No sabía (o al menos no lo recordaba) que el editor jefe del diario mexicano La Jornada era un navarro llamado Josetxo Zaldua. La víspera del triunfo de Trump, el primer domingo de noviembre, Berria publicó una entrevista hecha por Igor Susaeta: «Independentistok politika egiten ikasi beharra daukagu». Susaeta es un periodista en excedencia que lleva varios meses en Ciudad de México y que va contando cómo le va en un blog en euskera: Mexiko Hiritik (Desde la Ciudad de México).
El punto de vista de Zaldua es interesante porque lleva en Latinoamérica desde comienzos de los 80. Habla de México, de La Jornada y del periodismo en general, de la izquierda, de su paso por ETA y de cómo ve las cosas en Euskal Herria y, finalmente, de la situación en los países de Sudamérica (Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador).
Josetxo Zaldua «Los independentistas hemos de aprender a hacer política»
Josetxo Zaldua (Elizondo, 1951) es muy futbolero. Siempre que tiene necesidad de ello, escribe una columna sobre fútbol en La Jornada y en la televisión de su despacho siempre hay algún partido que ver. Zaldua era un fino centrocampista de la cantera de Osasuna, pero se destrozó la rodilla con 18 años. Ese fue el primer golpe que recibió; el segundo vino unos diez años después, cuando tuvo que exiliarse al ser acusado de ser miembro de ETA. «La mía es la historia de varios cientos de personas más, la de quienes antes y después de mí tuvieron que tirar por esa vía. Mis labores en la organización no tenían ninguna importancia...»
Llegó a México a comienzos de los 80, y fue entonces cuando comenzó a «reconstruir» su vida. Pronto encontró trabajo en el periódico Unomasuno y, junto con otros compañeros y compañeras, creó La Jornada en 1984. Fue corresponsal en Centroamérica entre 1983 y 1990; de toda Latinoamérica entre 1990 y 1995. Desde 1996 es editor jefe del periódico.
Está muy agradecido a la vida, porque le parece que «ha tenido mucha suerte», y también muy agradecido a México. Aunque tuvo que pasar 25 años sin pisar Euskal Herria, cuando se muera, «y no será muy tarde», ha dejado dicho que parte de sus cenizas sean llevadas a Amaiur, Navarra. «Los restos de mis padres también están allí». Cada vez que vuelve, siente que ha necesitado de su tierra.
Fotografía: Igor Susaeta
México: periodismo y política
Igor Susaeta: La Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) ha ofrecido recientemente este dato: desde el año 2000, han matado a 114 periodistas en México. ¿Hasta qué punto condiciona esto la actividad de los periodistas?
Josetxo Zaldua: Yo creo que no la condiciona. Ahora bien, conviene diferenciar dos cosas: no es lo mismo ser periodista en Ciudad de México o serlo en zonas calientes por la influencia del narco. Las compañeras y compañeros que trabajan en la periferia violenta del norte y del sur de México han de tener en cuenta los peligros que corren, pero trabajan de la misma manera. Admiro la pasión de estos compañeros. A los enviados especiales de nuestro periódico que trabajan en esas zonas les digo siempre que no queremos mártires, que son ellos mismo quienes deben valorar lo que pasa y que no tienen por qué correr riesgos, pues no merece la pena perder la vida por una noticia.
Igor Susaeta: La Jornada es un diario de referencia para la izquierda mexicana. Vuestro principal leitmotiv es dar voz a quienes no tienen sitio en el resto de medios. ¿Basta con eso para competir en el mercado?
Josetxo Zaldua: Sí. Hay un valor que cuidamos por encima de cualquier otro: la credibilidad. Es muy difícil conseguir la credibilidad, y la puedes perder en una fracción de segundo; y recuperarte de ese golpe es casi tan complicado como subir el Everest en pijama. Nosotros, por ejemplo, no publicamos fotografías que insultan el sentido más básico —el buen sentido, claro—, porque pensamos que no aportan nada informativamente hablando. Al contrario: ayudan a embrutecer la sociedad. Pero, cuidado, que también podemos equivocarnos, pero en ese sentido también somos modélicos en este pueblo. A nadie le gusta reconocer que ha metido la pata, pero nosotros sí que lo hacemos.
Igor Susaeta: «Siempre hemos tenido una difícil relación con los poderes político y económico». Es una frase tuya. ¿Habéis tenido que superar más obstáculos que el resto?
Josetxo Zaldua: Claro que sí. Los representantes de los ámbitos político y empresarial tienen miedo a la hora de hablar con nosotros; para ellos es más cómodo hablar con otros medios. Ven a un periodista de La Jornada y piensan: «¿Qué me va a preguntar?». Por decirlo de alguna manera piensan que somos el diablo, porque creen que molestamos; de todas maneras, seguro que nosotros también hemos ayudado a crear esa imagen y no me avergüenzo de ello.
Igor Susaeta: En tu opinión, en México no sólo peca de falta de credibilidad el discurso gubernamental, sino que también el de todos los políticos. ¿Piensas que la política institucional se ha rendido y que la gente está asqueada?
Josetxo Zaldua: La gente está muy cansada y eso queda claro cada vez que hay elecciones. Cuando no hay confianza en los políticos, la gente demuestra su enfado no acudiendo a votar; por eso son las democracias más débiles. La principal falla de México es que la ciudadanía no se cree ninguna palabra de sus dirigentes. Si las autoridades, sean de donde seam, dicen que algo es negro, nosotros, la gente, decimos: «Pues mira no, es blanco». Es un drama.
El exilio
Igor Susaeta: Te acusaron de ser miembro de ETA y tuviste que huir del País Vasco en 1978. ¿Es eso una carga que tienes que sobrellevar durante toda tu vida?
Josetxo Zaldua: No, nunca ha sido una carga para mí. Es agua pasada, aunque son historias dolorosas. Creo que muchas cosas se hicieron mal, pero fue la situación que nos tocó vivir a los jóvenes de entonces, cuando estás en medio de ese remolino... Ahora, a posteriori, es muy fácil juzgarlo todo y aquí siempre se habla de buenos y de malos. Puedo aceptar que las víctimas fueron las buenas, pero para nosotros aquel era un conflicto abierto. El modo de combatirlo es discutible, claro, y no hay dudas de que generó mucho sufrimiento.
Igor Susaeta: En los 80 fueron muchos los fugados que recalaron en México. ¿Por qué?
Josetxo Zaldua: Los principales representantes de la diplomacia vasca eran Telesforo Monzon y Santi Brouard y se tomó la decisión, previa consulta con varios civiles muy respetados en nuestro mundo, de crear una comisión. Fueron estos quienes viajaron a varios países latinoamericanos para cumplir con un cometido diplomático-humanitario. Esta delegación solicitó a varios gobiernos que abrieran las puertas a un colectivo de personas que ya no tenían nada que ver con ETA. Con una condición: todos aquellos que optaran por esta vía debían olvidarse de todo.
Dos países abrieron la puerta: México y Venezuela. A comienzos de la década de los 80, llegamos a México entre 50 y 60 refugiados. Tras ese cupo, cerraron la puerta, cambió la realidad, la política, porque también fue cambiando la visión con respecto a ETA...
Igor Susaeta: El fiscal superior del País Vasco, Juan Calparsoro, dijo en alguna ocasión que habría que estudiar la situación jurídica de los refugiados. ¿Cuál es tu situación y la de gente cercana a ti?
Josetxo Zaldua: Mi situación se puede resumir muy fácilmente: la Audiencia Nacional española hizo público un documento certificando que yo, Josetxo Zaldua Lasa, no tenía ninguna causa pendiente. Fue entre 1995 y 2000. De todas maneras, antes de que esos supuestos delitos estuvieran prescritos —no me juzgaron estando yo presente—, tenía en vigor un pasaporte español expedido por la embajada de España en México. Viajaba con mi nombre, aunque no iba a España y mucho menos al País Vasco.
Euskal Herria
Igor Susaeta: Desde el punto de vista jurídico, ¿cuál es la diferencia entre los fugados vascos y los refugiados de otros conflictos?
Josetxo Zaldua: Cuando llegué a México, conocí a guerrilleros de casi toda Latinoamérica. Había aquí refugiados chilenos, uruguayos y argentinos. Era impensable que sus gobiernos enviaran a México escuadrones de la muerte para eliminarlos. Estos refugiados comenzaron a llegar siendo presidente Luis Echeverría Álvarez [1970-1976]. Es una persona con claroscuros, pero fue la persona que abrió las puertas a los refugiados sudamericanos. No tenían estatus de refugiado político, pero sí que les dio cobijo y permiso de residencia.
Igor Susaeta: ¿Qué se puede hacer con respecto a la situación de los refugiados vascos?
Josetxo Zaldua: Cada caso es diferente. Bueno, tampoco es que nosotros tengamos que aparentar que padecemos una demencia: todo cambia dependiendo de si hay o no algún delito de sangre por medio. De todas maneras, habría que lograr un acuerdo amplio que posibilitara la regularización de estos compañeros. Ellos sólo tienen una cosa en la cabeza: volver a Euskal Herria legalmente. Pero no podrán volver mientras no se les asegure que no perderán su libertad al hacerlo. España, dejando al margen la temible cerrazón del PP, debería afrontar este problema desde el punto de vista humanitario.
Igor Susaeta: Han pasado cinco años desde que ETA anunció el fin de la actividad armada. Sin embargo, parece que el proceso de paz sigue estancado. ¿Cómo se puede desbloquear esta situación?
Josetxo Zaldua: Con el gobierno de Mariano Rajoy es muy difícil. Quien no entiende que Euskal Herria es una nación sin estado, no entiende nada. A través de vías democráticas y con la convocatoria de un referéndum, Euskal Herria y Cataluña desean decidir con toda naturalidad y respeto quedarse o no en España, tal y como sucede en Quebec o Escocia, por ejemplo. Y no entiendo que el intento de impedirlo sea considerado algo democrático. Puedo entender que haya reparos, sí, pero creo que este proceso abierto producirá alguna buena noticia que alegre e ilusione más a unos que a otros. Y, para eso, es necesario hacer política. Sobre todo en Euskal Herria, porque hay mucho por hacer. Puede que no sólo erráramos demorando la lucha armada. Soy de los que pienso que nos equivocamos, pero bueno: lo hecho, hecho está, y hay que trabajar sobre ello. Nosotros, los independentistas, hemos de aprender a hacer política.
Igor Susaeta: En opinión de Brian Currin, los agentes vascos deberían conseguir un acuerdo para apretar a Madrid, pero cree que entre los «partidos independentistas» hay falta de confianza mutua para dar más pasos hacia adelante.
Josetxo Zaldua: Estoy totalmente de acuerdo con lo que dice Currin. La cuestión radica en saber cómo puede trajabar el nacionalismo extremo con el nacionalismo moderado; por decirlo de alguna manera, con el elitista. ¡Y en el PNV hay mucha gente que no tiene nada de élite! Hemos de construir puentes, pero sólo conseguiremos ganarles por la vía política.
Por otro lado, me parece perjudicial que el independentismo caiga en el victimismo. Pongámonos manos a la obra y tratemos de convencer a la gente con nuestro programa.
La izquierda en Latinoamérica
Igor Susaeta: Cuando eras enviado especial, conociste varios procesos en Latinoamérica. Entre otros, viste cómo se respondió al neoliberalismo en la década de los 90 en Venezuela, Brasil, Ecuador... ¿Está en decadencia ese movimiento de izquierdas?
Josetxo Zaldua: El caso de Brasil es emblemático, porque el establishment (los partidos tradicionales y las empresas) ha mostrado que sabe cómo debilitar a los recién creados partidos progresistas, porque sabe cómo aprovecharse de sus errores. Lula [Da Silva] llegó al poder y todos nos quedamos con la boca abierta, porque no pensábamos que algo así pudiera suceder en un país como Brasil. Y, cuidado, porque no fue casualidad: el PT había hecho una gran labor social. Cuando se hizo con el poder, puso en marcha magníficas políticas para sacar del pozo a gente marginada. ¿Qué pasa? Que en Brasil los contrastes son tremendos. El establishment se sintió amenazado y los medios de comunicación pusieron en marcha una estrategia, la cual trajo consigo una cadena de errores, dejando a la vista la corrupción del partido y del gobierno de Lula, por ejemplo. Hubo un golpe de estado blando y este es el modelo que ahora mismo está de moda en Latinoamérica. Es un lugar apropiado para los golpistas, pero sucede que ahora ya no puedes sacar los tanques a la calle; ahora se hace de otra manera, sin derramamiento de sangre. Te ahogan poco a poco.
Igor Susaeta: ¿Y qué esta pasando en Venezuela?
