Hemos estado un par de semanas largas de vacaciones por Rumanía: salimos de casa el 19 de agosto y volvimos el 5 de septiembre. Son 18 días fuera, 16 de ellos en el citado país.
He conducido un coche durante 14 días: unos 2.500 kilómetros. Tengo dudas de si he llegado a alcanzar una media de 50 kms. a la hora: pongamos que he estado de 45 a 50 horas al volante.
Solamente he pasado un túnel y fue el último día, camino del aeropuerto para entregar el coche.
El alquiler del carro era de 570 euros, pero también me dejé la franquicia de 500 euros por el camino, porque en Suceava el parachoques frontal se enganchó con el bordillo y a la hora de salir del aparcamiento se fueron algunas piezas a la mierda.
9 horas en un barquito recorriendo el Delta del Danubio. Tuku-tuku-tuku... que decimos por aquí. Y sin dejar a un lado la pequeña excursión por el lago del Parque Herastrau.
El viaje día a día ha sido así:
19 de agosto. Donostia - Bilbao - Frankfurt - Bucarest.
20 de agosto. Recoger en el Aeropuerto de Otopeni el coche y poner rumbo a Brasov.
21 de agosto. Brasov - Bran - Predeal - Brasov.
22 de agosto. Brasov - Sighisoara. Por la tarde, Sighisoara - Vizcrim - Rupea - Sighisoara.
23 de agosto. Sighisoara - Sibiu - Biertan - Sighisoara.
24 de agosto. Sighisoara.
25 de agosto. Sighisoara - Baia Mare. 8:15-14:30. Por la tarde, Baia Mare - Sudesti - Baia Mare.
26 de agosto. Sighisoara - Sighet - Sapanta - Barsana - Baia Mare.
27 de agosto. Baia Mare - Suceava. 8:30-16:00. 234 kilómetros.
29 de agosto. Suceava - Slanic Moldova. 10:15- 13:45.
30 de agosto. Slanic Moldova.
31 de agosto. Slanic Moldova - Tulcea. 10:30-16:30. 300 kilómetros.
1 de septiembre: Delta del Danubio. 8:50-18:00.
2 de septiembre: Tulcea - Bucarest. 8:20-12:10. 280 kilómetros.
3 y 4 de septiembre. Bukarest.
5 de septiembre. Bucarest - Munich - Bilbao - Donostia.
El título del apunte viene porque una persona a la que queremos nos preguntó: "ez euan gantzeroik?" (Gantzeroa: ¿No había malhechores?). Otra me dijo: "no traigas rumanos, ¿eh?". Son frases dichas medio en broma medio en serio, pero que obedecen a la mala fama que les precede y es algo que no se merecen: es un pueblo muy tranquilo y nos hemos encontrado con gente maja. Son igual de secos que nosotros (los vascos), pero también están dispuestos a echarte una mano cuando lo necesitas.
He colgado algunas fotos en Flickr: no son nada artísticas (mi cámara es mi teléfono). Si queréis verlas, pinchad en la imagen inferior.
Durante los próximos días (o semanas), me gustaría contar algo más, pero necesito tiempo para ordenar las notas que he tomado durante el viaje y eso precisamente es algo que no me sobrará durante los próximos días.
El 13 de agosto (de 2007) murió mi Tío Miguel. El 15 de agosto (de 2015), Rafael Chirbes. Escribo estas líneas entre esos dos días: el 14 de agosto (de 2016).
El vídeo de Ahotsak que está en la parte superior recoge un fragmento de unas conversaciones grabadas a varios amigos de mi tío. En concreto, hablan de un episodio de la Guerra Civil. El de la derecha, Faustino Galdos, murió el pasado 26 de julio. Su hermano mayor, Juanito, el cual aparece a la izquierda, falleció el año pasado. Tiburtzio (el segundo por la izquierda) sigue físicamente aquí, pero la cabeza ya no le acompaña.
Nos cuentan cómo "un trabajador" que se escapó, se arrepintió y volvió, fue fusilado en Oiartzun. Y es que Beorlegui no se andaba con chiquitas.
Si alguien ha sabido recrear en la literatura española la posguerra, las historias de los vencedores y las de los vencidos, ese ha sido Rafael Chirbes. Con motivo del aniversario de su muerte, he buscado en internet y he visto que la Fundació Rafa Chirbes ya está en marcha (aunque solo tenga, por el momento, una página en Facebook).
Según el diario Información, la familia ha decidido abrir del 14 al 20 de agosto la casa del escritor. A mí Beniarbeig me pilla lejos, pero la próxima vez que vaya para allá, intentaré hacer una visita.
Esta foto encabeza la página en la citada red social. El pueblo extremeño de Valverde de Burguillos (lugar donde residió una temporada) le ha dedicado una calle en su honor. Me hace gracia cómo remarcan el oficio en el rótulo (y no me parece mal, porque el callejero está lleno de gente que no sabes quién es).
