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2008/11/10 06:00:00 GMT+1

La imitación del jefe

Un sistema de evaluar el grado de devoción que suscitan los líderes políticos máximos dentro de sus propios partidos consiste en observar hasta qué punto son imitados en la manera de hablar, de gesticular y hasta de vestir por los dirigentes intermedios y los militantes a sus órdenes.

El caso más llamativo entre nosotros fue el de Felipe González. ¿Que él iba de traje durante la semana y se ponía cazadora de ante los domingos? Todos los aparatchiki socialistas hacía lo mismo. ¿Que decía “por consiguiente” cada tres minutos? Todos a ello.

Dentro de las posibilidades que ofrece su hierática imagen pública, también José María Aznar provocó su tanto de mimetismo en las filas del PP. Muchas de sus muletillas retóricas y abstrusas (“Lo que es y significa la idea de España”, por ejemplo) eran repetidas por su grey cada dos por tres.

También Rodríguez Zapatero es imitado por los suyos. Muchos lo imitan, por desgracia, en una de sus más irritantes características: el habla intermitente. “El Gobierno (pausa) está decidido (nueva pausa) a (otra pausa) tomar medidas (otra pausa más)…”, y así todo el rato. Hacen legión los responsables socialistas que se han puesto a hablar así, mientras separan las manos en posición vertical y a la altura del pecho, como si estuvieran mostrando lo que mide un metro, igual que hace su jefe.

Si es válido este sistema de detectar la pleitesía que generan los líderes máximos en sus propios partidos, es obvio que Mariano Rajoy lo tiene muy crudo. Nadie le imita. En nada. Como modelo –al menos como modelo– es un fracaso.

Está claro que con él el culto a la personalidad no constituye ningún peligro.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (10 de noviembre de 2008).

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2008/11/09 06:00:00 GMT+1

Esteban González Pons

Esteban González Pons, portavoz del PP, se distingue por su capacidad para defender causas justas con argumentos estrafalarios. (También es capaz de defender causas injustas con razonamientos peregrinos, pero eso no tiene tanto mérito.)

Su espontánea facundia le ha traído ya problemas en el interior de su propio partido, algunos de los cuales han tenido trascendencia pública. Hace un mes, Fraga se encaró con él en la XIII Interparlamentaria del PP. Lo descalificó por unas declaraciones en las que había reconocido que el PP gallego había aprobado una resolución de condena a la dictadura franquista “forzado” por el PSOE y el BNG.

La otra le ha venido con su demanda de que la reina se comporte como la bandera del Estado, que actúa como símbolo, pero no habla. Dejando de lado que la bandera no tenga otra opción que la de guardar silencio (y de que la comparación ponga a la reina como un trapo), el hecho es que el PP había decidido no opinar sobre la verborragia real. Pero él se despistó y luego, para salir del jardín en el que se había metido, se puso a distinguir entre el González Pons particular y el González Pons portavoz. Una suerte de Dr. Jekyll y Mr. Hyde en versión valenciana.

Lo peor es que en ambos asuntos tenía razón, en el fondo. Pero defendió las dos causas como si quisiera arruinarlas.

Hace meses le oí oponerse al canon sobre los cedés (otra causa justa) arguyendo que una pariente suya usa cedés vírgenes a modo de espantapájaros. Hay quien cuelga cedés de los frutales para ahuyentar a los pájaros, pero cedés inútiles. Lógicamente.

Ya digo: es especialista en defender ideas correctas del peor modo posible.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (9 de noviembre de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/11/09 06:00:00 GMT+1
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2008/11/08 06:00:00 GMT+1

Haciendo cuentas

Si sumamos los sufragios obtenidos por Barack Obama y John McCain, obtenemos que el 4-N votaron por el uno o por el otro algo así como 120 millones de estadounidenses. Ahora bien, según los datos oficiales, referidos a 2006, los EE.UU. cuentan con más de 300 millones de habitantes. Cierto es que una parte de ellos están privados del derecho de voto, sea porque no han alcanzado la mayoría de edad, porque se encuentran en situación legal irregular o porque han sido privados de ese derecho por sentencia judicial (los presos no votan). ¿Cuántos pueden sumar todos ellos, en total? ¿60 millones, tal vez?

Concluyo de ello que en las elecciones del pasado día 4 participó algo más de la mitad de la población estadounidense con derecho de voto. Pero menos del 50% de la población afectada por el resultado de los comicios.

