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2008/05/05 06:00:00 GMT+2

10 contra uno, uno contra 10

Cité el otro día al general Vo Nguyen Giap, que comandó las fuerzas vietnamitas primero contra los franceses, derrotándolos en Dien Bien Phu, y luego contra los norteamericanos, con el resultado conocido.

De Giap hay un lado que me desagrada profundamente: planeaba batallas que implicaban una enorme pérdida de vidas de su propio bando. Utilizaba a sus propios soldados como carne de cañón. Pero hay un concepto militar suyo que siempre me ha interesado y que utilizó como médula para un librito que escribió por aquel entonces y que tituló (traducido al castellano) “Uno contra diez en el plano estratégico, diez contra uno en el plano táctico”.

La idea, aunque sea militar, refleja también toda una filosofía del combate, sea del tipo que sea. Claro que, para entenderla, es preciso distinguir entre la estrategia (el método general que se aplica para alcanzar el propósito último de una guerra) y la táctica (las opciones que se toman para salir airoso de cada batalla concreta). En la actualidad, supongo que por influencia del inglés, es mucha la gente de habla hispana que confunde las estrategias con las estratagemas.

Lo que Giap argumentaba es que cabe perfectamente desafiar a un enemigo muy superior en fuerzas, sin dejarse achicar y con la convicción de que es posible derrotarlo a la larga (“uno contra diez en el plano estratégico”), pero que, a la hora de cada choque concreto, en el decurso de la guerra, hay que asegurarse de que las propias huestes están en posición de superioridad, para lo cual hay que esconderse bien y elegir con cuidado cuándo y dónde se entra en combate (“diez contra uno en el plano táctico”).

Es el principio mismo de la lucha guerrillera, pero puede aplicarse a muchos otros órdenes de la vida, incluidos los empresariales: ser osado en los objetivos finales y cauto en los movimientos del día a día.

Lo curioso es que Giap no se atuvo a su propia doctrina, se lanzó uno contra diez en el plano táctico en la ofensiva del Tet … y ganó. No la batalla, pero sí la guerra.

Ésa es otra lección: la cantidad de tiempo que perdemos tratando de ser sabios, y luego para lo que nos sirve.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (5 de mayo de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/05/05 06:00:00 GMT+2
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2008/05/04 06:00:00 GMT+2

El timo de los economistas

Resulta que algunos que sólo tenemos cuatro ideas sobre macroeconomía éramos quienes mejor entendíamos la macroeconomía.

Nos hemos pasado años denunciando por irracional el modelo de transporte de los países ricos, que da prioridad a la automoción, porque el petróleo escasea, porque contamina demasiado y porque la circulación por carretera produce una cifra aberrante de víctimas, tragedia que podría atemperarse si se potenciara más y mejor el transporte público. Nos hemos opuesto también al uso masivo de los biocarburantes, argumentando que es una arrogante alternativa que reduce de manera cruel las posibilidades de alimentación en los países pobres. Y ahora vienen los grandes expertos y dicen que algo de eso sí que hay. O que hay mucho de eso. Y la Agencia Internacional de la Energía reconoce que el consumo de carburantes lleva trazas de dispararse hasta alcanzar en un par de décadas cotas que serán lisa y llanamente insostenibles. Y el relator de la ONU culpa al FMI y a la Organización Mundial de Comercio de defender opciones políticas aberrantes, y califica alguna de ellas –la de los biocarburantes, para empezar– de “crimen contra la Humanidad”.

Va a ser que los tontos, ingenuos y utópicos teníamos razón, y que los superlistos y archienterados de todos esos organismos, que nos miraban displicentemente por encima del hombro, la pifiaban. En este momento siguen parloteando de sus cosas, haciendo previsiones que mañana mismo revisarán, como si la economía fuera un arcano y ellos los selectos intérpretes de sus misterios.