Me ha venido a la cabeza Gabriel Aresti y su poema Mi nombre. El poeta vizcaíno no quería, pero hay un buen número de pueblos y ciudades vascas con Aresti en el callejero. ¿Qué pensaría Chirbes? Ni idea.
Mi nombre
Cuando yo me muera se podrá leer la siguiente inscripción encima de mi tumba: Aquí yace Gabriel Aresti Segurola. En paz descanse. Pérez y López. Marmolistas. Derio. Habrá también en la Biblioteca Provincial de Vizcaya (si no me excomulgan antes) un libro (acaso, no es seguro), que nadie leerá, con mi nombre. Y un hombre dirá cuando florezcan los cardos: Como decía mi padre, yo también... (Me vendrá todos los años una mujer por Todos los Santos con una corona de flores.) No quiera Dios que pongan mi nombre a una calle de Bilbao. (No quiero que un barbero borracho pueda decir: Yo vivo en Aresti con la cuñada vieja de mi hermano. Ya sabes, con la coja.) A veces los viejos decires se equivocan. Pienso que mi nombre es mi ser y que no soy sino mi nombre.
El sábado por la mañana me fui a la playa. Por segunda vez este verano, me acerqué nadando a uno de los gabarrones. En el viaje de ida, me pegué un coscorrón con un jubilado porque ambos nadábamos de espaldas. Él: "¡Qué casualidad! ¡En medio de la bahía! No me había pasado nunca". A mí, en cambio, es la segunda vez que me pasa.
Tras el atentado de Niza y el golpe de estado en Turquía, me llevé lectura adecuada: Lasai, ez da ezer gertatzen (Tranquilidad, no pasa nada) de Ana Malagón. La página donde estaba el marcador decía lo siguiente:
Traduzco del euskera: "Se agachó en la trinchera. Solo. No quedaba nadie. En vez de ir hacia adelante con sus conciudadanos, hasta el final, hasta las últimas consecuencias, retrocedió al escuchar los primeros tiros y explosiones. Dejó caer su cuerpo en aquel agujero. Pensó en otras trincheras. En las del enemigo. En las de sus conciudadanos. ¿En alguna de ellas habría alguien tan solo como él? ¿Alguien que se sintiera tan cobarde como él? Reparó en su tembleque. Le temblaban las rodillas, las manos, los labios. Era un soldado sin ejército. Abandonado en una trinchera que no conoce la gloria. En el pasado, en el olvido, un desertor".
"El hermano pequeño de mi abuelo era militar. Murió en la guerra pero no en el frente. Le mataron pero no el enemigo. Le dieron una medalla póstuma. Y hostias. Póstumas también. Al día siguiente, le llevaron al frente y lo dejaron en el suelo. Lo contabilizaron como una baja más al final. Escribieron una carta a su madre diciéndole que había muerto por la patria con todos los honores. No en aquella mierda de pelea alcohólica entre soldados".
Miércoles. 7:45 horas de la mañana. Estoy en el cementerio de Irun. Es un espléndido día de un verano que acaba de arrancar. Las puertas del cementerio están abiertas de par en par, a pesar de que a tenor de los carteles el lugar se abre a las 8:00. Tengo que ir a la oficina, pero me resulta obligado hacer una visita a mis antepasados más cercanos, porque voy por allí menos de lo que debería.
Me he detenido en las fechas de fallecimiento de cada uno y he calculado cómo viví cada muerte, dónde estaba y cuál era mi edad.
7:57. Ya estoy a la altura de la oficina. He tenido que venir a hacer unos papeles. Me dijeron por teléfono que no había otra manera de resolverlo. Aunque la situación me resulta extraña, me parece mucho más sorprendente mi reacción, porque no me he enfadado: estoy tranquilo, a pesar de tener que recorrer en coche, ida y vuelta, 50 kilómetros para firmar una instancia. Será la paz de los cementerios, la parsimonia del sepulturero, el CD de Senperena que me ha traído hasta aquí ("9 ganbera pieza") o será mi actitud vital: quizás de todo un poco.
30 de junio
Día de San Marcial. No me he animado a ver el alarde, porque me ha entrado una pereza monumental. Mi madre tampoco tiene ganas de salir a la calle, por lo que hemos comido los dos en casa.
En la sobremesa hablamos sobre algunas cosas de la víspera. Para enseñarme de qué caserío es la persona que me atendió, abre encima de la mesa un libro editado en el año 1999 por el Ayuntamiento titulado "Caseríos de Irun". Es obra del fotógrafo Josetxo Riofrío y reúne imágenes de algo más de 200 caseríos.
Esta es mi casa natal allá por el año 1999, meses antes de ser derruida. Se levanta mi madre y me da la fecha y la hora exacta tras consultar algunos papeles manuscritos que ha sacado de un cajón: a eso de las 8:15 del 17 de abril de 2000.
