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2011/04/30 22:50:53.887000 GMT+2

Autóctonos y alógenos

Para el historiador y politólogo camerunés Achille Mbembe, "la problemática de la democracia por venir está profundamente ligada al futuro de esa institución específica que es la frontera - por la cual hay que entender tanto la relación entre la constitución del poder político y el control de los espacios como la cuestión más general que consiste en saber quién es mi prójimo, cómo tratar al enemigo y qué hacer con el extranjero." (Sortir de la grande nuit, La découverte, 2010). Sobre todo porque en la modernidad dicha institución fue modulada en todo momento por el concepto de raza y por el colonialismo. Como he comentado en otras ocasiones, la acumulación capitalista se ha basado desde el principio en el control de la movilidad de la fuerza de trabajo (en definitiva, el control de los seres humanos libres), tratando de fijarla como fuera, por lo que la construcción del Otro reflejó la dificultad que existe a la hora de llevar a cabo ese control y esa fijación. Por contra, para quienes luchan por construir un común democrático, la dificultad es otra. Como dice Mbembe, "el problema de quienes, aunque estén con nosotros, entre nosotros o a nuestro lado, finalmente no son de los nuestros a pesar de tener un pasado común, no fue resuelto ni con la abolición de la esclavitud ni con la descolonización." ¿Cómo hacer comunidad política en movimiento? ¿Cómo integrar una dinámica democrática entre autóctonos y alógenos sin fijar estos roles en identidades que establezcan jerarquías o distribuyan privilegios y exclusiones?

Estas cuestiones no se limitan a Europa, donde prevalece una visión nacionalista que está íntimamente ligada a una reflexión sobre la diferencia racial, aunque se esconda bajo ropajes universalistas y republicanos, como en Francia. Las revoluciones del Mediterráneo y del Medio Oriente mostraron cómo en muchos países amplias capas de la población no sólo quedaban al margen del debate democrático sino que eran agredidas por considerarlas tan ilegítimas como los gobiernos que pretenden derribar, en parte como consecuencia del tratamiento que estos últimos han hecho de aquéllas (véase por ejemplo el empleo de chadianos o de paquistaníes en las fuerzas de seguridad libias o bareiníes, respectivamente). Pero es en África donde en las últimas décadas el cuestionamiento de quién es originario o local (lo que otorga determinados derechos) y quién es de fuera (lo que implica negarlos) ha desatado las violencias más extremas.

Desde los años noventa del pasado siglo cierta literatura africanista hace referencia al problema de la autoctonía (porque es desde este punto de vista que se plantea como tal). Autores como Jean-François Bayart o Peter Geshiere destacan las tendencias exclusivistas que se han venido desarrollando en África mediante la producción de identidades arraigadas en lo local. Tendencias que, paradójicamente, se potenciaron con los intentos de instauración del multipartidismo de los años noventa, tras un prolongado primer período de gobiernos de partido único y líderes carismáticos. A diferencia de lo que sucede en Europa, explican Bayart y Geshiere, "al sur del Sáhara, (...) es la rehabilitación de las elecciones como procedimiento real de devolución de un poder efectivo lo que alimentó el mito de la autoctonía al volver cruciales preguntas como « ¿Quién puede votar y dónde? », « ¿Quién puede presentarse como candidato? ¿Y dónde? »". Porque esto determina además el acceso a recursos sociales y económicos que se volvieron más escasos con la aplicación de los planes de ajuste: la tierra, pero también el crédito, las infraestructuras, la atención sanitaria. Muchos africanos, "saben que tienen que razonar en términos de un juego de suma cero: al contrario que los niños flamencos y valones, los niños tutsi y hutu, o bamileké y ewondo [Camerún] no pueden confiar en acceder a la escuela, al hospital, a la universidad, y la cuestión de la definición de la autoctonía se vuelve literalmente vital." La estigmatización del alógeno, del que "viene de fuera", no solo vino desde los gobiernos autoritarios que se resistían al cambio (masacres de tutsis en Ruanda entre 1990-1994; los pogroms recurrentes en el valle del Rift y en la costa de Kenia), sino también -y con frecuencia, principalmente- de las fuerzas opositoras (Costa de Marfil, Camerún), que de este modo pretendían reconstruir en su beneficio la base social de las instituciones de gobierno.