Nada es casual. Los tecnicismos se terminan allí donde empiezan los intereses económicos. Y, del mismo modo que cabe estar de acuerdo con el viejo Ulianov en que “la política es la expresión concentrada de la economía”, también puede afirmarse con fundamento que el análisis de la política aporta muchísimas claves para entender la economía.

Cuando los supuestos expertos en economía dictaminan, casi siempre lo hacen con la mano puesta en la cartera; no en la frente. Y los que los miramos desde fuera, sabiendo de qué van, nos damos cuenta: son políticos de derechas que se presentan como técnicos.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (4 de mayo de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/05/04 06:00:00 GMT+2
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2008/05/03 06:00:00 GMT+2

Contra éstos y los otros

No me parece mal que se exija a las representaciones municipales de ANV que se pronuncien sobre los atentados de ETA. Su silencio es perverso, por más que el silencio, por definición, no diga nada. Lo que me irrita es que esa demanda, presentada en varios ayuntamientos de Euskal Herria, sea bautizada como “moción ética” y que se asegure a continuación que se esgrime porque no cabe tener relaciones “con quienes no condenan la violencia”.

Ya lo he explicado en anteriores ocasiones, pero lo volveré a hacer, porque no pierdo la esperanza de que alguna gente se dé cuenta de que están manipulándola, ya sea desde los telediarios o desde la Presidencia de Izquierda Unida, que se ha sumado a ese rollo con gran entusiasmo.

En primer término: ¿Qué es eso de “condenar la violencia”? Ni siquiera lo hace el Código Penal, que es la expresión regulada de la violencia que ejerce el Estado contra las conductas que él mismo tipifica como inaceptables. El Estado es la estructura organizada y más acabada de la imposición. Él decide qué instrumentos de violencia no sólo son aceptables, sino incluso estupendos: las Fuerzas Armadas, las policías, los tribunales, las cárceles. En consecuencia, pedir a alguien que condene “la violencia”, ¿qué quiere decir? ¿Que se le reclama que esté en contra de cualquier actitud coercitiva? ¿Se nos han vuelto todos bakuninistas, o qué?

En segundo lugar, ¿de qué ética se está hablando, cuando se presentan las mociones yendo de la mano de gente que no condenó y sigue sin soltar prenda, tantos años después sobre otras muchas  manifestaciones de violencia ilegítima, desde el Batallón Vasco-Español hasta los GAL, pasando por Intxaurrondo (dicho sea ciñéndonos a los asuntos internos y sin salir al extranjero)? Torturas, secuestros, asesinatos… Francamente, elaborar una “moción ética” con los mismos que pagaban a Amedo y Domínguez recuerda al título de Alberti: “Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho ser dos tontos”.

Tengo claro por qué estoy también en contra del abstencionismo ético de ANV. Pero resalto y subrayo en qué términos: he escrito “también”. No me gustan ni los unos ni los otros.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (3 de mayo de 2008).

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2008/05/02 05:30:00 GMT+2

El 2 de mayo

Un antepasado mío (¿tatarabuelo?) logró fama y fortuna en la Guerra de la Independencia. Las logró porque dirigió una partida armada que se enfrentó a las tropas francesas, pero sobre todo porque respaldó el regreso de Fernando VII, que lo convirtió en marqués para premiar su servilismo.

Esa circunstancia, que mi abuela contaba con mucha ironía y buenas dosis de mala uva, me llevó a interesarme por la confrontación que se inició el 2 de mayo de 1808, de cuyo estudio saqué la conclusión de que el factor decisivo en aquella contienda bélica no fue ni el alcalde de Móstoles, ni el tan aclamado heroísmo del pueblo español, ni la guerra de guerrillas, ni mi antepasado, ni el copón de la baraja, sino las tropas británicas, comandadas por Arthur Wellesley, primer duque de Wellington, que fue capaz de plantar cara y vencer a Napoleón Bonaparte con sus propias armas de estratega, desde Vitoria a Waterloo, aprovechándose de que el corso, en su desmedida ambición, tenía tendencia a luchar en demasiados frentes a la vez.

