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2008/09/11 06:00:00 GMT+2

Prepararse para lo peor

El jefe guerrillero y primer presidente del Vietnam descolonizado, Ho Chi Minh (1890-1969), conocido en su vejez como “el tío Ho”, fue siempre hombre más de acción que de palabras. Pero algunas dijo. En mi juventud me llegó muy hondo una consigna que impartió a su pueblo cuando se puso más cruda la agresión estadounidense: “Estad preparados siempre para lo peor”, dijo a los suyos.

Para mí que la recomendación me caló sobre todo porque coincidía con las enseñanzas de mi madre, heredadas de su padre gallego, don Javier, hombre reflexivo, amén de excelente pendolista. Ella decía: “Imagina en cada situación qué es lo peor que puede sucederte y piensa en cómo deberías actuar si te sucede”.

Tal vez por ello me resultaron más chocantes hace meses las declaraciones del presidente del Gobierno, cuando se declaró “optimista antropológico”. Un buen estratega político no es ni optimista ni pesimista. Eso son estados de ánimo. Su obligación es ser realista, evaluar las diversas posibilidades que se presentan y planificar las tácticas que debería poner en marcha para afrontar cada una. Y si luego todo sale bien, pues fantástico, pero si sale mal no le coge con la guardia baja.

Cuesta ver a Pedro Solbes como optimista antropológico, pero tal parece que su jefe le ha contagiado esa problemática actitud vital. Dice el ministro de Economía que “la posibilidad y el riesgo” de recesión existen, pero que “el Gobierno no trabaja con esa hipótesis”. Ah, ¿no? Pues qué mal. El Gobierno, en general, y su departamento, en particular, deberían trabajar con esa hipótesis (entre otras, por supuesto) para que, en el desdichado pero no improbable caso de que se verifique, no les coja en Babia, como les ha sucedido demasiadas veces en tiempos recientes.

¿No ha escarmentado todavía el vicepresidente segundo, después de los sucesivos patinazos que ha sufrido cuando se ha puesto a ejercer de profeta? Vale que un Gobierno deba transmitir confianza y tranquilizar a la población, pero ¿qué confianza transmite un ministro cuyas previsiones se ven refutadas una y otra vez por los hechos?

Creo que nos convendría ir preparándonos para lo peor.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (11 de septiembre de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/09/11 06:00:00 GMT+2
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2008/09/10 11:45:00 GMT+2

Trabajadores y vendidos

Un amigo mío argentino que goza de notoriedad pública (o la sufre, según los casos) se quedó horrorizado una mañana, estando en México, cuando se puso a leer una entrevista que le habían hecho la víspera y descubrió que, donde él había contado al periodista que en su juventud fue “peronista de base”, aparecía publicado que había sido “terrorista de base”.

Quienes tenemos experiencia en entrevistar y ser entrevistados sabemos cuán problemático es el género y a cuántos errores, a veces cómicos, da pie. No digamos ya si de por medio hay cambios de idioma.

O sea, que no me tomo a pie juntillas las declaraciones de Javier Bardem a The New York Times en las que se cuenta que el actor califica de “estúpidos” a los españoles, en masa, por acusarle de haberse “vendido”. De haberlo afirmado así, tal cual, las objeciones me saldrían en tropel. ¿Cómo sabe cuánta gente le acusa de eso, de más o de nada? ¿Por qué da por hecho que todos los españoles tienen una opinión sobre él? Puedo asegurarle, ya para empezar, que no es mi caso.

Pero el punto que me parece de más interés es la acusación misma de la que se defiende. ¿Se ha vendido? ¿No se ha vendido? ¿En qué consiste ser un vendido?

Todo trabajador trata de vender en el mercado (de alquilar, más bien) sus capacidades. No se escapan a esa regla, ni mucho menos, los actores y las actrices, que se mueven en un medio impredecible. Son poquísimos los que pueden elegir qué papel aceptan y cuál otro rechazan, si es que les ofrecen alguno.

Hay alguna gente que dice: “Pero ¿cómo puede aparecer Fulano en ese bodrio?” A lo que sólo cabe responder: “Y, si se hubiera negado, ¿le pagarías tú la hipoteca y el colegio de los niños?” O también: “¿No tienes tú nada que objetar al trabajo que te procura el sustento?”

La frontera está en otro lado. Una cosa es vender en el mercado la propia fuerza de trabajo, dicho sea por emplear la terminología clásica, y otra vender el fuero interno y humillarse sumisamente ante el poder de los que pagan, poniéndose a su servicio ideológico.

