes de ustedes habrán visto la película El síndrome de China. Ayer, según leía las noticias sobre cómo los servicios de seguridad de Vandellós II trataron de impedir la entrada a los bomberos de la Generalitat tras el incendio que se produjo en la central, pensé que, una vez más, la naturaleza imita al arte.

Hacen con nosotros lo que les da la gana. Y los que no aplaudimos, bostezamos.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (26 de agosto de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/08/26 06:50:00 GMT+2
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2008/08/25 08:00:00 GMT+2

Se venden pronósticos

Un oficio tenebroso, pero muy socorrido y rentable, es el de agorero. Desde la Roma antigua, la gente que se dedica a pronosticar males individuales o colectivos alcanza altos grados de reconocimiento social, a nada que domine la escenografía de la farsa. El público comenta sus augurios con mucho respeto y le paga muy bien para que siga haciéndolos. ¿Que luego pasa el tiempo y no se cumplen? Tanto da; nadie se acuerda. ¿Que acierta, así sea como el burro flautista? Se apresura a apuntarse el tanto.

Hay agoreros de diverso tipo. Están los que visten túnicas exóticas y manejan artilugios (echan cartas, miran bolas de cristal, contemplan los posos de las tazas de café, siguen el vuelo de algunas aves, etc.) y los hay que se las dan de científicos. Entre estos últimos menudean los que no pronostican males de amor, accidentes domésticos y otras desgracias de uso privado, sino turbulencias y catástrofes sociales de diversa magnitud, desde el fin del mundo hasta la disolución de la familia, carcomida por la depravación de las costumbres. Algunos augurios han accedido ya a la categoría de clásicos: ¿cuánto supuesto experto no habrá pronosticado en los últimos sesenta o setenta años la inminente desaparición del teatro? Pues ya ven ustedes: mal que bien –y en crisis permanente, vale–, pero ahí sigue.

El augurio más en boga desde hace un par de decenios es el que anuncia la inevitable desaparición de la prensa escrita, que va a morir víctima de Internet –dicen– en cosa de nada. Pero es que hace 15 años ya era “en cosa de nada”... y nada.

Me da que la cosa va para largo. ¿Por qué? Pues seguro que por muchas razones, pero avanzo una: los periódicos de papel son los únicos que han demostrado capacidad para establecer qué importancia relativa tienen las noticias. Su jerarquía. La prueba es que la totalidad de los informativos y magazines de las radios y las televisiones se construyen siguiendo la pauta marcada por lo que se vende cada mañana en los quioscos.

Yo no pronostico nada, porque cualquiera sabe, pero me malicio que hay mucho vendepeines pronosticando. Y que pronostica no porque sepa, sino para vender el pronóstico.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (25 de agosto de 2008).

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2008/08/24 08:20:00 GMT+2

Serpientes de verano

Hace años, los currantes de mi gremio periodístico hablaban de “serpientes de verano” para referirse a las noticias que se veían en la obligación de sacar de debajo de las piedras –si es que no inventarse– para llenar las páginas de los diarios durante las vacaciones estivales, cuando toda la gente importante se iba a la playa y los tenía a dos velas, sin casi nada que contar. El término “serpiente de verano” creo que venía de Nessie, el mítico monstruo del lago Ness, en las tierras altas de Escocia, al que se hacía reaparecer a capones todos los agostos para que los diarios tuvieran algo de lo que hablar. Nessie solía compartir las glorias del estrellato veraniego con algún cerdo de dos cabezas nacido en alguna ignota aldea de Filipinas o con algún abuelo de 120 años (casi siempre georgiano, no sé por qué) que atribuía su longevidad a que llevaba toda la vida fumando sin parar y bebiendo litros y litros de vodka.

Por supuesto que todo era mentira, pero inocente. Se entretenía a la parroquia, y a correr. A fin de cuentas, “no news, good news”. La falta de noticias es una buena noticia.

Este año llegué a sospechar que a Iñaki de Juana Chaos le iba a tocar interpretar el viejo papel mediático del monstruo del lago Ness. Como el panorama informativo venía tirando a tedioso, me dio por imaginar que lo mismo algún diario se decidía a sacar un coleccionable sobre las perversidades de De Juana Chaos, con separata sobre sus gustos gastronómicos.

Pero lo cierto es que siempre hay noticias dignas de mención, aunque no necesariamente cómodas para la gente con mando en plaza. Por ejemplo: apenas se han comentado los esfuerzos realizados por Rodríguez Zapatero, negociación y pacto con IC incluidos, para no tener que comparecer fuera de plazo en el Parlamento para dar explicaciones sobre su política económica. ¿Por qué incomodaba tanto esa perspectiva al jefe del Gobierno?

Si alguien principal dijera en público que yo hago muy mal mi trabajo, estaría deseando tener un buen rifirrafe dialéctico con él. Lo mismo me convencía. En todo caso, no mandaría a otro a que diera la cara en mi nombre. Y menos a Solbes.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (24 de agosto de 2008). También publicó apunte ese día: A dos velas.

Escrito por: ortiz.2008/08/24 08:20:00 GMT+2
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