En mis estudios de aquel episodio histórico –que tampoco pretendo exagerar–, me topé con las reflexiones que escribió un hispanista ocasional llamado Karl Marx. Y reparé en una frase con la que el de Tréveris, siempre brillante, retrató la Guerra de la Independencia española: “En Cádiz estaban las ideas sin acción; en el resto de España, la acción sin ideas”.

Fue aquel un tiempo ambiguo, como suelen serlo todos. Fue una época en la que las mentes españolas más lúcidas eran afrancesadas. Pero resultaba absurdo tratar de que un pueblo se hiciera amante de la libertad a bayonetazos. A Napoleón le pasó lo mismo en media Europa: la libertad, por definición, no se impone.

Lo curioso, trágico o cómico, es que el resultado de aquella tremenda guerra contra los franceses, que resultó ser la ruina de los Bonaparte, fuera que en España acabara afianzándose una monarquía de raíz francesa, la de los Bourbon (Borbones, que se hicieron llamar), que ahí sigue tan campante, con algún pequeño sobresalto intermedio, dos siglos después. Y venerada por la mayoría de los herederos de los revoltosos del 2 de mayo de 1808. Tiene narices.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (2 de mayo de 2008).

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2008/05/01 05:30:00 GMT+2

Todos somos austríacos

La sorpresa es general: ¿cómo puede ser que un tipo haya podido mantener en cautiverio en el sótano de su propia casa a varias personas durante tantos años sin que nadie de su entorno, familiar o vecinal, se apercibiera de que allí pasaba algo muy raro?

Hay teorías diversas, algunas de las cuales apuntan a los traumas colectivos de los austríacos, heredados de su pasado pro-nazi. No sé qué parte de verdad habrá en ello, si es que la hay. Lo que doy por hecho es que habrá tenido bastante que ver la tendencia general, propia de nuestras sociedades actuales, a no querer saber.

Nos hemos vuelto la representación masiva y unificada de los tres monos místicos, ésos que se exhiben en el santuario de Nikko, en Japón, esculpidos en madera: el que se tapa los ojos, el que se tapa los oídos, el que se tapa la boca. Constituimos sociedades de individuos aislados –agrupados por familias, como mucho– que se protegen del conocimiento, movidos por la intuición subconsciente de que enterarse de lo que sucede alrededor sólo puede acarrear inconvenientes y disgustos.

Hacerse preguntas es un peligro. Imaginémonos que, en un rasgo de imprudencia, empezamos a pensar desde que nos levantamos. ¿Cómo se ha producido el café que vamos a tomarnos? ¿Cuántas horas de trabajo mal pagado nos vamos a beber? ¿Cómo se habrán fabricado las zapatillas que nos ponemos? ¿Y si son producto de la explotación del trabajo infantil, o de la miseria de inmigrantes chinas, encerradas (ellas también) en un sótano que nadie ve? ¿Quién y en qué condiciones ha fabricado en Taiwán o en Filipinas el transistor que encendemos para que nos cuente lo que va a ganar Zaplana en Telefónica?

Las preguntas pueden ir aún más lejos. O mucho más cerca. Junto a mi casa hay varias pensiones en las que se hacina gente, inmigrante o aborigen, de escasísimos recursos. No sé quiénes son, ni a qué se dedican, ni cómo se las arreglan, si es que se las arreglan.

Hace algunos meses se descubrió que había en uno de esos pisos, que veo desde mi ventana, una guardería clandestina. Se supo porque murió un niño.

Me enteré por los periódicos. Como si fuera Austria.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (1 de mayo de 2008).

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2008/04/30 05:00:00 GMT+2

Desigualdades diversas

Hay veces que las polémicas en boga están claras (o así me lo parece a mí, por lo menos), pero también hay ocasiones en las que, puestos sobre la mesa los elementos de tal o cual disputa, uno no sabe qué pensar. Los platillos de la balanza se ven equilibrados.

