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1999/12/29 07:00:00 GMT+1

Muchas felicidades

Es la palabra más oída de estos días: «Felicidades». A veces incluso con refuerzo: «Muchas felicidades».

Siempre me ha llamado la atención esta fórmula tan nuestra -y tan navideña- de expresar buenos deseos. Es como si no nos conformáramos con una sola felicidad: queremos muchas, y todas juntas. ¡Pues no somos nadie!

Pero qué va. Lo que parece una prueba de ambición desmesurada no es, en último término, sino una muestra de estricto realismo: si nos deseamos muchas felicidades es porque sabemos que la perfecta felicidad, la felicidad absoluta, no existe. Ningún absoluto existe, pero ése menos que ningún otro.

Puede haber, sí, momentos de felicidad, felicidades concretas, jirones de felicidad, estallidos de paz, de risa, de amor, de placer, de ternura, de emoción: pequeños paraísos acotados, mínimos cielos capaces de alumbrarnos de tanto en tanto la existencia.

Pero duran poco. Por fortuna. De lo contrario, sería imposible apreciarlos.

Qué odiosa idea, el paraíso. La salvación eterna. Un goce que no cesa no es un goce; es un suplicio. Disfruto del dulce porque conozco lo amargo; y de la luz, porque sé de las sombras; y de la risa, porque también del llanto.

El cielo: qué condena.

Los tontos -todo mi respeto para ellos- son felices, los benditos. También algunos alienados. La felicidad permanente exige mucha inconsciencia.

De hecho, todas las felicidades, hasta las más diminutas, se basan en la inconsciencia. Solamente podemos disfrutar de las cosas en la medida en que hacemos como que no sabemos qué hay detrás de ellas. ¿Cuánta desgracia no se esconde en nuestro café matinal, en las flores que regalamos, en la gasolina que mueve el coche que nos lleva de vacaciones? ¿Cuánta miseria, cuánta paga paupérrima, cuánta frustración? ¿Cuánta gente está muriendo de hambre, o siendo torturada, o engrosando la nómina de las víctimas de la guerra, en el mismo instante en que una caricia nos colma, en el segundo preciso en que nos estalla la carcajada?

Preferimos no saberlo: cómo disfrutarlo, si no.

La lucidez es garantía segura de infelicidad.

Es una de las muchas obligadas miserias de los humanos: hemos de ser inconscientes, para que la realidad -ese monstruo cruel- no nos devore la existencia.

Pero algo me dice que estoy cometiendo un error. Yo lo que pretendía, en esta última columna antes del 2000, era desearles a todos ustedes muchas felicidades. Y no sé por qué, pero me parece que no lo he conseguido.

Javier Ortiz. El Mundo (29 de diciembre de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de diciembre de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1999/12/29 07:00:00 GMT+1
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