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1996/02/12 07:00:00 GMT+1

Lo que tenía que decirte, Marcelino

Me invitaron la otra noche tus amigos, Marcelino, a que dijera unas palabras en tu cena-homenaje. Quienes me conocen saben que mi sentido del ridículo, enfermizo, me impide improvisar discursos en público. Incluso cuando no improviso, me incomoda hablar ante auditorios tan amplios como aquél. Y, de todos modos, tampoco lo que yo hubiera podido decirte encajaba en el marco de esa cena, de ese mitin. Porque allí todos estaban para afirmar que admiran y se identifican con tu prolongada trayectoria de militante del PCE y de fundador y dirigente de Comisiones Obreras. Y yo no. Yo he desaprobado vivamente durante decenios la política del PCE. Y he echado pestes muchísimas veces de la posición de Comisiones Obreras. Desde sus orígenes: yo apoyaba en los años 60 a las Comisiones Obreras de Guipúzcoa, que eran disidentes, y las tratábais bastante mal, si te acuerdas.

Además, tampoco puedo olvidar -ni quiero- que puse a caldo la política de Santiago Carrillo bajo el franquismo, cuando tú te identificabas con ella. Alguna vez tuvimos ocasión de hablar de esas diferencias en Carabanchel, en los años en que tú estabas allí como líder del «1.001» y yo no era más que un escribidor de panfletos incendiarios -hermosos panfletos: mi orgullo-.

Te cogí estima, porque eras mil y una veces menos sectario y altivo que la inmensa mayoría de tus altivos y sectarios camaradas carrillistas, que nos miraban a los disidentes como si fuéramos escoria inmunda.

Puse luego como un pingajo la política de tu partido durante la transición, y os puse a caldo a vosotros cuando los Pactos de La Moncloa, porque intuía que de polvos así sólo podrían salir lodos como éstos. Recuerdo que por aquellas fechas un servicio de orden vuestro golpeó furiosamente en un mitin a mi novia de entonces, tan sólo porque ella y unos amigos desplegaron una pancarta en la que podía leerse «Huelga General». Huelga General, a secas. Reclamaban menos componendas y más energía. Menos pasteleo. Más lucha. Ya sabes, Marcelino, de qué te hablo. Ahora sabes muy bien de qué te hablo.

Qué de cosas, qué amargas cosas han pasado en estos últimos treinta años. También dentro de la izquierda. Algunas muy desagradables.

Pero fui gustoso la noche pasada a tu homenaje. Y no por todas esas cosas que pasaron, ni por otras que seguramente seguirán pasando, sino porque me parecía de rigor aplaudir lo que estás haciendo precisamente ahora. Quería apoyar que te hayas instalado firme en la barricada de tus principios, contra la vergüenza felipista. Que no hayas aceptado que te conviertan en un santón sindical, por encima del mal y del mal. Que no te haya importado bajarte de la peana y meterte en un fregado en el que -te lo auguro- habrás de replanteártelo todo, volver a repensarlo todo.

Dicen tus enemigos políticos -personales no creo que tengas muchos, la verdad- que te has apalancado, como Anguita, y te manejas con una colección de antiguallas ideológicas. Yo creo que lo que estás haciendo es empezar a desprenderte del puñado de moderneces que han llevado a los grandes sindicatos a lo que ahora mismo son, mirados fríamente: unos aburrimientos que a nadie importan, salvo a los que viven de ellos y subsisten en ellos a cuenta del Estado, que es el que paga, y el que paga manda. Me da que estás desempolvando lo que nunca debió meter nadie en el trastero, lo que nadie podrá meter nunca en el trastero: el viejo impulso de los tejedores de Lyon, de los Federados, de las pobres víctimas de aquella efímera e ingenua Tierra y Libertad en la que tantos soñaron, del Bread and Roses que inventaron las obreras norteamericanas, pioneras del feminismo. Seguimos necesitando pan, Marcelino, pero también necesitamos rosas. Puños y rosas. Puños que no se cierren para pillar algo dentro. Rosas que nos alegren el alma en la que no creemos.

El pasado es el que fue, y ya nada lo cambia. Pero el futuro lo podemos cambiar entre todos. Mirando atrás tan sólo para aprender. Sin rencores excesivos. Para no volver a las mismas.

En la cena-mitin, tus amigos te aclamaban entusiasmados, gritándote: «¡Presidente, presidente!». Yo te vitoreé a mi modo, muy quedo, para mis adentros, susurrando: «¡Disidente, disidente!».

Javier Ortiz. El Mundo (12 de febrero de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de febrero de 2011.

Nota: Evidentemente, Marcelino es Marcelino Camacho.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1996/02/12 07:00:00 GMT+1
Etiquetas: carrillo marcelino_camacho anguita el_mundo 1996 felipismo comunismo ccoo antología sindicalismo pce | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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