Hablo hoy de un caso concreto: el del trasvase financiero entre zonas ricas y zonas pobres dentro del mismo Estado.

Los dirigentes de algunas zonas pudientes sostienen que hay administraciones de zonas pobres que se han acostumbrado a vivir de las subvenciones externas. Y aquellos que padecen las limitaciones de las zonas pobres dicen que la solidaridad interterritorial está para algo y que quienes tienen más han de respaldar a quienes tienen menos.

No es cosa sólo de España. El debate está también muy vivo en Italia (Norte-Sur) y, a su modo (Este-Oeste), igualmente en Alemania.

El problema es muy complicado. Por varias razones.

Una: ¿por qué ha de ser así dentro de las fronteras de cada Estado y no a escala mundial? ¿Por qué las áreas más prósperas de España, Italia o Alemania deben subvenir a las regiones con menos posibles de su propia demarcación estatal, pero el Primer Mundo puede contemplar con displicente conmiseración cómo buena parte del planeta se hunde en la miseria? ¿Por nacionalismo?

Otra consideración: ¿en qué medida las ayudas exteriores no dificultan que los gobiernos de las zonas más débiles luchen por afrontar la vida con sus propias fuerzas?

Otra más: ¿por qué se considera un principio indiscutible que las áreas más ricas de cada Estado están obligadas a ayudar a las más pobres, pero no hay ningún principio consagrado que fuerce a las personas más ricas, estén donde estén, a equilibrar sus ingresos con las más pobres, así sean de su propio municipio? ¿Es inaceptable la diferencia entre el nivel de vida de Cataluña y el de Extremadura, pero no lo es, en cambio, el abismo que hay entre el tren de vida de los Botín, por poner un ejemplo, y el de los vecinos de Entrevías?

No pretendo que unas desigualdades justifiquen o permitan olvidar las otras. Me limito a resaltar que las desigualdades son muchas. ¿Por qué tomarse a pecho sólo algunas?

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (30 de abril de 2008).

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2008/04/29 05:00:00 GMT+2

Vietnam y la Coca-Cola

No es por dármelas de profeta, que no lo soy en absoluto. Es que era de cajón: ya estamos metidos en el festival de programas especiales sobre 1968. He visto uno en televisión (un rato: se me ha hecho inaguantable) en el que confundían todo con todo. Incluyendo el 3 de mayo con el 13 de mayo, el comienzo de la carrera de The Beatles con la ruptura del grupo… y así todo.

Puestos a no tener ni idea, han afirmado que la ofensiva vietnamita del Tet contra las fuerzas estadounidenses fue un éxito. Y de eso, nada.

Hay que distinguir entre los resultados militares y los efectos mediáticos de aquella operación. Militarmente fue un fiasco. Vo Nguyen Giap, el gran estratega norvietnamita, mano derecha de Ho Chi Minh, mandó a sus soldados y guerrilleros a una batalla que, en realidad, carecía de posibilidades de victoria. Según los cálculos más modestos, unos 37.000 combatientes vietnamitas perdieron la vida para conquistar unas posiciones que EE.UU. y sus aliados reconquistaron en pocas semanas.

Pero, aunque no estuviera en sus planes, el general Giap ganó la batalla mediática. De golpe y porrazo, gracias a las informaciones periodísticas sobre aquellos escalofriantes combates, buena parte de la juventud norteamericana, que ya estaba madura para ello, asumió que su país estaba metido en una guerra absurda y sin posibilidades de éxito. Y decidió rebelarse contra ella.

Los Estados Unidos perdieron la Guerra de Vietnam no en Vietnam, sino en los propios Estados Unidos. Fue evidente cuando el No desfilaré más, la admirable canción de Phil Ochs, alcanzó la cabecera de las listas de éxitos. Y cuando el Vísperas de Destrucción se impuso por la mano a La Balada de los Boinas Verdes.