Dicho lo cual, insisto: no tengo ninguna opinión formada sobre Javier Bardem, ni para bien ni para mal.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (10 de septiembre de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/09/10 11:45:00 GMT+2
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2008/09/10 07:00:00 GMT+2

Avería

Ayer por la tarde me trasladé a Madrid. Cuando he tratado de conectar esta mañana mi ordenador portátil, ha sido imposible. Se ha averiado, puede que por culpa de algún golpe que sufriera durante el viaje o porque a veces esos trastos se estropean por su cuenta, sin más. El caso es que en sus inescrutables tripas se han quedado, entre otras muchas cosas, la columna que aparece hoy en Público, las notas que tenía tomadas para varias columnas más y toda la correspondencia electrónica que he recibido o enviado en los últimos dos meses.

La culpa sería toda mía si no fuera porque otro ordenador que tengo, con el que suelo hacer copias de seguridad, ¡también se me ha estropeado! Cierto es que podría haber usado un disco duro externo pero, con el lío del traslado, se me fue el santo al cielo.

Dicho sea esto para explicar que hoy no aparecerá la columna del día hasta avanzada la mañana, cuando, después de la tertulia de Radio Euskadi, pueda bajar a un kiosco, comprar el periódico y recuperar el texto.

En fin, que estoy contento.

Escrito por: ortiz.2008/09/10 07:00:00 GMT+2
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2008/09/09 06:00:00 GMT+2

Bombas de plástico

No conozco de primera mano la situación social del barrio de Roquetas en el que se ha producido la grave revuelta de obreros inmigrantes que estalló el sábado, pero he visitado poblaciones similares de Almería y otras aledañas y he visto las condiciones en las que trabajan y viven los africanos empleados en tareas de agricultura intensiva.

Calificarlas de penosas no pasa de ser un amable eufemismo. Sólo la fortaleza física y la determinación férrea de esas personas –o su desesperación– permiten comprender que sean capaces de trabajar día tras día en un medio tan decididamente cruel.

Salvo cuando ni siquiera hay trabajo.

Lo extraño es que las explosiones de violencia colectiva sean tan escasas. En hervideros así (y lo de hervidero va también por el asfixiante calor que soportan bajo el plástico de las plantaciones), lo propio sería que armaran la marimorena cada dos por tres.

Cuentan los medios de información que esta vez el cisco se ha montado por una pelea con gente gitana, en la que un senegalés acabó muerto. Será así (o no), pero en mi recorrido por aquellas tierras, hace unos pocos años, lo que más me impresionó no fueron las tensiones entre gitanos, magrebíes y subsaharianos, sino el contraste entre la situación de los inmigrantes y el ostentoso nivel de vida de una población autóctona llamativamente venida a más. Había por allí una densidad de coches de lujo que para sí quisiera Beverly Hills. Y me topé también con la tira de campos de golf, pese a ser –dicen– la zona de Europa donde menos llueve.

Me llamó igualmente la atención, y me dio mucho que pensar, que una parte de los nuevos ricos propietarios de aquellas plantaciones fueran exemigrantes españoles regresados de Alemania, Francia, Suiza y otros pagos de la Europa próspera. ¿Hoy por mí, mañana contra ti?

Cabe preguntarse cómo ha sido posible tan fulgurante esplendor. Quizá pueda dar una pista saber que ha habido pueblos de esa franja del Mediterráneo en los que han llegado a realizar huelgas generales para protestar por la actividad de los inspectores de trabajo. En defensa de la explotación ilegal de los inmigrantes, dicho sea por la brava.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (9 de septiembre de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/09/09 06:00:00 GMT+2
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2008/09/08 06:00:00 GMT+2

Garzón y las víctimas de Franco

El magistrado Baltasar Garzón se ha distinguido en los últimos lustros por poner en marcha procedimientos judiciales muy espectaculares, de gran repercusión mediática, pero de escaso resultado positivo, unas veces por los errores técnicos de su propia labor de instrucción (lo sucedido con la llamada “operación Nécora” fue clamoroso), otras por la volubilidad de sus aspiraciones de popularidad, o directamente políticas (recuérdese el sumario contra los GAL, sujeto a los vaivenes de sus filias y sus fobias con el Gobierno de Felipe González).