Josetxo Zaldua: En Venezuela no hay chavismo sin [Hugo] Chaves; para lo bueno y para lo malo, es un personaje irrepetible. [Nicolás] Maduro no es eso, y el traje de Chaves le queda muy grande. Tal y como le ha sucedido al PT en Brasil, le han perseguido salvajemente desde dentro y desde fuera, pero sus políticas no ayudan demasiado.
Hay otro tipo de casos, de gente que ha hecho las cosas de otra manera: [Rafael] Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia. Esos países, y sus dirigentes, tienen otra tendencia. Morales viene de la montaña, por decirlo de alguna manera. No es un hombre ilustrado clásico, sino un hombre hecho a sí mismo: es inteligente, sensato, alguien que ha tenido una vida muy dura. Además, hay que tener en cuenta si esos dirigentes, sean hombres o mujeres, han sido capaces de hacer piña: es algo fundamental en cualquier orden de la vida. En el caso de Correa, sin embargo, estamos hablando de un tipo ilustrado formado en los EE.UU. No es extremista, pero sí que es nacionalista, alguien que defiende su país como buenamente puede. Es verdad que tiene conflictos con los indígenas, pero también con los medios de comunicación y con los ricos.
Igor Susaeta: Pasado mañana hay elecciones en los EE.UU. ¿Qué hay en juego? ¿Cómo puede afectar uno u otro resultado?
Josetxo Zaldua: Tanto Donald Trump como Hillary Clinton son cuervos: Clinton no tanto, pero también. Los analistas norteamericanos se han fijado en una cuestión: el botón nuclear. Porque quien se sienta en la Casa Blanca lo tiene a mano. Trump es un tipo enloquecido. Si llega al poder, y tiene muchas opciones, más allá del peligro que tiene de pulsar el botón nuclear, no creo que cambie el orden establecido; lo echarían, tal y como hicieron con John F. Kennedy, por ejemplo.
A mediados de diciembre, el escritor Ramon Saizarbitoria recibió la Medalla de Oro de Gipuzkoa. Preparó un discurso de 20 minutos que publicó íntegro el portal Zuzeu: Ramon Saizarbitoria: “Ez dugu beste erremediorik originalak izatea baino”. La intervención es bilingüe, por lo que he traducido la parte que Saizarbitoria leyó en euskera. He mantenido la de castellano separada sangrando los párrafos a la derecha. Reparte varios zurriagazos aquí y allá. Imagino que cada uno se habrá quedado con los que afectan al prójimo y no se verá reflejado en los que le corresponden.
Discurso de Ramon Saizarbitoria al recibir la Medalla de Oro de Gipuzkoa
Nos denominaron la generación del 64, porque Gabriel Aresti publicó aquel año “Harri eta Herri”, y quizás también porque fue una buena añada vínicola. Entre otros estábamos Ibon Sarasola, Arantxa Urretabizkaia, los Arregi (Rikardo, Joseba...), Anjel Lertxundi, Patri Urkizu, los hermanos Lasa (Mikel y Amaia), Xabier Kintana, Mari Karmen Garmendia, Joxe Austin Arrieta, etcétera.
Además de que éramos jóvenes, nuestra principal característica es que éramos estudiantes y, muchos de nosotros, donostiarras, por lo menos quienes formábamos el núcleo de Lur. Y que deseábamos vivir como cualquier estudiante de la época, reivindicándonos como jóvenes rebeldes; con nuestras barbas, bigotes y melenas, con tabardos y Montgomerys (Ibon Sarasola, sobre todo, con Montgomerys), pero todo ello sin renunciar al euskera.
Reivindicábamos que la modernidad no es enemiga del euskera. Y quizás lo que mejor defina esa idea fue el festival que organizamos en el teatro Victoria Eugenia el 23 de enero de 1966-este año se ha cumplido el 50 aniversario, precisamente en este 2016 tan especial-; allí reunimos a los cantautores que más tarde formaron Ez Dok Amairu; a los hermanos Zuaznabar les hicimos tocar trajeados una txalaparta que entonces estaba a punto de perderse y, como presentador del acto, me tocó soltar aquello de "Jóvenes: sed yeyés o lo que queráis, pero ante todo sed siempre euskaldunes".
El alma mater o pater de aquel acto, como de tantos otros, fue Iñaki Beobide, director de Jarrai Antzerki Taldea (grupo de teatro), y en la revista Argia dijo que le había tocado recibir anónimos que lamentaban nuestro comportamiento, porque traicionábamos el alma y las esencias vascas. Estaba claro que entonces había euskaldunes a quienes les parecía un pecado mortal cantar como Iparragirre ayudados de una guitarra.
He de reconocer que nos gustaba provocar (a mí al menos me gustaba mucho). Mi primer artículo se tituló “Ez naiz jatorra” (nota: No soy puro, auténtico, verdadero, castizo... depende del contexto). Hoy me avergüenza mucho aquella especie de manifiesto en el que me mostraba contrario a todo lo que fuera la esencia de la vasquidad, cualquier cosa que apareciera como característica de dicha identidad. Proclamé mi no-jatorrismo contra todo lo que simbolizaba la txapela. Éramos anti-folkloristas, o mejor dicho contrarios al folklorismo, contrarios a quienes se tenían como euskaldunes jatorras arrinconando el euskera pero tocando el txistu y bailando el aurresku.
Denunciábamos la postura de los acólitos de Oteiza, es decir, la de convertir nuestra identidad en mero folklore y especulación metafísica; y dimos prioridad al idioma. Euskaldun es quien habla el idioma, remachábamos orgullosamente, porque considerábamos el euskera un elemento integrador, algo que nos definía más allá de dónde habíamos nacido o de lo que pensáramos o dejáramos de pensar.
Me siento en la necesidad de ilustrar con un par de pinceladas el contexto en el que nos tocó vivir, para que los más jóvenes se hagan una idea.
En mi infancia, la vida de casa y la de la calle estaban radicalmente diferenciadas. Las de todos los niños lo estaban, pero la de los euskaldunes mucho más. Tanto es así que había compañeros de clase de quienes no supe hasta mucho después de dejar el colegio que eran euskaldunes. También recuerdo a otros que venían de los pueblos de los alrededores, a quienes les delataba el acento y les llamaban boronos.
Recuerdo una anécdota de la infancia en la que mi padre trataba de convencer a un conocido suyo de que educara a sus hijas e hijos en euskera. Me resultó extraño escuchar a mi padre valiéndose de argumentos utilitaristas como que ser bilingüe valía para aprender otros idiomas y dejando a un lado los argumentos abertzales "euskara da gurea" (el nuestro es el euskera) que usaba con nosotros, con mis hermanas y conmigo, cuando nos pasábamos al castellano.
Más tarde, cuando comenzamos a pergeñar un cómic, seguramente también empujados por Beobide, le pedía a mi madre que tratara de venderlo a las baserritarras (caseras que acudían a vender sus productos) del mercado San Martín. La pobre volvía abatida porque le decían que sus hijos sabían castellano y que no necesitaban tebeos en euskera. Es decir, que la Guardia Civil no tiene ninguna necesidad de entrar en nuestras cocinas para prohibir el euskera.
Tengo la sensación de que cuando en la calle nos cruzábamos con otro crío vascohablante le mirábamos con los ojos de quien mira a alguien que tiene la misma marca que tú. Y recuerdo, por decirlo todo, que algunas personas adultas nos saludaban con simpatía cuando nos escuchaban a mi hermana y a mí hablando en euskera en la calle; e incluso nos paraban, generalmente curas y frailes viejos, para decirnos que debíamos resistir. Y recuerdo que a nosotros nos fastidiaba, porque lo único que queríamos era ser normales.
En aquella época muchos intelectuales vascófilos se pasaban al castellano en cuanto la conversación adquiría un nivel elevado, incluso para polemizar con asuntos filológicos relacionados con el euskera. Yo los solía ver aquí al lado cuando este edificio albergaba la biblioteca provincial y José de Arteche era su bibliotecario.
Perdónenme, pero el recuerdo se me va a aquel espacio entre dos salas de lectura en el que solía estar un sombrío escribiente con bata gris que hacía uso de una escupidera de porcelana. Y aquel día en el que estaba yo consultando el fichero, José de Arteche me reconoció, me preguntó en euskera si era yo, y señalándome con dedo acusador me gritó, con voz de trueno, que tendría que pedir perdón de rodillas a Euskal Herria por lo que había escrito. Lo dijo en euskera, entre dos salas grandes repletas de gente, y me sentí morir de vergüenza, dado que pensarían que me acusaba de robar libros, puesto que muy pocos debían entenderle y muchos menos deducirían que el motivo de la bronca era que, con mis 24 años, venía de publicar una novela sobre el aborto a la que el hoy reputado grafista Alberto Corazón había puesto una Santa Bernardette en la portada.
Porque dentro de nuestras posibilidades, siguiendo la senda de Txillardegi, Aresti, Beobide -Beobide siempre-… y algunos otros más, nosotros pretendíamos expandir el euskera por todas las ramas del saber. Esa voluntad se hizo factible en la colección Hastapenak de la editorial Lur. Una colección que inauguró no por casualidad el libro póstumo de Rikardo Arregi titulado “Politikaren atarian”.
Rikardo fue una persona clave en nuestra generación: era el más maduro, el más trabajador, el mejor preparado intelectualmente de todos nosotros. Además de ser un joven atractivo, era abierto, realista, sensato y contaba con una gran visión política. Con la perspectiva que me han dado los años, me atrevería a afirmar que él era uno de los pocos que tenía sentido político. Cuando la mayoría pretendíamos asaltar los cielos, él ya había previsto que el futuro era esto que tenemos ahora y que había que prepararse para mejorarlo.
Una noche, ya de madrugada, me dijo en la plaza de Andoain: “Egunen batean gipuzkoako diputatu izango naiz gorteetan" (Algún día seré diputado por Gipuzkoa en las Cortes). A mí me resultó chocante aquel deseo suyo. No pudo cumplirlo porque la muerte se lo llevó demasiado pronto en un accidente estúpido, pero quienes lo conocimos sabemos que era capaz de eso y, si se lo hubiera propuesto, también de ser lehendakari.
Nos conocimos aquí al lado, en el Bar Lasarte de la calle Elkano, en una cita organizada por un dirigente (se entiende que del PNV). Debíamos acudir con un periódico bajo el brazo, no recuerdo cuál, y yo debía preguntarle: “andoaindarra al zara?" (¿Eres de Andoain?), y él a mí: “eta zu donostiarra al zara?" (¿Y tú eres donostiarra?)… Una medida totalmente inútil, porque al día siguiente ya éramos amigos y andábamos jugando a la pelota en el frontón de su casa.
Rikardo era un intelectual y un hombre de acción. Un hombre encorbatado como Camus, pero sin cigarro. Suya fue la idea ambiciosa que se extendió por toda Euskal Herria de hacer una campaña de alfabetización, campaña que luego dirigiría su hermana Begoña. Pasamos varios años de pueblo en pueblo hablando de cualquier tema, robando tiempo de la formación que tanto necesitábamos.
Éramos diferentes: él más serio, yo más revoltoso. Él me animó a que escribiera. Zeruko Argia también estaba cerca, en los Capuchinos, y Rikardo se encargaba, con la ayuda de José Manuel Toledo, de la colección política “Erriak eta gizonak” (Pueblos y hombres). Yo creé una nueva colección, “Gazte naiz” (Soy joven), más ligera y literaria por decirlo de alguna manera. Debía de tener 21, Rikardo 23, porque recuerdo que mataron a John Kennedy y, por tanto, era 1963. Kennedy era la cabeza del imperio, quien invadió Bahía de Cochinos. Rikardo le dedicó un artículo titulado “Gizon bat hil dute” (Han matado a un hombre). Un buen título, que me marcó para siempre, y que me da a entender cuál sería su postura ante la violencia política que hemos sufrido durante años.
Me resulta inevitable citar en este acto a Ibon Sarasola. Ibon era intransigente con la tontería, con la vulgaridad, con el afán de notoriedad, con las horteradas. Disponía de un fino olfato, era muy sagaz a la hora de descubrir eso tan especial de un texto, eso que hace que lo califiquemos como literario... para descubrir ese tono literario, quiero decir.
A Ibon le envié el manuscrito de mi primera novela, Egunero hasten delako. Quiero decir que estaba escrita a mano y que era un texto único; es decir, que me quedé sin ninguna copia. Debía de tener una gran confianza en el servicio postal o muy poca en la calidad de mi novela, y no me importaba perderla, porque un escritor famoso me dijo tras leerla que no tenía un euskera muy bueno. Pero la cuestión es que a Ibon le gustó y que me ayudó a reescribirla. Quizás sin su ayuda no habría publicado aquella novela y no habría ni segunda ni siguientes novelas; no sé si debo agradecerle el empujón.