No tengo ni idea de dónde estaba ese día, pero ahora siento pena por no haber vivido aquel momento.
De vuelta a casa, he puesto el disco de Lou Topet "Abesti bat gutxiago". Suena, entre otras, "Inor ez da hiltzen" (el original es de los Tweedy, padre e hijo: "Nobody Dies Anymore"; la versión en euskera es obra de Harkaitz Cano).
Domingo por la noche. Varios millones de personas contemplando cómo el PP le da la vuelta al calcetín del 20D y se alza con la victoria en las elecciones generales (lejos de la mayoría absoluta, pero con una considerable distancia sobre el resto y con casi 8 millones de votos). La peña echándose las manos a la cabeza sin saber muy bien cómo ha podido suceder. ¿Y qué es lo que ha sucedido? Ni idea, así que aquí no encontrarás la respuesta a esa pregunta.
La noche de ayer no llamaba a la reflexión y hoy lunes pues tampoco. Además, no he tenido tiempo para leer análisis con fundamento de los resultados del 26J.
De todas maneras sí que me ha llamado la atención mucha gente echándole la culpa a los viejos y a los paletos ("Puto pueblo de paletos” le he oído decir a alguien que como yo salía esta tarde de la playa). Con esa lectura nos quedamos más panchos que la leche y, además, podemos irnos luego de cervezas para ver cómo pierde España. ¡Que se jodan!, habrá pensado más de uno. Pero me da que nos vamos a joder nosotras y nosotros.
En Euskadi (Comunidad Autónoma Vasca) y Cataluña, Podemos Ahal Dugu y En Comú Podem han ganado las elecciones, pero en el resto de CCAA gana el PP (incluída Navarra).
He leído por ahí que los vascos y los catalanes deseaban cambiar España con su voto, pero que los españoles no han querido: no se dejan. La única alternativa posible a semejante situación sería irse del Reino borbón.
A veces tengo la impresión de que hay personas que piensan que decir "Vámonos" resulta suficiente, como esos malos jefes que se piensan que la faena ya está finiquitada una vez verbalizada.
Reconozco que yo no estaba en clase el día que nos enseñaron a hacer autocrítica, pero veo que tal como yo hay mucha gente que no tiene la lección aprendida. Quizás no entraba a examen.
Lo dicho: es fácil descargar culpas en espaldas ajenas, pero me da que tenemos que mirarnos a nosotras y nosotros mismos.
Me callo.
Banda sonora: Black Man In A White World, Michael Kiwanuka (adelanto del álbum Love & Hate, el cual se publicará el 15 de julio. A ver si es tan bueno que como su disco de 2012: Home again).
In memoriam: tal día como hoy, en 1949, nació en Tavernes de Valldigna el escritor Rafael Chirbes. Si no hubiera fallecido el pasado mes de agosto, hoy habría cumplido 67 años.
Hemos estado unos días por Calp(e) por cuarta vez y me he acordado mucho de Chirbes.
Entre otras cosas, porque he visto las grúas otra vez trabajando a buen ritmo. Por ejemplo, a escasos metros del apartamento, en la playa Arenal-Bol, estaban construyendo un hotel de 30 pisos de altura (tiene prevista su apertura en el mes de mayo de 2017).
Por este titular del periódico Levante-EMV del 3 de junio. En portada, con fotografía del ínclito: "Carlos Fabra retoma la vida laboral como agente de seguros" Y añade: "El expresidente provincial aprovecha el tercer grado para ofrecer sus servicios a empresarios". Menos mal que en el interior, página 10, decía que "algunos ni siquiera lo han recibido".
No recordaba el nombre del primer sitio al que fuimos a comer, pero sí que Alfonso Armada lo citaba en una de las mejores entrevistas que le han hecho al de Tabernes de Valldigna: Rafael Chirbes: "No hay riqueza inocente". Hoy la he vuelto a releer entera y es una delicia.
Además, la familia del escritor recogió el Premio Nacional de Literatura 2014 y, con este motivo, se puso en circulación el discurso que Chirbes quería leer ante Wert y cía: Un parlamento que no pronuncié.
Así las cosas, he echado mano del número 112 de la revista Turia (finales de 2014). Hay ahí un dossier extenso sobre su figura y también un texto inédito de Chirbes que él presenta así: "busco en los cuadernos en los que, con escasa disciplina, vengo anotando opiniones y recuerdos desde mediados de los años ochenta, y selecciono algunas notas que tienen como banda sonora común un fondo de violencia". Me he permitido transcribir un par de páginas largas de su viaje a Donostia para presentar la novela Crematorio en diciembre de 2007. El texto se titula A ratos perdidos.
