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1996/06/01 07:00:00 GMT+2

Miradas

La realidad es única. Los modos de mirarla -los modos de percibirla- son, por el contrario, infinitos.

Hay miradas propias y miradas estandarizadas, clónicas (cada vez más: las impone el ojo único de la televisión). Como hay miradas de rico y miradas de pobre (ya se sabe: el mundo exterior que se contempla desde el ventanal de una mansión es distinto al que se ve desde el ventanuco de una chabola: aquel sonríe; éste amenaza).

¿También nuestra propia mirada es variable, según el cómo y el cuándo? El pasado martes estaba en el periódico, en Madrid -otra capital del dolor, como la que Umbral ha recuperado de Paul Éluard-, y lo que veía era ese penoso guirigay que llamamos vida política. Escribí de lo que tenía frente a mí: de los GAL, como podía haber escrito de Conde -también lo hice, de pasada-, o de los papeles del CESID, o de la condecoración que Hasán II ha impuesto a Aznar (las hay a título póstumo: ésta es a título previo).

Hoy, en cambio, levanto la vista y contemplo el reflejo brillante del sol sobre el Mediterráneo, añil e indolente. Unos niños juegan sobre la arena en la playa semivacía. Me llega el olor del arroz que cuece en alguna paella vecina (distingo el aroma de la ñora). Por el paseo peatonal que acaricia el mar, dos viejos caminan despacio. Miran al suelo y hablan quedo. Otra pareja mayor -¿holandeses, daneses?- está sentada en la terraza del bar, junto a mí, los ojos entornados, sonriendo al sol.

He escuchado las noticias de la radio: me han contado que Israel está en un pañuelo que sirve lo mismo para recontar los votos que para secarse las lágrimas, y he sabido de la súbita transmigración del alma de Álvarez Cascos, ya inasequible al crimen de Estado, y he podido comprobar que los que no tienen el menor interés en creer a Roldán no creen en absoluto a Roldán. Pero es como si un cristal protector -blindado- me resguardara de esas realidades amargas: hoy la mía sólo sabe de salitre, sol y ñora.

¿Tanto ha podido cambiar mi mirada en cuatro días?

De pronto, un aparato musical de ambiente deja caer sobre el paseo de la playa las notas tristes del Story of Isaac, de Leonard Cohen, en versión de Suzanne Vega. Y pienso qué Dios terrible es el Dios de los judíos, nuestro Dios, capaz de ordenar a un padre el sacrificio de su hijo como prueba de fe. Y me digo que el camino que nos propone ese Dios, hecho a nuestra imagen y semejanza, no conduce al cielo del más allá, sino a los infiernos de este mundo.

Y vuelvo a mirar el mar, de azul violento. Ya nada es lo mismo. Ahora pienso qué futuro les espera a los niños que juegan en la playa. Y recuerdo que este mismo mar acaricia en su otro extremo la costa de Israel. Y la de Palestina. Y la de Bosnia, un poco más aquí. Y la de Marruecos, aún más cerca: ese Marruecos propiedad de Hasán, que nos condecora por dejarle aplastar al pacífico pueblo saharaui.

Me pregunté arriba si nuestra mirada cambia, según y cuándo. No. A través de todas las miradas, cada uno de nosotros sólo tiene, al final, una única mirada.

Javier Ortiz. El Mundo (1 de junio de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 8 de junio de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1996/06/01 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: jor música el_mundo mediterráneo 1996 leonard_cohen preantología aigües suzanne_vega | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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