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2011/11/13 23:10:53.519000 GMT+1

El liberalismo como geocultura

Este año el sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein publicó por fin The Modern World System IV, Centrist Liberalism Triumphant, 1789-1914 (University of California Press, 2011), el cuarto tomo de su magna obra El Moderno Sistema Mundo, que inició allá por 1974. Más de veinte años han pasado desde la publicación del tercer volumen, en un año tan significativo como 1989. Desde entonces ha escrito mucho, incluyendo tanto libros importantes como Raza, Nación y Clase (con Étienne Balibar, 1991) como los comentarios quincenales sobre la actualidad internacional que desde 1998 publica en internet. Wallerstein planea escribir un quinto libro, pero dada su avanzada edad (81 años) es posible que no lo termine nunca.

En esta ocasión Immanuel Wallerstein trata del "largo siglo XIX" (es decir, del período comprendido entre la Revolución Francesa y la I Guerra Mundial), aunque los tiempos se solapen entre libro y libro. Como en el tercer volumen ya trató con más profundidad de la Revolución Francesa y de la Revolución Industrial (concepto que critica), ahora opta por centrarse en la formación, por primera vez, de una geocultura del sistema mundo capitalista, que vendrá determinado por la ideología que emergerá triunfante durante el siglo XIX: el liberalismo. Por geocultura Wallerstein entiende un conjunto de ideas, valores y normas que fueron ampliamente aceptados en todo el sistema y que desde entonces han enmarcado la acción social.



Desde luego, no es el primer libro que trata del liberalismo decimonónico. Pero Wallerstein trata de transmitir un argumento propio. Primero, que el liberalismo como ideología, esto es, como "metaestrategia política" (no como un conjunto de ideas o prejuicios, ni como filosofía política), terminó por definirse a sí mismo como centrista, tras haber comenzado a la izquierda del conservadurismo, y al hacerlo acabó por reducir al conservadurismo -a su derecha- y al radicalismo, luego socialismo -a su izquierda- como meros avatares del programa liberal. "Uno siempre puede ponerse a sí mismo en una posicion central simplemente definiendo los extremos como uno desea. Los liberales fueron quienes decidieron hacer esto como su estrategia política básica." Y segundo, que el liberalismo triunfó en tres frentes: en la construcción de un Estado liberal en la potencia hegemónica, el Imperio Británico, y en Francia, que se convierten en modelos para otros Estados y para quienes quieren construir uno; en el desarrollo del concepto de ciudadanía como modo de limitar los efectos de la proclamación de la soberanía popular; y en la creación de las ciencias sociales como forma de entender el mundo real y controlarlo mejor. Esta es una geocultura que comienza a agrietarse tras la la fractura de 1968-70, tras la descolonización y el surgimiento de nuevas formas de conservadurismo y de radicalismo (movimientos antisistémicos) progresivamente desvinculados de los parámetros del liberalismo centrista del que habla Wallerstein. Actualmente nos encontraríamos en un momento culminante de esta crisis.

La opción que toma Immanuel Wallerstein lo enfrentará con no pocas críticas. Para empezar, apenas contiene análisis económicos, pues el autor se remite a los libros anteriores por lo que respecta a su teoría de los ciclos económicos (que Giovanni Arrighi luego adaptó). Más discutible me parece la omisión de la aportación que en las últimas décadas han hecho los estudios postcoloniales y culturales, sobre todo cuando es de ideología de lo que trata el libro. Aunque describe el nacimiento de la antropología y del orientalismo como modos de entender y producir al otro, la modernidad para Wallerstein es un invento puramente occidental. Deja así de lado los trabajos de C.A. Bayly, pero también de Edward Said (citado como de pasada), Gayatri Spivak, Dipesh Chakrabarty y otros, que muestran cómo la modernidad es producto de unas relaciones de poder que se conformaron en interacción con resistencias que se dieron tanto en Europa como en el mundo no europeo (del que apenas habla: son países como Francia, Inglaterra, Alemania, Bélgica y Estados Unidos los analizados). Y es que Wallerstein no parece haber tenido mucho interés en actualizar su bibliografía: el historiador J.R. Macneill observa con razón cómo más del 60 % de las numerosas referencias son trabajos de los años sesenta, setenta y ochenta, mientras que la literatura de la última década apenas representa el 1 %. Cuando habla del racismo y la esclavitud, también ignora el trabajo de Yann Moulier Boutang, pese a haber formado parte del tribunal que aprobó su tesis doctoral sobre la esclavitud y el trabajo asalariado.

Con estas reservas, el libro sintetiza muy bien el desarrollo del liberalismo y su incómoda relación con la democracia, cuestionándonos muchos de los tópicos interesados que hemos heredado. Aquí traduzco una pequeña muestra:

- Sobre el Estado:

"El liberalismo nunca fue una metaestrategia de antiestatismo, ni siquiera del Estado mínimo. Lejos de ser contrario al laissez-faire, "el Estado liberal fue él mismo una creación del mercado autorregulador" (Polanyi, 1957, 3). El liberalismo siempre ha sido al final la ideología del Estado fuerte con la piel del cordero del invididualismo; o para ser más precisos, la ideología del Estado fuerte como el último garante seguro del individualismo."