15 de diciembre de 2007
Viaje relámpago a San Sebastián. La playa de La Concha desde una habitación del Hotel Londres y desde la cristalera de la cafetería. La mañana, muy fría, despliega un cielo purísimo, una luz que fluctúa entre el acero y el oro. Todo se recorta con nitidez, sobresale, reluce: el barrio de pescadores al pie del Urgull, las torres doradas del ayuntamiento, un pretencioso juguete. El mar es una lámina, espejo sobre el que se reflejan las edificaciones como en una acuarela impresionista: colores levemente desvaídos, finísimos. En esa calma, sorprende el borde de espuma de las olas al romper en la playa, formando un impecable arco de circunferencia: entre las boyas dispersas en la bahía se ven las cabezas cubiertas con gorro y los brazos que se levantan rítmicamente por encima del agua: son las nadadoras del Club Atlético, mujeres maduras -algunas, ya ancianas- que ni siquiera esta gélida mañana de diciembre renuncian a su baño diario. El termómetro que hay a pocos metros del hotel marca dos grados por encima de cero.
A las once de la mañana ya estamos tomando riojas y unos pinchos -mis añoradas gambas con gabardina, crujientes y esponjosas, como hace años que no las tomo, una delicada tortilla- en una tasca que se llama Paco Bueno, en el barrio viejo. Mientras damos cuenta de nuestra consumición, el propietario cierra las puertas metálicas porque hay convocada una huelga general de dos horas en protesta por la ilegalización de Batasuna. Permanecemos en el interior del local, en compañía de varios hombres con aspecto de jubilados, varios de ellos tocados con txapelas y con ese aspecto tan característico de la tierra: tipos humanos polisémicos, porque parece que concentran en su físico rasgos campesinos, arrantzales y urbanos, como si para tallar sus caras hubieran trabajado en equipo el mar, la tierra y la ciudad, también su pausada manera de caminar, el tono de su voz es extraña mezcla de mar y montaña, de lo rústico y lo urbano. Cuando salimos, las calles que media hora antes bullían de actividad, se han quedado desiertas, reina un ambiente como de mañana de domingo. La ciudad está acostumbrada a estas peculiares ceremonias cívicas que todo el mundo cumple con la misma mezcla de devoción e indiferencia que en los años cincuenta se tenía en las ciudades castellanas por la liturgia religiosa: cumplimiento del deber de conciencia en unos, y en otros un variable temor a perder la consideración por parte de la sociedad; en muchos, una confusa mezcla de ambas cosas. Ser un buen católico te colocaba en una escala de valores que te amparaba más como ciudadano que como persona, salvaba tu día a día más que tu aspiración a la eternidad.
En el apacible callejeo, mis acompañantes saludan a buena parte de la gente con la que nos cruzamos, al estilo de quien es alguien en una pequeña ciudad, la gente viste bien, con ropa de calidad y marca, y muchas de las señoras que pasean en pequeños grupos o que caminan a solas, se enfundan en caros y elegantes abrigos de pieles que entonan con la calidad de la arquitectura, el buen gusto de lo que exhiben los escaparates, o la excelencia de los productos que se exponen en la barra de la taberna que hemos abandonado hace un rato: el conjunto transmite la imagen de una sociedad refinada y opulenta lo que, para quien viene de fuera, convierte en bastante inexplicable que, por debajo, exista ese violento enfrentamiento entre españolistas y nacionalistas, y sea uno de los puntos del mundo en que se libra una guerra. No cabe en la cabeza que por detrás de las ostentosas joyerías (consagración de lo eterno) o tiendas gourmet (celebración de lo efímero), por debajo de las elegantes instalaciones de este hotel con sus pretensiones decorativas de vieja aristocracia british, se muevan fabricantes de explosivos, pistoleros que le aprietan a alguien la bocacha de un arma en la sien o en la nuca, confidentes con las manos manchadas de sangre, policías torturadores, pistoleros y matones. Me esfuerzo por armonizar esa doble imagen, por superponer los dos planos ajustando los perfiles de una y otra para que formen una sola figura, pero me cuesta, no lo consigo, más aún cuando por la noche ceno con los organizadores del acto en el que he intervenido, en un saloncito privado del Kursaal. El camino hasta allí: la arquitectura del Victoria Eugenia y el Casino, los globos luminosos del elegante puente del Kursaal, todo tan belle époque, tan hecho para gustar, y esta gente afectuosa, amigable, tan civilizada, tan acostumbrada a comer y beber bien, tan amiga de cocineros y artistas, atravesada por esa latente pulsión de violencia: cuadra todo muy mal, el hedor de la sangre, los miembros esparcidos en mitad de esta calle que pisan zapatos elegantes. El centro en el que he dado la charla se llama Ernest Lluch en memoria del socialista asesinado por ETA. Las luces de Navidad componen consignas políticas -ASKATU, leo- como si pudiera existir una lucha que compaginara la sangre con el buen gusto. Sí, ya lo sé, el nacionalismo, Franco lo exarcebó, claro que sí, yo estuve en Carabanchel por apoyar a los vascos en el siniestro consejo de guerra que se conoció como Proceso de Burgos, conviví en Carabanchel con Sabino Arana Bilbao, uno de los condenados en el proceso (evidentemente, no el ideólogo decimonónico Sabino Arana Goiri), inteligente y generoso, y con un muchacho bueno y noble que se llamaba Iñaki Aizpuru Zubitu, los recuerdo con afecto, claro que sí, era el franquismo, había que enfrentarse a él, pero Franco se murió hace más de treinta años, y antes de Franco fue lo de Isabel II, fueron las guerras carlistas, el clericalismo y antirrepublicanismo de una gente que luchaba contra esa frágil flor que fue la I República, los siniestros vaticanistas de El intruso de Blasco Ibáñez, los curas montaraces, el oscuro mugido de violencia del que nos habla en sus novelas Baroja y, con una lucidez hiriente, Sánchez- Ostiz.