Bueno, vale. Hasta aquí, la parte referida a los sesenta.

Lo siguiente que hay que plantearse es dónde estamos en el presente. Y la cosa tiene su intríngulis.

Si usted se pasea por el Vietnam de nuestros días, comprobará que la guerra que perdieron J. F. Kennedy, L. B. Johnson, R. M. Nixon y sus superpoderosos B-52 en aquellos tiempos tan sangrientos y torturados la ha ganado, con el paso de los años y sin pegar demasiados tiros, la Coca-Cola.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (29 de abril de 2008).

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2008/04/28 06:00:00 GMT+2

La jaula de grillos vasca

El panorama político vasco está demasiado confuso. Son confusas las relaciones entre los diversos partidos y es confusa la situación interna de cada uno de ellos.

La Comunidad Autónoma Vasca es, en este momento y por decirlo abreviadamente, una jaula de grillos.

El lehendakari Ibarretxe se plantea la posibilidad de adelantar las elecciones autonómicas si el Gobierno central bloquea su propuesta de consulta popular. La condición es retórica: por supuesto que Zapatero se la va a bloquear. Ya puede ir preparando el decreto de convocatoria a las urnas.

La celebración de elecciones en la CAV permitiría determinar cuál es la relación de fuerzas entre el PNV y el PSOE. Las últimas elecciones generales dieron ventaja a los socialistas, pero bastantes observadores locales piensan que muchos votos se orientaron de manera coyuntural, considerando que lo que se trataba de elegir era quién iba a gobernar en Madrid, no en Vitoria.

Es algo que está por ver (y convendría verlo), pero que, aunque se vea, no aclarará todo, ni mucho menos. Porque los votos que recolecte el PNV, ¿a qué PNV irán? ¿A la parte que es favorable a un entendimiento con el PSOE o a la que respalda la línea de Ibarretxe, que sigue defendiendo el entendimiento con Eusko Alkartasuna y Ezker Batua?

Y los votos que vayan a parar al PSE-PSOE, ¿por qué socialistas apostarán? ¿Por los que se entendían con el PP en todo y para todo, con el objetivo central de poner coto a los nacionalistas, o por los que quisieran aliarse de nuevo con ellos, como ya hicieron hasta la ruptura protagonizada por Redondo Terreros y Rosa Díez?

Hay lío en el PNV. Hay lío en el PSE. Hay lío en EA. Hay lío en Ezker Batua. En Batasuna-ANV- EHAK también hay líos, aunque de otro género: a ellos las ilegalizaciones no les permitirán ni siquiera medir su fuerza electoral. Incluso en el PP vasco hay líos, porque forcejean quienes apoyan a Rajoy, al que se le supone más dúctil (curiosa presunción), y los que cierran filas tras el ultramontanismo de Mayor Oreja.

La olla bulle. Pero está por ver si acaba cociéndose en ella algo comestible o si se queda en bazofia, cosa bastante probable.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (28 de abril de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/04/28 06:00:00 GMT+2
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2008/04/27 05:30:00 GMT+2

La nueva cocina

Ha salido hace pocos días no sé qué clasificación muy prestigiosa a escala internacional sobre los mejores restaurantes del mundo. Pone por los cuernos de la luna a varios de los que nos son más cercanos, mayormente por el norte peninsular.

Como los periodistas de supuesto postín estamos obligados a aceptar invitaciones para repostar a menudo en sitios muy selectos (en aplicación del principio que dicta: “¡No sabes cuántas angulas hay que comer para llevar los garbanzos a casa!”), me conozco varios de los comederos que aparecen laureados en esa lista. Y puede que yo sea más bruto que un arado, pero me sé de algunos restaurantes de carretera que te dan de comer mucho mejor, con muchísima menos historia y a muchísimo mejor precio.

