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2008/04/05 05:00:00 GMT+2

A mano amada

Ayer, si es que no he leído u oído mal, ninguna mujer fue asesinada por uno de esos individuos que ahora los periodistas solemos llamar “su compañero sentimental”.

¿Podríamos tomar como noticia lo no ocurrido?

Podríamos, pero apuesto a que haríamos mal. Seguro que ayer hubo alguna mujer asesinada por el tipo con el que vivía, al que aguantaba, que de vez en cuando se le subía encima, que de tanto en tanto se reía de ella, que a veces le daba algún cachete (más que nada para dejar claro quién tenía la autoridad en casa) y que le decía sin parar “Tú, cállate, que eres tonta”.

Otra cosa es que no sepamos cómo se llamaba esa mujer, o de qué color era su piel, o en qué país malvivía.

Lo primero que deberíamos hacer los periodistas, si no fuéramos meros agentes del tráfico de noticias, si en vez de corazón no tuviéramos un chip, o un espejo, sería abominar de esos términos que nosotros mismos hemos fabricado. “¡Compañero sentimental!” ¿Sentimental? ¿Compañero?

Lo he discutido mucho en los últimos días con otros periodistas. Cómo decidimos qué es noticia y qué no es noticia. Por qué nos centramos en bobadas inmensas, en perfectas nimiedades, en anécdotas insignificantes, en frivolidades. Cómo no hacemos nada por otear el enorme, el inmensísimo, el inabarcable campo de la realidad que no miramos, del que no hablamos, probablemente porque no nos interesa hablar, no vaya a ser que quede claro que somos cómplices de todo lo que sucede en él.

Algunos incluso se han enfadado conmigo. Y yo con ellos.

Hace mucho, un francés ingenioso habló de “Esos Mozart que asesinamos”, refiriéndose a todas las criaturas que el mundo deja morir por desidia, sin que se sepa las sinfonías que tal vez habrían podido componer, o las genialidades que habrían sido capaces de crear, de haber tenido la oportunidad de expandir sus potencialidades.

A mí me admiran los genios como a cualquier otro, pero no me parece que el asunto sea que nos estemos perdiendo a no sé cuántos Mozart, o Beethoven, o Cortázar, o Vallejo. Me angustia igual que Rita, o Rokia, o Pedro, o Chu, o Li, murieran ayer sin que nadie se enterara, sin que a nadie le importara nada.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (5 de abril de 2008).

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Coda 1.– Es imperdonable, pero se me olvidó hacer constar en la columna arriba rerproducida que el título "A mano amada" era una cita y un homenaje al poeta Ángel González.

Y ya que hablo de deslices, os cuento una errata divertida. Cuando escribí ese título, se me liaron los dedos y me quedó algo de lo que inicialmente no me di cuenta y que, de haber salido publicado, habría sido el hazmerír de muchos, y con razón: "A mano mamada". ¡Menos mal que repasé el texto y lo corregí!

Coda 2.– Otra observación que hago de paso: alguna gente cree (parece) que estoy muy cabreado con mi abandono de la tele vasca. Y puedo jurar que no. Y, cuantas más horas pasan del tonto incidente y más reposa en mi conciencia, menos. Creo que mi decisión de largarme fue la mejor para todos. Asumo que me sentía harto, que estaba de un humor de perros (aunque me manifestara en plan pasota) y que así no es correcto estar en ningún lado. Cuando estás harto, te pones borde.

Resultó de ese modo como podía haber salido de otro.

Ha habido varias veces en mi vida profesional (no sólo en la profesional, pero es de la que trato ahora) en las que he cogido el portante y he mandado todo a freír espárragos.

Lo curioso es que nunca ha sido de manera premeditada. Y lo todavía más curioso es que nunca he tenido quie arrepentirme. Audaces fortuna iuvat? ¿La fortuna ayuda a los atrevidos?  No lo creo. Hay casualidades, sin más.