A la mañana siguiente, antes de abandonar el hotel, otra vez el cielo cristalino y frío, el arco perfecto que forma la puntilla de espuma sobre la arena, los que caminan por la playa, los bracitos que salen intermitentemente del agua y los flotantes gorros multicolores de las mujeres que se bañan a pesar de los dos grados bajo cero de hoy, la sensación de una ciudad hermosa, provinciana y serena, tan lejos del turismo chabacano del Mediterráneo, donde sin embargo nadie tiene la impresión de tener que luchar por nada, ni de que le estén quitando nada, cuando allí sí que les han quitado la historia, la arquitectura, el paisaje, los han despojado de todo, arruinado: a esos sí que los entendería volando con explosivos de dinamita kilómetros de edificaciones, devorando las tripas de las rapaces que se los han estado comiendo a ellos. Y justo esos, se están quietos. Ni pían.
De vuelta, me pongo en el coche la cinta de Mikel Laboa que me acaban de regalar, Xoriek. Escucho esa voz desgarrada, melancólica, tristísima, y me entran ganas de llorar; el acompañamiento musical es a ratos jazz, en otros momentos se vuelve una sonata clásica, o te estremece con la txalaparta: fondo musical trabajadísimo, refinado, complejo, incluso sobrecargado de referencias al jazz, al blues, al soul, pero la voz de Mikel Laboa se impone, posee una hondura extraña, prehistórica, es a ratos voz de la tribu, y en otros momentos grito de animal herido -ese pájaro ciego, al que se refiere en la más hermosa canción del disco, y en la que Laboa le pone música a un poema de Ungaretti-.Entre los campesinos era costumbre pincharles los ojos a los jilgueros para que cantaran mejor. Hay una trama sonora culta en el disco, de raíces profundamente urbanas, cosmopolitas, a través de la que se abre paso la voz de Laboa, que parece proceder de la oscuridad de los bosques, o de una herida abierta en el animal humano, lugares auditivos del dolor, topos ante los que uno se arruga temeroso. "Difícilmente deja su lugar natal / quién allá tiene sus raíces. / Difícilmente deja su tierra el árbol; / sólo cuando lo abaten y lo hacen tablas", dice la traducción de un poema de Bernardo Atxaga que aparece en el libreto que acompaña al CD. Y también canta Laboa esa otra: "El pájaro / si le hubiera cortado las alas / habría sido mío, / no habría escapado, / pero, / así / habría dejado de ser pájaro / y era un pájaro lo que yo quería".
(....)
18 de diciembre de 2007
Me cambian la dirección del correo electrónico y, a pesar de que cumplo las instrucciones y compruebo con ayuda telefónica del proveedor de internet que está todo en orden, resulta que ya no puedo entrar como lo hacía antes, ahora todo es más difícil e infinitamente más lento. En esos quehaceres (o quebraderos de cabeza) estúpidos, e intentando responder a las preguntas que me envían para una entrevista, se me va medio día. La otra mitad -la mañana- la he pasado en Denia. De camino, a la ida, a la vuelta, oigo el disco de Laboa que me regaló Hasier Etxeberria. Se me saltan las lágrimas oyendo esa voz desolada que chapurrea o se inventa letras en francés o inglés, haciendo que Ne me quitte pas pierda la mínima partícula que pudiera quedarle de cursilería al texto de Brel, y se convierta en algo así como el mugido de un buey al que arrastran al matadero y huele la sangre de sus congéneres recién sacrificados; esa voz dolorida que recita historias de pájaros que mueren durante el invierno en los bosques y cuyos esqueletos no encontramos cuando llega el buen tiempo (Atxaga), la que, con palabras de Ungaretti canta: morir como las alondras sedientas; o como la codorniz que, tras cruzar el mar, se rinde junto a las primeras matas de la recién alcanzada costa, porque ya no tienen ganas de volar. Mejor esa muertes que vivir lamentándose como un jilguero al que han cegado. También están los versos que incluí en Crematorio: "si le hubiera cortado las alas al pájaro...". O esos otros: "Les abrís las manos, les dedicáis halagos líricos... pero los pájaros os rehuyen...". Todo esto es muy hermoso y muy triste, me eleva y me hace sufrir.
