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2008/08/03 06:00:00 GMT+2

¿Con corbata o sin corbata?

Empecé a pensar que se nos avecinaba otra decisiva divergencia social, de ésas que separan a los españoles en dos bandos inconciliables en razón de su natural propensión a tomarse por la tremenda las principales disyuntivas del devenir histórico. Esta vez el debate no se refería a la presencia de Raúl en la selección, ni a las presuntas ansias homicidas de Ana Obregón, ni a los zapatos de Letizia Ortiz, sino a algo aún más emotivamente ligado, si cabe, a la Weltanschauung hispana: ¿deben los hombres ponerse corbata, sí o no?

Parecía que en esto se estaban formado dos escuelas de pensamiento, la una liderada por el ministro de Industria, el populista Miguel Sebastián, y la otra encabezada por el presidente del Congreso de los Diputados, el popular José Bono. El primero había empezado a presentarse en actos oficiales sin corbata, para hacer propaganda de la idea de que, cuantas menos prendas llevemos que nos den calor, menos habremos de gastar en aire acondicionado para no sudar como cerdos. Al segundo eso le molestaba, porque él otorga una importancia protocolaria de primera al lucimiento del adminículo telar en cuestión y considera que no llevarlo es faltar al debido respeto a la gente de pro, aunque todos suden como cerdos.

Lamentablemente, la polémica, apenas amagada, se ha ido ya al garete, porque el ministro ha decidido llevar una corbata en el bolsillo, y se la pone o se la quita según las conveniencias, como si se tratara de un principio socialista.

Yo hubiera preferido que la discusión siguiera, entre otras cosas para tener la oportunidad de preguntar al señor Sebastián por qué, según él, uno puede ir al Congreso de los Diputados sin corbata, pero no en camiseta y pantalón corto, que es muchísimo más fresco y económico. Y al señor Bono por qué, si considera que llevar corbata es una indeclinable muestra de respeto hacia quienes participan en los actos a los que acude, hay mítines electorales en los que él se presenta sin corbata.

Reconozcamos a ambos, eso sí, lo bien que se las arreglan para ser noticia gracias a historietas de vacuidad casi perfecta. Tipo insaculación. Tipo corbata.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (3 de agosto de 2008).

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2008/08/02 09:09:00 GMT+2

Eufemismos con trastienda

El lenguaje político abunda en eufemismos, muestra de lo poco que gusta a nuestros dirigentes llamar al pan, pan y al vino, vino.

Hay dos tipos de eufemismos. El primero lo integran las expresiones que se limitan a maquillar los problemas y dulcificar su expresión pública, sin más. Por ejemplo: llamar “desempleo” al paro, o describir como “falta de liquidez” la ruina total.

Los eufemismos más peligrosos son los que no se conforman con disimular lo crudo de algunas realidades, sino que adulteran su naturaleza para facilitar que quienes las han provocado eludan su responsabilidad.

Hay ahora mismo en circulación dos eufemismos de este género que resultan particularmente malévolos, porque ni siquiera tienen aspecto de serlo.

Uno es mileurista. En castellano, el sufijo –ista sirve, o bien para señalar preferencias e inclinaciones, o bien para designar determinadas profesiones u oficios. Pero quien cobra sólo mil euros al mes no lo hace ni por gusto ni porque esa sea su especialidad, sino porque no tiene más remedio. No es partidario, sino víctima. Lo correcto, de admitirse el término mileurismo, sería hablar no de mileuristas, sino de mileurizados, marcando entre ambos papeles las mismas distancias que fijamos entre los esclavizados y los esclavistas.

Parecido rechazo me produce que se hable de las lenguas “minoritarias” que existen en España. Y no sólo porque alguna de esas lenguas cuente con más practicantes que otras admitidas en la Unión Europea como oficiales, sino también porque resulta irritante la presunta asepsia de su propia catalogación. Descritos como “minoritarios”, se diría que se trata de idiomas que no han alcanzado mayor desarrollo porque se han mostrado históricamente poco aptos para comunicar pensamientos y sentimientos, cuando lo cierto es que son lenguas venidas a menos a bofetadas, por culpa de la represión que su uso ha acarreado, y no sólo durante el franquismo, sino desde siglos atrás.

No son lenguas minoritarias, sino minorizadas. Conviene llamarlas así, aunque sólo sea para forzar que se discuta sobre algo que muchos preferirían dejar en silencio. O convertirlo en lo contrario.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (2 de agosto de 2008).

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2008/08/01 06:00:00 GMT+2

Harry «el Sucio» oye la Cope

“¡Ése De Juana se iba a enterar conmigo!”, me dice el taxista, apostillando un encendido comentario de la radio, también encendida. 