Aunque también es cierto que atreverse es un modo estupendo de sentirse vivo.

Escrito por: ortiz.2008/04/05 05:00:00 GMT+2
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2008/04/04 05:30:00 GMT+2

Principios y fines

Despojemos la polémica de todos sus aditamentos circunstanciales. No hablemos de ETA, ni de ANV, ni del PSOE, ni del PNV, ni de Ezker Batua, ni de Aralar, ni de Zutik!, ni de Arrasate, ni del PP, ni de nadie, ni de nada en concreto. Quedémonos con el meollo de lo que algunos plantean como una cuestión de principios: ¿es ilícito tener tratos políticos con alguien que no ha condenado actuaciones criminales?

Quizá sea necesario empezar por definir qué es y qué no es una actuación criminal. Tal vez se trate de un asunto de apreciación particular. Lo mismo matar a uno es la repera, según se mire, pero bombardear a cien que festejaban una boda sea sólo un lastimoso y excusable daño colateral. Lo mismo atentar contra un miembro del establishment constituye un espanto que obliga a replantear todas las estrategias políticas, pero asesinar a un insumiso represente tan sólo un accidente secundario. Cabe que tener tratos preferentes y babosos con estados criminales –e incluso venderles armas para que sean aún más y más eficazmente criminales– muestre que tenemos una astuta realpolitik , pero la dignidad nacional nos exija decirle a Chávez que se calle, venga o no a cuento.

Hablemos de ética: ¿en qué le gana cualquiera de los Bush (abuelo, padre o hijo) a Idi Amin Dada, o a Bokasa? ¿Sabían ustedes que el abuelo de Bush financió a los nazis? ¿Que la gasolina texana llenaba los depósitos de la aviación de Franco? ¿Hablamos de Gernika?

Y Zapatero suspira por verse con el ínfimo de los Bush.

Admito que toda esa categorización relativista tan de moda responde a criterios que se me escapan. Yo no llego a tratos, porque no tengo nada que pactar, pero hablo con la gente del PSOE, y de ANV, y del PP, y del PNV, etc., etc., y me quedo tan ancho, porque sé a qué se dedican ellos y a qué me dedico yo, que por fortuna no he tenido que mostrar complicidad con ningún crimen. Ni gobernar con criminales. Ni firmar pactos internacionales con ellos.

Lo que me resulta de traca es que de repente se me pongan muy serios y muy dignos y apelen a principios éticos.

Por lo que tengo visto, todos ellos saben mucho más de fines que de principios.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (4 de abril de 2008).

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2008/04/03 05:30:00 GMT+2

La izquierda aburrida

La izquierda española que se pretende menos acomodaticia –la que se vincula de uno u otro modo, por activa o por pasiva, a la tradición proveniente del Partido Comunista de España– se sumerge cada tanto en debates que, por lo menos a mí, que procedo de otros pagos políticos, ideológicos y hasta geográficos, me resultan chocantes.

Uno de esos debates recurrentes es el que enfrenta cada tanto a los que se presentan como “realistas” contra quienes son tildados de “utópicos”.

Me llama la atención que, antes de entrar en harina, la gente que discute sobre esas cosas no parta de la experiencia. Porque lo que muestra la experiencia es que, cada vez que los llamados “realistas” han marcado la línea de conducta (primero en el PCE, luego en Izquierda Unida), sus resultados prácticos han ido demoledoramente a peor.

El primer y más afamado “realista” fue Santiago Carrillo, cuya gran astucia en la dirección del PCE durante la Transición llevó a su partido no sólo a un aparatoso descalabro electoral, sino también a una desmoralización de mil pares.

Tras un triste paréntesis, del que alguna vez valdrá la pena tratar en serio, esa izquierda optó mayoritariamente por respaldar a Julio Anguita. El “utópico”, “califa”, “visionario”, etc., encabezó una espectacular recuperación electoral de IU. (¿No merece ese fenómeno alguna reflexión? Así sea sólo semántica: ¡un utópico que encuentra sitio!)

