Manifestación en Bruselas a favor de la rebelión siria, 29 de abril de 2012. Fotografía: Samuel
"Aunque a veces no tienes comida, ni techo, y duermes bajo los árboles o sobre cemento, el mujahidin siente alegría y satisfacción. Compara esto con la vida en Occidente donde, pese a tener todo lo que necesitan, la gente vive con pena y depresión." Testimonios del frente sirio: la historia de Chokri Massali – Abu Walae
Durante los últimos meses de 2011 y los primeros de 2012, los domingos podía escucharse un rugido en el turístico centro de Bruselas. Decenas de manifestantes, la mayoría de origen sirio, copaban las escalinatas del edificio de la antigua Bolsa de comercio y ondeaban la bandera siria de la independencia (1932) en rechazo al gobierno de Bachar Al Asad y del partido Baath. Era la época en la que el levantamiento popular y la desmesurada represión armada se estaban transformando en un conflicto bélico de gran escala.
Nunca vi a los militantes de izquierdas habituales de otras manifestaciones. Pese a que muchos carteles que portaban estaban escritos en inglés y recibían con los brazos abiertos a quien se uniera a la protesta, la reunión no dejaba de tener un marcado carácter "comunitario". Las crudas imágenes diseminadas por internet no lograban romper una barrera social, mental. Los partidarios de Al Asad, en cambio, solían mostrar su apoyo de manera más esporádica y congregaban a bastante menos gente, sobre todo si descontábamos a los de la embajada. Con el tiempo, las manifestaciones a favor de la rebelión se hicieron cada vez más raras, hasta que prácticamente desaparecieron. Fue entonces cuando comenzaron a aparecer en la prensa noticias sobre jóvenes belgas de ascendencia árabe que viajaban a Siria para combatir al gobierno.
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Se desconoce la cifra exacta de europeos (nacidos en Europa o residentes en el continente) que han viajado a Siria para luchar contra El Asad. Pero se cuentan por centenares. Son pocos en relación con el número de rebeldes sirios, pero son más que los que viajaron desde Europa a luchar en Afganistán o a Iraq. Y no solo son jóvenes varones, también hay mujeres y hasta familias enteras.
No es la primera vez que unas personas viajan a luchar a un país que no es el suyo por una causa que en principio no les implica directamente. David Malet ha documentado la presencia de combatientes extranjeros -no mercenarios- en al menos setenta de trescientos treinta y un conflictos civiles en los últimos doscientos años, uno de cada cinco. En su estudio comprueba cómo las insurgencias transnacionales -que Europa occidental experimentó hasta no hace tanto- se producen sobre todo en conflictos en los que el factor étnico no es el más relevante y demuestra cómo han ido aumentando en todo el mundo términos absolutos y relativos. Es solo en tiempos recientes que los gobiernos han subsumido la diversidad de rebeliones armadas bajo el concepto de terrorismo, criminalizando por ejemplo a quienes viajaron para combatir al ejército ocupante en Iraq.
Las motivaciones difieren según la comunidad de procedencia y las circunstancias personales de cada uno. Así, el contexto vital de los brigadistas belgas, holandeses, franceses y españoles, no es el mismo que el de sus ocasionales compañeros de armas bosnios, ni el de estos es equivalente al de los libios, tunecinos o al de los insurgentes suníes de Iraq. Se sabe que muchos de los combatientes belgas han alimentado las filas del Frente Al Nusra o de alguna de las facciones del Estado Islámico en Irak y el Levante (Da'esh o ISI), que algunos están vinculados al grupo salafista Sharia4Belgium, pero de muchos otros se sabe más bien poco. El Alto Consejo Militar del Ejército Sirio Libre expresó públicamente sus recelos con respecto a los milicianos extranjeros. Aunque la prensa europea, a partir de información suministrada por los respectivos servicios secretos (que parece que en esto colaboran con Damasco), solo haga referencia a los suicidas, la mayoría de guerrilleros no necesariamente entran en esa categoría. Y entre los europeos parece que hay más inspirados por una causa que mercenarios propiamente dichos (en comparación con otras regiones). De algunas de las declaraciones que se han traducido podemos observar algunos puntos en común: una fuerte indignación por la suerte de los sirios y la necesidad de mostrar su solidaridad como miembros de la umma.