“¿Ah, sí? ¿Y qué le haría usted?”, le pregunto.

“Para empezar, no permitiría jamás que vaya a vivir cerca de ninguna de sus víctimas”, me responde.

Sigo mostrándole mi curiosidad: “Y eso, ¿cómo lo lograría? Porque la sentencia que condenó a De Juana no establece ninguna forma de destierro vitalicio. Una vez que la justicia dé por cumplida su pena, se supone que podrá vivir donde quiera. Así es la ley”.

El taxista me mira a través del retrovisor. “¡Ah, la ley! ¡Melindres y miramientos!”, espeta, haciendo un gesto de reprobación con la mano.

Sigo animándole a sincerarse, ya por mera curiosidad antropológica, para saber dónde fija sus límites, si es que tiene de eso. Gracias a mi admirado interés, hipócrita de mí, me entero de que él (“¡Y muchos como yo!”, enfatiza) es firme partidario de coger “a todos los de la ETA” y “darles matarile” (sic). Su predisposición a la pena de muerte, con o sin concurso de la autoridad judicial, se extiende también liberalmente “a todos esos políticos separatistas que, en realidad, son peores que los de la ETA”. Una vez lanzado, mi ángel exterminador con bajada de bandera ya no se circunscribe al terreno político: en su lista de ejecutables figuran asimismo los violadores, los pedófilos, los conductores suicidas y un larguísimo etcétera.

“Por lo que veo, usted” –le digo, tratando de que no note mi sarcasmo– “resolvía el problema del hacinamiento carcelario en cosa de nada”.

“¡Ya te digo!”, sonríe, encantado.

Cuando llego a mi destino y me bajo del vehículo, me quedo un momento mirando al infinito, en parte abstraído, en parte abatido.

Me doy cuenta de que, de todo el rollo bravucón y filofascista del personaje, lo que más me ha impresionado ha sido su tajante “¡Y muchos como yo!”.

Porque es muy posible que tenga razón y que haya no pocos españoles que consideran, al igual que él (y que Manuel Fraga, y que Harry Callaghan, y que el juez de la horca, cada uno a su modo), que la ley sólo vale cuando aplaca sus pulsiones de venganza.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (1 de agosto de 2008).

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2008/07/31 06:00:00 GMT+2

La invisibilidad de lo evidente

El viernes pasado publiqué aquí mismo una columna en la que conmemoraba el 25º aniversario de la promulgación de la encíclica Humanæ Vitæ, de Pablo VI. Todavía no era mediodía y ya había recibido un buen puñado de recados señalándome que mi información era inexacta: hace 25 años, para empezar –me decían–, Pablo VI ya ni siquiera vivía. Me quedé perplejo. Yo me había basado en una cronología de acontecimientos históricos bastante completa y rigurosa que suelo manejar y, además, había consultado un buen puñado de documentos para asegurarme de que el recuerdo que guardaba del escrito papal no traicionaba su contenido. ¿Cómo se me podía haber colado un error de tanta monta?

Empecé por reprocharme no haber contrastado la fecha en más fuentes. “Típico patinazo de periodista con exceso de aplomo”, reflexioné. “Como esa cronología te ha funcionado bien tantas veces, ya la das por infalible. Bajas la guardia y, si contiene un error, te lo cuela”.

Pero algo fallaba también en esa explicación, porque repasé las demás referencias que había manejado para escribir la columna y todas aportaban la misma fecha: la Humanæ Vitæ vio la luz el 25 de julio de 1968.

Tardé algo así como un cuarto de hora (¡creedme!) en comprender que mi error había sido, a la vez, de más bulto y más obvio. Tan gordo que, a fuerza de tenerlo todo el rato delante de las narices, no lo veía. Sencillamente, entre el 25 de julio de 1968 y el mismo día de 2008 no habían transcurrido 25 años, sino 40.

Mi cultura general presenta extensas y profundas lagunas, no lo niego, pero sumar, lo que se dice sumar, sé hacerlo.

Al final, la anécdota me pareció, amén de cómica, aleccionadora: vi cuán fácil resulta obcecarse en apreciaciones en las que no nos detenemos ni poco ni mucho, porque tomamos por evidentes y damos por descontadas. ¿No reside ahí el arte del ilusionismo y, en parte, también el de la política? Ambos consiguen que haya asuntos que, a fuerza de parecer de cajón, el público los asume sin examen previo.

Pero yo me quedo con la lección interna: más que de los demás, hemos de desconfiar de nosotros mismos. Nunca lo haremos lo suficiente.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (31 de julio de 2008).

