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2003/11/21 06:00:00 GMT+1

Tiempo de reflexión

Ayer oí la noticia del atentado de Estambul, pero apenas la escuché. Pasé el día ocupado y preocupado por algo que, si se considera a escala social, se descubre de inmediato que no vale la pena (considerarlo a esa escala, quiero decir) pero que, planteado como asunto estrictamente individual, puede convertirse en obsesivo: a primeas horas de la mañana una simpática dentista me hizo toda suerte de tejemanejes bucales, a resultas de los cuales me han desaparecido las dos paletillas que asomaban por debajo de mi bigote cuando sonreía -qué tiempos aquellos- y han sido reemplazadas por unas piezas de fabricación exógena, que estéticamente estarán todo lo bien que se quiera, pero que dan como resultado que el señor que aparece en el espejo cuando me miro no soy yo.

Eso por fuera. Por dentro, las encías sangraban y, como la simpática dentista me había prohibido enjuagarme, me pasé todo el puñetero día tragando sangre. No entiendo cómo no se me puso cara de vampiro. A lo peor se me puso y no me enteré, porque nunca he sabido cómo tienen la cara los vampiros.

De modo que oía lo de Estambul, pero tenía toda la atención ocupada en mis cosas, y como si nada.

Sólo hoy, cuando he despertado con menos signos de todo lo anteriormente descrito, me he hecho cargo de lo sucedido y me he puesto a pensar en ello.

Tuve hace años un compañero de trabajo periodístico -hace años que no tengo compañeros de trabajo periodístico- cuya capacidad de análisis se expresaba uniformemente del mismo modo: «¡Es la hostia!», decía. Todo cuanto de extraordinario sucedía en este áspero mundo le conducía a esa rotunda conclusión. Me he acordado de él, porque ése ha sido el resultado de mi análisis: «¡Qué hostia!», he exclamado, dando al análisis un ligero toque personal.

Luego ya me he detenido en los detalles. Y lo primero que se me ha ocurrido es que pocas cosas hay tan idiotas como la teoría ésa aznaro-bushoniana de la guerra preventiva contra el terrorismo. La experiencia demuestra que los intentos de acabar manu militari con la fuerza viva del terrorismo (digamos, para atenernos a la terminología de Claus von Clausewitz) sólo conducen a su extensión. Tanto más se universaliza el frente atacante, tanto más se amplía el escenario posible de la guerra. Para responder a la gran coalición del Nuevo Orden, tanto les da a los terroristas golpear en Nueva York, en Estambul, en Bagdad, en Londres... o en Astorga.

Dedicarse al terrorismo tiene muchos inconvenientes, sobre todo de tipo moral, pero presenta también algunas ventajas prácticas difícilmente discutibles. Para empezar, uno puede elegir cuándo y dónde golpea. Y a quién. Y a cuántos, más o menos. No es fácil apuntar directamente a los jefes -que serán todo lo que se quiera, pero no suicidas, y suelen moverse muy protegidos- pero a cambio puedes emprenderla sin ninguna dificultad contra sus múltiples súbditos, buena parte de ellos comprometidos con la causa de los jefes vía papeleta de voto.

¿Hay algún medio de combatir eficazmente el terrorismo? Algunos defendemos uno, que consiste en analizar las causas que enarbolan los terroristas para justificar sus acciones, ver lo que de justo hay en sus demandas y darle cumplimiento.

Es una vía cuya eficacia está por probarse, sin duda, pero que carece de contraindicaciones. A diferencia de todas las que están poniendo en práctica.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (21 de noviembre de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 2 de noviembre de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2003/11/21 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: jor estambul apuntes turquía 2003 dentista terrorismo | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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