Tras el desmantelamiento del campamento de protesta y los
posteriores disturbios en El Aaiún, la guerra propagandística ha consistido
sobre todo en una guerra de imágenes y de cifras de muertos. El gobierno
marroquí y Human Rights Watch (HRW) hablan de dos saharauis, incluyendo uno con
nacionalidad española, y diez policías marroquíes entre los fallecidos. Es a
este balance al que se agarra el gobierno español. El Frente Polisario ha
aportado, en cambio, los nombres de cuatro saharauis muertos,
pero asegura que hay muchos más, en el Hospital Militar y en otros lugares. La diáspora
saharaui, las organizaciones de solidaridad con el pueblo saharaui, al
igual que los activistas que permanecieron en El Aaiún hasta hace unos días,
hablan también de muchas víctimas, pero sin precisar y sobre la base de rumores,
sin que por el momento se haya podido confeccionar una lista de los muertos y
de los desaparecidos que habrían sido detenidos por las fuerzas de seguridad y
que permanecen en paradero desconocido.
Los muertos se están empleando como criterio casi exclusivo con el que medir el
grado de represión que ejerce el gobierno de Marruecos sobre los saharauis. Cuando
la prensa repitió las declaraciones de Peter Bouckaert, representante de HRW,
dejaron en un segundo plano sus declaraciones sobre los registros, las
detenciones masivas y las torturas (que explican el miedo
generalizado entre la población). Las torturas suelen ser calificadas
simplemente de "abusos" por nuestros medios. Sin embargo, muchos activistas también han entrado al trapo en este debate y con
este marco referencial preestablecido.
Por supuesto que urge saber qué es lo que ha sucedido en el
Sáhara Occidental. Hay que alertar sobre la suerte de las personas que han
desaparecido y que reclaman sus familiares. Pero el empeño por vincular la cifra
de muertos a conceptos fuertes como los de "exterminio" o
"genocidio", sin aportar datos más precisos, a ser posible con
nombres y apellidos, puede producir un efecto bumerán en una batalla
propagandística mal planteada.
Genocidio es una palabra equívoca que hoy se usa indiscriminadamente
para reclamar el intervencionismo de los gobiernos occidentales en las crisis
más variadas. La probabilidad de su empleo aumenta de manera directamente proporcional
al poco caso que nos hagan. Ya he criticado en
este blog su aplicación en un sentido revisionista en el caso de las
guerras de los Grandes Lagos y la tragedia ruandesa. Con respecto al Sáhara
Occidental, que las fuerzas de seguridad marroquíes hayan podido cometer una
masacre no implica, necesariamente, que haya un plan deliberado de exterminio
(acepción más común del concepto). Son dos cosas diferentes. Lo cual no quiere
decir que los saharauis no estén oprimidos, discriminados en su propio país
ocupado, y con sus derechos violentados por el hecho de ser saharauis. Pero
esto es lo que podría darse a entender si se insiste en plantear la lucha saharaui
de esa manera. Si solo cabe indignarse en presencia de una aniquilación masiva,
¿cómo podremos reaccionar frente al goteo cotidiano de humillaciones y de
violencias, grandes y pequeñas, en que consiste la ocupación? ¿Cómo podremos entender
- en términos políticos, no moralistas - su significado? Porque un daño
colateral de esta ideología humanitaria del mal absoluto es la victimización
absoluta. Pero los saharauis nos han mostrado que no son víctimas pasivas, y
esto explica la intensidad de la represión. No podemos perder de vista el hecho
de que, nos guste o no, la resistencia saharaui ha dejado un saldo de diez
policías marroquíes muertos. Durante semanas se desarrolló un movimiento de
desobediencia civil pacífico, sí, pero frente a la irrupción violenta de la
policía los jóvenes saharauis respondieron con una violencia y con una rabia
similar a la de los jóvenes de los suburbios franceses, atacando instalaciones
representativas del Estado como la comisaría de policía. Una rabia que difícilmente aplacará
por sí solo el terror estatal. A menos que, efectivamente, alcance proporciones
genocidas.
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El paso del
tiempo parecía convenir a todos excepto a los saharauis.
Hace años que Marruecos colonizó manu
militari la mayor parte del Sáhara Occidental y convirtió a la población
originaria en una minoría en sus propias tierras. Mientras el Consejo de Seguridad
de Naciones Unidas mantiene la ficción de unas negociaciones sobre la
aplicación del derecho de autodeterminación, la realidad es que sus miembros
-principalmente Estados Unidos y Francia- nunca han presionado seriamente a
Marruecos en esa dirección, que es la acorde con el derecho internacional. Y la
monarquía alauí nunca ha considerado otra opción que la soberanía marroquí
sobre el Sáhara. Para el Majzén, como para la prensa y el conjunto de los partidos políticos marroquíes, no existe un
problema de descolonización o, en todo caso, lo identifican con el proceso que permitió la incorporación al Reino de Marruecos del Rif y Tetuán (1956) o Sidi Ifni (1969). Una opinión que parece compartir el Estado español, que
hace tres décadas que hizo mutis por el foro -con independencia del color del
gobierno- y que desde la Conferencia de Algeciras (1906) no ha dejado de jugar
un papel subalterno en el norte de África. Puede encontrarse un buen resumen de
la historia reciente en un reciente artículo de José Abu Tarsch, profesor de
la Universidad de La Laguna.
En términos militares, el alto el fuego de 1991 -verificado, con mandato limitado, por una desprestigiada Minurso- confirmó la derrota del Frente
Polisario, que desde entonces se mantiene replegado en los campos de Tinduf. En
2005 Mohammed Beslem Yissat, representante del Frente Polisario en Argel, explicaba a la organización International Crisis Group la dramática debilidad de la posición negociadora del
Polisario:
"En 1991, abandonamos la independencia sin
condiciones; en 1994 cedimos en el censo de 1974; en 1997 admitimos la
identificación de las tribus contestadas [tribus cuya mayoría de
integrantes viven fuera del Sáhara Occidental], y en 2003 admitimos que los marroquíes [los colonos que viven en
la zona ocupada] puedan llegar a votar en
nuestro referéndum. ¿Qué nos ha dado Marruecos a cambio? Nada."
