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2000/12/17 06:00:00 GMT+1

Haider y Wojtyla

En la persona de Karol Wojtyla confluyen dos circunstancias que conviene distinguir. De un lado, es el cabecilla de una confesión religiosa internacional. De otro, es el jefe del Estado vaticano.

En el primer terreno, los agnósticos y los integrantes de otros colectivos religiosos debemos limitarnos a establecer juicios exteriores. No nos corresponde discutir cómo se organiza la comunidad católica, ni qué relaciones establece su mando supremo, ni qué principios asume y cuáles desdeña. Si quiere llevarse bien con Jörg Haider, es su problema. Los límites de lo que debemos tolerar a los católicos son exactamente los mismos que asignamos al resto de los ciudadanos: los que fija el Código Penal.

No veo qué sentido puede tener que nos escandalicemos a estas alturas porque la dirección católica tenga buenas relaciones con gentes de dudosas convicciones democráticas, cuando no de indiscutibles convicciones antidemocráticas. Lo ha hecho siempre. Quienes tenemos ya una cierta edad recordamos que incluso concedió al dictador Francisco Franco el derecho permanente de participar en la designación de los obispos españoles. O sea, que cualquier cosa.

El Estado vaticano ya es asunto de otro género, precisamente porque es un Estado, es decir, una entidad sujeta a los tratados y convenciones que conforman el Derecho internacional.

En ese terreno, lo más escandaloso no es que el jefe de ese Estado reciba a un líder ultraderechista, sino que él mismo se permita pasarse permanentemente por el arco del triunfo los principios más elementales del Estado de Derecho sin que la comunidad internacional tome las medidas disciplinarias correspondientes.

En el Vaticano no hay democracia. El jefe del Estado es elegido por un grupo de personas designadas a dedo. Los responsables, en todos y cada uno de sus niveles, son nombrados de arriba abajo. En el Vaticano no existe la libertad de asociación, ni la de manifestación, ni la de palabra. La igualdad entre los sexos está explícitamente excluida.

Es, por decirlo brevemente, una dictadura de tomo y lomo.

Que trate de justificarse esa realidad invocando a Dios es -debería ser- indiferente. La autoridad de Dios no está reconocida en ningún convenio internacional.

En resumen: que en el encuentro entre Wojtyla y Haider, el menos antidemócrata era Haider.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (17 de diciembre de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 16 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2000/12/17 06:00:00 GMT+1
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