Tras la retirada de Anguita, no sé si más propiciada por el hastío que por la mala salud –tampoco son asuntos tan distintos–, volvió la dirección de los “realistas”, o de los más o menos “realistas”, contemporizadores y pactistas. El balance está a la vista.

La cuestión central para la izquierda no es (no debería ser) qué se necesita para triunfar electoralmente. Para triunfar electoralmente hay que ser de derechas. De manera descarada o camuflada. Triunfa quien apoya el capitalismo, a la OTAN y a la UE… Al orden establecido.

Lo que queda ridículo y no interesa a casi nadie es que pretendas que no estás en ese bando, pero que respaldas a su “ala progresista”. ¿El ala progresista del bando reaccionario? Anda, no marees.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (3 de abril de 2008).

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Coda.– No deseaba suscitar tantos comentarios relacionados con mi abandono del programa de ETB Pásalo. En particular, no quería que se generara ninguna cuestión personal con el presentador, al que nunca he aludido por su nombre y que, además, no me cae mal. Lo cité indirectamente tan sólo para subrayar que, cuando un presentador de un programa puede invitarte a que te largues, es porque sabe que a su empresa no le incomoda que te vayas. Fui durante más de una década jefe de Opinión de El Mundo. En todo ese tiempo, supe que yo no era quién para señalar el camino de la puerta a los columnistas de más prestigio, por bordes que se me pusieran. Ésas son cosas que se hablan previamente en los despachos.

Estamos, pues, ante un asunto bastante sencillo: fui invitado a irme de un programa a cuyos responsables estaba claro que no les importaba que me fuera y del que a mí no me importaba irme. C’est tout! ¿Que el uno metió el cuezo? ¿Que la otra no sé qué? ¿Que yo no estuve genial? Qué más da. Las trayectorias no se juzgan por un paso.

A los medios de comunicación que me han mandado recados para que comentara el incidente (para que lo magnificara, en suma), les agradezco su interés y les pido disculpas por no haberles respondido. Sus guerras no son mi guerra, entre otras cosas porque yo no estoy en guerra con nadie.

Escrito por: ortiz.2008/04/03 05:30:00 GMT+2
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2008/04/02 05:30:00 GMT+2

En loor del vivo

Un amigo de mi juventud donostiarra, tipo fantástico y realmente ingenioso, solía bromear con una frase que nos encantaba a todos los de la pandilla. Cuando llevaba un rato de palique con algún recién conocido, adoptaba un aire protector, lo tomaba por el hombro, le sonreía y le decía: “Pero, dejemos todas estas banalidades y hablemos de ti. ¿Qué opinas de mí?”

Uno de los géneros periodísticos más difíciles de mantener con dignidad es el de las notas necrológicas de autor. Los responsables de las secciones de Opinión de los periódicos sufren lo indecible con ellas. Les cuesta muchísimo conseguir que, cuando encargan a alguien de renombre que escriba el obituario de otro famoso, lo haga sobre el difunto o la difunta, y no sobre sí mismos. Lo más típico es que se sirvan del fallecimiento del conocido como excusa para exponer sus gracias propias, en plan: “Hablemos de ti. ¿Qué opinas de mí?”. Son textos típicos: “Fulanito (o Menganita) ha muerto. Siempre recordaré aquella ocasión en la que nos encontramos y me dijo: ‘¡Tú sí que eres grande!’. Porque es que yo…”

Me sumí hace algunos días en estas chuscas reflexiones, tirando a malvadas, mientras leía lo largado por algunos literatos a cuento del fallecimiento de una persona que editaba libros (en Finlandia, digamos, para que no haya equívocos). Preguntado por la interfecta, un novelista (finés, por supuesto), de esos que venden la tira por razones que sería tan ilustrativo como desalentador explicar, sentenció algo así como: “Me apoyó desde los inicios de mi carrera”. ¡Fue ésa su alabanza central!