Reconozco que durante mucho tiempo él ha sido mi lector modelo. Que mientras escribía me he parado muchas veces a preguntarme qué es lo que pensaría Ibon si lo leyera... Si torcería el gesto al leerlo.
Tampoco quisiera dejar sin citar algunas personas mayores, gente ya reconocida entonces. Porque no fueron pocos quienes nos ayudaron y apoyaron: por ejemplo, Karlos Santamaria y Koldo Mitxelena. Mitxelena pregonó que la juventud tiene la razón biológica, para expresar así que el euskera unificado no tenía marcha atrás. También tenemos que reconocer que Euskaltzaindia (la Academia de la Lengua Vasca) nos abrió sus puertas muy pronto; y que le dio a la campaña de alfabetización todo el apoyo que pudo.
La mayoría de las reuniones de Euskaltzaindia se hacían aquí, en este palacio. Aquí, en los alrededores de la plaza Gipuzkoa, se han materializado los acontecimientos más importantes que ha vivido el mundo de la cultura en euskera. Aquí nació la prensa vasca, aquí se oyó por vez primera euskera en un teatro y, por eso, quiero resaltar la relación entre Donostia y el euskera.
Asimismo, quiero homenajear a una generación donostiarra que me precedió un siglo antes, una generación que no ha recibido el reconocimiento exterior, formada por escritores de ideas y profesiones liberales. Antonio Arzak, Indalezio Bizkarrondo, Marcelino Soroa, Bitoriano Iraola, Serafín Baroja…
Es sabido que el hijo de Serafín, Don Pío, no amaba demasiado San Sebastián, quizás por llevarle la contraria a la figura de su padre; porque el amor que Serafín profesaba por Donostia era inmenso. Y, por decirlo todo, porque seguramente el hijo no le perdonaba que un ingeniero de minas perdiera el tiempo y las ganas escribiendo óperas en euskera en vez de enriquecerse. Pío Baroja dejó dicho de su padre y de sus amigos, con bastante desprecio creo yo, que ellos escribían sobre lo externo para los lugareños, mientras que él escribía sobre lo local para que fuera conocido fuera.
Teníamos el mismo objetivo que Don Pío achacaba a su padre. No podía ser de otra manera, porque escribíamos en euskera sin la menor intención de ser traducidos y conviene tener en cuenta que, al igual que Txillardegi, yo mismo había ambientado una novela en el extranjero.
Pero las cosas han cambiado, ya que hoy en día son varios los escritores vascos leídos más allá de nuestras fronteras, aunque la intención del poeta Etxepare y del instituto homónimo, euskara jalgi hadi mundura, se haga las más de las veces en castellano; ya que las obras en euskera cada vez se traducen más y antes a ese otro idioma nuestro. Son muchas las consecuencias que esta nueva manera de proceder puede acarrear a la evolución de nuestra literatura, y aunque la mayoría sean positivas, tampoco conviene obviar que el hecho de que nuestras obras compitan con sus traducciones en las librerías de Euskal Herria tiene también sus riesgos.
Hemos crecido a gran velocidad y crecer nos obliga a enfrentarnos a nuevos desafíos. Resulta evidente que había que andar el camino y debemos felicitarnos por los indicadores que, como la tasa de hablantes, difícilmente pueden ser más positivos. Pero tampoco debemos incurrir en un optimismo imprudente, el optimismo de aquel que cae de lo alto de un rascacielos y, al pasar por el piso 17, cuando le preguntan ¿qué tal?, dice: de momento voy bien.
Tengo la sensación de que nos encontramos a medio camino hacia alguna parte, con el culo entre dos sillas, si se me permite la expresión; entre el desarrollo y el subdesarrollo, por decirlo así. Y como es sabido, los especialistas en desarrollo advierten que en muchos aspectos la fase intermedia puede ser la más peliaguda, puesto que no es raro que concurran en ella factores negativos de los otros dos estadios. Lo que pretendo señalar es la necesidad de evitar caer en la autocomplacencia, de ser autocríticos y ponerse a considerar si no sería útil tratar de recuperar algunas actitudes y prácticas del pasado. Añoranzas de aquellos tiempos, nostalgia de viejo, es posible.
No me hagáis demasiado caso, porque probablemente se haya apoderado de mí la melancolía del viejo. Si tuviera que crear hoy una nueva colección, la titularía “Zaharra naiz” (Soy viejo), pero seguiría pregonando que sigo sin ser jatorra.
Y diría que el mundo va como va, que no podremos jamás superar la incertidumbre, que siempre seremos especiales. Y que la mejora no vendrá de copiar miméticamente lo que hacen los grandes, que el inglés o el castellano, ni siquiera el catalán, nos sirven de modelo, y que no nos queda otro remedio que ser originales.
Echaría mano del compromiso de cuando éramos más pequeños y más pobres, del entusiasmo de cuando no teníamos apoyo institucional; echo en falta aquel tiempo en el que la gente acudía a los euskaltegis (academias para el aprendizaje del euskera) por amor, por solidaridad y porque era divertido; cuando los padres y las madres optaban por las ikastolas porque en ellas se desarrollaban los proyectos más avanzados o porque el profesorado era el más comprometido. Extraño la época en que los límites entre la cultura y la subcultura, la literatura y la subliteratura era mucho más definidos.
Me apena la creciente antropologización del término cultura. Que cualquier cosa, correr con un eslogan en la camiseta, tirar de una cuerda de un lado a otro de un puente, abrir un grupo de paraguas ¡de colores! en una playa, cocinar bacalao al pil-pil en una plaza, se considere cultura.
Me da rabia la reducción de lo cultural al entretenimiento, que las inversiones en cultura se tengan que justificar como medio para traer turistas que compren camisetas Basque Country y coman banderillas. Me da pena que muchos jóvenes abandonen la escuela sin saber leer, sin saber música y que se intente obviar que disfrutar de lo mejor requiere entrenamiento.
Me saca de mis casillas la vanidad de la juventud que para significarse e infravalorar a la mayoría que se euskalduniza en la escuela va pregonando por ahí su dialecto de barrio. No puedo aguantar el euskera muchas veces incomprensible usado en ETB (Euskal Telebista). Me da rabia la actitud de quienes justifican el simplismo de su trabajo en aras de la difusión. Me parece lamentable la tendencia a vestir la demanda de creatividad cultural. Resulta insoportable pagar y promocionar con dinero público la vulgaridad y la basura, sobre todo la dirigida a los jóvenes y, especialmente, en la escuela. Porque ayer como hoy pienso que la calidad nos puede salvar.
Preferiría que algunos no fueran tan lejos en sus reivindicaciones; no me parece inteligente pedir más de lo que podemos gestionar. Me desconcierta lo exigentes que somos en nuestras reclamaciones, muchas veces hasta resultar intolerantes con los más debiles, y qué tibios y dóciles en otras situaciones en las que se arrincona y desprecia el euskera.
No entiendo a quienes son incapaces de asumir que el euskera necesita de todos, incluido a los que no lo hablan. Me parecen tan patéticos los que llevan la boina con orgullo como los que se avergüenzan de ponersela.
Podría continuar ad infinitum o ad absurdum, pero he superado ya el tiempo razonable. Me voy tal y como he comenzado: muchas gracias por este honor que recibo en nombre de una generación. Todo lo que he hecho antes y ahora lo he hecho disfrutando, nadie me debe nada, por tanto. Y nadie me puede quitar la pena de no haber hecho más cosas y mejor. Muchas gracias.
No sé si se puede calificar una presentación como fracaso. Tal y como reconocía ayer mismo un editor, en el mundo literario ahora (más que nunca, creo que añadió) una cosa es vender libros y otra escribir buenas obras.
Además, ¿quién reconocer públicamente sus derrotas? Por ejemplo, ¿va a salir alguien diciendo que el problema de los resultados de PISA es suyo? Sí, seguro. Todos sabemos cómo funciona esto.
Me he acordado de Jacques Prévert. En la estación de tren de Gineba, esperando a John, me acerqué a una librería. Mientras pasaba el tiempo mirando libros, encontré un ejemplar de Paroles.
Conocí a Prévert gracias a Jabier Muguruza; en un disco publicado en el 2001 (Hain guapa zaude), había una versión en euskera de Le concert n'a pas été réussi (Kontzertuak frakaso egin du). Es decir, El concierto ha fracasado).
Navegando en la red he descubierto un disco de Yves Montand dedicado al poeta. Y aquí está la canción y un poco más abajo la letra en francés.
Compagnons des mauvais jours Je vous souhaite une bonne nuit Et je m’en vais. La recette a été mauvaise C’est de ma faute Tous les torts sont de mon côté J’aurais dû vous écouter J’aurais dû jouer du caniche C’est une musique qui plaît Mais je n’en ai fait qu’à ma tête Et puis je me suis énervé. Quand on joue du chien à poil dur Il faut ménager son archet Les gens ne viennent pas au concert Pour entendre hurler à la mort Et cette chanson de la Fourrière Nous a causé le plus grand tort. Compagnons des mauvais jours Je vous souhaite une bonne nuit Dormez Rêvez Moi je prends ma casquette Et puis deux ou trois cigarettes dans le paquet Et je m’en vais... Compagnons des mauvais jours Pensez à moi quelquefois Plus tard... Quand vous serez réveillés
Pensez à celui qui joue du phoque et du saumon fumé Quelque part... Le soir Au bord de la mer Et qui fait ensuite la quête Pour acheter de quoi manger Et de quoi boire... Compagnons des mauvais jours Je vous souhaite une bonne nuit... Dormez Rêvez Moi je m’en vais.
Egun txarretako lagunok Gau onak eman Eta alde egiten dut. Errekaudazioa txarra izan da Errua neurea da. Huts guztiak Ene gain hartzen ditut Entzun egin behar nizuen Cocker musika gehiago Jo behar nuen Gustatu egiten da musika hori Baina egin dudana egin dut Eta gero urduri jarri Fox-terrier musika jotzean Arkua afinatu egin behar da Jendea ez doa kontzertura Herioari zaunkaka aditzera Egun txarretako lagunok… Lo egin Amets egin Nire aldetik ene bisera hartu Eta bi hiru zigarro paketetik Eta banoa… Noizean behin har nazazue gogoan Gero… Esnatzen zaretenean Gogoan har foka eta izoki musika Musika hori jotzen duena Gauez Itxas ertzean Egun txarretako lagunok Gau onak eman Eta alde egiten dut Lo egin Amets egin Ni banoa.
Del 18 al 20 de noviembre, estuvimos visitando a unos amigos en Ginebra. Pero antes la crónica tiene que comenzar por los años 90, Bergara.
John
El protagonista principal es un joven John que vino a comienzos de los 90 del siglo pasado a mejorar su castellano en Bergara, casi-casi movido por el "sol, toros, playa" que soltaba como "boutade". Nada más aterrizar en Bilbao, se dio cuenta de que llovía tanto como en su ciudad natal (Glasgow).
A los pocos días vivió su primera manifestación: "beltzas" (los antidisturbios de la Ertzaintza) por un lado y jóvenes abertzales por otro. No sabía muy bien qué estaba pasando. Pero sí que se dio cuenta de que apenas nadie celebraba los goles de la selección española en un bar del pueblo.
Dos años como profesor de inglés hicieron que se convirtiera en alguien bastante conocido en el pueblo. Recuerdo haber ido con él una vez y no parar de saludar a gente, algo que todavía es habitual cuando aterriza por allí.
Siguiente parada, Donostia. Aquí vivió dos o tres años más. Creo que lo conocí en Anoeta, porque nos presentó un amigo común. Como ambos trabájabamos en la Parte Vieja, la relación se estrechó.
Lola
Un verano conoció en Escocia a una chica de Málaga que estaba allí estudiando inglés. A los dos años se casaron en el pueblo de la chica. Era junio de 1996 y, en un hotel de la Costa del Sol, nos juntamos un variopinto grupo de invitados: andaluces, escoceses, vascos... Se jugaba la Eurocopa de fútbol y los guiris seguían los partidos embutidos en las camisetas de sus respectivas selecciones.
Tras pasar dos o tres años por tierras andaluzas (Málaga, Córdoba), John consiguió un contrato en el British Council y se mudaron a Lisboa. Allí tampoco superaron los dos años.
Jack
Cansados un poco de estas tierras, cruzaron el charco: Caracas. Allí estuvieron tres años que valieron por diez.
Lola se quedó embarazada y nació Jack. Cuando éste tenía seis meses, se volvieron para Europa: Suiza, Ginebra. Tiene pinta de pasarse del vino al agua, como les pasa a los txikiteros que hacen caso al médico. Allí llevan ya doce años trabajando como profesores en un colegio internacional.