Chirbes remata el texto así:
Beniarbeig, 12 de septiembre de 2014. El aire trae ceniza en suspensión y huele a resina quemada
Ahora imaginaos a este buen hombre conduciendo su coche camino a Denia y escuchando a Laboa (Xoriek). Por ejemplo, Ne me quitte pas.
Me gusta escuchar flamenco de vez en cuando. El pasado jueves, por ejemplo, Rancapino Chico y Antonio Higuero abrieron un nuevo ciclo en la sala Dabadaba de San Sebastián.
Cuando le dije que intentaría escribir algo sobre el concierto, Eduardo Ranedo me replicó: "no es fácil escribir sobre esto. Es como que te estampen contra la pared con algo tan de verdad que asusta. Rodeados de tontería, estas cosas son un bálsamo". Como tiene toda la razón, hablaré sobre ello pero sin centrarme tanto en el bolo.
Cuando lo que se ha dado en llamar Rock Radical Vasco (RRV) vivía sus momentos de gloria, había (y sigue habiendo) en la plaza Urdanibia (Mosku) de Irun un bar llamado Eskina. Si no recuerdo mal, de los cuatro socios que llevaban el establecimiento dos tenían sus orígenes en Morón de la Frontera. Cuando llegaba la hora de cerrar el garito el sábado por la noche, Tapi ponía flamenco para que la concurrencia supiera que había llegado la hora de irse. Pero a nosotros, a algunos al menos, nos gustaba mucho lo que salía por los bafles: Camarón, Veneno, etcétera. Generalmente, el hecho tenía efectos contrarios a los buscados.
Esa fue mi primera aproximación al flamenco. Luego, Radio 3 y su programa Duendeando (más conocido por el lema de "Flamencos y pelícanos"). No sé si siempre ha tenido este nombre. Ahora, lo emiten sábados y domingos a las 18:00 de la tarde.
He visto algún que otro concierto: uno memorable de José Mercé en el Victoria Eugenia (con un patio de butacas a rebosar de gitanas y gitanos en su salsa); Enrique Morente en el mismo lugar; Miguel Poveda en el Teatro Barakaldo...
En Donostia no hay muchas posibilidades de escuchar flamenco. Hasta ahora poco más que la Peña Flamenca La Paquera de Jerez (un sitio al que siempre me he querido acercar, pero al que por una cosa u otra no he ido jamás) y ahora... el Dabadaba.
Hace unos días vi en las redes que anunciaban para el 19 de mayo a Rancapino Chico y a Antonio Higuero. Y pensé que esta oportunidad había que aprovecharla. No fui el único: porque, a ojo, unas 150 personas hicimos lo mismo el jueves al anochecer.
Rancapino Chico es joven (este año 28 primaveras) y es hijo del cantaor del mismo nombre (Rancapino: ambos son Alonso Núñez además). Una persona que no conozco presentó al dúo y llegó el momento de hincarle el diente al repertorio. Cantaor y guitarrista se subieron al escenario elegantemene vestidos: traje y corbata (si hacemos caso a Higuero, de estreno, aunque vaya usted a saber).
No tengo la suficiente cultura para conocer los diferentes palos, pero el artista habló de bulerías, alegrías, tangos, una zambra hecha por Paco Cepero como homenaje a Rancapino el viejo y tanguitos para rematar la velada.
La gente en silencio y escuchando, con respeto, algo que cada vez sucede menos en otro tipo de conciertos acústicos. Casi dos horas de cante, con una parada de veinte minutos en mitad del show (parada encima del escenario, porque ellos siguieron dándole en el camerino).
Tal y como señala Alex Dabadaba, una especie de tablao, porque los músicos están muy cerca del público. Yo creo que la mayoría se quedó muy a gusto y me da que esto tendrá continuidad en otoño, aunque previamente parece que también habrá otro bolo en junio (Antonio Reyes y Diego del Morao el 25 de junio).
Camino de casa, escuché a alguien que salía del local hablando por teléfono con su viejo diciéndole: "hemos hecho flamenco y ahora vamos a hacer rock and roll, padre". Pensé que justo lo contrario que el Dabadaba esa noche.
Fútbol y literatura llevaba por título el diálogo entre dos Santiagos (el periodista Segurola y el escritor Roncagliolo) que tuvo lugar el pasado viernes en las catacumbas del Estadio Anoeta, concretamente en el Centro Cultural Ernest Lluch. Era una de las últimas actividades programadas dentro de la edición de este 2016 del festival Literaktum y fue Aixa de la Cruz la encargada de repartir juego entre ambos ponentes, tarea harto complicada estando Segurola por medio, ya que cuando el bilbaino toma la palabra cuesta pararle. Por si esto fuera poco, todos sabemos el poder de atracción que tiene el fútbol (y es que, en este caso, la literatura quedó en un segundo plano).