Pongamos que la afirmación respondiera a la verdad (que, por cierto, me consta que no). En todo caso, ¿qué más daría? ¿Pretendía el petulante juntaletras que creyéramos que lo más importante que hizo en su vida la persona fallecida es que reparó en él?

Pues sí: era eso lo que pretendía. Aunque ni siquiera se diera cuenta.

Otros se retrataron con frases algo menos ridículas, pero del estilo. “Fuimos íntimos desde que…” “Conservo una carta…”  “Me abrazó…” Tanto da: el muerto al hoyo y el vivo al bollo.

Menos mal que estas cosas suceden tan sólo en Finlandia, que está muy lejos.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (2 de abril de 2008).
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Nota.– Ayer, en el curso del programa de ETB Pásalo, y tras mantener un breve y privado intercambio de discrepancias con uno de sus presentadores, éste me comunicó que, si no estaba de acuerdo con cómo hacía las cosas, no tenía más que irme. Acepté su invitación en la primera ocasión que pude hacerlo sin montar un número.

Lo cuento aquí para que sepais que ya no volveré a esa tertulia.

Como he afirmado en situaciones parecidas, creo que todos los medios de comunicación tienen derecho a prescindir de la colaboración de quien no les interesa, por lo que sea. Y, como también he dejado escrito en tiempos pasados, considero de buen gusto que no haga falta decirme dos veces que estoy de más en algún sitio.

Con el follón y las prisas, no pude despedirme de toda la gente de la productora K-2000 con la que he trabajado en los últimos años. Ellos y ellas saben de mi aprecio, del que aquí dejo pública constancia.

Escrito por: ortiz.2008/04/02 05:30:00 GMT+2
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2008/04/01 05:30:00 GMT+2

Pena por los crédulos

Hace algo así como un par de años, algunos conocidos míos muy sesudos empezaron a decir que España se había metido en una enloquecida espiral inmobiliaria de futuro más que incierto.

Los gurús de la economía oficial respondieron tildándolos de catastrofistas ignorantes y afirmaron que de eso, nada: que habíamos entrado, sin más, en un plácido proceso de desaceleración que podía resultar incluso positivo.

Yo no dije ni pío, no sólo porque soy un perfecto ignorante en materia de economía, sino porque, además, sólo confío en las ciencias exactas, como el periodismo.

El periodismo es una ciencia exacta: basta con ver los teletipos del día para saber por dónde saldrá mañana cada medio, y hasta para prever el orden jerárquico en el que proporcionará las noticias, de acuerdo con su particular escala de valores (si se me permite la expresión).

La Historia es también una ciencia bastante exacta. Por ejemplo, permite fijar sin apenas margen de error que la economía estadounidense se dio una galleta de mucho cuidado en 1929, no sólo por el desplome de la Bolsa, sino también por la concurrencia de otros factores negativos, como el estallido de su particular burbuja inmobiliaria.

La economía, en cambio, es una disciplina realmente indisciplinada. Me consta que muchos supuestos expertos en esa pretendida ciencia viven en estado de perpetua perplejidad, aunque intenten disimularlo. Y he comprobado también que lo que aseguran que saben está casi siempre condicionado por sus propios intereses, personales o corporativos. Se limitan a anunciarnos en plan pomposo que sucederá lo que a ellos les vendría bien que sucediera. Luego, cuando lo que acontece no es ni por el forro lo que anunciaron, retoman su apariencia profesoral y cobran un pastón por explicar por qué ha acabado sucediendo lo que habían descartado, o ni siquiera evaluado.

Es una farsa que resultaría bastante risible si no fuera porque un montón de gente de pocos recursos se fía de ellos y embarca sus ahorros en aventuras aparentemente sólidas que luego se hunden en la miseria.

Claro que, de no haber crédulos, ¿qué sería del mundo de los negocios?

¿Y del de la política?

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (1 de abril de 2008).