Ginebra
El colegio tiene dinero y esta pareja tiene ganas de hacer cosas. Así, han invitado a varias docenas de personas a lo largo de estos años. El último fue un periodista de la BBC y el penúltimo Alex Salmond, el político escocés.
La relación de John con el País Vasco es grande y eso le ha llevado a invitar a gente como Kirmen Uribe, Martxelo Otamendi, Jon Garaño, Eva y Zigor Argiñano, Edurne Pasaban, Karlos Zurutuza, Mikel Urmeneta... y el 8 de dciembre (si no recuerdo mal), Joseba Errekalde.
La lista internacional también ha sido importante: Sergio Ramírez, Leonardo Padura, John Carlin, Juan Villoro, Héctor Abad Faciolince, David Grossman, Eva Scholss, Estela di Carlotto...
Fin de semana
La cosa es que llevaban tiempo diciéndonos que teníamos que ir para allá (no a engrosar la lista arriba citada, sino como invitados a su casa) y es lo que hicimos el fin de semana del 18 al 20 de noviembre.
Había un vuelo a buen precio desde Burdeos y en 80 minutos cruzas Francia para aterrizar en el aeropuerto ginebrino. Desde allí, tienes varios trenes (billete gratuito) que te acercan a la estación de la ciudad en menos de diez minutos. El pueblo donde viven está a unos quince-veinte kilómetros y allá nos quedamos a la espera.
El sábado dimos una vuelta por Ginebra y el domingo nos acercamos a Lausana, Montreux y Vevey. Merece la pena visitar, por ejemplo, en Vevey el museo en honor de Charlie Chaplin inaugurado esta pasada primavera: Chaplin's World.
He subido diez fotos a Flickr. Solo me queda dar las gracias a los tres: John, Lola y Jack.
Dentro de las actividades organizadas por la capitalidad cultural Donostia 2016, hay un ciclo de conversaciones (im)posibles entre personas (creo que la mayoría escritores) que mantienen puntos de vista diferentes sobre un tema en concreto. El pasado jueves se celebró uno de esos encuentros y les tocó el turno a Fernando Aramburu y a Ramon Saizarbitoria. Alberto Moyano ya adelantó el mismo jueves en twitter que se había producido un desencuentro entre ambos y lo desarrolló el sábado en una crónica: Tenso debate entre Saizarbitoria y Aramburu.
Entre el público también estuvo el periodista (ahora en excedencia) y escritor Juan Luis Zabala. La crónica que reprodujo en su blog es más personal y subjetiva, pero me parece también muy interesante y por eso la he traducido del euskera: Saizarbitoriaren ‘zaska’ Arambururi eta beste emozio batzuk.
Actualización: 13:35 horas del 7 de noviembre. Ya está disponible el vídeo. Lo pego aquí mismo.
"Zasca" de Saizarbitoria a Aramburu y varias emociones más
Una mezcla de curiosidad y oportunidad fue lo que me llevó el jueves al anochecer a la Librería Lagun a escuchar el diálogo que iban a mantener Ramon Saizarbitoria y Fernando Aramburu en un acto organizado por Donostia 2016 y que contó con Ignacio Latierro (nota: librero y con una amplia trayectoria política en los 70 y primeros 80 en el PCE; ya en los 90 fue parlamentario vasco en las filas del PSE-EE) como conductor del mismo. No tenía ninguna intención de acelerar el ritmo de mi corazón y de ponerme a hacer series, pero he de reconocer que hubo momentos en los que internamente me encendí.
Antes de hablar sobre mis emociones, sin embargo, he de decir que me gustó mucho Saizarbitoria y que, a mi entender, tal y como se dice ahora, le dio un buen zasca o sopapo -dialéctico- a Aramburu y que Aramburu se quedó, en general, sin argumentos con los que responderle, como un náufrago que se aferra a cualquier tabla a mano. Puede que me haya puesto demasiado hooligan al escribir esto, pero yo creo que hasta el más ferviente admirador de Aramburu reconocería que el jueves Saizarbitoria le dejó más de una vez sin capacidad de respuesta, y que no hubo ninguna reacción al revés en ningún momento.
Saizarbitoria dijo, entre otras muchas cosas, que a él no le parece que la literatura en euskera (...) sea una literatura hiper-subvencionada; que él, al menos, no se siente un escritor hiper-subvencionado ni por asomo (...); que quejarse de que la literatura en euskera está subvencionada en exceso es como quejarse de que hay demasiada RGI (Renta de Garantía de Ingresos); que las subvenciones que se dan a la literatura en euskera son como las que se dan a los discapacitados; que quien es un verdadero enemigo de las injusticias y de los abusos tiene antes muchas más cosas a las que prestar atención; y que, sobre todo, decir que aquellos escritores que escriben en euskera renuncian a decir lo que piensan por mor de la subvención -no se le habían olvidado estas declaraciones de Aramburu— suponía insultar a los escritores euskaldunes y que, cuando él oye esto y cosas parecidas, se siente tal cual: insultado.
Por tanto, en general, todo transcurrió bien y el diálogo resultó sensato, rico y didáctico. Y, he de reconocer que esto también influyó, fue mi equipo quien ganó el partido. Así aplaudí con ganas al final del acto.
¡A pesar de todo, enfurecido!
De todas maneras, tal y como he dicho al principio, en algunos momentos puntuales y en contra de mi voluntad, me enfadé; en dos momentos especialmente: por un lado, cuando Aramburu afirmó que los escritores en lengua vasca cobran 400 euros cada vez que van a una escuela a dar una charla; por otro, cuando dijo que Euskal Idazleen Elkartea recibe 60.000 euros de subvención cada año y que la Asociación de Escritores de Euskadi —“una asociación que también acepta a quienes escriben en euskera” remachó Aramburu, recordando que Euskal Idazleen Elkartea no obra de manera tan inclusiva, porque no acepta como socios a escritores que no escriban en euskera— se quedó sin ayuda del Gobierno Vasco, aunque, finalmente, renovando la petición, recibió 5.000 euros, según parece.
Por ello, nervioso y con casi la absoluta seguridad de que me iba a arrepentir, pedí la palabra al final del diálogo para decir —no tan claramente como lo he hecho aquí, sino de manera mucho más atropellada, porque no me desenvuelvo bien en público—, por un lado, que los escritores no reciben ni la mitad de lo que dice Aramburu por dar una charla en un colegio [ayer Zabala señaló en twitter que son 208 euros en bruto; 176,80 practicada la deducción del IRPF]; y, por otro, que Euskal Idazleen Elkartea es una asociación creada hace mucho, que entre sus fundadores está alguien como Anjel Lertxundi —y me da pena no haber citado entonces al ya fallecido Juan San Martín, por ejemplo, o al también presente en la sala Patri Urkizu—, que con el transcurso del tiempo se ha hecho con algunas tareas fijas y que, quizás, otras asociaciones —como la de Euskadi— para conseguir una subvención de ese calibre tendrán que hacer un trabajo y desarrollar una trayectoria similar. Además, comenté —porque a mí tampoco se me habían olvidado aquellas declaraciones de Aramburu— que la víspera charlé con un amigo sobre Bizia lo (Letargo en castellano) de Jokin Muñoz, un libro de cuentos que hace una crítica afilada a ETA y a la izquierda abertzale; libro escrito en euskera y publicado en el año 2003. Finalmente, y aprovechando que Mikel Hernandez Abaitua también estaba presente, recordé que él también había transitado anteriormente por ese camino, y que, si se busca, también hay más escritores por ahí...
Entonces fue Latierro quien me encendió, porque señaló: "Sí, Jokin Muñoz, es verdad, pero ya sabes... Jokin Muñoz no es un escritor que tenga mucho eco, no se cita mucho..." Viniendo a decir —al menos es lo que yo entendí—: “Sí, la literatura en euskera esconde este tipo de escritores”. ¡Redios! ¡La matraca de siempre!
¡Seréis vosotros quienes no lo citéis, Ignacio! Bizia lo ganó el Premio Euskadi en el 2004 y, desde entonces, Jokin Muñoz es para mí un escritor “canónico” en la prensa en euskera y, en general, en el sistema literario en euskera; y siempre que Muñoz publica un libro, podrás leer amplias entrevistas aquí y allá. Por tanto, ¿en qué ambiente y para quién es Jokin Muñoz un escritor no muy citado y sin demasiado eco? ¿Y de quién es la responsabilidad, la culpa?
No le respondí a Latierro para no monopolizar el turno de debate, pero, tal y como habréis adivinado, me quedé con las ganas de hacerlo.
Al salir de la librería y camino de casa, ya en mi mundo, me di cuenta de que hay mucho erdaldun (gente que no sabe euskera) que me provoca unas enormes ganas de no saber nada de castellano. Y no por ningún tipo de menosprecio u odio hacia ellos o hacia el castellano; no, sino porque pienso que es la única manera de empatizar con ellos; porque es la única forma de entender cómo leches piensan y dicen todo lo que piensan y dicen sobre el euskera y los vasco-hablantes.
Sin embargo, parece que, desafortunadamente, no podremos jamás llegar a ese grado de empatía, porque casi es tan complicado olvidar el castellano como que algunos no vasco-hablantes aprendan euskara.
P.S.: Como la conversación está en twitter (de estar en algún sitio), pongo aquí el enlace donde he colgado este texto, ya que hay unos cuantos comentarios interesantes.
Nos despertamos en Baia Mare y dormimos en Suceava. Para ello, salimos del hotel a las 8:30 de la mañana y, 234 kilómetros después, llegamos a eso de las 16:00 horas a nuestro nuevo hotel. Estuvimos parados unos veinticinco minutos en un pueblo para que nos dieran paso porque había una obra de 3 kilómetros y no había manera de pasar. Comimos en el camino, cerca de Humor, a unos 40 kilómetros de Suceava.
A veces parecía que estábamos en los Alpes o en los Pirineos. Por ejemplo, el sitio donde paramos a tomar café era precioso; lástima el ruido del ir y venir de los coches que impedían la contemplación.
El Hotel Sonnenhof era el que habíamos contratado en Suceava, uno de los mejores del viaje. Era estandar, pero tenía ascensor, lo cual parecerá una tontería pero a la hora de mover las maletas es bastante importante.
Suceava debe de ser, por territorio, la segunda ciudad más grande de Rumanía, pero la población no llega a los 100.000 habitantes. Al atardecer, nos costó encontrar el centro de la ciudad y, finalmente, cenamos en una terraza de una plaza grande. El dueño estaba sentado, mirando el teléfono, mientras dos chicas muy responsables ponían buena cara y se movían deprisa de un sitio para otro.
Salí a trotar por la mañana y, después de desayunar bastante bien, nos dimos cuenta de que teníamos una pequeña avería en el coche, hecha la víspera al salir del aparcamiento situado cerca del Mercado Central. No me di cuenta de que el parachoques estaba atrapado en el bordillo del jardín y sí que oí un ruido al moverlo. Como era de noche, continuamos la marcha y fue el domingo por la mañana cuando ví que el parachoques estaba suelto.
Con la ayuda del chico que estaba en recepción, hablé con la oficina de la empresa de alquiler de Autonom en Otopeni (el aeropuerto de Bucarest) y fueron ellos quienes nos dijeron que sería la oficina de Suceava la que asumiría la asistencia.
Tras una larga espera de un par de horas, recibí un correo en el móvil: que llamara a la oficina de Suceava. Aunque parezca extraño, sin decirnos nada a nosotros, habían pasado por el aparcamiento del hotel y puesto el parachoques en su sitio.
Siguiendo sus indicaciones, llevamos el coche a la oficina, situada a unos diez kilómetros, y nos prestaron un Renault Clio por veinticuatro horas. El lunes a primera hora el carrocero fijaría la pieza convenientemente.
Al mediodía nos fuimos a Gura Humorolui, pero no había sitio para comer en el restaurante que queríamos y nos movimos hacia el Monasterio Voronet. Había un hotel majo en el camino y paramos para ver cómo estaba el restaurante (La Conac in Bucovina): allí también había mucha gente y pedimos un par de ensaladas para no complicar mucho más las cosas.
Cerca había un sistema de telesilla que, aparentemente, te subía a una estación de esquí. A mano izquierda, tras cruzar un puente un tanto danzarín, había una zona de ocio: se podía correr, caminar, practicar Nordic Walk, etc. Cerca del río los domingueros de rigor se dedicaban al deporte de la barbacoa.
En verano cierran los monasterios a eso de las 19:00 horas y, por tanto, sólo teníamos tiempo para ver dos: elegimos Voronet y Humor. Unas cuantas cosas sobre los monasterios:
Destacan las pinturas del exterior, las cuales tenían como objetivo transmitir las enseñanzas de la Biblia a las y los fieles de la época (en su mayoría analfabetas).