Nada le
incita a hacer concesión alguna. Sin presiones por parte de las potencias que
se sientan en el Consejo de Seguridad, con un Frente Polisario neutralizado, y
con una Argelia que no está dispuesta a iniciar una escalada en favor de sus
huéspedes, Marruecos no tiene ningún interés en modificar su posición acerca de
la marroquinidad del Sáhara Occidental. Su oferta de autonomía, presentada por
primera vez en 2003 y reformulada luego en 2007, no tiene otro objetivo que
concluir un proceso que le permita obtener la legitimidad y el reconocimiento
internacionales. Y, al contrario que los palestinos, los saharauis no pueden
jugar a su favor la baza demográfica. James Baker, un enviado personal del
Secretario General de la ONU poco imparcial (había sido secretario de Estado
con George Bush Sr), lo expresaba hace unos años, con gran cinismo, en una entrevista:
"esta es realmente una disputa de muy baja
intensidad, de bajo nivel. Mire, no hay ningún acontecimiento que fuerce las
cosas en el conflicto del Sáhara Occidental. Marruecos ganó la guerra. Se
encuentra en posesión del territorio. ¿Por qué debería acordar nada?"
Pero los
acontecimientos comenzaron a sucederse. Eso sí, no en forma de incursiones
guerrilleras o de atentados terroristas. Los que Marruecos considera como
súbditos de las Provincias del Sur comenzaron a alzar su voz y a replantear los
términos del conflicto.
Cinco años después de las protestas de 2005, miles de saharauis realizaron
un insólito éxodo desde El Aaiún y otras ciudades para instalar un
multitudinario campamento de protesta en Gdeim Izik, a 18 km de la capital
saharaui. Una iniciativa que en cierto modo recuperaba el espíritu nómada de antaño y la epopeya del jeque saharaui Ma al'-Aynayn (1830-1910), fundador de la ciudad de Smara (hechos rememorados por Le Clézio en "Desierto"). Entre 15 y 20 mil personas se autoorganizaron durante semanas en
medio del desierto, pese al cerco al que pronto les sometió el ejército marroquí. Una cifra enorme que supone el 10 % de la población saharaui de los territorios ocupados. Casi todas las familias de El Aaiún tenían algún miembro
en Gdeim Izik, que acabó siendo desmantelado por parte de la
policía y el ejército en vísperas de una nueva ronda de conversaciones entre
Marruecos y el Frente Polisario. A la violenta expulsión de los acampados siguieron
manifestaciones de protestas en El Aaiún y un brutal operativo policial que se
ha visto acompañada por un bloqueo informativo, apenas roto por la presencia de algunos activistas españoles. La ofensiva marroquí ha dejado
un saldo de cientos de detenidos, torturados y cifras inciertas de muertos y
desaparecidos, que podrían ser bastante elevadas según el Frente Polisario y
numerosos testigos. El Sáhara Occidental continúa en estado de sitio.
La exhibición de fuerza policial coincidió con el trigésimo quinto aniversario de la
Marcha Verde. El año pasado, una semana después del trigésimo cuarto
aniversario de dicho acontecimiento, el gobierno marroquí había expulsado a
Aminatu Haidar de El Aaiún. Cada golpe de fuerza estuvo precedido por un
discurso del rey Mohamed VI en el que reafirmaba la soberanía de Marruecos
sobre el territorio saharaui. El año pasado el monarca alauí declaraba lo
siguiente: "o el ciudadano es
marroquí, o no lo es. (...) O se es patriota o se es un traidor." Este
año condenó "el abuso vergonzoso de
las libertades que otorga nuestro país". No cabe, pues,
cuestionamiento alguno del carácter marroquí del Sáhara Occidental, que es lo
que para el rey condiciona el ejercicio de todo derecho.
La reafirmación de la soberanía del Estado pasa, al mismo tiempo, por la
negación de la autonomía del movimiento saharaui y del carácter político de su
protesta. Marruecos continúa con la retórica, cada vez menos creíble, de la manipulación
extranjera. Para Mohamed VI,
"ahora
es el momento de la verdad, cuando la comunidad internacional verá la
represión, la intimidación, la humillación y la tortura que sufren nuestros
hijos e hijas en los campos de Tinduf, en flagrante violación de los principios
básicos del derecho internacional humanitario."
Este último es el
argumento retorcido que suele esgrimir el Estado marroquí. Para ello se apoyan,
por ejemplo, en casos como el de Mustafá Sala, que poco tiene que ver con lo que
ha sucedido en El Aaiún. También eran unos "delincuentes" quienes,
según las autoridades, "mantenían secuestradas" a miles personas en
el campamento, después de que el gobierno hubiera aceptado supuestamente
algunas de las reivindicaciones sociales de los saharauis. La prensa marroquí,
como el diario Tel Quel, también duda de la naturaleza de la
rebelión popular de Gdeim Izik:
"Lo
que es seguro es que el transporte y montaje de miles de tiendas en pleno
desierto necesita medios financieros y logísticos importantes. El campamento se
desplegó en un tiempo récord, lo que deja suponer una preparación minuciosa
previa."
La prensa no cree posible que se hayan movilizado de esa manera por su
cuenta, que los saharauis hayan protagonizado semejante éxodo y que hayan
podido crear un "Estado dentro del
Estado", en palabras de un funcionario marroquí, mediante la división
de tareas y la organización de servicios como el de recogida de basuras o el de
la seguridad. Sólo los servicios secretos argelinos podrían haberlo montado. Lo cual es comprensible cuando se piensa en súbditos y no en
ciudadanos.
Pero no es el Frente Polisario, mucho menos Argelia, el que organizó la protesta. Se trata de un movimiento más amplio, popular y urbano, que reivindica una mejora sustancial de sus condiciones de vida en tanto que saharauis, lo cual podrá pasar o no por la consecución de un Estado propio. Algunos piensan que sólo adquiere dimensión política cuando hay reclamos abiertos por la independencia. Pero esto es porque parten de una concepción muy pobre de la política. La cruenta reacción del gobierno marroquí indica más bien todo lo contrario: que el reclamo, articulado en torno a la identidad saharaui, de una ciudadanía sustancial que incluya no sólo el reconocimiento de mayores libertades sino el fin de la discriminación a la hora de obtener un empleo y un acceso más justo a los recursos económicos (pesca, fosfatos) del territorio, constituye una verdadera amenaza. A falta de República saharaui, porque así lo ha querido el gobierno marroquí, la amenaza será interna.
