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2002/12/31 06:00:00 GMT+1

Las dos caras del voluntariado

A la gente de la parroquia no hace falta que le cuente lo mal que me llevo con los voluntariados institucionalizados. Sabe que estoy a favor -muy a favor- de arrimar el hombro cuando sobreviene una desgracia súbita y se hace imperioso intervenir sin demora. Pero también sabe que me toca las narices que haya gente que se dedique a hacer gratis et amore tareas que corresponden a los servicios del Estado y por las que el Estado nos cobra nuestros buenos dineros todos los años.

No digamos ya cómo me pone el personal que, con la excusa de que alguien debe fomentar y organizar el masivo altruismo juvenil, se monta alguno de esos negocietes que llaman oenegés y que cobran a dos manos: con una, del Estado, y con la otra, de sus incautos socios.

No creo que mi actitud sea nada rara. La explicaré con un ejemplo que me parece bastante ilustrativo. Imaginemos que se declara un incendio gigantesco y que, para afrontarlo, no basta con todos los bomberos de la zona. ¿Es buena idea que los vecinos acudamos a echar una mano? ¡Por supuesto! Pero pongamos que llegamos al lugar del fuego y nos encontramos con que las autoridades apenas han mandado bomberos, porque dicen... ¡que ya hemos ido nosotros! ¿Cómo deberíamos reaccionar en un caso así? Yo propondría que montáramos un pollo de aquí te espero, diciendo a esos caraduras convertidos en autoridades que nosotros hemos acudido allí a ayudar, a servir de refuerzo, no a liberar a nadie de sus obligaciones.

Cámbiese fuego por fuel y se verá que eso es exactamente lo que ha sucedido en la costa atlántica de Galicia y en buena parte de la del Cantábrico.

El Estado empezó dando palmadas de contento y felicitando a los voluntarios por dedicarse a hacer lo que sus servidores a sueldo no hacían. Luego, cuando empezaron a caerle broncas por su inactividad, aseguró que vale, que sí, que enviaría soldados... «para cubrir las insuficiencias del voluntariado». Fue entonces cuando descubrimos fascinados las muchas posibilidades que presenta lo que cabría llamar «el Estado subsidiario». Por ejemplo: «¡Vecinos: detened vosotros mismos a los delincuentes! ¡Pero, si no os bastáis, tranquilos, que os mandamos a la Policía!». O bien: «¿Os parece que las calles están sucias? ¡Fregadlas por turnos! ¡Los poderes públicos, siempre solícitos, os cederán las fregonas y los cubos!».

Y así. No me extraña que se planteen como objetivo el déficit cero. Con semejantes recetas, podrían aspirar tranquilamente a tener superávit.

Estaba yo en éstas, alimentando sentimientos encontrados con respecto a los voluntarios -en parte enternecido por su esfuerzo, en parte cabreado por la cantidad de castañas que estaban sacando del fuego al PP- cuando, de pronto, empecé a recoger testimonios muy variados que daban cuenta de un fenómeno nuevo e interesantísimo: el muy profuso ir y venir de voluntarios y voluntarias procedentes de los más diversos rincones de la península estaba dando vida a una intensísima labor de contrapropaganda, de agitación anti-PP. A lo que parece, algo así como un 90% de los jóvenes que acuden a trabajar a las costas alquitranadas durante unos días vuelven a sus lugares de origen explicando urbi et orbi que los poderes, en todos sus escalones -local, autonómico, estatal-, la están cagando a base de bien, y que son una banda de aprovechados e inconscientes. (No insisto en esta idea, a la que ya me referí hace un par de días.)

Leo ahora que la Xunta de Fraga ha decidido no admitir más voluntarios hasta febrero.

Hay dos explicaciones a tan brusca y sorprendente resolución.

Una, la oficial, pretende que han decidido cortar el flujo de voluntarios porque no están en condiciones de asegurarles la infraestructura necesaria: cobijo, comida, etcétera. Esa versión conduce, directa e inevitablemente, a la perplejidad. ¿No tienen las Fuerzas Armadas españolas tiendas de campaña, barracones de servicios higiénicos y de comedores desmontables y todo cuanto se necesita para improvisar condiciones de vida dignas en cualquier parte? ¡Coño, pues que se pongan manos a la obra!

Segunda versión: la Fragaxunta, empezando por el mismísimo don Manuel, está hasta salva sea la parte de los voluntarios que, amén de retirar chapapote como fieras, se apuntan a todas las broncas que se montan sobre la marcha y se asoman sin parar a los medios de comunicación echando pestes (sin contar con que luego, cuando se largan, aparecen en los lugares más singulares señalando con el dedito a los camaradas del PP local y poniendo de vuelta y media a sus divinos jefes).

Me creo más esta versión. Y me alegra.

Compruebo que don José María Aznar y este servidor de ustedes funcionamos como vasos comunicantes: tanto más algo le agrada a él, tanto más me cabrea a mí. Y viceversa. No me importa tener que matizar mis puntos de vista sobre el voluntariado.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (31 de diciembre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de enero de 2018.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2002/12/31 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: 2002 diario | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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