La iniciativa que ha tomado ahora para inventariar las víctimas de Franco tiene todo el aspecto de acabar en más de lo mismo. Somos muchos los que consideramos que constituye un escándalo que todavía sea una incógnita el número de asesinatos que produjo el alzamiento militar del 18 de julio de 1936 y la posterior dictadura franquista, que no se haya investigado oficialmente –insisto: oficialmente– dónde yacen las víctimas y que no se hayan reparado unos crímenes que, por ser de lesa humanidad, no pueden considerarse prescritos.

Pero la vía elegida por Garzón dista de parecer la más adecuada. Así, no tiene sentido que reclame al Episcopado español que aporte una lista de víctimas, cuando la Iglesia católica sólo inventarió las de su propio bando (“caídos por Dios y por España”) y que, sin embargo, no exija al Gobierno del Estado que haga lo propio, cuando es mucho más fácil que algunas de sus dependencias, incluidas las muy beneméritas, conserven bastante documentación sobre los desmanes cometidos entre 1936 y 1976.

Por las mismas, se entiende mal que el juez haya instado a los ayuntamientos de un puñado de capitales a colaborar en la investigación y no se haya dirigido a otros en cuyo territorio hubo miles de ejecuciones sumarias. ¿Se puede investigar sobre los crímenes de los franquistas sin poner a Asturias –es un ejemplo– en los principios de la lista?

Está bien que el asunto vuelva al primer plano de la actualidad, así sea sólo para poner en evidencia las vergüenzas de lo hecho hasta ahora, pero dudo de que, con Garzón de por medio, esto acabe en nada serio.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (8 de septiembre de 2008).

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2008/09/07 06:00:00 GMT+2

¿Y lo de Afganistán?

Los franceses tienen un concepto de la libertad de prensa que en España no cabría poner en práctica sin grave quebranto para quien lo hiciera. Esta semana, un semanario satírico de París se ha permitido caminar sobre la cuerda floja comparando los trofeos logrados por sus atletas en los Juegos Olímpicos con la trágica muerte de 10 soldados integrantes de la misión militar francesa en Afganistán. Se lee en el (llamémosle) chiste: “40 medallas en Pekín. Y otras 10 en Kabul... a título póstumo”.

El conflicto de Afganistán está enquistándose, pudriéndose, pero, a diferencia de lo que sucede en Francia, aquí casi nadie parece interesado en preguntarse por qué narices están participando nuestras Fuerzas Armadas en la ocupación militar de aquel país. Las razones que suelen esgrimirse para justificarlo resultan de una inconsistencia supina. ¿Para impedir que haya una dictadura? Punto primero: si los gobiernos occidentales se asignaran la misión de ocupar manu militari todos los países que corren el peligro de ser sojuzgados por una dictadura, o que ya lo están, no darían abasto. En segundo lugar: las fuerzas estadounidenses y de la OTAN han intervenido en Afganistán para quitar una dictadura, pero para poner otra y, ya metidos en gastos, matar a un montón de gente no combatiente.

Dicen: “La presencia militar extranjera en Afganistán está apoyada en una resolución de las Naciones Unidas”. Otra broma de mal gusto. El Consejo de Seguridad de la ONU ha amparado acciones militares bochornosas y se ha llamado andana ante injusticias clamorosas. No es garantía de nada. Nadie medianamente informado –y el Gobierno español lo está bastante mejor que medianamente– ignora que EEUU decidió ocupar Afganistán, apelando a la agresión del 11-S, porque ese país se sitúa en una línea geoestratégica de primerísima importancia (la que va desde el Himalaya hasta el Mediterráneo) cuyo control Washington viene pretendiendo desde hace años.

Bueno, pues allí están las tropas del Gobierno español, que lo mismo valen para un roto que para un descosido, esperando que no les hagan ni un roto ni un descosido, como se lo han hecho a las francesas.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (7 de septiembre de 2008).

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2008/09/06 06:00:00 GMT+2

Hal y el Ejército

El superordenador Hal, de 2001, Odisea del espacio, se rebela con uñas y dientes cuando detecta que un humano trata de desactivarlo. La máquina se pone al servicio de una tarea a la que asigna prioridad absoluta: sobrevivir.

La reacción de Hal retrata muy bien el comportamiento de otros aparatos también inhumanos, como son los burocráticos. La función más importante que asume toda estructura burocrática es asegurar su supervivencia, aunque ninguno de sus componentes individuales se lo haya planteado nunca en esos términos. El aparato tiene como meta principal sobrevivir, lo que le mueve a hacer cualquier cosa con tal de parecer imprescindible a quienes pudieran considerarlo prescindible. (Dicho sea de paso, éste es un comportamiento detectable tanto en organismos públicos como en empresas privadas.)