Es necesario pantalón o falda largos a la hora de acceder a los lugares. Pero no te preocupes, porque te dan pañoletas para taparte las piernas.
Cada entrada costaba 5 lei (1,30 euros más o menos). Había que abonar también otro tanto para sacar fotografías o el doble para grabar vídeos, pero yo nunca pagué y no vi en ningún sitio a nadie que controlara eso.
Lógicamente en el interior de las iglesias las pinturas están mejor conservadas, pero allí no se puede sacar fotografías o grabar vídeos.
Sorprende la devoción de la gente en el interior de los templos.
Cobrando entradas, controlando accesos, vendiendo souvenirs... había monjas, sobre todo.
Tras la visita a los monasterios, en Humor vimos una boda. No era la primera de todo el viaje, pero sí que fue la primera vez que pudimos sacar fotos. Era domingo por la tarde, a eso de las 19:00 horas. El vídeo es muy malo, pero vale para ver cómo accedieron a la iglesia.
29 de agosto, lunes. Suceava - Slanic Moldova
Antes de las 10:00 de la mañana estábamos en la oficina de Autonom de Suceava. Pocos minutos después trajeron el coche. Le dijimos que estábamos interesados en prorrogar el alquiler un par de días más y el tipo nos dijo que ya nos arreglaríamos al final en Otopeni.
De todas maneras, envié un correo con dos preguntas:
¿Cuánto nos iba a costar el arreglo del parachoques?
¿Cuánto nos costaría la prórroga?
Llegamos al mediodía a Slanic Moldova, pero nos costó un rato encontrar el hotel Vila Siam. Finalmente aparcamos debajo y, tras comer en el pueblo, subimos las escaleras con un par de maletas. Lo que aparentemente era la entrada estaba cerrada, pero la verdadera estaba a mano derecha, bajo un toldo. Nuestros anfitriones nos dieron un par de pasteles de coco y vino dulce australiano. Nos vino muy bien para subir otros dos tramos de escaleras con las maletas.
Tras descansar un rato, dimos una vuelta por el pueblo. Sacamos pasta en un cajero y cenamos en el mismo sitio que al mediodía.
Le deben de llamar la pequeña Suiza y tiene señalizado un camino con un buen número de fuentes de agua mineras que finaliza con esta de aquí abajo:
30 de agosto, martes. Slanic Moldova
Tras trotar un rato, desayuno. La señora de la casa, Lili, y su marido era gente muy maja. En el hotel había una foto de la Miss Universo 2005 (Natalie Glebova) y la web del hotel dice que fue ella quien montó el hotel. Lili nos dijo que su hija estaba en Australia, pero no sé cuál es la relación que tenían con Natalie.
En la parte superior está el Hotel Venus. Subimos para hacer un par de gestiones y vimos que el hotel estaba lleno de jubilados; Lili nos dijo que funcionaba con un sistema parecido al Inserso: los jubilados y el Estado pagaban la estancia a medias.
La zona es muy tranquila y hay un balneario (cerrado). Creo que hay un spa, pero no dimos con él. Se pueden hacer bonitas excursiones por el monte.
Tras un par de masajes en Vila Siam (100 lei en total), fuimos a cenar al Restaurant Cascada y volvimos a casa bajo la lluvia, con esa sensación tontorrona de que se están acabando el verano y las vacaciones.
31 de agosto, miércoles. Slanic Moldova - Tulcea
Nos pusimos en la carretera a las 10:30 para hacer 300 kilómetros y llegamos a eso de las 16:30 a la puerta del hotel de Tulcea (Hotel Europolis). Paramos un par de veces en el camino y también cogimos un ferry para un trayecto de diez minutos.
A la tarde, dimos una vuelta larga por la ciudad. Tiene un lago con un circuito donde la gente camina, trota, corre y anda en bici.
La razón principal de ir a Tulcea era conocer el Delta del Danubio. En la guía leímos que el hotel nos propondría excursiones. Y así fue que la chica de recepción hizo llamar a Daniel, quien nos dijo que tenía un viaje de nueve horas organizado para el día siguiente. 50 euros por persona, comida incluida.
1 de septiembre, jueves Tulcea (Delta del Danubio)
Nos levantamos a las 7:30 y a las 8:30 estaba, puntual, Daniel en la puerta del hotel. Siete personas fuimos con él hacia el embarcadero: un cuarteto de Timisoara (abuelos, hija y nieto), un hombre italiano (dijo que estaba recorriendo en solitario Eslovenia, Hungría, Ucrania y Rumanía). En el puerto se sumaron al grupo un par de señores de Roma. En total, nueve viajeros y el patrón-maquinista nos subimos al Lolita.
El barquito pilló velocidad crucero (tucu-tucu) y nos adelantó todo el mundo, creando a veces olas incómodas (podéis hacer click en la imagen de abajo y veréis un video de 20 segundos en flickr). Nuestro patrón no perdía la calma en ningún momento. Nos pasó un carguero que, según parece, se dirígia al mar.
Tras tres horas de excursión llegamos a un pequeño embarcadero. Nuestro tripulante se bastó el solito para atar la barca, cogió un par de bolsas llenas de pan y nos condujgo a una casa. En el jardín había una mesa para nueve comensales. De primero pescado del río con patatas cocidas y sopa (ciorba). No tuvo mucho éxito. De segundo, el mismo pescado pero frito. A mí me gustó más.
Tras tomar unos cuantos pasteles de chocolate y un café, la señora de la casa nos dijo que el patrón nos estaría esperando en el barco. Había pasado ya hora y media desde que llegamos a puerto.
La vuelta fue más larga (cuatro horas y media), pero más tranquila porque había menos tráfico. Eso sí, se echaba en falta un guía que nos contara qué estábamos viendo y centrara la zona.
Llegamos a las 18:00 a Tulcea. 9 horas. La guía señalaba que las excursiones eran de tres o cuatro horas, pero tras ver a la velocidad que iban las motoras, creo que es mejor conocer el Delta con un vapor tan lento como el Lolita.
Cenamos en una pizzería cercana al hotel. Camino de la misma, al igual que la víspera, había un ring y combates de boxeo cerca de una tienda de H&M. Público de todas las edades, sobre todo familias. Se oían las voces de los entrenadores y ayudantes de cada boxeador. Aguantamos únicamente un asalto, porque se hacía desagradable ver aquella pelea en aquel ambiente. Más adelante, nos encontramos con un grupo de boxeadores, chavales de 16-18 años, calentando a la espera de su momento para subir al ring.
Nota del 8 de diciembre: mi intención era contar algo más sobre la visita a Bucarest, pero he releído las notas que tomé y no hay nada del otro mundo en ellas..
Llegamos el viernes 2. Habíamos reservado un hotel en el centro (Hotel Elisabeta), dejamos allí las maletas y nos fuimos a entregar el coche al aeropuerto. Ya por la tarde, al anochecer, tratamos de encontrar la Parte Vieja, pero no dimos con ella.
El sábado por la mañana visita al Palacio del Parlamento, comimos cerca de allí, una vuelta más por las cercanías y, finalmente, sí que dimos con la Parte Vieja al atardecer. Desgraciadamente estaba repleta de terrazas y turistas.
El domingo por la mañana nos fuimos caminando hasta el Arco del Triunfo (está en una zona que le llaman Pequeño París). Muy recomendable el Parque Herastrau: amplio y con un gran lago. La cena la hicimos nuevamente en la Parte Vieja.
Retomo las traducciones de entrevistas o columnas interesantes en euskera. Y lo hago con una entrevista hecha por Gorka Erostarbe a Juan Gorostidi y publicada en Berria el domingo 23 de octubre: «Propagandistaz inguratuta gaude esparru intelektualean». Os dejo directamente con ella, porque me ha dado mucho que pensar y poco más puedo añadir yo. Un matiz: las negritas de las respuestas son mías.
«En el ámbito intelectual estamos rodeados de propagandistas»
El escritor Juan Gorostidi cuenta la derrota de una «generación zombi» en su libro ‘Zazpigarren heriotza’ (La séptima muerte). Desde una perspectiva transformadora, cree en un movimiento popular autónomo renovado.
Fotografía de Ion Urbe (Argazki Press para Berria)
«Soy escribiente, no escritor». Juan Gorostidi (Pasaia, Gipuzkoa, 1956) comenzó a escribir tarde. O al menos a publicar lo escrito. En el 2011 publicó Lau kantari. Beñat Achiary, Mikel Laboa, Imanol Larzabal eta Ruper Ordorika (Pamiela). No era una biografía al uso. Tomando como eje la carrera de los cuatro cantautores, escribió un ensayo planteando nuevas reflexiones sobre el canon de la canción de autor, más allá de los datos biográficos. A las puertas del verano, publicó Zazpigarren heriotza. Autonomiaz eta bortxaz, dolu baterako arrastoak (Erein), otro libro insólito. Una mezcla de biografía personal, memorias, crónica política, ensayo y reflexión. Hinca el diente a algunas cuestiones y dolencias varias de los últimos 40 años de la historia del País Vasco, siempre con una voz crítica argumentada e ilustrada (con numerosos ejemplos y referencias culturales locales y foráneas).
A finales de aquella febril década de los 70, se metió de lleno en el movimiento popular autónomo de Errenteria (Gipuzkoa) —en los movimientos obrero, popular, antinuclear...— para optar más tarde por un exilio interior tras la «derrota de la izquierda». Es un exilio que no aparece en el libro — «quizás escriba sobre ello»—… Luego vinieron sus viajes a África y a Oriente, su dedicación a la agricultura, el aprendizaje de las artes marciales y otras disciplinas orientales... En la actualidad es profesor de taichi en Donostia. «Trabajo a media jornada. Me basta. Prefiero dedicar el resto del tiempo a leer y escribir».
Esta semana se han cumplido ya cinco años desde que comenzara a escribir el libro. Porque fue el 21 de octubre de 2011, tras la decisión de ETA de dejar las armas, cuando se puso manos a la obra, escribiéndole una carta a su hija. Lo que cuenta a continuación es la derrota de una generación; además, el libro recoge un buen número de motivos para la reflexión así como otros tantos para la interpelación.
Gorka Erostarbe: «Estamos demasiado habituados a escondernos en juegos cobardes. Pero ha llegado la hora —si es que llega alguna vez— de escuchar atentamente la voz del Eco », dices. ¿Cuál es ese Eco escrito con letra mayúscula?
Juan Gorostidi: Ese Eco es una cita de Bernardo Atxaga. Estaba presentando un libro sobre Kortatu y se refería a Fermin Muguruza. Muchas veces, sobre todo cuando somos jóvenes, mucho más cuando nos ponen un micrófono en la mano, nos crecemos y soltamos lo que soltamos. Pasado un tiempo, igual nos avergonzamos de lo dicho o de lo hecho. Viene de ahí. Hemos vivido una época en donde hemos identificado una actitud resistente, liberadora, con una forma muy simplista y muchas veces reaccionaria de entender la radicalidad. Reaccionaria porque actuábamos por reacción, entre otras cosas. Claro, si ves la calle llena de policías, tú tienes una reacción, la de la furia. Y si golpean a alguien, te rebelarás si tienes alguna inquietud, pero actuarás movido por la reacción. Eso se puede hacer en un determinado momento, pero luego, desde una perspectiva liberadora, cuando hablamos de radicalidad, tiene que haber una reflexión, un balance y habrá que pensar qué nos lleva a esa situación.
Gorka Erostarbe: ¿No se ha reflexionado aún sobre ese Eco?
Juan Gorostidi:Hemos vivido una época silenciosa: cómo es posible haber reflexionado y hablado tan poco durante tanto tiempo sobre estos temas tan importantes. Creo que en nuestro mundo estamos muy marcados por la carga de ese silencio: cuidado con lo que dices, porque eso tendrá consecuencias, tendrá eco. Entonces, gritamos o permanecemos en silencio. También sucede que, pasado un tiempo, ese eco es pura distorsión. Y no puedes llegar a entender no solamente el mensaje, sino tampoco el contexto, el ambiente y la música de ese ruido. Estoy hablando de cuestiones de hace 35-40 años... Es prehistoria. Piensa qué desfase tenemos.
Gorka Erostarbe: La cuestión del silencio es la historia de la derrota de una generación: la de aquella que pretendía transformar el mundo a partir de la década de 1970.
Juan Gorostidi: Nuestra generación no ha aceptado la derrota; ahora bien, conviene matizar. No es nuestra generación. Es una minoría que nos distinguimos dentro de nuestra generación. En la lucha, en las asambleas y en la militancia, estábamos unos pocos solamente, aunque el ruido era grande y parecía que realmente éramos el motor o la vanguardia de una fuerza transformadora. Teníamos esa sensación; la revolución era una cuestión del día siguiente. ¿Qué sucede cuando, casi de un día para otro, todo eso desaparece? O asumes que ha sucedido algo y que no te has enterado, y debes trabajarlo, o sueltas un «adelante, amigos» y te encastillas en lo tuyo. Había 100.000 detrás de la pancarta, y ahora son cuatro, pero hay que seguir hacia adelante...
