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2008/07/24 06:00:00 GMT+2

Dos modelos, un desastre

Desde los años sesenta se mantiene viva en España una fuerte polémica en relación con el modelo turístico que debe aplicarse en las costas del Mediterráneo, del Atlántico andaluz y de los dos archipiélagos. De un lado están quienes defienden la creación y expansión de grandes aglomeraciones urbanas densamente pobladas, con predominio de los edificios de muchas alturas. Dicen que ese modelo, cuya expresión más acabada es la actual Benidorm, permite una explotación más racional de los recursos y facilita que familias con ingresos modestos, españolas o extranjeras, puedan tener vacaciones de sol y playa. Los defensores de este modelo –abanderado por empresarios de ingresos nada modestos, conviene decirlo– son los que han acabado por llevarse el gato al agua, consiguiendo que los sucesivos gobiernos españoles se amolden a sus intereses, desdeñando las razones de quienes argumentábamos que la aplicación de ese modelo conduciría inevitablemente a un deprimente deterioro del litoral y a un crecimiento disparatado de la demanda de agua, que tendría que atender la propia Administración. Eso sin contar con que la urbanización turística en vertical no iba a frenar –como no ha frenado– el avance constante del turismo residencial en horizontal, que ha saturado la costa de chalés y de villas (y de puertos deportivos, campos de golf, etc.) para disfrute de la gente de más posibles.

El resultado ofrece pocas dudas, y así lo pone de manifiesto con profusión de datos el informe “Banderas Negras 2008: hipoteca costera” que acaba de presentar Ecologistas en Acción: la pérdida de calidad medioambiental de nuestras costas cálidas, saturadas y sobreexplotadas, está empezando a ahuyentar incluso al turismo de menos recursos económicos, que se orienta hacia otros destinos, que son más baratos, no están masificados y cuentan con paisajes naturales todavía gratos a la vista. Es decir, destinos similares a lo que venía a ser España en los sesenta.

Es la eterna lucha entre las dos tópicas mentalidades: la de quienes cazan cuanto pueden, sin ponerse límites, y la de quienes cultivan la tierra con conciencia de que todo hoy tiene un mañana.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (24 de julio de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/07/24 06:00:00 GMT+2
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2008/07/23 06:00:00 GMT+2

Relatividad de los crímenes

Es bien sabido: la Historia la escriben los vencedores. Y la padecen los vencidos, aunque eso suela mencionarse con menos frecuencia.

No he tenido jamás noticia de ningún bando bélico, sea del signo que sea, cuyo alto mando no integrara a personajes cuyas acciones despiadadas contra poblaciones civiles o contra prisioneros enemigos obligara a catalogarlos como criminales de guerra.

Todos ellos han sido siempre tratados en función del desenlace del conflicto.

Un ejemplo: la oleada de bombardeos que las fuerzas aéreas anglo-norteamericanas lanzaron contra la población civil de Dresde en febrero de 1945 causó unas 35.000 víctimas mortales, según los propios atacantes. La jefatura aliada trató de justificarse alegando que Dresde era un punto industrial clave, pero lo cierto es que sus bombas apenas afectaron al aeropuerto y las zonas industriales del norte de la ciudad. Se cebaron en los barrios más densamente poblados.

Al expresidente de la República Serbia de Bosnia, Radovan Karadzic, se le acusa de la matanza de 7.000 personas en Srebrenica, a las que hay que añadir las víctimas del asedio de Sarajevo, que causó la muerte a 10.000 de sus habitantes.

Los carniceros de Dresde nunca fueron procesados: los vencedores tienen bula. Karadzic será juzgado y condenado como criminal de guerra: los perdedores están para eso.

Karadzic es una mala bestia, no me cabe ninguna duda, pero ¿qué no decir, por ejemplo, del exsecretario de Estado norteamericano Henry A. Kissinger? Resumamos su trayectoria: está documentada su participación en los sangrientos golpes de estado militares de Chile, Uruguay y Argentina; se sabe que fue inspirador y consejero en las operaciones de “desaparición” de miles de militantes de izquierda del Cono Sur; se conoce su implicación personal en los bombardeos secretos de Laos y Camboya, que facilitaron el acceso de los jemeres rojos al poder (dos millones de muertos); fue claro su respaldo a la dictadura indonesia de Suharto cuando ésta masacraba timorenses...

A esa escoria humana, arquetipo del criminal de guerra de cuello blanco, le concedieron el Nobel de la Paz. Jamás se lo han retirado.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (23 de julio de 2008). También publicó apunte ese día: Escribir sobre ETA.