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2008/03/31 05:30:00 GMT+2

Dos líneas divisorias

Casi todo el mundo parece estar de acuerdo en que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. Es un dicho con el que uno se topa en muchos idiomas (que si “le chemin vers l’enfer”, que si “the road to hell”, etc.) y que suele invocarse como si se tratara de una verdad universalmente reconocida, cargada de sentido común. No sé por qué. Yo, al menos, jamás he conocido a nadie que haya recorrido el camino del infierno y regresado para confirmar ese extraño aserto, basado en tres supuestos nada evidentes: que existe el infierno, que para ir a él hay que transitar un camino empedrado y que las buenas intenciones pueden servir de adoquines.

Supongo que se trata de desprestigiar las buenas intenciones, a las que se identifica implícitamente con la ingenuidad, si es que no con la tontería. Un penoso sobreentendido que de lo único que da cuenta es de la muchísima gente que amarga su propia vida y amarga la de los demás atribuyendo a sus semejantes los más aviesos propósitos.

Conversaba anteayer con un conocido que se burlaba de Rodríguez Zapatero. “¡Es un ingenuo!”, espetó.

Yo no creo que Zapatero sea ingenuo –y bien que lo lamento–, pero me sorprendió la crítica.

Mi interlocutor insistió: “¡Qué diferencia con Felipe González! ¡Felipe se las sabía todas!”.

Me dejó pensativo. ¿Creía de verdad mi contertulio que González “se las sabía todas”? ¿Todas? Y, si así fuera, ¿le parece que eso hablaba bien de su persona?  

Prefiero no hacer la lista de cuanto sucedió en los más variados terrenos –ora luctuosos, ora problemáticamente lucrativos– durante los 13 años del mandato de González. ¿Se las sabía todas? Si así fue, lo siento por él. Y por sus admiradores.

Hay una vieja reflexión china, atribuida a Kong Futseu y retomada por Mao Zedong, que  aconseja trazar en la mente dos líneas divisorias: una, para separar a aquellos que pretenden ser justos con sus semejantes de quienes ambicionan aprovecharse de ellos; la otra, para distinguir entre los hábiles y los torpes.

Son muy distintas. En realidad, no tienen nada que ver.

Tratándose de quienes buscan aprovecharse de los demás, los prefiero torpes. Cuanto más, mejor.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (31 de marzo de 2008).

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2008/03/30 05:30:00 GMT+2

Yo también he abortado

Bueno, no es verdad que yo también haya abortado, ni de acuerdo con la ley actual ni al margen de ella, mayormente porque nací hombre y los hombres preñamos sin preñarnos, pero sí que he abortado por connivencia y complicidad, y en algún caso como colaborador necesario.

Escribiré unas pocas líneas sobre esto último.

Hubo un tiempo en el que en España la maternidad estaba mucho más difícil que ahora, que ya es decir. Entonces, quienes vivíamos en tierras algo menos yermas que éstas (en Francia, en mi caso) ayudábamos como podíamos a las mujeres que nos pedían socorro.

Me pesan en el recuerdo tres casos de mujeres que abortaron con mi ayuda en Francia en los años setenta porque, hechos sus cálculos más elementales, no podían permitirse algo que sin embargo las atraía, y mucho: ser madres. Y sufrí con ellas su frustración, en lo que me fue dado.

Hubo una cuarta a la que no pude ayudar porque ni siquiera tuve ocasión y que se nos murió desangrada: Adela, “nuestra flor alavesa, roca guipuzcoana, hierro vizcaíno”, como tan hermosamente cantó en euskara Natxo de Felipe en aquellos años, cuando la mayoría ni siquiera tenía noticia de la historia de la que trataba su triste canción.

