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2008/09/04 05:30:00 GMT+2

Lo malo conocido

Mientras el poderío capitalista se estruja las meninges para ver cómo acercarse cada vez más a su ideal de vida (cosa que tiene casi siempre al alcance de la mano), la presunta izquierda, de España y de tres cuartas partes del mundo, insiste en acomodarse al principio semimasoquista del mal menor. Ajustándose a ese imperativo, el uno sale diciendo que sí, que acepta que Obama no es de fiar, y que el número dos que ha elegido da grima, pero se apresura a subrayar que peor sería McCain, con su fiera de Alaska que es más carca que Margaret Thatcher y Esperanza Aguirre juntas. Y el otro añade que vale, que no niega que el Gobierno del PSOE es efectivamente un monumento a la pusilanimidad, y que tal parece que la vicepresidenta está haciendo méritos para que le den algún puesto en el Vaticano y el vicepresidente a que le otorguen otro en el Fondo Monetario Internacional, pero que más crudo lo tendríamos si regresaran a la Moncloa los del PP.

La idea fija de esas izquierdas es que más vale lo malo conocido que lo pésimo por conocer.

Lo cual es fácil de resumir: renuncian a lo bueno.

En una de las últimas canciones que compuso antes de morir, el genial Jacques Brel (que, precisamente porque sabía que estaba ya en la frontera del otro barrio, se sentía capaz de mirar la vida por encima del hombro), sentenció: “El mundo se adormece por falta de imprudencia”. Fue brillante, como siempre, pero inexacto. El mundo (la totalidad de los humanos) no hace nunca nada en orden compacto: unos vamos por aquí, otros por allá, cada cual a lo suyo. Pero, en todo caso, lo que nos falta a quienes somos partidarios de otro orden de cosas no es imprudencia, sino audacia. Atrevernos. Atrevernos no sólo a hacer, sino a algo que es previo y mucho más decisivo: atrevernos a pensar.

Pasar por la vida como pidiendo perdón, acomodándose a lo existente, humillando la cerviz, conformándose con lo que dictan los que mandan, aceptando su corsé: eso es malgastar nuestra vida breve. Un despilfarro.

No se trata de dejar un recuerdo imborrable (¿a qué muerto le importan los recuerdos?), sino de sentirse digno con lo que se vive. Mientras se vive.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (4 de septiembre de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/09/04 05:30:00 GMT+2
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