Sigo con mis cálculos. Obama obtuvo algo más de 63 millones de votos. Eso equivale, grosso modo, al 25% del conjunto de los estadounidenses que habrían podido votarle. McCain logró 56 millones de votos, lo que viene a representar un 23% del mismo conjunto. La distancia dista de ser tajante: el 53% contra el 47% sobre los sufragios emitidos. Sin embargo, esa diferencia se ha traducido en un abismo insondable al ser traducida a los llamados “votos electorales”: 349 para Obama, 162 para McCain. ¡Más del doble!

Es absurdo tomar ese resultado, realmente apabullante, como si se tratara de un fenómeno de masas histórico, maravilloso, cuando lo cierto es que ha sido provocado no por las urnas, sino por el más que exótico sistema electoral de los EE,UU.

La épica simpatizante es libre. Los datos, en cambio, son los que son.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (8 de noviembre de 2008).

Nota.– Observaréis que he retirado del menú principal la referencia a mis artículos para Noticias de Gipuzkoa y otros diarios del grupo Noticias. No tiene sentido mantenerlo, porque me han pedido que suspenda mi colaboración, que venía a ser de dos artículos al mes. Me dicen que están reestructurando su política de colaboraciones, por razones económicas. De manera muy cariñosa  –la verdad es que nos tenemos mutuo afecto–, me comunican que, cuando tengan la cosa clara (no antes de enero de 2009), ya me avisarán. Yo haré lo mismo con vosotros, aunque dudo de que la colaboración se reanude. Son muchos años de periodismo los que cargo sobre mi maltrecha columna vertebral. Cada vez que alguien me ha dicho que me dejaba fuera de manera provisional, habría podido ahorrarse el adjetivo "provisional".

Pero no me quejo. Las colaboraciones funcionan así. Como dijo el santo Job: "Dios me lo dio, Dios me lo quitó".

Escrito por: ortiz.2008/11/08 06:00:00 GMT+1
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2008/11/07 06:00:00 GMT+1

Dejarse la piel

Sabemos, desde La cabaña del Tío Tom hasta Condoleezza Rice, que el hecho de tener la piel oscura no convierte a nadie en obligatoriamente rebelde. Se puede ser de tez bruna y contribuir al mantenimiento de un sistema de poder controlado por caucásicos. Del mismo modo que se puede ser mujer y apuntalar con el mayor entusiasmo el machismo más rancio: el ejemplo de Margaret Thatcher es de sobra ilustrativo. El hecho de que Barack Obama sea mestizo –porque es mestizo; no negro– no demuestra que a las minorías étnicas en EE.UU. les vaya a ir mucho mejor con él. Sencillamente: ya veremos.

También resulta exagerado que se presente como gran novedad histórica que el padre de Obama fuera inmigrante. En los EE.UU., casi toda la población procede de la inmigración, quitando los escasos amerindios a los que los herederos del Mayflower no acabaron de exterminar ateniéndose a la consigna del general Sheridan: “El mejor indio es el indio muerto”. ¿Inmigrantes o descendientes de inmigrantes? El 99% lo fueron o lo son, empezando por el propio George Washington, cuyo abuelo era inglés. Con frecuencia, los políticos estadounidenses no son descendientes de inmigrantes, sino inmigrantes ellos mismos. El gobernador Arnold Schwarzenegger fue austríaco hasta que se nacionalizó estadounidense. Heinz Kissinger (alias Henry) nació en Fürth, Alemania. Inmigrantes, como tantos otros.

No intento que se presuponga nada malo sobre Barack Obama. Tan sólo que no se presuponga nada bueno apelando a circunstancias meramente superficiales. Lo que vaya a ser, mejor o peor, tendrá que ganárselo a pulso por sí mismo.

A ver si realmente se deja la piel en ello.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (7 de noviembre de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/11/07 06:00:00 GMT+1
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2008/11/06 06:00:00 GMT+1

Los límites de Obama

Se lo oí decir durante la noche electoral a una señora hispano-norteamericana que ha perdido a un hijo en la guerra de Irak: “No tengo ninguna confianza en Obama; es un hombre del sistema. Pero le he dado mi voto porque ya estaba harta de los republicanos”. Un criterio seguramente bastante extendido.