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2008/07/30 06:00:00 GMT+2

Vendepeines sin púas

Tras el encuentro entre Rodríguez Zapatero y Rajoy, y en referencia a su acuerdo total sobre el modo de llevar adelante la lucha contra ETA, evoqué hace días en una tertulia de radio la sentencia irónica y un tanto cínica del difunto Francisco Fernández Ordóñez: “En política, ‘nunca’ quiere decir ‘por ahora’”.

Estoy seguro de que, no ya Zapatero, sino también Rajoy, caso de alcanzar algún día el Gobierno, si vieran la posibilidad de poner fin de una maldita vez a la actividad de ETA por la vía de la negociación, negociarían. Ofreciendo concesiones bastante modestas, pero negociarían.

Algo así debió de dejarle caer el lunes Zapatero al portavoz parlamentario del PNV, Josu Erkoreka, porque éste, según salió de la Moncloa, declaró sin cortarse un pelo que el presidente del Gobierno le había aclarado que en su acuerdo con el presidente del PP “no hay ningún pronunciamiento explícito que rechace el fin dialogado” de la violencia de ETA. Erkoreka no tiene fama de frívolo, de modo que Rajoy se creyó en la obligación de terciar de inmediato para decir que Zapatero y él están conformes en que con ETA “no se negocia políticamente”.

¿“Políticamente”?¿Y por qué no decir, por la brava: “Con ETA no se negocia”, punto y final? ¿A qué viene esa precisión? ¿Cabe negociar con ETA “no políticamente”? ¿Cómo? ¿Qué? Si la única opción de futuro que se le ofrece a ETA es la de rendirse, no hay nada que negociar, ni política ni no políticamente. Bastará con que sus dirigentes comuniquen dónde han depositado sus armas y en qué lugar y a qué hora se entregan. Negociar es obtener algo a cambio de algo, aunque lo que se obtenga sea mucho más concluyente que lo que se concede.

Acordar una solución paulatina para el problema de los presos y los exiliados, por ejemplo, ¿podría resultar de una negociación “no política”?

Simplifican tanto, convencidos como están de que la mayoría social no sabe gran cosa acerca de los sibilinos modos palaciegos de hacer política (o sea, de mentir), que no es raro que acaben por perder el sentido de la medida y traten de vendernos cualquier mercancía, por inútil que sea. Incluso peines sin púas.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (30 de julio de 2008).

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2008/07/29 06:00:00 GMT+2

Entre Galeusca y España

Hace 75 años, según unos, y 85, según otros, dio sus primeros y tímidos pasos la alianza entre varios partidos nacionalistas de Galicia, Euskadi y Cataluña, a la que sus impulsores denominaron Galeusca. Respondía al deseo de sumar fuerzas contra el poder centralista español, hostil a las aspiraciones nacionales de las tres comunidades periféricas.

La alianza nunca resultó demasiado operativa. Es posible, incluso, que su momento de mayor esplendor lo haya tenido con motivo de las elecciones al Parlamento Europeo de 2004, en las que Galeusca, que se presentó como coalición, obtuvo casi 800.000 votos y dos escaños.

La iniciativa de Galeusca responde a una de las diversas respuestas que suele recibir la pregunta más enojosa que conozco: “¿Qué es España?”.

Bastantes partidarios de Galeusca suelen llamar “España” a todos los territorios abarcados por la autoridad del actual Estado español que no son ni Cataluña, ni Euskadi, ni Galicia. Pero esa manera de ver la cuestión resulta tirando a vaporosa, y no sólo por la problemática amalgama que monta entre asturianos, canarios, extremeños, riojanos, leoneses, murcianos, etc. También porque, al entremezclar criterios históricos, culturales y políticos, no se sabe de qué habla. Por ejemplo, no deja claro qué Cataluña es la que se considera parte de Galeusca. Porque los hay que entienden Cataluña en unión con los otros países de su familia lingüística, particularmente el País Valenciano y las Islas Baleares (los Países Catalanes), y los hay que la limitan, a efectos políticos, a las cuatro provincias administrativas actuales.

Con Euskadi pasa algo distinto, pero semejante: unos la conciben unificando a efectos políticos el conjunto la comunidad cultural vasca (Euskal Herria, que incluye buena parte de la población de Navarra) y otros se ciñen a los tres territorios de la vigente comunidad autónoma.

La idea de España que implica la iniciativa de Galeusca es confusa, pero no más que cualquier otra de las que andan sueltas. El transcurrir de los siglos, convulso y tedioso a la vez, nos ha deparado una formidable crisis de identidad. O tal vez –ojalá– una identidad crítica.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (29 de julio de 2008).