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2008/07/22 06:00:00 GMT+2

«El tabaco mata»

De todos los argumentos que emplean las autoridades sanitarias (y políticas) para fustigar el vicio de fumar, el más irritante, por lo que tiene de demagógico y tosco, es ése que avisa de que “el tabaco mata”. No porque sea falso –aunque, dicho así, también lo sea– sino porque sitúa al tabaco en una apariencia de excepcionalidad que no se corresponde con la realidad.

Fumar tabaco puede llevarte al otro barrio, de acuerdo. Pero eso no tiene demasiado de especial. Hay muchas otras actividades humanas que comparten con el humo del tabaco esa desagradable peculiaridad.

El CO2 mata, pero las autoridades no parecen dispuestas a obligar a los fabricantes de automóviles a colocar en los coches un gran letrero que advierta de ello.

El modelo de transporte que nuestras sociedades sedicentemente avanzadas hacen suyo, con el descabellado papel predominante que concede al transporte individual, perjudicial para el conjunto social y peligroso para sus usuarios, también mata, vaya que sí.

Las armas y los ejércitos matan. Los pesticidas pueden causar graves enfermedades, y han llegado a matar. Hay trabajos (v. gr.: la minería) que destrozan la vida a muchísima más velocidad que el tabaco.

La introducción de los modos de vida occidentales en sociedades del Tercer Mundo que sobrevivían con otros patrones de conducta (la fuga masiva de los campos y la creación de megaciudades absurdas, por ejemplo) es un factor de mortandad enorme. Lo ha sido históricamente: los virus y bacilos españoles mataron más indígenas americanos que todos las tropas de los Hernán Cortés, Pizarro y el resto de los conquistadores juntas. (¿Han visto ustedes alguna vez un letrero de advertencia que diga: “¡Atención! Occidente mata”?)

Lo peor del tabaco no es que mate, destino que nos espera a todos algo antes o un poco después, sino que puede amargarnos el último tramo de nuestra existencia convirtiéndola en desagradable, e incluso en odiosa. Pero de eso –insisto– no tiene la exclusiva el tabaco, ni mucho menos.

Es hipócrita cebarse en él y hacer la vista gorda a todos los demás venenos que nos acechan.

(Post scriptum.– Por cierto: yo no fumo.)

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (22 de julio de 2008).

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2008/07/21 06:00:00 GMT+2

El dedo en la llaga

Le preguntan a un especialista del ramo, para mí perfectamente desconocido, por los límites que tiene hoy en día el trucaje de fotografías, filmaciones y tomas de vídeo. “¿Límites? Mínimos; casi nulos. Siempre, claro está, que contemos con los medios tecnológicos necesarios”, responde. Y pone varios ejemplos.

Uno me llama la atención de manera particular: según el técnico entrevistado, es perfectamente posible fabricar un corte de vídeo que sitúe a tal o cual personaje en escenarios en los que nunca ha estado y realizando actividades que jamás ha practicado. “Se le puede sacar lo mismo paseando amistosamente por un campo de entrenamiento de Hezbollah, rodeado de combatientes, que charlando sonriente con George W. Bush en los jardines de la Casa Blanca”, dice. “Y, si está bien hecho, ningún teleespectador que vea esas imágenes en un telediario sospechará que son producto de un trucaje, salvo que tenga conocimientos especiales”, concluye.

“No es lo mismo”, digo para mí. “Lo de la Casa Blanca podrían desmentirlo en cosa de nada. Lo del campamento de Hezbollah es posible que se apresuraran a confirmarlo”.

Cuando estudié periodismo en el IUT de Burdeos, ahora hace casi cuatro décadas, un profesor nos enseñó cómo se podían trucar las grabaciones magnetofónicas. ¡Ya entonces! Lo hizo transformando un discurso radiofónico del general De Gaulle en una proclama comunista. Fue desternillante.

Yo no soy muy católico –tal vez los más perspicaces de quienes me leen ya se lo maliciaban–, pero sugiero que Santo Tomás Apóstol sea declarado patrón del ciudadano mediático. Como es sabido, Tomás, uno de los doce apóstoles, no se creyó que Jesucristo hubiera resucitado, pese a que sus compañeros le contaron que habían estado con él. Reclamó una prueba fehaciente: que el Hijo de Dios le permitiera meter un dedo en sus llagas. Lo logró, pero hasta esa constatación directa mantuvo su férreo escepticismo.

Fue todo un precursor.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (21 de julio de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/07/21 06:00:00 GMT+2
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2008/07/20 06:00:00 GMT+2

O tempora! O mores!