Geopolítica y gobernanza
Acto vandálico sobre el yacimiento arqueológico de Lajuad (territorio "liberado" del Sáhara Occidental), realizado por un militar croata de la Minurso. Fuente: Western Sahara Project (2007).
La rebelión saharaui altera el guión establecido de las negociaciones entre Estados y una fuerza política que aspira a controlar uno propio. En los últimos años el Frente Polisario intenta mantenerse como representante de los saharauis en los foros internacionales, e intenta influenciar el movimiento desde dentro, pero ha jugado claramente un papel secundario en el desarrollo de los últimos acontecimientos. La escala de las protestas, sin precedentes, obliga a Marruecos a reconsiderar el discurso de la manipulación exterior, al menos de puertas adentro, y a profundizar sus planes de autonomía. Si se mantiene en el tiempo un alto grado de tensión, algunos prohombres saharauis colaboracionistas, como Khali-Henna Ould Errachid, que hoy manejan el Corcas y que lideran las redes clientelares con el Estado en beneficio propio, podrían verse tentados a adoptar un discurso más nacionalista.
Este es otro aspecto que, vinculado a la cuestión demográfica, diferencia la situación saharaui de la palestina. Es cierto que, del mismo modo que el Estado de Israel necesita la segregación de la población árabe/palestina -tendencialmente mayoritaria sobre todo si incluímos a los refugiados- para mantener un sistema político racista, la monarquía alauí vería peligrar seriamente su legitimidad política en el caso del reconocimiento de un Sáhara independiente. Pero, por sí misma, la población saharaui -aún contando con los refugiados de Tinduf- no constituye una amenaza existencial al sistema de dominación en Marruecos, como sí es el caso en Israel. De ahí que, por más violenta que sea la represión, todavía no llega al grado de ensañamiento israelí.
Otro paralelismo es que tanto Marruecos como Israel mantienen relaciones privilegiadas con Estados Unidos y con la Unión
Europea. Por lo que respecta a Marruecos, la ministra española de Exteriores Trinidad Jiménez aseguraba que
"es una relación esencial que debemos preservar por razones de
seguridad, de combate contra el terrorismo, de control de los flujos de
inmigración y del narcotráfico, y por las relaciones comerciales y
económicas".
Es un error pensar que con esta afirmación el gobierno español simplemente "se baja los pantalones" ante el gobierno marroquí, como suele alegarse. Ambos Estados están tan íntimamente ligados por un entramado de relaciones -empezando por el vínculo monárquico- que en ciertos asuntos resulta difícil hablar con propiedad de relación bilateral en sentido clásico. Obsérvese que buena parte de los ámbitos que enumera la ministra tienen que ver con la seguridad y el control policial de las poblaciones. ¡Cómo es posible, si Marruecos no es una auténtica democracia!, se indignan muchos. Pero ese es precisamente el valor añadido de los Estados del sur del Mediterráneo y, a su manera, más liberal, de Israel. Tanto Marruecos como Israel mantienen con la Unión Europea unos acuerdos de asociación euromediterráneos con los que se pretende extender la gobernanza europea de múltiples niveles y actores al otro lado del Mediterráneo. Dichos acuerdos están presididos,
respectivamente, por un mismo artículo 2 que hace de los derechos humanos un
"elemento esencial" de los mismos. No es que los gobiernos
occidentales los sacrifiquen ante espurios intereses. Si los acuerdos económicos se
mantienen y profundizan, si el comercio de armas florece, si se subcontrata
la tortura y el control de las migraciones, es porque la interpretación que todos ellos hacen de
dichos derechos, de la democracia, en el fondo no difiere tanto. La "democratización" que se solicita desde Europa sólo puede consistir en una apertura controlada desde arriba, como demuestra la experiencia argelina.
La determinación saharaui
La ferocidad de la represión, el bloqueo mediático y la intensidad de la propaganda reflejan bien las verdaderas dimensiones del levantamiento saharaui. El ataque policial al campamento fue resistido con determinación, con un elevado número de bajas entre las fuerzas de seguridad. El pogromo de los últimos días, con apoyo de los colonos marroquíes, pretende por ello aterrorizar a la población y prevenir futuras acciones audaces. Falta por verificar si la represión ha llegado en estos días a parámetros argelinos. Activistas canarios y saharauis cuentan que mucha gente está dispuesta a recurrir a la lucha armada, aún al margen del Polisario, pero esto puede dar lugar a diversos escenarios posibles: reconstitución de una guerrilla, el desarrollo del bandidaje o una conflictividad crónica, como en la Cabilia argelina (con la gran diferencia de que esta última es una zona montañosa).
Nos encontramos en un punto importante de inflexión que abre desde luego un futuro incierto, pero un futuro al menos, mucho más estimulante que el callejón sin salida de un languideciente proceso negociador. Por el lado saharaui, aunque el nacionalismo continúa siendo el marco ideológico dominante entre los
saharauis -hasta el punto que resulta notable el nulo arraigo del
salafismo, poco amigo de proyectos de contrucción estatal-, los recientes acontecimientos podrían traer consigo el ascenso de líderes o facciones políticas o tribales que se encuentran fuera del control tanto del Corcas como del Polisario, cuya legitimidad podría verse erosionada aún más. Marruecos podría jugar entonces -de nuevo, como Israel- la carta de la división, entre los saharauis de los territorios ocupados y los de Tinduf. El desplazamiento del centro de la protesta reduce también la influencia de Argelia.
Los saharauis han querido recuperar un tiempo que arriba querían mantener congelado. Los poderes marroquíes y español se han visto claramente superados por abajo. Lo sucedido debería animar a las organizaciones sociales, canarias y del resto de España, a reforzar las acciones de solidaridad con los movimientos saharauis y perseverar. Para acompañarles en unos meses que se adivinan difíciles. Y construir, juntos, algo nuevo.
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Un helicóptero sobrevuela la cubierta del Samho Dream, el superpetrolero
surcoreano -con pabellón de conveniencia en Islas Marshall, evasión fiscal
obliga- que permanecía en manos de un grupo de somalíes armados, desde que estos lo abordaran el pasado 8 de abril. Les llaman piratas. Se abre una compuerta, de la que sale despedido con fuerza un
bulto. Cuando cae bruscamente sobre la
cubierta, los africanos se acercan para inspeccionarlo. Uno de ellos
parece mantener un contacto telefónico con el helicóptero, que da media
vuelta y se va. Abren el maletín -¿o es un saco?- y del mismo extraen
fajos de billetes verdes, que se disponen a contar, entusiasmados, posiblemente ante la mirada cansada de los tripulantes apresados, cinco surcoreanos y 19 filipinos. Terminan la cuenta: 9,5 millones de dólares. El gran premio. Ya pueden liberar el barco y volver a la costa africana.
