Inicio | Textos de Ortiz | Voces amigas

2001/03/22 06:00:00 GMT+1

Hacer el indio

Miro sin demasiado interés la película que están pasando por la tele. Es una del Oeste.

Me fijo en un ataque de los indios contra una caravana. La verdad es que no me extraña nada que esa gente acabara tan mal. ¡Qué tácticas guerreras tan raras!

Veamos: salen de detrás de unas rocas, se lanzan al galope hacia la caravana dando gritos y, cuando llegan a ella, en vez de atacarla realmente, se dedican a dar vueltas alrededor. De manera que los soldados responden igual que si estuvieran en un puesto de feria de ésos de tiro al blanco (aunque el color en este caso fuera otro). Van apuntando contra los peripatéticos pieles rojas uno a uno, conforme les pasan por delante, y, hala, a ver quién de ellos se carga más.

Cierto que los indios disparan flechas pero, como lo hacen de lado –porque lo suyo es dar vueltas–, están incomodísimos y apenas pueden apuntar.

Al cabo de un rato de dejarse matar a gusto, pegan un montón de voces más y regresan al punto inicial, detrás de las rocas.

Sigue una pausa.

Después de unas cuantas horas, vuelven a salir y repiten la jugada, con idéntico resultado. Esta vez uno de ellos da un flechazo y mata –aunque para mi que sin querer– a un sargento gordo y ya bastante deteriorado que, de todos modos, no pintaba gran cosa en la historia.

Y así hasta la mañana siguiente, porque los indios –nos explican– «nunca atacan de noche».

¿Y por qué? ¿Padecían tal vez de nictofobia colectiva?

No me lo explico. La verdad es que, consideradas las posiciones de los unos y los otros, lo tenían realmente a huevo. No les hubiera costado gran cosa arrastrarse hasta la caravana, protegidos por la oscuridad, y prender fuego a los carromatos, con lo que los sitiados se habrían quedado sin protección y con el culito al aire, por así decirlo.

Cierto que los aguerridos soldados hubieran podido descubrir a alguno de los aspirantes a incendiario y acabar con su existencia. Pero, oye, tampoco hubiera sido una desgracia insuperable para la causa india, considerando que los aborígenes ya venían teniendo no menos de 30 bajas en cada una de sus rituales salidas en plan tiovivo.

En todo caso, nada: ellos, alérgicos a las argucias, dispuestos a irrumpir a galope dando gritos una y otra vez, cual si no tuvieran otra cosa que hacer.

Se diría que los de las plumas en la cabeza –que ésa es otra: qué gente más poco discreta– también estaban a la espera de la llegada de los refuerzos del Séptimo de Caballería.

Cuando por fin llegan los de a caballo, en fila de a dos y a toque de corneta, lo indios –los que quedan– salen huyendo.

Pero muy mal, como sin ganas.

Con lo cual mueren casi todos.

Me digo que una de dos: o los amerindios eran realmente los más desastrosos guerreros del universo o los guionistas de Hollywood partían del convencimiento de que los tontos de baba éramos los espectadores.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (22 de marzo de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de marzo de 2010.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2001/03/22 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: diario 2001 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

Comentar





Por favor responde a esta pregunta para añadir tu comentario
Color del caballo blanco de Santiago? (todo en minúsculas)