Siempre recordaré un restaurante próximo a Etxegarate, repleto de camioneros, donde comí uno de los platos de alubias más exquisitos de mi vida, con todos sus sacramentos y un puñado de guindillas de Ibarra, seguido por un chuletón de carne roja que estaba para quitarse la boina. Claro que luego tuve que tumbar el asiento del coche y dormir una siesta de una hora antes de reemprender la marcha.

Me pasma el papanatismo que se extiende por el mundo culinario. Si te sirven media docena de ostras del copetín, frescas como una lechuga y recién llegadas de Arcade, te han colocado una vulgaridad. Pero si escogen sólo una ostra de dudoso origen, la flambean lentamente con un poco de jerez y te la colocan en un plato enorme con un par de churretes de zanahoria caramelizada y polvo de maíz ligeramente tostado, tienes que derretirte en el acto entre exclamaciones de éxtasis.

Para mí que estamos (puede que me equivoque; seguro que me equivoco) ante uno de los síntomas más claros de que se avecina el hundimiento del nuevo Imperio Romano, del que parece que formamos parte. Digo yo que tanta estupidez no puede sostenerse por mucho tiempo. Aunque vete a saber.

Hace años vi un cartel en el que aparecía un puñado de niños africanos ínfimos, moribundos, en los puros huesos. Era una imagen desoladora. El texto del cartel, de una justicia implacable, decía: “No todo el mundo conoce la nueva cocina vasca”.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (27 de abril de 2008). También publicó apunte ese día: Degradación de los medios.

Escrito por: ortiz.2008/04/27 05:30:00 GMT+2
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2008/04/26 06:00:00 GMT+2

Dolorosamente harto

Sólo he hecho una pintada en mi vida. Debió de ser allá por 1964, cuando tenía 16 años. Un amigo y yo pusimos hecha unos zorros la fachada de la Iglesia de los Jesuitas, en el centro de San Sebastián, llenándola de consignas antifranquistas. Nos ganamos un indignado artículo editorial de uno de los dos matutinos donostiarras de por entonces. No recuerdo si fue La Voz de España o El Diario Vasco; de lo que sí me acuerdo es de que lo titularon “¡Basta ya!” El editorial echaba mano de otra expresión retórica y ampulosa de las muchas a las que los publicistas del régimen de Franco estaban abonados: se declaraban “dolorosamente hartos”.

Bueno, pues hoy he decidido retomar aquel tópico manido y declararme, no sin la coña de rigor, “dolorosamente harto”.

Estoy “dolorosamente harto” de que haya frívolos (y frívolas) que me atribuyen concomitancias con el terrorismo de ETA.

Una comentarista ha dicho en una radio derechosa, no sé cuándo –me han mandado la grabación, pero no figura la fecha–, que “jamás en la vida” me ha oído formular una condena de las acciones de ETA. Claro: si no escucha, es difícil que oiga. Y si no lee, no se entera.

Vengo oponiéndome al activismo armado de ETA desde 1967: antes de que provocara ni una sola muerte. En aquellos años en los que algunos de mis actuales críticos aplaudían los atentados de ETA, convencidos de haber descubierto a Robin Hood, otros sosteníamos, de acuerdo con Eugène Pottier, que no había que creer en ningún salvador supremo: ni Dios, ni César, ni tribuno.

Es verdad que no suelo escribir muchos artículos lanzando diatribas formularias contra ETA. Hablo de sus andanzas lúgubres cuando creo que tengo algo nuevo que aportar. Para repetir lo mismo que dicen los demás, se bastan y se sobran ellos. (Iba a escribir: “Ellos solos”. Pero de solos nada. Son la tira.)

El que escribe establece un intercambio implícito con quienes lo leen. Puesto que le prestan interés, está obligado a compensar su esfuerzo tratando de aportarles algo que no tuvieran previamente: una idea no manida, un enfoque propio, algo que les pueda sugerir una reflexión. Para recitar letanías, ya están las letanías.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (26 de abril de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/04/26 06:00:00 GMT+2
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