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2008/07/28 06:00:00 GMT+2

Capitalistas y toda la pesca

Es obvio que el meteórico encarecimiento del precio del combustible es un factor de primera importancia en la crisis por la que atraviesa en la actualidad el sector pesquero. Pero sería una frivolidad pretender que el coste del gasóleo explica la pésima deriva que siguen las pesquerías españolas.

Una pista de la cruda realidad nos la acaba de proporcionar la UE, que se ha mostrado dispuesta a aportar ayudas a los armadores de pesca para compensarlos por el sobrecoste de los combustibles... a condición de que el sector se avenga a una drástica reducción del volumen de la flota.

Estamos ante el corolario de una concepción de la pesca llevada en España hasta sus peores consecuencias durante los años ochenta, cuando se dio por hecho que la modernización del sector vendría de la mano de la sumisión general a los criterios de la rentabilidad capitalista. Los pocos que respondimos a esa tendencia argumentando que la cuestión no era pescar mucha más cantidad a muy menor precio a costa de lo que fuera, sino asegurar un aceptable bienestar a las familias del mar y propiciar un abastecimiento racional de los mercados que no pusiera en peligro la renovación de los bancos de pesca, fuimos tachados de “ecologistas de salón”.

Pescaban muy por encima de los cupos que tenían asignados, burlando (o sobornando, si hacía falta) a quienes tenían el deber de vigilar lo que desembarcaban. Compraron barcos capaces de lograr capturas muy superiores con menos marineros, por mor de la sagrada productividad. Incluso llegaron a cobrar subvenciones comunitarias por desguazar barcos cuyos papeles falsificaron y mantuvieron en activo (hubo varios casos de barcos que se hundieron cuando ya hacía años que se suponía que no existían). Iban de listos.

Denunciamos que estaban esquilmando los caladeros y que eso sólo podía acabar mal. Se nos rieron en las barbas. Ahora chapotean en los lodos de aquellos polvos. Sus barcos han de faenar el doble para volver a puerto con capturas que son una birria comparadas con las de entonces.

Los “ecologistas de salón” avisamos del peligro. ¿Más listos? Qué va: tan sólo menos cegados por la ambición.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (28 de julio de 2008).

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2008/07/27 06:00:00 GMT+2

Los toros, por los cuernos

Se está reabriendo el debate sobre la tauromaquia, cosa que me hace feliz, porque resulta de lo más deprimente que lo discutible se perpetúe sin discusión.

No hay mucha novedad en los argumentos que se esgrimen a favor. Tomaré dos de los más recurrentes.

Uno: dicen que si no fuera por las corridas, los toros de lidia, cuya crianza sale carísima, desaparecerían. ¡Qué detalle de amor a los animales y qué pena que quienes lo enarbolan nunca se acuerden de él cuando se trata de focas, elefantes y otras especies en vías de extinción! No nos vengan con bromas: lo que les preocupa de la desaparición de los toros de lidia es que ellos se quedarían sin su espectáculo.

Dos: sostienen que en los criaderos industriales los animales lo pasan mucho peor y mueren en condiciones mucho menos dignas. Dejando de lado que no veo qué dignidad confiere al toro que lo burlen, que le claven de todo, que lo desangren para derrengarlo y mermar al máximo su capacidad de defensa, que le obliguen a humillar la cabeza –el toro debe humillar: es el abecé del arte de Cúchares– y que acaben clavándole un sable y apuntillándolo, recordaré que no hay punto de comparación entre matar por gusto y matar para procurarse alimento, conducta esta última que los humanos compartimos con todos los demás integrantes del reino animal.

La otra, la de matar por diversión, es exclusiva de la especie llamada humana, que ya hace muchos siglos disfrutaba con los gladiadores que se lanceaban en el circo romano (a los que también trataban a cuerpo de rey hasta que los conducían a la muerte: ¡qué feliz coincidencia!).

Es ahí donde está la clave de mi oposición a la fiesta nacional. A diferencia de otros, a mí no es el sufrimiento del toro lo que más me conmueve, sino que haya humanos que prescinden de ese dolor para deleitarse con el ritual, para ellos artístico, que se sigue para matar poco a poco a un animal a lo largo de 20 minutos.

Algunos se burlan de mí diciendo que parezco una turista británica. Bobadas: en los festejos taurinos abundan las turistas británicas. Es la gente sensible, local o foránea, la que detesta ese espectáculo de agonía y muerte.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (27 de julio de 2008). También publicó apunte ese día: Euskadi: panorama veraniego.