Pongamos, por ejemplo, que se planteara que el Estado español tiene unas fuerzas de Defensa de tipo convencional (con sus aviones, sus tanques, sus portaviones y todas esas cosas) desproporcionadamente caras, que pintan muy poco en estos tiempos de crisis y aún menos habida cuenta de que España no parece que corra el peligro de ser agredida por un ejército extranjero en los próximos años, una vez superada felizmente la crisis del islote Perejil. Lógica reacción, tipo Hal, del aparato: empieza a buscarse a toda velocidad utilidades ajenas a su ámbito de competencias, para parecer útil.

Estoy seguro de que esa necesidad de supervivencia burocrática influye no poco en las ganas de participar en misiones de teórica paz y de reconstrucción de infraestructuras, de servicios contra incendios, de reparto de agua en zonas de sequía, etc., que asumen últimamente sin parar las Fuerzas Armadas españolas por medio mundo. No cuestiono la utilidad de las tareas, que pueden ser todas ellas muy nobles. Digo que no son propias de soldados, sino de trabajadores de otras profesiones, que para eso existen, se estudian y se ejercen.

Si España tiene un muy costoso ejército que, según nos cuentan, sirve para un montón de cosas, pero casi ninguna específicamente castrense, ¿no valdría la pena replantearse esa onerosa partida presupuestaria?

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (6 de septiembre de 2008).

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2008/09/05 06:00:00 GMT+2

La Faes y el sexo

Preguntada por la paternidad de la criatura que está gestando, la ministra francesa de Justicia, Rachida Dati, de estado civil soltera, ha declarado que no tiene por qué hablar con los medios de comunicación sobre asuntos personales. Y tiene razón. (La tendría todavía más si acto seguido no hubiera añadido que su vida privada es “complicada”, porque, si uno no quiere hablar de algo, lo mejor que puede hacer es no menearlo.)

Una publicación marroquí aseguró anteayer que José María Aznar es el padre del presunto nasciturus de la ministra, y la fundación Faes, que preside el exjefe de Gobierno español, hizo público de inmediato un comunicado desmintiéndolo.

Ahí ya nos metemos en terrenos resbalosos. ¿Qué pinta la fundación Faes desmintiendo un asunto así? ¿Tiene pruebas detalladas de lo que hace Aznar las 24 horas del día? Sabemos de Aznar, por propia confesión, que habla catalán en la intimidad, pero los integrantes de Faes no pueden saber qué más cosas hace en la intimidad.

Me consta que hay periodistas que tienen un criterio muy laxo al respecto, pero el mío es tan estricto como sistemático: defiendo que sólo es éticamente correcto hacer mención de historias que afectan a la vida sexual de los políticos cuando ellos mismos han sacado el asunto a relucir y lo han utilizado para fines públicos, poniéndose incluso como ejemplo. Lo que no es aceptable es que la aspirante a vicepresidenta de los EE.UU. se dedique a sermonear con lo que la ciudadanía tiene que hacer con su sexo y que se indigne luego cuando la prensa habla de lo que ella misma o sus allegados hacen con el suyo. O que Aznar se escude detrás de una fundación política para defender su intimidad: si de su intimidad se habla, que asuma él mismo, en persona, su propia causa.

Son cuestiones de moralidad pública, cívica. Si una señora decide abortar, es cosa suya. Pero, si esa señora se dedica a echarse mítines electoralistas contra el aborto, su actitud se convierte en política. Y no sólo es lícito, sino necesario, denunciar su hipocresía.

En todo caso, urge que la fundación Faes aclare a la opinión pública cómo controla la entrepierna de Aznar.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (5 de septiembre de 2008).

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2008/09/04 05:30:00 GMT+2

Lo malo conocido

Mientras el poderío capitalista se estruja las meninges para ver cómo acercarse cada vez más a su ideal de vida (cosa que tiene casi siempre al alcance de la mano), la presunta izquierda, de España y de tres cuartas partes del mundo, insiste en acomodarse al principio semimasoquista del mal menor. Ajustándose a ese imperativo, el uno sale diciendo que sí, que acepta que Obama no es de fiar, y que el número dos que ha elegido da grima, pero se apresura a subrayar que peor sería McCain, con su fiera de Alaska que es más carca que Margaret Thatcher y Esperanza Aguirre juntas. Y el otro añade que vale, que no niega que el Gobierno del PSOE es efectivamente un monumento a la pusilanimidad, y que tal parece que la vicepresidenta está haciendo méritos para que le den algún puesto en el Vaticano y el vicepresidente a que le otorguen otro en el Fondo Monetario Internacional, pero que más crudo lo tendríamos si regresaran a la Moncloa los del PP.