La carga del gigantesco buque vale mucho más. Concretamente, más de 170 millones de dólares, si tomamos como referencia el precio actual del barril intermedio de Texas (WTI), situado en torno a los 87,40 dólares, y que ha vuelto a subir hasta los niveles del momento del secuestro después de una caída pronunciada a partir de mayo. Son dos millones de barriles saqueados de Iraq y con destino a los sedientos Estados Unidos, potencia ocupante y sede de la compañía refinadora que ha fletado el cargamento, la Valero Energy Corporation. Esta cifra equivale a lo que produce aquel país en un día. El petróleo partió probablemente del puerto de Basora, principal punto de salida del crudo. Salvo el oleoducto del norte Kirkuk-Ceyhan, el resto de los oleoductos de exportación permanecen cerrados por los sabotajes de la insurgencia iraquí, por la falta de entendimiento con los países vecinos y por la escasa inversión. En cuanto a los oleoductos internos que funcionan, las tuberías -que fueron construidas en 1975 y que no han sido revisadas desde 1991- sufren un grado de corrosión tan elevado que constituyen una bomba de relojería medioambiental. En el sur de Iraq, antes de llegar al Samho Dream, el crudo tuvo que pasar por tuberías cuyas trayectorias empinadas facilitan la filtración de agua y por tanto la corrosión desde el interior, lo que hace imprescindible un mantenimiento que no se realiza por temor a una ruptura importante del frágil oleoducto.
Durante todo este tiempo, y hasta que el superpetrolero llegue a las costas de Luisiana, los inversores financieros habrán negociado sucesivamente el precio de su carga en los mercados de futuros, mediante la especulación con los precios de referencia. Son el último eslabón de una cadena global de beneficiarios en la que los somalíes, como la mayoría de los iraquíes, quedan relegados al papel de espectadores. Algunos somalíes, sin embargo, han decidido por su cuenta que se merecen un pedazo del pastel y financian expediciones con el dinero de anteriores secuestros y la participación de la comunidad local. La última se adentró 600 millas en el Océano Índico hasta que secuestraron el navío surcoreano, con cuya tripulación han convivido, de manera forzosa, en los últimos meses. Diecinueve de ellos forman parte del contingente de 350.000 marineros filipinos, la quinta parte de los marineros de todo el mundo. Cientos de ellos han sido secuestrados en los últimos años frente a las costas africanas y han sido testigos del pago de este extraño tributo y del ritual posterior del recuento. Habrán tenido tiempo para pensar en sus familias, en sus condiciones de trabajo. Y para hacer sus propias cuentas.
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Gracias a un documental producido en 2009, este año se ha difundido un poco el nombre de Budrus. Budrus es un pueblito palestino de mil quinientos habitantes situado en Cisjordania, y que se volvió célebre por la resistencia de sus ciudadanos a la construcción del muro de separación por parte de Israel. No he visto la película, pero parece que, además de mostrar la dignidad del movimiento palestino, busca encumbrar a uno de sus líderes, Ayed Morrar, como el "Ghandi palestino". Por las declaraciones de la propia directora, la brasileña Julia Bacha, la resistencia "no violenta" sería la única con garantías de éxito. Para la santa alianza del humanitarismo occidental es, en cambio, la única admisible, sobre todo si se limita a poner la otra mejilla.
"Hablamos de una clase especial de personas, en unas circunstancias únicas y en una guerra muy especial" Paul Wolfowitz, Entrevista con Jim Lehrer, 21 de marzo de 2002
Si encierras a un muchacho de quince años en una base militar como la de Guantánamo, lo mantienes allí durante ocho años y lo torturas con cierta regularidad, es muy posible que su espíritu quiebre y se declare culpable de lo que sea frente a los militares que lo capturaron en un país ocupado. Esta hipótesis se ha confirmado en la farsa de juicio en la que Omar Khadr aceptó finalmente los cargos que presentó el gobierno estadounidense (primero la administración Bush, ahora la de Obama). En el acuerdo judicial se parte de la consideración de Khadr como "beligerante enemigo extranjero no privilegiado (sic)", un engendro jurídico que, según la fiscalía, permite que no se le aplique el Convenio de Ginebra relativo al trato de prisioneros de guerra. Según el gobierno, Khadr no habría formado parte de una insurgencia, o de una milicia, sino de un grupo terrorista, Al Qaeda, lo que justifica un tratamiento diferente. Seguirá preso ocho años más, uno de ellos en la base de Guantánamo, que sigue sin cerrarse, y el resto en su país de origen, Canadá.
Omar Khadr es la última víctima de un experimento. Se sabía que desde principios de 2002 George W. Bush había autorizado a la CIA y al Departamento de Defensa, dirigido por Donald Rumsfeld, la práctica generalizada de torturas en los interrogatorios, no sin antes asegurarse las apropiadas garantías legales. Menos conocido es que el objetivo real de muchas de estas torturas no fue otro que la experimentación para un sistema demente. El 25 de marzo de 2002 -cuatro días después de que pronunciara la frase que encabeza esta entrada- el Subsecretario de Defensa Paul Wolfowitzfirmó una directiva que, aunque no lo explicitara, proporcionaba al Departamento de Defensa otra cobertura legal: para ensayar con los prisioneros técnicas especiales de tortura que permitieran recoger información, "detectar engaños", o fabricar testimonios. Así al menos lo interpretaron sus subordinados. Un artículo de Jason Leopold y Jeffrey Kaye que publicó Truthout hace dos semanas revela el alcance de esta directiva, que fue desclasificada en 2009 por Barack Obama. Como suele suceder con todo lo relacionado con la tortura, apenas ha tenido repercusión.
Extracto de la Directiva del Departamento de Defensa de 25 de marzo de 2002, firmada por Paul Wolfowitz.
Desde la aprobación del Código de Nuremberg
en 1947 se prohíbe la experimentación con seres humanos cuando no media
su consentimiento informado, lo que nunca ha impedido que el gobierno
de los Estados Unidos haya experimentado en secreto cuando le parecía. Como cuando médicos estadounidenses inocularon sífilis a más de un millar de guatemaltecos o, dentro de sus propias fronteras, a cientos de afroamericanos.