Yo, que sé muy poco de paternidades y casi nada de maternidades, pero que he visto a algunas mujeres llorar, enteras pero deshechas a la hora de tomar esa tremenda decisión más relacionada con sus sueños que con sus ovarios, me sumo al clamor soterrado de cuantas dicen que un Gobierno que afirme que no está entre sus principales prioridades ayudar a esas crías (porque suelen serlo) a encarar su propia vida con la necesaria dignidad no sólo no se merece nuestro voto: es que ni siquiera se merece nuestro desprecio.

Yo no he abortado. Pero, si bien lamento que algunas mujeres lo hayan hecho obligadas por una realidad legal, social y política a la que no podían hacer frente, con la ilusión que les habría proporcionado no verse forzadas a ello, no lamento menos, y por las mismas razones, que otras se abstuvieran de abortar, con el favor…

En fin, dejémoslo estar.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (30 de marzo de 2008).

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2008/03/29 07:30:00 GMT+1

«¡Qué demasiaó!»

Puede que el mérito de la observación haya que repartirlo entre varios, incluidos el Warhol de los 15 minutos de fama y el Sabina de sus años mozos, cuando existía La Mandrágora, pero es impresionante lo que alguna gente es capaz de hacer para ocupar durante un ratito el centro del interés popular en versión telediaria.

Andy Warhol dijo aquello, que tanta fortuna alcanzó en su día, acerca del cuarto de hora de popularidad que merece todo el mundo, no se sabe por qué, y Joaquín Sabina cantó la triste estupidez de un trasunto madrileño de Pedro Navaja, matón de esquinas, que musitó justo antes de palmarla: “¡Qué demasiaó! ¡De ésta me sacan en televisión!”

No me mueve el menor deseo de señalar a nadie con mi índice manchado de tinta pero, así, dicho en general, tampoco ocultaré que llevo francamente mal el comportamiento de todos esos aspirantes a portada que, cuando se ven metidos en una noticia de amplia repercusión pública, contienen su ensayada pena hasta el momento preciso en el que llegan los reporteros con sus cámaras y empiezan a enfocar su santa indignación y su dolorido desmayo.

Como periodista multiusos, he tenido ocasión de contemplar bastantes veces la escena íntegra: la aburrida y silenciosa espera, a veces con los cadáveres insepultos por allí en medio, y la patética tragedia griega que se inicia en cuanto aparecen las autoridades y se alumbran los focos. “¡Ay, Dios mío, qué desgracia!”, “¡Que el Señor me lleve a mí también!”, “¡Quiero que dimita, que dimita ya!” (el que sea: da lo mismo).

Y todo en ese plan.

En tiempos estaban las plañideras (siempre en femenino: ya se sabe que los hombres no lloramos) a las que las familias pudientes pagaban unos ochavos para que dieran grandes voces siguiendo el cortejo y mostraran en los sepelios el terrible dolor comunitario. Ahora, con un puñado de flashes y algunos micrófonos, basta y sobra. Todo el mundo se ofrece voluntario, a ver si hay suerte y de ésta le sacan en televisión.

Es una pena que Rafael Azcona nos haya abandonado, dejando tanto argumento sin escribir. O quizá sabía de sobra que todos sus argumentos habían sido siempre el mismo argumento.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (29 de marzo de 2008).

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2008/03/28 05:30:00 GMT+1

El 28 por ciento

Según un reciente trabajo sociológico, 7,2 de cada diez vascos sentimos desinterés por la política.

Cada vez que me topo con un dato de ese género, me hago las mismas preguntas. La primera: ¿cómo puede ser que, con la tira de años que tengo, ningún encuestador me haya preguntado nunca nada sobre la situación política (vasca, europea, mundial o estratosférica)? Y la segunda: ¿por qué en esas encuestas nunca figura el porcentaje de quienes han respondido que vaya desastre de pregunta?