El navío de Obama ha sido llevado a buen puerto por la marea anti-Bush. Millones de ciudadanos de los EE.UU. han personificado en él sus ansias de cambio. Apoyándose en su imagen, su oratoria y su estilo, a la vez brillantes y afables, Obama ha acertado a ser percibido como la negación del desastre de la etapa anterior, sin por ello intranquilizar a los poderes fácticos del establishment norteamericano. “El cambio tranquilo”, que dice él, remedando el eslogan de Mitterrand.

Las esperanzas suscitadas por la elección de Obama no se ciñen al territorio de los EE.UU. Abarcan también de manera ostensible a América Latina, a buena parte de Europa (con España en cabeza) e, incluso, a Palestina.

No le va a ser fácil estar a la altura de tanta expectativa. Porque una cosa es lo que le gustaría hacer y otra lo que podrá hacer. Cabe que se apunte algunos tantos, no sin esfuerzo: cerrar Guantánamo, universalizar la Sanidad, suavizar el embargo económico de Cuba, aminorar las intentonas golpistas en América Latina, mejorar las relaciones con Rusia… y hasta llevarse bien con Zapatero.

Iniciativas de interés, por supuesto. Pero me juego lo que sea a que la acción de Obama no va a alterar el abismo que separa en su país a las clases pudientes de las pobres, a que no va a poner freno a la ambición irrefrenable de su industria armamentista y a la voracidad de sus petroleras, a que no va a embridar al capital financiero, a la vez implacable y pedigüeño, a que no va a imponer el respeto a lo pactado en Kyoto sobre el cambio climático y –finalmente, por no hacer interminable esta relación– a que no renuncia a la obsesión de su antecesor por controlar Afganistán al precio que sea. Eso en el supuesto de que no se decida a atacar Irán.

Lo cual señalo no por ejercer de aguafiestas, sino para que conservemos el principio de realidad.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (6 de noviembre de 2008). También publicó apunte ese día: Con Obama vienen los cambios.

Escrito por: ortiz.2008/11/06 06:00:00 GMT+1
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2008/11/05 06:00:00 GMT+1

El oprobio de Bush

Cuando escribo estas líneas, aún no está totalmente decidido quién será el ganador de las elecciones presidenciales estadounidenses. A cambio, sí se sabe quién será el gran perdedor: George W. Bush.

Bush ha llegado al final de su mandato en medio de un desprestigio tan descomunal que una de las preocupaciones fundamentales de quien hubiera debido presentarse como su sucesor, el candidato republicano John McCain, ha sido desmarcarse de él y de su obra, publicitándose como abanderado del cambio.

Durante la campaña electoral, McCain ha huido del apoyo público de las cabezas visibles de la Administración Bush como quien escapa del famoso abrazo del oso amigo. Tenía la convicción, supongo que muy bien fundamentada, de que el respaldo de Bush, Cheney y consortes le quitaba muchos más votos de los que le proporcionaba.

La Presidencia de George W. Bush pasará a los anales como una de las más dañinas, torpes y brutales de la Historia de los EE.UU. Además, con vocación de absoluto, porque ha sido nefasta en los más diversos terrenos. Algunos de sus desastrosos yerros podrán tal vez ser rectificados por la Administración que tome el relevo el próximo enero, pero otros tienen ya difícil apaño. Es el caso de los desastres derivados de los fundamentos agresivos y militaristas de su “guerra global contra el terror”, que ha metido a las Fuerzas Armadas estadounidenses en numerosos avisperos, de los que en este momento el más activo es el de Afganistán, pero que abarca, en líneas generales, desde el Pacífico hasta el Mediterráneo, pasando por el Índico. Bush ha engrasado una infernal maquinaria industrial-armamentística que se nutre de las guerras –crueles, pero económicamente muy rentables para quienes fabrican la leña que atiza el fuego– y ha instaurado una política exterior basada en el desprecio del Derecho internacional y en la primacía absoluta de la santa voluntad de la Casa Blanca. Difícilmente podrían ser neutralizadas por su sucesor la una y la otra, en el caso de que se atreviera a hacerlo.

Ha conseguido elevar la arrogancia a la categoría de signo distintivo patrio.

Se irá él, pero perdurará su tétrico legado.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (5 de noviembre de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/11/05 06:00:00 GMT+1
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2008/11/04 06:00:00 GMT+1

¡El 4-N, gracias al cielo!