Con la aplicación de determinadas técnicas de tortura, la
administración Bush pretendía poner a prueba la resistencia mental de
los prisioneros y estirar los límites de la legalidad. Paul Wolfowitz, uno de los ideólogos más importantes de la invasión y destrucción de Iraq,
reconocía en su directiva que los presos en manos del departamento -que
díficilmente pueden prestar un consentimiento no viciado- podían
incluirse entre los sujetos "vulnerables" que debían recibir una
"protección especial" en las investigaciones llevadas a cabo por el
Departamento de Defensa, y que solamente se prohibían tales
investigaciones con respecto a los "prisioneros de guerra". Lo que abría
la puerta para experimentar "técnicas de interrogatorio" (como las SERE) con "combatientes enemigos", bajo el control de un equipo médico, la supervisión de psicólogos y el asesoramiento de abogados. La directiva, aún en vigor y en proceso de actualización, permite plantear "excepciones" a la norma general del consentimiento informado.
Tras su etapa en el Departamento de Defensa, Paul Wolfowitz pasó a hacer experimentos económicos con el Banco Mundial (como hizo antes otro criminal de guerra, Robert Macnamara), institución que dirigió -es un decir- hasta que dimitió por un asunto menor de corrupción, al haber favorecido a su novia en la institución. Hoy vive del Consejo Empresarial EE UU - Taiwán y del American Enterprise Institute, un centro de investigación ultraconservador y muy influyente. Ahora se muestra menos en público, pero seguro que en los próximos ocho años, si la salud se lo permite, volverá a aparecer de vez en cuando en televisión o a asistir a pomposas reuniones con la gente importante.
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Campamento de Gdeim Izik, creado tras el éxodo de más de 20.000 saharauis procedentes de varias ciudades del Sáhara Occidental ocupado. Fotografía: Guinguinbali.com
Así comienza la hermosa novela Desierto (1980), de Jean-Marie Le Clézio (traducción de Alberto Conde Calvo):
Aparecieron,
como en un sueño, en la cima de una duna, medio escondidos por la bruma
de arena que levantaban sus pies. Lentamente descendieron a la vaguada,
siguiendo la pista casi invisible. Al frente de la caravana estaban los
hombres, envueltos en sus mantos de lana, con los rostros ocultos por
el velo azul. Con ellos marchaban dos o tres dromedarios, más las cabras
y los corderos hostigados por los chiquillos. Las mujeres cerraban la
marcha. Eran siluetas sobrecargadas, abultadas por los pesados mantos, y
la piel de sus brazos y sus frentes parecía todavía más oscura tras los
velos de índigo.
Marchaban sin ruido por la arena, lentamente,
sin mirar adónde iban. El viento soplaba sin descanso, el viento del
desierto, caluroso de día, frío de noche. La arena se escabullía a su
alrededor, entre las patas de los camellos, fustigaba el rostro de las
mujeres, que se protegían los ojos con la tela azul. Los niños pequeños
corrían, los bebés lloraban fajados en la tela azul a la espalda de sus
madres. Los camellos mascullaban, estornudaban. Nadie sabía adónde
iban.
El sol estaba aún en lo alto del cielo desnudo, el viento
llevaba consigo los ruidos y los olores. El sudor resbalaba lentamente
por el rostro de los viajeros, y su piel oscura había tomado el reflejo
del índigo en las mejillas, los brazos, a lo largo de las piernas. Los
tatuajes azules en la frente de las mujeres brillaban como escarabajos.
Los ojos negros, semejantes a gotas de metal, apenas miraban la
extensión de arena, buscaban el rastro de la pista entre las olas de las
dunas.
No había nada más sobre la tierra; nada ni nadie. Habían
nacido del desierto, ningún otro camino podía conducirlos. No decían
nada. No querían nada. El viento los sobrepasaba, se filtraba entre
ellos, como si no hubiese nadie en las dunas. Marchaban desde la primera
luz del alba sin detenerse, la fatiga y la sed los envolvían como una
ganga. La sequedad les había endurecido los labios y la lengua. El
hambre los minaba. No habrían sido capaces de hablar. Después de tanto
tiempo, se habían vuelto mudos como el desierto, llenos de luz cuando el
sol abrasa en el centro del cielo vacío y helados en la noche de
estrellas escarchadas."
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"... los mismos nadies que salieron hace casi diez años a la calle a gritar “que se vayan todos” regresaron hoy para garantizar que se queden los que están. Lo cual no es una paradoja, sino una consecuencia." lavaca, 28 de octubre de 2010
La Casa Rosada, Buenos Aires, 27 de octubre de 2010. REUTERS/Martin Acosta
Néstor Kirchner recicló el "que se vayan todos", que permitió su llegada accidental desde la Patagonia a la presidencia de Argentina en 2003 con sólo un 22 % de apoyo electoral, en una nueva institucionalidad. No tiene sentido criticarle por no haber sido lo que nunca pretendió ser, a menos que se parta de una visión idealizada de ese mutante que es el peronismo. Sus dos principales objetivos políticos fueron recuperar la legitimidad del Estado y (re)construir el viejo concepto de "burguesía nacional" frente a la transnacionalización inducida por la globalización neoliberal. En el primer punto tuvo bastante éxito, algo que hasta la derecha de su país se ve obligada a reconocer en voz baja aunque denuncie por conveniencia la falta de seguridad jurídica. Lo segundo se quedó en un capitalismo oligárquico (¿acaso hay otro?) en el que la especulación financiera que había salido por la ventana volvió por la puerta de atrás del agronegocio exportador. Un simpatizante como Mario Wainfeld escribía ayer en Página 12: "Kirchner deja el centro de la escena en un país gobernado y gobernable.
Con una economía y una situación social sustentables, con previsibilidad
política". Sólo si tenemos en cuenta la grave crisis política, económica y social que asoló el país en las postrimerías del menemismo, podrá entenderse muchas de las decisiones que tomó, empezando por la anulación de las leyes de punto final y de obediencia debida.