Tras el acto, varios de los congregados nos atrevimos con el Parque Temático del Pintxo (lugar anteriormente conocido como Parte Vieja donostiarra: en algún momento tendremos que decir que, quitando cuatro o cinco bares, ese espacio ya no nos pertenece a las y los donostiarras). Y fue allí donde salió a colación el apellido Badiola. Imagino que la mayoría pensaréis que ahora tocar hablar de la Real, pero no es así.
Fue tirando del hilo Valdano como llegamos a este destino. A mediados de la década de los 70 del pasado siglo, con Franco ya en las últimas, llegó a Vitoria un joven argentino llamado Jorge Valdano para jugar en Segunda División con el Alavés. Pasó cuatro temporadas con los babazorros y lo fichó el Zaragoza con 23 años, junto a José Ramón Badiola. Valdano tuvo luego una destacada carrera, pero el vizcaíno de Ondarroa se quedó por el camino.
La fotografía es de la web Los Blanquillos. De izquierda a derecha: Valdano, Badiola y Trobbiani.
Todo cambió desgraciadamente el 12 de julio de 1979. La delegación alavesista se hospedó en el Hotel Corona de Aragón. Sin embargo, Jorge (Valdano) tenía sus más y sus menos con los dirigentes vitorianos y pospuso el viaje. Menos mal, porque esa misma mañana se declaró un incendio y murieron casi 80 personas.
Los dirigentes del Alavés consiguieron salir por su propio pie, pero no pudieron llevarse consigo a Badiola. José Ramón saltó a la calle desde el primer piso (o desde el segundo, porque el número de la planta varía según las crónicas). Se dio un buen golpe en la cabeza, pero salió más o menos bien físicamente.
Psíquicamente, sin embargo, aquella situación traumática ha marcado el resto de su vida. Aunque jugó en el equipo zaragocista, José Ramón Badiola no consiguió llegar a dar el nivel que de él se esperaba. Su vida ha sido un desastre: rompió con su novia (he leído por ahí que era la hija del gerente del Alavés) y finalizó su carrera en el equipo alavesista para recluirse posteriormente en su pueblo.
En mis habituales visitas a Ondarroa, más de una vez ha salido el nombre de este exfutbolista que ahora tiene 60 años. La última vez que hablamos de él, mi cuñado me contó que habían visto a Valdano paseando por las calles de la localidad con su excompañero. He intentado comprobar este dato en la red, pero no lo he conseguido. El propio Valdano dice en alguna entrevista que perdió todo contacto con Badiola (que lo vió una vez en Bilbao). No sé si serán posibles más encuentros, pero Valdano tiene casa en Donostia y Ondarroa está a 50 kilómetros.
Por cierto, el viernes me dijeron que el libro que el argentino acaba de publicar en la editorial Conecta (Fútbol: el juego infinito) merece mucho la pena.
Os dejo varios enlaces sobre Badiola, Valdano y los hechos del Hotel Corona de Aragón:
1.- El periodista maño Miguel Mena publicó este Deporte y literatura (enlace pdf) en el 2010. Muchas gracias a Galder Reguera por hablarme de él.
Llevo desde el pasado sábado sin poderme quitar una imagen de la cabeza. Corresponde a un homenaje, el que le hicieron a José Luis López de Lacalle, asesinado por ETA el año 2000. Aparecen cinco personas en torno a un ramo de flores apoyado en la base de piedra de una escultura. Son la viuda y el hijo de la víctima, así como representantes del partido que convocó el homenaje (locales y provinciales). A la derecha hay más gente, pero no parece que sean muchos.
Alain es el hijo. No lo conozco demasiado, pero sí que lo he saludado más de una vez en algún bar o en algún acto cultural (últimamente en el concierto-homenaje a Derribos Arias). Saludarnos y cruzar un par de palabras, nada más.
No le he escuchado jamás hablar en público de su dolor (sí a su madre y a su hermana). Parece que ha decidido permanecer callado.
Nunca le he preguntado a ver qué tal está, cómo vivió ese cambio radical de vida con apenas veinte años recién cumplidos, cómo se enfrenta uno a la vida tras perder a tu padre de manera tan cruel, cómo hay que hacer para mantener esa aparente serenidad en los actos de recuerdo del viejo, cómo tirar hacia adelante a sabiendas de que tu criatura recién nacida (zorionak, ya que estamos) no conocerá a su abuelo... Cómo.
He leído un par de noticias sobre el acto (Lopez de Lacalle gogoan, una de ellas). También he visto el vídeo que he pegado ahí abajo (factoría Aiurri). Me extraña que la alcaldesa de Andoain no acudiera. No tengo ni idea de cuál es el motivo, pero creo que debía haber estado ahí, a pesar de ser un acto del Partido Socialista.