Poco importan las florituras que haga o deje de hacer el Gobierno de Zapatero. Todos sus argumentos en contra de la consulta convocada por el Parlamento vasco remiten sistemáticamente a lo mismo: el Estado español no está dispuesto a permitir que se abra una vía, sea del tipo que sea y al plazo que sea, que facilite que la población vasca pueda acabar decidiendo su futuro por sí sola. Pone pies en pared: el español es un solo pueblo, la unidad de la nación española está fuera de discusión y punto.

En ese sentido, se equivoca Ibarretxe cuando afirma que el recurso de Zapatero ante el Tribunal Constitucional ha anulado de hecho el autogobierno vasco, que él presenta como un pacto entre Euskadi y el Estado español. Porque no hubo tal. El Estatuto de Gernika no fue fruto de un acuerdo entre dos partes. El Estado español nunca reconoció que Euskadi fuera un interlocutor diferenciado, ni negoció con él de igual a igual.

Estamos, de hecho, ante el choque de dos planteamientos antagónicos. Y, cuando un choque así se produce, la razón y el rigor jurídico están de sobra. Sólo importa la relación de fuerzas.

La mayoría de la población vasca, partidaria del derecho a decidir –sentimiento del que participan muchos vascos no nacionalistas, según todos los estudios sociológicos que se han ocupado de ese aspecto–, tiene un peso electoral poco significativo dentro del conjunto electoral español. Al Gobierno no le es imprescindible tratarla con mucho miramiento. Incluso puede venirle bien tratarla con poco miramiento, para contentar a ciertos sectores de la población española y favorecer de paso que otros escarmienten en cabeza ajena. (Me refiero, claro está, a Cataluña, que sí le es imprescindible, y a muchos efectos: el electoral y parlamentario, para empezar, pero también el económico, el mediático... y bastantes más.)

Esas desventajas podrían contrarrestarse si la mayoría vasca estuviera determinada a hacerse oír, sin ninguna violencia, pero con muchísimo ruido. Pero montar el bochinche da trabajo, acarrea molestias y estropea muchos fines de semana.

Y cada vez hay menos gente dispuesta a dar los fines de semana por la Patria.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (20 de julio de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/07/20 06:00:00 GMT+2
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2008/07/19 06:00:00 GMT+2

Citius, altius, fortius

“Más rápido, más alto, más fuerte”. El lema que invocó el barón de Coubertin cuando puso en marcha los Juegos Olímpicos de la Edad Moderna se ha convertido en el santo y seña del conjunto de los deportes que funcionan ya, para estas alturas, como puros espectáculos de masas destinados a realizar negocios supermillonarios. A todo record, a toda hazaña, a toda habilidad hay que darle cada tanto una vuelta de tuerca más, para que el show no decaiga y los consumidores sigan haciendo apuestas, pagando entradas, sosteniendo el aparatoso tinglado del periodismo especializado y plantándose delante del televisor para ver retransmisiones –a veces también de pago– que les inyectan publicidad en dosis descomunales.

En cuanto a los protagonistas del espectáculo, los deportistas de elite, la cosa está bien clara: triunfan y hacen dinero, en ocasiones muchísimo, aquellos que, además de tener dotes naturales extraordinarias, se sacrifican disciplinadamente para cumplir con las exigencias del negocio. Así que lo hacen, atienden a los listos que pululan por su entorno, se toman sus pociones mágicas confiando en que sean como la de Astérix y no formulan preguntas impertinentes.

Tras de lo cual aparecen las presuntas almas cándidas que se saben todo lo anterior cien veces mejor que yo pero que les exigen que sus éxitos los logren sin recurrir jamás a ningún estímulo artificial, porque todo ha de ser sano, natural, limpio y caballeroso. Las mismas autoridades deportivas internacionales que aplauden que se vigile con lupa la micción de los ciclistas admiten sin poner la más mínima objeción, por ejemplo, la práctica del boxeo, pese a saber cuán alta es la proporción de boxeadores profesionales que acaban sonados.

¿Y por qué a los deportistas sí, pero no a los integrantes de otras profesiones tan obligados o más a dar ejemplo?

Estaría bien que alguna vez se efectuara por sorpresa un análisis de orina a los miembros del Comité Olímpico Internacional. Ya vimos lo que ocurrió cuando se lo hicieron a un amplio grupo de diputados italianos: la proporción de usuarios de cocaína resultó pasmosa. Pero nadie les expulsó de la carrera.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (19 de julio de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/07/19 06:00:00 GMT+2
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2008/07/18 06:00:00 GMT+2

De Juana y la alarma social

¿Hubo fraude de ley en la donación madre-hija y en la posterior venta hija-cuñada del piso donde vivirá Iñaki De Juana cuando salga de la cárcel el próximo 2 de agosto? No lo sé –he leído argumentos jurídicos a favor y en contra–, pero resulta llamativo que la fiscalía no se haya planteado el asunto hasta que algunos medios han empezado a señalar con el dedo en esa dirección.