El 29 de mayo de 2006 pude ver en directo, por un canal argentino de televisión, una escena que nunca hubiera podido producirse en España. El presidente Néstor Kirchner se disponía a pronunciar un discurso en el Colegio Militar con motivo del Día del Ejército, frente a miles de militares. Días antes militares retirados habían organizado un acto conmemorativo en homenaje a las víctimas de la guerrilla de los años setenta y en el que se justificó la represión de la dictadura. Se esperaba por tanto que Kirchner adoptara un tono firme, pero acabó sorprendiendo por la dureza de su tono y por su desaire a la cúpula militar al abandonar luego el palco y no asistir al desfile. "Como Presidente de la Nación, no les tengo miedo". "No queremos al Ejército de los que mataron a sus hermanos". Ya en 2004 había ordenado a un teniente general, delante de la prensa, que retirara los retratos de los generales Videla y Bignoni. Kirchner repitiría luego el "no les tengo miedo" frente a empresarios y medios de comunicación.
Con esta retórica contundente se ganó el apoyo de muchos movimientos populares, como las organizaciones de derechos humanos, de las asociaciones de Madres y de las Abuelas de Mayo. La condena de la dictadura formaba parte necesaria del rechazo a la devastadora política económica neoliberal que aquélla había inaugurado, pero la oficialización de la memoria también sirvió para ignorar otras violaciones de los derechos humanos. No hubo ruptura, pero sí un giro importante que hizo que hasta los funcionarios del Banco Central privilegiaran "la paz social" -lo que incluía restaurar controles a la entrada y salida de capitales- al control de los precios, algo que en Europa, pese a la crisis rampante, sigue siendo el objetivo principal del Banco Central Europeo. Ganarse a los movimientos, o cooptarlos, significaba pacificar la sociedad argentina y acabar con la autoorganización de los pobres incluyendo a sectores que hasta entonces habían estado en los márgenes del sistema. Ex piqueteros, ex montoneros, sindicalistas y hasta ambientalistas fueron ocupando puestos clave en la administración, para horror de parte de la burguesía porteña. Estábamos en presencia de una nueva gobernabilidad basada en la "razón populista", por usar la expresión de Ernesto Laclau, afín al kircherismo.
Kirchner -y su equipo de gobierno- tuvo el mérito de haber comprendido algunos de los cambios que se habían producido en su país, pero también en el contexto internacional, del que supo aprovecharse. Frente al declive de la presencia estadounidense, ocupado con dos guerras en Iraq y en Afganistán, hizo de la necesidad virtud: se arrimó a los nuevos gobiernos progresistas sudamericanos y con ellos intentó impulsar un nuevo tipo de integración regional, en parte por necesidad, como sucedía con la dependencia argentina del gas boliviano o de la financiación venezolana. Porque la patria grande cedía frente a la chica cuando aquélla amenazaba lo que quedaba de la industria local (importaciones brasileñas) o la estabilidad política interna (crisis de las papeleras con Uruguay). El momento estelar fue el nacimiento del Unasur, organización de la que acabó siendo secretario general.
Los cambios económicos con respecto a la etapa previa a 2001 incluyeron la congelación de las tarifas de los
servicios públicos privatizados (en manos, sobre todo, de empresas españolas), la mayor reestructuración de deuda de la historia,
la desvinculación del Fondo Monetario Internacional -previo pago de una
deuda considerada por muchos como ilegítima u odiosa-, intervención estatal para controlar los precios en la cadena alimentaria o, ya con Cristina Fernández de Kirchner, la recuperación del control público de los fondos de pensiones y la asignación universal por hijo. La demanda internacional de productos como la soja y otros cereales transgénicos y el mantenimiento de un peso argentino devaluado favoreció la expansión de las exportaciones y tasas de crecimiento del PIB del 8% hasta el año 2008. Cierta redistribución del ingreso vino de la mano de incrementos salariales en numerosos sectores y planes sociales que permitieron reducir el porcentaje de población que vive bajo el umbral de la pobreza desde más del 50% hasta el 13 % que ahora declaran las cifras oficiales (que se basan no en términos relativos como en Europa sino en función de una canasta básica), aunque otras organizaciones sitúan al 30 % de la población por debajo de dicho umbral. Las desigualdades en el ingreso, aunque se redujeron ligeramente bajo el mandato de Néstor Kirchner, han continuado hasta hoy con una persistencia que les da un carácter estructural. Sea como fuere, esta política de impulso del crecimiento y de la demanda interna suscitó el aplauso de economistas como Mark Weisbrot, que prefieren ignorar las consecuencias sociales y ecológicas del extractivismo y la primarización en los que se basa dicho crecimiento.
La mejora de los datos económicos y la estabilización política del país, usando como parámetros el descalabro menemista o la memoria de la dictadura, acallaron muchas voces críticas en la izquierda o las colocaron en una difícil tesitura. Y no han faltado sombras que se han alargado hasta hoy. La muerte de Néstor Kirchner prácticamente coincide con el asesinato, hace una semana, del trabajador tercerizado Mariano Ferreyra a manos de una patota sindical vinculada al poder estatal. Para los miles de nadies que hoy dieron su adiós al ex presidente, en cambio, Néstor Kirchner no dejó de darles un espacio, una voz. Que, no lo olvidemos, se habían ganado antes.
Mientras el soldado de 22 años Bradley Manning continúa detenido en Estados Unidos por haber pasado material clasificado sobre crímenes de guerra a Wikileaks y se enfrenta a una petición de 52 años de cárcel por parte de la fiscalía, miles de personas que han tenido acceso a documentos como los que se han filtrado estos días sobre Iraq viven despreocupadas, pese a no haber denunciado las graves atrocidades que en ellos se reflejan. Muchos fueron los soldados que las cometieron. Algunos simplemente obedecieron las órdenes de no investigar, no preguntar y no cuestionar. Pero otros ni siquiera eran militares. Y no necesitaron órdenes para no reaccionar.
Como Adam Weinstein, corrector de textos en la prestigiosa revista Mother Jones, bloguero y ex contratista militar en Iraq, donde trabajó como especialista de relaciones públicas (propaganda) para el ejército entre 2008 y 2009. En un artículo publicado en julio, con motivo de las filtraciones sobre Afganistán, comentó lo siguiente (el subrayado es del propio autor):
"Lo cierto es que no hay mucho que encontrar ahí. Lo sé porque he visto muchos de estos informes -al menos miles muy parecidos- en Iraq, donde trabajé como contratista el año pasado.