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Los gobiernos europeos andan inquietos con este fenómeno, ahora que se había contenido el contagio revolucionario entre ambas orillas del Mediterráneo, y entre identidades preestablecidas, tras la efímera reverberación de acampadas, memes e intercambios de experiencias. A ello habían contribuido el miedo a la guerra (Libia, Siria), políticas migratorias cada vez más restrictivas y racistas, y el acceso de diversos islamismos a los gobiernos de Túnez y Egipto. Con su acción los brigadistas cuestionan la legitimidad de los Estados y su monopolio de la violencia al tiempo que ponen de manifiesto una permeabilidad diferente, una filtración que se canaliza por los más estrechos canales identitarios.
El Consejo de la Unión Europea acordó recientemente, a propuesta del Coordinador Antiterrorista y con fuerte apoyo británico, la creación de grupos de trabajo sobre "combatientes extranjeros" (europeos en realidad; solo son extranjeros para el país de destino). El objetivo es analizar el proceso por el que una persona toma la decisión de ir a luchar a otro país, sus diferentes motivaciones, los itinerarios y rutas que toman luego y la potencial "amenaza" que representan si regresan vivos a Europa. Los gobiernos europeos están buscando medidas para disuadir la partida de brigadistas desde el territorio de sus respectivos países y se están planteando cambios en la legislación que permitan su control y eventual detención.
Como la participación en un conflicto armado foráneo en principio resulta difícil de encuadrar en la legislación penal (salvo por lo que se refiere a la comisión de crímenes de guerra o contra la humanidad), el marco antiterrorista se estira para incluir la "prevención", con dos conceptos policiales igualmente discutibles: radicalización y peligrosidad. Al desarrollo de estos conceptos contribuyen centros de investigación vinculados a los gobiernos como el Real Instituto Elcano, con argumentos circulares que se justifican a sí mismos y que ante todo buscan descontextualizar. Radical es el que justifica el terrorismo y la violencia, que son lo que los gobiernos quieren que sean. El salafismo se despolitiza y el jihadismo se reduce a una manera "belicosa" de entender el Islam. De esta manera, nos vamos acercando a la islamofobia: en última instancia, es en la propia religión y en la comunidad que la profesa donde se encuentra el germen de una violencia y un odio abstractos.
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Lo que nos escandaliza de la decisión de partir a combatir en Siria es que personas que viven entre nosotros decidan tomar las armas para hacer lo que otros piden a sus gobiernos que hagan. Semejante decisión no se produce simplemente por un lavado de cerebro de jóvenes empujados por un entorno familiar y social fanáticos. Se produce en un lugar y en una temporalidad. La de una Europa en crisis que los considera extranjeros y en la que continuamente deben justificar cómo son, y que desea que por su ascendencia, lengua o religión queden relegados en los guetos y en los empleos más bajos. Los mismos motivos por los que cierra las puertas a los refugiados sirios. Una Europa en la que la única respuesta solidaria con la tragedia siria que encuentran es la que se expresa con el lenguaje del salafismo reaccionario.
El humorista belga François Pirette lo explicó con un controvertido sketch televisivo que solo cobraba sentido hacia el final. Comienza entonando varias veces:
Bélgica yo te quiero, Bélgica yo te adoro
aunque la policía a veces pegue un poco fuerte.
Yo no me muevo de aquí
Nací aquí, no nací allá
Y acaba coreando en un tono más dramático:
A fuerza de escuchar hablar de integración,
cuando son belgas de tercera generación,
por desesperación, cólera o desatino,
a veces nuestros hijos cambian la letra de esta canción:
Siria yo te quiero, Siria yo te adoro,
porque tú no me ves como una mancha en tu decorado,
Siria yo te quiero, Siria yo te adoro,
al menos para tí mi vida tiene sentido y vale oro.
No lo hagas, no lo hagas
por favor, no partan para allá
perdónennos por haberlos traicionado
vuelvan, porque su casa está acá.
Este ejercicio de instrospección colectiva es más valioso que cualquier análisis policial. Parte de un nosotros problemático porque político, no de una escisión insuperable entre sanos y enfermos. Que combatientes retornados puedan retomar las armas en Europa dependerá de muchos factores. Los que suelen privilegiarse son los que se refieren a la formación ideológica, la experiencia bélica o el grupo armado al que presuntamente se adhirieron. No parece, sin embargo, que la construcción de una Europa cada vez más desigual, racista y autoritaria sea la mejor manera de evitarlo.
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