Éramos muchos los que estábamos ya hasta la coronilla del aluvión abrumador de noticias y reportajes sobre la campaña presidencial estadounidense. Se nos venía encima a todas horas y en todas partes: que si el mitin tal, que si la acusación cual, que si el voto indeciso de Ohio, que si los obreros blancos de Pensilvania, que la última tontería de Sarah Palin… Cada noticia, considerada aisladamente, podía tener cierto interés (o no), pero el ataque de todas ellas en continuo tropel resultaba apabullante.

Hemos llegado, por fin, al fin. Se mojen más o menos, hoy es el día del paso del Rubicón y sabremos de una vez quién es el nuevo César del imperio. Enterados de lo cual, podremos regresar a una cierta normalidad mediática. Ya era hora.

No soy de ésos que dicen en tono despectivo que les da igual quién sea el presidente de la primera potencia mundial. A mí sí me importa. Me interesa saber qué sucede hoy, porque puede haber bastantes asuntos, tanto internos como externos de los EE.UU., que tomen un sesgo parcialmente distinto (sólo parcialmente, pero distinto), según qué candidato resulte elegido, aunque no sea fácil pronosticarlo a partir de sus proclamas electorales, tan vaporosas como demagógicas. Pero una cosa es sentir ese interés general y otra que traten de convertirnos en expertos en los más mínimos intríngulis de la campaña electoral estadounidense y, lo que es peor, de su complicadísimo sistema electoral, que pasa por los llamados “votos electorales”, sistema de elección indirecta que, salvo en un par de estados, excluye por completo la proporcionalidad, es decir, el respeto por las minorías, es decir, la democracia, lo cual contribuye en no poca medida a que la mitad de los ciudadanos estadounidenses con derecho a voto suela abstenerse de ejercerlo.

La paradoja es llamativa: se supone que nosotros, que no votamos en esas elecciones, debemos verlas con más pasión que la mitad de quienes, pudiendo intervenir en ellas, las desdeñan.

Lo poco agrada pero lo mucho enfada. Que representen la obra, sea tragedia o comedia, y pasemos de una vez a ocuparnos de otros asuntos, que por aquí no escasean.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (4 de noviembre de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/11/04 06:00:00 GMT+1
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2008/11/03 06:00:00 GMT+1

El color con que se mira

Tengo amigos que son seguidores del Atlético, del Real Madrid, del Barça, del Depor, del Racing, del Athletic… y hasta de la Real Sociedad, que eso sí que tiene mérito. Puedo asegurar que son todas ellos personas inteligentes y civilizadas, muy poco dadas a los fanatismos y a la obcecación.

Salvo cuando se trata de fútbol. Ver partidos de fútbol con ellos da como para hacer varios tratados sobre el subjetivismo. Donde uno ve una falta clarísima, otro sostiene que no ha pasado nada. Donde uno afirma con desdén que no ha habido ni siquiera contacto físico, otro ve un penalti como la copa de un pino. Y da igual cuantas veces repitan la jugada en la televisión: los unos y los otros se reafirman en lo suyo sin flaquear lo más mínimo.

Ha habido revuelo últimamente porque los madridistas se quejan de que los arbitrajes están perjudicando a su equipo, lo cual es causa de pitorreo general entre los demás: “¡Están mal acostumbrados! ¡Tienen tanta costumbre de que les beneficien que no soportan que algunos árbitros los traten como al resto!”

Que el Real Madrid o el Barça se indignen con los arbitrajes es estupefaciente. En general, los árbitros los benefician con holgura, pero no porque los tengan comprados; es que el peso y las influencias de todo tipo con los que cuentan esos grandes clubes les impresionan. Los colocan en una situación vecina del pánico, incluso aunque no sean conscientes de ello. Entendámosles: si un árbitro mete la pata en una jugada importante de un encuentro Numancia-Racing, por ejemplo, en cuatro horas ha pasado al olvido, pero si lo hace en un partido del Madrid o del Barça tiene a todos los programas radiofónicos de deportes y a todos los periódicos especializados dándole la murga durante una semana, como poco. Si es que no le hunden la carrera para siempre.

Pero los forofos sólo tienen capacidad para ver la parte de la realidad que conviene a sus inclinaciones, unas veces por interés material, otras muchas por mero impulso tribal. Y por evidente que sea su unilateralidad para el resto del mundo, ellos no se apean ni aunque los aspen. Se trata de una variante curiosa del nacionalismo.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (3 de noviembre de 2008). También publicó apunte ese día: Cosas de traca.