Gorka Erostarbe: ¿Y qué es lo que pasó?
Juan Gorostidi: Está la vanidad y la no aceptación cuanto tú has puesto mucho y cuando has implicado a mucha gente con consecuencias tremendas. Hay que vivir el duelo de la derrota y, para ello, conviene en primer lugar aceptar lo sucedido. Si no aceptas la derrota, no podrás pasar el duelo. Y si no pasas el duelo, entras en una fase de desvarío puro. Se crea una distorsión y construyes fetiches como sustitutos de una pérdida que no aceptas. Desde una perspetiva transformadora, tenemos ahí un problema tremendo con una consecuencia muy concreta: la de convertirte en un zombi político. Desde una perspectiva conservadora, contemplan el espectáculo y se ponen como locos: «Podemos estar tranquilos con esta gente: montarán alguna de vez en cuando, pero están tan fuera de la realidad».
Gorka Erostarbe: Has puesto el foco en la derrota de esa generación en la izquierda abertzale, sobre todo. Utilizas términos comos suplantación y usurpación.
Juan Gorostidi: Si hablamos sinceramente de la izquierda abertzale, hay que hablar de ETA. Ha sido ETA, al menos hasta el 2011, el referente intocable y prácticamente único. Quien se apartaba de ahí, y la mayoría lo hizo, se convertían en malditos automáticamente. Da igual que fueran los de ETA-Berri, los troskos, los poli-milis, los de Aralar... Había también una mayoría en ETA que decía "por aquí no vamos bien", pero bastaban cuatro echados para adelante para hacer una acción espectacular y recuperar una especie de simpatía y de capital simbólico para continuar siendo referentes. Debajo de los discursos, de los análisis o de las cosas racionales, pero con muchísima más fuerza, hay determinadas inercias. El motor de esas inercias está escondido y no nos dimos cuenta de qué inercias hay por debajo. Por ello ha tenido ETA éxito durante tanto tiempo, un éxito entrecomillado. Había mucha gente que pensaba: «Que hagan ellos el trabajo y nosotros, cada uno a su manera, daremos un apoyo activo o pasivo o un voto». Las consecuencias de todo ello han llegado hasta hoy. Y es grave.
Gorka Erostarbe: Hablas también del mito de la revolución...
Juan Gorostidi: Y ha habido una gran distorsión. Se pensaba que cuanto más se golpeaba, más radical se era. Se creía que el uso de las armas, el uso de la violencia era revolucionario por sí mismo. ¿Cómo se puede pensar esto mirando un poco la historia? Si hay algo que el poder puede asimilar, eso es la violencia. Ellos tienen el monopolio, ¿cómo no lo van a manejar? Ahora estamos en tierra de nadie, sin saber muy bien qué ha pasado, porque hemos olvidado tantas cosas...
Gorka Erostarbe: ¿Le pondrías alguna pega a ese movimiento popular autónomo que fue suplantado?
Juan Gorostidi: Por supuesto: soy muy crítico. Para empezar, lo digo en el libro: ¿eramos autónomos? ¿Había un movimiento autónomo? ¿Era realmente un movimiento con autonomía propia? Pues no. Había una gran falta de madurez. No había capacidad para entender que una cosa era ocupar un espacio, porque no había partidos, no había sindicatos ni elecciones... En un sentido amplio, la izquierda abertzale no estaba organizada. Pero ese movimiento tenía más de reactivo que de constructivo. Cuando se dio aquel fracaso, nosotros también -hablo ahora en nombre de la autonomía, aunque no me guste utilizar ese nosotros- nos quedamos fuera de juego. La mayoría de la gente que estaba en torno a los autónomos tiró hacia la izquierda abertzale institucional (Herri Batasuna), siguiendo una falsa radicalidad. A mi juicio, no había una verdadera madurez para plantear la autonomía. No teníamos medios ni capacidad. Tenemos que analizar estas corrientes profundas, porque de lo contrario no nos enteraremos de nada. No vale decir «tú actuaste mal y yo bien». No es un ajuste de cuentas. Se necesita un estudio en profundidad. Y dónde están esos análisis si vivimos rodeados de propagandistas...
Gorka Erostarbe: De todas maneras, ¿la salida del túnel, de haberla, estaría en un resurgimiento del movimiento popular autónomo, no?
Juan Gorostidi: Es evidente. Cuando hoy se habla de autonomía ya no es un término extraño. También en la izquirda abertzale, ahora que ha comenzado la crítica, se reivindica la autonomía: han de ser movimientos autónomos, soberanos, hay que respetar su dinámica. Ese discurso existe, pero hace diez años, hecha esta pregunta a un militante, no habría sabido qué responder: «¿Qué son? ¿Comandos autónomos?» diría como mucho. El concepto era también extraño. La última generación —la que ha planteado una respuesta a la última crisis, los menores de 30 años— está recuperando esta cuestión. En medio de todos los debates de los procesos políticos está el modelo de organización. Quienes se consideraban revolucionarios y liberadores han vivido bajo un modelo insurreccional que debía haberse superado hace sesenta años. Y me da que no nos hemos dado cuenta de la transformación que ha tenido el sistema de dominación y de las consecuencias de ello. A partir de la década de 1960 no cambia sólo el modelo económico, sino que ahí viene la crítica de Guy Debord, la sociedad del Espectáculo; y todos estamos dentro de este sistema. Cómo imaginarás un espacio liberado si eres tú mismo el modelo de ese sistema. Fue la autonomía quien puso encima de la mesa ese debate en las décadas de 1960-1970. La Historia nos ha pasado por encima, pero son temas muy actuales.
Gorka Erostarbe: En el libro manejas muchas referencias culturales: la película The Act of Killingo la novela Asteburua. ¿Qué papel tiene la creación en la deconstrucción de los fetiches antes citados?
Juan Gorostidi: La creación es imprescindible y tiene que ser algo prioritario. El inicio de la creación es la pregunta y el no-lugar. No puedes crear si no estás en crisis. La verdadera creación siempre choca con el sistema de dominación. En la actualidad, la cultura institucional es un elemento decorativo y discursivo del poder y de la estructura social. Ahí también los «espacios liberados» son cada vez más difíciles. Pero, de todas maneras, mientras estemos vivos, y no nos convirtamos en zombis, nos preguntaremos cuál es nuestro sitio y qué aportación podemos hacer. La creación, de por sí, supone un cuestionamiento del sistema de dominación. Ese custionamiento ha de ser radical; porque si no te conviertes en propagandista. Y, aquí, la mayoría de las aportaciones que aparecen en el escaparate cultural tienen esa función propagandístico-decorativa. Cómo poner un bonito lazo a eso de que «es lo que hay, no hay más». Esa es la clave del discurso neoliberal: «¿De qué te quejas si vives muy bien?». La creación debe ocupar ese lugar incómodo y decir «no». Ahora bien, somos capaces de decir que «no», pero ¿qué haremos de ahí en adelante? Cada creador, cada persona deberá replantearse su sitio...
Gorka Erostarbe: ¿Ocupa la creación ese lugar?
Juan Gorostidi: Aquí el pensamiento está muy mal visto. Yo veo a mi generación como una generación zombi. Si no eres capaz de tirar hacia adelante con lo que te ha pasado, vivir un duelo y sacar conclusiones, te quedas fuera de la historia en tu delirio. La creación es coger el toro por los cuernos. La creación no es una cosa bonita. Por ello, cuando se dice, por ejemplo en la música, «qué bonito, qué sentimiento...», ¿hacia dónde vamos con eso? ¿Desde cuándo está unida la hermosura, en ese sentido tan vulgar, con el arte?
Gorka Erostarbe: Y en ese sentido valoras, por ejemlo, el discurso de Itxaro Borda.
Juan Gorostidi: Es de mi generación y ha escrito varias novelas y diversos trabajos. Es una de las mayores poetas y, en mi opinión, está marginada. En el País Vasco los movimientos más interesantes están en los márgenes. El Norte de Euskal Herria y Nafarroa están al margen. Sí, le dan una etiqueta, una, le dan el Premio Euskadi (de literatura), le dejan escribir su columna en el periódico... ¿Pero quién lee lo que escribe? «Uff, es muy difícil, es muy rara». Ahí tienes la historia de una francotiradora y eso es una creadora. Nosotros que estamos tan orgullosos de nuestras cosas deberíamos tratar algo mejor a la gente rompedora. Boga Boga es la mejor novela que se ha hecho sobre ETA. Lleva años reflexionando, y apenas ha sido considerada por alguien, con la excepción de alguno que otro que está en el mundo literario. Pero es una persona totalmente marginal. Ella ha vivido la suplantación y la usurpación en el movimiento feminista, en la cultura y demás en Iparralde de una manera notoria. ¿Quién habla de ello?
Gorka Erostarbe: Y, en cambio, criticas en tu libro la conversión de Joseba Zulaika.
Juan Gorostidi: Sí, Joseba Zulaika ha dicho de sí mismo que es converso, no lo he dicho yo; es el camino que han tomado algunos. El PNV está deseoso de abrazar conversos otra vez. Zulaika reconoce que nuestra generación está marcada por ETA, etcétera, y dice más o menos: «Me he dado cuenta desde la distancia (Estados Unidos) del milagro de Bilbao. Lo ha dicho el New York Times». Desde luego, si lo ha dicho, será verdad. Yo no tengo nada a título personal o moralmente hablando contra un converso. Pero sí que pediría un poco de peso en la argumentación. En ese salto mortal, ¡pasas de estar con Oteiza en contra de una sucursal que vampiriza la cultura vasca a, de repente, quedarte admirado con el milagro de Bilbao! Todavía hoy es un secreto de Estado el contrato del Guggenheim; veinte años después no sabemos cuánto nos cuesta; ¿de qué hablamos? Es un asunto grotesco.
Gorka Erostarbe: ¿Ves algún otro discurso atractivo que supere el frentismo o, siguiendo el tópico, el nivel de la crítica se ha hundido por debajo de cero?
Juan Gorostidi: Mi impresión es que está ganando el academicismo y que, dentro del mismo, domina el postomodernismo. Como todo es líquido y relativo y discutible... a ver quién suelta la mayor humorada. Es gente formada y con capacidad, pero por debajo lo que veo es un posicionamiento dentro de ese sistema de poderes y de la academia, grandes esfuerzos y estrategias para tener un nombre. Un intento por sobresalir, pero desde el punto de vista del contenido... lo único que veo es el desierto.
Gorka Erostarbe: ¿Por qué hay ese vacío de contenido?
Juan Gorostidi: Dentro de ese sistema de poder, las cosas están muy encastilladas. Y eso supone que la más mínima disidencia está castigada. Los intelectuales, quienes se postulan para ello, están más pendientes de asegurar su carrera y su poltrona que de hacer aportaciones constructivas. La mayoría de los intelectuales que sobresalen hoy en día son intelectuales orgánicos. Es decir, gente que está al servicio de un movimiento, de una tendencia, de un partido. Estamos rodeados de propagandistas en el ámbito académico-intelectual. Y quienes se salen del guion son apartados sistemáticamente a las tinieblas.
Gorka Erostarbe: ¿Por ejemplo?
Juan Gorostidi: Se dice el pecado, no el pecador... pero es cierto que en el libro cito a mucha gente, no buscando enfrentamientos personales, sino como reflexiones en torno a una obra pública. Hay un empeño por la confrontación con algunos autores –Joseba Zulaika, Joseba Sarrionandia…–; y en un nivel inferior, Joxe Manuel Odriozola, Andoni Olariaga, Mitxelko Uranga… el historiador Raúl López-Romo o gente que ha destacado en temas que toco: Luis Elberdin, Jose Luis Álvarez Santacristina Txelis, el mismo Arnaldo Otegi. Todos nos llenamos la boca diciendo que la comunicación y la crítica son imprescindibles, pero nos basta con las etiquetas y las descalificaciones por lo bajo. Cuando vea que hay una confrontación sincera que asume riesgos, entonces cambiaré de opinión.
Gorka Erostarbe: ¿El movimiento autónomo se nutrirá más de la calle que de los intelectuales orgánicos o del munco académico?