Hay que mostrar empatía con respecto a quien sufre. Sobre todo con personas que están un tanto alejadas de tus coordenadas políticas. Si en este pueblo queremos avanzar, son necesarios más gestos, aunque sean pequeños.
Alain, yo no te he dicho nunca nada sobre todo esto, quizás porque no he encontrado el momento adecuado, seguramente porque nuestra relación es de cortesía, pero quería escribir estas líneas para enviarte un abrazo en público.
Hasta la próxima, Alain.
P.S.: si alguien lo desea, puede leer este apunte de Javier Ortiz "Tengo miedo".
Aprovechando que estoy recuperándome favorablemente de un “esguince grado II del ligamento lateral externo del tobillo izquierdo” por hacer actividades impropias de mi edad (según dicen mis queridas amistades), voy a traducir por encargo (indirecto) de Carlos Rego la reseña-crónica hecha por Fermin Etxegoien (Zuluetarrak) del concierto que la banda reunida en torno a Rafael Berrio dio el pasado 15 de abril en el Centro Cultural Ernest Lluch en homenaje a Derribos Arias.
Dos cosas antes de nada:
1.- Me ha costado entrar en lo que Etxegoien quiere trasmitir, pero espero no haberme equivocado mucho.
2.- Es un texto en euskera y dirigido, por tanto, a esta población. No sé si se va a entender bien fuera o, incluso, aquí.
Ahí va.
Los Zulueta
"Parecía que estábamos en El Huerto" dijo alguien presente en la sala -una viuda mayor de 60 años y muy conocida en San Sebastián, cuyas hija y nieta/o también estaban por allí- nada más terminar el breve concierto-homenaje a Derribos Arias, cuando ya estábamos fuera del Centro Cultural Ernest Lluch en medio de la lluviosa noche de Anoeta.
ETA había hecho explotar en la década de los 80 aquel pub, de nombre El Huerto, punto neurálgico de la movida donostiarra de la época, en la otra punta de la ciudad, en la plaza de la Trinidad... y antes del pequeño concierto habíamos escuchado una especie de reivindación de la Cultura de la Transición (es decir, antes de que el kitsch del RRV se apropiara de todo) en la presentación de Derribos Arias: Licencia para Aberrar -libro escrito por el periodista orensano Carlos Rego.
La jaula de oro -en nuestra visión estereotipada hasta decir basta- de aquellos ciudadanos modernos y burgueses a más no poder en aquella Donostia cool -avant la lettre- e impenetrable. Quicir: para los mocosos de la provincia. Ha sido más tarde cuando he imaginado, por decir alguien, al propio Alejo Alberdi (presente en la sala) viviendo en una villa decadente como la del director de cine Iván (Zulueta) con vistas a Ondarreta. Es decir, personajes de aquella canción escrita por Rafa Berrio treinta años más tarde: Mis amigos, esa gente cargada de apellidos.
El músico de Gros se enfrentó al reto: tocar en directo las ocho mejores canciones -en su opinión- de Derribos Arias. Ikerne Jiménez al bajo, acompañante habitual de Alaska. La bilbaina apareció embarazadísima, con una imagen post-warholiana impactante. A la guitarra, Iñaki Huarte "Fisuras", un clásico de aquella escena new-wave, potente y sensible. A la batería, la joven zumaiarra Nagore Etxabe, una competente baterista de imagen riot-grrrl.
Arrancaron con A Flúor y continuaron con Quién hay. Como jamás había sonado Derribos Arias, me susurró (Xabier) Montoia. Demasiado bien me querría decir. Sólida y fielmente en mi opinión. Sin dejarse enredar en la dramaturgia del difunto Poch, pero sosteniendo el drama que había en sus canciones.
Nos gustaban todas las deconstrucciones de Derribos (música y texto). Aquel "aberrar" español tan cercano y tan lejano al mismo tiempo de este "aberri" en euskera.
Finalmente parece que se ha articulado una especie de crítica post a la estética de la izquierda abertzale (Maia, Gure Esku Dago), pero el germen de todo esto está en la tan denostada hoy Cultura de la Transición. Lo que pasa es que aquello era muy español y que algunos que estábamos allí (que también éramos euskaldunes, vasco-hablantes) luego nos callamos por respeto al folklore. Tal y como resulta conocido, una de las pocas excepciones fue el propio Montoia (M-ak).
Pero tira, tal y como diría el propio Berrio, "ya qué importa quiénes fuimos (Este Album, 1971, Warner)" (el entrecomillado en castellano en el original).
Actualización de las 14:15 horas. Jabi Haspi ha subido un par de vídeos más del concierto: muy bueno el sonido y flipante cómo lo capta el propio Jabi. Mi reconocimiento desde aquí.