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2008/11/02 10:20:00 GMT+1

Soberanías de distinta clase

Imagínense el caso. Supongan que estamos hace 25 o 30 años, en la época en la que los gobiernos españoles reprochaban a la Administración de París que dejara campar a sus anchas a los miembros de ETA por el sur de Francia, convertido –se decía– en “santuario de los terroristas” (cualquiera sabe por qué se empleaba el término “santuario”, pero era la fórmula de rigor).

Sigamos imaginando y supongamos que el Gobierno español (el que fuera, de la UCD o del PSOE), harto de que la Policía francesa hiciera la vista gorda a las idas y venidas de los activistas de ETA, tomara la decisión no ya de montar los GAL o algo similar, en plan clandestino, sino de enviar cuatro helicópteros del Ejército español a bombardear algunos edificios del casco viejo de Bayona, en el País Vasco francés, donde vivían por entonces muchos miembros de ETA, incluidos algunos de sus dirigentes. ¡La que se habría liado! “¿Se han vuelto locos? ¿Cómo un Estado miembro de la ONU puede violar de manera tan brutal y tan descarada los derechos de otro Estado soberano?”, habrían exclamado con estupor los responsables de las cancillerías de todo el mundo.

Pero no. Lo realmente escandaloso no habría sido que un Estado soberano transgrediese los derechos de otro, sino que algo así sucediera entre España y Francia. Porque un hecho muy semejante sucedió hace pocos días entre EE.UU y Siria, y las cancillerías de todo el mundo han mirado para otro lado, como si lo ocurrido no fuera con ellas. Helicópteros norteamericanos penetraron el domingo 26 en Siria y bombardearon la población de Abu Kamal, donde los servicios del Pentágono pretenden que se refugian resistentes iraquíes. Causaron ocho víctimas civiles.

El Gobierno de Washington no sólo ha desdeñado justificar su flagrante desdén del derecho internacional, sino que incluso se ha felicitado por el resultado de la operación. Y todo el mundo se ha quedado tan ancho.

En teoría, se supone que todos los estados soberanos gozan de los mismos derechos. Pero en la práctica las cosas no funcionan así. Hay soberanías de primera, soberanías de segunda y soberanías de tercera. Incluso hay no soberanías.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (2 de noviembre de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/11/02 10:20:00 GMT+1
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2008/11/01 06:00:00 GMT+1

Jaque a la reina

Las dos excusas esgrimidas por la Casa del Rey para afrontar el escándalo producido por las declaraciones de la reina Sofía contenidas en el libro de Pilar Urbano La reina muy de cerca son igual de inverosímiles.

Alega el comunicado oficial, en primer lugar, que lo dicho por la reina a Urbano formaba parte de una conversación desarrollada “en el ámbito privado”. Es absurdo. En La Zarzuela sabían que la quincena de encuentros que la veterana periodista valenciana tuvo con Sofía de Grecia estaba destinada a la redacción de un libro. La autora dice que incluso hizo llegar copia del manuscrito a la propia reina, al jefe de la Casa del Rey y al secretario de la reina para que lo revisaran, cosa que no me cuesta creer, porque es así como funciona este tipo de libros.

La segunda excusa, formulada en términos deliberadamente confusos, pretende que el libro no recoge “con exactitud” lo declarado por la reina. Yo conozco a Pilar Urbano. Está muy curtida en estas lides. Pudo tomar nota equivocada de una fecha o de un nombre, pero no del contenido de una afirmación polémica.

A mucha gente le ha escandalizado el talante ultrarreaccionario de las opiniones de la reina. A mí no. Tanto su tosca profesión de fe creacionista como su cerrada oposición al aborto y a la eutanasia, su desprecio del orgullo gay o su descalificación de los matrimonios entre personas del mismo sexo, me cuadran muy bien con la idea que me hacía de ella.

Lo que chirría más no es que piense así, sino que lo diga, metiéndose a sentar cátedra en asuntos que o bien son materia de debate social o bien están regulados ya, sólo que en sentido contrario, por leyes que su propio marido ha refrendado. A quienes están en lo más alto de una monarquía constitucional se le exigen pocas cosas, pero una, imprescindible, es que mantengan una estricta neutralidad política. Es decir, que habría estado mal que la reina se manifestara sobre estos asuntos en todo caso, así lo hubiera hecho como la más progre de su barrio.

Lo que me ha hecho más gracia es que diga que ella está obligada a callar muchas de sus opiniones. No quiero ni imaginarme qué soltaría si no se reprimiera.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (1 de noviembre de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/11/01 06:00:00 GMT+1
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