Juan Gorostidi: Sí, es evidente. La política tiene de por sí una tendencia a la usurpación y a la suplantación. Quieres tratar una parte de ti mismo como algo universal. El filósofo barcelonés Santiago López Petit decía que en la política actual lo posible no es transformador y lo transformador no es posible. Parece que cuando echas manos de este discurso vas con tu pesimismo a arruinar la ilusión. Pero no. La historia tiene algunos momentos que son impredecibles y ahí está la levadura. Estamos en uno de los momentos más inestables; todos lo reconocemos. Todos sabemos que el planeta es inviable desde un punto de vista ecológico; que la crisis económica no tiene solución y que estamos dentro de una crisis social y política. Que se están poniendo en entredicho todos los modelos. Siempre habrá una generación más joven, ese reciclaje... Y aunque las corrientes principales estén muy fuertes en ese reciclaje, siempre hay espacio para la sorpresa. Siempre hay una rebeldía posible para quien quiere estar en cualquier juego de poder, ya sea en el parlamento, en la universidad o en la institución literaria. Ante esa gente que no desea que se toque su cuota de poder con la excusa del «Dejadme en paz. Seguid a lo vuestro, pero no ahoguéis lo poco que hay». Cuando veo a algunas personas menores de 30 años, me parece que ahí sí hay algo, y una mirada rigurosa, la de quien no está dispuesta a tragar con todo... Me da que, afortunadamente, habrá sorpresas.
Gorka Erostarbe: ¿Las mejores aportaciones al movimiento transformador vienen del campo del feminismo?
Juan Gorostidi: Sin ninguna duda: tenemos que poner al feminismo como principal potencial del movimiento transformador. Es un reto milenario, no es cuestión de dos generaciones. Las mujeres tienen toda la razón a la hora de decir basta y, en principio, hemos de darles la razón en todas sus reivindicaciones. Pero más que de femininismo, debemos hablar de feminismos, porque es un movimiento plural que también está luchando por la hegemonía interna. Quien hoy tiene mayor eco es la que está más ligada a la izquierda abertzale, pero que también quiere tener voz propia. En la medida en que desea tener voz propia es muy interesante, pero si comienzas a pedir tu cuota en la estructura patriarcal y opresora... esa estructura no te vale. La cuestión es cómo construir eso. Es muy problemático, pero de venir algo, vendrá por ahí.
A continuación una serie de cosas que sucedieron este jueves, sobre todo, y alguna del viernes
El limpiador
Son las 7:30 de la mañana. En el gimnasio. Dos personas charlan en el pasillo mientras dejan las cosas en la taquilla. Una de ellas se va al baño y la otra le espera fuera. Se acerca un limpiador que le pide que abra la puerta. Se la abre pero le avisa de que hay gente. Se queda mirando al de dentro y le suelta: "Te voy a meter una hostia y te voy a matar. ¡Te voy a matar! ¡A todos!". El que se queda en la calle le pide un poco de tranquilidad. El limpiador zanja la conversación con un "A ti también te voy a dar".
Una madre
Son algo más de las 9:00 de la mañana. En el autobús. Se sienta en uno de los sitios con cuatro asientos, dos y dos. Enfrente suyo, a su izquierda, hay un hombre.
En la siguiente parada se sube una mujer y se sienta enfrente. Tiene unos auriculares en la oreja. De repente, parece que ha recibido una llamada y comienza a hablar de manera que todos podemos escuchar lo que dice:
"¡No sabes qué me ha pasado! (...) He ido a hacer una gestión y desde arriba he visto que mi hijo estaba abajo. Me he acercado a él, pero me ha dicho que me fuera. Que este año se ha quedado sin estudiar por mi culpa. Que me fuera o que llamaría a la policía".
Le ha entrado una llamada al oyente y pierde el hilo. La llamada tiene que ver con el siguiente punto.
Fibra óptica
A finales de septiembre aceptó la propuesta de la compañía telefónica para contratar la denominada fibra óptica. El instalador vino el 4 de octubre. Tras más de tres horas de trabajo, el cliente no quedó satisfecho con el trabajo. Además de afearle la entrada, la conexión no llegaba tal y como él quería a todos los rincones de la casa.
Se pone en contacto con la compañía y ahí comienza su vía crucis. "Llame al 22123, póngase en contacto con el 1444, pulse el 123". En muchas de esas llamadas, ha pemanecido diez minutos a la espera antes de que le atendiera una persona. También lo ha intentado por twitter. ¿Conseguirá lo que pretende? Le han dicho que el lunes dejarán las cosas conforme a sus deseos.
Esa gran compañía tiene el camino empedrado de subcontratas y las condiciones de las y los trabajadores parece que son precarias.
Libertad de expresión
Llama a un amigo madrileño. Está de baja porque está sufriendo uno de los habituales ataques de una enfermedad crónica que le tiene martirizado.
Como es habitual, hablan de política (de la vida). Dice el amigo que no se traga la versión oficial de lo sucedido en Alsasua; charlan también del poderoso dúo González-Cebrián y de la persistente vergüenza de los CIEs.
Dice que aquellas personas que, tiempo atrás, escondían sus ideas políticas en un melifluo "centro", muestran ahora sin vergüenza sus ideas más ultras.
También hablan de periodismo, pero eso mejor hoy dejarlo a un lado.
Cena y es hora de acostarse. Al menos lo hace con el buen sabor de boca del recuerdo de aquellas horas vividas hace cinco años con el anuncio del fin de la actividad armada de ETA.
P.S.: ayer hubo ciberataques y varias webs poderosas estuvieron fuera de juego durante horas.
Del 19 de agosto al 5 de septiembre estuve de vacaciones por Rumanía. Llevé un cuaderno y tomé algunas notas. Las que siguen son las correspondientes a la primera semana. No esperéis demasiado de ellas, pero igual sí que os pueden servir si tenéis la intención de visitar el país.
19 de agosto, septiembre. Donostia - Bilbao - Frankfurt – Bucarest
Salimos a las 9:30 de la mañana de casa y llegamos al hotel a eso de la medianoche (1:00 hora local). Volamos de Bilbao a Frankfurt y tuvimos una larga espera en el aeropuerto alemán. De ahí a Bucarest, Otopeni.
El hotel (Angelo By Viena House) estaba muy próximo al aeropuerto. Además, el llamado shuttle service (servicio de taxi ida y vuelta al aeropuerto) estaba incluido en el precio de la habitación, así como el desayuno: 70 euros dos personas. Este es un precio habitual en Bucarest para hoteles de estas características, aunque en el resto del país, normalmente, es algo más barato.
20 de agosto, sábado. Bucarest-Brasov
Recogimos el coche en el aeropuerto y nos dirigimos a Brasov. Dos horas y media de viaje, porque para atravesar Sinaia había una cola bastante maja.
Habíamos pillado habitación en el hotel Casa Cranta (siempre a través de Booking): 65 euros por noche, con desayuno. Está muy cerca del centro, pero apartado de los sitios más ruidosos. Nos dieron habitación en el tercer piso y lo peor fue subir las escaleras con las maletas (no había ascensor). Si dejamos este detalle al margen, un sitio muy majo y recomendable.
Después de comer por ahí, nos subimos al teleférico para contemplar una vista preciosa de la ciudad. Brasov tiene 250.000 habitantes y una hermosa parte vieja alrededor de la Piata Stafalui.
21 de agosto, Brasov - Bran - Predeal – Brasov
40 minutos en coche nos separaban de Bran. La excursión merece la pena para contemplar el castillo (Bran Castle). Tuvimos que hacer una cola engorrosa para acceder a él y dentro también había demasiada gente. Eso sí, las colas eran mayores cuando abandonamos la muralla.
Dicen que el escritor Bram Stoker se basó en lo leído sobre este castillo (Drácula y Bran Castle) a la hora de ficcionar el castillo del conde Drácula.
Predeal, el pueblo más alto de Rumanía, fue el elegido a la hora de comer. Otros 40 minutos en coche. Lo elegimos porque Mihail Sebastian lo cita mucho en sus Diarios 1935-1944 y porque estaba a tiro de piedra. Sebastian acudía allí a esquiar y ahora también parece que los locales hacen los mismos planes en invierno (si no recuerdo mal, la temporada comienza en septiembre).
Antes de que anocheciera estábamos en Brasov. La Real jugaba su primer partido de liga contra el Madrid. Además, en Anoeta. Mi intención era la de ver el partido, pero no hubo forma en las terrazas de la ciudad, ni siquiera en los locales de apuestas.
Al llegar al hotel, ¡sorpresa!: me di cuenta de que se podía ver el partido en la televisión de la habitación. Faltaba media hora y los merengues ganaban ya 0-2. Pude ver el tercero del Madrid. ¡Mierda!
22 de agosto, lunes. Brasov – Sighisoara (por la tarde, Viscri y Rupea)
Tras el desayuno, rumbo a Sighisoara, hora y media larga y 120 kilómetros después. El hotel era también un camping. Habitaciones muy dignas y nuevas (40 euros la noche, sin desayuno).
Una contractura (espalda) me estaba dando la lata y busqué un fisioterapeuta en el pueblo. Finalmente, encontré un masajista en un gimnasio, pero no tenía nada libre hasta dos días después: el miércoles.
Antes de comer subimos por una carretera sin asfaltar de 7 kilómetros hasta el pequeño pueblo de Viscri. La iglesia fortificada del lugar es patrimonio de la humanidad, pero nuestras intenciones eran más básicas (comer) y eso no era posible allí. Por eso nos escapamos hacia Rupea.
Después de comer en Rupea, visitamos su castillo. Había, cómo no, una bonita vista de este pueblo sajón.
Salimos muy pronto del hotel. Desayunamos en el pueblo (después de entrar, nos dimos cuenta de que el Hotel Bulevard tenía café Baqué) y pusimos rumbo a Sibiu (hora y media al volante, 80 kilómetros). Es una ciudad de 150.000 habitantes que fue capital cultural europea en el año 2007. Klaus Werner Iohannis fue alcalde del lugar entre los años 2000 y 2014. En la actualidad es presidente de Rumanía (no confundir con el primer ministro).
Aunque la ciudadanía de origen alemán no llega al 2% de la población, Iohannis consiguió ser alcalde encabezando una fuerza política denominada Foro Democrático de los Alemanes. Según la guía (el libro), consiguió que la ciudad volviera a estar en la órbita alemana. Hoy es miembro del Partidul National Liberal. Pregunta: ¿eso significa que Goia (alcalde actual de Donostia) va a ser lehendakari? (vale, el chiste es malo).
Nos movimos por Piata Maiore, en la zona antigua. Por vez primera probamos una ciorba (sopa) en la comida y luego repetimos varias veces durante el viaje.
Teníamos un problema con las ruedas del coche: se encendía el piloto que controlaba la presión. Paramos en una gasolinera de la localidad de Medias, pero como la luz seguía a lo suyo, nos acercamos a la oficina de la empresa Autonom en el Aeropuerto de Sibiu (a ver si la siguiente vez cuento algún problema más importante que tuvimos con esta compañía, el servicio de alquiler de vehículos más grande de Rumanía). Un joven muy servicial nos ayudó hasta la gasolinera más cercana y arreglamos el problema en un santiamén.
De vuelta a Sighisoara, paramos en Biertan y visitamos también el castillo local. Otro hermoso pueblo sajón, muy agrario, con muchos carros tirados por caballos en la carretera.
A la hora de la cena, nos atendió una chica que había trabajado de camarera en Madrid.
24 de agosto, miércoles. Sighisoara
Como dije al principio, Rumanía nos lleva una hora de adelanto. En verano, el día amanece muy temprano. Me desperté muy pronto y salí a trotar suave-suave. A esas horas solamente había trabajadores que iban al currelo, algún que otro despistado que salía a echar la basura, unos cuantos perros y varios coches.
Ducha y café en la misma cafetería de la víspera. Como el desayuno era muy abundante, optamos por comprarnos unos pastelitos en un establecimiento de la cadena Gigi. Con chocolate, 2 lei; sin chocolate, 1 leu (un euro, 4,5 lei).
Visita a la zona histórica de la ciudad: la iglesia de arriba y la torre de los Orfebres. Había bastante gente por medio ya. Charlábamos en euskera cuando un hombre se nos quedó mirando: era de Cluj y vivía en Durango. Estaba con su mujer en Sighisoara. Trabajaba de pintor y había tardado dos días en coche desde Durango hasta Cluj-Napoca. No quería saber nada de Bucarest y tampoco le gustaban las playas del Mar Negro.
Su mujer era portuguesa. Vino el año pasado por vez primera a Rumanía. Nos confesó que le daba miedo venir, pero que luego paso más de veinte días encantada.
Les acompañaron en el viaje la madre del hombre y el hijo de la pareja, pero la abuela y la nieta se habían quedado en Cluj.
Antes de charlar con esta pareja, me había fijado en otra. Nos cruzamos con ellos la noche anterior y volvimos a encontrarnos con ellos esa misma mañana. Los acompañaban dos críos. La menor era una niña que hacía danzar a todo al mundo a su son. El otro era un niño, callado, de unos ocho o nueve años. El hombre era español, pero la mujer era rumana. Ésta se dirigía a la niña en castellano. Se me hizo raro.
