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1992/12/24 07:00:00 GMT+1

Muchas felicidades

La lengua castellana, admirable por tantos conceptos -como todas las que conozco, dicho sea de paso- cuenta con algunos curiosos enigmas. Por ejemplo, es bien sabido que los adverbios castellanos terminados en -mente pueden sustituirse por expresiones adverbiales construidas a partir del correspondiente nombre de cualidad: «tranquilamente» equivale a «con tranquilidad», «francamente» a «con franqueza», etcétera. Pero hay al menos una excepción a esta regla que siempre me ha intrigado. «¿Vendrá Fulano?», pregunta uno. «Seguramente», le responde otro. ¿Qué debe entender el primero? Pues... que no es seguro que Fulano venga. ¿Y eso? ¡Ah! Tal vez el significado tajante de la palabra se haya ido perdiendo poco a poco, víctima del escepticismo popular o, más directamente, de la sensatez general: en este mundo hay muy pocas cosas absolutamente seguras, excepción hecha de la zafiedad de don Jesús Gil y Gil. Otra particularidad lingüística muy nuestra, que suele manifestarse apabullantemente en estos días navideños, la encontramos en la tendencia a desear a todo quisque «muchas felicidades». iMuchas felicidades! ¡Como si la felicidad, en singular, nos pareciera insuficiente!

Hace tiempo que he ido dando cuerpo a una teoría personal sobre este asunto. En mi opinión, en contra de las apariencias, desear «muchas felicidades» no es síntoma de megalomanía colectiva, sino todo lo contrario: al igual que en la deformación del significado del adverbio «seguramente», también aquí me parece encontrar la huella del escepticismo popular.

La clave está en no enfrentar lo plural con lo singular, sino lo absoluto con lo relativo. No vale la pena desear a nadie que logre la felicidad, porque la felicidad no existe. En la vida sólo cabe aspirar a obtener parcelas, momentos de felicidad.

Desear a alguien que sea feliz sólo puede entenderse como una forma, no muy feliz, de expresar nuestra confianza en que, cuando esa persona haga el balance de su vida, los buenos momentos pesen en su conciencia más que los malos. Pero, dado que ese balance sólo cabe hacerlo al término de la existencia y que cuando termina su existencia la gente no suele estar para balances, eso tampoco resulta demasiado práctico.

En ese sentido, desear muchas felicidades representa un sano ejercicio de realismo: equivale a aspirar a que el interfecto o interfecta disfrute de un buen número de momentos de felicidad.

En realidad, la felicidad total, por no ser, ni siquiera es deseable. Un instante sólo es feliz porque otros son infelices, o al menos aburridos. La felicidad completa, en suma, sería una perfecta imbecilidad. ¿Cómo desear semejante condena a aquéllos a quienes queremos?

Javier Ortiz. El Mundo (24 de diciembre de 1992). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de diciembre de 2010.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1992/12/24 07:00:00 GMT+1
Etiquetas: navidad jor 1992 el_mundo preantología lengua | Permalink | Comentarios (1) | Referencias (0)

Comentarios

Pues muchas felicidades a Javier y a los que mantienen vivo su recuerdo y su voz con esta página. Gracias de todo corazón.

Escrito por: .2010/12/28 09:47:13.432000 GMT+1

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