Aún no lo he revisado todo, pero la mayor parte de lo que ven en Wikileaks son informes militares de "actividad significativa" (SIGACTS). Estos en teoría son accesibles para cualquiera -soldados y contratistas- en Iraq, Afganistán, o en el Comando Central de los Estados Unidos en Tampa, Florida, que tenga acceso al intranet más básico del ejército para los datos sensibles, el Secret Internet Protocol Router Network (SIPRNet). Literalmente miles de personas en cientos de localizaciones podían leerlos, y cualquiera de ellos podría ser la fuente de los datos de Wikileaks. Revisaba con regularidad los informes diarios de la SIGACT en Iraq no porque mi trabajo lo requiriera, sino porque mis colegas y yo teníamos curiosidad. Habíamos escuchado morteros o coches bomba explotar en la distancia por la noche y no podíamos evitar preguntarnos: ¿qué demonios fue eso? Cada vez que una unidad estadounidense se enfrentaba al enemigo, encontraba municiones, veía o escuchaba una explosión, capturaba un criminal o localizaba un depósito de armas, se redactaba un informe. Así que cada mañana, cuando entraba en mi oficina en Camp Victory, encendía mi terminal SIPR terminal y chequeaba SIGACTS para encontrar cosas interesantes."
Para el listo de Weinstein la mayoría de los SIGACTS eran aburridos. Pero cuando leía que durante la noche anterior una unidad había efectuado un registro, lo que para él era un acto "mundano" y "rutinario", sin mayor relevancia, para toda una familia iraquí había supuesto una pesadilla y una humillación. La rutina es la de una forma de dominación. Según Weinstein, el "criminal" no era el invasor que se arrogaba prerrogativas de policía en una tierra que no entendía -ni falta que le hacía-, sino un nativo que resistía a la ocupación o quizás un desafortunado transeúnte que hoy se pudre en una prisión iraquí sin haber sido procesado. Los informes normalizaban una situación excepcional y al mismo tiempo su lenguaje generaba la misma distancia afectiva que producen los drones entre víctimas y verdugos. Dicho de otro modo, producían una idea de imperio, de dominio. Centenares, tal vez miles de contratistas privados, voyeurs como Weinstein, tenían acceso a una información que probablemente resultaba inaccesible para los altos cargos del gobierno iraquí. Disfrutaban de una sensación que sólo otorga el privilegio de saberse superior.
Adam Weinstein el lector, el mirón, no se siente implicado emocionalmente por lo que lee en la pantalla de su ordenador o por lo que ve a su alrededor. Su estancia de ocho meses en Camp Victory constituye una oportunidad única para hacer carrera, pronto publicará un libro sobre su experiencia como contratista. La presencia estadounidense en Iraq o en Afganistán se da por supuesto, el papel de los iraquíes como figurantes en esta película, también. Lo que preocupa a Weinstein es, por ejemplo, que los iraníes hayan podido penetrar en Iraq para detener a tres estadounidenses (incluyendo una colaboradora de Mother Jones, ya liberada por razones humanitarias) que hacían alpinismo cerca de la frontera con Irán, sin que le produzca extrañeza alguna semejante travesía. Podrían ser espías, como acusa Irán, pero lo más terrible es que sean lo que parecen ser, turistas. Mirones.
P.S.: Una crítica más fundada de Adam Weinstein es la que se refiere al trabajo de edición de Wikileaks en su última filtración, que explicaría el retraso a la hora de publicarla. Como respuesta a las críticas por haber puesto supuestamente en peligro las vidas de los soldados y sus colaboradores en Afganistán, en esta ocasión el equipo de esta organización se habría excedido, por lo que respecta a algunos documentos, con una autocensura mayor que la que practica el propio Pentágono (que días antes ya había publicado algunos informes con el fin de reducir el impacto de los "diarios de Iraq"). Un mal precedente.
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El pasado 15 de octubre once mineros zambianos que trabajaban en la empresa de capital chino Collum Coal Mine, recibieron disparos por parte de sus patronos chinos, durante las protestas en las que reclamaban mejoras salariales y en sus condiciones de trabajo. Dos de ellos quedaron gravemente heridos. En esta mina cobran 70 dólares mensuales, mientras que en otras los salarios rondaban los 100 dólares mensuales. El presidente de Zambia, Rupiah Banda, condenó los hechos pero pidió que no se "politizaran los asuntos laborales". Banda reclamó que se aplique la ley contra los responsables de los disparos. El presidente quería evitar que se produjeran revueltas xenófobas que pudieran espantar a los inversores chinos. Su principal contrincante es Michael Sata, líder del opositor Frente Patriótico que acusa al gobierno de dar un trato privilegiado a las más de 300 empresas chinas que han invertido en minería, construcción y agricultura.
China ha puesto un pie en África para quedarse, con fuertes inversiones en infraestructuras, algunas de ellas necesarias aunque en general estén orientadas a un modelo extractivo-exportador basado en una intensa explotación de los trabajadores, ya sean chinos o africanos. El tratamiento mediático occidental de la presencia china suele venir aderezado con las consabidas alarmas acerca del "peligro amarillo", al desplazar inversiones como la de la francesa Areva en Níger o Shell en Nigeria, que no es que sean precisamente beneficiosas para la población local. Titulares como "los nuevos amos de África" pasan por alto el papel de las elites africanas e identifican sin más a China con las potencias coloniales europeas, lo cual es engañoso y excesivamente benevolente con las antiguas metrópolis. Con estas reservas en mente, me gustaría referirme a una interesante aplicación gráfica que ha publicado la cadena francesa RFI, en la que se muestra en un mapa -de manera muy clásica por cierto- algunos indicadores de la presencia china en África (más importante en unos países que en otros), como la población, las cifras totales de inversión pública y los principales sectores económicos.
Población
La mayor presencia de trabajadores temporales chinos (más de cincuenta mil por
país) se da en países muy poblados como Nigeria y Sudáfrica, seguidos de
países como Argelia, Angola, Sudán, República Democrática del Congo o
Madagascar. Lástima que no haya cifras de los africanos que trabajan en empresas chinas.
Inversiones
Con las cifras totales de inversión hay que tener especial cuidado,
pues es habitual que se mezclen promesas, proyectos e inversiones
efectivamente realizadas. En cualquier caso, las mayores cifras de
inversión (en dólares estadounidenses) corresponde a algunos de los países antes mencionados, a los
que hay que añadir Gabón, Mozambique o Etiopía.