Con la machacona labor previa de esos medios, De Juana se ha convertido en una especie de piedra de toque del antiterrorismo. Lo es para la mayoría de la sociedad española y, en consecuencia, lo es para los políticos del establishment, que son demagogos en el sentido literal de la palabra. Sólo demuestra ser buen antiterrorista quien hace cuanto puede para hundir a De Juana, aunque eso le obligue a “construir imputaciones”, según la poco prudente pero muy reveladora expresión puesta en circulación en febrero de 2006 por Juan Fernando López Aguilar, a la sazón ministro de Justicia.

Trascendamos el  caso De Juana y planteémonos los criterios con los que su peripecia viene siendo tratada. Lo que se plantea, en el fondo, es una cuestión que tiene que ver con los principios del Estado de Derecho: ¿deben la sociedad, en general, y las autoridades del Estado, en particular, conformarse con que el delincuente cumpla la condena que le ha sido impuesta, con todas las salvedades jurídicas que procedan, o hay casos en los que es necesario forzar la mano y recurrir a lo que sea para prolongar su castigo, aunque eso obligue a “construir imputaciones”?

Es evidente que ni la mayoría de la sociedad española ni los políticos de los dos principales partidos consideran suficiente que De Juana haya satisfecho su deuda con la ley.

Lo que está en juego, de hecho, es la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. ¿Por qué se hace esto con De Juana, pero no con otros condenados por asesinatos múltiples, algunos de ellos también miembros de ETA

La respuesta hay que buscarla en el funcionamiento irracional de nuestras sociedades mediáticas y en las facilidades que encuentran algunos para poner en marcha esa bola de nieve que llaman “alarma social”.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (18 de julio de 2008).

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2008/07/17 08:40:00 GMT+2

¿Comportarse como un hombre?

Hay un anuncio institucional que, cada vez que lo escucho, me entran ganas de discutirlo. Ya lo he hecho más de una vez, pero disputar con la radio, aunque desahogue, tiene sólo un valor privado, de modo que me he decidido a hacerlo hoy en Público.

Hablo del anuncio del Ministerio de Igualdad que dice: “Cuando maltratas a una mujer, dejas de ser un hombre”.

Aunque se trate de un aspecto secundario, me molesta ya de entrada que el anuncio emplee ese tuteo impersonal: “Cuando maltratas...”. Habría preferido con mucho que dijera: “Cuando un hombre maltrata...”. No veo a qué viene interpelarnos en persona.

Pero lo más desafortunado es la amenaza de pérdida de hombría que lleva implícita la frase. Se apoya en el prejuicio de que ser hombre comporta determinadas virtudes incompatibles con la violencia machista. No hay tal. La condición de hombre apareja ciertas facultades; no virtudes. Un hombre que pega a una mujer es un asqueroso y un delincuente, pero es un hombre. ¿Qué, si no? El hecho de pertenecer a la especie humana, en general, y al sexo masculino, en particular, no presupone en principio nada bueno. Nerón, Tomás de Torquemada, Hitler, Videla, Jack el Destripador e incluso Julio Iglesias: todos infames, pero hombres.

No pongo en duda las buenas intenciones de las propagandistas del Ministerio de Igualdad, pero recuerdo que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno. Si hay un terreno en el que la apelación a la condición de hombre resulta especialmente infeliz, es en éste, porque la violencia machista es un resultado –extremo, pero resultado– de la concepción patriarcal de las relaciones entre los sexos, conforme a la cual las mujeres son parte del patrimonio de los hombres. Les pertenecen, digan las leyes lo que quieran.

¡“Dejas de ser un hombre”! Se parece demasiado al modo en que trataban de acelerar mi aprendizaje de la hombría cuando era crío: “¡Compórtate como un hombre!”

No nos pidan que hagamos esto o que no hagamos lo otro para seguir siendo hombres. No se trata de seguir siendo hombres, sino de promover una masculinidad diferente.

Eso es todo. (¡Y ahí es nada!)

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (17 de julio de 2008).