Tras el masaje del mediodía, pasamos la tarde tranquilamente en la piscina del camping.
25 de agosto, jueves. Sighisoara - Baia Mare
Cogimos el coche a las 8:15 de la mañana y aparcamos a la puerta del hotel de Baia Mare a las 14:30. 260 kilómetros.
Tomamos café en un sitio donde también pillé unas cuantas notas al vuelo:
1.- En un tramo del camino, se formó una caravana de coches por obras. Mientras estábamos parados, unos cuantos niños gitanos pasaron por delante de todos pidiendo con esa mirada descarada y espabilada que te da la necesidad (a veces).
2.- Cuatro o cinco chicas juntas en un aparcamiento a las afueras de un pueblo. Se veía poca prostitución en las carreteras, pero también la hay aquí.
3.- Carretera con muchas curvas. Te señalan que debes reducir la marcha, pero a veces no es fácil saber a cuánto hay que ir.
4.- Pocos días bastan para conducir como los lugareños y adelantar (casi) como ellos. O eso creo.
5.- Vamos de pueblo en pueblo. Todavía no hemos pasado un túnel (finalmente, tras 2500 kilómetros, pasamos uno en el mismo Bucarest camino del aeropuerto).
Comimos en Baia Mare y nos fuimos a Surdesti, a unos cuarenta minutos en coche. El plan era ver la iglesia de madera con la torre más alta del mundo. La gente del campo estaba moviendo la hierba para secarla y vimos muchas metas, pero la iglesia estaba cerrada. Una mujer intentando vender souvenirs a la entrada del aparcamiento, un padre paseando a una criatura en su carro y un perro grande y tranquilo.
En la puerta del recinto había una imagen de una llave y un número de teléfono. Sacamos unas cuantas fotos a algunos nichos. De vuelta al pueblo, nos pareció que una mujer nos mostró una llave, pero ya era tarde.
26 de agosto, viernesa. Baia Mare - Sighetu Marmatiei - Sapanta - Barsana - Baia Mare
Tocaba correr a primera hora de la mañana. No me gusta correr sin saber muy bien hacia dónde voy, pero la verdad es que esta vez no fue muy complicado. En el desayuno nos sirvieron queso, tomate, tortilla francesa... (30 euros la noche).
Sighetu MarmatÂÂÂÂiei está en la frontera con Ucrania. ¡Ay, las fronteras, siempre me dan ganas de cruzarlas! Hicimos la media habitual: hora y media larga para recorrer 61 kilómetros. Subidas y bajadas lentas y sinuosas, con obras en tramos largos.
¿Qué se puede ver en Sigheti? Sighet Memorial Museum (es decir, el Museo de las Víctimas del Comunismo). Fue cárcel durante el siglo XX, pero se significó por ser el lugar en el que encerraron a los contrarios al régimen en torno a la década de los 50.
Me preguntaron en la entrada de dónde era. No conocían "Basque Country" y solté lo de "Between Spain and France". No pusieron Andorra, pero sí que señalaron "Spain". Le pregunté el porqué pero no me respondió. ¡Menos mal que era un museo sobre derechos humanos!
No sé por qué me vino a la cabeza que si hubiera fallecido en 1945, Mihail Sebastian habría tenido números para pasar por esta cárcel.
Tras la visita, pasamos por la oficina de turismo. La persona que la atendía me dijo que estuvo viviendo en Salamanca y que tenía hermanos (o hermanas) en Madrid y Barcelona.
Vimos por fuera la casa natal de Elie Wiesel y tocaba nueva estación: Sapanta. Comimos allí mismo y visitamos Cimitirul Vesel. Un artesano local se había dedicado a colorear las lápidas: pintaba y dedicaba un epitafio al fallecido, pero siempre era el propio artesano quien elegía la leyenda. Hoy en día es una atracción turística muy visitada. Aquel hombre murió pero transmitió la técnica a varios artesanos más que siguen con la tradición. A la salida del pueblo hay un monasterio que merece una visita.
Luego estuvimos más tiempo en el monaterio de Bârsana. Allí nos topamos con bastantes creyentes y una iglesia de esas de madera de Maramures que es patrimonio de la humanidad.
Llegamos al hotel con doscientos kilómetros entre pecho y espalda. Una ducha y a cenar al casco viejo de Baia Mare. Había una plaza con terrazas muy concurrida. Eso sí, apenas había ruido (algo que se agradece).
El tráfico
Ya llevaba 1200 kilómetros al volante y me había dado cuenta de que la gente se movía por los pueblos como si estuviera (realmente era así) en la puerta de su casa, sin darse cuenta del tráfico de coches como el nuestro o, incluso, de enormes trailers. En cualquier curva podías encontrarte con un niño solitario en bici, o con un abuelo o abuela idem-eadem-idem arrastrando los pies. Repartidores que habían decidido dejar la furgoneta en el medio-medio, bien sea porque alguien les había hecho una seña para que parase, bien sea porque les apetecía.
Lo he dicho muchas veces, pero no creo que los rumanos conduzcan peor que nosotros; eso sí, conviene que seas rápido a la hora de identificar cuáles son las normas y cumplirlas. Por ejemplo, respetan escrupulosamente los pasos de peatones: así, si alguien comienza a pasar un paso de peatones en el otro carril, hay que parar hasta que lo cruce, aunque tú entiendas que te da tiempo.
La guía señalaba que el país tenía el mayor índice de siniestralidad de Europa en el año 2009 (y vistos los datos 2010-2015 parece que siguen en cabeza).
Lo compré en el 2004 cuando lo recomendó alguien de la Patera. Entonces comencé a leerlo pero lo abandoné. Cuando decidimos ir de vacaciones a Rumanía, pensé que era una buena oportunidad de retomarlo. Acabé de leerlo allí.
El original se publicó en 1996 y es un libro que han comparado con el diario de Anna Frank. Pero el libro tiene una diferencia importante: Mihail (judío nacido en Braila) era un abogado, periodista, escritor, autor de teatro e intelectual de 28 años (una persona adulta) cuando comenzó a escribirlo.
En un principio, se centra en sus líos con las chicas, referencias a amigos y el trabajo creativo. La guerra, sin embargo, hizo que muchos amigos se alejaran al mantener posiciones políticas diferentes (muchos legionarios ultraderechistas), mientas que él era un judío perseguido.
Sobre todo una vez que Rumanía entra en el conflicto de la mano de la Alemania nazi, Sebastian hace un seguimiento de la II Guerra Mundial. Detalla un buen número de medidas contra los judíos: la obligatoriedad de entregar los aparatos de radio, la prohibición de tener servicio doméstico, diferentes y menores cuotas alimentarias, más tasas e impuestos, más trabajos comunitarios...
Su situación económica empeoró y tuvo que dejar su piso (vivía solo) para volver a casa de sus padres, los cuales fueron expulsados de su casa posteriormente y tuvieron que reunirse todos en una casa más pequeña. Su continua búsqueda de trabajo (traducciones, adaptaciones de textos, etc) y dinero.
Cuando acabó la guerra en Rumanía, en el verano de 1944, la contienda desaparece del libro, aunque sí que comenta (incluso a veces comprensivamente) algunas tropelías de las tropas rusas en Rumanía.
A finales de año su situación económica mejora y ya en 1945 consiguió un trabajo en un ministerio (Prensa). Le parecía que los mismos que seis meses antes chupaban el culo a unos ahora seguían haciendo lo mismo con los nuevos. Hay cosas que no cambian.
El diario finaliza en 1944 y él murió en mayo de 1945, atropellado por un camión ruso. ¡El tráfico ya entonces!
Ha sido una buena experiencia acercarse a un país desconocido leyendo un libro de estas características.
No soy una persona que vea mucho cine a lo largo del año, pero sí que me gusta aprovechar el Festival de San Sebastián para ver unas cuantas películas.
Mis gustos son convencionales y he jugado de manera bastante segurola: la mayoría de las pelis eran de la sección Perlas.
1.- Toni Erdmann. Dentro del despiste que llevaba este año, no leí la sinopsis previamente y me enteré en la propia sala de que la directora Maren Ade sitúa en Bucarest su largometraje, ya que la protagonista, una joven ejecutiva alemana, trabaja en la capital rumana. En su afán de hacer carrera, no tiene muchos reparos a la hora de hacer el trabajo sucio. Un día, de repente, aparece el padre, una suerte de clown bastante desastroso. La película te hará sonreír más de una vez, pero tendrá un punto amargo esa sonrisa. Creo que la directora alarga el final en exceso. Es la candidata de Alemania a los Óscar. Una de las pelis que más me ha gustado de esta edición.
2.- El hombre de las mil caras. Dirigida por Alberto Rodríguez ("La isla mínima"), fue una de las que me recomendaron de la Sección Oficial. Dos hombres (Paesa y Roldán) y una huída, la del exdirector de la Benemérita. No aparece Felipe González, pero lo tuve muy presente a lo largo de toda la proyección. Una parte de las alcantarillas de la época felipista. Un viaje de un hombre poderoso hasta convertirse en un pobre infeliz que te da pena. Fenomenal Eduard Fernández (Paesa), así como su ayudante José Coronado.
3.- Florence Foster Jenkins. Meryl Streep, Hugh Grant y Simon Helberg (Howard en la serie The Bing Bang Theory) bajo la dirección de Stephen Frears. Allí apareció, estaba anunciado, Grant en el Teatro Victoria Eugenia. El filme está basado en un hecho real: una acadaudalada señora de Nueva York que ama la música y pretende ser soprano, pero la naturaleza no le ha llevado por ese camino. El entorno no le ayuda: es ella quien pone la pasta y todo dios calla ante la voz horrorosa de la dama. Para pasar el rato.
4.- Neruda. Si tienes alguna duda, opta por el cine chileno. Ese fue el consejo de un compañero. Además, ésta era una apuesta segura: Pablo Larraín. Otra huída: la del poeta y político comunista Pablo Neruda yéndose de Chile mientras le persigue la policía (Gael García Bernal). Muchísimo más lírica y épica que la de Roldán.
5.- Elle. Paul Verhoeven. La primera escena ya te muestra que no lo vas a pasar muy bien: una mujer es violada mientras la cámara se detiene en su gato. La vida de Isabelle Huppert es un puzzle un tanto complicado y no voy a decir mucho más para no destripar nada. No me llenó.
6.- Frantz. François Ozon. Acabada la Primera Guerra Mundial, un joven francés se traslada a un pequeño pueblo de Alemania para visitar la tumba de un joven alemán muerto en el campo de batalla. La novia de este último le descubre mientras pone flores en el nicho. A partir de ahí... cine clásico en blanco y negro. Muy bien Pierre Ninney (el chico francés).
7.- Siera Nevada. La elegí porque era rumana. Pero no acerté con la hora (jueves, 22:15 horas) y, además, no reparé en el metraje (casi tres horas). Una familia de Bucarest se reúne en casa de la madre para celebrar la cuarentena por la muerte del padre con una comida. Que si el cura viene tarde, que si comienzan a discutir unos con otros... La cosa es que se hace de noche para cuando se sientan en la mesa. Otra visión del país en el que estuve de turista hace apenas unas semanas.
8.- La Reconquista. Jonás Trueba. Una pareja que fueron novios a los quince años se vuelve a juntar cuando apenas han rebasado la treintena. Un porrón de primeros planos, un ambiente intimista... Menos mal que Rafael Berrio (en el papel de padre de la chica) canta unas cuantas canciones en directo (y se escucha alguna más suya de fondo).
9.- Arrival. Denis Villeneuve. Película que cerró las Perlas en el Velódromo. Vienen los extraterrestres de visita y un grupo de expertos se pone en contacto con ellos (entre ellos una lingüista). No me interesa el género (Ciencia Ficción) y el tema también lo justo... He leído críticas como esta en la que habla de ella como la película del año, pero a mí no me gustó.
10.- L´Odysée. Dedicado a la figura de Jacques-Yves Cousteau con sus claroscuros (algunos, al menos) a la vista. La complicada relación con su hijo Philippe (Pierre Ninney otra vez), el papel secundario pero básico de la mujer (Audrey Tautou, Amelie), sus líos con otras mujeres, el dinero, su ego... Está bien para pasar un buen rato y para disfrutar de unas vistas espectaculares (el mar y, sobre todo, la Antártida).
Bonus track: el jueves Neighbor (Maite Larburu y Josh Cheatham) presentaba su segundo disco, "Hau", en el Doka Antzokia. La pena fue que sólo pude quedarme a escuchar cinco o seis canciones. Maite igual de bien que siempre, con su saber estar encima del escenario y esa voz tan suya. No hay ya la sorpresa de su primer trabajo, pero merece mucho la pena.