"Gran Bretaña y Francia habían sido precisamente los dos Estados donde ya se habían creado maquinarias estatales relativamente fuertes entre los siglos XVI y XVIII. Pero estos Estados no tuvieron una gran legitimidad popular, y la Revolución Francesa terminó por minar cualquier legitimidad que pudieran haber tenido. El liberalismo del siglo XIX se planteó como tarea la de crear (recrear, incrementando significativamente) esta legitimidad y cimentar por tanto la fortaleza de estos Estados, internamente y en el sistema mundo."

"Lo más asombroso es que cuando miramos los discursos de las tres ideologías [conservadurismo, liberalismo, socialismo] en este aspecto [relación entre Estado y sociedad], todas parecen tomar partido por la sociedad frente al Estado. Sus argumentos son familiares. Para los liberales acérrimos, era crucial mantener al Estado fuera de la vida económica y reducir su papel en general al mínimo: "Laissez-faire es la doctrina de Estado como Estado mínimo" (Watson, 1973, 68). Para los conservadores el aspecto aterrador de la Revolución Francesa fue no solo su individualismo pero también y particularmente su estatismo. El Estado se vuelve tiránico cuando cuestiona el papel de los grupos intermedios que ordenan la lealtad primaria del pueblo: la familia, la Iglesia, los gremios. Y nos resulta familiar la famosa caracterización de Marx y Engels en el Manifiesto Comunista (1976 [1848], 486):
"la burguesía, después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en el Estado representativo. El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los problemas comunes de toda la clase burguesa."
Estas visiones negativas del Estado no impidieron a cada una de estas tres ideologías que se quejaran de que el Estado, que era el objeto principal de sus críticas, estaba fuera de su control y se encontraba en manos de sus oponentes ideológicos. De hecho, cada una de estas tres ideologías resultaron estar muy necesitadas de los servicios del Estado para promocionar su propio programa."

"Las monarquías absolutas no habían sido Estados fuertes. El absolutismo fue solo el andamiaje en el que Estados débiles buscaban ser más fuertes. No sería hasta la época post-1789 con su atmósfera del sistema mundo de cambio normal y soberanía popular que uno podría construir Estados verdaderamente fuertes - esto es, Estados con una adecuada estructura burocrática y un grado razonable de apoyo popular (que en época de guerra podía convertirse en apasionado patriotismo). "

- Sobre las clases:

"El conflicto de clase y de lucha de clases no fue una contribución de los ideólogos socialistas, mucho menos de Karl Marx. Es una idea santsimoniana, desarrollada y perseguida por Guizot como parte del proyecto liberal. La visión de Saint-Simon de la estructura de clases en el mundo industrial moderno era que había tres clases: los propietarios, los que no tenían propiedad y los sabios. Vio el conflicto de clases entre los "industriales" (los que trabajan) y los ociosos como una fase transitoria, que sería reemplazada por una sociedad armoniosa de clases productivas industriales bajo la égida de los sabios, una visión meritocrática en la cual la vieja aristocracia por nacimiento sería sustituida por una aristocracia del talento (Manuel, 1956; Iggers, 1958b). Para Guizot, el concepto de clase fue un elemento esencial en sus esfuerzos por "legitimar las aspiraciones políticas de la burguesía" (Fossaert, 1955, 60)"

"Ni la burguesía ni el proletariado son esencias eternas. Son creaciones sociales, que reflejan, claro está, una cierta realidad social, que entonces se cosificó. Y como sucede con estos conceptos, fue el estrato dominante, y no el dominado, que inició el proceso de cosificación, contrariamente a lo que suele creerse. Hemos discutido el papel de Guizot, incluso antes de la monarquía de julio, en elaborar el concepto de clase, concepto que había tomado de Saint-Simon. Lo hizo, por supuesto, para justificar el papel político de la burguesía en oposición a la aristocracia. Pero lo hizo también para situar la burguesía (que sintió que con el tiempo se asimilaría a la aristocracia) frente al proletariado, y para distinguir ambos (Botrel y Le Bouil, 1973, 143). Si buscaba droit de cité para la burguesía, y en última instancia el control político total, se oponía específicamente a la inclusión del proletariado. El droit de cité debía reservarse a los ciudadanos activos, esto es, a los propietarios.

Mientras la burguesía evolucionó lentamente hacia la categoría mucho más vaga y más inclusiva de "clase" o "clases medias", también el proletariado evolucionó a la categoría más vaga y más inclusiva de "clase" o "clases trabajadoras". "


- Sobre la ciudadanía:

"La desigualdad es una realidad fundamental del sistema mundo moderno, como lo ha sido de cada sistema histórico conocido. Lo que diferenció, lo propio del capitalismo histórico, fue que la igualdad se proclamó como su objetivo (incluso como su logro): igualdad en el mercado, igualdad ante la ley, la igualdad social de todos los individuos dotados de iguales derechos. La gran pregunta política del mundo moderno, la gran pregunta cultural, ha sido cómo reconciliar el abrazo teórico de la igualdad con la continua y cada vez más aguda polarización de las oportunidades reales de vida y de satisfacciones que ha sido su resultado.