O sea, que un 72% de los vascos nos desinteresamos de la política. En lo que me abarca (que lo mismo entra dentro del 28% restante), quizá la cosa esté en fijar qué se entiende por “política”. Si la política es la ciencia que permite dilucidar si José Bono ha de ser incluido en la categoría de cabestro (o no) y, según quede establecido lo uno o lo otro, si hemos de respaldar que presida (o no) el Congreso de los Diputados, me apunto al desinterés. Me interesa saber si el Congreso de los Diputados va a ser presidido por alguien favorable a los derechos humanos o por alguien que hizo en su día la vista gorda ante los crímenes de los GAL. La cosa de los cabestros, como no sé qué carajo pintan en este asunto (y menos aún mezclados con ovejas), me da igual. Si la gracia consiste en insultar hoy al candidato para disimular que se le va a apoyar dentro de cuatro días, que no me pidan que la festeje.

Lo deprimente (no sorprendente, sino deprimente) es que haya un 28% que declare que ese tipo de cosas sí le importa. ¿Realmente cree toda esa gente que vale la pena discutir sobre qué alto cargo debe ocupar Bono, ahora que se ha desdicho por enésima vez de su promesa de recluirse en casa y dejar la política  per in sæculam sæculorum?

Están consiguiendo que la inmensa mayoría, incluso los más politizados, estemos hasta las narices de su rollo.

Tal vez sea lo que pretenden. Para dedicarse a él sin que les estorbemos.

Lo peor es que ésa política suya, la cutre, es la única que queda. La inmensa mayoría de quienes antes estaban en el bando de la crítica, de los principios, o ha sido anulada o ha tirado la toalla y se ha pasado con armas y bagajes al enemigo.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (28 de marzo de 2008).

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2008/03/27 06:50:00 GMT+1

El Museo de los Horrores

Un grupo de vecinos de los distritos de Carabanchel y Latina de Madrid han puesto en marcha una petición pública para que una parte del recinto de la cárcel de Carabanchel, que fue cerrada ahora hace diez años y sigue sin tener un futuro preciso, se convierta en centro de serena evocación de (y de homenaje a) la lucha contra el franquismo.

Me piden que respalde su iniciativa. Y lo hago, claro.

Cuando se decidió la clausura de ese Centro de Detención de Hombres –era su denominación oficial, creo–, no sé quién organizó una visita de expresos supuestamente ilustres y me incluyó en la lista. Se trataba de que echáramos un último vistazo al sitio en el que habíamos estado encerrados. Acudí con más curiosidad que morbo, pero admito que al final me impresionó toparme con la que fue mi celda, en la segunda planta de la 3ª Galería.

Hace un par de días se cumplió el aniversario del día en el que el Tribunal de Orden Público (la Audiencia Nacional de entonces) decidió permitirme abandonar aquel lugar, dando por suficiente el tiempo que ya llevaba recluido.

A decir verdad, Carabanchel no fue, ni de lejos, la peor cárcel por la que pasé. Y eso que, bien a mi pesar, conocí unas cuantas: la de Martutene, cerquita de mi pueblo, y la de Salt, junto a Girona, y la de Lleida (“de presos mai n'hi manquen”, como dice la bella canción popular), y la Modelo (sic) de Barcelona, y la de Torrero, en Zaragoza, y la de Alcalá, y la de Burgos, y la de Ocaña… O sea, bastantes.

La de Carabanchel tenía el encanto de las grandes urbes: éramos muchos, y muy variados. Curiosamente, ninguno del PSOE. (Quiero decir del de entonces. Del de ahora, la tira.)

Podrá pareceros de coña, pero en aquel tiempo del que hablo, con el Caudillo más pa’llá que pa’quí, no se vivía nada mal en Carabanchel. Bromeábamos diciendo: “¡Esto sí que es paz! ¡Uno de los pocos sitios de España donde estás a salvo de la Policía de Franco!”.

Puestos a buscar una buena sede para un Museo de los Horrores del franquismo, habría sitios mejores. Por ejemplo, los sótanos de un cierto edificio de la Puerta del Sol, en Madrid, donde solían torturarnos. Pero parece que sigue ocupado.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (27 de marzo de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/03/27 06:50:00 GMT+1
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