Un claro ejemplo es la violencia endémica que persiste en el país africano más poblado, en Nigeria. En Jos, capital del Estado nigeriano de Plateau, el conflicto se plantea entre grupos hausa-fulani musulmanes, originarios del norte, y diversas minorías autóctonas -indígenas, según el vocabulario oficial- predominantemente cristianas (afizere, anaguta y berom), especialmente tras la descentralización promovida bajo la presidencia de Ibrahim Babangida. El general dividió el gobierno local en dos circunscripciones, Jos Sur y Jos Norte, lo que permitió a la comunidad musulmana hausa - fulani, que hasta entonces había sido marginada de la vida política, disponer de una administración propia. El trasfondo es el control de los recursos económicos derivados de la explotación petrolífera en el Delta del Níger a través de los gobiernos federal, regional y local. Quien controla el gobierno local controla la emisión de los papeles que certifican la autoctonía (certificates of indigeneity), que son los que dan derecho a un mejor acceso a la tierra, al dinero, al empleo, a la educación, a la salud, gracias a las redes clientelares que se tejen según líneas étnicas o comunitarias. Así, los hausa-fulani de Jos reivindican su carácter autóctono, al haberse establecido en la zona desde hace un siglo por lo menos, mientras que las demás tribus rememoran la resistencia armada de finales del siglo XIX y denuncian la islamización de sus tierras. Tensiones que afloran con cada convocatoria electoral, donde todos intentan manipular a su favor el recuento de votos: los enfrentamientos intercomunitarios provocaron más de mil muertos en 2001 y medio millar en noviembre de 2008. Las últimas elecciones han vuelto a derivar en violencia.

Esta dinámica local suele ignorarse, pero hay que tener en cuenta que, aunque desde las independencias se ha preservado el principio de la intangibilidad de las fronteras -salvo contadas excepciones, como Eritrea o Sudán del Sur-, en los países del África Subsahariana son las fronteras interiores de los Estados las que se han transformado en virtud de sucesivas reformas administrativas, con la creación de regiones, provincias y municipios. Todo ello forma parte de un proceso inestable de formación o consolidación del Estado, que a su vez está sometido a potentes fuerzas de dispersión.

Y es que África siempre fue un continente de circulación y de movimiento. Europa también, como en definitiva todas las regiones habitadas por humanos, pero lo que distingue a África es que sus fronteras precoloniales tenían un significado diferente. Volviendo a Mbembe:

"Estos conjuntos regionales y multiétnicos se caracterizaban no por fronteras estables y precisas, ni tampoco por figuras claras de soberanía, sino por una gama compleja de colores verticales, de ejes laterales, de redes a menudo imbricadas las unas con las otras según el principio de la mezcla y de la multiplicidad."

(...)

"El drama de la colonización no consistió en el recorte arbitrario de entidades que antes estaban unidas - la balcanización que siempre denunció la vulgata afronacionalista. Por el contrario, consistió en tallar pseudo-Estados a partir de lo que fundamentalmente era una federación de redes, un espacio multinacional constituido, no por "pueblos" o "naciones" en cuanto tales, sino por redes. Consistió en querer fijar fronteras rígidas a lo que estructuralmente era un espacio de circulación y mercadeo, flexible, de geometría variable."

Y en el fondo, lo sigue siendo. Bayart y Geshiere concluyen que, pese a todo, las diferentes nociones de autoctonía podrían contribuir en el largo plazo al desarrollo de nuevas "comunidades imaginadas" que den soporte a la democracia en África, que vinculan a cierta concepción del Estado. Pero, ¿no será que la democracia en África -y, por qué no, también en Europa- necesita otra manera de entender esa conflictiva trinidad formada por la identidad, la propiedad y la ciudadanía?

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Escrito por: Samuel.2011/04/30 22:50:53.887000 GMT+2
Etiquetas: achille-mbembe migraciones identidad áfrica alógenos democracia autóctonos nigeria jean-françois-bayart | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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