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1993/07/07 07:00:00 GMT+2

Lola Gaos

Lola Gaos, que murió el pasado domingo víctima de un cáncer y de muchas rabias, era una feroz resentida. Magníficamente resentida. Lo más hermoso de su resentimiento era la integridad con que lo expresaba. Su figura, menuda y enjuta, parecía un haz de indignación. Su voz, cada vez menos audible, tenía el ronco timbre reseco del rencor incontenible. Cuanto decía -y cuanto callaba- destilaba un hondo resentimiento. No tuve nunca demasiado trato con ella, pero recuerdo muy bien que, en tiempos, cuando de tanto en vez nos topábamos, siempre en actividades específicas de resentidos, llegábamos a un inmediato acuerdo sobre las infinitas razones que sustentan la ira política y social. «Qué asco, ¿verdad?», decía cualquiera de los dos. Y con eso bastaba. No hacía falta entrar en detalles.

Ahora tampoco necesitaríamos entrar en detalles. Qué asco.

Por lo que leo, Lola Gaos ha pasado estos últimos años en condiciones económicas angustiosas. En la época en que la conocí, a finales de los 70, vivía con considerable modestia. Así que, si lo de ahora era mucho peor, tenía que resultar tremendo. La casualidad hizo que me llegara la noticia de su muerte pocos minutos después de enterarme del pastón que cobran algunos farsantes por hacer el paripé en ciertas universidades de verano. Se me ha venido a las mientes que podría dedicárseles un son al modo de los que Nicolás Guillén escribía para los turistas yanquis en la Cuba de Batista: «Con lo que un capullo gana / en un aula de verano / por sólo decir bobadas / le hubiera a Lola sobrado».

Vale la pena preguntarse cómo puede ser que una gran actriz, de lo mejorcito que hayan conocido los escenarios y platós de este país, haya tenido que transitar por la vida con tantas estrecheces. La respuesta hay que buscarla en el elevado precio que sigue teniendo la integridad. Toparse con un cretino adinerado con fama de mecenas y darle a entender de modo transparente que te parece un cretino cuesta carísimo. Cuesta, exactamente, todo lo que ese cretino jamás te dará. Y decirle a un terrorista de Estado con ínfulas de estadista que, hechas todas las cuentas, su rasgo más notable es la criminalidad, significa que no te invitará nunca a engrosar las filas de los que se lucran con los fastos que patrocinan él y sus cómplices. Todo el mundo sabía que Lola era única a la hora de detectar cretinos, y que, cuando tenía conciencia de que alguien era un criminal, era incapaz de ocultarlo. De modo que así le ha ido.

Dicen los listillos que Lola Gaos era «muy intransigente». Su buen esfuerzo le costó. La mayoría natural le dio todas las posibilidades de convertirse en otra santona más del régimen -de aquél, de éste siempre hay uno- y las despreció todas.

Cuentan ahora que ha muerto en la miseria. No saben hasta qué punto se equivocan. Lola Gaos ha muerto sin un duro, que no es lo mismo. La miseria es el estado en el que vegetan ellos.

Javier Ortiz. El Mundo (7 de julio de 1993). Subido a "Desde Jamaica" el 10 de julio de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1993/07/07 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: 1993 el_mundo felipismo cine cultura universidad antología muerte lola_gaos guillén | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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