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2008/07/26 17:00:00 GMT+2

Cuestión de alternativas

Viendo ayer imágenes de la ofrenda que el jefe del Estado español hace todos los años al apóstol Santiago, sea en persona o por súbdito interpuesto, recordé la explicación que dio Ramón Jáuregui en el último Congreso del PSOE para justificar que los funerales de Estado sigan realizándose de acuerdo con el ritual católico aquí, en un país que se proclama aconfesional. Según Jáuregui, se mantiene lo de siempre porque carecemos de alternativas debidamente probadas.

Me pregunto si la ofrenda del Estado español al apóstol Santiago, apodado Matamoros, se realizará por la misma razón: porque no tenemos una alternativa suficientemente probada. Es posible que la advocación castrense a la Virgen del Pilar se deba, pura y simplemente, a que tampoco nuestros ejércitos han encontrado una alternativa válida. Los franceses tienen a Marianne, símbolo de la libertad, que –recordemos el famoso cuadro de Delacroix– se lanza al combate tocada con un gorro frigio, exhibiendo fieramente su pecho y enarbolando la bandera republicana. Pero eso lo hacen los franceses seguramente porque tampoco tienen una buena alternativa. ¿Por qué no prueban con la Virgen de Lourdes?

Una observación de mero sentido común: la ausencia de alternativas suficientemente probadas nunca se remediará si no se prueba ninguna.

Hace muchos años, murió un hermano mío, ateo, por la gracia de Dios. Nos planteamos hacerle unas exequias ad hoc. Improvisamos un acto nocturno en el Peine de los Vientos, en San Sebastián, con lectura de poemas, alcohol y muchas risas. Resultó bien, pero mejorable.

Hace pocos meses, se me murió otro hermano. La ceremonia, en la montaña, junto al monumento al padre Donosti, estuvo ya mejor organizada. Para empezar, nadie dijo nada, lo que representa toda una alternativa a la tradicional verborragia necrófila.

Este hermano mío era partidario de la creación de un servicio municipal gratuito de recogida de cadáveres, útil para retirar lo que quede de nosotros después de que nos hayan extraído todos los órganos que puedan servir para algo, salvo para hacer hamburguesas.

Ésa sí que sería una alternativa realmente aconfesional. Yo me apunto.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (26 de julio de 2008).

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2008/07/25 06:00:00 GMT+2

Historias del Vaticano

El Vaticano está de aniversarios, aunque de más de uno prefiera no acordarse.

Es el caso del que tuvo su fecha conmemorativa el pasado domingo 20. Se cumplió ese día el 75º aniversario de la firma del Reichskonkordat, nombre que recibió el Concordato entre el Vaticano y el Estado hitleriano. Los firmantes fueron el entonces secretario de Estado vaticano, el cardenal Eugenio Pacelli –que cinco años después accedería al Papado con el nombre de Pío XII–, y el vicecanciller alemán Franz Von Papen. Gracias a ese acuerdo, la Iglesia Católica obtuvo de los gobernantes nazis diversas prerrogativas, pero pagó un elevado precio por ellas. Así, se comprometió a comunicar al Reich con carácter previo el nombramiento de los obispos y arzobispos alemanes para que el Gobierno de Hitler pudiera “constatar” que los candidatos no merecían “objeciones de carácter político general”. Por su parte, éstos, antes de tomar posesión del cargo, debían prestar juramento de fidelidad al Reich, comprometiéndose a “respetarlo y hacerlo respetar” y a defenderlo de “todo daño que [pudiera] amenazarlo”.

La firma del Concordato, como es fácil suponer, supuso un golpe moral de primera importancia para los católicos antifascistas, no sólo en Alemania, sino en todo el mundo. Primero como encargado de los asuntos exteriores del Vaticano y luego como papa, Pacelli demostró que tenía al comunismo como enemigo principal, lo que le llevó a contemporizar con el nazismo, que también le desagradaba, pero menos.

El otro aniversario al que me refiero se cumple hoy, festividad de Santiago Matamoros: hace 25 años, Pablo VI publicó la encíclica Humanæ Vitæ, en la que, como máxima autoridad de la Iglesia Católica, condenó en bloque el uso de los anticonceptivos. Son bien conocidos los males que esa prohibición, verdaderamente irresponsable, ha causado en las poblaciones de cultura católica y, en particular, lo mucho que ha contribuido a la propagación del sida, sobre todo en África. Si esa funesta encíclica no ha hecho aún más daño es porque una parte del clero católico no la ha respetado jamás.

Son asuntos desagradables, pero históricos. Y dignos de recuerdo.

Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (25 de julio de 2008).

Nota: el 31 de julio de 2008 Javier publicó una corrección en su columna del periódico (La invisibilidad de lo evidente).

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