Ayer citaba a una persona que en su reflexión sobre la memoria reivindicaba el hacer, o al menos una cierta manera de hacer. En nuestras sociedades la acción suele tener connotaciones más positivas que el pensamiento o la palabra, aunque la distinción conceptual entre ambos no se corresponda exactamente con la realidad.
Visto de otra manera, podríamos argumentar lo contrario, que en realidad estamos saturados de haceres. Durante la campaña electoral norteamericana, todo un leninista como Slavoj Zizek escribió lo siguiente:
"Quizás últimamente hayamos estado haciendo demasiado. Tal vez sea el momento de dar un paso atrás, pensar y decir lo correcto. Es cierto, con frecuencia se habla de hacer algo en lugar de hacerlo realmente, pero a veces hacemos cosas para evitar hablar y pensar sobre ellas. Como tirar rápidamente 700 billones de dólares a un problema en lugar de reflexionar cómo se llegó a esa situación."
Aunque a Zizek le encanta provocar, puede que no ande desencaminado. Determinadas formas de hacer son muy dañinas, y es necesario oponerse a ellas. En Canarias a los amantes del desarrollismo a toda costa (nunca mejor dicho) la contemplación de un espacio natural sin cemento o de un espacio público que no produzca dinero les produce sarpullidos: "¡hay que hacer algo! ¡Qué desaprovechado está todo esto!". Por ello suelen referirse a los ecologistas y demás ciudadanos con un mínimo de sensibilidad como los del "no a todo", a quienes exigen que propongan alternativas, otra manera -tramposa- de reclamar que se haga algo parecido.
Podría decirse que en los últimos años la ofensiva neoliberal e inmobiliaria trajo consigo una hiperactividad a la que oponerse. No a la construcción de tal autopista o de tal puerto, no a las papeleras, no a la guerra, no a la mina, no a la especulación, no al turismo desbocado, no a la precarización laboral, no a la privatización de la educación y la sanidad, no a los tratados de libre comercio, no a la ley de partidos, no a los CIEs, no a los muros, no al canon, no
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