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1992/10/04 07:00:00 GMT+2

Quijote

Allá por 1967, el marxismo gozaba de gran predicamento entre los jóvenes radicales de Europa occidental. O mejor sería decir «los marxismos», porque los había de muy diversa suerte y condición. Esa variedad se traducía en la existencia de toda una pléyade de organizaciones. Cada una ponía a caldo a las demás con extraordinaria virulencia, ridiculizaba sus posiciones políticas y vituperaba a sus respectivos mentores teóricos, vivos o muertos. Salvando el apego común por los fundadores del marxismo, inevitable, todas las otras figuras del marxismo y el comunismo internacional eran reivindicadas por algunos, pero abominadas por los demás.

Resulta significativo, en medio de aquel ambiente de tragicómica ferocidad política y de rencilla implacables, el respeto general que suscitaba la figura de Ernesto «Che» Guevara. No era reconocimiento teórico, ni tampoco político: en ambos terrenos sus posiciones eran controvertidas y, a decir verdad, casi nadie se declaraba «guevarista».

Si el «Che» ejerció una gran fascinación sobre la juventud europea radical de los 60 y 70 fue, sobre todo, porque ofrecía una pauta de conducta: más allá de las disputas sobre modelos de sociedad, él representaba un modelo de actitud individual.

El primer componente de ese modelo era la falta de ambiciones mezquinas. El prestigio de Ernesto Guevara aumentó enormemente el día en que abandonó todos sus cargos en Cuba para llevar sus «modestos esfuerzos» -así lo escribió en su carta de despedida a Fidel- a «otras tierras del mundo». ¿Quijotismo? Sin duda. Reconocido por él mismo: «Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante».

Segundo componente: su internacionalismo. Guevara, argentino de nacimiento, luchó en Venezuela, en Guatemala, luego en Cuba, más tarde en el Congo y acabó su vida en Bolivia: a los jóvenes radicales de la época, apasionados por los movimientos anti-imperialistas del Tercer Mundo, y muy particularmente por la guerra de Vietnam («Crear uno, dos tres Vietnam es la consigna», decía), esa amplitud de miras les tocaba en lo más hondo.

Tercero: su constante reivindicación de la ética. «El socialismo económico, sin la moral revolucionaria no me interesa... Si el socialismo se despreocupa de la conciencia puede ser un sistema de reparto, pero nunca una moral revolucionaria», repetía.

Había más. El misterio que rodeó su desaparición en Cuba, los rumores continuos sobre su muerte, el halo de romanticismo que rodeaba sus actos, el conocimiento de que quien obraba así tenía, además, una salud más que precaria... y hasta su desaliño personal, que daba al modelo incluso una estética.

Ha pasado un cuarto de siglo. Y muchas cosas. Resulta poco probable que una figura como la de Ernesto Guevara fascinara hoy a la juventud occidental. Pero también es muy poco probable que surgiera.

Javier Ortiz. El Mundo (4 de octubre de 1992). Subido a "Desde Jamaica" el 10 de octubre de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1992/10/04 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: 1992 el_mundo cuba che_guevara preantología comunismo | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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