Durante mucho tiempo -durante tres siglos, desde el siglo XVI al siglo XVIII- esta pregunta apenas se planteó en el moderno sistema mundo. Todavía se consideraba la desigualdad como algo natural, y hasta ordenada por Dios. Pero una vez que el levantamiento revolucionario de finales del siglo XVIII transformó el lenguaje de la igualdad en un icono cultural, una vez que los desafíos a la autoridad se volvieron comunes en todas partes, la disparidad entre la teoría y la práctica ya no pudo ignorarse. La necesidad de contener este reclamo cultural, y por tanto de domesticar a las ahora clases peligrosas se convirtió en una prioridad para quienes tenían el poder. La construcción del Estado liberal fue el principal marco que se elaboró para limitar este reclamo.
"

"... el concepto de ciudadano pretendía ser inclusivo, insistiendo en que todas las personas de un Estado, y no solo algunas personas (un monarca, los aristócratas) tenían el derecho de formar parte, y como iguales, del proceso de toma de decisión colectiva en la esfera política. De donde siguió que cada uno debería tener el derecho de recibir los beneficios sociales que el Estado pudiera distribuir. En la segunda mitad del siglo XIX, la existencia de derechos que garantizaban a los ciudadanos vino a componer la definición mínima de lo que constituye un Estado moderno, lo que ahora virtualmente cada Estado reclama ser.

Pero la otra cara del carácter inclusivo de la ciudadanía era la exclusión. Quienes no cayeran en esta nueva categoría de ciudadanos se convirtieron por definición en otro concepto: extranjeros. Los extranjeros de un Estado pueden ser quizás extranjeros de otro Estado, pero no de este Estado. Pero para cualquier Estado, incluso esta exclusión de los extranjeros dentro de sus fronteras no limitaba mucho el número de personas teóricamente incluidas. En la mayoría de los casos, más del 90 por ciento de los residentes del país eran ciudadanos - legalmente ciudadanos, esto es, ciudadanía que ahora era materia de definición legal.

Y este fue precisamente el problema al que se enfrentaron los Estados después de la Revolución Francesa. Demasiadas personas eran ciudadanos. Los resultados podían ser efectivamente peligrosos. La historia del siglo XIX (y la del siglo XX) es que algunos (aquellos con privilegios y ventajas) intentaron continuamente definir la ciudadanía en términos estrechos y el resto respondió buscando validar una definición más amplia. Es en torno a esta lucha que se centró la teorización intelectual posterior a 1789. Es en torno a esta lucha que se formaron los movimientos sociales.

La manera de dar una definición estrecha de la ciudadanía en la práctica, mientras se mantiene el principio en teoría, es crear dos clases de ciudadanos."

"Los intentos por circunscribir el significado de la ciudadanía adoptó muchas formas, y todas ellas implicaban necesariamente la creación de antinomias que pudieran justificar la división entre ciudadanos pasivos y activos. Las distinciones binarias (de rango, de clase, de género, de raza/etnicidad, de educación) son realidades antiguas. Lo que fue diferente en el siglo XIX fueron los intentos por erigir un andamiaje teórico que pudiera legitimar la traducción de tales distinciones en categorías legales, con el fin de que tales categorías sirvieran para limitar el grado en que la proclamada igualdad de todos los ciudadanos se realizara en los hechos.

La razón es simple. Cuando la desigualdad era la norma, no había necesidad de hacer más distinciones entre quienes eran de rango diferente, generalmente, entre los nobles y la gente común. Pero cuando la igualdad se convirtió en la norma oficial, de pronto resultaba crucial saber quién se incluía de hecho en el "todos" que tenían iguales derechos, esto es, quiénes eran los ciudadanos "activos". Cuanto más se proclamara la igualdad como principio moral, más obstáculos -jurídicos, políticos, económicos y culturales- se instituían para evitar su realización. El concepto de ciudadano forzó la cristalización y la rigidificación -tanto intelectual como legal- de una larga lista de distinciones binarias que vinieron entonces a formar los cimientos culturales de la economía mundo capitalista en los siglos XIX y XX: burgués y proletario, hombre y mujer, adulto y menor, el sostén de la familia y el ama de casa, la mayoría y la minoría, blanco y negro, europeo y no europeo, educado e ignorante, cualificado y sin cualificar, especialista y amateur, científico y lego, alta cultura y baja cultura, heterosexual y homosexual, normal y anormal, capacitado y discapacitado, y por supuesto la categoría última que implica todas las otras: civilizado y bárbaro."


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Escrito por: Samuel.2011/11/13 23:10:53.519000 GMT+1
Etiquetas: igualdad immanuel-wallerstein racismo capitalismo sistema-mundo liberalismo ciudadanía estado | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (2)

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Referenciado por: El liberalismo como geocultura 2011/11/15 09:42:29.663000 GMT+1

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