La idea fija de esas izquierdas es que más vale lo malo conocido que lo pésimo por conocer.

Lo cual es fácil de resumir: renuncian a lo bueno.

En una de las últimas canciones que compuso antes de morir, el genial Jacques Brel (que, precisamente porque sabía que estaba ya en la frontera del otro barrio, se sentía capaz de mirar la vida por encima del hombro), sentenció: “El mundo se adormece por falta de imprudencia”. Fue brillante, como siempre, pero inexacto. El mundo (la totalidad de los humanos) no hace nunca nada en orden compacto: unos vamos por aquí, otros por allá, cada cual a lo suyo. Pero, en todo caso, lo que nos falta a quienes somos partidarios de otro orden de cosas no es imprudencia, sino audacia. Atrevernos. Atrevernos no sólo a hacer, sino a algo que es previo y mucho más decisivo: atrevernos a pensar.

Pasar por la vida como pidiendo perdón, acomodándose a lo existente, humillando la cerviz, conformándose con lo que dictan los que mandan, aceptando su corsé: eso es malgastar nuestra vida breve. Un despilfarro.

No se trata de dejar un recuerdo imborrable (¿a qué muerto le importan los recuerdos?), sino de sentirse digno con lo que se vive. Mientras se vive.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (4 de septiembre de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/09/04 05:30:00 GMT+2
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2008/09/03 12:10:00 GMT+2

Tigres de papel

Hace medio siglo se hizo célebre una sentencia de Mao Tsetung: “El imperialismo y todos los reaccionarios son tigres de papel”. Por Europa solía utilizarse una imagen similar: “Gigantes con pies de barro”, se decía.

El presidente y fundador de la República Popular China llamaba la atención sobre el hecho de que, en determinadas condiciones, las más imponentes fortalezas, de apariencia inexpugnable, pueden irse al suelo cual frágiles castillos de naipes.

Y tenía razón, vaya que sí, pero se quedó corto.

Mao evocaba algunas de las experiencias históricas que le tocó vivir más de cerca: el hundimiento del imperio japonés, que también invadió el norte de China, su propio triunfo sobre el Kuomintang de Chiang Kaishek, la derrota del imperialismo francés en Indochina, la incapacidad de los EE.UU. para imponerse en Corea, el fiasco norteamericano en Vietnam...  Pero, a juzgar por sus escritos, nunca llegó a imaginar que él mismo estuviera cabalgando sobre los lomos de otro tigre de papel. Porque los comunistas de Vietnam fueron capaces de resistir los bombardeos de los B-52 y los ataques con napalm, pero acabaron sucumbiendo, como sabemos, a las insinuaciones de la Coca-Cola y a los cantos de sirena de la economía de mercado, lo mismo que le sucedió a la URSS, que resultó otro gigante con pies de barro y se fue al garete en un abrir y cerrar de ojos, dicho sea en términos históricos.

Los recientes Juegos Olímpicos nos han permitido asomarnos a la China actual y a la caricatura en la que ha quedado el proyecto teóricamente igualitarista del propio Mao. El Estado chino conserva la férrea estructura política que propició su fundador (fuertemente centralizada, brutalmente disciplinada a través del partido único y del castigo implacable de la disidencia), pero en la vida económica y social aplica, con la misma falta de miramiento e idéntico rigor, las leyes del capitalismo más salvaje. Para rematar la faena, su modelo cultural es típicamente made in USA. Es como si el régimen chino hubiera decidido quedarse con lo peor de cada casa.

Paradojas de la vida: el maoísmo también ha resultado ser un tigre de papel.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (3 de septiembre de 2008).

Nota.– Una avería mental del columnista, que lleva en pie desde las 5 de la madrugada, ha hecho que esta columna no subiera a la red hasta la avanzada hora en que lo ha hecho, y eso porque el despistado ha recibido el aviso de un amigo. Disculpas.

Escrito por: ortiz.2008/09/03 12:10:00 GMT+2
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