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2013/08/16 13:45:58.509000 GMT+2

Miércoles de sangre

Imagínense que las fuerzas de seguridad españolas, ejército y policía, con apoyo de civiles armados por el Estado, hubieran irrumpido a tiros para expulsar a los que en su día acamparon durante semanas en la Plaza del Sol. Que algunos de los acampados hubieran resistido con armas y barricadas. Más o menos eso es lo que sucedió el miércoles 14 de agosto en El Cairo, después de que el gobierno interino decretara el fin de las acampadas de Rabaa al Adauiya y la Plaza Al Nahda. Con más de 600 muertos confirmados (cifra que probablemente se queda corta), la masacre del miércoles puede equipararse a otras matanzas cometidas en plazas en tiempos de revolución: Tlatelolco (1968) y Tiananmen (1989). Aquellas supusieron un punto de inflexión definitivo tras el cual regímenes de partido único reafirmaron su dominio. En Egipto, sin embargo, puede dejar paso a episodios aún más cruentos. Esta masacre sucede a la cometida frente al cuartel de la guardia republicana y a la del 26-27 de julio en Rabaa (80 muertos). De hecho, la cifra de muertos y heridos ha ido en aumento con cada matanza. Esta vez, y en un solo día, el general Al Sisi y el ministro del Interior, ambos procedentes del anterior gobierno Morsi, habrían provocado prácticamente tantos muertos como Hosni Mubarak durante los 18 días que precedieron a su caída.

Algunos egipcios objetarán que la comparación apropiada con Sol es la festiva y secular Tahrir y no Raaba al Adauiya en Ciudad Nasr, donde al fin y al cabo se sitúa una mezquita. Sol y Tahrir (la de enero-febrero de 2011 y la de junio de 2013) simbolizarían el 99%; Rabaa, a una fracción partidista empeñada en resistir el resultado de la masiva movilización popular que culminó el pasado 30 de junio y que abrió el camino al golpe militar del 3 de julio. Pero la situación es más ambivalente. Por un lado, los partidarios de Mohamed Morsi, aún inferiores en número a los que aplaudieron su caída, también forman parte de las multitudes egipcias. Al mismo tiempo, los Hermanos Musulmanes constituyen el principal movimiento político organizado prerrevolucionario, némesis y espejo -ahora roto- del Ejército que constituye desde hace más de seis décadas la esencia del Estado egipcio. Es decir, tanto los Hermanos Musulmanes como el Ejército, cuyo matrimonio de conveniencia ha resultado ser un estrepitoso fracaso, forman parte de la vieja política egipcia.

En este sentido, denunciar al ejército golpista, además de redundante sirve de bien poco si nos negamos a ver cómo una parte no menor de la población que protestó en Tahrir aplaude o justifica una matanza como la del 14 de agosto. Buena parte de los vecinos de Ciudad Nasr no mostraron ningún signo de solidaridad, más bien todo lo contrario. El Frente de Salvación Nacional -con la notable excepción de Mohamed ElBaradei- o los autoproclamados líderes de Tamarrod (como Mahmud Badr) no han dudado en apoyar al gobierno. Badr incluso ha convocado a los egipcios a crear comités de vigilancia y a manifestarse hoy en Tahrir para "apoyar la revolución", es decir, el gobierno. ¿Cómo se ha podido llegar a semejante situación? ¿Por qué las multitudes egipcias no islamistas no salen a las calles para rechazar esta atrocidad? El estado de excepción no fue un impedimento en los últimos días de Mubarak.

Lo cierto es que la capitalización por el Ejército del rechazo de amplios sectores de la población hacia los Hermanos Musulmanes ha devuelto al primer plano el clásico enfrentamiento entre ambas instituciones por el poder del Estado. Ninguna de ellas está interesada en la radicalización democrática que constituye el motor de la revolución. Los Hermanos Musulmanes nunca tendieron puentes a otros grupos sino que se atrincheraron en su sectarismo. Por su parte, desde los sectores liberales e izquierdistas tampoco se ha querido afrontar la cuestión identitaria que expresa el islamismo, pues al contrario que este último, aquéllos celebran la modernización occidental como factor irrenunciable de progreso, dejando de lado sus aristas más problemáticas, como la dimensión colonial de la que parte. Una disensión no exenta de desprecio clasista frente a los "borregos" del Egipto profundo.

El problema es que la apertura del horizonte político que lograron las sucesivas insurrecciones egipcias no se ha visto acompañada por la gestación y consolidación de una nueva narrativa democrática, un nuevo sentido común que parta del "pan, libertad y justicia social", lema que permitía superar las tradicionales dicotomías de la política egipcia: liberales-seculares/islamistas, Ejército/Hermanos Musulmanes, Nación/Islam, etc. En lugar de ello, hemos asistido a una fragmentación de afinidades políticas que se afanan por diferenciarse las unas de las otras y por situarse con respecto al enfrentamiento, cada vez más violento, entre el discurso nacionalista-antiterrorista que emana del Estado y el legitimismo que reivindican los agraviados seguidores de Morsi.

La creciente violencia y la confrontación armada no están haciendo sino acentuar las peores pasiones: la intolerancia, la desconfianza, el odio, la búsqueda de chivos expiatorios y de teorías conspiratorias. Lo que todavía hoy constituye una abigarrada colección de tendencias, posicionamientos e identidades que con frecuencia se superponen según las circunstancias pronto podría acabar reduciéndose al dualismo antidemocrático que desde hace un tiempo promueven los medios privados de comunicación. De confirmarse este lúgubre escenario, entonces sí que habrá que dar el pésame por la revolución.


Gráfico descriptivo de las diferentes tendencias políticas en Egipto, según la visión de los medios y la más compleja realidad, elaborado por Operation Egypt, bloguero egipcio.

Escrito por: Samuel.2013/08/16 13:45:58.509000 GMT+2
Etiquetas: protestas revueltas ejércitos hermanos-musulmanes egipto democracia islamismo revolución | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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