Escrito por: ortiz.2008/07/17 08:40:00 GMT+2
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2008/07/16 06:00:00 GMT+2

Galerna en el Cantábrico

Se ha citado hasta la saciedad la célebre boutade de Groucho Marx: “Éstos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”. La ocurrencia es graciosa, pero a mí me ha resultado siempre bastante más hilarante que apenas haya político profesional que recurra a ella para criticar a alguno de sus congéneres que no sea especialista en ponerla en práctica él mismo. Casi todos se comportan como el empresario especializado en un producto que, cuando comprueba que apenas se vende ya, lo deja y se pone a fabricar otra cosa.

Hay dos modos de hacer política. El primero es el de quienes tienen unas metas y unos criterios netamente definidos, los plantean y, si encuentran apoyo, bien, y si no, pues qué se le va a hacer: renuncian a tener éxito. De ésos hay muy pocos. El segundo es el de quienes enarbolan unos planteamientos ideológicos de fronteras vaporosas, adaptables a las conveniencias de cada momento. Ésos superabundan.

En declaraciones a la Cadena Ser –excelente tribuna para su campechana facundia–, el alcalde de Bilbao, el peneuvista Iñaki Azkuna, ha recomendado al lehendakari Ibarretxe que asuma que su plan de consulta al pueblo vasco choca con las reglas de la política al uso, dictadas en la Villa y Corte, por lo que haría mejor en ir buscándose otras metas más realistas, que quepa alcanzar con comodidad y sin sofocos. Es una variante de lo de Groucho: “Preferiría que se reconociera el derecho del pueblo vasco a decidir sobre su futuro pero, si el Gobierno de Madrid no nos lo acepta, amoldémonos a lo que hay”.

Azkuna recomienda al PNV que siga el camino de “la centralidad”. ¿Qué es eso? Ahí está la gracia: que no se sabe; que puede ser cualquier cosa, según convenga.

La actitud del alcalde de Bilbao no es nueva. De hecho, ya se había manifestado en términos similares en foros internos y en conversaciones más o menos privadas. Lo significativo es que haya decidido lanzar la andanada en público, sabiendo como sabe que milita en un partido ducho en crisis internas y que la posición de Ibarretxe es mayoritaria en la base militante y electoral del partido.

Me da que se avecinan galernas en el Cantábrico.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (16 de julio de 2008). También publicó apunte ese día: Repeticiones.

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2008/07/15 06:00:00 GMT+2

¿Qué es la izquierda?

Una de las virtudes que está teniendo el por otros aspectos tan tedioso y confuso debate sobre las lenguas, comunes o específicas, es la de poner en evidencia la fragilidad del término “izquierda”. Varios de los firmantes del Manifiesto de marras se dicen de izquierdas; muchos de los que lo rechazan, también. Rodríguez Ibarra se proclama de izquierdas, igual que Carod Rovira.

La apelación a la izquierda se ha ido vaciando de contenido en los más diversos terrenos, por no decir en todos. Veamos: el subcomandante Marcos, líder de los zapatistas mexicanos, es de izquierdas; Felipe González, que se lleva a partir un piñón con la oligarquía de México, también.

Otro ejemplo bien chirriante: la izquierda abertzale se presenta como de izquierdas hasta en el nombre, igualito que los militantes del Partido Socialista de Euskadi-Euskadiko Ezkerra (en castellano, Euskadiko Ezkerra quiere decir Izquierda de Euskadi).

Hay políticos de presunta izquierda que se dedican a gestionar los intereses del capitalismo y otros, también de presunta izquierda, que se enfrentan a él con todas sus fuerzas.

La policía del Gobierno de izquierdas detiene a los inmigrantes sin papeles; diversas organizaciones sociales de izquierdas los ocultan y protegen.

La lista podría prolongarse hasta el infinito: hay gente de izquierda que apoya a Israel y gente de izquierda que respalda a Palestina; hay gente de izquierda que defiende la presencia militar española en Afganistán y gente de izquierda que la repudia; hay gente de izquierda que dice que Chávez es un dictador insufrible y gente de izquierda que dice que Uribe es un político protocorrupto y archicriminal, con el que no cabe tener ningún trato amistoso. Etcétera.

Hace décadas, cuando empezó a hacerse más obvia esta aparatosa pérdida de contenido del concepto de izquierda, empecé a bromear sobre ello soltando una humorada: “Es facilísimo distinguir la verdadera izquierda de la falsa izquierda”, decía.“La verdadera izquierda es la que piensa como yo”.

De entonces a aquí, he comprobado que casi todos los partidos que se pretenden de izquierdas parten de ese mismo supuesto. Sólo que en serio.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (15 de julio de 2008). También publicó otro artículo en el mismo diario: Los abajofirmantes .

Escrito por: ortiz.2008/07/15 06:00:00 GMT+2
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