Sectores
Entre los sectores, el más visible es el de la construcción y las infraestructuras físicas, que se reparte prácticamente por todo el continente. A retener también la inversión en telecomunicaciones en algunos países del eje oriental.
Pero estas infraestructuras son funcionales a las industrias extractivas. Ya se trate del petróleo (aunque China sólo refine petróleo en Argelia y Nigeria)...
...como de la minería y la industria forestal (plantaciones).
La República Popular China no está sola en África. El comercio entre Brasil y África se ha multiplicado por cuatro durante el mandato del presidente Lula, también en sectores extractivos. Mayor aún ha sido el crecimiento de las inversiones indias, de las que apenas se habla. Otros sectores, como la banca o las telecomunicaciones, cuentan con una fuerte presencia árabe. África diversifica sus socios, con países "del Sur" que no necesitan alqaedas para intervenir en el continente. Pero su papel bajo el capitalismo parece que ha cambiado poco.
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Los casi cuatro cientos mil archivos que ha filtrado Wikileaks y que la prensa internacional ha tratado en sendos especiales
cuentan sólo una parte de la historia: la anotación burocrática de
"incidentes" en Iraq por parte del ejército estadounidense
durante el período 2004-2009. Los medios que pretenden servirse de
estos archivos para establecer "la verdad" definitiva sobre la guerra
de Iraq continúan de algún modo empotrados en el ejército
ocupante. El fetichismo del documento no debería hacernos
olvidar que estos ficheros todavía necesitan un trabajo de análisis y contraste
de fuentes (¿qué tal si hablamos con los iraquíes?), algo imprescindible para precisar mejor los hechos y las
responsabilidades. Porque los documentos que se han filtrado son los de un invasor. Y viendo la preocupación que existía en
el ejército estadounidense por las consecuencias legales de sus actos
-que lleva a sus soldados a pedir consejo a un abogado militar
justo antes de asesinar a dos iraquíes dispuestos a rendirse- sería
bueno mantener un sano escepticismo con la versión que dan de algunos sucesos. ¿Todos los muertos que de lo que denominan "fuerzas antiiraquíes" (insurgentes anti-ocupación) lo eran
realmente?.
Es cierto, Wikileaks ha hecho un notable esfuerzo por traducir y la prensa internacional por dar
forma a unos ficheros que, tomados de forma aislada, con sus códigos militares y su mecánica exposición, no nos dirían nada. Pero no
deja de ser su representación, un trabajo de cocina en el que los medios de comunicación no han
podido evitar volcar sus prejuicios y apriorismos, que son los de la
fuente originaria, con la que mantienen contra viento y marea una empatía difícil de encontrar con respecto a los propios iraquíes.
Dicen que Estados Unidos miró para otro lado frente a las torturas del ejército y la policía iraquíes de las que tenía conocimiento. Pero no era un simple espectador pasivo. Fue Estados Unidos el que disolvió el ejército de Saddam Hussein, "desbaazificó" la administración, equipó y entrenó a las nuevas fuerzas iraquíes. Y fueron soldados norteamericanos los que torturaron en Abu Ghraib y en otras prisiones. Con estos elementos en la mano, sólo desde el apoyo ciego a la misión estadounidense en Iraq o desde una actitud acrítica cabe alegar que el ejército norteamericano simplemente ignoró y encubrió las torturas llevadas a cabo por su subcontratista local: el ejército iraquí. Claro que el encubrimiento de un crimen constituye una ofensa menor que su autoría dolosa. Pero la evidencia es otra: una política deliberada y una práctica habitual de la tortura alentada desde lo más alto del gobierno estadounidense, es decir, por personajes como Donald Rumsfeld, Richard Cheney y George W. Bush. Es ridículo que Manfred Nowak, relator de la ONU contra la tortura, pida al gobierno de los Estados Unidos -que todavía mantiene decenas de miles de soldados en Iraq- que investigue las torturas que revelan sus propios documentos, los mismos que pretendía mantener ocultos.
Resulta que el ejército sí que contaba los muertos iraquíes. A su manera. Pero las cifras de muertes violentas de iraquíes representan una pequeña muestra del total. La filtración de Wikileaks no
incluye el año 2003, que es el año de la invasión. No incluye el
asalto genocida a la ciudad de Faluya (2004). En la toma de Samarra de octubre de 2004 no se mencionan los cuerpos de 23 niños y 18 mujeres que acabaron en el hospital general de la ciudad. Tampoco contabilizan las víctimas de los bombardeos aéreos, los muertos que inicialmente se contabilizaron como heridos graves ni los afectados por el uranio empobrecido. Y al contrario que la filtración
sobre Afganistán, donde opera una coalición internacional bajo mando de
la OTAN, no aparecen datos sobre los crímenes cometidos por las
tropas británicas en Basora y por los soldados iraquíes bajo su
supervisión, salvo algún caso aislado.
Para The New York Times -que merece un premio a la desfachatez- lo que importa es que los documentos "dejan claro que la mayoría de los civiles fueron asesinados por otros iraquíes", como si el ocupante no tuviera nada que ver. Como en los años ochenta del pasado siglo, cuando el prestigioso diario decía que los centroamericanos se mataban entre ellos en Nicaragua o en El Salvador o morían por culpa del "terrorismo". Los artefactos explosivos improvisados (IED) empleados por la resistencia iraquí a menudo provocan numerosas víctimas civiles. Los grupos takfiristas vinculados a Al Qaeda también han cometido atentados especialmente cruentos. Pero la guerra civil iraquí consistió sobre todo en enfrentamientos entre las milicias de los partidos sectarios chiíes aupados al poder por Estados Unidos y fuertemente influenciados por Irán, países con los que siempre han mantenido un doble juego, y en matanzas con las que pretendían erradicar la base social de grupos considerados hostiles -como los suníes- y toda posibilidad de una insurgencia de alcance "nacional". Para completar este macabro cuadro haría falta otra filtración: la que atañe a los asesinatos cometidos por la CIA, organización cuyas siglas no se mencionan en los archivos del Pentágono.
Los cientos de miles de
ficheros funcionan como auténticos atestados policiales. Si alguien quería encontrar una prueba de la difuminación entre las
funciones militares y de policía -colonial, en este caso- ahí lo tienen. Los hechos violentos que anotan y clasifican corresponden a una rutina administrativa, no tanto la de una guerra como la de una ocupación. Así se gobierna una población que resiste.
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